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Sermón 54 - Sobre la eternidad

Salmo 90:2

Desde la eternidad y hasta la eternidad, Tú eres Dios.[1]

1.                De buena gana hablaré de ese tremendo asunto llamado eternidad. Mas ¿cómo podremos asirlo en nuestro pensamiento Tan vasto es que la estrecha mente de los seres humanos es del todo incapaz de entenderlo. ¿Pero no tiene alguna afinidad con otro asunto incomprensible, la inmensidad Esta es el espacio ilimitado. ¿Y qué es la eternidad Es la duración ilimitada.

2.                Por lo general se ha considerado a la eternidad como divisible en dos partes, que han sido denominadas la eternidad a parte ante, y eternidad a parte post;[2] esto es, en lenguaje sencillo, aquella eternidad que ya pasó, y la que está por venir. ¿No parece haber una insinuación de esta distinción en el texto "Tú eres Dios desde la eternidad", ésta es una expresión de aquella eternidad que ha pasado; "hasta la eternidad" ésta, una expresión de la eternidad por venir. Acaso algunos en verdad puedan pensar que no es estrictamente apropiado hablar de una eternidad que ya pasó. Pero el sentido es fácilmente compren­sible. Nos referimos a aquella duración que no tuvo comienzo; y por eternidad por venir nombramos aquella duración que no tendrá fin.

3.                Es Dios únicamente quien (usando el enaltecido lenguaje de la Escritura) "habita la eternidad"[3] en ambos sentidos. Sólo el gran Creador, mas ninguna de sus criaturas, es "desde la eternidad y hasta la eternidad": tan sólo su duración como tal, no ha tenido comienzo y no podrá tener fin. Teniendo esto en consideración es que habla así al dirigirse a Emanuel, Dios con nosotros,[4]

¡Salve, Hijo de Dios, coronado de gloria,

Antes que el tiempo llegara a ser;

Entronizado con tu Señor a mitad

de ronda de la vasta eternidad![5]

Y de nuevo:

¡Salve, Hijo de Dios, coronado de gloria,

Cuando el tiempo deje de ser;

Entronizado con el Padre a lo largo de

La completa eternidad![6]

4.                "Antes que el tiempo llegara a ser"; pero ¿qué es el tiempo No es fácil decirlo, a pesar de que hemos usado el término con frecuencia. No sabemos propiamente qué es: no podemos expresar adecuadamente su definición. ¿Pero de alguna manera no es un fragmento de la eternidad, cortado en ambos extremos[7] ¿No es aquella porción de la duración que comenzó cuando empezó el mundo, que habrá de continuar mientras este mundo permanezca, y entonces expirará para siempre ¿Aquella porción que al presente es medida por la revolución del sol y los planetas, colocada, por decirlo así, entre dos eternidades, la pasada y la que está por venir Pero tan pronto como los cielos y la tierra escapen delante de la faz del que está sentado en el gran trono blanco,[8] no existirá más tiempo, sino que se hundirá para siempre en el océano de la eternidad.

5.                ¿Mas por cuáles medios podrá un ser humano mortal, criatura de un día, formarse una idea de la eternidad ¿Qué podremos encontrar dentro del alcance de la naturaleza para ilustrarla ¿Con qué comparación la vamos a cotejar[9] ¿Qué puede haber que tenga alguna semejanza con ella ¿No debe haber alguna suerte de analogía entre la duración ilimitada y el espacio ilimitado El gran Creador, el Espíritu Infinito, habita la una y el otro, ambos. Esta es una de sus peculiares prerrogativas: ¿No lleno yo, dice el Señor, el cielo y la tierra[10] ¡Ciertamente, no sólo las más distantes regiones de la creación, sino también toda la expansión del espacio sin límites! Entretanto cuántas de las criaturas humanas pueden decir,

He aquí, sobre una estrecha porción de tierra,

En medio de océanos infinitos, estoy

Seguro, inconmovible!

¡Un punto del tiempo, un momento del espacio,

Llévame hacia aquel celestial lugar,

O reclúyeme en el infierno![11]

6.                Pero dejando uno de estos ilimitados océanos al Padre de la eternidad, a quien únicamente pertenece la duración sin principio, volvamos nuestros pensamientos sobre la duración sin fin. Este no es un atributo incomunicable del gran Creador; más bien él se ha mostrado complacido en hacer partícipes de ello a innumerables multitudes de sus criaturas. Lo ha hecho conocer no sólo a los ángeles, arcángeles y a toda la compañía del cielo, quienes no han de morir, sino que le glorificarán y vivirán en su presencia para siempre, sino también a los moradores de la tierra que habitan en casas de barro.[12] Cuyos cuerpos en verdad, serán quebrantados por la polilla,[13] pero cuyas almas jamás morirán. Dios los hizo, como dice un antiguo escritor, para ser imagen de su misma eternidad.[14] Ciertamente todos los espíritus (tenemos razones para creer así) están revestidos de inmortalidad; no teniendo un principio de corrupción interna, y sin el riesgo de alguna violencia externa.

7.                Tal vez podemos ir un paso más adelante. La materia en sí misma, como el espíritu, ¿no es en un sentido eterna Por cierto no a parte ante, como algunos insensatos filósofos, tanto antiguos como modernos, han soñado. No que haya existido alguna cosa desde la eternidad; pues para ello tendría que ser Dios. Por cierto, seria el único Dios; porque es imposible que hubiera dos Dioses, o dos eternidades. Mas aunque nada haya existido junto al gran Dios desde la eternidad, ningún otro puede ser eterno, a parte ante. No obstante, no es un absurdo suponer que todas las criaturas son eternas, a parte post. Toda materia, en rigor, está cambiando continuamente y ello de diez mil maneras. Pero aquello que es cambiable de ningún modo implica que es perecedero. La sustancia puede permanecer una y la misma, aunque bajo innumerables formas. Es muy posible que cualquier porción de materia pueda disgregarse en los átomos con que estuvo originalmente compuesta. ¿Pero qué razón tenemos para creer que uno de estos átomos alguna vez fue o será aniquilado Nunca puede serlo, a menos que lo sea por el poder indomable de su poderoso Creador. ¿Mas es probable que alguna vez él llegue a ejercer este poder para deshacer cualquiera de las cosas que ha hecho En esto Dios tampoco es "hijo de hombre para que se arrepienta".[15] En verdad toda criatura bajo el cielo cambia y debe cambiar continuamente su forma, de lo cual fácilmente podemos dar cuenta, como claramente surge de los últimos descubrimientos que el fuego etéreo[16] entra en la composición de cada parte de la creación. Est es esencialmente edax rerum.[17] Es el disolvente universal, el discohere, es decir, el poder desintegrante de todas las cosas bajo el sol. Por esta fuerza son disueltos aun los cuerpos más duros y sólidos. Esto surge de los repetidos experimentos llevados a cabo por Lord Bacon con los diamantes, quien demuestra que aun los diamantes, sometidos a una elevada temperatura, pueden convertirse en polvo.[18] Y que a una temperatura más elevada aun, (extraño como pueda parecer) estos serán totalmente consumidos en llamas. En efecto, por esto hasta los cielos mismos serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán.[19] Pero sólo serán disueltos, y no destruidos; se fundirán, pero no perecerán. Aunque pierdan su forma presente, no obstante ninguna de sus partículas perderá su existencia; sino que cada átomo permanecerá bajo una forma u otra para toda la eternidad.

8.                Pero aun así, seguiríamos inquiriendo ¿qué es esta eternidad ¿Cómo podríamos derramar algo de luz sobre este asunto tan incomprensible No puede ser objeto de nuestro entendimiento. ¿Mas a qué semejanza podremos compararlo[20] ¡Cuán infinitamente trasciende todo esto! ¿Qué cosas temporales podemos poner en comparación con aquellas que son eternas ¿Cuál es la duración del perdurable roble, de los antiguos castillos, de la columna de Trajano,[21] del anfiteatro de Pompeyo;[22] cuál es la antigüedad de las urnas Toscanas,[23] probablemente más añejas que la fundación de Roma; o de las pirámides de Egipto, suponiendo que hayan permanecido enhiestas por tres mil años, cuando se las pone en balance con la eternidad Todo se desvanece en la nada. Más aún ¿cuál es la duración de los collados eternos,[24] figurativamente así llamados, que han permanecido desde el diluvio universal, o acaso desde la fundación del mundo, en comparación con la eternidad Nada más que una insignificante cifra. Vayamos más lejos aún. Consideremos la duración desde la creación de las primeras criaturas de Dios, del arcángel Miguel en particular, hasta el momento en que será comisionado para hacer sonar su trompeta y pronunciar su tronante voz a través de la bóveda celestial, "¡Levántense, los muertos, y vengan al juicio!" ¿No es acaso un momento, un punto, una nada en comparación con la insondable eternidad Agreguemos a esto mil, un millón de millones de edades, antes que las montañas fueran creadas, y el mundo y la esfera terrestre fueran hechos;[25] ¿qué es todo esto en comparación con aquella eternidad que ha pasado ¿No es menor, infinitamente menos, que una sola gota de agua ante todo el océano En efecto, inmensurablemente menos que un día, una hora, un momento ante un millón de años. Retroceda­mos aun miles de millones, y sin embargo no estaremos más cerca del comienzo de la eternidad.

9.                ¿Somos capaces de formarnos una concepción más adecuada de la eternidad por venir En orden a esto comparé­mosla con los diversos grados de duración que conocemos. Una efímera mosca vive seis horas, desde la seis de la tarde hasta medianoche. Es una corta vida comparada con la del ser humano, que se extiende por sesenta u ochenta años. Y ésta en sí misma es breve si se la compara con los novecientos sesenta y nueve años de Matusalén.[26] Sin embargo, ¿qué son estos años, que se han sucedido unos a otros desde que los cielos y la tierra fueron hechos, y hasta el tiempo en que los cielos pasarán, y la tierra con todas sus obras sea consumida, si lo comparamos con lo prolongado de aquella duración que nunca tendrá fin

10.              A fin de ilustrar esto un fallecido autor ha repetido un sorprendente pensamiento de San Cipriano. Supóngase un globo de arena tan grande como el globo terráqueo; supóngase que un grano de esta arena fuera aniquilado, reducido a nada, en mil años. Todo el tiempo que tomaría esta esfera en ser destruida a razón de un grano cada mil años, tendría infinita­mente menor proporción con la eternidad (duración sin fin) que un solo grano de arena podría tener con toda aquella masa.[27]

11.    Para inculcar más profundamente este importante punto en sus mentes, consideren otra comparación. Supóngase que el océano se acreciente tanto como para incluir todo el espacio entre la tierra y los estrellados cielos. Supóngase que una gota de esta agua sea aniquilada una vez cada mil años. No obstante, toda la extensa duración de ese océano antes de ser aniquilado (a razón de una gota cada mil años) seria infinita­mente menor en proporción a la eternidad, que una gota de agua respecto de aquel océano.

Observen entonces aquellos espíritus inmortales, ya sea que están en este o en el otro mundo. Cuando ellos hayan vivido miles de miles de años, más aún, millones de millones de eras, su duración apenas habrá comenzando: sólo estarán en el umbral de la eternidad.

12.    Pero aparte de esta división de la eternidad entre lo pasado y lo por venir, hay otra división de la eternidad que es de indecible importancia. Aquello que está por venir, en tanto se relaciona a los espíritus inmortales, es una eternidad ya feliz o miserable.

13.    Vean los espíritus de los justos que ya están alabando a Dios en una feliz eternidad. Estamos prontos a decir: "¡Cuán breve les parecerá a aquellos que abrevan del torrente de las delicias[28] a la mano derecha de Dios!" Estamos prestos a clamar,

¡Un día sin noche ante su mirada moran,

Y la eternidad parece como un día![29]

Pero esto es hablar solamente según la manera humana, porque las medidas de largo y corto son sólo aplicables al tiempo que admite límites y no a la duración ilimitada. Esta avanza (según nuestras bajas concepciones) con una rapidez indecible e inconcebible, o quizás sería mejor decir que no avanza o no se mueve en absoluto, sino que es un océano quieto e inmóvil. Mas los habitantes del cielo no cesan día y noche de decir: "¡Santo, santo, santo, es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es y el que ha de venir!"[30] Y cuando millones de millones de edades hayan transcurrido, su eternidad sólo habrá comenzado.

14.              ¡Por otra parte, en qué condiciones están aquellos espíritus inmortales que han escogido una eternidad miserable! Digo que la eligieron, pues es imposible que ésa fuera la suerte de cualquier criatura sino a resultas de su propia obra y acción. Viene el día cuando cada alma estará obligada a reconocer a la vista de los seres humanos y de los ángeles, que

Ningún fatal decreto tuyo selló,

o determinó el inalterable hado;

ni destinó mi nonata alma al infierno,

o me condenó desde el seno de mi madre.[31]

En qué condiciones estará tal espíritu luego que la sentencia sea ejecutada: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles".[32] Supóngase que ahora está apenas inmerso dentro de un lago que arde con azufre,[33] donde no tiene reposo de día ni de noche, sino que el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos.[34] ¡Por los siglos de los siglos! ¡Qué pasaría si nosotros tuviéramos que estar encadenados por sólo un día, o una hora, en un lago de fuego, cuán extremadamente largo nos parecería el día o la hora! No sé si no nos parecería como mil años. ¡Mas luego de miles y miles de años pensemos que apenas habrán probado su amarga copa! Luego de millones de años no estarán más cerca del fin que el momento que empezaron.

15.              ¿Quién será entonces el que, pareciendo tener la inteligencia de un ser humano, deliberadamente prefiera (necia, insensata y distraídamente) las cosas temporales a las eternas Aun concediendo la absurda e imposible suposición que la maldad es felicidad, suposición contraria a toda razón, así como a toda experiencia, ¿quién prefiere la felicidad de un año, digamos de mil años, a la felicidad de la eternidad, si millares de épocas son en comparación infinitamente menos que un año, un día, un momento Especialmente cuando tomamos en consideración que rechazar una eternidad feliz implica (lo que en verdad nunca deberíamos olvidar) la elección de una eternidad miserable. Pues no hay, y no puede haber, ningún punto medio entre el gozo eterno y el sufrimiento eterno. Un vano pensamiento que algunos han abrigado es que la muerte pondrá fin tanto al alma como al cuerpo. No pondrá fin ni a uno ni a otro; sólo alterará la manera de sus existencias. Puesto que el cuerpo volverá a la tierra como era, y el espíritu volverá a Dios que lo dio.[35] Por ende, el momento de la muerte deberá ser de una felicidad inefable o de un horror inexpresable. Y aquel horror no tendrá fin.

¡Jamás! ¿Dónde se hunde el alma,

ante el terrible sonido

¡Dentro de un abismo oscuro y profundo![36]

¡Aquel que ha hecho la desdichada elección con cuánta frecuencia desearía ambas muertes, la de su alma y la de su cuerpo! Es posible que pueda rogar como supone el Dr. Young:

¡Cuando me haya atormentado

diez mil, un millón de años en el fuego,

déjenme entonces expirar![37]

16.              Esta incalificable necedad, esta indecible insensatez de preferir las cosas presentes a lo eterno es, con todo, la enfermedad de cada persona nacida en este mundo, en tanto se encuentra en su estado natural. Pues tal es la constitución de nuestra naturaleza que como el ojo ve una sola porción del espacio de una vez, así la mente sólo ve tal porción de tiempo de una vez. Y como todo el espacio que se encuentra más allá de esto es invisible al ojo, todo el tiempo que se encuentra más allá de este ámbito es invisible a la mente. Así que no percibimos ni el espacio, ni el tiempo que están lejos. El ojo ve distintivamente el espacio que está próximo, con los objetos que contiene. De igual manera la mente ve distintivamente aquellos objetos que están dentro de tal distancia de tiempo. El ojo no ve las bellezas de China. Están a una distancia muy grande. Hay un gran espacio entre nosotros y ellas; por tanto, no nos afectan. Son como si nada para nosotros; para nosotros es lo mismo que si no existieran. Por la misma razón la mente no ve ni las bellezas ni los terrores de la eternidad. No nos afectan de modo alguno, porque están tan distantes de nosotros. Sobre esta base es que nos parecen nada; precisa­mente como si no existieran. Mientras tanto estamos dedicados a las cosas del presente, sean del tiempo o del espacio; y las cosas parecen menores y menores en tanto están más y más distantes de nosotros. Y así debe ser; tal es la constitución de nuestra naturaleza, hasta que lo natural sea cambiado por la gracia todopoderosa. Mas esto no es excusa para aquellos que siguen en su ceguera natural con respecto al futuro; porque hay previsto un remedio para ello, que es hallado por todos los que lo buscan. Y por cierto, se da libremente a todos los que lo piden con sinceridad.

17.              Ese remedio es la fe. No me refiero a la fe de un pagano, que cree que hay Dios, y que es galardonador de los que le buscan,[38] sino a la que el Apóstol define, la certeza o la convicción de lo que no se ve;[39] una evidencia y convicción divinas del mundo invisible y eterno. Sólo esto abre los ojos del entendimiento,[40] para ver a Dios y las cosas de Dios. Esto quita o vuelve transparente el velo impenetrable, "que pende entre el ser mortal y el inmortal",[41] cuando

La fe arroja su reveladora luz,

Dispersa las nubes, desvanece las sombras;

Lo invisible surge a la vista

Y Dios es visto por ojos mortales.[42]

Así pues, el creyente (en el sentido bíblico) vive en la eternidad y recorre la eternidad. Su perspectiva se amplía. Su visión no está ya limitada por las cosas presentes, ni por un hemisferio terrenal, aunque éste fuese, como dice Milton, "diez veces mayor que el largo de esta tierra".[43] La fe coloca lo invisible, el mundo eterno, continuamente delante de su faz. En conse­cuencia no mira a las cosas que se ven:

Riqueza, honor, placer, u otra cosa,

Que este mundo pasajero puede dar.[44]

Estas no son su meta, el objeto de su búsqueda, su deseo o felicidad, sino más bien las cosas que no se ven: el favor, la imagen y la gloria de Dios. Sabe que las cosas que se ven son temporales, una sombra, un sueño, una neblina que se desvanece;[45] en tanto que las cosas que no se ven son eternas,[46] reales, sólidas, inmutables.

18.              ¿Cuál puede ser entonces mejor ocupación para una persona sabia que meditar acerca de estas cosas, que ensanchar con frecuencia sus pensamientos "más allá de los límites de esta diurna esfera",[47] para extenderse aun más allá de los estrellados cielos, en los campos de la eternidad ¡Qué medio de confirmar su desprecio por las pobres y pequeñas cosas de la tierra! Cuando una persona de enormes posesiones estaba jactándose ante su amigo de la grandeza de su heredad, Sócrates le pidió que trajera un mapa de la tierra y señalara dónde estaba Atica. Cuando esto fue hecho (aunque no con facilidad, por cuanto era un pequeño país), solicitó a Alcibíades indicar su propia heredad. Cuando no pudo hacerlo, fue fácil observar cuán insignificantes eran las posesiones de las que se enorgullecía en comparación a toda la tierra.[48] ¡Cuán aplicable es todo esto al presente caso! ¿Alguien se valora a sí mismo por sus posesiones terrenales ¿Qué es todo el globo terráqueo ante el espacio infinito Una pequeña hilacha de la creación. ¿Y qué es la vida del ser humano, o la duración de la tierra misma, sino una hilacha de tiempo, si se las compara con la longura de la eternidad

¡Piensa en esto! Permite que se introduzca en tu pensamiento hasta que tengas alguna comprensión, aunque imperfecta, de aquel "ilimitado, insondable abismo, sin fondo ni ribera".[49]

19.              Mas si la desnuda eternidad, por así decirlo, es tan vasta, un objeto tan sorprendente como para abrumar tu pensamiento, ¡cuán enorme es la idea de contemplarla revestida de felicidad o de miseria! ¡Perpetua bendición o dolor! ¡Felicidad eterna, o miseria eterna! Uno pensaría que eclipsaría todo otro pensamiento de una criatura razonable. Acepta sólo esto: "estás al borde de una eternidad feliz o miserable". El Creador te desafía a extender tus manos sea hacia una u otra, y uno se imaginaría que ninguna criatura racional podría pensar en ninguna otra cosa. Uno supondría que este único asunto absorbería toda su atención. Por cierto ello debe ser así; sin duda si estas cosas son así sólo puede haber una cosa necesaria. ¡Elijamos, al menos ustedes y yo, no importa lo que hagan los demás, la mejor parte que nunca nos será quitada![50]

20.              Antes de concluir este tema permítanme tratar dos notables pasajes de los Salmos (uno en el octavo y otro en el centésimo cuadragésimo cuarto) que tienen una estrecha relación con esto. El primero es: "Cuando veo los cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites"[51] Aquí el ser humano es considerado como un cero, con un punto comparado con la inmensidad. El segundo dice: "Oh, Señor, ¿qué es el hombre para que en él pienses [...] El hombre es semejante a la vanidad; sus días son como la sombra que pasa".[52] En la nueva traducción inglesa[53] las palabras son aún más fuertes: "¿Qué es el hombre, que tú tomas conocimiento de él ¿O el hijo del hombre, para que lo tengas en cuenta" Aquí el salmista parece considerar la vida del ser humano como un momento, como nada comparada con la eternidad. Lo que el primero quiere decir es: ¿Cómo puede ser que aquél que llena los cielos y la tierra tenga en cuenta al átomo que es el ser humano ¿Cómo puede ser que el ser humano no esté completamente perdido en la inmensidad de las obras de Dios El propósito del segundo es: ¿Cómo puede ser que "el que habita la eternidad"[54] se incline para considerar la criatura de un día; alguien cuya vida se desvanece como una sombra ¿No es éste, acaso, un pensamiento que ha asaltado muchas mentes serias así como ocurrió con David, y que les ha dado una suerte de temor a menos que sean olvidados delante de quien abarca todo el espacio y toda la eternidad ¿Pero, no surge este temor de suponer que Dios es como nosotros Si consideramos el espacio ilimitado o la duración ilimitada, ante esto nos reducimos a nada. Pero Dios no es un ser humano. Un día y un millón de años son lo mismo delante de él. Por lo tanto existe la misma desproporción entre él y el ser perecedero, como entre él y la criatura de un día. Por tanto, siempre que tal pensamiento reaparezca, siempre estés tentado a temer ser olvidado ante el inmenso y eterno Dios, recuerda que nada es pequeño o grande, que no hay duración larga o corta, delante de él. Recuerda que Dios ita praesidet singulis sicut universis, et universis sicut singulis; que él preside sobre cada individuo como sobre el universo; y sobre el universo como sobre cada individuo.[55] Así que se puede decir enérgicamente:

¡Padre, cuán amplia tu gloría reluce,

Señor del universo y Dios mío!

Tu bondad custodia sobre todo.

Como si el mundo entero fuera un alma:

¡Y aún cuentas cada sagrado cabello mío

Como si yo fuera tu único cuidado![56]



[1] Versión castellana del traductor, siguiendo el sentido del original hebreo y el texto de Wesley. La versión castellana de Reina y Valera dice: "Desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios".

 

[2] Se trata de una distinción escolástica bastante común en tiempos de Wesley.

 

[3] Is. 57.15.

 

[4] Is. 7: 14; Mt. 1:23.

 

[5] Samuel Wesley, "An Hymn to God the Son", Poems (1736), pág. 3. Aquí Wesley sigue su propia versión tomada de su Collection of Psalms and Hymns (Charleston, 1737), págs. 12-13.

 

[6] Ibid, pág. 4, donde el original y las antologías de 1737 y 1744 dicen: "Salve, coronado con gloria esencial."

 

[7] Cf. San Agustín, Confesiones, XI.xiv-xxvi; XII.xxix.

 

[8] Cf.Ap. 20.11.

 

[9] Mr. 4.30.

 

[10] Jer. 23.24.

 

[11] Carlos Wesley, "An Hymn for Seriousness", verso 2, en Hymns and Sacred Poems (1749).

 

[12] Job 4.19.

 

[13] Ibid.

 

[14] Cf. Sab. 2.23.

 

[15] Nm. 23.19.

 

[16] Cf en el tomo I, el Sermón 15.III.4.

 

[17] Es decir, "devorador de las edades". Es una adaptación de Ovidio, Metamorfosis, xv, 234, donde se afirma que el tiempo es "devorador de las cosas".

 

[18] Véase el análisis de Bacon sobre el "Calor" bajo las tres Tablas de "Esencia, Desviaciones y Grados", en Works, editado por Spedding y otros (1869), I.354-84.

 

[19] Cf 2 P. 3.12.

 

[20] Mr 4.30.

 

[21] Se refiere a la columna votiva en el centro del más grande foro de Roma, cercano a la actual Plaza Venecia. Todavía está casi intacta. La columna misma, de unos 30 metros, data del año 113 d. de C.

 

[22] Un teatro imperial romano que data del 52 a. de C.

 

[23] Esto es, etruscas. La principal colección se encuentra en la Villa Julia en Roma; otra se encuentra en el Museo Etrusco de Orvieto, también en Italia.

 

[24] Gn. 49.26.

 

[25] Cf. Sal. 90.2.

 

[26] Gn. 5.27.

 

[27] Esta referencia no se encuentra en los escritos de San Cipriano. El "fallecido autor" es Addison, en The Spectator, No. 575 (Lunes 2 de agosto de 1714), quien no cita a San Cipriano como su fuente, sino a "uno de los escolásticos".

 

[28] Véase Sal. 36.8.

 

[29] Carlos Wesley, Hymns and Sacred Poems (1749), II.314.

 

[30] Ap. 4.8.

 

[31] Juan y Carlos Wesley, Hymns and Sacred Poems (1740), pág. 133.

 

[32] Mt. 25.41.

 

[33] Ap. 19.20.

 

[34] Ap. 14.11.

 

[35] Ec. 12.7.

 

[36] Cf. Young, The Last Day, iii. 156-57.

 

[37] Ibid., iii.206-7.

 

[38] He. 11.6.

 

[39] He. 11.1.

 

[40] Cf. Ef. 1.18; l Co. 2.10-12.

 

[41] Cita de la obra teatral de John Hughes, The Siege of Damascus III.i.205-11.

 

[42] Carlos Wesley, en Hymns and Sacred Poems (1740), p7.

 

[43] El Paraíso Perdido, vi.78.

 

[44] Una traducción del francés, aparentemente provista a los hermanos Wesley por John Byrom, que aparece en sus Miscellaneous Poems (1773), II.211.

 

[45] Cf. Stg. 4.14.

 

[46] 2Co. 4.18.

 

[47] Paráfrasis de Milton, El Paraíso Perdido, vii. 21-22.

 

[48] La anécdota se encuentra en Alcibíades I, falsamente atribuido a Platón.

 

[49] El origen de esta cita no se ha encontrado.

 

[50] Cf. Lc. 10.42.

 

[51] Sal. 8.3-4.

 

[52] Sal. 144.3-4.

 

[53] Esto es, la de 1611.

 

[54] Is. 57.15.

 

[55] San Agustín, Confesiones, III.xi.

 

[56] Carlos Wesley, Short Hymns on Select Passages of the Holy Scriptures (1762), II.158.