Wesley Center Online

Sermón 62 - El por qué de la venida de Cristo

1 Juan 3:8

Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo.

1.                Muchos escritores de renombre, paganos y cristianos por igual, en tiempos pasados y en el presente, han dedicado lo mejor de su esfuerzo y de su arte a describir la belleza de la virtud. Otro tanto han hecho para brindar una descripción vívida de los problemas que ocasiona el mal, el mal en general y también aquellas manifestaciones del mal características del tiempo y lugar en que les había tocado vivir. Han sido igualmente cuidadosos en resaltar la felicidad que trae la virtud y la desdicha que normalmente acompaña al vicio y es su consecuencia ineludible. Y podemos admitir que estos tratamientos del tema no carecen del todo de valor. Es probable que a partir de ellos algunas personas se hayan sentido movidas a buscar la virtud, y otros hayan puesto freno a su carrera hacia el vicio, o tal vez se abstuvieron de caer en él al menos por un tiempo. Pero el cambio operado por este medio rara vez es profundo o universal; mucho menos duradero, en poco tiempo se desvanece y se va corno la nube.[1] Tales motivaciones no alcanzan en absoluto a vencer las innumera­bles tentaciones que nos rodean. Todo cuanto pueda decirse acerca de la belleza y las ventajas de la virtud, así como de los efectos dañinos y aberrantes del vicio, no es suficiente para resistir, cuánto menos superar o vencer, ni una sola pasión o deseo.

Basta un solo pecado arraigado en nosotros para derribar todas nuestras defensas y estrategias.[2]

2.                Es, pues, imprescindible que contemos con armas mejores que estas si verdaderamente queremos vencer el mal y perseverar en la práctica de la virtud. De otro modo, podremos saber qué es lo correcto, pero no podremos alcanzarlo. Muchos pensadores paganos conocían esto profundamente. Las palabras de Medea reflejan lo que ellos sentían en su corazón:

Video meliora proboque,

Deteriora sequor.

Lo bueno apruebo y lo contrario sigo.[3]

Palabras que concuerdan exactamente con las del Apóstol (hablando como un hombre que está convencido de su pecado, pero que aún no ha logrado dominarlo): Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.[4] Incluso el filósofo romano descubrió la impotencia de la mente humana: "Existe en todo hombre", dice el filósofo, "esta debilidad" (bien pudo haberla llamado 'penosa enfermedad') "gloriae sitis, una sed de gloria. La naturaleza nos indica dónde está la enfermedad, pero no nos enseña cómo curarla."[5]

3.                Tampoco resulta extraño que a pesar de haber buscado una solución no pudieran hallarla, dado que la buscaron donde nunca estuvo ni estará: la buscaron en ellos mismos, en la razón, en la filosofía, todo lo cual es débil y efímero como una caña quebradiza, como las pompas de jabón, como el humo. No la buscaron en el único en quien podemos hallarla: ¡Dios! Negaban esto por completo, y lo hacían en términos muy duros. Porque aun cuando Cicerón, uno de sus voceros, cierta vez se enfrentó con esta extraña verdad: Nemo unquarn vir magnus sine afflatu divino fuit[6] ("nunca hubo un gran hombre que no fuera por la divinidad inspirado"), sin embargo en el mismo verso se contradice, y derriba su propio argumento al preguntar: Quis pro virtute aut sapientia gratias dedit Deis unquam[7] "¿Quién alguna vez dio gracias a Dios por su virtud o sabiduría" Un poeta romano fue aun más directo, si acaso es posible. Después de mencionar varias bendiciones materiales agrega con toda honestidad:

Haec satis est orare Jovem, quae donat et aufert:

Det vitam, det opes: aequum, mi animum ipse parabo.[8]

Pedimos a Dios aquello que él puede dar o quitar,

Vida y riqueza, pero la virtud debo obtenerla yo mismo.

4.                Los mejores entre ellos buscaban la virtud por una parte en Dios, y por otra parte en ellos mismos. O bien la buscaban en dioses que no eran sino demonios, y como tales, incapaces de transformar a sus devotos en algo mejor. Así de limitada era la claridad de los más sabios hasta que el evangelio sacó a luz la vida y la inmortalidad,[9] hasta que el Hijo de Dios apareció para deshacer las obras del diablo.[10]

Pero ¿cuáles son las obras del diablo que menciona el texto ¿De qué manera se manifestó el Hijo de Dios para deshacerlas Y ¿cómo, de qué modo, qué método utiliza para deshacerlas verdaderamente Consideraremos estas tres cuestiones de gran importancia en este preciso orden.

I.1.              En primer término podemos conocer en qué consisten estas obras del diablo a partir de los versículos anteriores y posteriores al texto: "Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados".[11] "Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido."[12] "El que practica el pecado es del diablo, porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo."[13] "Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado."[14] A juzgar por estos textos, parece que las obras del diablo que aquí se mencionan son el pecado y el fruto del pecado.

2.                Pero ahora la sabiduría de Dios ha dispersado las nubes que durante tanto tiempo habían cubierto la tierra, y ha puesto fin a las conjeturas infantiles que los humanos hacían respecto de estos temas. Podría resultar útil tratar de tener una visión más clara de estas obras del diablo de acuerdo con lo que aprendemos de la palabra de Dios. Es verdad que el designio del Espíritu Santo era ayudarnos en nuestra fe, y no satisfacer nuestra curiosidad. Es por ello que el relato que presentan los primeros capítulos del Génesis es extremadamen­te breve. Sin embargo, está claro que podemos aprender de él todo lo que debemos saber.

3.                Si nos remitimos al comienzo de todo encontramos que creó Dios (literalmente "Jehová, Dioses", es decir, el Dios trino) al hombre a su imagen,[15] a su propia imagen (según lo mejor de él mismo), es decir, le dio espíritu así como Dios es espíritu. Lo dotó de entendimiento, una cualidad que se presenta, si no como la esencia misma del espíritu, al menos como su característica más sobresaliente. Es probable que en ese entonces el espíritu humano, igual que el angelical, pudiera discernir la verdad intuitivamente. Por eso pudo dar nombre a todas las criaturas según la naturaleza de cada una de ellas. Sin embargo su conocimiento era limitado; siendo él mismo criatura, la ignorancia formaba parte inseparable de su ser. No así el error; aparentemente no se equivocaba en nada. Pero existía la posibilidad de que lo hiciera, de que resultara engañado, aunque no tenía que ocurrirle necesariamente.

4.                También fue dotado de voluntad, y de sentimientos variados (que no son otra cosa que diversas formas de expresión de la voluntad) para que pudiera amar, desear y deleitarse en lo que es bueno; de otro modo su entendimiento no hubiera servido de nada. Se le dio asimismo libertad, la capacidad de elegir el bien y rechazar el mal. Sin ella, la voluntad y el entendimiento hubieran carecido de valor. No cabe duda de que sin libertad el ser humano no podría haber actuado como agente libre, en realidad no podría haber sido agente en absoluto. Un ser sojuzgado es siempre pasivo, no tiene capacidad de actuar. Imaginemos que alguien tiene una espada en la mano y que una persona más fuerte le toma la mano y lo fuerza a herir a un tercero. ¿Podemos decir que se trata de un agente No. En este caso el rol de la persona es igual al de la espada; su mano fue tan pasiva como el acero. Lo mismo se aplica a todos los casos similares. Quien no es libre no actúa como agente sino como paciente.[16]

5.                Pareciera entonces que todo espíritu en el universo, precisamente por ser espíritu, está dotado de entendimiento, y por consiguiente, también de voluntad y de cierto grado de libertad. Estos tres atributos constituyen una unidad insepara­ble en toda naturaleza inteligente. Presten atención a esto: la libertad forzada, o denegada, en realidad no es libertad. Es una contradicción. Sería como decir "libertad cautiva"; es, lisa y llanamente, un sinsentido.

6.            También puede observarse (y esta observación es importante) que donde no hay libertad no puede haber moral mala ni buena, no puede haber virtud ni vicio. El fuego nos brinda su calor, y sin embargo no posee virtud alguna; y si nos quema su acción no puede calificarse como "mala". Sólo existe virtud cuando un ser inteligente que posee entendimiento, ama y elige el bien; y sólo existe el mal cuando este ser inteligente conoce, ama y elige el mal.

7.            Dios creó al humano no sólo según su imagen natural, sino también según su imagen moral. No sólo le otorgó conocimiento sino que también lo creó en justicia y santidad.[17] Su entendimiento era perfecto, sin fallas, y así también eran sus sentimientos. Todos estaban en perfecto orden y encauzados hacia el objeto correcto. Y actuando como ser libre, elegía siempre el bien según su entendimiento. De este modo era inmensamente feliz, morando él en Dios y Dios en él. Estaba en permanente comunión con el Padre y con el Hijo mediante el Espíritu eterno, y con su propia conciencia sabiendo que todo lo que hacía era bueno y agradable delante de Dios.

8.            Empero su libertad, como ya lo he señalado anteriormente, implicaba necesariamente la capacidad de elegir o rechazar tanto el bien como el mal. Ciertamente se ha puesto en duda que el ser humano pudiese elegir el mal, a sabiendas. Pero lo que no puede ponerse en duda es que pudiera confundir el mal con el bien. No era infalible, y, por tanto, no era perfecto. Y esto aclara la dificultad que encierra la gran pregunta: unde malum, "¿Cómo entró el mal en el mundo" Por Lucero, hijo de la mañana;[18] fue obra del diablo. Porque el diablo, dice el Apóstol, peca desde el principio,[19] es decir, fue el primer pecador del universo, el autor del pecado; el primer ser que abusando de su libertad introdujo el mal en la creación.

El, si no el primer arcángel,

Al menos entre los primeros,[20]

fue tentado a tener muy alta estima de sí mismo. Libremente cedió a la tentación y cayó primeramente en el orgullo, luego en la autosuficiencia. Pensó para sí: "Me sentaré a los lados del norte, y seré semejante al Altísimo".[21] Mas no cayó solo sino que arrastró en su caída a la tercera parte de las estrellas que había en el cielo, las cuales perdieron su gloria y felicidad y fueron alejadas de su primera morada.

9.            Con gran ira,[22] y quizás envidia, por la felicidad que disfrutaban las criaturas que Dios había creado, no es extraño que deseara y se esforzara por privarlas de ella. Para lograrlo se ocultó en la serpiente, que era la más astuta,[23] o inteligente, de todas las criaturas salvajes, y por ello la menos indicada para levantar sospecha. Por cierto hay quienes han creído, y no es del todo improbable, que en aquel tiempo la serpiente poseía la capacidad de razonar y de hablar. ¿Acaso Eva hubiese aceptado dialogar con ella si no hubiera conocido sus atributos Hubiera sido más lógico que se asustara en lugar de resultar engañada, como señala el Apóstol.[24] A fin de engañarla Satanás confundió verdad y mentira: "¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto"[25] E inmediatamente la persuadió para desconfiar de Dios, dudando de que cumpliera con su amenaza. Fue entonces que ella quedó completamente a merced de la tentación: los deseos de la carne, porque vio que el árbol era bueno para comer; los deseos de los ojos, porque el árbol era agradable a los ojos; y la vanagloria de la vida, porque era árbol codiciable para alcanzar la sabiduría,[26] y ser honrado en consecuencia. De este modo el descreimiento engendró el orgullo. La mujer creyó que podía alcanzar mayor sabiduría que Dios, creyó que podía encontrar un mejor camino hacia la felicidad que el que Dios le había mostrado. Nació la autosuficiencia: ella estaba decidida a hacer su propia voluntad, no la voluntad de su Creador. Y surgieron necios deseos que finalmente culminaron en la manifestación del pecado: Y tomó de su fruto, y comió.[27]

10.          Luego dio también a su marido, el cual comió así como ella.[28] Y en ese momento, ese mismo día, murió.[29] Se extinguió la vida de Dios que había en su alma. La gloria lo abandonó. Perdió la imagen moral de Dios, la justicia y santidad en las que había sido creado.[30] Perdió la santidad, fue desdichado; se llenó de pecado, de culpa y de temores que lo atormentaban. Habiéndose separado de Dios, ahora lo veía como un juez airado y tuvo miedo.[31] ¡Hasta qué punto se había obnubilado su entendimiento que creyó que podría esconderse de la presencia de Dios entre los árboles del huerto![32] ¡Su alma estaba muerta a los ojos de Dios! Asimismo la muerte entró en su cuerpo ese mismo día. Se volvió vulnerable a la debilidad, a las enfermedades y al dolor: todos los pasos previos a la muerte del cuerpo, la cual naturalmente llevaba a la muerte eterna.

II.           Estas son las obras del diablo, el pecado y sus frutos, analizados según el orden y las relaciones existentes entre ellos. Seguidamente consideraremos de qué modo el Hijo de Dios se manifestó a fin de destruirlas.

1.            Se manifestó como el unigénito Hijo de Dios,[33] con la misma gloria del Padre, a las criaturas celestiales, desde antes de la fundación del mundo.[34] Todas las estrellas del alba alabaron, todos los hijos de Dios se regocijaron,[35] cuando le escucharon decir: Sea la luz, y fue la luz;[36] cuando él extendió el norte sobre el vacío,[37] y extendió los cielos como una cortina.[38] Ciertamente la creencia universal de la iglesia primitiva fue que nadie jamás había visto a Dios Padre, y que nadie lo podía ver; que desde toda la eternidad él moraba en la luz inaccesible. Solamente en y mediante su Hijo amado él se ha revelado a sus criaturas.

2.            No es fácil determinar de qué manera el Hijo de Dios se manifestó a nuestros primeros antepasados en el paraíso. La creencia generalizada, y probablemente fue así, es que se presentaba delante de ellos como hombre, y hablaban cara a cara. Personalmente no creo en el ingenioso sueño del Dr. Watts[39] referido a "la gloriosa humanidad de Cristo", la cual, según él, existió desde antes de la creación del mundo y estaba dotada con toda clase de sorprendentes poderes. Por el contrario, considero que tal hipótesis es peligrosa, más aún, dañina, ya que invalida la fuerza de muchos textos de la escritura que siempre se han interpretado como probatorios de la divinidad del Hijo. Temo que esta haya sido la causa principal que apartó a ese gran hombre de la fe que una vez fue dada a los santos.[40] Esto es en el caso de que realmente se hubiere apartado de ella, es decir, si fuera auténtico ese hermoso soliloquio publicado en sus obras póstumas en el cual él pide fervientemente al Hijo de Dios que no se disguste "en razón de que él no puede creer que el Hijo sea igual al Padre y comparta su misma eternidad."

3.            Podemos razonablemente creer que en épocas subsiguientes se manifestó de manera similar a Enoc, en tanto éste caminó con Dios,[41] a Noé, antes y después del diluvio, a Abraham, Isaac y Jacob en varias oportunidades, a Moisés, y podríamos continuar enumerando otros casos. Este parece ser el significado de las palabras: "Mi siervo Moisés es fiel en toda mi casa. Cara a cara hablaré con él, y claramente, y no por figuras; y verá la apariencia de Jehová",[42] es decir, el Hijo de Dios.

4.            Pero todas estas manifestaciones no eran sino adelantos de su "gran manifestación". Cuando vino el cumplimiento del tiempo[43] (justamente al cumplirse la mitad de la edad del mundo, tal como fuera comprobado por un gran hombre[44]) Dios introduce al Primogénito en el mundo,[45] nacido de mujer, porque el poder del Altísimo la cubrió con su sombra.[46] Luego se manifestó a los pastores, a Simeón, hombre consagrado, a Ana, la profetisa, y a todos los que esperaban la redención en Jerusalén.[47]

5.            Cuando tuvo edad suficiente para cumplir con su misión sacerdotal se manifestó a todo Israel predicando el evangelio del reino de Dios en todas las ciudades y aldeas.[48] Durante un tiempo todos le glorificaban, reconociendo que jamás hombre alguno había hablado como él,[49] que hablaba como quien tiene autoridad,[50] con toda la sabiduría y todo el poder de Dios. Se manifestó a través de innumerables señales, prodigios y milagros que hizo,[51] y también mediante su propia vida, siendo el único nacido de mujer que no conoció pecado ,[52] que desde su nacimiento hasta su muerte todo lo hizo bien,[53] siempre haciendo no su voluntad, sino la voluntad del que lo envió.[54]

6.            ¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo![55] Fue esta la manifestación más gloriosa de sí mismo que jamás había hecho. De qué manera tan maravillosa se manifestó ante los ángeles y los seres humanos cuando fue herido por nuestras rebeliones,[56] cuando llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero,[57] cuando, mediante esa única entrega de sí mismo, ofreció un sacrificio completo, perfecto y suficiente, una ofrenda y reparación por los pecados de todo el mundo. Y cuando hubo cumplido con todo esto, exclamó: "Consumado es." Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu.[58] Sólo resta mencionar sus manifestaciones posteriores: su resurrección de los muertos, su ascensión a los cielos, a la gloria que tuvo desde antes que el mundo fuese,[59] y la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés. Todo esto describen con gran belleza las bien conocidas palabras del salmista: "Subiste a lo alto, cautivaste la cautividad, tomaste dones para los hombres, y también para los rebeldes, para que habite entre ellos Dios."[60]

7.            "Para que habite Dios entre ellos". Esto se refiere a una nueva manifestación del Hijo de Dios, a la manifestación de su ser interior. Cuando habló con sus discípulos acerca de esto, poco tiempo antes de su muerte, uno de ellos inmediatamente le preguntó: "Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo"[61] Haciendo posible que creamos en su nombre. El se manifiesta en nuestro interior cuando podemos decir con confianza: "¡Señor mío, y Dios mío!"[62] Entonces cada uno de nosotros puede decir con toda seguridad: "La vida que ahora vivo, la vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí".[63] Y es a través de este manifestarse en nuestros corazones que verdaderamente logra destruir las obras del diablo.

III. 1.      A continuación meditaremos acerca de cómo logra destruir sus obras, de qué manera lo hace y cuáles son los pasos a seguir. Primeramente, así como la obra del diablo comenzó haciendo caer a Eva en el descreimiento, paralela­mente la obra del Hijo de Dios comienza dando a los seres humanos la posibilidad de creer en él. El es quien abre e ilumina los ojos de nuestro entendimiento. El manda a la luz brillar en medio de la oscuridad, y quita el velo con que el dios de este mundo cubrió nuestro corazón. Entonces podemos ver, no a partir de una serie de razonamientos, sino mediante una cierta intuición, de manera directa, que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados,[64] no tomando en cuenta mis pecados. Ese día sabemos que somos de Dios,[65] hijos de Dios por la fe, y que tenemos redención por su sangre, la sangre de Cristo, y el perdón de los pecados.[66] Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.[67] Esa paz que nos permite contentarnos cualquiera sea nuestra situación,[68] que nos libera de las dudas que nos acechan, de los temores que nos atormentan y, especialmente, del temor de la muerte por el cual estábamos sujetos a servidumbre durante toda nuestra vida.[69]

2.            Asimismo el Hijo de Dios golpea la raíz del orgullo, que es la gran obra del diablo, haciendo que el pecador se humille delante del Señor, que se aborrezca, y se arrepienta en polvo y ceniza.[70] Golpea la raíz de la auto suficiencia, haciendo posible que el pecador humillado sea capaz de decir en todas las cosas: "No sea como yo quiero, sino como tú."[71] El es quien destruye nuestro amor por el mundo, liberando a quienes en él creen de toda codicia necia y dañosa,[72] de los deseos de la carne, de los deseos de los ojos, y de la vanagloria de la vida.[73] El nos salva de buscar o esperar encontrar la felicidad en criatura alguna. Así como Satanás desvió el corazón del ser humano del creador hacia la criatura, así también el Hijo de Dios vuelve el corazón del hombre de la criatura hacia el creador. De esto modo, manifestándose él mismo, destruye las obras del diablo, permitiendo que los culpables cuyas transgresiones los habían apartado de Dios recuperen su favor, el perdón y la paz. El pecador en quien no mora el bien[74] es devuelto al amor y a la santidad; el pecador atribulado y desdichado vuelve a sentir un gozo inefable,[75] una felicidad real y verdadera.

3.            Pero podemos observar que el Hijo de Dios no destruye todas las obras del Diablo en el ser humano, mientras dure la vida de este en la tierra. No destruye la debilidad corporal, la enfermedad, el dolor, ni otras mil dolencias que afectan la carne y la sangre. Tampoco destruye nuestra pobreza de entendimiento, que es consecuencia lógica de que nuestra alma more en un cuerpo corruptible, de modo que continúa teniendo validez afirmar que humanum est errare et nescire,[76] el errar y del desconocer son humanos. En nuestra presente condición sólo nos confía una pequeñísima parte del conoci­miento, para que nuestro conocimiento no interfiera con nuestra humildad y no pretendamos, una vez más, ser como dioses. A fin de librarnos de caer en la tentación del orgullo, y de todo sentimiento de independencia (que es precisamente lo que los seres humanos generalmente tanto anhelan, dándole el nombre de "libertad"), permite que continuemos rodeados de todas estas limitaciones, especialmente la limitación de nuestro entendimiento, hasta que se cumpla la sentencia: "¡Polvo eres, y al polvo volverás!"[77]

4.            Entonces cesará toda debilidad corporal, el error y el dolor, todo esto será destruido por la muerte. Y la propia muerte, el último enemigo[78] del humano, será destruida en la resurrección. En el preciso momento en que escuchemos la voz del arcángel y la trompeta de Dios, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. Este cuerpo corruptible se vestirá de incorrupción, y este cuerpo mortal se vestirá de inmortalidad.[79] Entonces el Hijo de Dios, manifestado en las nubes del cielo, destruirá la última obra del diablo.

5.            Ahora, pues, podemos ver con la mayor claridad, iluminados con la luz más potente, en qué consiste la religión verdadera: que el ser humano vuelva a tener, gracias a aquel que puede golpear la cabeza de la serpiente, todo aquello que la serpiente en el comienzo le quitó. Esta restauración no sólo significa recuperar el favor de Dios, sino también la imagen de Dios; no sólo librarse del pecado, sino también estar lleno de la plenitud de Dios.[80] Tomando en cuenta estas consideraciones, resulta obvio que una religión que ofrezca menos que esto, no es cristianismo. Todo lo demás, ya sea cuestiones negativas o de forma, no tiene nada que ver con la religión cristiana. Y, sin embargo, ¡qué poco se entiende esto en el mundo cristiano! ¡Extraña paradoja! ¿Acaso se puede aceptar como un hecho que en esta era del iluminismo el mundo posee más sabiduría que la que jamás poseyó desde sus orígenes Hemos descubier­to tantas cosas, mas ¿quién ha descubierto esto Muy pocos, tanto entre los ilustrados como entre los que no lo son. Y, sin embargo, si creemos lo que dice la Biblia, ¿quién puede negarlo ¿Quién puede ponerlo en duda Está presente en la Biblia de principio a fin, como un hilo conductor. La manera en que cada una de las partes concuerda con las demás es precisamente la analogía de la fe. Tengan cuidado de creer que la religión es otra cosa fuera de esto, o algo menos que esto. Fuera de esto no hay religión. No imaginen que una conducta formal, una serie de deberes, tanto públicos como privados, constituyen la religión. No crean que la sinceridad, la justicia, o cualquier otro signo de "moralidad" (aunque sean atributos excelentes cuando se les da el lugar que les corresponde) pueden equipararse con la religión. Y mucho menos sueñen que la ortodoxia, el pensamiento correcto (comúnmente llamado "fe") es igual a la religión. De todos los espejismos religiosos este es el más vano, porque confunde el heno y el rastrojo con el oro refinado en el friego.

6.            ¡No acepten nada que sea menos que esto como la religión de Jesucristo! No tomen una parte por el todo. Lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.[81] No acepten como su religión nada inferior a una fe que mediante el amor obra en nosotros[82] toda santidad interior y exterior. No se contenten con una religión que no signifique la destrucción de todas las obras del Diablo, es decir, de todo pecado. Sabemos que nuestro entendimiento será limitado, y que tendremos una y mil debilidades más en tanto exista este cuerpo corruptible. Pero el pecado no tiene por qué permanecer; es obra del Diablo, y el Hijo de Dios se manifestó para destruirlo en esta vida presente. El quiere destruirlo ahora en todos quienes crean en él, y tiene poder para hacerlo. ¡No seáis estrechos en vuestro propio corazón![83] ¡No desconfíen del poder de su amor! ¡Pongan a prueba su promesa! El ha hablado, ¿no creen que del mismo modo está dispuesto a actuar Simplemente acérquense confiados al trono de la gracia,[84] entréguense a su misericor­dia, y descubrirán que ¡él puede salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios![85]

20 de enero de 1781.


[1] Job7.9.

 

[2] Cf Herbert, "Sinne", en Poetical Works, Londres, 1857. Wesley había hecho una selección de sus poemas en 1773.

 

[3] Ovidio, Las Metamorfosis, vii, 43. Traducción P. Sánchez de Viana, Madrid, 1887.

 

[4] Ro. 7.19.

 

[5] Virgilio, Eneida.

 

[6] Ciceron De Natura Deorurn, ii.66.

 

[7] Ibid., iii.36.

 

[8] Horacio, Epístolas, I.xviii. 111-12

 

[9] 2 Ti. 1.10.

 

[10] 1 Jn. 3.8.

 

[11] ver. 5.

 

[12] ver. 6.

 

[13] ver. 8.

 

[14] ver. 9.

 

[15] Gn. 1.27.

 

[16] "Paciente" entendido en su acepción de sujeto que recibe la acción del agente.

 

[17] Ef. 4.24.

 

[18] Is. 14.12.

 

[19] 1 Jn. 3.8.

 

[20] Milton, El paraíso perdido, y. 659-60.

 

[21] Is. 14. 13-14.

 

[22] Ap. 12.12.

 

[23] Gn. 3.1.

 

[24] 1 Ti. 2.14.

 

[25] Gn. 3.1.

 

[26] 1 Jn. 2.16; Gn. 3.6.

 

[27] Gn. 3.6.

 

[28] Ibid.

 

[29] Gn. 2.17.

 

[30] Ef. 4.24.

 

[31] Gn. 3.10.

 

[32] Gn. 3.8.

 

[33] Jn. 3.18.

 

[34] Ef 1.4; 1 P. 1.20.

 

[35] Job 38.7.

 

[36] Gn. 1.3.

 

[37] Job 26.7.

 

[38] Sal. 104.2; Is. 40.22.

 

[39] Isaac Watts (1674-1748), distinguido predicador del movimiento no­conformista. Wesley advirtió en contra de esta doctrina en una carta a su hermano (1780) y en otra a J. Benson (1788).

 

[40] Jud. 3.

 

[41] Gn. 5.22, 24.

 

[42] Nm. 12.7-8.

 

[43] Ef. 4.4.

 

[44] Wesley se refiere a Jonathan Edwards, en su obra A History of the Work of Redemption, publicada en 1774.

 

[45] He. 1.6.

 

[46] Lc. 1.35.

 

[47] Lc. 2.38.

 

[48] Mt. 4.23; 9.35.

 

[49] Jn. 7.46.

 

[50] Mt. 7.29.

 

[51] 2 Co. 12.12.

 

[52] 2 Co 5.21.

 

[53] Mr. 7.37.

 

[54] Jn.6.38.

 

[55] Jn. 1.29.

 

[56] Is. 53.5.

 

[57] 1 P. 2.24.

 

[58] Jn. 19.30.

 

[59] Jn. 17.5.

 

[60] Sal. 68.18.

 

[61] Jn. 14.22.

 

[62] Jn. 20.28.

 

[63] Gá. 2.20.

 

[64] 2 Co. 5:19.

 

[65] 1 Jn. 5.19.

 

[66] Col. 1.14.

 

[67] Ro. 5.1.

 

[68] Fil 4.11.

 

[69] He. 2.15.

 

[70] Job. 42.6.

 

[71] Mt. 26.39.

 

[72] 1 Ti. 6.9.

 

[73] 1 Jn. 2.16.

 

[74] Ro. 7.18.

 

[75] 1 P. 1.8.

 

[76] Cf Sermón 13, III.1-9.

 

[77] Gn. 3.19.

 

[78] 1 Co. 15.26.

 

[79] 1 Co. 15.54.

 

[80] Ef 3.19.

 

[81] Mt. 19.6.

 

[82] Gá. 5.6.

 

[83] 2 Co. 6.12.

 

[84] He. 4.16.

 

[85] He. 7.25.