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Sermón XXXI - Sobre el Sermón de Nuestro Señor en la Montaña (XI)

ANALISIS

I.          Pasa ahora nuestro Señor a discurrir sobre los obstáculos exteriores. Estos son la causa de que multitudes se vuelvan atrás. Nos advierte de muchas maneras en contra del mal ejemplo y de los malos consejos. Entrar por la puerta angosta. La puerta es an­cha y el camino espacioso que lleva a la perdición. Estrecha es la puerta y angosto el camino del cielo.

II.         El mandamiento se refiere a todas nuestras acciones, pa­labras y pensamientos. Igualmente extenso es el pecado, puesto que cualquiera infracción del mandamiento es pecado. Sólo de un modo se guarda el mandamiento, pero muchas son las maneras de quebrantarlo. El pecado se difunde por todas partes. La mente carnal, que es enemistad con Dios, la soberbia, la voluntariedad, el amor del mundo-estos pecados leudan nuestros pensamientos y nuestro carácter. Constantemente brotan como raíces de amar­gura y sus frutos son innumerables.

III.        Multitudes entran por la puerta ancha y van en el cami­no de la muerte. La mayoría de los hombres y de las mujeres, aun en los países más favorecidos, se encuentran en la vía espa­ciosa; no sólo la muchedumbre vulgar, sino los hombres grandes y eminentes de este mundo. Entran porque el camino es ancho y al parecer seguro. La vía del cielo es angosta y tan estrecha, que excluye cuanto es impuro y malo. Para poder entrar por la puer­ta estrecha, debe el pecador dejar fuera su pecado-todo pecado exterior e interior.

IV.        Pocos son los que encuentran la vía estrecha. La honra­dez, aun según las ideas paganas, la limpieza de las transgresiones exteriores, son virtudes raras. La santidad interior es todavía más rara. Los innumerables ejemplos hacen peligrar aun a estos cuan­tos. Mal ejemplo de los que ocupan puestos importantes. Muy a menudo se hallan en el camino ancho los ricos y grandes. La es­trechez y las dificultades, y muy especialmente los refrenamientos, repulsan a la mayoría de los hombres. De aquí la exhortación de nuestro Señor. Esforzaos como si estuvieseis en agonía. Muchos no podrán entrar por haberse demorado en demasía. Antes de que se alarmen ya habrá pasado el día; la noche habrá llegado y se cerrará la puerta. Por consiguiente, esforzaos ahora mismo, en este día, y entrad. Se señala el método para entrar.

SERMON XXXI

SOBRE EL SERMON DE NUESTRO SEÑOR EN LA MONTAÑA (XI)

Entrad por la puerta estrecha: porque ancha es la puer­ta, y espacioso el camino que lleva a perdición, y muchos son los que entran por ella. Porque estrecha es la puerta, y an­gosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan (Mateo 7:13, 14).

1.          Después de amonestarnos respecto de los peligros que nos circundan al aceptar por primera vez la verdadera reli­gión, de los obstáculos que naturalmente se levantan interior­mente debido a la maldad de nuestros corazones, pasa nues­tro Señor a señalarnos los tropiezos exteriores que hay en nuestro camino-especialmente el mal ejemplo y los malos con­sejos. Debido a uno de estos dos males, miles de personas que en un tiempo corrieron bien han vuelto atrás a la perdición, así como muchos de aquellos que no eran novicios en la re­ligión, quienes habían adelantado algo en la justicia. Por consiguiente, insiste con todo fervor en esta advertencia en contra de esos dos males, y la repite varias veces en diferen­tes expresiones, no sea que de un modo o de otro la olvide­mos. Así es que para salvarnos más eficazmente del primer peligro, dice: "Entrad por la puerta estrecha: porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a perdición, y muchos son los que entran por ella. Porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan." Y para salvarnos del segundo, dice: "Guar­daos de los falsos profetas." Pasemos a considerar por ahora el primer peligro.

2.          "Entrad"-dice nuestro Señor-"por la puerta estre­cha: porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a perdición, y muchos son los que entran por ella. Por­que estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan."

3.          Podemos observar en estas palabras, en primer lugar, las cualidades inseparables del camino al infierno: "ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a perdición, y muchos son los que entran por ella." En segundo, las igual­mente inseparables cualidades de la vía del cielo: "estrecha es la puerta, y angosto el camino...y pocos son los que la hallan." Y en tercer lugar, la exhortación solemne, basada sobre lo anterior: "Entrad por la puerta estrecha."

I.          1. Consideremos, primeramente, las cualidades inse­parables del camino al infierno: "ancha es la puerta, y espa­cioso el camino que lleva a perdición, y muchos son los que entran por ella."

2.          ¡En verdad que la puerta es ancha, y el camino es­pacioso que lleva a la destrucción! Porque el pecado es la puerta del infierno, y la maldad el camino de la destrucción. Y ¡cuán ancha es la puerta del pecado! ¡Qué espacioso el ca­mino a la destrucción! Ancho sobremanera es el mandamien­to de Dios, puesto que se refiere no sólo a todas nuestras ac­ciones, sino a cada palabra que sale de nuestros labios, y aun a los pensamientos mismos que surgen en nuestra mente. Igualmente ancho es el pecado, puesto que cualquiera infrac­ción del mandamiento es pecado. Porque a no ser que la cosa misma, la manera de hacerla y todas las circunstancias, sean buenas, no lo guardamos-y como hay miles de modos de quebrantar el mandamiento, la puerta es ancha en verdad.

3.          Consideremos esto más detenidamente: ¡Hasta dón­de llegan esos pecados que engendran otros, esa mente car­nal que es enemistad con Dios, la soberbia del corazón, la vo­luntariedad, el amor del mundo-de los cuales brotan los demás como de un manantial! ¿Podremos señalar sus lími­tes ¿No leudan todos nuestros pensamientos y nuestras dis­posiciones ¿No son la levadura que leuda, más o menos, to­dos nuestros afectos Si nos examinásemos más rigurosa y fielmente, ¿no descubriríamos las raíces de la amargura na­ciendo constantemente, influyendo en todas nuestras pala­bras, y manchando todas nuestras acciones ¡Cuán innume­rables son los frutos que producen en toda época y en todo el mundo! Son suficientes para llenar la tierra toda de tinie­blas y de habitaciones de crueldad.

4.          ¿Quién podrá calcular sus maldecidos frutos, contar todos los pecados, bien en contra de Dios ya en contra del prójimo, no los imaginarios, sino los que son hechos según nuestra triste y diaria experiencia No necesitamos ir por toda la tierra en busca de ellos. Visitad cualquiera nación, reino, ciudad o pueblo, y ¡cuán grande multitud de pecados encontraréis! Y esto aunque el país que visitéis no sea uno de los que todavía están bajo la dominación mahometana o en la oscuridad de los paganos, sino de los que llevan el nom­bre de Cristo y profesan ver la luz de su glorioso Evangelio. No necesitáis salir del reino en que vivimos ni de la ciudad en que al presente estamos. Nos llamamos cristianos, y cristianos que tienen la verdad en toda su pureza ¡protestantes! ¡cris­tianos reformados! Pero, ¿quién podrá hacer que la reforma de nuestras opiniones llegue a nuestros corazones y vidas ¿No hay necesidad de ello ¡Cuán imposibles son nuestros peca­dos, los cuales son de la peor naturaleza! ¿No abundan entre nosotros diariamente las abominaciones más vergonzosas de todas clases ¿No está la nación entera llena de toda clase de pecados, como la mar de agua ¿Quién podrá contarlos Más fácil sería contar las gotas de la lluvia o la arena del mar. ¡Tan "ancha" así "es la puerta, y espacioso el camino que lleva a perdición"!

5.          "Y muchos son los que entran por ella." Muchos los que andan en ese camino, casi tantos como los que pasan la puerta de la muerte, o descienden a las mansiones de la tum­ba. Porque no puede negarse-si bien lo confesamos con ver­güenza y dolor de nuestro corazón-que aun en esta nación que se llama cristiana, la generalidad de sus habitantes-de todas edades y de uno u otro sexo, en todas las profesiones y empleos, de todos grados y condiciones, los que ocupan una posición prominente y los que no la tienen, los ricos y los po­bres-todos andan en el camino de la destrucción. La mayoría de los que habitan esta ciudad viven hasta lo presente en pecado; en alguna trasgresión palpable y habitual de la ley que profesan obedecer; en alguna trasgresión exterior; en alguna forma visible y vergonzosa de injusticia o impiedad; en alguna violación patente de su deber para con Dios o pa­ra con los hombres. Nadie puede negar, por consiguiente, que esta gran mayoría vaya en el camino que lleva a perdición.

Añádase a este número el de aquellos que de nombre viven, pero quienes en realidad, nunca han vivido en Dios; el de aquellos que en apariencia son hombres rectos, pero que de dentro están llenos de toda, clase de impureza-llenos de soberbia o vanidad, de odio y deseos de venganza, de ambi­ción y codicia; más amantes de sí mismos, del mundo y de los placeres que de Dios; quienes, a la verdad, pueden ser estimados de los hombres, pero son abominación en la pre­sencia de Jehová.

¡Cómo aumentarán estos santos del mundo las filas de los hijos del infierno! Más aún, añádase a éstos el número de todos aquellos quienes sean lo que fueren en otros respectos, y tengan más o menos la apariencia de piedad, ignoran la jus­ticia de Dios y procuran establecer la suya propia como la base de su reconciliación y aceptación con Dios, y por con­siguiente, no se han sujetado a la justicia de Dios por la fe. Tomando todo esto en consideración, ¡cuán terrible y cierta aparece la aserción de nuestro Señor: "Ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a perdición, y muchos son los que entran por ella"!

6.          No se refiere esto solamente al vulgo-a los pobres, los de posición obscura, los que son torpes-sino también a los hombres eminentes en el mundo, a los que tienen muchos terrenos y gran número de yuntas de bueyes. El mundo, la carne y el diablo invitan a la multitud de hombres sabios se­gún la carne, conforme a los métodos humanos de juzgar- a muchos que son grandes en poder, en valor, en riquezas; a muchos nobles-a que entren por esta vía ancha, y ellos no desprecian la invitación. Al contrario, mientras mayor es su fortuna y tienen más poder, más profundamente se sumer­gen en la iniquidad; mientras más bendiciones reciben de Dios, más son las iniquidades que cometen, usando el honor, las ri­quezas, el saber o la sabiduría, no para ocuparse de su sal­vación, sino para sobresalir en el vicio y asegurar así su propia destrucción.

II.         1. La razón por la que ellos caminan tan seguros en esa vía, es su anchura-sin considerar que esta es la cua­lidad inseparable del camino a la destrucción. "Muchos son los que entran por ella," dice nuestro Señor. Por la misma razón deberían huir de ella; "porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan."

2.          Esta es una cualidad intrínseca del camino al cielo. Tan angosta es la vía que lleva a la vida, a la vida eterna, tan estrecha la puerta, que ninguna cosa manchada o impu­ra puede entrar. Ningún pecador puede pasar adentro mien­tras no esté salvo de sus pecados, no sólo de sus pecados ex­teriores, de su vana conversación, la cual recibió de sus pa­dres. No bastará que haya dejado de hacer lo malo, y apren­dido a hacer lo bueno. No sólo debe estar salvo de toda clase de acciones pecaminosas, y de toda conversación mala e inú­til, sino que debe estar cambiado interiormente-enteramente renovado en la naturaleza de su mente. De otra manera no po­drá entrar por la puerta de la vida, no podrá entrar a la gloria.

3.          Porque "estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida," la vía de la santidad universal Estre­cho, en verdad, es el camino de la pobreza de espíritu, del llanto santo, de la mansedumbre, del hambre y sed de jus­ticia. Angosta es la vía de la misericordia, del amor no fingido, de la pureza de corazón, donde se hace bien a todos los hom­bres y se sufre con gusto el mal, toda clase de mal, por la justicia.

4.          "Y pocos son los que la hallan." ¡Cuán pocos son los que encuentran aun el camino de la justicia pagana! ¡Qué raros son los que no hacen a los demás lo que no quisieran para sí mismos! ¡Cuán pocos son los que tienen una concien­cia clara ante Dios, de hechos de injusticia, de dureza! ¡Qué raros los que no ofenden con la lengua, que no dicen nada descortés, nada falso! ¡Qué corto es el número de los seres humanos que son inocentes aun de ofensas exteriores! ¡Y cuán más corto es el de aquellos cuyos corazones están lim­pios y puros ante la presencia de Dios!

¿Dónde están aquellos verdaderamente humildes en su presencia, que se humillan en el polvo y las cenizas ante Dios su Salvador; que están profunda y continuamente serios, quie­nes sienten sus necesidades y pasan el tiempo de su peregri­nación en temor; que son en verdad mansos y dóciles; que no se dejan vencer del mal, sino que vencen con el bien el mal; que están siempre sedientos de Dios y clamando por ser renovados a su imagen ¡Cuán esparcidos están por toda la tierra aquellos cuyas almas sienten amor por todo el gé­nero humano; que aman a Dios con todas sus fuerzas, que le han entregado su corazón y ninguna otra cosa desean en la tierra ni en el cielo! ¡Cuán raros son los que aman a Dios y al hombre, que hacen bien hasta donde pueden a todos sus se­mejantes; que están listos a sufrirlo todo, aun la muerte mis­ma, con tal de salvar un alma de la perdición eterna!

5.          Empero, además de que son tan pocos los que cami­nan por el camino de la vida, y muchos los que van por el Camino de la destrucción, existe el gran peligro de que el to­rrente de su ejemplo nos arrastre. Si para dejar en nosotros una fuerte impresión basta un solo ejemplo cuando está siem­pre ante nuestra vista-especialmente cuando nuestra natura­leza está de su parte, cuando se aúna a nuestras inclinacio­nes- ¡cuán tremenda no será la influencia de ejemplos tan numerosos como los que constantemente se presentan ante nuestros ojos, y que conspiran de acuerdo con nuestros co­razones por arrastrarnos en el torrente de la naturaleza! ¡Qué difícil deberá ser navegar contra la corriente, y "guardarse sin mancha de este mundo"!

6.          Lo que hace aún más grave la dificultad, es que quienes nos dan mal ejemplo, y forman la muchedumbre que se agolpa en el camino a la destrucción, no son los hombres torpes e ignorantes-al menos no sólo éstos-sino los educa­dos, los bien criados, los finos, los sabios, los hombres cono­cedores del mundo y de saber, de conocimientos profundos y variados; los inteligentes y elocuentes. Todos estos, o casi todos, están en contra de nosotros. ¿Cómo podremos resis­tirlos Hablan con gran maestría y han aprendido el arte de la persuasión y el del raciocinio, puesto que están versados en toda clase de controversia y combates verbales. Muy fácil cosa les es, por consiguiente, probar que el camino es recto, porque es ancho; que quien sigue a la multitud no puede ha­cer mal, sino aquel que se rehúsa a seguirla; que vuestro ca­mino debe ser malo, puesto que es angosto, y porque son muy pocos los que lo encuentran. Estos demostrarán clara­mente que lo malo es bueno, y que lo bueno es malo; que la vía de la santidad es el camino de la destrucción, y que el camino del mundo es la única vía del cielo.

7.          ¿Cómo podrán los ignorantes defender su causa en contra de semejantes contrarios Y sin embargo, estos no son los únicos con quienes han de luchar-por más que bas­ten para hacer la lucha tan desigual-puesto que por la vía de la destrucción van muchos hombres fuertes, nobles y po­derosos, lo mismo que sabios. Estos tienen un modo de con­vencer más breve que la razón y el argumento. Apelan, por lo general, no al entendimiento, sino al miedo de aquellos que los contradicen, el cual método rara vez falla aun cuando los argumentos de nada sirvan, y se ajusta a las capacidades, de todos los hombres puesto que todo el mundo puede temer, ya sea que pueda razonar o no. Todos los que no tienen una firme esperanza en Dios, que no descansan con seguridad en su poder y amor, temen siempre disgustar a los que tienen en sus manos el poder del mundo. ¿Es extraño que su ejem­plo sea una ley para todos los que no conocen a Dios

8.          Igualmente van por el camino ancho muchos ricos. Estos apelan a la esperanza de los hombres y a todos sus de­seos vanos tan firme y eficazmente como los grandes y po­derosos apelan a sus temores. De manera que no es posible seguir por el camino del reino a no ser que estéis muertos para todo lo mundanal, que os crucifiquéis al mundo y el mundo a vosotros, a no ser que vuestro único deseo sea Dios.

9.          Porque, ¡qué oscuro, qué incómodo, qué árido es el aspecto del otro camino! ¡Una puerta estrecha, un camino angosto! ¡Pocos encuentran esa puerta! ¡Pocos van por ese camino! Además, esos pocos no son sabios, instruidos ni elo­cuentes. No pueden argüir clara y efectivamente. No pueden presentar con ventaja ningún argumento. No saben probar lo que profesan creer, ni explicar lo que dicen que han experi­mentado. Ciertamente, tales abogados, lejos de recomendar, desacreditan la causa que han abrazado.

10.        Añádase a esto que no son hombres grandes ni pro­minentes-si lo fueran tendrían que disimular su torpeza. Son hombres sin influencia, posición o autoridad en el mun­do; bajos y obscuros, de la clase ínfima en la sociedad, quie­nes no pueden hacer ningún mal, aunque quisieran. Por con­siguiente, nada debéis temer de ellos y nada debéis esperar, puesto que la mayor parte de dichos individuos os dirán: "No tengo plata ni oro." Cuando más, tienen muy poco, y algunos de ellos apenas tienen qué comer o qué vestir. Con tal motivo y no siendo sus caminos como las vías de los de­más hombres, en todas partes se habla mal de ellos. Se les desprecia, sus nombres se consideran como malos, se les tra­ta como la escoria y la basura del mundo. Así es que vuestros temores, vuestras esperanzas, todos vuestros deseos-a excep­ción de los que os vienen directamente de Dios-y aun vues­tras pasiones naturales, os impulsan constantemente hacia el camino espacioso.

III.        1. Es por esto que el Señor nos exhorta tan fer­vientemente a que entremos por la puerta estrecha, o como dice la Sagrada Escritura en otra parte: "Porfiad a entrar por la puerta angosta." Como si estuvieseis agonizando; "por­que," dice nuestro Señor, "muchos procurarán entrar"-lo procurarán con insolencia-"y no podrán."

2.          Es muy cierto que en las palabras que siguen inme­diatamente, sugiere lo que puede considerarse como otra ra­zón por la que no pueden entrar, puesto que después de decir: "Porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán," añade luego: "Después que el padre de familia se levantare, y cerrare la puerta, y comenzareis a estar fuera,"-más bien, "estaréis fuera, porque árxeesthe sólo parece ser una palabra expletiva y elegante-"y llamar a la puerta diciendo: Señor, Señor, ábrenos; y respondiendo os dirá: No os conozco de dónde seáis...apartaos de mí todos los obreros de iniqui­dad" (Lucas 13:24-25, 27).

3.          A primera vista, parece que estas palabras significan que la demora de aquellos hombres en buscar, más bien que la manera de buscar, fue la causa de que no pudiesen entrar, pero en realidad de verdad, da lo mismo. Se les manda apar­tarse porque fueron obradores de iniquidad; por haber an­dado por el camino espacioso. En otras palabras, porque no procuraron porfiadamente entrar por la puerta estrecha. Pro­bablemente hayan procurado hacerlo antes de que se cerrase la puerta, pero eso no fue suficiente. Quizá hayan porfiado después que se cerró la puerta, pero entonces ya era tarde.

4.          Por consiguiente, procurad entrar por la puerta es­trecha ahora que tenéis la oportunidad. A este fin, decidid en vuestro corazón y tened siempre fijo en vuestra mente que si camináis por la vía espaciosa, estáis en el camino que lleva a la destrucción. Si son muchos los que van con vosotros, tan cierto como es que Dios es la verdad, es que vosotros y ellos caeréis en el infierno. Si camináis como camina la mayoría de los hombres, os acercaréis a los profundos abismos. ¿Hay muchos nobles, ricos, poderosos y sabios en vuestro camino Por esta señal, y sin pedir ninguna otra, sabéis que no lleva a la vida. He aquí una regla fácil, sencilla e infalible antes de que entréis en pormenores. Cualquiera que sea vuestra profesión, debéis singularizaros si no queréis condenaros. El camino del infierno nada tiene de singular, pero la vía del cie­lo es la singularidad misma. Si os acercáis un solo paso hacia Dios, ya no sois como los demás hombres, mas no hagáis caso de eso-es mejor estar solo, aislado, que caer en lo profundo. Corred, pues, con paciencia, la carrera que se os propone, aun cuando sean pocos vuestros compañeros. No siempre han de ser pocos. Dentro de un poquito os encontraréis en la com­pañía de muchos millares de ángeles y de la congregación de los primogénitos, y de los espíritus de los justos ya perfectos.

5.          Ahora bien, "porfiad a entrar por la puerta angosta," estando profundamente persuadidos del indecible peligro que amenaza vuestra alma mientras sigáis por el camino espacioso, mientras no tengáis esa pobreza de espíritu, esa religión in­terior, que en la opinión de los muchos-los ricos y los sa­bios-es locura. "Porfiad a entrar," traspasados de dolor y vergüenza por haber caminado por tanto tiempo en la mul­titud descuidada, olvidando por completo-si no es que des­preciando-esa "santidad, sin la cual nadie verá al Señor." Porfiad, como si estuvieseis en agonía del temor santo, no sea que fracaséis en obtener la promesa de entrar en su re­poso, ese reposo que queda para el pueblo de Dios. Porfiad con todo el fervor de vuestra alma, con "gemidos indecibles;" porfiad en oración sin cesar, a todas horas y en todos los lu­gares, levantando vuestro corazón a Dios y no dejándolo descansar, hasta que despertéis según su semejanza y quedéis saciados con ella.

6.          En conclusión: "Porfiad a entrar por la puerta an­gosta," no solo por medio de esta agonía del alma la convic­ción, el dolor, la vergüenza, el deseo, el temor y la oración constante, sino arreglando vuestras costumbres, procurando con todas vuestras fuerzas andar por el camino de Dios, de la inocencia, la piedad y la misericordia. Evitad toda aparien­cia de mal. Haced todo el bien posible a todos los hombres. Negaos a vosotros mismos vuestra voluntad en todas las co­sas, y tomad diariamente vuestra cruz. Estad listos a corta­ros la mano derecha, y a echarla de vosotros; a perder to­dos vuestros bienes, vuestros amigos, vuestra salud y todas las cosas en la tierra, con tal de poder entrar en el reino del cielo.

PREGUNTAS SOBRE EL SERMON XXXI

1. (¶ 1). ¿En contra de qué obstáculos se nos advierte aquí 2. (¶ 2). ¿Qué cosa dice nuestro Señor en este lugar 3. (¶ 3). ¿Qué debemos observar primeramente en estas palabras ¿Qué en segundo lugar ¿Y qué en tercero 4. (I. 1). ¿Cuál es la primera advertencia 5. (I. 2). ¿Qué cosa es pecado ¿Y maldad 6. (I. 3). ¿Qué se dice de esos pecados que engendran otros 7. (I. 4). ¿Qué se dice de sus maldecidos frutos 8. (I. 5). ¿Son muchos los que entran por esta puerta 9. (I. 6). ¿Se refiere esto sólo al vulgo 10. (II. 1). ¿Qué razón se da aquí 11. (II. 2). ¿Cuál es la cualidad intrínseca del ca­mino del cielo 12. (II. 3). ¿Qué se dice de la honradez pagana 13. (II. 4). ¿Qué peligro se señala aquí 14. (II. 5). ¿Es difícil resistir 15. (II. 6). ¿Qué cosa aumenta esta dificultad 16. (II. 7). ¿Qué desventajas tienen los ignorantes ¿Hay hombres nobles, pode­rosos y sabios en el camino de la destrucción Al usar de estos térmi­nos, hablamos "según la costumbre de los hombres." 17. (II. 8). ¿De qué modo afecta el asunto el hecho de que muchos hombres ricos vayan por el camino espacioso 18. (II. 9). ¿Por qué razón la puerta estre­cha o el caminó angosto, hacen tan desagradable la perspectiva ¿Des­acredita la verdad el testimonio de los ignorantes 19. (II. 10). ¿Qué se dice de los hombres grandes y prominentes 20. (III. 1). En vista de estas razones, ¿a qué nos exhorta el Señor fervientemente 21. (III. 2). ¿Qué otra razón da 22. (III. 3). A primera vista, ¿qué parecen significar estas palabras 23. (III. 4). ¿Qué deber se nos im­pone hoy día 24. (III. 5). ¿Cómo deberíamos comprender el peligro en que se encuentra el alma 25. (III. 6). ¿De qué manera concluye el sermón