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Sermón XXXV - La Ley Establecida por Medio de la Fe (I)

NOTAS INTRODUCTORIAS

En estos dos sermones se hace sumamente enfática la diferen­cia que hay entre la verdadera doctrina evangélica y toda clase de antinomianismo. Desde el año de 1740 se vio el señor Wesley obli­gado a combatir el antinomianismo de los moravos, el cual des­cribe en las siguientes palabras (véase Diario, septiembre de 1741): "Menospreciáis las obras buenas, especialmente las obras exterio­res de misericordia, al no insistir jamás públicamente en la nece­sidad que hay de ellas, y al no declarar su importancia y excelen­cia. Es por esto que cuando algunos de vuestro número han ha­blado de ellas, no las han presentado bajo su verdadero punto de vista, diciendo: si sentís vuestro corazón movido, si os sentís li­bres para hacerlo, entonces amonestad, exhortad, aliviad. De esta manera dejáis por completo de tomar vuestra cruz para hacer el bien, y además de esto, substituís cierto movimiento interior in­cierto y precario, en lugar de la simple palabra escrita. Más aún, uno de vosotros, hablando de las buenas obras en general, bien de las obras de piedad ya de las de caridad, ha dicho: El creyen­te no tiene más obligación de hacer estas obras de la ley que la que tiene un súbdito del rey de Inglaterra de obedecer las leyes del rey de Francia." Ya conoce el lector la referencia clara que las reglas de la sociedad hacen de esta forma de antinomianismo, con fecha de 1743. En las actas doctrinales de la primera confe­rencia, 1774, encuéntrase la siguiente referencia a esta forma de antinomianismo, así como a la calvinista:

"¿Qué cosa es antinomianismo

"La doctrina que invalida la ley por medio de la fe.

"¿Cuáles son las bases sobre las que se funda

"1. Que Cristo abolió la ley moral.

"2. Que en consecuencia, los cristianos no están obligados a someterse a ella.

"3. Que una de las manifestaciones de la libertad cristiana consiste en estar exento de obedecer los mandamientos de Dios.

"4. Que es una esclavitud el hacer una cosa porque se man­da hacer, o el no hacerla porque está prohibida.

"5. Que los creyentes no están obligados a usar de las orde­nanzas de Dios, o a hacer buenas obras.

"6. Que los predicadores no deben exhortar a la práctica de buenas obras, a los incrédulos, porque es perjudicial; ni a los creyentes, porque es inútil."

Por aquella época se habían declarado antinomianos algunos de los discípulos de Whitefield, y apenas puede repetirse la com­pleta tendencia de sus enseñanzas al libertinaje. Pero eso movió al señor Wesley a hacer esfuerzos inauditos por destruir el mal, y con tal fin publicó por los años de 1744-45 los tratados intitulados: "Diálogos Entre un Antinomiano y su Amigo." En vista de los errores de nuestros tiempos, estos tratados son tan útiles hoy día como lo fueron entonces.

Al principio, la mayoría de los metodistas calvinistas no en­señaban directamente el antinomianismo, pero parece que la le­vadura se extendió a tal grado, que en el año de 1770, el señor Wesley tuvo que protestar enérgicamente ante la conferencia en contra de ese mal que se desarrollaba, lo cual hizo como consta por el siguiente extracto de las actas:

"En 1744 dijimos: Nos hemos inclinado en demasía hacia el calvinismo. ¿En qué

"1. En lo que se refiere a la fidelidad del hombre. Nuestro Señor mismo nos enseñó a usar esta expresión y no deberíamos jamás avergonzarnos de ella. Debemos afirmar sin la menor va­cilación y con su autoridad, que si un hombre no es fiel en las riquezas malas, Dios no le dará las verdaderas.

"2. En lo que se refiere a trabajar por la vida. También esto nos ha enseñado claramente nuestro Señor: 'Trabajad...por la comida que a vida eterna permanece.' Efectivamente, todos los creyentes trabajan por la vida, y esto, desde que nacen.

"3. Hemos adoptado la máxima de que 'el hombre no debe hacer nada para justificarse.' Nada puede ser más falso. Todo aquel que desee encontrar favor con Dios, debe dejar de hacer el mal y aprender a hacer el bien. Todo aquel que se arrepienta, debe hacer obras 'dignas de arrepentimiento,' y si no se hace esto para obtener el favor de Dios, ¿con qué fin se hace

"Repasad todo el asunto.

"1. ¿Quiénes de nosotros somos ya aceptados por Dios Los que creemos en Cristo con un corazón amante y obediente.

"2. Pero ¿quiénes entre aquellos que nunca han oído de Cris­to Los que temen a Dios y obran la justicia según la luz que tienen.

"3. ¿Pasa lo mismo con aquel que es sincero Casi lo mismo, si no enteramente.

"4. ¿No es esto salvarse por medio de las obras No por el mérito de las obras, sino por las obras como una condición.

"5. ¿Sobre qué cosa hemos estado disputando durante los últimos treinta años Mucho me temo que haya sido sobre palabras.

"6. Respecto del mérito en sí mismo, del cual hemos tenido temor, se nos premia conforme a nuestras obras, por razón de nuestras obras. ¿En qué se diferencia esto de 'secundum merita operum,' (según los méritos de nuestras obras) ¿Puede usted ilustrar este punto Lo dudo mucho.

"7. La principal objeción a una de las proposiciones anterio­res, se deduce de un hecho. A la verdad, Dios justifica a los que, según su propia confesión, ni temen a Dios, ni obran justicia. ¿Es esta una excepción de la regla general Dudo que Dios haga alguna excepción, pero ¿cómo sabemos que dichas personas nun­ca temieron a Dios ni obraron justicia El que ellas lo digan no prueba nada, porque sabemos perfectamente cuánto se menos­precian en todos respectos los que están persuadidos de pecado.

"8. El hablar de un estado de justificación o de santificación ¿no tiende a guiar mal a los hombres, a guiarlos casi naturalmen­te a que confíen en lo que se hizo en un momento, mientras que, a toda hora, a cada momento, estamos agradando o desagradando a Dios con nuestras obras y con todo el tenor de nuestro genio y comportamiento"

Estas proposiciones casi parecen tocar lo legal. Su interpre­tación debe normarse por los principios fundamentales de la reli­gión evangélica que ya hemos asentado. Protegidas de esta ma­nera, sostienen y hacen enfático el gran hecho de que bajo la dis­pensación del Evangelio, el cristiano está en un estado de verda­dera prueba, y de que este Evangelio no disminuye ni evade los derechos inmutables de la ley de Dios. El estudiante que desee ver la defensa y exposición de las actas, hará bien en consultar la gran obra del reverendo Juan Fletcher, M.A.

Uno de los últimos documentos autoritativos que preparó el señor Wesley, se refiere a este mismo asunto. Al preparar los Artículos de la Religión para la Iglesia Metodista Episcopal, omi­tió el Artículo XIII de los Treinta y Nueve Artículos, el cual se refiere a "Las Obras antes de la Justificación." Evidentemente, se formuló este artículo en oposición a la doctrina tridentina del mérito de congruencia de los actos de penitencia como una condi­ción de la justificación. Esta omisión tiene un interés especial en vista del uso que hizo de dicho artículo en el Sermón V.

En su aspecto más rudo, la discusión entre los romanistas y los antinomianos, no ha ocupado un lugar prominente en la con­troversia teológica de la época actual. Hay muy pocos que abo­guen claramente por las opiniones inadmisibles del partido llama­do por Juan Fletcher "de los que creen que basta la fe sin las buenas obras para salvarse." Empero es justo hacer observar que cierta forma sutil y peligrosa de antinomianismo está siempre activa, y su influencia es tal vez tan destructiva como las cono­cidas opiniones de los opositores moravos del señor Wesley. Nos referimos a la enseñanza que incluye la doctrina de la perseve­rancia final de los santos en la concepción verdaderamente evan­gélica de la conversión. El pecador se arrepiente, cree y es rege­nerado por el Espíritu de Dios. Desde luego se declara que "está salvado," y en cierto sentido esto es cierto, pero los antinomianos van más allá y le dicen: "Estás tan seguro de entrar al cielo co­mo si ya hubieras entrado." La doctrina peligrosa de que "una vez en gracia, siempre en gracia," no ha perdido nada de su popula­ridad entre una gran parte de la iglesia cristiana. Es antinomia­nismo puro y cabal, y no podemos ser demasiado vigilantes para descubrirlo, y, hasta donde nos sea posible, para exponer y refutar una doctrina errónea tan fecunda en mal.

ANALISIS DE LOS SERMONES XXXV y XXXVI

El Evangelio enseña la única vía a la salvación, y se opone a la justificación legal, pero no a la ley misma, como algunos su­ponen. Tan unida está la ley al Evangelio, que la destrucción de aquélla es la destrucción de éste. Debemos, pues, procurar con esmero no invalidar la ley por medio de la fe.

I.  Considerad los métodos más comunes de invalidar la ley por medio de la fe.

No predicando nunca la ley. El Evangelio no puede llenar los fines que se consiguen predicando la ley. No hay en la Escritura mandato ni precedente alguno que autoricen ofrecer a Cristo al pecador que aún no despierta de su letargo. El ejemplo de Pa­blo. De gran consolación es el predicar sobre los méritos de Cristo, pero esto sólo será una bendición real para aquellos que estén preparados a recibirla.

II.         Enseñando que la fe substituye la necesidad de la san­tidad; que la santidad no es en lo presente tan necesaria como an­tes de la venida de Cristo, que se necesita en menor grado o que los creyentes la necesitan menos que los demás. Es muy cierto que no estamos bajo el pacto de las obras, que somos justificados por la fe sin los hechos de la ley por condición previa, pero no sin estos hechos de la ley como fruto inmediato, sin el cual la fe de nada vale.

III.        Con los hechos: viviendo como si la fe nos dispensase de tener santidad. El cristiano no está bajo la ley mosaica o ceremo­nial, ni bajo la ley moral como la condición para ser aceptado, ni bajo la sentencia de su ira, sino bajo el dulce dominio del amor que se resiente de todo pecado tanto como del dominio del temor.

Recapitulación:

IV.        Métodos de establecer la ley.

1. Predicándola en toda su extensión-como Cristo lo hizo, en todo su sentido literal y espiritual.

2. Predicando la fe de manera que produzca la santidad. La fe no es en sí misma un fin, sino el desarrollo del amor. El amor existe desde la eternidad y continuará para siempre. El designio de la fe es establecer la ley del amor.

3. Plantándola en nuestros corazones y vidas. Esto sólo se puede hacer por medio de la fe. Andando en la fe caminamos con presteza por la vía de la santidad, especialmente cuando nuestra fe está llena de la confianza del amor. El amor satisface no sólo la ley negativa, sino también la positiva; no sólo en los hechos ex­teriores, sino también en el espíritu interior. A la luz de la fe la conciencia se siente más sensitiva que nunca y deseosa de huir del pecado.

SERMON XXXV

LA LEY ESTABLECIDA POR MEDIO DE LA FE (I)

¿Luego deshacemos la ley por la fe En ninguna mane­ra: antes establecemos la ley (Romanos 3: 31).

1.          Habiendo asentado al principio de esta epístola su proposición general, a saber: que "el Evangelio...es poten­cia de Dios para salud a todo aquel que cree"-el medio po­deroso de que Dios se vale para hacer a todo creyente par­ticipante de la salvación presente y eterna-pasa Pablo a de­mostrar que no hay otra vía de salvación debajo del cielo. Refiérese especialmente a la salvación de la culpabilidad- que por lo general llama justificación. Con diversos argumen­tos, dirigidos tanto a los judíos como a los paganos, él prue­ba que todos los hombres necesitan esta justificación, y que nadie puede probar ser inocente.

De aquí deduce (en el versículo 19 de este capítulo) que "toda boca," bien de judío ya de pagano, debe taparse y no atentar disculparse o justificarse, y que todo el mundo debe sujetarse a Dios. "Porque"-dice-por su propia obediencia, "por las obras de la ley, ninguna carne se justificará delante de él...Mas ahora, sin la ley, la justicia de Dios"-sin que nosotros la hayamos obedecido previamente-"se ha mani­festado." Sí, "la justicia de Dios, por la fe de Jesucristo, para todos los que creen en él; porque no hay diferencia," respecto de la necesidad que tienen de la justificación o de la manera de obtenerla, "por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios"-de esa imagen gloriosa de Dios en que fueron creados. Y todos los que creen, están "justificados gratuitamente por su gracia, por la redención que es en Cris­to Jesús; al cual Dios ha propuesto en propiciación por la fe en su sangre...para que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús"-para que sin impedimento de su justicia, le muestre misericordia en vista de esa propicia­ci6n. "Así que, concluimos" (que es la gran proposición que asienta), "ser el hombre justificado por la fe sin las obras de la ley" (vrs. 20-28).

2.          Fácil cosa era anticipar la objeción que se haría y que, efectivamente, se ha hecho en todas las épocas, a saber: que decir que somos justificados sin las obras de la ley, es tanto como abolir la ley. Sin entrar en una disputa formal, el Apóstol niega el cargo. "¿Luego deshacemos la ley por la fe En ninguna manera; antes establecemos la ley."

3.          La extraña aserción de algunos de que al decir Pablo "el hombre es justificado sin las obras de la ley," se refiere sólo a la ley ceremonial, queda ampliamente refutada con es­tas palabras. Porque ¿acaso estableció Pablo la ley ceremo­nial Es evidente que no. Abolió esa ley por medio de la fe y lo confiesa ingenuamente. De la ley moral únicamente pudo decir, como dijo, "no la deshacemos, antes la establecemos por la fe."

4.          Pero no todos los hombres están de acuerdo con el Apóstol en este punto. Muchos ha habido en todas las épocas de la Iglesia, aun entre aquellos que llevan el nombre de cris­tianos, quienes arguyen que la fe una vez dada a los santos, tuvo por fin anular la ley. Y no perdonan la ley moral como no perdonan la ley ceremonial, sino que las hacen pedazos delante del Señor, como quien dice, sosteniendo con vehemen­cia que: "Si establecéis cualquiera ley, de nada os valdrá Cristo; El no tendrá ningún efecto en vosotros, habréis caí­do de su gracia."

5.          Pero, ¿es el celo de estos hombres según sabiduría ¿Han examinado la relación que existe entre la ley y la fe, y que, considerando la relación tan íntima que las liga, des­truir la una es tanto como destruir ambas; que abolir la ley moral es, en verdad, abolir la fe y la ley juntamente, puesto que no quedaría medio alguno de traernos a la fe, ni de mo­ver ese don de Dios en nuestras almas

6.          Importa, pues, a todo aquel que deseare venir a Cristo, o andar con Aquel a quien ya ha recibido, cuidarse de no invalidar la ley por la fe. A fin de evitar este peligro, investiguemos, primeramente, cuáles son los modos más efi­caces de invalidar la ley por medio de la fe. Y en segundo lugar, cómo podemos seguir el ejemplo del Apóstol y por me­dio de la fe "establecer la ley."

I.          1. Investiguemos, primeramente, cuáles son los mé­todos más usuales de invalidar la ley por medio de la fe. El modo más sencillo de invalidarla que pueda usar un predica­dor, es no predicarla nunca. Eso es tanto como borrarla de los Oráculos de Dios. Especialmente cuando se hace con inten­ción, cuando se establece como regla no predicar la ley. En este caso, la frase "predicador de la ley" es un término de repro­che, como si quisiera significar que es un enemigo del Evan­gelio.

2.          Todo esto viene de la ignorancia crasa respecto de la naturaleza, atributos y fines de la ley. Y prueba, además, que quienes obran de esta manera, no conocen a Cristo, son en­teramente extraños a la fe viva, o, al menos, son niños en Cristo y, como tales, incapaces para la palabra de justicia.

3.          Su gran argumento es este: Que predicar el Evange­lio, el cual, según su opinión, consiste en hablar solamente de los sufrimientos y méritos de Cristo, basta para satisfacer todos los fines de la ley. Pero negamos esto rotundamente. Esa predicación no llena el primer fin de la ley, es decir: persuadir a los hombres de su pecado; despertar a los que aún yacen al borde del infierno. Tal vez haya habido uno que otro caso. Tal vez un alma entre mil haya despertado al oír el Evangelio, pero esta no es la regla general. El método ordinario de Dios es persuadir a los pecadores por medio de la ley, y solamente por ese medio.

El Evangelio no es el medio que Dios instituyó, ni que nuestro Señor mismo usó, con tal fin. La Sagrada Escri­tura no nos autoriza en ninguna parte a que le demos tal aplicación, ni podemos esperar buenos resultados. La natu­raleza misma del asunto no nos faculta a que esperemos tal resultado. "Los que están sanos," dice nuestro Señor, "no tie­nen necesidad de médico, sino los que están enfermos." Es un absurdo traer un médico a los que están buenos, o quienes al menos se figuran que lo están. Lo primero que se debe ha­cer es persuadirlos de que están enfermos. De otra manera no agradecerán el favor que se les hace. Igualmente, es absurdo ofrecer a Cristo a aquellos cuyos corazones están duros y que nunca se han ablandado. Es, en verdad, "echar perlas a los puercos." Indudablemente que las hollarán bajo sus plantas, y no debéis sorprenderos "si vuelven y os despedazan."

4.          "Pero si bien es cierto que no hay mandamiento en la Sagrada Escritura de que se ofrezca a Cristo al pecador in­diferente, sin embargo, ¿no hay ningún precedente que lo autorice" Creo que no. No sé de ninguno. No creo que po­dáis citar uno solo en los cuatro Evangelios o en los Hechos de los Apóstoles. Ni podéis probar con ningún pasaje que ésta haya sido la práctica de los apóstoles.

5.          "Sí, pero ¿no dice el Apóstol en su Primera Epístola a los Corintios: Predicamos a Cristo crucificado (1:23); y en su Segunda: No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, el Señor" (4:5).

No hay el menor peligro en hacer esto, en seguir su ejem­plo y caminar en sus pasos. Predicad como predicaba Pablo, y habrá concluido nuestra disputa.

Porque si bien estamos seguros de que predicó a Cristo de una manera tan perfecta como sólo lo pudo hacer el jefe de los apóstoles, no obstante, ninguno predicó la ley más que Pablo. Por consiguiente, no creía que el Evangelio llenase el mismo fin.

6.          El primer sermón de Pablo de que tenemos noticia, concluye con estas palabras: "De todo lo que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en éste es justificado to­do aquel que creyere. Mirad, pues, que no venga sobre vos­otros todo lo que está dicho en los profetas; mirad, oh menos­preciadores, y entonteceos, y desvaneceos; porque yo obro una obra en vuestros días, obra que no creeréis, si alguien os la contare" (Hechos 13:39-41). Es bien claro que esto es pre­dicar la ley, en el sentido que dais a esa palabra, a pesar de que la mayor parte de sus oyentes, si no todos, eran judíos o prosélitos religiosos (v. 43), y de que muchos de ellos estaban persuadidos de su pecado, al menos hasta cierto grado. En primer lugar, les recuerda el hecho de que no po­dían estar justificados por la ley de Moisés, sino sólo por la fe en Cristo, y luego los amenaza con los juicios de Dios, lo que en el sentido más severo de la palabra, no es otra cosa, sino predicar la ley.

7.          En su segundo discurso, dirigido a los paganos de Listra (14:15-17), no se menciona el nombre de Cristo, sien­do el centro del sermón que de esas vanidades se convirtieran al Dios vivo. Ahora bien, confesad la verdad. ¿No creéis que si hubierais estado allí habríais predicado mucho mejor que el Apóstol No me sorprendería si pensaseis que el hecho de haber predicado tan mal fue la causa de que lo tratasen tan mal, y que si lo apedrearon fue en justo castigo de no haber predicado a Cristo.

8.          Cuando el carcelero "entró dentro, y temblando, derribóse a los pies de Pablo y de Silas...y les dice: Señores, ¿qué es menester que yo haga para ser salvo" el Apóstol le contestó inmediatamente: "Cree en el Señor Jesucristo" (He­chos 16:29-31). Pero en el caso de una persona tan profun­damente persuadida de pecado, ¿quién no habría hecho otro tanto Mas a los hombres de Atenas les habla de una manera bien diferente: reprueba su superstición, ignorancia e idola­tría. Los exhorta fervientemente a arrepentirse, tomando en consideración el juicio que ha de venir y la resurrección de los muertos (17:24-31). De la misma manera, cuando Félix mandó por Pablo a fin de oír "de él la fe que es en Jesucris­to," en lugar de predicar a Cristo, en el sentido que vosotros dais a esa predicación (y que probablemente habría hecho que el gobernador se burlase, contradijese o blasfemase), di­sertó "de la justicia, y de la continencia, y del juicio venide­ro," hasta que Félix, a pesar de lo endurecido que estaba, se espantó (24:24, 25). Id, pues, y seguid su ejemplo. Predicad a los pecadores endurecidos, disertando "de la justicia, y de la continencia, y del juicio venidero."

9.          Si me decís: "Pero en sus epístolas predicó a Cristo de una manera diferente," os contesto: (1) Nunca predicó en las epístolas, en el sentido que damos a la predicación, porque en esta discusión predicar significa hablar ante una congre­gación. Mas dejando pasar esto, contesto: (2) Dirigió sus epís­tolas no a los incrédulos, a individuos como aquellos de quie­nes estamos hablando, sino a "los santos de Dios" en Roma, Corinto, Filipos y otros lugares. Naturalmente que a éstos les hablaba más de Cristo que a los que vivían en el mundo sin Dios. Sin embargo, (3) todas sus cartas están llenas de la ley, aun las epístolas a los romanos y a los gálatas, en las cuales "predica la ley," como diríais vosotros, y eso no sólo a los creyentes, sino también a los incrédulos.

10.        De todo esto se desprende claramente que no sabéis lo que es predicar a Cristo en el sentido en que el Apóstol lo hizo. Porque es indudable que Pablo creyó que predicaba a Cristo ante Félix, en Antioquía, Listra y Atenas. Y todo hom­bre que piense no puede menos que inferir de su ejemplo, que predicar a Cristo como lo hizo el Apóstol y en el senti­do pleno que la Escritura da a la predicación, consiste no só­lo en declarar el amor de Cristo a los pecadores, sino también en anunciar que vendrá del cielo como en llama de fuego. Predicar a Cristo es predicar lo que El reveló en el Antiguo y en el Nuevo testamentos. De manera que en realidad pre­dicáis a Cristo tanto cuando decís: "los malos serán trasla­dados al infierno, todas las gentes que se olvidan de Dios," como cuando exclamáis: "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo."

11.        Meditad bien en esto: predicar a Cristo consiste en predicar todas las cosas que Cristo dijo; todas sus promesas, todas sus amenazas y todos sus mandamientos; todo lo que está escrito en su Libro. Entonces sabréis predicar a Cristo sin invalidar la ley.

12.        "Empero, ¿no es un hecho que los sermones que predicamos especialmente sobre los méritos y sufrimientos de Cristo, atraen las mayores bendiciones"

Probablemente cuando prediquemos a una congregación de personas arrepentidas o de creyentes, dichos sermones acarreen las mayores bendiciones, porque tales discursos son adecuados al estado de dichas personas-al menos, general­mente dan mucho consuelo. Pero no siempre es esta la mayor bendición. Algunas veces recibo una bendición más grande al escuchar un sermón que me parte el alma y me humilla en el polvo de la tierra. Y no recibiría yo consuelo si sólo predi­case o escuchase sermones sobre los sufrimientos de Cristo. La repetición constante hace que esta predicación pierda su fuerza y que se haga más pesada e ineficaz, hasta convertirse en una hilera de palabras sin espíritu, vida ni virtud alguna. De manera que predicar a Cristo de esta manera debe dar por resultado, corriendo el tiempo, que el Evangelio se invalide lo mismo que la ley.

II.         1. El segundo método de invalidar la ley por medio de la fe es enseñar que la fe suple la necesidad de la santidad. Este método o vía se divide en mil veredas, y muchos son los que caminan por ellas. En verdad, muy pocos son los que se escapan. Pocos son los que se persuaden de que somos sal­vos por la fe, y que tarde o temprano no se dejan desviar poco más o menos.

2.          Muchos son los que, si bien no asientan claramente que la fe en Cristo hace a un lado por completo la necesidad de guardar su ley, todavía suponen: (1) Que hay menos ne­cesidad de la santidad en la actualidad que antes de que vi­niera Cristo. (2) Que se necesita en un grado menor. (3) Que los creyentes no la necesitan tanto como los demás. Estos son todos aquellos que, a pesar de tener opiniones rectas en lo general, creen, sin embargo, que pueden tomarse más li­bertad en ciertos casos de la que habrían usado antes de creer. A la verdad, usar el término libertad de esta manera, dan­do a entender que están libres de la obediencia o de la santidad, muestra desde luego cuán pervertida está su opi­nión, y que son culpables de aquello que se figuraban estar muy lejos de ellos, es decir, de invalidar la ley por medio de la fe, suponiendo que la fe suple a la santidad.

3.          El primer argumento de aquellos que abiertamente enseñan esto, es que estamos bajo el pacto de la gracia y no de las obras, y que, por consiguiente, ya no tenemos necesi­dad de hacer las obras de la ley.

Pero, ¿quién estuvo jamás bajo el pacto de las obras Sólo Adán antes de la caída, quien estuvo verdaderamente bajo ese pacto que demandaba, para ser aceptado, una obe­diencia perfecta y universal. Ese pacto no dejaba lugar al perdón ni aun por la ínfima trasgresión. Empero ningún otro hombre, judío ni gentil, estuvo jamás bajo dicho pacto, ni an­tes de la venida de Cristo ni después. Todos los hijos de los hombres están bajo el pacto de la gracia. El método de su aceptación es este: la gracia gratuita de Dios, por los méritos de Cristo da perdón a los que creen; a los que creen con la fe que, obrando por el amor, produce toda obediencia y santidad.

4.          Por consiguiente, no es cierto, como vosotros supo­néis, que los hombres estuvieran en un tiempo más obligados a obedecer a Dios o a hacer las obras de su ley, de lo que es­tán a lo presente. Esta es una suposición que no podéis pro­bar. Si hubiésemos estado bajo el pacto de las obras, habría­mos tenido que hacer esas obras antes de ser aceptados; mien­tras que ahora todas las buenas obras, si bien tan necesarias corno siempre, no vienen antes sino después de que hemos sido aceptados. Por consiguiente, ninguna base, ninguna autori­dad os da el pacto de la gracia de hacer a un lado la obe­diencia ni la santidad en cualquier caso o grado, en parte o medida alguna.

5.          "Empero, ¿no somos justificados por la fe, sin las obras de la ley" Indudablemente que sí, sin las obras de la ley ceremonial o moral. ¡Ojalá y todos los hombres se per­suadiesen de esto! Se evitarían innumerables males, especial­mente el antinomianismo, porque, hablando en general, los fariseos son la causa de que haya antinomianos. Al interpre­tar la Escritura de una manera tan exagerada, causan que otros se vayan al extremo contrario. Buscando los unos ser justificados por las obras, hacen que los otros, azorados, no dejen lugar para dichas obras.

6.          Empero la verdad se encuentra entre los dos extre­mos. Indudablemente que somos justificados por la fe. Esta es la piedra de esquina de todo el edificio cristiano. Somos jus­tificados sin las obras de la ley, como condición previa de la justificación. Pero las obras son el fruto inmediato de esa fe por la que somos justificados. De manera que, si a nuestra fe no se siguen las buenas obras y toda clase de santidad in­terior o exterior, claro está que nuestra fe de nada vale, aún permanecemos en nuestros pecados. Por consiguiente, el que seamos justificados por la fe sin las obras, no es razón para invalidar la ley por la fe, ni para figurarnos que la fe sea una clase de dispensa de todo género y grado de santidad.

7.          "Sí, pero ¿no dice Pablo claramente: 'Mas el que no obra, pero cree en aquel que justifica al impío, la fe le es con­tada por justicia' Y ¿no se sigue de aquí que la fe ocupa el puesto, el lugar de la justicia Y si la fe ocupa el lugar de la justicia o de la santidad, ¿qué más se necesita"

Debemos confesar que este es el nervio de la cuestión- en verdad, la columna principal del antinomianismo. Sin em­bargo, no necesita contestación larga ni estudiada. Concede­mos: (1) Que Dios justifica al impío, al que hasta ese mo­mento es enteramente injusto, lleno de maldad, falto de todo lo bueno. (2) Que justifica al impío que no obra, quien, hasta ese instante, no hace ninguna obra buena, ni puede hacerla puesto que el árbol malo no puede producir buen fruto. (3) Que lo justifica sólo por la fe, sin que exista en él anterior­mente bondad o justicia alguna. Y (4) que la fe le es impu­tada entonces por justicia, es decir, por justicia precedente, a saber: que Dios, por los méritos de Cristo, acepta al creyente como si éste ya hubiera cumplido con toda la justicia. Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con el punto en cuestión El Apóstol no dice aquí, ni en ningún otro lugar, que esta fe le sea imputada por justicia subsecuente. Enseña que no existe la justicia antes de la fe, pero ¿dónde enseña que no exista después Afirma que la santidad no puede preceder a la jus­tificación, pero no niega que deba seguirla. Por consiguiente, Pablo no os autoriza en lo mínimo a que invalidéis la ley, en­señando que la fe supla a la santidad.

III.        1. Hay todavía otro modo de invalidar la ley por la fe, que es más común que cualquiera de los dos ya men­cionados: hacerlo prácticamente; invalidarla de hecho, ya que no por principio; vivir como si la fe fuese una disculpa para no tener santidad.

Con cuánto fervor procura el Apóstol amonestarnos en contra de este peligro cuando dice: "¿Pues qué ¿Pecaremos, porque no estamos bajo de la ley, sino bajo de la gracia En ninguna manera" (Romanos 6:15). Amonestación que se de­be considerar maduramente, por ser de la mayor importancia.

2.          Estar "bajo de la ley" puede significar: (1) Estar obli­gado a observar la ley ceremonial. (2) Tener que confor­marse a todas las instituciones mosaicas. (3) Tener la obli­gación de guardar toda la ley moral, como la condición para ser aceptados por Dios. Y (4) estar bajo la ira y maldición de Dios; bajo la sentencia de la muerte eterna. Tener la con­ciencia de la culpa y condenación, y estar horrorizado y lleno de temor servil.

3.          Ahora pues, si bien el creyente está, no sin la ley de Dios, mas en la ley de Cristo, sin embargo, desde el mo­mento en que cree no está "bajo de la ley," en ninguno de los sentidos anteriores. Antes al contrario, está "bajo de la gracia," bajo de una dispensación más benigna y misericor­diosa. Así como ya no se encuentra bajo la ley ceremonial, ni bajo la institución mosaica; como ya no está obligado a guardar ni aun la ley moral como la condición para ser acep­tado, de la misma manera está libre de la ira y la maldición de Dios, de toda conciencia de culpa y condenación, y de to­do el horror y temor de la muerte y el infierno que durante su vida anterior le tenían sujeto en esclavitud. Ahora rinde-lo que antes no podía hacer "bajo de la ley,"-una obe­diencia voluntaria y universal. No obedece impulsado por un temor servil, sino por un principio más noble, a saber: la gracia de Dios que reina en su corazón y que hace que to­das sus obras sean hechas en amor.

4.          ¿Qué diremos, pues ¿Será este principio evangéli­co del modo de obrar, menos eficaz que el legal ¿Obedece­remos a Dios menos a impulsos del amor filial, de lo que lo hacíamos antes por miedo servil

Ojalá que no haya muchos casos como éste. Ojalá que este antinomianismo práctico, esta manera silenciosa de invalidar la ley por la fe, no haya influido en miles de creyentes.

¿Os ha contagiado Examinaos sincera y cautelosamen­te. ¿No hacéis ahora lo que no os atrevíais a hacer cuando estabais bajo de la ley, o como acostumbráis decir, bajo con­vicción Por ejemplo: no os atrevíais a comer demasiado; tomabais solamente lo necesario, y eso, de lo más barato. ¿No os permitís ahora mayores complacencias ¿No sois un poco más indulgentes con vosotros mismos de lo que erais antes ¡Tened cuidado, no sea que "pequéis porque no estáis bajo de la ley, sino bajo de la gracia"!

5.          Cuando estabais bajo convicción, no os atrevíais a consentir en ningún grado de lujuria de vuestra vista; no hacíais nada, grande o pequeño, simplemente por satisfacer vues­tra curiosidad. Sólo tomabais en consideración la limpieza y la necesidad, o cuando más, comodidades muy moderadas, bien en vuestros muebles, ya en vuestro vestido, siendo lo superfluo o las cosas extravagantes de cualquiera clase, tan­to como la elegancia de las modas, un terror y una abomina­ción para con vosotros.

¿Lo son aún ¿Es vuestra conciencia tan sensible res­pecto de estas cosas como lo era entonces ¿Tenéis la misma costumbre, respecto de muebles y vestido hollando bajo vues­tras plantas todo lo superfluo, lo inútil, lo que sólo sirve de adorno, aunque esté de moda O más bien, ¿no habéis vuelto a sacar lo que habíais hecho a un lado y a poneros lo que antes no podíais usar sin lastimar vuestra conciencia ¿No habéis aprendido a decir: "Ya no soy tan escrupuloso" ¡Pluguiese a Dios que lo fuerais! Entonces no pecaríais como lo hacéis "porque no estáis bajo de la ley, sino bajo de la gracia."

6.          En un tiempo teníais escrúpulos para alabar a cual­quier individuo en su presencia, o para que otros os alaba­sen. Era como una herida en vuestro corazón. Buscabais la honra que viene sólo de Dios. No podíais oír con paciencia conversaciones que no tendían a la edificación. Aborrecíais toda clase de discurso trivial, ocioso. Los aborrecíais tanto como los temíais, apreciando el tiempo en todo su valor, los momentos preciosos que vuelan. Igualmente, temíais y abo­rrecíais toda clase de gastos inútiles, apreciando vuestro di­nero casi tanto como vuestro tiempo, y temblando al pensar que tal vez erais mayordomos infieles aun respecto de las riquezas del dios de este mundo.

¿Consideráis ahora la alabanza como un veneno que no podéis dar ni recibir sin peligro de vuestras almas ¿Aun teméis y evitáis toda conversación que no tienda a la edifi­cación, y procuráis aprovechar cada momento a fin de que no pase sin haceros mejores de lo que erais ¿No sois me­nos cuidadosos en vuestros gastos y en el uso que hacéis de vuestro dinero ¿No desperdiciáis vuestro dinero y vuestro tiempo como no lo hacíais antes ¡Cómo lo que era para vues­tra salud ha sido para vuestra caída! ¡Cómo habéis pecado "porque no estáis bajo de la ley, sino bajo de la gracia"!

7.          No permita el Señor que continuéis convirtiendo la gracia de nuestro Dios en disolución. Acordaos de la convic­ción tan clara y firme que teníais antes respecto de todas es­tas cosas y de que al mismo tiempo sabíais perfectamente de quién venía esa persuasión. El mundo os decía que estabais engañados, pero vosotros sabíais que era la voz de Dios. Antes erais escrupulosos a más no poder respecto de estas cosas, pero ahora no tenéis muchos escrúpulos.

Pluga a Dios teneros por más tiempo en la escuela de la aflicción, para que aprendáis más perfectamente estas grandes lecciones. ¿Las habéis olvidado ya ¡Repasadlas antes de que sea demasiado tarde! ¿En vano habéis sufrido tantas cosas Abrigo esperanzas de que no haya sido en vano. Aprovechad la persuasión sin que os produzca pena. Poned en práctica la lección sin que haya que usar el látigo. Que la misericordia de Dios no tenga menos peso en vuestras mentes del que su tremenda indignación tenía antes. ¿Es el amor un impulso menos eficaz que el temor Si no lo es, tened por norma in­mutable: "No haré nada ahora que estoy bajo de la gracia, que no me habría atrevido a hacer cuando estaba bajo de la ley."

8.          En conclusión, no puedo menos que exhortaros a que os examinéis igualmente respecto de los pecados de omisión. ¿Estáis tan libres de esos pecados ahora que os halláis "bajo de la gracia," como lo estabais "bajo de la ley" ¡Qué diligen­tes erais entonces en escuchar la Palabra de Dios! ¿Desprecia­bais alguna oportunidad ¿No asistíais de día y de noche ¿De­jabais que cualquier pequeño inconveniente os estorbase el ir, cualquier negocio, una visita, una ligera indisposición, lo agradable de la cama, mal tiempo o una mañana fría ¿No acostumbrabais ayunar con frecuencia y no usabais la absti­nencia hasta donde podíais ¿No orabais constantemente, a pesar de sentiros fríos y pesados, sabiendo que yacíais al bor­de del infierno ¿No teníais la costumbre de hablar por el Dios desconocido y defenderlo ¿No abogabais valerosamen­te por su causa ¿No reprendíais a los pecadores y no confe­sabais la verdad ante una generación adúltera ¿No sois cre­yentes en Cristo ¿No tenéis la fe que vence al mundo ¿Te­néis ahora menos celo por vuestro Maestro, del que teníais antes de conocerle ¿Sois menos diligentes en el ayuno, en la oración, en escuchar su Palabra, en llamar a los pecadores a Dios ¡Oh! ¡Arrepentíos! ¡Ved y sentid cuán grande es vues­tra pérdida! ¡Acordaos del estado en que habéis caído! ¡Llo­rad vuestra falta de fidelidad! Sed celosos y haced las primeras obras, no sea que si continuáis deshaciendo "la ley por la fe," os rechace Dios y os condene juntamente con los incrédulos.

PREGUNTAS SOBRE EL SERMON XXXV

1. (¶ 1). ¿Qué proposición asienta el apóstol Pablo al principio de su Epístola a los Romanos 2. (¶ 2). ¿Qué objeción prevé fácil­mente 3. (¶ 3). ¿Qué cosa se figuran algunas personas con extra­ñeza 4. (¶ 4). ¿Es esta opinión general ¿Quiénes insisten en decir que el Apóstol invalida la ley por la fe 5. (¶ 5). ¿Qué se dice de su celo 6. (¶ 6). ¿Qué cosa debe hacer todo el mundo 7. (I. 1). ¿Qué cosa investigamos en primer lugar 8. (I. 2). ¿De dónde viene esta oposición a la ley 9. (I. 3). ¿Qué gran argumento es éste 10. (I. 4). ¿Es permisible ofrecer a Cristo a los pecadores indiferentes 11. (I. 5). ¿Qué dice el Apóstol 12. (I. 6). ¿Cómo concluye el pri­mer sermón de Pablo ¿Dónde se encuentra 13. (I. 7). ¿Qué dice en su discurso siguiente 14. (I. 8). ¿Qué le dijo al carcelero de Filipos 15. (I. 9). ¿Qué respuesta se da aquí a la aserción de que Pablo predicó el Evangelio de una manera diferente en sus epístolas 16. (I. 10). ¿Qué cosa se desprende claramente de esta aserción 17. (I. 11). ¿Qué cosa debemos considerar bien 18. (I. 12). ¿Qué ob­jeción se menciona aquí y qué contestación se da 19. (II. 1). ¿Cuál es el segundo modo de deshacer la ley 20. (II. 2). ¿Qué otra cosa suponen otros 21. (II. 3). ¿Cuál es su primer argumento 22. (II. 4). ¿Estuvieron los hombres alguna vez más obligados a obedecer la ley de lo que lo están ahora 23. (II. 5). ¿Qué objeción se contesta aquí 24. (II. 6). ¿Dónde se encuentra la verdad 25. (II. 7). ¿Qué objeción se nota aquí 26. (III. 1). ¿Qué otra manera de invalidar la ley se menciona 27. (III. 2). ¿Qué significa "bajo de la ley" 28. (III. 3). ¿Qué relación hay entre el creyente y la ley 29. (III. 4). ¿Qué se dice de la obediencia inspirada por el amor filial 30. (III. 5). ¿Qué restricciones se siguen a la convicción de pecado 31. (III. 6). ¿Qué honra se buscaba entonces 32. (III. 7). Sírvase repetir la ex­hortación que se hace en este párrafo. 33. (III. 8). ¿Cómo concluye esta parte del discurso