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Sermón XXXVII - Sobre la Naturaleza del Entusiasmo

NOTAS INTRODUCTORIAS

Uno de los cargos principales que se hacían en contra del me­todismo en sus primeros días, era el de tener demasiado entusias­mo. En los labios de la gran mayoría de los opositores, esta pa­labra no significaba otra cosa sino hostilidad a la gran obra de revivir la religión. A la verdad, apenas habría podido encontrarse una sola persona entre los opositores del señor Wesley, que pudiese dar una definición justa de este término. Se decía que un entusiasta era una persona que esperaba obtener un resultado sin usar de los medios. Esta definición no podía aplicarse a los metodistas, porque las mismas personas que la daban, decían de ellos que exageraban los medios de gracia. Con tal motivo se les marcó como legalistas, como hombres que estaban procurando establecer la servidumbre de la ley de las obras.

Por otra parte, amonestaban los metodistas a los miembros de sus sociedades en contra de la doctrina que enseña que no debe uno "hacer bien si no siente su corazón inclinado a ello." A esta llaman una doctrina entusiasta. En otras palabras, quieren decir que no debemos hacer del sentimiento el criterio del deber. El señor Wesley se vio obligado a levantar su voz con energía y de­cisión en contra de los errores de los verdaderos entusiastas. Al­gunas veces se encontraba perplejo, sin poder determinar si cier­tas personas que decían haber recibido dispensaciones extraordi­narias del Espíritu Santo, se engañaban a sí mismas o estaban pro­curando engañar a otros. Usaba de cautela en recibir o rechazar estas experiencias, en algunas de las cuales había algo de verdad, mientras que en las más concurrían circunstancias que daban lu­gar a la duda y a la sospecha.

Quien lea el diario del Señor Wesley, deberá tener presente la índole esencial de un libro en que apunta uno diariamente sus pensamientos y opiniones, opiniones que naturalmente son ex parte, que da uno a impulsos de la ocasión y sin tomar en consi­deración el otro lado del asunto. Aun aserciones respecto de he­chos de los que no fue testigo ocular, podrían revisarse al te­ner informes más completos, que quizá cambiaran el aspecto de la cuestión. En sus acabados discursos y sermones es donde el señor Wesley asienta sus opiniones y por estos solamente se le debe juzgar.

En este sermón se trata del asunto del entusiasmo de una ma­nera clara, concisa y satisfactoria. Como es natural, los desper­tamientos religiosos tropiezan siempre con el peligro de personas que, si bien tienen buenas intenciones, son faltas de criterio y extremosas. Esto sucede especialmente cuando el asunto de la santidad, o sea la perfección cristiana, absorbe la atención en extremo. Se dicen palabras y se expresan sentimientos que en momentos de calma se retirarían, y la causa de la santidad escri­turaria sufre mucho daño en consecuencia de estos mal aconse­jados discursos.

Como en todas las cuestiones de controversia, encuéntrase la verdad entre los dos extremos. Confiar en el cumplimiento de unos cuantos deberes exteriores en obediencia de las ordenanzas y en la observancia de los sacramentos, es verdadero entusiasmo, porque es tanto como esperar obtener el fin de la esperanza y vida cristiana sin hacer uso de los medios prescritos en el Evan­gelio. Por otra parte, la exaltación de los sentimientos, del estado de la mente, y el exigir declaraciones extremadas y en demasía llenas de confianza, de la experiencia individual religiosa, puede convertirse en una red o en piedra de tropiezo para muchas per­sonas cuya complexión natural se opone a estos requisitos.

La vida y costumbres diarias ante el mundo son la mejor prue­ba, la evidencia más segura, del carácter de un cristiano. Donde abundan los frutos del Espíritu allí existe la verdadera libertad y la evidencia innegable de una vida piadosa. Debemos siempre procurar no desanimar a los discípulos débiles y tímidos, pues tal vez se descarríen si se les pide que usen términos y frases que expresan más de lo que sienten en sus conciencias. Los ministros del Evangelio tendrán que estar vigilantes siempre, pero muy especialmente durante los despertamientos religiosos, en contra de esta clase de entusiasmo. El Espíritu de Dios obra siempre en armonía con la complexión de la persona, y esa obra se manifiesta de muchas maneras en la vida de la Iglesia.

ANALISIS DEL SERMON XXXVII

Este cargo se hace en contra de la religión del corazón, y no en contra de ninguna forma exterior y decente. Se hace especial­mente en contra de aquellos que predican sobre el testimonio y poder vivificador del Espíritu Santo. El sentido de la palabra es ambiguo: algunas veces se le da un buen significado, otras uno indiferente, pero las más, uno malo. Este último significa un des­orden de la mente. No locura, sino más bien demencia. Sacar con­clusiones de premisas ilusorias. Esta es demencia religiosa.

Clases de entusiasmo.

1. Los que se figuran que tienen gracia y no la tienen. Con­versiones superficiales. Celo extremoso y mundanal en lugar de religión. Las formas exteriores en lugar de la religión.

2. Los que se figuran que tienen dones sin tenerlos. El poder de hacer milagros. Inspiración milagrosa en la predicación o en la oración, como si Dios dictase las palabras que hablan. Direc­ciones especiales de Dios en cosas triviales, por medio de visiones, impresiones o impulsos repentinos. Dios da direcciones, pero por medio de su Palabra interpretada por la razón y la experiencia, dándonos el Espíritu Santo más luz y disponiendo nuestras men­tes al convencimiento de la verdad. El tratar de conocer a Dios por medios irracionales y antibíblicos, es quebrantar el tercer mandamiento.

3. Tratar de obtener el fin sin usar de los medios es tal como esperar entender la Palabra de Dios sin estudiarla ni usar de nin­guna ayuda, o tratar de hablar en público sin prepararse debi­damente.

4. Algunos clasifican como entusiasmo la creencia en una es­pecial providencia. Para esto, sin embargo, tenemos la autoridad de la Sagrada Escritura. La providencia de Dios es universal lo mismo que particular, y particular lo mismo que universal.

Peligros del entusiasmo. Engendra el orgullo, una confianza obstinada del espíritu y el desprecio de los demás.

Cuidaos del entusiasmo del celoso que persigue; del hombre que, engañado, se figura que es un cristiano por causa de las obras exteriores, y de aquellos que se imaginan tener dones sobrenatu­rales y desprecian el uso de los medios.

SERMON XXXVII

SOBRE LA NATURALEZA DEL ENTUSIASMO

Festo, a gran voz dijo: Estás loco, Pablo: las muchas le­tras te vuelven loco (Hechos 26:24).

1.          Y lo mismo dice todo el mundo, lo mismo opinan todos los hombres que no conocen a Dios respecto de aquellos que tienen la religión de Pablo; que lo siguen como él siguió a Cristo. Es bien cierto que existe cierta clase de religión-y religión que se llama cristiana-la cual puede practicarse sin sufrir semejante imputación, y la que por lo general se dice que está en armonía con el sentido común-es decir, una religión de formas, una serie de deberes exteriores con los que se cumple de manera decente y metódica. Si queréis, po­déis añadir a esto la ortodoxia, un sistema de opiniones rec­tas, y aun más todavía: cierta moralidad pagana. A pesar de todo esto, pocos serán los que os digan: la mucha religión os ha vuelto locos. Pero si procuráis tener la religión del cora­zón, si habláis de "la justicia y la paz y el gozo por el Espíritu Santo," entonces no pasará mucho tiempo antes de que os di­gan a cada uno de vosotros: "Estás loco."

2.          Esto no lo dicen los hombres en calidad de alabanza. Esta vez hablan con sinceridad. No sólo afirman, sino que creen firmemente que todo aquel que dice que el amor de Dios se ha derramado en su corazón, por el Espíritu Santo que le es dado, y que Dios le hace regocijarse en Cristo "con gozo inefable y glorificado," está loco. Si algún hombre vive verdaderamente para Dios, y está muerto para todas las co­sas aquí abajo; si constantemente ve al Invisible, y anda, por lo tanto, por la fe y no por la vista, entonces dicen que es un caso rematado, que indudablemente la mucha religión lo ha vuelto loco.

3.          Fácil cosa es ver que lo que el mundo considera co­mo locura es el desprecio completo de las cosas temporales y la constante prosecución de las eternas. Es esa convicción di­vina de las cosas que no se ven; ese regocijo en la gracia de Dios; ese amor de Dios santo y feliz; ese testimonio de su Es­píritu con nuestro espíritu de que somos los hijos de Dios. En una palabra, es la índole toda, la vida y el poder de la reli­gión de Jesucristo.

4.          Conceden, sin embargo, que en otros aspectos el con­vertido habla y obra como uno que goza de todos sus senti­dos. En otras cosas es un hombre racional, pero sólo en este particular su mente está desarreglada. Se reconoce, por lo tanto, que la demencia que padece es de una clase especial, y en su consecuencia, tienen la costumbre de darle un nom­bre particular: "entusiasmo."

5.          Este término que se usa con mucha frecuencia, que siempre tienen algunos hombres en sus labios, lo entienden muy pocas veces aun aquellos que más lo usan. Por consi­guiente, no será poco aceptable a los hombres serios-a todos aquellos que desean comprender lo que dicen o lo que escu­chan-el que yo procure explicar el significado de esta pa­labra y mostrar lo que es el entusiasmo. Tal vez esto anime a aquellos a quienes injustamente se califican de entusiastas. Y quizá también anime a algunos que merecen ese cargo, al menos a otros que estén en peligro de hacerse entusiastas si no se les amonesta en contra de ese peligro.

6.          Respecto de la palabra misma, diremos que por lo general se admite que viene del griego. Pero de dónde se deriva la palabra griega enthousiasmós, nadie ha podido deter­minar. Algunos han pretendido hacerlo derivar de en theô, en Dios, porque todo entusiasmo se refiere a El. Pero esta interpretación es muy forzada puesto que existe poca seme­janza entre la palabra derivada y las dos de donde quieren hacerla derivar. Otros quieren hacerla derivar de en thysía, en sacrificio, porque muchos de los entusiastas antiguos se con­movían de una manera muy violenta durante el sacrificio. Tal vez sea una palabra ficticia inventada con motivo de la bulla que hacían los que se conmovían tanto.

7.          Es muy probable que una de las razones por las que se ha conservado esta palabra en tantas lenguas, sea el des­acuerdo de los hombres tanto respecto de su significado co­mo de su origen. Adoptaron la palabra griega porque no la entendían. No la tradujeron a sus idiomas porque no sabían cómo traducirla, puesto que siempre ha sido una palabra de sentido incierto, dudoso, y sin un significado fijo.

8.          No es nada extraño, por consiguiente, que se le den tantos significados hoy día y que diferentes personas la entiendan en diversos sentidos, que no son consecuentes el uno con el otro. Algunos creen que significa un impulso o impre­sión divina-superior a todas las facultades naturales-que suspende temporalmente la razón y los sentidos exteriores total o parcialmente. En este sentido de la palabra, tanto los profetas antiguos como los apóstoles eran verdaderos entu­siastas, habiendo estado varias veces tan llenos del Espíritu y tan completamente bajo la influencia de Aquel que moraba en sus corazones, que habiéndose suspendido el ejercicio de su razón, de sus sentidos y de todas sus facultades naturales, fueron movidos completamente por el poder de Dios, y "ha­blaron" solamente "siendo inspirados por el Espíritu Santo."

9.          Otros toman la palabra en un sentido indiferente, que moralmente no es bueno ni malo. Así hablan del entu­siasmo del poeta, especialmente de Homero y Virgilio. Un es­critor eminente, ya muerto, expande este sentido hasta ase­gurar que ningún hombre puede sobresalir en su profesión, cualquiera que ésta sea, si no tiene en su temperamento el elemento del entusiasmo. Según estos, el entusiasmo es un vigor mental poco común, un fervor especial de espíritu, cier­ta vivacidad y lozanía que no se encuentra en el común de los hombres, que eleva el alma a cosas mayores que lo que podría haber hecho la razón fría.

10.        Pero ninguno de estos significados es el que se da más comúnmente a la palabra entusiasmo. Si bien la mayo­ría de los hombres no está de acuerdo respecto de todo lo con­cerniente a esta palabra, sí está acorde en que es algo malo. Evidentemente, esta es la opinión de todos aquellos que lla­man "entusiasmo" a la religión del corazón. Por consiguiente, en las páginas siguientes la consideraré como si fuese un mal, una desgracia, si no una falta.

11.        Indudablemente que la naturaleza del entusiasmo es un desorden de la mente, y tal desorden que interrumpe muy seriamente el ejercicio de la razón. A la verdad, algu­nas veces la hace a un lado por completo. No sólo nubla, sino que ciega los ojos del entendimiento. Puede considerarse, por consiguiente, como cierta clase de demencia. De demen­cia más bien que de locura, puesto que un necio es uno que deduce conclusiones falsas de premisas verdaderas, mientras que un demente deduce conclusiones verdaderas de premi­sas falsas. Y lo mismo hace el entusiasta. Suponed que sus premisas sean verdaderas, sus conclusiones se siguen naturalmente. Empero su equivocación consiste en que sus premisas son falsas. Se figura ser lo que no es, y por consiguiente, ha­biendo empezado mal, mientras más camina, más se aleja de la verdadera vía.

12.        Por lo tanto todo entusiasta no es en realidad sino un demente. Su demencia, por otra parte, no es ordinaria, si­no religiosa. Al usar de este calificativo, no quiero decir que sea parte de la religión, todo lo contrario. La religión es el espíritu de una mente sana y, por lo tanto, está diametral­mente opuesta a toda clase de demencia. Lo que quiero de­cir es que tiene la religión por objeto; está versada en la re­ligión. Así es que el entusiasta generalmente está hablando de la religión, de Dios o de las cosas de Dios, pero habla de tal manera que cualquier cristiano racional puede ver fácil­mente que su mente está trastornada. Se puede, pues, des­cribir el entusiasmo general como sigue: una demencia reli­giosa que resulta de imaginarse que se está bajo la influen­cia o inspiración de Dios; al menos de imputar a Dios o es­perar de El algo que no se debe imputar ni esperar.

13.        Las diferentes clases que hay de entusiasmo son innumerables. Voy a procurar reducir a unos cuantos gru­pos las más comunes, y, por lo mismo, las más peligrosas, a fin de que se conozcan mejor y puedan evitarse más fácilmente.

La primera clase de entusiasmo que mencionaremos es la de aquellos que vanamente se figuran tener la gracia. Al­gunos se figuran que tienen la redención por medio de Cris­to, aun "la remisión de los pecados." Por lo general, estos son los que no tienen raíz en sí mismos; cuyo arrepentimien­to no es profundo, cuya persuasión no es completa. Por con­siguiente, "recibieron la palabra con gozo," pero no teniendo profundidad de tierra, -obra íntima en sus corazones-la se­milla "nació luego." Inmediatamente tiene lugar un cambio superficial que, unido a ese gozo ligero, y aunado al orgullo de sus corazones inconversos y su desordenado amor de sí mis­mos, fácilmente los persuade de que ya han gustado la buena palabra de Dios, y las virtudes del siglo venidero.

14.        Esta es propiamente la primera clase de entusiasmo, es una especie de locura que resulta de imaginarse que tie­nen la gracia cuando en realidad no es así, y sólo engañan a sus almas. Muy bien puede llamarse demencia, puesto que las conclusiones de estos hombres serían verdaderas si sus premisas no fuesen falsas. Pero como éstas son meras creacio­nes de sus mentes, todo lo que sobre ellas edifican cae por tierra. La base de todas sus ilusiones es esta: se figuran que tienen fe en Cristo. Si la tuvieran, serían "reyes y sacerdo­tes para Dios," y poseerían el reino que nunca ha de acabar, pero no la tienen, y por lo tanto, toda su conducta subsiguien­te está tan lejos de la verdad y de la seriedad como la mane­ra de obrar de cualquier demente, que figurándose que es un rey, obra y habla como tal.

15.        Hay muchos otros entusiastas de esta clase. Por ejemplo, el religioso fanático, el que tiene un celo exagerado por las opiniones y por aquello que se complace en llamar for­mas de culto. Estos hombres también se figuran ser creyentes en el Señor Jesús; más aún, se imaginan ser campeones de la fe que fue una vez dada a los santos. En consecuencia, mo­delan toda su conducta según esa vana suposición. Conce­diendo que su hipótesis fuese verdadera, tendrían alguna dis­culpa de su conducta; mientras que en realidad, su modo de obrar no es sino el resultado de una mente desarreglada y un corazón desordenado.

16.        Empero la mayoría de esta clase de entusiastas es  la de aquellos que se figuran ser cristianos y no lo son. Es­tos abundan no sólo en todo nuestro país, sino en todas las regiones habitadas de la tierra. Es bien claro y evidente que no son cristianos, si hemos de creer los Oráculos de Dios. Porque los cristianos son puros, y estos hombres son impu­ros. Los cristianos aman a Dios y éstos aman al mundo. Los cristianos son humildes, éstos son soberbios. Los cristianos son afables, éstos son coléricos. Los cristianos tienen el sentir de Cristo y éstos están muy distantes de ello. Por consiguien­te, son tan cristianos como arcángeles. Sin embargo, sólo se figuran que lo son, y aun pueden dar varias razones de ello: se les ha llamado así toda su vida; los bautizaron hace mu­chos años; aceptan las opiniones cristianas, comúnmente lla­madas la fe cristiana o universal; usan de las formas del culto cristiano, como lo hicieron sus padres antes de ellos; llevan lo que se llama una buena vida cristiana, como lo hacen sus prójimos. Y ¿quién se atreverá a decir o a pensar que estos hombres no son cristianos, si bien no tienen ni un átomo de la verdadera fe en Cristo, o de la santidad genuina o interior, ni han sentido jamás el amor de Dios, o sido "partícipes del Espíritu Santo"

17.        ¡Pobres hombres que os engañáis a vosotros mismos! No sois cristianos, sino entusiastas extremosos. Médicos curaos a vosotros mismos, pero antes conoced la enfermedad que tenéis. Toda vuestra vida se reduce al entusiasmo, el entu­siasmo que satisface a la imaginación de que habéis recibido la gracia de Dios, cuando no es así. En consecuencia de esta gran equivocación, cometéis diariamente más y más torpezas hablando y obrando como si tuvieseis cierto carácter que no os pertenece. De aquí resulta esa inconsecuencia tan palpa­ble y patente que se deja sentir en todo vuestro modo de obrar, y que es una mezcla extraña de verdadero paganismo y de cristianismo imaginario. Todavía, como quiera que tenéis una gran mayoría de vuestra parte, probaréis, al menos con el argumento de los números, que sois los únicos hombres de juicio, y que todos los demás que no están de acuerdo con vosotros, son lunáticos.

Empero esto no cambia la naturaleza de las cosas. En la presencia de Dios y de sus santos ángeles, más aún, en la de los hijos de Dios sobre la tierra, no sois sino meros dementes, meros entusiastas. ¿Que no lo sois ¿No andáis en tinieblas, en la sombra de la religión, la apariencia de la felicidad ¿No estáis aún "inquietándoos en vano" con desgracias tan ima­ginarias como vuestra felicidad o vuestra religión ¿No os figuráis que sois buenos, grandes, inteligentes y sabios ¿Has­ta cuándo Tal vez hasta que la muerte venga a despertaros de vuestro adormecimiento, a haceros arrepentir de vuestra locura por toda la eternidad.

18.        La segunda clase de entusiasmo es la de aquellos que se figuran tener ciertos dones de Dios, cuando no es así. Algunos se han imaginado tener el don de hacer milagros, de curar a los enfermos con una palabra o un toque, de dar la vista a los ciegos, más aún, de resucitar a los muertos, de lo cual hay un ejemplo reciente en nuestra historia. Otros han pretendido profetizar, decir lo que ha de acontecer, y eso con toda exactitud y certeza. Por lo general, un poco de tiempo basta para persuadir a estos entusiastas. Cuando los hechos claros contradicen sus pronósticos, la experiencia consigue lo que no pudo hacer la razón: los hace volver a sus sentidos.

19.        A esta misma clase pertenecen los que al orar o predicar se figuran estar bajo la influencia del Espíritu de Dios, cuando en realidad no lo están. Perfectamente sé que sin El nada podemos hacer, especialmente en nuestro mi­nisterio público; que de nada sirve toda nuestra predica­ción, si no va acompañada de su poder; que de nada valen nuestras oraciones a no ser que el Espíritu nos ayude en nuestras flaquezas. Bien sé que si no predicamos y oramos por el Espíritu, todo es trabajo perdido, puesto que todo lo que llevamos a cabo en la tierra El es quien lo hace, El es quien obra todo en todo. Pero esto no afecta el caso que tra­tamos. Así como existe una influencia verdadera del Espí­ritu de Dios, también hay una imaginaria y muchos toman la una por la otra. Muchos se figuran estar bajo la influencia cuando no lo están, cuando está muy lejos de ellos. Muchos otros se imaginan estar bajo esa influencia mucho más de lo que realmente están. A este número temo que pertenezcan los que se imaginan que Dios dicta las palabras mismas que ha­blan y que por consiguiente, no es posible que digan nada fuera de orden, ya en la sustancia, ya en el lenguaje. Bien sabido es cuántos entusiastas de esta clase ha habido en este siglo. Algunos de ellos hablan con mucha más autoridad que Pablo y cualquiera de los apóstoles.

20.        Esta misma clase de entusiasmo, si bien en grado in­ferior, se encuentra con frecuencia en hombres de carácter privado. Se figuran igualmente estar bajo la influencia o di­rección del Espíritu, cuando en realidad no lo están. Con­cedo que es muy cierto que "si alguno no tiene el Espí­ritu de Cristo, el tal no es de él;" y que siempre que pen­samos, hablamos u obramos rectamente, es debido a la asis­tencia de ese bendito Espíritu. Pero ¡cuántos hay que le atribuyen o esperan de El ciertas cosas, sin tener el menor fundamento racional o bíblico! Tales son los que se figuran que han de recibir direcciones especiales de Dios, no sólo respecto de cosas importantes, sino aun de aquellas que son secundarias, de las circunstancias más triviales de la vida. Dios nos ha dado la razón para guiamos en estos casos, si bien jamás elimina la asistencia secreta de su Espíritu.

21.        Los que esperan ser dirigidos por Dios se exponen especialmente a esta clase de entusiasmo, de una manera justamente llamada extraordinaria-bien en las cosas espiri­tuales, ya en las circunstancias comunes de la vida-por me­dio de visiones o de sueños, de impresiones fuertes o de im­pulsos repentinos de la muerte. No niego que Dios en tiem­pos antiguos manifestara su voluntad de esta manera, ni que lo pueda hacer ahora. Más aún, creo que lo hace en algunos casos muy raros, pero ¡con cuánta frecuencia se equivocan los hombres en este particular! ¡cómo los descarría su or­gullo, y su imaginación calenturienta les hace atribuir a Dios impulsos, impresiones, sueños o visiones enteramente indig­nos de El! Todo esto no es más que mero entusiasmo, y está tan lejos de la religión como de la verdad y la sobriedad.

22.        Puede ser que alguno pregunte: "¿No deberíamos investigar cuál es la voluntad de Dios en todas las cosas ¿No debe ser su voluntad la norma de nuestra práctica" Indu­dablemente que sí, pero ¿cómo investigará esto el cristiano moderado ¿Cómo sabrá cuál es la voluntad de Dios Cier­tamente que no por medio de sueños sobrenaturales. No es­perando que Dios la revele en visiones. No esperando nin­gunas impresiones particulares o impulsos repentinos de la mente, sino consultando los Oráculos de Dios, "la ley y el testimonio." Este es el método general de aprender cuál es la voluntad santa y agradable de Dios.

23.        "Empero, ¿cómo sabré cual es la voluntad de Dios en tal o cual caso El asunto que se propone es en sí mismo de una naturaleza diferente, y por lo tanto, no lo resuelve la Escritura." A lo que contesto que la misma Escritura da una regla general que puede aplicarse a cualquier caso especial: "La voluntad de Dios es vuestra santificación." Es su volun­tad que seamos santos interior y exteriormente; que seamos buenos y hagamos todo lo bueno, en el grado más alto que esté a nuestro alcance. Hasta aquí caminamos en terreno firme; esto es tan claro corno la luz del día. Por consiguiente, para saber cuál es la voluntad de Dios en un caso especial, no te­nemos otra cosa que hacer más que aplicar esta regla general.

24.        Supongamos, por ejemplo, que un hombre de buen criterio, intenta casarse o emprender algún negocio nuevo. A fin de saber si es la voluntad de Dios, y estando seguro de que Dios quiere que sea tan bueno como pueda y haga todo el bien que esté a su alcance, sólo tiene que preguntarse: "¿En qué estado de la vida puedo ser mejor y hacer el ma­yor bien, soltero o casado" Hay que resolver este punto en parte por la razón y en parte por la experiencia. La expe­riencia le dice qué ventajas tiene en su estado actual para ser bueno o hacer bien, y la razón le muestra las que ten­drá, con certeza o probablemente, en el estado que intenta tomar. Comparando las unas con las otras, puede discernir en cuál de estos dos estados será mejor y podrá hacer más bien, y en proporción a su seguridad de este punto, sabrá cuál sea la voluntad de Dios.

25.        Mientras tanto, es de suponerse que el Espíritu ayu­de durante todo el tiempo que se esté investigando. A la ver­dad que no es fácil decir de cuántas maneras se recibe esa ayuda. El Espíritu puede hacernos recordar muchas circuns­tancias. Puede hacer que otras se presenten a nuestra mente en una .luz más clara y fuerte; disponer nuestra mente para la convicción, y fijar esa convicción en nuestro corazón. Al conjunto de circunstancias de esta clase, en pro de lo que es aceptable en su presencia, puede añadirse una paz de alma tan inefable y una medida tan extraordinaria de su amor, que no quede la menor posibilidad de duda de que esta es evidentemente su voluntad respecto de nosotros.

26.        Esta es la manera clara, bíblica y racional de saber cuál sea la voluntad de Dios en un caso especial. Pero toman­do en consideración el hecho de que muy rara vez se emplea este modo, y que tiene que pugnar en contra del superabun­dante entusiasmo de aquellos que procuran descubrir la vo­luntad de Dios por medios antibíblicos e irracionales, es de desearse que el uso de esta expresión sea más moderado. Usar­la, como lo hacen muchos, en ocasiones sumamente triviales, es quebrantar abiertamente el tercer mandamiento, es una manera ruda de tomar el nombre de Dios en vano e indicar gran falta de reverencia hacia El. ¿No sería mucho mejor usar de otras expresiones en contra de las cuales no existan seme­jantes objeciones Por ejemplo, en lugar de decir en un caso particular: "Quiero saber cuál es la voluntad de Dios," ¿no sería mucho mejor esta expresión: "Deseo saber que es lo que más me conviene y cómo seré más útil" Este modo es claro y aceptable; es poner las cosas bajo un punto de vista bíblico, y sin peligro alguno de entusiasmo.

27.        La tercera clase de entusiasmo muy común (si es que no coincide con la anterior) es la de aquellos que, sin usar de los medios, esperan conseguir el fin por el poder in­mediato de Dios. No tendrían culpa si faltasen providencial­mente esos medios. En estas cosas Dios puede ejercer-y al­gunas veces ejerce-su poder inmediato. Pero aquellos que esperan obtener el fin sin usar de los medios, pudiendo ha­cerlo, son verdaderos entusiastas. Tales son los que esperan comprender la Sagrada Escritura sin escudriñarla ni meditar sobre ella; sin usar siquiera de las ayudas que están a su al­cance y que probablemente les servirían de mucho. Tales son los que a propósito hablan en público sin haberse prepa­rado de antemano. Digo "a propósito," porque puede haber circunstancias tales que no pueda uno prepararse, pero todo aquel que desprecia el estudio y la preparación para hablar con provecho, es un entusiasta.

28.        Posiblemente se espere que yo mencione lo que al­gunos llaman la cuarta clase de entusiasmo, a saber: imagi­narse que ciertos acontecimientos se deben a la providencia de Dios cuando no es así. Pero dudo que sea necesario, pues no hay nada que no se deba a la providencia de Dios. No hay nada que en su orden, o al menos en su gobierno, no se deba, directa o remotamente, a El. Sólo hago excepción del pecado- y aun en el pecado de los demás veo la providencia de Dios para mí. No digo su providencia general, palabra que, en mi opinión, suena bien, pero que no quiere decir nada. Y si hay una providencia particular, debe cubrir a todos los hombres y todas las cosas. Así lo entendía nuestro Señor. De otra ma­nera no habría dicho como dijo: "Aun los cabellos de vuestra cabeza están contados." "Ni un pajarito cae a tierra" sin la voluntad de "vuestro Padre" que está en los cielos. Pero si esto es así, si Dios preside sobre todo el universo como sobre cada individuo, y sobre cada individuo como sobre todo el universo (universis tan quam singulis, et singulis tan quam universis), ¿qué cosa, excepto nuestros pecados, podemos de­jar de atribuir a la providencia de Dios De manera que no creo que haya lugar para acusar a nadie de entusiasta por este motivo.

29.        Si se me dice que en esto se funda la acusación: "Cuando usted atribuye esto a la providencia, usted se ima­gina ser el favorito especial del cielo," contesto: Habéis olvi­dado algunas de las palabras que usé: "Prosidet universis tan quam singulis"-su providencia vela sobre todo el género humano, lo mismo que sobre cada hombre en particular. ¿No veis, pues, que cualquiera que creyendo esto atribuye lo que le pasa a la Providencia, no se hace, por lo tanto, el favorito del cielo más que ningún otro hombre Por consiguiente, este no es motivo para que le llaméis entusiasta.

30.        Debemos cuidarnos con esmero de todas estas cla­ses de entusiasmos, viendo los efectos que han producido y que naturalmente tienen que producir. Su fruto inmediato es el orgullo; aumenta constantemente el manantial de donde fluye, alejándonos más y más del favor y la vida de Dios. Seca por completo las fuentes de la fe, el amor, la justicia y la verdadera santidad, puesto que éstas fluyen de la gracia. Porque "Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes."

31.        Juntamente con el orgullo se desarrollará un genio que no recibe consejos ni se deja convencer. De manera que no hay esperanza de persuadir al entusiasta de cualquier error o falta en que caiga porque la razón tiene muy poca influen­cia (como se ha observado y visto con frecuencia) con el que se imagina tener un guía más elevado, a saber: la sabiduría inmediata de Dios. Al mismo tiempo que aumenta su sober­bia, se desarrolla su imprudencia y necedad. Se hace más y más difícil convencerlo y es menos susceptible a la persua­sión. Se afirma con mayor tenacidad en su propia opinión y voluntad, hasta que se hace inamovible por completo.

32.        Fortificado así en contra de la gracia de Dios y en contra de todo consejo y ayuda del hombre, no le quedan otros guías que su corazón y el rey de los hijos de la soberbia. No es nada extraño, por consiguiente, que su desprecio de todo el género humano aumente diariamente, lo mismo que su cólera furiosa, toda clase de mala disposición, toda especie de genio terreno y diabólico. Ni deben sorprendernos los te­rribles efectos que han resultado de semejantes genios en to­das las épocas. Toda clase de iniquidades, todas las obras de las tinieblas que han cometido algunos cristianos, así llama­dos, quienes practicaban con avidez, cosas que apenas se nom­braban entre los paganos.

¡Tal es la índole, tales son los terribles efectos de ese monstruo de muchas cabezas, el entusiasmo! De dichos efec­tos podemos deducir algunas conclusiones claras respecto de nuestra práctica.

33.        En primer lugar, siendo que entusiasmo es un tér­mino que se usa con mucha frecuencia-si bien rara vez se entiende-cuidad de no hablar de aquello que no sabéis; de no usar la palabra hasta que no la comprendáis. Aprended en esto, como en todas las cosas, a pensar antes de hablar. Apren­ded primero el sentido de esta palabra difícil y después usadla, si hubiere necesidad.

34.        Por cuanto muy pocos hombres instruidos y educa­dos, y mucho menos de los del común del pueblo, entienden esta palabra obscura y ambigua, ni tienen una idea fija de lo que significa, cuidad, en segundo lugar, de no llamar ni cali­ficar a ninguno de entusiasta, simplemente por lo que se di­ce de él. La crítica no es una razón suficiente para dar a nin­gún hombre ese calificativo oprobioso, ni autoriza mucho menos, para usar un término tan terrible. Mientras más opro­bio signifique una palabra, mayor cuidado debéis tener de no aplicarla a nadie, de no hacer cargo tan tremendo sin tener pruebas suficientes, lo que sería contrario a la justicia y a la misericordia.

35.        Empero si el entusiasmo es un peligro tan tremendo, cuidad de no enredaros con él. Velad y orad para que no en­tréis en tentación, la que constantemente rodea a los que aman a Dios. Cuidad de no pensar de vosotros mismos me­jor de lo que debéis. No os figuréis que habéis alcanzado esa gracia de Dios que no tenéis. Puede ser que tengáis mucho gozo, abundante amor, y que, sin embargo, carezcáis de la fe viva. Clamad a Dios que no os permita descarriaros del ca­mino, estando ciegos como estáis. Que no os figuréis jamás que sois creyentes en Cristo, hasta que Cristo se revele en vosotros y su Espíritu testifique a vuestro espíritu que sois hijos de Dios.

36.        Cuidaos de no ser entusiastas, frenéticos en la per­secución. No os figuréis que Dios os ha llamado, en contradic­ción con la índole de aquel a quien llamáis Maestro, a des­truir las vidas de los hombres en lugar de salvarlas. No so­ñéis jamás en forzar a los hombres a que entren por los ca­minos de Dios. Pensad vosotros y dejad que otros piensen. A nadie constriñáis en materias de religión. No forcéis ni aun a los que se encuentran más lejos del camino, por ningunos medios, sino los de la razón, la verdad y el amor.

37.        Tened cuidado, no sea que estéis caminando en la chusma de entusiastas, figurándoos que sois cristianos sin serlo. No os atreváis a usar ese santo nombre a no ser que tengáis el sentir de Cristo y que andéis como El anduvo.

38.        Tened cuidado de no caer en la segunda clase de entusiasmo, figurándoos en vano que tenéis ciertos dones de Dios. No confiéis en visiones ni en sueños; en impresiones repentinas, o en impulsos fuertes de ningún género. Acordaos de que la voluntad de Dios respecto de cualquier caso espe­cial no se puede descubrir por medio de estas cosas, sino aplicando la regla general de la Escritura con ayuda de la experiencia y la razón, y la asistencia usual del Espíritu de Dios. No toméis el nombre de Dios ligeramente. No habléis de la voluntad de Dios a cada rato, al contrario, que la reve­rencia y un temor santo leuden siempre vuestras palabras y acciones.

39.        En conclusión, no pretendáis obtener el fin sin usar de los medios. Dios puede conceder el fin sin que se usen los medios, pero no tenéis razón en esperar que así sea. Usad, pues, constantemente todos los medios que El ha establecido como vías ordinarias de su gracia. Usad todos los medios que recomiendan la Escritura y la razón, y que guían (debido al amor gratuito de Dios en Cristo) bien a obtener, ya a desarro­llar, los dones de Dios. Esperad, pues, un crecimiento diario en esa religión santa y pura que el mundo siempre ha llama­do y llamará "entusiasmo," que es, en todos los que están li­bres del verdadero entusiasmo y cuyo cristianismo no es no­minal, la "sabiduría de Dios y el poder de Dios," la imagen gloriosa del Altísimo; "justicia y paz;" "una fuente de agua viva que salte para vida eterna."

PREGUNTAS SOBRE EL SERMON XXXVII

1. (¶ 1). ¿Qué dicen los hombres de aquellos que siguen la reli­gión de Pablo 2. (¶ 2). ¿Dicen esto de cumplimiento o de veras 3. (¶ 3). ¿A qué cosa llama el mundo locura 4. (¶ 4). ¿Qué cosa conceden por otra parte 5. (¶ 5). ¿Qué se dice aquí de la palabra "entusiasmo" 6. (¶ 6). ¿Qué se dice del origen de la palabra 7. (¶ 7). ¿Por qué es probable que se haya conservado la palabra 8. (¶ 8). ¿Qué diferentes interpretaciones se le dan hoy día 9. (¶ 9). ¿En qué sentido se aplica a los poetas 10. (¶ 10). ¿Qué significado tiene la palabra generalmente 11. (¶ 11). ¿Qué cosa es el entusiasmo en su naturaleza 12. (¶ 12). En tal virtud, ¿qué cosa es el entusias­mo 13. (¶ 13). ¿Cuántas clases hay de entusiasmo 14. (¶ 14). ¿Qué ejemplo se cita en este párrafo 15. (¶ 15). ¿A qué grupo de entusiastas pertenecen los fanáticos 16. (¶ 16). ¿Qué clase es más común 17. (¶ 17). ¿Cómo les habla el predicador 18. (¶ 18). Sírvase usted mencionar la segunda clase de entusiasmo. 19. (¶ 19). ¿Quiénes más pertenecen a esta clase 20. (¶ 20). ¿Qué otra clase se menciona en este párrafo 21. (¶ 21). ¿A qué clase de entusias­mo están expuestos 22. (¶ 22). ¿Qué cosa puede ser que pregunten algunos 23. (¶ 23). ¿Cómo se asienta la pregunta en este párrafo, y de qué manera se contesta 24. (¶ 24). ¿Cómo decidiremos cuál es nuestro deber 25. (¶ 25). ¿Qué cosa se toma por supuesta en es­tas direcciones 26. (¶ 26). ¿Qué error se señala en este párrafo 27. (¶ 27). ¿Cuál es la tercera clase de entusiasmo 28. (¶ 28). ¿Qué se dice de la cuarta clase 29. (¶ 29). ¿Qué cargo se menciona aquí 30. (¶ 30). ¿En contra de qué cosa es necesario estar prevenido 31. (¶ 31). ¿Qué cosa se desarrolla juntamente con el orgullo 32. (¶ 32). ¿Qué más se dice de este hombre 33. (¶ 33). ¿Qué advertencia se hace 34. (¶ 34). ¿Por qué razón deben los hombres cuidarse de juz­gar 35. (¶ 35). ¿Qué exhortación se hace aquí 36. (¶ 36). ¿Qué se dice del entusiasta que persigue 37. (¶ 37). ¿Qué advertencia se nos hace 38. (¶ 38). ¿Qué cosa se asienta aquí 39. (¶ 39). ¿Có­mo concluye el sermón