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Sermón XXXII - Sobre el Sermón de Nuestro Señor en la Montaña (XII)

♦ANALISIS

I.          Los hombres corren a su destrucción simplemente por­que la vía es espaciosa y, por consiguiente, Dios manda a los ve­ladores que les adviertan. Con este fin ha mandado a sus siervos de generación en generación. Empero el velador puede caer en la red, y de esto hay muchos ejemplos. Nos advierte el Señor en contra de tales veladores, y su advertencia es de la mayor impor­tancia.

II.             Preguntamos, por consiguiente, ¿quiénes son esos falsos profetas Son hombres que hablan como en nombre de Dios; maestros que pretenden haber sido enviados de El, pero quienes enseñan un camino falso diciendo que es un camino al cielo. Toda vía espaciosa es un camino falso. La verdadera vía es angosta. Sólo aquellos que enseñan el camino mencionado en el sermón anterior, son maestros verdaderos. Cualquiera que sea el nombre que se les dé, por muchas que sean las buenas obras que se hagan, si no es el camino de la santidad, de los que lloran, de la manse­dumbre, de los deseos santos, del amor a Dios y a nuestros se­mejantes, donde se hace el bien y se sufre por amor de Cristo, no es el verdadero camino.

III.        Los que hablan mal del verdadero camino están bajo una condenación mayor, especialmente aquellos que enseñan el ca­mino contrario, la vía del orgullo, de la liviandad, de las pasiones, de los deseos mundanales, del amor de los placeres más que de Dios, de la dureza de corazón para con el prójimo, de la indiferen­cia respecto de las buenas obras-donde no se sufre ninguna clase de persecución por causa de la justicia. Hay muchos que enseñan este camino contrario.

IV.             Estos no vienen en su propio vestido, porque si vinieran, los hombres se alarmarían y huirían de ellos. Por consiguiente, se ponen el vestido de los verdaderos profetas y de ovejas. Se presen­tan con la apariencia de la utilidad y de la religión, y sobre todo, con el aspecto del amor.

V.             ¿Cómo los conoceremos a pesar de su disfraz Esta es la tercera pregunta. Nuestro Señor nos da una regla clara y breve: "Por sus frutos los conoceréis." Pero, ¿cuáles son los frutos ¿Qué efecto tiene su doctrina en sus vidas ¿Son sin reproche ¿Tienen efecto en sus corazones ¿Son sus disposiciones santas, celestiales, divinas ¿Tienen el sentir de Cristo ¿Son humildes, mansos, amantes, pacíficos con Dios y con el hombre, celosos en buenas obras ¿Siguen en los pasos de Cristo

VI.             Declara nuestro Señor que "no se cogen uvas de los es­pinos, ni higos de los abrojos." A no ser que la parte moral del hombre se regenere y se conforme a la voluntad de Dios, su vida jamás estará en armonía con las enseñanzas del Evangelio. Debe­mos cuidarnos de esos falsos profetas. Se señalan los males que resultan de escucharlos y se considera el caso de aquellos que es­tán bajo su ministerio. Se dan las reglas para determinar lo que se debe hacer en ciertas circunstancias. Discurso dirigido a los mismos falsos profetas.

SERMON XXXII

SOBRE EL SERMON DE NUESTRO SEÑOR EN LA MONTAÑA (XII)

Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, mas de dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Cógense uvas de los espinos, o higos de los abrojos Así, todo buen árbol lleva buenos fru­tos; mas el árbol maleado lleva malos frutos. No puede el buen árbol llevar malos frutos, ni el árbol maleado llevar fru­tos buenos. Todo árbol que no lleva buen fruto, córtase y échase en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis (Mateo 7: 15-20).

1.             Apenas se puede concebir o expresar con palabras cuán grandes son las multitudes que corren hacia la des­trucción, y que no quieren persuadirse de que deben andar en el camino estrecho, a pesar de saber que es la vía de la salvación eterna. De esto somos testigos diariamente. Tales son la torpeza y la locura del género humano, que miles de hombres aun se apresuran en el camino al infierno, solo por­que es el camino espacioso. Caminan en él porque así lo ha­cen otros; porque siendo que muchos perecen, desean ser del número. ¡Tal es la influencia tremenda que tiene el ejem­plo en los míseros y débiles hijos de los hombres! Continua­mente están poblando las regiones de la muerte, y ahogan in­finidad de almas en la perdición eterna.

2.          A fin de advertir al género humano que evite este  peligro; a fin de salvar a cuantos fuere posible de esta epi­demia que se desarrolla, Dios ha enviado a sus atalayas que a voz en cuello muestren a la gente el peligro en que está. Con este fin mandó a sus siervos los profetas de generación en generación, a que enseñasen el camino estrecho y amones­tasen a todos los hombres a no conformarse al mundo. Pero, ¿qué sucederá si los atalayas mismos caen en la red en con­tra de la cual amonestan a otros; si "los profetas profetizan mentira," y hacen que el pueblo yerre el camino ¿Qué sucederá si señalan como la vía de la vida eterna la que en realidad guía a la muerte perdurable; si exhortan a los demás a que anden-como ellos mismos andan-en el camino es­pacioso y no en el angosto

3.          ¿Es esta una cosa extraña, rara Dios sabe que no lo es. Los ejemplos de esto son innumerables. Se hallan en todas las épocas y en todo el mundo. ¡Qué cosa tan horrenda es esta, que los embajadores de Dios se conviertan en agentes del diablo! ¡Que los que han sido enviados a enseñar el ca­mino del cielo, en realidad de verdad enseñen la vía del in­fierno! Son como las langostas de Egipto, que se comieron lo que había quedado salvo, lo que quedó después del gra­nizo. Devoran a los hombres que quedan, que han escapado, a quienes no ha destruido el mal ejemplo. No sin buena razón para ello nos amonesta tan solemnemente en contra de ellos nuestro sabio y bendito Salvador, cuando dice: "Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, mas de dentro son lobos rapaces."

4.             Advertencia de la mayor importancia. A fin de que se grabe más firmemente en nuestros corazones, investigue­mos, en primer lugar, quiénes son estos falsos profetas; en segundo, qué disfraz se ponen; y finalmente, la manera por la que podremos saber lo que realmente son, a pesar de sus buenas apariencias.

I.          1. Investiguemos, primeramente, quiénes son estos falsos profetas. Esto es más necesario cuanto que estos mis­mos hombres han procurado torcer esta escritura para su propia condenación, y no sólo la suya, sino la de otros mu­chos. Por consiguiente, para evitar toda clase de disputa, no meteré bulla-como acostumbran algunos-ni haré uso de exclamaciones vanas y retóricas a fin de engañar a los sen­cillos, sino que diré verdades tan claras y patentes que nin­guno que no haya perdido la inteligencia o la modestia, podrá negar-verdades que se relacionen íntimamente con todo el tenor del discurso anterior, puesto que muchos han interpre­tado estas palabras sin hacer caso alguno de lo que se dijo antes, y como si no se relacionase con el sermón en el que se encuentran dichas palabras.

2.          En este lugar, lo mismo que en muchos otros pasa­jes de la Escritura, y especialmente del Nuevo Testamento, la palabra profeta significa no la persona que adivina lo fu­turo, sino la que habla en el nombre de Dios-un hombre que dice ser enviado de Dios a enseñar a los demás el ca­mino del cielo.

Un profeta falso es aquel que enseña un camino falso, una vía que no lleva al cielo, o lo que viene a ser lo mismo, que no enseña el verdadero camino.

3.             Todo camino espacioso es infaliblemente falso. Por consiguiente, esta regla es clara y segura: Todo aquel que en­seña a los hombres a andar por el camino espacioso-una vía por la que van muchos-es un profeta falso.

Por otra parte, el camino del cielo es angosto. Luego es­ta otra regla es también clara y segura: Todo aquel que no enseña a los hombres a andar por el camino angosto-a ser diferentes de los demás hombres-es un profeta falso.

4.             Extendámonos más todavía. El único camino al cielo es el que se enseña en el sermón anterior; luego, todo aquel que no enseña a los hombres ese camino, es un profeta falso.

5.             Ahora bien, el camino al cielo que se enseña en el sermón anterior, es el camino de la humildad, de los que lloran, de la mansedumbre, de los deseos santos, del amor a Dios y al prójimo, donde se hace el bien y se sufre el mal por amor de Cristo. Luego, todo aquel que enseña un camino di­ferente de este como si fuera la vía del cielo, es un profeta falso.

Nada importa el nombre que se le dé a ese otro camino; que se le llame fe, o buenas obras, o fe y buenas obras, o arre­pentimiento, fe y la nueva obediencia. Todos estos nombres son buenos, pero si bajo de estos térmi­nos o cualesquiera otros, alguno enseña a los hombres otro camino, es en verdad un profeta falso.

6.             Cuán tremenda debe ser la condenación de aquellos que hablan mal de este buen camino, y sobre todo la de los que enseñan una vía enteramente opuesta-el camino del orgullo, de la liviandad, de las pasiones, de los deseos mun­danos en el que se buscan los placeres más que a Dios; de la dureza para con nuestro prójimo, del desdén de las buenas obras-donde no se sufre ningún mal ni persecución por cau­sa de la justicia!

7.          Si alguien me pregunta: ¿Cuándo ha enseñado algu­no esto, o quién lo enseña como el camino del cielo le con­testaré: Miles de varones justos y sabios; todos aquellos que en diferentes denominaciones animan a los soberbios, los frívolos, los de pasiones fuertes, los amantes del mundo y de los placeres, los injustos, los duros de corazón, los perezosos, los descuidados, los buenos para nada, los inútiles, los que nada sufren por la justicia, y les permiten imaginarse que van por el camino del cielo. Estos son los falsos profetas en todo el sentido de la palabra; los que hacen traición a Dios y al hombre; los primogénitos de Satanás, los hijos ma­yores de Apolión el destructor. Estos son peores que asesinos, puesto que destruyen las almas de los hombres; continua­mente están poblando las regiones de la oscuridad, y cuando sigan en pos de las almas que han arruinado, el infierno se espantará y saldrá a recibirlos.

II.         1. Pero, ¿se presentan ahora tales cuales son Na­da de eso. Si así lo hicieran, no podrían destruir a tantos. Os alarmaríais y huiríais para escapar con vida. Por consi­guiente, asumen una apariencia enteramente distinta, que es el segundo punto que vamos a considerar, "vienen a vos­otros con vestidos de ovejas, mas de dentro son lobos rapaces."

2.             "Vienen a vosotros con vestidos de ovejas." Es decir, su apariencia es la de hombres que no pueden hacer daño. Se presentan del modo más amable e inofensivo, sin la me­nor señal de enemistad. ¿Quién se ha de figurar que estos individuos tan pacíficos podrán hacer mal a nadie Tal vez no sean tan celosos y activos en hacer bien como uno desea­ra, pero, no obstante, no hay razón para sospechar que ten­gan ni siquiera el deseo de hacer daño. Mas eso no es todo.

3.          En segundo lugar, aparentan ser útiles como si es­tuviesen llamados a esto cabalmente, a hacer el bien. Están encargados especialmente de velar por vuestras almas, de educaros en el camino de la vida eterna. Su deber es ir por todas partes "haciendo bien, y sanando a todos los oprimidos del diablo." Siempre habéis estado acostumbrados a conside­rarlos como mensajeros de Dios, enviados a traeros bendiciones.

4.          En tercer lugar, vienen con la apariencia de la reli­gión. ¡Todo lo que hacen es en conciencia! Os aseguran que sólo el celo que tienen por Dios los impulsa a hacer a Dios mentiroso. El interés puro que tienen por la religión es lo único que los induce a querer destruirla hasta sus raíces. Todo lo que hablan es por impulsos de su amor a la verdad y por el temor de que ésta se menoscabe, o por amor a la Iglesia y el deseo de defenderla de sus enemigos.

5.             Sobre todo vienen aparentando amor. Se toman to­das estas molestias solamente por vuestro bien. No deberían molestarse, pero se interesan por vosotros. Protestarán sus buenos deseos, la ansiedad que sienten al ver el peligro en que estáis, sus deseos fervientes de protegeros en contra de to­da clase de errores, de que no caigáis en doctrinas nuevas y falsas. Sentirán mucho ver que cualquiera persona de tan buenas intenciones, aceptara opiniones exageradas, o que es­tuviera perpleja con nociones extrañas e incomprensibles, o alucinada por el entusiasmo. Por lo tanto, os aconsejan que os estéis quietos en el camino claro de en medio; que no seáis demasiado justos, no sea que os destruyáis a vosotros mismos.

III.        1. Pero, ¿cómo sabremos lo que realmente son, a pesar de su apariencia engañadora Este es el tercer punto que nos propusimos investigar. Nuestro bendito Señor vio la necesidad que hay de que todos los hombres conozcan a estos falsos profetas por más que se disfracen, y comprendió lo imposible que es a la mayoría de los hombres deducir una verdad de una larga cadena de consecuencias. Por consiguien­te, nos dio una regla clara y sencilla, que aun las inteligen­cias de más cortos alcances pueden comprender fácilmente, y que puede aplicarse en todas las ocasiones: "Por sus fru­tos los conoceréis."

2.             Fácilmente podéis aplicar esta regla a todas horas. A fin de saber si ciertas personas que hablan en nombre de Dios son profetas verdaderos o falsos, es fácil observar: pri­mero, ¿qué frutos producen sus doctrinas ¿qué influencia tienen en sus vidas ¿son puros y limpios en todas las cosas ¿qué efecto tienen en sus corazones ¿dejan ver en todo el tenor de sus vidas que sus disposiciones y costumbres son santas, celestiales, divinas; que está en ellos la mente que estuvo en Jesucristo; que son mansos, humildes, pacíficos, amantes de Dios y del hombre, y celosos en hacer buenas obras

3.             Fácilmente podéis investigar, en segundo lugar, qué frutos produce su enseñanza en aquellos que los escuchan- si no en todos, al menos en muchos de ellos, porque ni los apóstoles convirtieron a todos aquellos a quienes predicaron. ¿Tienen éstos la mente de Cristo ¿andan como El anduvo ¿es su andar el resultado de haber escuchado a dichos pro­fetas ¿eran inicuos interior y exteriormente hasta que los escucharon Si así fuere, claro está que estos hombres son verdaderos profetas, maestros enviados de Dios. Pero si no es así, si no enseñan a sí mismos o a otros eficazmente el amor y el servicio de Dios, claro está que son profetas falsos, que no han sido enviados de Dios.

4.             Palabra dura es esta, y ¿quién la podrá soportar Nuestro Señor lo sabía, y en consecuencia, condescendió a probarlo muy extensamente por medio de varios argumentos claros y convincentes. "¿Cógense uvas de los espinos," dice, "o higos de los abrojos" (v. 16). ¿Esperáis buenos frutos de estos hombres perversos ¡Más bien podéis esperar coger uvas de los espinos o higos de los abrojos! "Todo buen árbol lleva buenos frutos; mas el árbol maleado lleva malos frutos" (v. 17). Todo verdadero profeta, todo verdadero maestro en­viado por mí, lleva el buen fruto de la santidad, pero el pro­feta falso, el maestro falso, a quien yo no he enviado, sólo lleva el pecado y la iniquidad. "No puede el buen árbol lle­var malos frutos, ni el árbol maleado llevar frutos buenos."

El verdadero profeta, el maestro enviado de Dios, no sólo lleva buenos frutos algunas veces, sino siempre; no por casualidad, sino por una especie de necesidad. De la misma manera, el falso profeta, el que no ha sido enviado de Dios, no lleva malos frutos una que otra vez, sino continua y ne­cesariamente. "Todo árbol que no lleva buen fruto, córtase y échase en el fuego" (v. 19). Tal será infaliblemente la suer­te de los profetas que no lleven buen fruto, que no salven a las almas del pecado; que no hagan que los pecadores se arre­pientan. "Así que," tened como regla eterna, "por sus frutos los conoceréis" (v. 20). Todo aquel que de hecho hace que los orgullosos, coléricos, falsos de compasión, amantes del mundo, se vuelvan humildes, amables, amantes de Dios y de los hombres, es un verdadero profeta, es enviado de Dios, quien naturalmente confirma sus palabras. Por otra parte, aquel cuyos oyentes permanecen tan injustos como antes, o quienes no tienen la justicia que excede a la de los escribas y de los fariseos, es un profeta falso, no es enviado de Dios; su trabajo se desploma, y a no ser por un milagro de la gracia divina, tanto él como los que le escuchan caerán en los pro­fundos.

5.             "Guardaos de los falsos profetas," porque aun cuan­do vengan "con vestidos de ovejas...de dentro son lobos rapaces." Sólo vienen a destruir y devorar el rebaño, y si no hay quien lo defienda lo hacen pedazos. Aunque quieran, no pueden guiaros en el camino del cielo. No es posible que lo hagan, puesto que no saben la vía. ¡Guardaos de ellos, no sea que os descaminen y hagan que perdáis las cosas que ha­béis obrado!

6.          Tal vez digáis: Si hay tanto peligro en escucharlos, nuestro deber es no oírlos nunca. Cuestión es esta tan seria que merece la más profunda consideración, y que no debe resolverse sino después de meditar sobre ella con la mayor calma y la más completa reflexión. Durante muchos años casi he temido mencionarla, puesto que no puedo decidir de un modo o de otro, ni dar una opinión decisiva. Por muchas razones me inclino a decir: No los escuchéis. Pero, por otra parte, lo que nuestro Señor dice de los falsos profetas de su tiempo parece sugerir lo contrario. "Entonces habló Jesús a las gentes y a sus discípulos diciendo: Sobre la cátedra de Moisés se sentaron los escribas y los Fariseos," los maestros autorizados de la Iglesia, "así que, todo lo que os dijeren que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras: porque dicen, y no hacen."

Nuestro Señor demostró durante todo su ministerio que estos eran falsos profetas en el sentido más claro de la pa­labra, como también lo hace en estas palabras: "dicen, y no hacen." Por consiguiente, por sus frutos podían conocerlos sus discípulos, puesto que sus vidas eran públicas. Repetidas veces los amonesta nuestro Señor que se guarden de seme­jantes falsos profetas, y sin embargo, no les prohíbe escu­charlos, sino al contrario les manda que lo hagan: "así que, todo lo que os dijeren que guardéis, guardadlo y hacedlo." Porque a no ser que los escucharan, no podrían saber, ni mu­cho menos guardar, los que aquellos enseñaban. En este pa­saje, pues, da nuestro Señor a sus apóstoles-y a toda la mul­titud-el mandato de que, en ciertas circunstancias, escuchen a esos profetas que se sabe son falsos.

7.             Quizá digan algunos: Les mandó que los escuchasen sólo cuando leían la Escritura en la congregación. A lo que contesto: después de leer la Escritura generalmente la apli­can, y no hay en este pasaje la menor indicación de que ha­bían de escuchar la lectura y no la exposición. Al contrario, las palabras: "Todo lo que os dijeren que guardéis," exclu­yen la idea de esa limitación.

8.             Además, muy en contra de lo que debería ser, y de lo cual nos duele hablar; con mucha frecuencia se encarga también la administración de los sacramentos a estos falsos profetas. Aconsejar a los hombres que no los escuchen, se­ría tanto como privarlos de la ordenanza de Dios. Y no nos atrevemos a hacer tal cosa, puesto que la validez de dicha ordenanza no consiste en la virtud del que la administra, sino en la fidelidad de Aquel que la instituyó, quien se comunica y se comunicará con nosotros en las vías que ha establecido. Por lo tanto, vacilo en decir: No escuchéis a los falsos pro­fetas. Dios puede concedernos y nos da sus bendiciones, aun por medio de aquellos que están bajo la maldición divina, porque sabemos por nuestra propia experiencia que el pan que ellos parten, es "la comunión del cuerpo de Cristo;" y la copa que Dios bendijo, aun por medio de los impuros labios de esos falsos profetas, es la comunión de la sangre de Cristo.

9.          Lo más que puedo decir es esto: En cualquier caso especial, acercaos a Dios en la oración humilde y ferviente, y después obrad según la luz que tengáis. Obrad de acuerdo con lo que creáis ha de redundar en vuestro provecho espiri­tual. Cuidad de no formar un juicio ligero; de no creer fácil­mente que tal o cual individuo es un falso profeta, y cuando tengáis pruebas irrecusables de que lo es, no deis lugar en vuestro corazón a la ira o al desprecio. Después de esto, de­terminad en la presencia y el temor de Dios, lo que debáis hacer. Sólo puedo decir que si, según vuestra experiencia, el escucharlos daña vuestras almas, debéis dejarlos pacífi­camente e ir a escuchar a los que os hacen bien.

Guardaos cómo escucháis; guardaos de ellos y de sus doctrinas. Oíd con temor y temblor, no sea que os engañéis y os entreguéis, como ellos, a cualquier tremendo error. Como constantemente mezclan la verdad con la mentira, es muy fácil que aceptéis ambas. Escuchad en oración continua y ferviente a Aquel que solo puede enseñar al hombre sabidu­ría, y cuidad de probar todo lo que escuchéis según "la ley y el testimonio." No recibáis nada sin probarlo antes, sin pe­sarlo en la balanza del santuario. Nada creáis de lo que di­gan, a no ser que se pueda confirmar claramente con pasajes de la Sagrada Escritura, y rechazad decididamente todo lo que se diga o no se pueda probar con ella. Muy especialmente, rechazad con el mayor horror cualquier camino que se des­criba como el de la salvación, y que sea diferente o no llene todos los requisitos del camino que nuestro Señor ha descrito en el discurso anterior.

10.        No puedo concluir sin dirigir antes unas cuantas palabras a aquellos de quienes hemos estado hablando. ¡Vos­otros, profetas falsos, huesos secos, escuchad, a lo menos hoy, la Palabra de Dios! ¿Hasta cuándo dejaréis de mentir en el nombre de Dios, diciendo: "Dios me ha hablado," cuando Dios no os ha hablado ¿Hasta cuándo seguiréis torciendo los caminos del Señor, cambiando la luz por tinieblas, y las tinie­blas por luz ¿Hasta cuándo dejaréis de mostrar el camino de la muerte y de llamarlo camino de vida ¿Hasta cuándo cesaréis de entregar a Satanás las almas que pretendéis lle­var a Dios

11.             ¡Ay de vosotros, ciegos, guías de ciegos, porque ce­rráis el reino de los cielos delante de los hombres: "que ni vosotros entráis, ni a los que están entrando dejáis entrar"! A los que porfían a entrar por la puerta angosta, llamáis al camino espacioso. A los que apenas han dado unos cuantos pasos en las vías del Señor, amonestáis diabólicamente que no vayan más lejos. A los que empiezan a tener "hambre y sed de justicia," amonestáis que no sean justos en demasía, y de este modo los hacéis tropezar en el portal-sí, los hacéis caer para no levantarse más. ¿Por qué hacéis esto ¿De qué os aprovecha su sangre cuando caen en el hoyo ¡Qué ganan­cia tan miserable! Perecerán por su maldad, pero su sangre demandará Dios de vuestras manos.

12.             ¿Dónde tenéis los ojos ¿dónde la inteligencia ¿tan­to habéis engañado a otros, que acabáis por engañaros a vos­otros mismos ¿quién os ha dicho que enseñéis este camino el cual no conocéis ¿os habéis entregado a semejante error, de tal manera que no sólo enseñáis sino que aun creéis una mentira ¿es posible que os creáis ser enviados de Dios, que sois sus mensajeros Si el Señor os hubiera enviado, su obra prosperaría en vuestras manos. Vive el Señor que si fueseis los mensajeros de Dios, El confirmaría las palabras de sus mensajeros, pero la obra del Señor no prospera en vuestras manos; no traéis pecadores al arrepentimiento; no confirma el Señor vuestras palabras, puesto que no salváis almas de la muerte.

13.             ¿Cómo podéis evadir las palabras del Señor, tan terminantes, tan fuertes, tan decididas ¿Cómo podéis dejar de conoceros por vuestros frutos, frutos malos de árboles ma­leados "¿Cógense uvas de los espinos, o higos de los abro­jos" Aplicaos estas palabras que a vosotros pertenecen. ¡Oh, árboles secos! ¿por qué ocupáis el terreno "Todo buen árbol lleva buenos frutos." ¿No veis que no hay excepción Sabed, pues, que no sois buenos árboles, puesto que no lleváis bue­nos frutos. "Mas el árbol maleado lleva malos frutos," y vos­otros desde el principio habéis llevado malos frutos. Lo que habéis hablado, como si fuera de Dios, sólo ha confirmado a los que os han escuchado en el genio, si no es que también en las obras del diablo. Recibid la amonestación de aquel en cuyo nombre os hablo, antes que pase la sentencia que os amenaza: "Todo árbol que no lleva buen fruto, córtase y échase en el fuego."

14.             ¡Amados hermanos, no endurezcáis vuestros cora­zones! Por mucho tiempo habéis cerrado vuestros ojos para no ver la luz. Abridlos, pues, antes que sea demasiado tarde; antes que os echen a las tinieblas de afuera. No dejéis que ninguna consideración temporal pese en vuestra mente, por­que arriesgáis toda la eternidad. Antes de ser enviados ha­béis corrido. ¡No vayáis más lejos; no queráis condenar vues­tras almas y las de los que os escuchan! No tenéis ningunos frutos de vuestros trabajos. Y ¿por qué Simplemente porque no está el Señor con vosotros. ¿Pero podéis emprender esta carrera por vosotros mismos No es posible que lo hagáis.

Humillaos, pues, ante El. Clamad a El desde el polvo, para que vivifique vuestras almas, os dé la fe que obra por el amor, ese amor que es humilde y manso, puro y miseri­cordioso, celoso en buenas obras, que se regocija en la tribu­lación, en los reproches, en los sufrimientos en la persecución por la justicia. Entonces descansará sobre vosotros el Espíritu de gloria y de Cristo, y se verá que sois enviados de Dios. Entonces haréis la obra de evangelistas y cumpliréis vuestro ministerio. La Palabra de Dios será en vuestros labios como martillo que quebranta la piedad. Por vuestros frutos se sa­brá que sois profetas del Señor, aun por medio de los hijos espirituales que Dios os ha dado. Y después de enseñar jus­ticia a la multitud, resplandeceréis como las estrellas a per­petua eternidad.

PREGUNTAS SOBRE EL SERMON XXXII

1. (¶ 1). ¿Qué aserción se hace aquí primeramente 2. (¶ 2). ¿Cómo se evita este peligro 3. (¶ 3). ¿De qué cosa hay ejemplos innumerables 4. (¶ 4). Mencionad las tres cosas que se propone in­vestigar un predicador. 5. (I. 1). ¿Cuál es la primera investigación 6. (I. 2). ¿Qué significa la palabra profeta 7. (I. 3). ¿Qué se dice de todo camino espacioso al cielo 8. (I. 4). ¿Cuál es el único ca­mino verdadero 9. (I. 5). ¿Importa algo qué nombre se dé al ca­mino espacioso 10. (I. 6). ¿Quiénes se dice que están bajo mayor condenación 11. (I. 7). ¿Existen algunos en nuestros días que en­señen este falso camino 12. (II. 1). ¿Vienen los falsos profetas en sus propios vestidos 13. (II. 2). ¿Qué significa "vestidos de ovejas" 14. (II. 3). ¿Cuál es la segunda característica 15. (II. 4). ¿Cuál es la tercera 16. (II. 5). ¿Qué se menciona como lo principal 17. (III. 1). ¿De qué modo se puede descubrirlos 18. (III. 2). ¿Cuán­do se puede aplicar esta regla 19. (III. 3). ¿Qué cosa es de obser­varse en segundo lugar 20. (III. 4). ¿Cómo llaman a este dicho 21. (III. 5). ¿Qué cosa hacen los falsos profetas 22. (III. 6). ¿Qué asunto se propone aquí 23. (III. 7-8). ¿Qué efecto tiene el rehusarse a escucharlos, según lo que aquí se dice ¿Qué quiere decir Respuesta. El señor Wesley se refiere aquí a los hombres inicuos y abiertamente pecadores, no convertidos, que ocupaban puestos eclesiásticos en la igle­sia anglicana. Como se les daba posesión de los púlpitos sin consultar la opinión de las congregaciones, no era posible despedirlos después de que se encargaban de sus "curatos en propiedad." Como quiera que por aquel entonces había muy pocos ministros metodistas ordenados, se hallaba el pueblo en el dilema de recibir los sacramentos de manos de hombres no convertidos, o de no recibirlos. Por supuesto que este estado de cosas ya no existe en Inglaterra. 24. (III. 9). ¿Qué caso menciona en este párrafo 25. (III. 10). ¿Cómo se dirige a los falsos profetas 26. (III. 11-14). ¿No deberíamos examinarnos a nosotros mismos y ver si somos sinceros en nuestra profesión, y consecuentes en nuestra vida y costumbres