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Sermón XXXIX - El Genio del Catolicismo

NOTAS INTRODUCTORIAS

En este sermón tenemos la continuación del argumento que se presentó en el discurso anterior. El señor Wesley no sólo estaba lejos de ser fanático, sino que procuraba difundir el sentimiento liberal en todos los demás. No satisfecho con esto, hizo porque todos aquellos que temían a Dios se uniesen con esfuerzo común para rescatar al pueblo de su degradación espiritual y moral. Por tal de conseguir esto, estaba dispuesto a pasar por alto cualquiera doctrina que no fuese esencial, y a permitir la mayor libertad po­sible en asuntos de opinión. Trabajó por establecer la unión en los trabajos, y de corazón, no sólo entre los clérigos de la Iglesia Anglicana, sino entre todos los que profesaban ser cristianos.

En este sermón se establecen los principios de un catolicismo liberal en el cual pueden estar de acuerdo todos los cristianos. No es la unión de los credos ni la abolición de las diferencias doctri­nales, sino la cooperación diligente en buenas obras a pesar de las opiniones doctrinales tan diversas e irreconciliables. Hasta cierto punto, hemos visto cumplidos en nuestros tiempos los deseos fer­vientes del señor Wesley. La unión de nuestros esfuerzos en la salvación del género humano no ha menester de una unión orgá­nica ni de la destrucción de las diferencias entre las denomina­ciones.

ANALISIS DEL SERMON XXXIX

Debemos amar a todo el género humano. Amor especial a los que aman a Dios. La práctica de este amor se encuentra con dos obstáculos: los hombres no pueden pensar lo mismo ni obrar de idéntico modo. Esto puede oponerse a la unión exterior, mas no a la de los corazones.

I.          Considérese la pregunta que se hace aquí: "¿Es recto tu corazón"

1.          Nada tiene que ver este asunto con las opiniones, por muy extrañas que éstas sean. La ignorancia de las preocupaciones son comunes a todos nosotros, y en algunos son casi irremediables. Por consiguiente, debe haber libertad en las opiniones.

2.          No se trata de las formas de culto. La variedad de opinión engendra diversidad en la práctica. Todo hombre debe adorar a Dios en la congregación y del modo que su conciencia le dicte cla­ramente.

3.          Empero el asunto requiere una fe recta en Dios y en Cristo, y un amor recto a Dios y a nuestro prójimo, que se dejen sentir en nuestro modo de obrar.

II.         La proposición: "Dame la mano."

1.          No significa: acepta mis opiniones.

2.          No: sigue mi modo de adorar.

3.          Sino: ámame no sólo como a tu semejante, sino como a tu hermano cristiano. Ora por mí. Provócame al amor y a hacer bue­nas obras. Ámame no sólo de labios, sino de hecho y de veras.

III.        Deducciones.

1.          El espíritu católico no significa pensar especulativamente, con libertad, en materias de religión. La vacilación en las creen­cias es una maldición y no un bien. El hombre verdaderamente católico está tan firme en las verdades fundamentales, como el sol en los cielos.

2.          No es la costumbre de pensar prácticamente, con libertad, en materias de religión.

3.          Ni tampoco es la indiferencia respecto de las iglesias.

4.          Empero establece un compañerismo sincero y cordial entre todos aquellos cuyos corazones son rectos ante Dios, que apre­cian todas las ventajas que trae, y bendicen a Dios por ellas.

SERMON XXXIX

EL GENIO DEL CATOLICISMO[1]

Partiéndose luego de allí encontróse con Jonadab hijo de Rechab; y después que lo hubo saludado, díjole: ¿Es rec­to tu corazón, como el mío es recto con el tuyo Y Jonadab dijo: Lo es. Pues que lo es, dame la mano (II Reyes 10: 15).

1.          Aun aquellos que no cumplen con este deber sagra­do, conceden que debemos amar a todo el mundo. El manda­miento sublime: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo," es evidente por sí mismo, no conforme a la miserable interpre­tación que le dieron algunos fanáticos de los tiempos antiguos, a saber: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo"-a tus pa­rientes, a tus conocidos, a tus amigos-"y aborrecerás a tu enemigo." Muy al contrario: "Yo os digo"-dijo nuestro Se­ñor-"amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os mal­dicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos: que hace que su sol salga sobre malos y buenos, y llueve sobre justos e injustos"-y para que todos los hombres vean que sois hijos de Dios.

2.          Empero debemos tener un cariño especial a los que aman a Dios. David dice: "a los santos que están en la tierra, y a los íntegros: toda mi afición en ellos" (Salmos 16: 3). Y otro mayor que David dice: "Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros: como os he amado.En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros" (Juan 13: 34-35). Este es el amor sobre el cual insiste tan decididamente el apóstol Juan: "Este es el mensaje"-dice-"que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros" (I Juan 3: 11). "En esto hemos conocido el amor porque él puso su vida por nosotros: tam­bién nosotros"-en caso de que sea necesario-"debemos po­ner nuestras vidas por los hermanos" (v. 16). Y en otro lugar continúa: "Carísimos, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. El que no ama, no conoce a Dios; porque Dios es amor" (4:7-8). "No que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó a nosotros, y ha enviado a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios así nos ha amado, debemos también nosotros amarnos unos a otros" (vrs. 10-11).

3.          Todos los hombres aprueban esto, pero no todos lo practican. La experiencia diaria demuestra lo contrario. Y si no, ¿dónde están los cristianos que se aman los unos a los otros como El nos mandó que nos amásemos ¡De cuántos estorbos está lleno el camino! Hay dos grandes obstáculos es­pecialmente: el primero es que no todos los hombres pueden pensar de un mismo modo, y en consecuencia, el segundo obstáculo es que no pueden obrar de acuerdo, sino que se­gún la diversidad de sus sentimientos debe ser la diferencia en la práctica, en cosas de poca importancia.

4.          Empero aunque la diferencia de opiniones o de cul­to no permita una unión exterior completa, ¿tendrá por fuer­za que oponerse a una unión en los afectos Si bien no po­demos pensar del mismo modo, ¿qué impide que nos ame­mos ¿No podemos amarnos sinceramente aunque no sea­mos de una misma opinión Indudablemente que sí podemos, y en este amor pueden unirse todos los hijos de Dios a pesar de esas diferencias secundarias, las que pueden permanecer sin evitar que nos estimulemos mutuamente al amor y a las buenas obras.

5.          A la verdad que este ejemplo de Jehú, a pesar de su carácter, merece que todo cristiano sincero lo considere y siga. "Partiéndose luego de allí encontróse con Jonadab hijo de Rechab; y después que lo hubo saludado, díjole: ¿Es rec­to tu corazón, como el mío es recto con el tuyo Y Jonadab dijo: Lo es. Pues que lo es, dame la mano."

El texto se divide en dos partes: Primera, la pregunta que Jehú hace a Jonadab: "¿Es recto tu corazón, como el mío es recto con el tuyo" Segunda, el ofrecimiento hecho al reci­bir la contestación de Jonadab: "Pues que lo es, dame la mano."

I.          1. Consideremos, primeramente, la pregunta que Jehú hizo a Jonadab: "¿Es recto tu corazón, como el mío es recto con el tuyo"

La primera cosa que podemos notar en estas palabras es que no se refiere en lo absoluto a las opiniones de Jonadab. Y esto a pesar de que indudablemente tenía algunas tan ex­trañas como su persona. Algunas de ellas influían en sus cos­tumbres y las hacía tan enfáticas que las enseñó a sus hi­jos, y a los hijos de sus hijos. Esto lo hace evidente la re­lación que Jeremías da de su muerte muchos años después: "Tomé entonces a Jaazanías.y a sus hermanos, y a to­dos sus hijos, y a toda la familia de los Rechabitas.y puse delante de ellos tazas y copas llenas de vino y díjeles: Bebed vino. Mas ellos dijeron: No beberemos vino, porque Jonadab hijo de Rechab nuestro padre, nos mandó, diciendo: No beberéis jamás vino vosotros ni vuestros hijos; ni edifi­caréis casa, ni sembraréis sementera, ni plantaréis viña, ni la tendréis: mas moraréis en tiendas todos vuestros días.Y nosotros hemos obedecido a la voz de Jonadab nuestro pa­dre.en todas las cosas que nos mandó" (Jeremías 35: 3-10).

2.          Y sin embargo, Jehú-que según parece tenía la cos­tumbre de mezclarse en todo, ya se tratase de cosas secula­res, ya de religiosas-no se ocupa de nada de esto, sino que deja a Jonadab pensar como mejor le parezca. Ninguno de los dos molesta a su compañero respecto de sus opiniones.

3.          Nada extraño es que al presente muchos hombres buenos tengan opiniones extrañas, y que algunos de ellos sean tan raros como Jonadab. De todas maneras, mientras veamos en parte no será posible evitar que los hombres opinen de diferentes modos. Es una consecuencia inevitable de la debilidad y pobreza actual de la inteligencia humana, el que diferentes hombres tengan diversas opiniones en asuntos re­ligiosos como en cualesquiera otros. Así ha sido desde el prin­cipio del mundo, y así será hasta la restauración de todas las cosas.

4.          Más aún: si bien todos los hombres creen que las opiniones que aceptan son verdaderas-puesto que el creer que una opinión es falsa es lo mismo que rechazarla-sin em­bargo, nadie puede estar seguro de que todas sus opiniones, en conjunto, sean verdaderas. Al contrario, todo hombre que piense, sabe que no lo son, puesto que: humanum est errari et nescire-es propio de la naturaleza humana equivocarse en algunas cosas e ignorar muchas. Comprende esto muy bien y sabe que está equivocado en algo, si bien no sabe-y tal vez no le sea dado saber-en qué.

5.          Digo que tal vez no le sea dado saber, porque nadie sabe hasta qué punto son invencibles la ignorancia o las pre­disposiciones-que vienen a ser lo mismo, y que algunas ve­ces se arraigan en las mentes de los jóvenes de tal manera que es imposible arrancarlas. Y si la culpabilidad consiste en el consentimiento del albedrío, lo cual sólo Aquel que escudriña los corazones puede ver, ¿quién podrá determinar hasta qué punto es culpable el que padece una equivocación, a no ser que sepa bien todas las circunstancias del caso

6.          Todo hombre sabio, por consiguiente, permitirá a to­dos los demás la misma libertad de pensamiento que desea para sí. No insistirá en que acepten sus opiniones, como no desearía que los demás insistiesen en que él aceptase las su­yas. Tiene paciencia con los que piensan de otro modo, y sólo hace esta sencilla pregunta: "¿Es recto tu corazón, como el mío es recto con el tuyo"

7.          Observaremos, en segundo lugar, que no se hace nin­guna pregunta de cómo acostumbraba adorar Jonadab. Si bien es muy probable que haya existido en esto una gran diferen­cia entre los dos, puesto que muy bien podemos creer que Jonadab-lo mismo que toda su posteridad-adoró a Dios en Jerusalén, mientras que Jehú no acostumbraba hacerlo. Se ocupaba más de las cosas del estado que de la religión, y por consiguiente, si bien ajustició a los adoradores de Baal y desterró de Israel a este dios, sin embargo, no abandonó el pecado de Jeroboam, el culto de los becerros de oro (II Re­yes 10:29).

8.          Pero aun entre los hombres de corazón recto-los que desean tener una "conciencia sin remordimiento"-es pre­ciso que existan modos diferentes de adorar a Dios, puesto que mientras haya diversidad de opiniones debe haber va­riedad en la práctica. A la par que en todas las épocas en na­da han estado más desacordes los hombres que en sus opi­niones respecto de Dios, en ninguna cosa ha habido mayor diferencia que en la manera de adorarlo. Si esto sólo hubiera acontecido en el mundo pagano no sería nada extraño, por­que sabemos que aquellos por su "sabiduría no conocieron a Dios," y por consiguiente, no sabían cómo adorarle. Pero acontece aun en el mundo cristiano, aun entre aquellos que están de acuerdo en que "Dios es espíritu, y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren." Entre ellos, los métodos de adorar a Dios son casi tan numerosos como lo eran entre los paganos.

9.          Y entre tan grande variedad, ¿cómo podremos escoger Nadie puede escoger ni determinar para otro, sino que cada uno debe seguir el dictamen de su conciencia con toda senci­llez y pureza. Una vez plenamente persuadido en su mente, debe obrar conforme a la luz que tenga. Nadie tiene derecho de constreñir a otro a que siga sus reglas. Dios no ha dado a nadie el derecho de dominar la conciencia de los hombres, sino que cada uno debe decidir por sí mismo, puesto que tie­ne que dar cuenta a Dios de todas sus acciones.

10.        Por consiguiente, si bien es cierto que obligados por la índole de las instituciones cristianas, todos los discípulos de Cristo deben unirse a una congregación o a otra-a alguna iglesia, como se dice generalmente, lo que significa cierto modo especial de adorar, puesto que dos hombres no pueden pensar de un mismo modo, a no ser que estén de acuerdo-sin embargo, ningún poder humano puede obligar a nadie a unirse a tal o cual congregación, ni a preferir este o aquel culto.

Perfectamente sé lo que muchas personas dicen sobre es­te particular, a saber: que cada individuo debe asistir a la iglesia que haya en el lugar donde ha nacido. Por ejemplo, los que han nacido en Inglaterra deben pertenecer a la Iglesia Anglicana, y adorar a Dios según los ritos de dicha iglesia. En un tiempo sostuve esto con mucho celo, pero he tenido muy buenas razones para variar de opinión. Las dificultades que acarrea esta enseñanza nadie las puede superar, espe­cialmente la de que si se hubiese seguido, no habría sido po­sible la Reforma de los errores del papismo, puesto que esto destruye por completo el derecho al juicio privado que es la base fundamental de toda la Reforma.

11.        No me atrevo, por consiguiente, a obligar a nadie a que adore como yo adoro. Creo que nuestro culto es verda­deramente primitivo y apostólico, pero mi creencia no debe ser regla para otro. Por lo tanto, cuando quiero establecer relaciones de amistad con alguien, no le pregunto si pertenece o no a mi iglesia, a mi congregación. Si reconoce la misma forma de gobierno eclesiástico y las mismas órdenes que yo; si usa las mismas oraciones con que oro a Dios, no le pregun­to si recibe la Cena del Señor en la misma postura que yo, ni si admite padrinos en el bautismo, ni de qué manera bau­tiza, ni qué opina respecto de la edad a que se debe bautizar.

A pesar de las ideas tan claras que tengo sobre el particular, no le pregunto si admite los sacramentos. Dejemos todo esto por ahora, le digo. Si fuere necesario, hablaremos sobre estos asuntos cuando sea más conveniente. La única pregunta que hago por ahora es esta: "¿Es recto tu corazón, como el mío es recto con el tuyo"

12.        Empero, ¿qué significa esta pregunta No inquiero qué quiso preguntar Jehú, sino qué quiere decir uno que si­gue a Cristo y que hace esta pregunta a cualquiera de sus hermanos.

Su primer significado es este: ¿Es tu corazón recto para con Dios ¿Crees que existe, que es perfecto, eterno, inmen­so, sabio, poderoso, justo, misericordioso y verdadero ¿Crees que "sustenta todas las cosas con la palabra de su potencia," y que gobierna las cosas más ínfimas y pequeñas para su gloria y el bien de los que le aman ¿Tienes la evidencia di­vina, una convicción sobrenatural de las cosas de Dios ¿An­das "por fe y no por vista," mirando no a las cosas temporales, sino a las eternas

13.        ¿Crees en el Señor Jesucristo, Dios sobre todas las cosas, bendito para siempre ¿Se ha revelado a tu corazón ¿Conoces a Jesucristo, y a Cristo crucificado ¿Mora El en ti, y moras tú en El ¿Gobierna El tu corazón por medio de la fe ¿Has renunciado por completo a todas tus obras, to­da tu justicia, y te has sujetado a la justicia de Dios por me­dio de la fe en Jesucristo ¿Eres hallado en El, no teniendo tu justicia, sino la que es por la fe ¿Estás peleando la bue­na batalla y echando mano de la vida eterna por medio de El

14.        ¿Está tu fe llena de la energía del amor ¿Amas a Dios no digo sobre todas las cosas-la cual expresión es am­bigua y antibíblica-sino "de todo tu corazón, y de toda tu mente, y de toda tu alma, y de todas tus fuerzas" ¿Buscas en El toda tu felicidad ¿Magnifica tu alma al Señor, y se rego­cija tu espíritu en Dios tu Salvador continuamente Habien­do aprendido a dar gracias en todo, ¿te es agradable y placen­tero el ser agradecido ¿Es Dios el centro de tu alma, el con­junto de todos tus deseos ¿Estás, pues, haciéndote tesoros en el cielo y considerando las cosas mundanas como estiércol y basura ¿Ha podido el amor de Dios expulsar de tu corazón el amor del mundo Entonces estás crucificado al mundo; estás muerto para todo lo que hay aquí abajo y tu vida está escon­dida con Cristo en Dios.

15.        ¿Haces la voluntad de Aquel que te envió y no la tuya, la de Aquel que te envió a vivir aquí por algún tiempo, a pasar unos cuantos días en un país extranjero hasta que, habiendo concluido la obra que te dio a hacer, puedas volver a la casa de tu Padre ¿Es tu comida y bebida el hacer la vo­luntad de tu Padre que está en los cielos ¿Es tu ojo sencillo en todas las cosas, siempre fijo en El, mirando siempre a Jesús ¿Señalas hacia El en todo lo que haces, en tu trabajo, en tus negocios, en tu conversación; buscando en todo sólo la gloria de Dios, y todo lo que haces, sea de palabra o de hecho, lo ha­ces en el nombre del Señor Jesús, "dando gracias al Dios y Padre por él"

16.        ¿Te constriñe el amor de Dios a servirle en temor, a regocijarte en El con reverencia ¿Tienes más temor de dis­gustar a Dios que de la muerte y del infierno, y hay algo más terrible para ti que ofender los ojos de su gloria ¿Te impul­sa esto a aborrecer todos los malos caminos, toda trasgresión de su ley santa y perfecta, y por esto procuras tener siempre "conciencia sin remordimiento acerca de Dios y acerca de los hombres"

17.        ¿Es tu corazón recto para con tu prójimo ¿Amas a todo el género humano, sin excepción alguna, como a ti mismo "Si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis" ¿Amas a tus enemigos ¿Está tu alma llena de buena volun­tad, de ternura para con ellos ¿Amas aun a los enemigos de Dios, a los malagradecidos e impuros ¿Se compunge tu co­razón por causa de ellos ¿Te podrías hacer "maldito" por un tiempo en bien de ellos ¿Y demuestras esto, bendiciendo a los que te maldicen, y orando por los que te aborrecen y te persiguen

18.        ¿Demuestras tu amor con tus obras ¿Haces bien a todos los hombres, según tienes tiempo y se te presenta la opor­tunidad, y lo haces a tus prójimos y a los extraños, a tus ami­gos y a los que no lo son, a los buenos y a los malos ¿Les haces todo el bien que puedes, procurando satisfacer sus necesida­des, ayudándoles en cuerpo y alma hasta donde te alcancen tus fuerzas Si te portas de ese modo, si aun siquiera deseas conducirte así y procuras adelantar continuamente, entonces que te digan todos los cristianos: "tu corazón es recto, como el mío lo es con el tuyo."

II.         1. "Pues que lo es, dame la mano." No quiero decir con esto: "Acepta mis opiniones." No es necesario. No lo espero ni lo deseo. Tampoco quiero decir: "Acepto tus opinio­nes." No lo puedo hacer. No depende de mí. Más fácil me se­ría dejar de oír. Sigue firme en tus opiniones, que yo seguiré firme en las mías. No hay necesidad de que procures persua­dirme a que acepte tu modo de pensar. No deseo discutir, oír, ni decir una sola palabra sobre estos puntos. Dejemos todas es­tas opiniones a un lado. Sólo te pido que me des la mano.

2.          No deseo que aceptes mis métodos de adorar, ni quiero aceptar los tuyos. Esta es otra cosa que no depende de ti ni de mí. Debemos obrar según nuestras convicciones individua­les. Permanece firme en aquello que crees aceptable en la pre­sencia de Dios y yo haré lo mismo. Yo creo que la forma epis­copal del gobierno eclesiástico es bíblica y apostólica. Si tú crees que la forma presbiteriana o independiente es mejor, si­gue firme en tu opinión. Yo creo que se debe bautizar a los párvulos, ya sea por aspersión o por inmersión. Si tú opinas de una manera diferente, enhorabuena, sigue firme en tu opinión. Yo creo que ciertas fórmulas de oración son buenas, especial­mente para la gran congregación. Si tú crees que la oración espontánea es preferible, muy bien, ora conforme a tu creen­cia. Yo creo que no se debe impedir la inmersión a las perso­nas que la pidan, y que debo comer el pan y beber el vino en memoria de mi Maestro que murió por mí. Sin embargo, si tú no estás convencido de que así debe ser, obra según la luz que tengas. No deseo discutir sobre estos puntos ni un momen­to. Dejémoslos a un lado. Si tu corazón es recto con el mío, como el mío lo es con el tuyo, si amas a Dios y a todo el género humano, no tengo nada más que preguntarte. "Dame la mano."

3.          Quiero decir, primeramente, ámame. No sólo como amas a todo el género humano. No únicamente como amas a tus enemigos o a los enemigos de Dios, a los que te aborre­cen, a los que te vituperan y te persiguen. Ámame, no como a un extraño de quien no sabes nada de bueno ni de malo- esto no me satisface. Si tu corazón "es recto con el mío, como el mío lo es con el tuyo," entonces ámame con un cariño muy tierno, más que a tu propio hermano, como a un hermano en Cristo, como a un conciudadano de la Nueva Jerusalén, co­mo a un compañero en el ejército, que pelea bajo el mismo Capitán por la salvación de las almas. Ámame como a un compañero en el reino y la paciencia de Jesús, como a un coheredero de su gloria.

4.          Ámame, pero con un cariño más grande del que profesas a la mayoría del género humano, con un cariño que todo lo sufra, que sea benigno, que tenga paciencia. Si soy ignorante y estoy descarriado, que tu amor me ayude a llevar la carga, y no me la haga pesada. Que sea tierno, ama­ble y lleno de compasión. Que no tenga envidia, si acaso le place a Dios bendecir mi trabajo más que el tuyo. Ámame con un cariño que no se irrite con mis torpezas o debilidades, ni aun con mis obras en caso de que te parezcan alguna vez contrarias a la voluntad de Dios. Ámame con un cariño que no piense mal de mí; que no tenga celos ni sospechas; que todo lo sufra; que no revele nunca mis faltas ni mis debili­dades; que todo lo crea, que siempre piense lo mejor; que dé a mis palabras y acciones la mejor interpretación; que todo lo espere. Da gracias porque no hice la mala acción de la que se me acusa, o que no fue con las circunstancias agra­vantes que dicen. Al menos da gracias porque tuve buena intención, o porque obré a impulsos de una tentación repen­tina. Abriga siempre la esperanza de que por la gracia de Dios yo me corrija, y que la abundante misericordia de Jesucristo supla todo lo que me falta.

5.          En segundo lugar, te pido que te acuerdes de mí en todas tus oraciones. Lucha con Dios para que me bendiga, que corrija todo lo malo que haya en mí y supla todo lo que falte. Cuando más cerca estés del trono de la gracia, ruégale a Aquel que estará entonces contigo, que mi corazón sea más y más como el tuyo, más recto para con Dios y para con los hombres. Que tenga yo una convicción más clara de las co­sas que no se ven y un sentimiento más íntimo del amor de Dios en Jesucristo. Que ande yo con pasos más firmes por  medio de la fe y no por vista, y que me asegure más firmemente a la vida eterna. Pide que el amor de Dios y de todo el género humano se derrame en mi corazón más abundante­mente. Que sea yo más fervoroso y activo al hacer la voluntad de mi Padre que está en los cielos, más celoso en buenas obras, y que tenga más esmero en evitar toda apariencia de maldad.

6.          Quiero decir, en tercer lugar, que me provoques al amor y a las buenas obras siempre que se presente la opor­tunidad. Confirma tu oración diciéndome cariñosamente to­do lo que creas que convenga a la salud de mi alma. Vivifí­came en la obra que Dios me ha mandado hacer e instrúyeme para que la haga con mayor perfección. Castígame cariñosa­mente y corrígeme siempre que veas que estoy haciendo mi voluntad y no la de Aquel que me envió. ¡Oh! habla y no calles. Dime todo lo que creas que me ayudará a corregir mis faltas, a fortalecer mi debilidad, a fortificarme en el amor, o a hacerme de cualquiera manera más competente en el ser­vicio del Maestro.

7.          Ámame, por último, no sólo de palabra, sino de hecho y de veras. Sigue firme en tus opiniones y tu manera de ado­rar, pero hasta donde te lo permita tu conciencia, trabajemos juntos por el Señor y démonos la mano. Indudablemente que puedes hacerlo. Dondequiera que te encuentres, habla bien de la obra de Dios, y cariñosamente de sus mensajeros, sean éstos quienes fueren. Si puedes, además de ayudar a los que se encuentren en alguna dificultad o aflicción, presta tus ser­vicios de buena voluntad para que con tu ejemplo glorifi­quen a Dios.

8.          Hay dos cosas que observar respecto de lo que queda expuesto en el párrafo anterior. La una es que estoy dispues­to a corresponder a mi hermano, mediante la gracia de Dios y hasta donde me alcancen mis fuerzas, todo el cariño, todos los servicios de amistad, toda la ayuda, ora temporal ora es­piritual, que espero de él. La otra es que espero todo esto no sólo para mí, sino también para todo aquel cuyo corazón sea recto para con Dios y los hombres, a fin de que nos amemos todos como Cristo nos amó primero.

III.        1. De lo expuesto podemos deducir lo que signi­fica el genio del catolicismo.

Apenas puede darse una expresión que se haya interpre­tado más torpemente y aplicado con mayor peligro que ésta. Mas cualquiera que medite con calma sobre las consideracio­nes que hemos mencionado, podrá fácilmente corregir dichas falsas interpretaciones y evitar la mala aplicación.

Deducimos, primeramente, que el genio del cristianismo universal no significa pensar especulativamente, con libertad, en materias de religión. No es esa indiferencia respecto de toda clase de opiniones, que puede ser una criatura del infierno, mas no la inspiración del cielo. Esa vacilación de ideas, eso de ser llevados por dondequiera por todo viento de doctrina; lejos de ser una bendición, es una maldición, y en vez de ser favo­rable al verdadero catolicismo, es su enemigo irreconciliable. El hombre de índole verdaderamente católica no tiene que pensar en qué religión ha de creer, sino que está tan firme en las doctrinas esenciales del cristianismo como el sol en el espacio. Es bien cierto que está siempre listo a escuchar, a pesar de todo lo que se pueda decir en contra de sus principios, pero esto no causa ni prueba ninguna vacilación en sus ideas: no vacila entre dos opiniones ni procura vanamente aunarlas. Vosotros, los que no sabéis de que índole sois, que os lla­máis hombres de genio católico, sólo porque vuestra inteli­gencia está obscurecida, envuelta en las tinieblas; porque no tenéis principios fijos ni consistentes y queréis mezclar di­versas opiniones, convenceos de que habéis perdido el camino y de que no sabéis dónde os encontráis. Os figuráis que tenéis el espíritu de Cristo cuando, en realidad, tenéis más bien el espíritu del Anticristo. Id y aprended primero los elementos del Evangelio de Cristo, y después aprenderéis a tener un espíritu verdaderamente católico.

2.          De lo expuesto podemos deducir, en segundo lugar, que el genio del cristianismo universal no es en manera alguna pensar prácticamente, con libertad, en materias de religión. No significa indiferencia respecto del culto público, o de las for­mas exteriores de observarlo. Eso también sería una maldi­ción y no una bendición. Lejos de ayudarnos en el culto, sería un obstáculo insuperable que encontraríamos al querer ado­rar a Dios en espíritu y en verdad. El hombre verdaderamen­te católico, por otra parte, no tiene la menor duda, ni le asal­ta ningún escrúpulo respecto de su modo especial en que ado­ra, puesto que ha pesado bien todas estas cosas en la balan­za del santuario. Está plenamente convencido de que su ma­nera de adorar a Dios es bíblica y racional, y que lo es más que cualquiera otra que haya en el mundo. Por consiguiente, sin andar de aquí para allá, se apega a su culto y alaba a Dios por el privilegio de hacerlo así.

3.          Podemos deducir, en tercer lugar, que el genio del catolicismo no es la indiferencia hacia las demás congrega­ciones. Esta es otra manera de pensar libremente en materias de religión no menos absurda y antibíblica que la anterior. Pero es muy ajena al hombre verdaderamente católico, al que está tan firme en la congregación a que pertenece, como en sus principios. Pertenece a su congregación no solamente en espíritu, sino que está unido a ella con todos los lazos ex­teriores del amor cristiano. Allí participa de todas las orde­nanzas de Dios. Allí recibe la Cena del Señor. Allí derrama su espíritu en la oración pública y toma parte en las alaban­zas y acciones de gracias públicas. Allí se regocija al escuchar la palabra de reconciliación, el Evangelio de la gracia de Dios. En compañía de sus hermanos más queridos y en oraciones solemnes, busca a Dios por medio del ayuno. Vela sobre sus hermanos con amor y especialmente, como ellos velan por su alma, amonestándose, exhortándose, consolándose y reprendiéndose los unos a los otros, edificándose mutuamente en la fe. Los considera como de su familia, y por consiguiente, los cuida y los provee de todo lo que necesitan para la vi­da material y la piedad, hasta donde Dios le da fuerzas.

4.          Empero si bien está muy firme en sus principios re­ligiosos-en lo que acepta como la verdad en Jesús-a la par que se adhiere al culto divino que cree más aceptable a la presencia de Dios, y que está unido a cierta congregación con los lazos más tiernos y firmes, su gran corazón late por todo el género humano, por los que ama y por aquellos a quienes no conoce. Abraza con cariño sincero a sus conocidos y a los extraños, a sus amigos y a sus enemigos. Tal es el amor católico, universal, y quien quiera que lo tenga, es de natu­raleza católica porque sólo el amor da este carácter. El amor universal es el genio del cristianismo universal.

5.          Por tanto, si tomamos esta palabra en su sentido ne­to, el hombre de condición católica es aquel que da la mano- de la manera que dejamos descrita-a todo aquel cuyo corazón es recto para con el suyo. Es aquel que alaba a Dios por to­das las ventajas que aprecia y de las que goza, por el conoci­miento que tiene de las cosas divinas, la manera verdadera­mente bíblica de adorarle, y sobre todo, por estar unido a una congregación que teme a Dios y obra la justicia. Es aquel que cuidando de estas bendiciones con el mayor esmero, y guardándolas como la niña del ojo, ama al mismo tiempo a todos los hombres de cualquiera opinión, culto o congregación que sean. Ama a los que creen en el Señor Jesucristo, ama a Dios y a los hombres. Ama a los que se regocijan en amar a Dios, y temen ofenderlo; a los que procuran evitar el mal y tener celo en buenas obras. Los ama como a sus amigos, como hermanos en el Señor, como miembros de Cristo e hi­jos de Dios, como partícipes en lo presente del reino de Dios, y coherederos en lo futuro de su reino eterno.

El hombre de espíritu verdaderamente católico es aquel que lleva estas cosas continuamente en su corazón; que sien­te una ternura indecible por los hombres, anhela su bien y no cesa de encomendarlos a Dios en la oración ni de abogar por ellos con otros hombres. Es aquel que los consuela, y con sus palabras procura afirmar sus obras en el Señor. Es aquel que les ayuda temporal y espiritualmente hasta donde le al­canzan sus fuerzas. Es aquel que está listo a despender y ser despendido por sus almas, y a ofrecer aun su vida por amor de ellos.

6.          ¡Oh! tú, hombre de Dios, medita sobre estas cosas. Si ya estás en el camino, prosigue. Si te habías equivocado en el camino y ahora lo has encontrado, bendice a Dios que te encaminó de nuevo. Y ahora emprende la carrera que se te propone, pero en el camino real del amor universal. Ten cui­dado, no sea que vaciles en tus juicios o te encuentres confuso. Camina con paso firme. Arraiga en tu corazón la fe una vez dada a los santos, y guíate por el amor, el verdadero amor universal, hasta que ese amor te absorba por siempre jamás.

PREGUNTAS SOBRE EL SERMON XXXIX

1. (¶ 1). ¿Qué cosa concede todo el mundo 2. (¶ 2). ¿Qué co­sa debemos a los que aman a Dios 3. (¶ 3). ¿Aprueban y practican esto todos los hombres 4. (¶ 4). ¿Son las diferencias en doctrina motivo suficiente para que no exista una unión afectuosa 5. (¶ 5). ¿Qué se dice de Jehú ¿Qué cosa se propone en este párrafo 6. (1). ¿Qué cosa consideramos en primer lugar 7. (I. 2). ¿Qué otra cosa se dice de Jehú 8. (I. 3). ¿Qué se dice de muchos hombres buenos 9. (I. 4). ¿Cuál es la condición natural del género humano 10. (I. 5). ¿Qué se dice de la ignorancia invencible 11. (I. 6). ¿Qué hace todo hombre sabio 12. (I. 7). ¿Qué cosa se observa en segundo lugar 13. (I. 8). Además de la variedad de opiniones, ¿qué otra cosa ha de existir siempre 14. (I. 9). ¿Puede uno escoger para otro 15. (I. 10). ¿Qué cosa está obligado a ser todo discípulo de Cristo 16. (I. 11). ¿Qué se dice de imponer a otros ciertos modos de ado­rar a Dios 17. (I. 12). ¿Qué cosa incluye la pregunta de Jehú 18. (I. 13). ¿Qué preguntas se hacen aquí ¿Son de importancia vital 19. (I. 14). ¿Qué se dice de nuestra fe 20. (I. 15). ¿Y de nuestra vocación en la vida 21. (I. 16). ¿Qué se dice del amor a Dios 22. (I. 17). ¿Qué se dice de nuestras relaciones con nues­tros prójimos 23. (I. 18). ¿Qué se dice de mostrar nuestro amor en nuestras obras 24. (II. 1). ¿Qué se sigue de la respuesta afir­mativa a estas preguntas 25. (II. 2). ¿En qué sentido se debe tomar esto 26. (II. 3). ¿Qué quiere decir en primer lugar 27. (II. 4). ¿Con qué clase de amor 28. (II. 5). ¿Qué se quiere decir aquí en segundo lugar 29. (II. 6). ¿Y en tercero 30. (II. 7). ¿Y por último 31. (III. 1). ¿Qué deducción se hace en este párrafo 32. (III. 2). ¿Qué cosa podemos aprender en segundo lugar 33. (III. 3). ¿Y en tercer lugar 34. (III. 4). ¿Qué se dice de la firmeza en los principios, y del amor a todo el género humano 35. (III. 5). En vis­ta de todo esto, ¿quién es el hombre de naturaleza católica 36. (III. 6). ¿Cómo concluye el sermón



[1] La palabra catolicismo se usa en este sermón para significar cristianismo universal