La fuente original de la enseñanza de la santidad cristiana, y la única con autoridad, es la Palabra escrita de Dios. Hay razones por las que las Escrituras son llamadas la Santa Biblia. La Biblia es un libro de santidad.
El obispo Foster nos dio la descripción clásica sobre este particular:
La santidad late en la profecía, ruge en la ley, murmura en los narrativos, susurra en las promesas, suplica en las oraciones, irradia en la poesía, resuena en los salmos, musita en los tipos, resplandece en las imágenes, enuncia en el lenguaje, y quema en el espíritu de todo el sistema, desde el alfa hasta la omega, desde el principio hasta el fin. ¡La santidad! ¡La santidad necesaria! ¡La santidad requerida! ¡La santidad ofrecida! ¡La santidad posible! ¡La santidad, un deber presente, un privilegio actual, un gozo presente, es el progreso y complemento de su maravilloso tema! Es la verdad brillando por doquiera, mezclándose por toda la revelación; la verdad gloriosa que irradia, susurra, canta y grita en toda su historia, biografía, poesía, profecía, precepto, promesa, y oración; la gran verdad central de todo el sistema. Lo sorprendente es que no todos la vean, que no todos la consideren, y que haya algunos que se levanten a poner en tela de duda una verdad tan conspicua, tan gloriosa y tan llena de consuelo.1
A. RAICES DE LA DOCTRINA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
El énfasis que se le ha dado recientemente a la teología bíblica ha resultado en la producción de varios excelentes estudios de la teología del Antiguo Testamento. Esto a su vez ha añadido considerablemente al caudal de nuestra comprensión de lo que el Antiguo Testamento enseña acerca de la santidad, particularmente respecto a la revelación de la santidad de Dios en las Escrituras del viejo pacto.
1. La santidad de Dios
La teología bíblica ha demostrado conclusivamente que la santidad no es meramente uno de los atributos de Dios, y ni siquiera el atributo principal. Representativa de la mejor erudición bíblica es la posición de Edmond Jacob, quien escribe: “La santidad no es una cualidad divina entre otras, y ni siquiera la principal de todas ellas, puesto que expresa lo que es característico de Dios y corresponde precisamente a su deidad.”2 La siguiente observación de Snaith apoya la posición de Jacob:
Cuando el profeta Amós declara (4:2) que “Jehová... juró por su santidad”, quiere decir que Jehová ha jurado por su Deidad, por Sí mismo como Dios, y el significado es, por lo tanto, exactamente el mismo de lo que leemos en Amós 6:8, donde el profeta dice: “Jehová el Señor juró por sí mismo.”3
Un estudiante de la literatura rabínica observa que el nombre que con más frecuencia usan los rabinos para Dios es “el Santo”.4 Esto es una reflexión del nombre profético de Dios, que es “el Santo de Israel”.5 Aulén afirma que “la santidad es el cimiento sobre el que descansa el entero concepto de Dios”.
Además, le da un tono específico a cada uno de los diversos elementos en la idea de Dios, y los hace parte de un concepto, o percepción, más completo de Dios. Cada declaración acerca de Dios, sea en referencia a su amor, su poder, su justicia… deja de ser una afirmación acerca de Dios cuando no es proyectada sobre el fondo de su santidad.6
La palabra hebrea que traducimos en santidad es qodesh, la que, con sus cognadas aparece más de 830 veces en el Antiguo Testamento. Los eruditos encuentran tres significados fundamentales en qodesh: (1) Frecuentemente connota la idea de “irrumpir con esplendor”. Así, un erudito escribe: “No hay una distinción clara entre santidad y gloria.”7 (2) La palabra también expresa una cortada, una separación, una elevación. (3) Es probable que qodesh haya venido de dos raíces, una de las cuales significa “nuevo”, “fresco”, “puro”. La santidad significa pureza, ceremonial o moral. La pureza y la santidad son, prácticamente, sinónimas.
Como Dios, el Señor refulge con una gloria peculiar a Sí mismo. Él se manifestó en la zarza ardiente, en la columna de fuego, y en el Sinaí rodeado de humo. Refiriéndose al tabernáculo, Dios dijo: “El lugar será santificado con mi gloria” (Éx. 29:43). En cuanto al culto declaró: “En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado” (Lv. 10:3). La narración de la majestuosa visión de Isaías dice: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria” (Ls. 6:3).
Como Dios, el Señor está separado, aparte, de toda la creación. La santidad es la naturaleza misma de lo divino, de lo que caracteriza a Dios como Dios, y de lo que motiva la adoración del hombre. Dios es el “Completamente Otro”, y se levanta enteramente aparte de todos los demás dioses, los que por cierto son imaginarios. “No hay santo como Jehová; porque no hay ninguno fuera de ti” (1 S. 2:2). La santidad de Dios significa su diferencia, su carácter único como Creador, Señor y Redentor. “Solamente Aquel que puede decir: ‘Yo soy el Señor, y aparte de mí no hay salvador alguno’ puede ser ‘el Santo de Israel’.”8 Sin embargo, su trascendencia, o su separación no significan que sea remoto. “Dios fue trascendente desde el principio puesto que era diferente del hombre, pero no era trascendente en el sentido de que fuese remoto del hombre. Dios soy, y no hombre, el Santo en medio de ti, Oseas 11:9... La trascendencia no significa que sea remoto. Significa otridad[1].”9
Como Dios, el Señor es pureza sublime. Es imposible que el Santo tolere el pecado. En Génesis lo vemos preocupado por la mala imaginación, los designios de los pensamientos de la humanidad (Gn. 6:1-6). La santidad de Dios es trastornada por la perversidad crónica del corazón del hombre (Jer. 3:17,21; 17:9-10). Los ojos divinos son demasiado limpios “para ver el mal” (Hab. 1:13). Recordemos que cuando el profeta Isaías captó un mero destello de la santidad de Dios, gimió: “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Is. 6:5). Más adelante en su profecía Isaías declara: “¿Quién de nosotros morará con el fuego consumidor ¿Quién de nosotros habitará con las llamas eternas” (Is. 33:14). La santidad de Dios es un fuego devorador: ¡o purgará nuestro pecado, o nos destruirá con él! Es tal como Jesucristo advirtió: “Todos serán salados con fuego” (Mr. 9:49). Podemos escoger entre el fuego refinador que nos hace santos (Mal. 3:2-3) y la ira que nos destruye (Mal. 4:1).
2. Santificación
“Seréis santos, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios” (Lv. 19:2). Este mandato se refiere tanto a la moral como al ritual, tal como resulta evidente al leer el código de santidad (Lv. 17—26). En los primeros días de la historia de Israel los elementos ritualísticos o del culto eran sobresalientes, pero los elementos éticos estaban también presentes. En los profetas, los motivos morales y éticos de la santidad eran los temas dominantes, pero el ritual no se perdió de vista enteramente. “Si bien es cierto que la doctrina de la santidad de Israel al principio describía un estilo de vida en el que los elementos ritualista y ético se mezclaban al grado que no podían ser reconocidos, hacia el fin, la doctrina denotaba un estilo de vida en el que los dos todavía estaban mezclados, pero en el cual la ética era el elemento esencial y sobresaliente.”10
La palabra hebrea que traducimos en “santo” generalmente se interpreta como “separado, apartado”. Pero este es sólo su segundo significado, que se deriva del propósito de aquello que es santo. Su significado primordial es ser espléndido, bello, puro y libre de toda contaminación. Dios es santo —como Aquel que es absolutamente puro, resplandeciente y glorioso. Por ende, el símbolo de ello es la luz. Dios habita en una luz inaccesible.... E Israel había de ser un pueblo santo, como si estuviera morando en la luz, merced a su relación de pacto con Dios.
Lo que hizo que Israel fuese un pueblo santo no fue el hecho de que fuera seleccionado de entre todas las demás naciones, sino la relación con Dios que tal selección hizo posible para el pueblo. El llamado de Israel, su decisión y su selección, fueron sólo los medios. La santidad misma había de ser lograda, o alcanzada por medio del pacto, que proveía el perdón y la santificación, y en el cual Israel sería guiado hacia adelante y hacia arriba, mediante la disciplina de la ley y la dirección del brazo santo de Dios. De modo que, si Dios manifestó la excelencia de su nombre en la creación, el camino de su santidad estaba en Israel.11
Bowman hace una distinción entre los significados profético y sacerdotal de la santidad. La idea sacerdotal es la de ser apartado, dedicado, separado. Lo “santo” es aquello que ha sido separado para Dios. En este sentido, el templo, el sacerdocio, el diezmo, el día de descanso, toda la nación, eran “santos”. La idea profética es ética, tal como la vemos en Isaías 6 y Malaquías 3. Ambos significados combinan, como ya hemos visto, el “código de santidad” de Levítico 19, cuya culminación sublime es un pasaje ético que reza: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo Jehová” (véanse vv. 9-18). “El Nuevo Testamento, finalmente recoge sólo el lado profético del término y lo perpetúa. Todos los cristianos han de ser ‘santos’ (‘llamados a ser santos’, Ro. 1:7), o sea, éticamente santos, separados, consagrados al servicio de Dios (Mr. 6:20; Jn. 17:17; Ap. 3:7), para que puedan tener compañerismo con el Santo (Hch. 9:13; Ro. 1:7; He. 6:10; Ap. 5:8)”12
Walter Eichrodt establece el mismo concepto al escribir: El elemento decisivo en el concepto de la santidad resulta ser el de pertenecerle a Dios... (Pero) el hombre que le pertenece a Dios debe poseer una clase especial de naturaleza, la cual al incluir al mismo tiempo la pureza externa e interna, ritual y moral, corresponderá a la naturaleza del santo Dios.13
La visión de Isaías en el templo revela con claridad la naturaleza ética de la santidad tal como se relaciona a la experiencia humana. La santidad de Dios se comunica a sí misma al adorador y se vuelve un fuego santificador que purga la naturaleza interior. El resultado de la purificación del corazón de Isaías fue la afirmación y la expansión de su misión profética. “Jehová de los ejércitos será exaltado en juicio, y el Dios santo será santificado con justicia” (Is. 5:16).
3. Perfección
En la predicación de los profetas la santidad de Dios se vuelve una demanda de justicia personal y de justicia social. Es en esta combinación de santidad y justicia que el llamado de Dios a la perfección puede entenderse.
De Dios se ha dicho, “perfecto es su camino” (Sal. 18:30), pero el hombre que teme a Dios debería también, en efecto, “caminar” con Dios en este “camino perfecto” (Sal. 18:32; 101:2, 6). Una revelación de Dios incluye un reconocimiento de su santidad única. Esto a su vez pone en manifiesto la falta de santidad del hombre, su pecaminosidad, cuánto necesita la misericordia. La santificación es el acto de gracia de Dios que hace que el pecado sea removido, y que logra la conformidad de hombres obedientes a la perfección de Dios en justicia. La consecuencia de esta secuencia es la perfección del hombre en santidad.14
El término hebreo que traducimos en perfección significa plenitud, justicia, integridad, libertad de mancha o culpa, paz perfecta. Una manera de expresar la idea en el Antiguo Testamento era la expresión metafórica de “caminar con Dios” en fidelidad y compañerismo. Enoc “caminó con Dios” (Gn. 5:22, 24). En Hebreos 11:5, la idea se expresa diciendo que Enoc “tuvo testimonio de haber agradado a Dios”. De Noé leemos que “con Dios caminó” (Gn. 6:9), en contraste a sus vecinos. El mandato que Abram recibió fue: “Anda delante de mí y sé perfecto” (Gn. 17:1).
Además de ser una excelente producción poética sobre el tema del sufrimiento inmerecido, el libro de Job es un tratado sobre la perfección. En este libro Job es presentado como un “hombre perfecto y recto” (que es una traducción literal del original), y “temeroso de Dios y apartado del mal” (Job 1:1). Satanás admite, muy a su pesar, tal descripción, pero los “amigos” de Job la rechazaron. Si bien el problema del mal queda sin contestación, Job resulta vindicado. En el prólogo del libro, Satanás admite que Job es un hombre justo, pero es cínico en cuanto a los móviles del patriarca, e insiste en que su justicia resulta de su deseo de ser próspero materialmente. Quítese este factor, o ganancia, demanda Satanás, y veremos cuán pronto se rebela Job. Pero Job pasa airoso la prueba y de esa manera justifica la aseveración de Dios de que la justicia de su siervo es sincera, y por ende genuina. La perfección de Job era un asunto de móvil, de su amor desinteresado a Dios. El corazón de Job era perfecto delante de Dios porque su intención era pura. Esta es la idea básica de la perfección en el Antiguo Testamento.
Excepción hecha del Decálogo, es probable que ningún otro pasaje del Antiguo Testamento haya influido más en el pueblo judío que el Shema, que ha sido llamado el credo de Israel: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Dt. 6:4-5). Se declara que el amor es el móvil por el que el Señor escogió a Israel, y que el amor, demostrado por la obediencia, ha de ser la respuesta de Israel a ese amor (Dt. 7:6-11). Para hacer posible esta perfección en amor, debe haber una extirpación o excisión de la perversidad.
Pero si la necesidad es grande, la provisión es cabal: “Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas” (Dt. 30:6). Esto se convierte en la gran doctrina nuevotestamentaria de la circuncisión del corazón por el Espíritu Santo (Ro. 2:29; Col. 2:12). ¡Mediante la circuncisión del corazón y la extirpación del pecado original, el amor perfecto es hecho posible para el pueblo de Dios! Esta es la doctrina de Juan Wesley de la perfección cristiana (véase el c. 1).
B. LA DOCTRINA DEL NUEVO TESTAMENTO
1. La promesa del Pentecostés
¿Podían los hombres ser santos antes del tiempo de Cristo La experiencia de Isaías en el templo es una respuesta afirmativa refulgente. Era posible alcanzar la perfección bajo el Antiguo Pacto. Pero el privilegio de una visión santificadora del Señor sólo era dada a los miembros de una aristocracia espiritual; los soldados de fila, casi la totalidad de los israelitas, estaban encerrados bajo la ley, y vivieron en el valle de fracasos repetidos (He. 10:1-4; véase también Ro. 7:7-25). Antes de que todos pudiesen experimentar la libertad del pecado, y la perfección en amor, era necesario que interviniera un derramamiento espiritual sobre el pueblo de Dios. Esta efusión del Espíritu de Dios era lo que los profetas anticipaban intensamente.
A través de Jeremías, Dios había declarado en cuanto a ese día: “Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande” (Jer. 31:33-34).
Ezequiel hizo una profecía casi idéntica: “Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados... Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros... Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos” (Ez. 36:25-27).
Refiriéndose al mismo día, Jehová declara a través de Joel: “Derramaré mi Espíritu sobre toda carne” (Jl. 2:27-29). Es muy significativo que los rabinos judíos interpretaron estas promesas y otras parecidas como que describían una actividad santificadora futura del Espíritu de Dios que caracterizaría a la edad mesiánica. Un ejemplo típico de la literatura rabínica sobre este particular es la forma en que S. Simeón b. Johai interpreta la frase de Ezequiel; reza: “Y Dios dice, ‘En esta edad, porque el impulso malo existe en ustedes, han pecado contra mí; pero en la edad venidera lo extirparé de ustedes’.”15
El texto de santidad más importante del Nuevo Testamento es la declaración de Simón Pedro el día de Pentecostés: “Mas esto es lo dicho por el profeta Joel…” (Hch. 2:16 y ss.). El derramamiento del Espíritu, por tanto tiempo esperado, había acaecido. La era del Espíritu que Ezequiel había anticipado estaba ya aquí. La profecía de Jeremías se había vuelto parte de la historia, tal como el escritor de Hebreos declara: “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados. Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho: Este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré, añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones” (He. 10:14-17).
Sería difícil exagerar la importancia de esta verdad. Lejos de ser algo en la periferia, la santificación está en el corazón mismo del Nuevo Pacto. Al pregonar la venida del Mesías, de quien era predecesor, y haciendo eco de las palabras de Malaquías, Juan el Bautista declaró: “Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero... él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Mt. 3:11, 12).
Este... es el énfasis constante del Nuevo Testamento: la obra, la presencia, la pureza, el poder del Espíritu Santo. Dispensacionalmente todo había de culminar en Él y con Él. Su venida al corazón del creyente individual, y su resultante presencia purificadora y capacitadora era la realización final de las edades.16
Juan Wesley vio esto claramente, y lo expresó así en Una clara explicación de la perfección cristiana:
Los privilegios de los cristianos no pueden en manera alguna ser medidos por lo que el Antiguo Testamento dice respecto a los que vivieron bajo la dispensación judía, puesto que la plenitud del tiempo ha llegado, el Espíritu Santo ha sido dado, y esa “grande salvación” ha sido ya ofrecida a los hombres por la revelación de Jesucristo.17
2. El significado de la santificación
La doctrina del Nuevo Testamento es edificada sólidamente sobre el cimiento de la enseñanza del Antiguo Testamento. Un repaso cuidadoso de las referencias nuevotestamentarias sobre el asunto indica que, si bien es cierto que la enseñanza profético-ética es dominante, el significado ritualista y religioso ha sido preservado.
De la iglesia cristiana se dice que es una “nación santa”, cuyos habitantes constituyen un “real sacerdocio” (1 P. 2:9-10). Otra descripción es que los cristianos son un “templo santo” (1 Co. 3:17; Ef. 2:21; véase 1 P. 2:5). Por esta razón, todos los cristianos son “santos”, título que se encuentra sesenta y seis veces. Pero con aun mayor énfasis que en el Antiguo Testamento, la santidad del culto demanda pureza ética: “Sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir” (1 P. 1:15). La santificación implícita debe volverse explícita al saturar y hacer santas todas las partes de la vida.
La idea central del cristianismo es la purificación del corazón de todo pecado, y su renovación a la imagen de Dios. Al interpretar hagiazo (el verbo griego que significa santificar), Thayer incluye dos clases de purificación: (1) “purificar por expiación, librar de la culpa del pecado”; (2) “purificar interiormente por la reforma del alma”. Esto corresponde a las dos épocas que llamamos justificación (con el nuevo nacimiento) y entera santificación.
Con la justificación y la regeneración hay la “purificación por expiación de la culpa del pecado” (1 Co. 6:11; Stg. 4:8a). Wiley se refiere a esto como la purificación de la depravación adquirida.18 Mediante “el lavamiento de la regeneración” (Tit. 3:5) la contaminación resultante de nuestros pecados es quitada, y nosotros somos hechos “limpios” (Jn. 15:3). Esta es la razón por la cual se dice que la santificación principia en la regeneración.
Negativamente, la entera santificación purifica el corazón de la raíz o presencia del pecado, logrando o efectuando una devoción completa (de un solo ánimo) a Dios (Jn. 17:17, 19; Ef. 5:26; 1 Ts. 5:23; Stg. 4:8b). La entera santificación no es tanto un estado como una condición preservada de momento en momento, conforme andamos en la luz (1 Jn. 1:7).
Positivamente, la santificación es la restauración de la imagen moral de Dios “en la justicia y santidad de la verdad” (Ef. 4:24). Esta santificación positiva incluye una obra progresiva, que es iniciada en la regeneración, acelerada por la purificación del corazón y el ser llenos con el Espíritu, y consumada en la glorificación. El proceso es bellamente descrito por Pablo con las siguientes palabras: “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen” (2 Co. 3:18).
a. La santificación como un proceso total. La palabra hagiasmos aparece diez veces en el Nuevo Testamento y es traducida “santificación” en cada caso por la Revisión de Valera (60) y por muchas otras versiones. La palabra “denota estado, pero no ese estado oriundo del sujeto, sino el que resulta de cierta acción y cierto progreso”.19 El significado amplio de hagiasmos, que describe e incluye el proceso total de la santificación, es indicado en 1 Co. 1:30; 2 Ts. 2:13 y He. 12:14.
Viéndola éticamente, la salvación es santificación: al hacer santas nuestras vidas por el Espíritu santificador. De principio a fin, nuestra santificación personal es su obra de gracia en nosotros. Esta santificación es toda una pieza, una “continuidad de gracia” llevada adelante por el Espíritu Santo. “El Espíritu Santo”, escribió Juan Wesley, “no sólo es santo en Sí mismo, sino también la causa inmediata de toda santidad en nosotros.”
b. Santificación inicial. La santificación principia en la regeneración. La nueva vida impartida por el Espíritu Santo es un principio de santidad. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Ro. 5:5). Al escribirle a los cristianos corintios, Pablo dijo: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados... heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Co. 6:9-11). En su sermón “El Pecado en los Creyentes”, Wesley dice lo siguiente sobre ese pasaje:
“Ya habéis sido lavados”, dice el Apóstol, “ya habéis sido santificados”, lo que significa, que habían sido purificados de “la fornicación, la idolatría, la borrachera” y toda otra forma de pecado externo; y sin embargo, al mismo tiempo y en otro sentido de la palabra, no eran santificados, no eran lavados, internamente, de la envidia, de pensar mal, de la parcialidad.20
Por lo tanto nosotros hablamos de la santificación inicial diciendo que es parcial en vez de completa, o entera. Este último término, dice Wesley, “no es indefinido, en el sentido de que no denote la purificación en grado mayor o menor de la contaminación del pecador. Es un término definido, y se limita estrictamente a esa culpa y depravación adquirida resultante de pecados cometidos, de los cuales el pecador mismo es responsable”.21
La exhortación de Pablo en 2 Corintios 7:1 es otro pasaje donde también se implica la santificación inicial o parcial. El Apóstol escribe: “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.” Este versículo aboga por ambas, la santificación inicial y la entera santificación. Los corintios habían de perfeccionar, o de hacer que fuese completa una santidad que (entonces) sólo era parcial.
c. Entera santificación. Si bien muchos pasajes del Nuevo Testamento implican la doctrina de la entera santificación, muchos otros parecen demandarla; entre éstos citamos Juan 17:17, 19; Romanos 6:12-13; 12:1-2; 2 Corintios 7:1; Efesios 1:4; 5:26; 1 Tesalonicenses 5:23; Tito 2:14, y tal vez Hebreos 13:12. Los límites de esta obra no permiten incluir una exégesis de todos estos pasajes, pero unos cuantos comentarios son esenciales.
En Romanos 6, Pablo exhorta a sus lectores que han muerto al pecado y que han sido resucitados a novedad de vida (6:1-10), a que hagan tres cosas: (1) a que se consideren a sí mismos como aquellos que en efecto murieron con Cristo al pecado, y a través de Él fueron hechos vivos a Dios (6:11); (2) a que dejen, o desistan de poner los miembros de su cuerpo a la disposición del pecado (6:12); y, (3) a que se entreguen, o se presenten a sí mismos ante Dios ”como personas que han muerto y han vuelto a vivir” (6:13, VP[2]). La relación de este acto de fe obediente a la verdadera santificación se indica en el versículo 19: “Así como antes entregaron su cuerpo al servicio de la impureza y de la maldad, para hacer la maldad, así entreguen ahora su cuerpo al servicio de la vida recta, con el fin de vivir completamente consagrados a Dios” (VP; empero una versión correctamente traduce esto último, para santificación). Romanos 12:1-2 repite la misma exhortación a una consagración completa o total, para una santidad completa.
Efesios 5:25-27 marcha en la misma dirección: “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha.” Cristo se entregó a Sí mismo para santificar la iglesia, que ya ha tenido el lavamiento de la regeneración. El versículo 24 nos informa que esta santificación logra la condición de estar “sin mancha” postulada en 1:4.
En 1 Tesalonicenses, Pablo se regocija porque sus convertidos habían recibido el evangelio “en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre” (1:5); pero su oración por ellos es que su fe sea perfeccionada (3:10), con el fin de que Dios afirmara “sus corazones, irreprensibles en santidad delante de Dios nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo” (3:13). Pablo procede a recordarles a sus lectores que su santificación es la voluntad de Dios y el llamado a aquellos a quienes ya les ha dado el Espíritu Santo (4:3-8). La culminación de su apelación se halla en 5:14-24. El propósito de toda la epístola se expresa en los versículos 23 y 24, que rezan:”Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os llama, el cual también lo hará.” El adverbio traducido “por completo” es la palabra griega más fuerte que Pablo pudo haber usado. Es un término compuesto, que significa “enteramente” y “perfectamente”. Morris escribe lo siguiente acerca de la oración del Apóstol:
La oración es que Dios os santifique por completo. Hay un aspecto de nuestra parte en la santificación puesto que se nos pide que rindamos nuestra voluntad para hacer la voluntad de Dios. Pero el poder manifestado en la vida santificada no es humano sino divino, y la oración de Pablo se expresa de esa manera en armonía con ello. En el sentido más profundo, nuestra santificación es la obra de Dios dentro de nosotros. La obra puede ser atribuida al Hijo (Ef. 5:26) o al Espíritu (Ro. 15:16), pero en cualquier caso es divina, La palabra traducida por completo es excepcional, holoteleis, y sólo aquí se encuentra en el Nuevo Testamento. Es una combinación de las ideas de estar completo y de ser entero, y Lightfoot sugiere que se podría traducir así: “que Él os santifique para que podáis estar completos.”22
La segunda parte de esta petición muestra que Pablo está pronunciando una oración a fin de que el hombre completo “intacto en todas sus partes” sea preservado santo e irreprensible hasta la Parousía. “La fidelidad de Dios”, escribe Morris, “es la base de nuestra certidumbre de que la oración ofrecida será contestada.”23
3. Perfección cristiana
Perfección cristiana y entera santificación son dos términos que describen la misma experiencia de la gracia de Dios La perfección en amor delante de Dios es la santidad cristiana.
El verbo teleio, que se traduce “perfeccionar”, aparece veinticinco veces en el Nuevo Testamento. Significa (1) realizar un propósito, alcanzar cierta norma, lograr una meta dada, y (2) cumplir o completar. Pablo usa el adjetivo, teleios, siete veces. En varios casos es obvio que el significado es “maduro” en el sentido moral (1 Co. 14:20; Ef. 4:13-14). Pero en 1 Co. 2:6 y 15, los “perfectos” son considerados iguales a los “espirituales” (que sucede también en 1 Co. 3:1). Un estudio de este último pasaje indica que los “perfectos” son los que han sido enteramente santificados. J. Weiss llega a la conclusión de que si bien la perfección generalmente es futura en los escritos de Pablo (como en Fil. 3:12), sin embargo, en algunos casos (1 Co. 2:6; Fil. 3:15) la perfección ya está presente.24 Weiss sostiene que el uso que Pablo hace de teleios en Colosenses 1:28 y 4:12 designa una perfección moral y espiritual.
Por lo tanto la evidencia apunta a un significado doble de perfección. Un cristiano puede ser al mismo tiempo perfecto e imperfecto, de acuerdo al sentido en que se usen las palabras. Una perfección relativa es ahora posible mediante la fe en el Espíritu, pero la perfección final no será realidad sino hasta la resurrección (Fil. 3:11-12, 20-21).
a. Perfección en amor. Una de las secciones más importantes sobre la perfección es Mateo 5:43-48, que culmina con el mandato del Maestro: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.” La palabra “pues” es la clave de este texto. Jesús está diciendo en efecto: “Así como vuestro Padre en los cielos es perfecto, (y que lo demuestra) enviando sus bendiciones sobre amigos y enemigos, vosotros debéis ser perfectos en vuestro amor hacia todos los hombres.” Es evidente que este es el amor de agape, espontáneo, buena voluntad que no se rinde, que emana de la vida interior de una persona en la que mora el Espíritu. Como tal, el amor perfecto es tanto el don de Dios (Ro. 5:5; 8:3-4; 1 Jn. 4:13-17), como el mandato de Dios (Mr. 12:29-31; 1 Jn. 4:21).
Cuando este amor se expresa, la ley es cumplida (Mt. 22:40; 1 Ti. 1:5). “No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley... el amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor” (Ro. 13:8, 9-10). La perfección cristiana es perfección en amor.
b. Semejanza a Cristo perfeccionada. La meta final de la perfección es ser cabalmente como Cristo, lo cual será el don que Dios nos dará en la venida de Cristo (1 Jn. 3:2). En vista de esta meta futura, cada cristiano debe confesar, con Pablo: “No que ya lo haya alcanzado, o que ya haya sido perfeccionado” (Fil. 3:12, traducción libre de la traducción de Wesley). “Hay una diferencia entre uno que es perfecto” explica Wesley, “y uno que ha sido perfeccionado. Uno está equipado para la carrera; el otro está listo para recibir el premio.”25
[1] Traducción literal de otherness, la característica de ser enteramente otro, aparte, diferente de todos los demás.
[2] Versión Popular