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Sermón XXXIV - Origen, Naturaleza, Atributos y Fines de la Ley

NOTAS INTRODUCTORIAS

"Si la religión es la verdadera relación del hombre para con Dios, y si la moralidad es la verdadera relación del hombre para con la justicia,"- dice el profesor Burwash, "entonces en este discurso se nos presenta la identificación completa de la religión y la moralidad, puesto que presenta a Dios y a la justicia como a un solo e idéntico Ser. No creemos que se pueda encontrar en nin­gún otro escritor, un concepto más sencillo y mejor del origen de lo justo, que el que aquí se da. Indudablemente que es más ele­vado que el de su contemporáneo Butler quien consideraba la constitución de la naturaleza humana como la base probable de la obligación. El señor Wesley está acorde con Cudworth y con el doctor Samuel Clarke al hacer eterna la distinción entre el bien y el mal, y aun concede el uso de su expresión: 'la idoneidad eterna de las cosas.' Pero su profundo instinto religioso no con­cibe ninguna realidad eterna fuera de Dios y considera todas las cosas y su idoneidad como procedentes sólo de Dios. Esta es la filosofía del hombre para quien Dios no es una idea abstracta de la inteligencia, sino el Dios viviente.

"Igualmente, vemos en este discurso que la ley moral abso­luta forma parte de la vida cristiana y se convierte en la ley cristiana del deber. Según la opinión que aquí se emite, la ética cristiana no significa ninguna disminución de la ley absoluta que disimule en parte las necesidades de la debilidad humana. La ley perfecta de Dios en sus principios inmutables es la que leuda nues­tra vida espiritual y nos lleva a Cristo. Y los grandes principios del deber cristiano, que esa ley perfecta desarrolla de la concien­cia cristiana que tenemos de nuestras relaciones filiales para con Dios, son tan perfectos como la ley absoluta de donde manan.

"En conexión con la doctrina de la perfección cristiana se­gún el señor Wesley, se considerará muy ampliamente la relación que existe entre estos principios perfectos y la imperfección del instrumento humano por el cual obran. Baste, por ahora, observar que no se disminuye la ley moral absoluta ni la ley del deber cristiano, a fin de satisfacer las consecuencias de una doctrina de la perfección."

ANALISIS DEL SERMON XXXIV

La ley no significa en este lugar la romana ni la mosaica, sino la ley moral, como se desprende de las citas hechas.

I.          Origen de esta ley: es coetánea con la creación de los seres morales, y está escrita por el dedo de Dios en lo más recón­dito de sus espíritus.

II.         La naturaleza de esta ley: es una manifestación de la naturaleza divina, y, por consiguiente, la razón suprema, inmu­table; la rectitud invariable; la eterna idoneidad de las cosas.

III.        Atributos de esta ley.

1.          Santa y opuesta a todo pecado.

2.          Justa, que paga a cada uno conforme a sus obras. Adap­tada a la naturaleza de las cosas, del universo entero y de cada individuo. Pero la naturaleza de las cosas depende de la volun­tad de Dios, cuya voluntad es al fin Dios mismo.

3.          Es buena, llena de benignidad, y produce toda clase de resultados benditos.

IV.        Los fines de esta ley.

1.          Persuadir del pecado.

2.          Guiar hacia Cristo.

3.          Prepararnos para recibir más abundantemente la gracia de Dios. De aquí es que, si bien ya no tenemos nada que hacer con la ley como un medio de justificación para con Dios, sin embargo, la ley nos es de inestimable uso y absoluta necesidad. La verda­dera libertad de los hijos de Dios no consiste en estar libres de la ley, sino del pecado.

SERMON XXXIV

ORIGEN, NATURALEZA, ATRIBUTOS Y FINES DE LA LEY

De manera que la ley a la verdad es santa, y el manda­miento santo, y justo, y bueno (Romanos 7: 12).

1.          Tal vez haya muy pocos asuntos entre los muchos que conciernen a la religión, tan mal entendidos como éste. Generalmente se le dice al lector de esta epístola, que al ha­blar el apóstol Pablo de "la ley," se refiere a la ley judaica; y creyendo, por lo tanto, que no le atañe a él, pasa adelante sin pensar más en ella. A otros no satisface esta opinión, sino que tomando en consideración el hecho de que la epístola fue dirigida a los romanos, deducen que Pablo se refiere a la ley romana. Pero como esta ley no les interesa, así como la ley judaica tampoco les atañe, no se detienen a considerar estas palabras que suponen el Apóstol usó accidentalmente para esclarecer otro asunto.

2.          Empero quien lea cuidadosamente este discurso del Apóstol, no se contentará con explicaciones tan baladíes, si­no que mientras más medite sobre esas palabras, más se con­vencerá de que al hablar Pablo de "la ley" en este capítulo, no se refiere a la ley antigua de Roma, ni a la ley ceremonial de Moisés. Cualquiera que siga con atención el tenor de este discurso, verá esto claramente.

Empieza el capítulo con estas palabras: "¿Ignoráis, her­manos (porque hablo con los que saben la ley) "-los que desde su niñez han sido instruidos en ella, -"que la ley se en­señorea del hombre entretanto que vive" (¿Qué ¿la ley de Roma solamente, o la ley ceremonial Ciertamente que ni la una ni la otra, sino la ley moral). "Porque"-por ejem­plo-"la mujer que está sujeta a marido, mientras el marido vive está obligada a la ley" moral; "mas muerto el marido, libre es de la ley del marido. Así que, viviendo el marido, se llamará adúltera si fuere de otro varón; mas si su marido muriere, es libre de la ley; de tal manera que no será adúltera si fuere de otro marido." De este ejemplo especial pasa a una conclusión general: "Así también vosotros, hermanos míos"-de la misma manera-"estáis muertos a la ley"-la ley mosaica-"por el cuerpo de Cristo" que se ha ofrecido por vosotros, y os ha traído a una nueva dispensación, "para que"-sin tener ninguna culpabilidad-"seáis de otro, a sa­ber, del que resucitó de los muertos;" quien con tal hecho os ha dado una prueba de la autoridad que tiene de hacer ese cambio, "a fin de que fructifiquemos a Dios."

Y esto que antes no podíamos hacer, ahora lo llevamos a cabo, "porque mientras estábamos en la carne"-bajo el dominio de la carne, es decir, de la naturaleza corrompida, en el cual caso naturalmente estábamos hasta que experimen­tamos el poder de la resurrección de Cristo-"los afectos de los pecados que eran por la ley"-que se mostraban y hacían patentes debido a la ley mosaica, y que no habíamos subyu­gado-"obraban en nuestros miembros"-se manifestaban de varias maneras-"fructificando para muerte. Mas ahora estamos libres de la ley," estando todas esas instituciones como muertas, y no teniendo más autoridad sobre nosotros que la que tiene el marido sobre su mujer después de muerto; a fin de "que sirvamos en novedad de espíritu" a Aquel que murió y resucitó por nosotros-"y no en vejez de letra"-con meras ceremonias exteriores, según la letra de las institu­ciones mosaicas (vrs. 1-6).

3.          Después de probar que la dispensación cristiana ha­bía hecho a un lado la judaica, y que aun la misma ley moral-que nunca puede dejar de existir-tiene diferentes bases que antes, pasa el Apóstol a mencionar una objeción que lue­go contesta: "¿Qué pues diremos ¿La ley es pecado" Pue­de ser que algunos deduzcan esto de las palabras: "los afec­tos de los pecados que eran por la ley." "En ninguna mane­ra," dice el Apóstol. Al contrario, la ley es el enemigo irre­conciliable del pecado y lo descubre dondequiera que se en­cuentre. "Yo no conocí el pecado, sino por la ley: porque tam­poco conociera la concupiscencia"-los malos deseos-"si la ley no dijera: No codiciarás" (v. 7). Después de desarrollar esto en los cuatro versículos que siguen, añade esta conclu­sión general, con referencia más especialmente a la ley mo­ral, de la cual se tomó el ejemplo anterior: "De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, y justo, y bueno."

4.          A fin de explicar y hacer enfáticas estas profundas palabras, que se consideran tan poco porque no se entienden bien, procuraré mostrar: primeramente, el origen de esta ley; en segundo lugar, su naturaleza; en tercero, sus atributos: su santidad, justicia y bondad; y por último, sus usos.

I.          1. Paso, en primer lugar, a mostrar el origen de la ley moral, comúnmente llamada "la ley." Ahora bien, esta ley no es, como muchos tal vez se figuren, contemporánea de Moisés. Noé la declaró mucho antes a los hombres, y antes de éste, Enoc. Pero podemos hacerla remontar a una época todavía más remota-aun antes de la fundación del mundo, en ese período desconocido de los hombres, pero escrito indudable­mente en los anales de la eternidad, cuando por primera vez alabaron las estrellas del alba, acabando de ser creadas. Pla­ció al gran Hacedor crear a sus primeros hijos, a seres inte­ligentes que conociesen al que los creó, y con tal fin dióles inteligencia para discernir entre la verdad y la mentira, el bien y el mal, y naturalmente dióles libertad, la capacidad de aceptar lo uno y de rechazar lo otro. Dióles, igualmente, la habilidad de ofrecerle un sacrificio libre y voluntario, sa­crificio que por sí mismo merece recompensa y que es muy aceptable en presencia de su amante Señor.

2.          Dióles una ley, un modelo completo de toda verdad, hasta donde la pueda entender un ser finito y de todo bien, hasta donde las mentes angélicas puedan comprenderlo, pa­ra que usen de todas las facultades que les diera, especial­mente su inteligencia y libre albedrío. Se propuso igual­mente el benévolo Gobernador de todas las cosas, mostrarles la manera de desarrollar continuamente su felicidad, puesto que cada vez que obedecen esa ley se perfecciona más esa naturaleza, y se hacen acreedores a un premio más alto que el justo Juez les dará a su debido tiempo.

3.          Igualmente, cuando plugo a Dios crear otro nuevo orden de seres inteligentes; cuando del polvo de la tierra for­mó al hombre y sopló en él aliento de vida haciéndolo un alma viviente, dotada del poder de hacer el bien o el mal, dio también a esta criatura libre e inteligente la misma ley que había dado a los primeros seres que creó-ley que no está escrita en tablas de piedra, ni en cosa alguna corruptible, sino grabada en el corazón por el dedo de Dios; escrita en lo más recóndito de los espíritus de hombres y ángeles, a fin de que nunca esté lejana, que nunca sea de difícil inteligen­cia, sino que siempre se halle a la mano, siempre brille con una luz clara, como el sol en medio del cielo.

4.          Tal fue el origen de la ley de Dios. Respecto del hom­bre, es contemporánea con su naturaleza, pero en cuanto se refiere a los hijos de Dios creados antes que el género hu­mano, brilló en todo su esplendor desde antes que naciesen los montes, y la tierra y el mundo fuesen formados. Mas el hombre no tardó en rebelarse en contra de Dios, y al que­brantar esta divina ley casi la borró de su corazón. Y habién­dose obscurecido su inteligencia tanto como su alma, se hizo "ajeno de la vida de Dios." Sin embargo, no despreció Dios la obra de sus manos, sino que habiéndose reconciliado con el hombre por medio del Hijo de su amor, volvió a escribir hasta cierto grado la ley en el corazón de esta entenebrecida y pecadora criatura. "Oh hombre, él te ha declarado"-otra vez-"qué sea lo bueno"-si bien no como al principio-"ha­cer juicio, y amar misericordia, y humillarte para andar con tu Dios."

5.          Y mostró esto no sólo a nuestros primeros padres, si­no también a toda su posteridad, con esa "luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo." Sin embargo, a pesar de esta luz, en el curso del tiempo corrompiéronse delante de Dios, hasta que El escogió de entre todo el género humano un pueblo singular, al cual dio un conocimiento más perfec­to de su ley. Mas como eran muy lentos en comprenderla, escribió en dos tablas de piedra los títulos de esa ley, los que mandó a los padres que enseñasen a sus hijos de gene­ración en generación.

6.          Así es que en nuestros días se enseña la ley de Dios a aquellos que no le conocen. Oyen con los oídos las cosas que para nuestra instrucción fueron escritas, pero no basta esto, no es suficiente este medio para que comprendan la al­tura y la profundidad, la largura y la anchura de esa ley. Sólo Dios puede revelar esto por medio de su Espíritu, y lo revela a todos los que creen verdaderamente, de acuerdo con la promesa hecha a todo el Israel de Dios. "He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Jacob...este será el pacto que haré con la casa de Is­rael...Daré mi ley en sus entrañas, y escribiréla en sus corazones; y seré yo a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo" (Jeremías 31: 31, 33).

II.         1. Propuse, en segundo lugar, tratar sobre la natu­raleza de esa ley que en un principio se dio a los ángeles en el cielo y al hombre en el paraíso, y la cual Dios ha prometido misericordiosamente escribir de nuevo en los corazones de todos los verdaderos creyentes. Para esto, observaré, prime­ramente, que si bien "la ley" y "el mandamiento" tienen al­gunas veces diferentes significados-puesto que el manda­miento no es sino una parte de la ley-sin embargo, en nues­tro texto son términos sinónimos que tienen idéntico sentido. Pero ninguno de estos dos términos significa aquí la ley ce­remonial. El Apóstol no se refiere a la ley ceremonial en las palabras ya citadas: "Yo no conocí el pecado sino por la ley." Tan claro es esto que no necesita de prueba alguna. Ni tam­poco se citan de esta ley las palabras que siguen inmediata­mente: "No codiciarás." Por consiguiente, nada tiene que ver en este asunto la ley ceremonial.

2.          Ni podernos decir que "la ley" de que habla el texto se refiera a la dispensación mosaica. Es bien cierto que algu­nas veces tiene este significado, como cuando el Apóstol, ha­blando a los gálatas, dice: "El contrato confirmado.antes," es decir, con Abraham, al padre de los fieles, "la ley," es decir, la dispensación mosaica, "que fue hecha cuatrocien­tos y treinta años después, no lo abroga." Pero no podemos dar este sentido a las palabras del texto, puesto que el Após­tol nunca recomienda tan altamente esa imperfecta y obs­cura dispensación; en ninguna parte afirma que la ley mo­saica sea espiritual, santa, justa o buena. Ni es cierto que Dios ha de grabar esa ley en los corazones de aquellos de cuyas iniquidades ya no se acuerda. Claro es, pues, que "la ley," llamada así eminentemente, es la ley moral.

3.          Ahora bien, esta ley es la imagen incorruptible del Alto y Santo que mora en la eternidad. Es Aquel al cual en su esencia ningún hombre ha visto nunca, ni puede ver, he­cho visible a los hombres y a los ángeles. Es la faz de Dios sin el velo. Dios que se manifiesta a sus criaturas hasta don­de éstas pueden soportar su presencia sin morirse. Que se manifiesta para dar vida y no para destruirla; para que vean a Dios y vivan. Es el corazón de Dios que se abre a los hom­bres. Sí, en cierto sentido, podemos decir de esta ley lo que el Apóstol dice del Hijo: es "el resplandor de su gloria, y la misma imagen de su sustancia."

4.          "Si la virtud," dice un antiguo pagano, "pudiera per­sonificarse de manera que pudiésemos verla con nuestros propios ojos, ¡qué amor tan profundo despertaría en nosotros!" ¡Si la virtud pudiera tomar forma humana! Ya lo ha hecho. La ley de Dios es el resumen de todas las virtudes en una, y tal que la pueden ver cara a cara todos aquellos cuyos ojos Dios ha abierto. Porque ¿qué otra cosa es la ley, si no la vir­tud y sabiduría divinas en forma visible ¿Qué cosa es, si no las ideas originales de la verdad y lo bueno, que existían desde la eternidad en la mente del Creador y que ahora se manifiestan y aparecen aún a la inteligencia humana

5.          Si contemplamos la ley de Dios desde otro punto de vista, diremos que es la razón suprema e inmutable; la rec­titud inalterable. Es la eterna idoneidad de todas las cosas que han sido o serán creadas. Perfectamente sé lo imperfecto e inadecuado de estas y otras expresiones humanas con que pretendemos dar una ligera idea de las cosas profundas de Dios, pero no tenemos otras, ni otro modo de expresarnos, durante este período de nuestra existencia. Así como sólo sa­bemos "en parte," solamente en parte podemos "profetizar," es decir, hablar de las cosas de Dios. Mientras que ocupemos esta habitación de barro, no podremos componer las ideas a causa de las tinieblas. Mientras que soy "niño," tengo que "hablar como niño." Pero bien pronto "dejaré las cosas de niño," porque "cuando venga lo que es perfecto, entonces lo que es en parte será quitado."

6.          Empero volviendo a nuestro asunto y hablando en lenguaje humano, la ley de Dios es la manifestación de la mente eterna, la copia de la naturaleza divina. Es la criatura más hermosa del Padre eterno, la emanación más brillante de su eterna sabiduría, la belleza visible del Altísimo. Es el deleite y admiración de los querubines y serafines y de toda la compañía del cielo, la gloria y el gozo de todo verdadero creyente, de todo hijo de Dios en la tierra que está bien instruido.

III.        1. Tal es la naturaleza de la bendita ley de Dios. Paso, en tercer lugar, a discurrir sobre sus atributos. No sobre todos sus atributos, para lo cual no bastaría la inteligencia de un ángel, sino sólo sobre los que menciona el texto. Estos son tres: su santidad, justicia y bondad. Primeramente, la ley es santa.

2.          En esta expresión no parece hablar el Apóstol de los efectos de la ley, sino de su naturaleza. Lo mismo que San­tiago, hablando de lo mismo bajo otro nombre, dice: "La sa­biduría que es de lo alto"-la cual no es otra cosa sino esta ley escrita en nuestro corazón-"primeramente es pura" (3: 17). Es casta, sin mancilla; esencial y eternamente santa. Por con­siguiente, cuando se trasplanta a la vida lo mismo que el alma, es, como dice el Apóstol (1: 27), religión pura y sin mácula, o sea el culto de Dios, puro, limpio y sin mancilla.

3.          La ley es, en el más alto grado de la palabra, pura, casta, limpia y santa. De otra manera no sería criatura de Dios, ni mucho menos su perfecta semejanza, porque El es la santidad en esencia. Es pura de todo pecado, limpia y sin la menor mancha. Es cual una virgen casta, incapaz de la me­nor mancilla, de la menor mezcla de lo que no está limpio y puro. No tiene nada que ver con el pecado de ninguna cla­se, porque, "¿qué comunión tiene la luz con las tinieblas" Así como por naturaleza el pecado es enemistad para con Dios, de la misma manera la ley es enemistad con el pecado.

4.          Es por esto que el Apóstol rechaza tan enérgicamen­te la suposición blasfema de que la ley de Dios es ya el pe­cado en sí mismo, o ya la causa del pecado, simplemente por­que lo descubre, porque hace patentes las cosas que se es­conden en la oscuridad, arrastrándolas a la luz del medio día. Es bien cierto que por este medio de la ley, como dice el Apóstol en Romanos 7: 13, el pecado se muestra pecado-se le arranca todo su disfraz, y aparece en toda su deformidad. Es igualmente cierto que el pecado se hace "sobremanera pecante por el mandamiento," siendo que la ley lo saca a la luz y le da a conocer, habiéndole arrancado aun el pobre pretexto de la ignorancia, no dejándole ninguna disculpa ni disfraz y haciéndole más odioso a los ojos de Dios y de los hombres.

Todavía más: es cierto que el pecado, "por lo bueno," por lo que en sí mismo es puro y santo, "obra la muerte." Cuando se le saca a la luz, se enfurece más. Cuando se le do­mina, estalla con mayor violencia. Así, el Apóstol, hablando como quien está persuadido, pero todavía no libre del peca­do, dice: "El pecado," al descubrirlo y procurar dominarle, despreció la sujeción, y "tomando ocasión obró en mí por el mandamiento toda concupiscencia" (v. 8); toda clase de de­seos torpes y dañinos que ese mandamiento procuró domi­nar. Así que, "venido el mandamiento, el pecado revivió" (v. 9); se encolerizó y enfureció mucho más. Pero esto no es culpa del mandamiento, el cual si bien puede abusarse de él, no se puede manchar. Esto sólo prueba que "engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso," pero "la ley" de Dios es siempre "pura."

5.          En segundo lugar, la ley es justa. Da a cada quien según sus obras. Enseña lo recto con toda exactitud; precisamente lo que se debe pensar, decir o hacer respecto al Autor de nuestro ser, respecto de nosotros mismos y de todas las de­más criaturas que El ha hecho. Adaptase, bajo todos los as­pectos, a la naturaleza de las cosas, a todo el universo y a cada individuo en particular. Adaptase a las circunstancias de ca­da uno, a sus relaciones mutuas, bien las que han existido desde el principio o ya las que comenzaron en un período posterior. Está absolutamente acorde con la idoneidad de las cosas, bien esencial, ya accidental. No choca con éstas en el menor grado, ni se separa nunca de ellas. Si se da ese sentido a la palabra, no hay nada de arbitrario en la ley de Dios. Todas y cada una de las partes de la ley dependen por com­pleto de su voluntad, de manera que su voluntad que debe hacerse, es la ley suprema y universal en el cielo y en la tierra.

6.          Empero, ¿es la voluntad de Dios la causa de la ley ¿Es su voluntad el origen de lo bueno y de lo malo ¿Es una cosa buena, simplemente porque Dios la quiere así, o la quie­re así porque es buena

Mucho me temo que estas preguntas sean más curiosas que útiles, y tal vez la manera de ventilarlas no demuestre el respeto que una criatura debe tener al Creador y Gober­nador de todas las cosas. Apenas puede concebirse cómo se atreve el hombre a pedir a su Creador le dé cuenta de lo que hace. Sin embargo, con temor y respeto podemos decir algo. El Señor nos perdone si no hablamos rectamente.

7.          Parece que toda la dificultad depende de que la voluntad de Dios se considera como algo diferente de Dios mis­mo. De otra manera se desvanece por completo, puesto que Dios es la causa de la ley divina. Pero la voluntad de Dios es Dios mismo. Es Dios ejerciendo su voluntad de un modo o de otro. Por consiguiente, decir que la voluntad de Dios es la causa de la ley, o afirmar que Dios mismo es esa causa, es igual e idéntica aserción.

8.          Además, si la ley-la regla inmutable respecto de lo bueno y de lo malo-depende de la naturaleza e idoneidad de las cosas y de sus relaciones mutuas y esenciales (no di­go su relación eterna, porque la relación eterna de las cosas que existen por un tiempo es una contradicción); si depende, digo, de la naturaleza y relación de las cosas, entonces debe depender de Dios, o de la voluntad de Dios, puesto que esas mismas cosas, con todas sus relaciones, son obra de sus ma­nos. Por su voluntad y sólo para su deleite todas son y fue­ron creadas.

9.          Sin embargo, se puede muy bien conceder lo que sostienen algunas personas moderadas, a saber: que en ca­sos particulares Dios desea esto o aquello-por ejemplo, que los hombres honren a sus padres-porque esto es recto y está acorde con la idoneidad de las cosas, con la relación que existe entre los unos y los otros.

10.        La ley, pues, es recta y justa respecto de todas las cosas. Es tan buena como justa, lo cual naturalmente se de­duce al considerar la fuente de donde mana, es decir, de la bondad de Dios. ¿Qué otra cosa sino su bondad pudo haber­le inducido a dar a los ángeles esa manifestación divina de sí mismo ¿A qué otra cosa podemos atribuir que haya dado al hombre la imagen de su misma naturaleza ¿.Y qué otra cosa sino su amor pudo haberle inducido a manifestar su vo­luntad al hombre caído, ya sea a Adán o a cualquiera de sus descendientes que, semejantes al primer hombre, "están des­tituidos de la gloria de Dios" ¿No fue mero amor lo que le movió a publicar su ley después que se obscureció la inteli­gencia de los hombres, a enviar a sus profetas a declararla a los hijos de los hombres que estaban ciegos moralmente y de mentes negligentes

No cabe duda que su bondad le impulsó a enviar a Enoc y a Noé a predicar la justicia; a Abraham, su amigo, a Isaac y a Jacob, a dar testimonio de su verdad. Su bondad fue lo que le movió a dar a Moisés una ley escrita-y por medio de Moisés a todo el pueblo escogido-cuando tinieblas cubrieron toda la tierra y oscuridad los pueblos. Fue su amor lo que le impulsó a explicar estos oráculos vivos por medio de Da­vid y de todos los profetas que siguieron. Hasta que, habiendo llegado "el cumplimiento del tiempo," mandó a su Hijo uni­génito, "no a destruir la ley, sino a cumplirla," a confirmar hasta la última jota y la última tilde. Hasta que habiendo es­crito esa ley en los corazones de todos sus hijos, y puesto a todos sus enemigos debajo de sus plantas, entregue su reino mediatorio a su Padre, "para que Dios sea todo en todos."

11.        Esta ley que en su bondad Dios dio en el principio, y que se ha conservado durante todas las edades, es como la fuente de donde mana: llena de bondad y benignidad. Es suave y benigna. Es, como la llama el salmista, "más dulce que la miel, y que la que destila del panal." Es halagüeña y amable. Abraza "todo lo puro, todo lo que es de buen nom­bre." "Si hay virtud alguna, si alguna alabanza" ante Dios y sus santos ángeles, todo se incluye en esta ley, en la cual se esconden los tesoros de la sabiduría, del conocimiento y el amor.

12.        Sus efectos son tan buenos como su naturaleza. Co­mo es el árbol, así son los frutos. Los frutos de la ley de Dios escrita en el corazón, son justicia, paz y seguridad por siem­pre jamás. O mejor dicho, la ley misma es la justicia que lle­na el alma de una paz que sobrepuja a todo entendimiento, y que hace que nos regocijemos siempre, teniendo el testimo­nio de una buena conciencia para con Dios. Más bien que una promesa, es las "arras de nuestra herencia," la parte de nuestra posesión que ha sido comprada. Es Dios que se ma­nifiesta en nuestra carne y que trae consigo la vida eterna, asegurándonos con ese amor puro y perfecto, que "estamos sellados para el día de la redención;" que el día en que recoja sus joyas, nos perdonará como el hombre perdona a su hijo que le sirve, y que nos aguarda una corona incorruptible de gloria.

IV.        1. Réstanos únicamente mostrar, en cuarto lugar y por último, los fines de la ley. El primer fin es, indudablemente, persuadir al mundo de pecado. A la verdad, esta es la  obra especial del Espíritu Santo, quien puede llevarla a cabo sin necesidad de medios de ninguna clase, o haciendo uso de los que mejor le parezcan, por muy insuficientes que sean, o poco adecuados para producir el efecto deseado. Así hay per­sonas cuyos corazones se han derretido en un momento, ya en la enfermedad, bien en la salud, sin que hubiese una cosa vi­sible, ni medios exteriores algunos. Hay otras-una que otra de cuando en cuando-quienes han despertado de su letargo y han tenido la conciencia de que la ira de Dios permanecía en ellas, al escuchar que Dios estaba en Cristo, reconciliando el mundo a sí mismo.

Empero el método usual del Espíritu de Dios es persua­dir a los pecadores por medio de la ley, esa ley que encon­trando su lugar en la conciencia, la rompe cual se despedaza una roca. Esta parte de la Palabra de Dios es más especial­mente "viva y eficaz," llena de vida y energía, "y más pe­netrante que toda espada de dos filos." Esta espada en las manos de Dios y de aquellos a quienes ha enviado, penetra hasta lo más profundo del corazón engañoso y "alcanza a par­tir el alma y aun el espíritu," y, como quien dice, "las coyun­turas y los tuétanos." De este modo se conoce el pecador a sí mismo. Se le han caído todos sus adornos, y ahora ve que es "un cuitado, y miserable, y pobre, y ciego, y desnudo." Como con relámpagos le alumbra la ley por todos lados y le persuade. Siente que es un gran pecador, que no tiene con qué pagar. Su boca se tapa y se sujeta a Dios.

2.          Por consiguiente, el primer fin de la ley es matar al pecador. Es destruir la vida y la fuerza en que confía y per­suadirle de que aunque vive, está muerto. Está no sólo bajo la sentencia de muerte, sino muerto en realidad para con Dios, sin vida espiritual, muerto en transgresiones y pecados. El segundo fin es traerlo a la vida, a Cristo, para que viva. Es bien cierto que al ejercer estos dos oficios hace la parte de un maestro severo. Nos compele por fuerza más bien que nos atrae por amor. Y, sin embargo, el amor es la fuente de todo. Por este doloroso medio el Espíritu de amor arranca nuestra confianza en la carne, sin dejarnos ni siquiera una caña que­brada de donde asirnos, y constriñendo al pecador, desnudo por completo, a clamar en toda la amargura de su alma, a gemir en lo profundo de su corazón: A nada me atengo, es­toy condenado, pero tú, Señor, has muerto por mí.

3.          El tercer fin de la ley es el preservarnos la vida. Es el gran medio del Espíritu bendito para preparar al creyente a recibir la vida de Dios en mayor abundancia.

Temo que esta verdad tan grande e importante sea po­co entendida no sólo por el mundo, sino aun por aquellos a quienes Dios ha separado del mundo, quienes son verdaderos hijos de Dios por la fe. Muchos de ellos asientan como una verdad indubitable, que al venir a Cristo concluimos con la ley, y que en este sentido, "Cristo es el fin de la ley, para justicia a todo aquel que cree." "El fin de la ley," lo cual El es, "para justicia," o justificación, "a todo aquel que cree." Este es el fin de la ley. No justifica a ninguno, tan sólo guía hacia Cristo, quien es, a la vez, en otro sentido, el fin u ob­jeto de la ley, el punto hacia el cual constantemente se dirige. Empero después de guiamos hacia El, tiene la ley otro ofi­cio, a saber: el de tenernos permanentemente con El. Porque constantemente exhorta a los creyentes-mientras más consi­deran su altura y profundidad, su largura y anchura-a que se amonesten mutuamente, a que anden más cerca de El, y a que reciban su gracia con mayor abundancia.

4.          Aun concediendo que todos los creyentes ya nada tengan que ver con la ley-en cuanto esta se refiera a la ley ceremonial o a toda la dispensación mosaica (puesto que Cristo ya ha hecho éstas a un lado) -todavía más: aun conce­diendo que la ley moral como medio de nuestra justificación ya haya completado su obra en nosotros, puesto que somos "justificados gratuitamente por su gracia, por la redención que es en Cristo Jesús," sin embargo, aún no hemos conclui­do con la ley, en otro sentido, puesto que es aún de un uso inapreciable, primeramente, para persuadirnos del pecado que aún permanece en nuestros corazones y vidas, teniéndonos de tal modo cerca de Cristo, para que en cada momento nos limpie su sangre. En segundo lugar, es de un uso inapreciable para comunicar fortaleza de la Cabeza a todos sus miembros vivientes, con la cual les da el poder de obedecer sus man­damientos. Y en tercer lugar, lo es también para confirmar nuestra esperanza de todo lo que promete y que aún no he­mos recibido, de obtener gracia sobre gracia, hasta que este­mos en completa posesión de todas sus promesas en plenitud.

5.          ¡Qué bien comprueba esto la experiencia de todo ver­dadero cristiano! Al mismo tiempo que exclama: "¡Cuánto amo tu ley; todo el día es mi delicia!" ve diariamente más y más clara su naturaleza pecaminosa en ese espejo divino. Ve con mayor claridad que aún es pecador en todas las cosas, que ni su corazón ni sus caminos son rectos ante Dios. Y esto a cada momento le impulsa hacia Cristo. Esto le enseña el sentido de aquello que está escrito: "Harás además una plancha de oro fino y grabarás en ella...SANTIDAD A JEHOVA...Y estará sobre la frente de Aarón" (el tipo de nuestro gran y sumo Sacerdote), "y llevará Aarón el pe­cado de las cosas santas que los hijos de Israel hubieran con­sagrado en todas sus santas ofrendas" (tan lejos están nues­tras oraciones o cosas santas de satisfacer por el resto de nuestro pecado); "y sobre su frente estará continuamente pa­ra que hayan gracia delante de Jehová" (Éxodo 28:36, 38).

6.          Expliquemos esto con un ejemplo. La ley dice: "No matarás." Prohíbe con esto, como nos enseña nuestro Señor, no sólo matar materialmente, sino toda clase de pensamiento o palabra injusta. Ahora bien, mientras más examino esta ley perfecta, más siento lo distante que estoy de cumplirla. Mientras más percibo esto, más siento la necesidad de que su sangre me limpie de todo pecado; de que su Espíritu pu­rifique mi corazón y me haga "perfecto y cabal, sin faltar en alguna cosa."

7.          Por consiguiente, no puedo desconocer la ley ni por un momento, como no puedo ignorar a Cristo, puesto que ahora la necesito para estar cerca de Cristo, como la necesité antes para que me atrajera cerca de El. De otra manera, este "corazón malo de incredulidad" se apartaría inmediatamente del Dios vivo. En verdad que continuamente Cristo me en­vía a la ley y la ley a Cristo. Por una parte, la altura y la profundidad de la ley me obligan a refugiarme en Dios por el amor de Cristo. Por otra, el amor de Dios en Cristo me en­carece la ley "más que oro y piedras preciosas," viendo que todas y cada una de sus partes son una promesa que el Señor cumplirá a su debido tiempo.

8.          ¿Quién eres tú, oh hombre, que "juzgas la ley y ha­blas mal de la ley," que la igualas con el pecado, con Satanás, con la muerte y la mandas con ellos al infierno En la opi­nión de Santiago, toda "murmuración de la ley," es una ini­quidad tan grande que no expresa la enormidad de juzgar a nuestros hermanos mejor que con estas palabras: "Pero si tú juzgas a la ley, no eres guardador de la ley sino juez." ¡Juez de aquello que Dios ha decretado para juzgarte a ti! De ma­nera que te has sentado en el tribunal de Cristo, y has des­cartado la ley con que debe juzgar al mundo. Reflexiona y mira qué ventaja tiene Satanás sobre ti, y en lo futuro no pienses ni hables ligeramente de la ley ni mucho menos des­figures este instrumento bendito de la gracia de Dios. Al con­trario, apréciala y ámala por causa de Aquel de quien vino, y de Aquel a quien guía. Sea tu gloria y tu gozo acerca de la cruz de Cristo. Ríndele tus alabanzas y hónrala ante to­dos los hombres.

9.          Y si estáis plenamente persuadidos de que es la obra de Dios, que es la copia de todas sus inimitables perfecciones, y que es "santa, y pura, y buena," y especialmente a aquellos que creen, entonces, en lugar de arrojarla como una cosa manchada, allegaos a ella más y más. No dejéis que jamás se separe de vosotros la ley de la misericordia y la verdad, del amor de Dios y de los hombres, de la humildad, la manse­dumbre y la pureza: "átala a tu cuello, escríbela en la tabla de tu corazón." Vivid cerca de la ley si es que queréis vivir cerca de Cristo; asíos a ella, no la dejéis ir. Que constante­mente os guíe a la sangre redentora hasta que se cumpla en vosotros toda la justicia de la ley, y seáis llenos "de to­da la plenitud de Dios."

10.        Si el Señor ha cumplido ya su palabra, si ya ha "es­crito su ley en vuestros corazones," entonces "estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres." Estad libres no sólo de las ceremonias judaicas, de la culpa del pe­cado y del temor del infierno-la cual libertad está tan lejos de constituir el todo de la libertad cristiana, que apenas es su parte más inferior y secundaria-sino de lo que es induda­blemente más importante: del poder del pecado, de la esclavitud del diablo, de ofender a Dios. ¡Oh! estad firmes en la libertad, en comparación a la cual todo lo demás no merece ni la pena de mencionarse. Estad firmes y amad a Dios de todo corazón, y servidle con todas vuestras fuerzas. He aquí la verdadera libertad: guardar su ley y caminar sin mancilla, obedeciendo sus mandamientos.

"No volváis otra vez a ser presos en el yugo de servi­dumbre;" no me refiero a la servidumbre judaica, ni al temor del infierno-de los que supongo os encontráis muy lejos- sino al yugo del pecado, a cualquiera trasgresión interior o exterior de la ley. Aborreced el pecado mucho más que la muerte o el infierno. Aborreced el pecado en sí mismo más que el castigo que acarrea. Huid de la servidumbre de la soberbia, de los malos deseos, de la cólera, del mal genio, de palabras y obras malas. Mirad a Jesús, y con tal fin exami­nad con mayor esmero la ley perfecta, la ley de la libertad, y estad firmes en ella. Y así creceréis diariamente "en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo."

PREGUNTAS SOBRE EL SERMON XXXIV

1. (¶ 1). ¿Qué se dice del asunto de este discurso ¿Qué le dicen al lector generalmente 2. (¶ 2). ¿Es satisfactoria esta explicación del texto 3. (¶ 3). ¿Qué objeción propone y contesta el Apóstol 4. (¶ 4). ¿Qué cosa se propone en este discurso 5. (I. 1). ¿Qué cosa se propone primeramente 6. (I. 2). ¿Qué se dice en este pá­rrafo respecto del fin de la ley 7. (I. 3). ¿Dióse esta ley al hombre cuando fue creado 8. (I. 4). ¿Se aplica la misma ley a los hombres y a los ángeles ¿Existía antes de la creación del hombre 9. (I. 5). ¿Cómo se mostró esto a nuestros primeros padres 10. (I. 6). ¿Qué se dice de los que no conocen a Dios 11. (II. 1). ¿Cuál es la pro­posición en la segunda parte del sermón 12. (II. 2). ¿Se refiere esto a la dispensación mosaica 13. (II. 3). ¿De quién es esta ley una imagen incorruptible 14. (II. 4). ¿Qué cita se menciona de un antiguo pagano 15. (II. 5). Bajo otro punto de vista, ¿qué cosa es esta ley 16. (II. 6). ¿De qué cosa es la ley una copia 17. (III 1). ¿Qué cosa falta mostrar en tercer lugar 18. (III. 2). ¿Habla el Apóstol de sus efectos o de su naturaleza 19. (III. 3). ¿Qué cosa es en sumo grado 20. (III. 4). ¿Qué cosa rechaza el Apóstol con horror 21. (III. 5). ¿Qué cosa es, en segundo lugar 22. (III. 6). ¿Qué pre­gunta se hace aquí ¿Qué se dice de esta cuestión 23. (III. 7). ¿De qué depende toda la dificultad 24. (III. 8). ¿En qué se basa la ley ¿Qué se dice de la frase: "las relaciones eternas" 25. (III. 9). ¿Man­da Dios una cosa porque sea justa 26. (III. 10). ¿Es la ley respecto de todas las cosas, recta y justa 27. (III. 11). ¿Qué más se dice de la ley 28. (III. 12). ¿Son sus efectos tan buenos como su naturaleza 29. (IV. 1). ¿Qué cosa resta qué mostrar, en cuarto lugar 30. (IV. 2). ¿Cuál es el primer fin de la ley ¿Y el segundo 31. (1V. 3). Sírvase usted mencionar el tercero. 32. (IV. 4). ¿Qué otra cosa se dice de la ley 33. (IV. 5). ¿Con qué concuerda esta opinión 34. (IV. 6). ¿Qué explicación se da en este párrafo 35. (IV. 7). ¿Qué se dice de obrar sin la ley 35. (IV. 8). ¿Qué se dice de juzgar la ley 37. (IV. 9 y 10). ¿Cómo concluye el sermón