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Sermón XXVIII - Sobre el Sermón de Nuestro Señor en la Montaña (VIII)

NOTAS INTRODUCTORIAS

En este sermón discurre el señor Wesley sobre una de las cuestiones más difíciles que atañen al cristianismo práctico. La exhortación de nuestro Señor en contra de la acumulación de di­nero y de propiedades, presenta a cada individuo una manera de probar el carácter cristiano y su objeto. Está por demás decir que este mandamiento se encuentra en oposición directa a todas las teorías de economía política, según las explican las escuelas de filosofía. Seguir el mandato de Cristo, dicen, resultaría en la ocio­sidad universal, la extravagancia y la pobreza.

Frente a frente de esta aserción, podemos poner lo que los mismos filósofos admiten, que si todos los hombres siguiesen las direcciones de nuestro Señor, no habría pobreza ni necesidad en el mundo. Dando un incentivo digno a la diligencia y actividad de los hombres en las cosas temporales, sólo tenemos que aplicar el principio de la ley cristiana del amor a nuestro prójimo en el mismo grado y manera con que nos amamos a nosotros mismos, y el problema se resuelve en ese estado de la sociedad que es el fin y afán de la enseñanza cristiana. En esa sociedad ideal, cada hombre tiene una cosa útil que hacer y al cumplir con sus debe­res para consigo mismo y para con la sociedad, todas sus necesi­dades quedan satisfechas. Este plan ha sido llamado utópico, pero la prevalencia universal del Evangelio demostrará que puede ser un hecho.

En su sermón sobre "El Uso del Dinero" (Sermón L), el señor Wesley ha dado tres reglas cortas, pero comprensivas, para el gobierno de la vida cristiana en las cosas temporales. La pri­mera regla es: "Gana todo lo que puedas;" lo que significa que debe haber industria y energía, y hacerse buen uso de todos los medios que la Providencia nos haya dado. La ociosidad no tiene disculpa ni merece excusa alguna. La segunda regla es: "Ahorra todo lo que puedas." Deben condenarse la extravagancia, el des­pilfarro de toda clase. La tercera regla es: "Da todo lo que pue­das." Esto completa el círculo del deber, y responde a todas las objeciones a su filosofía de la vida. Pero, ¿quién ha observado, de igual manera, exceptuando sólo al señor Wesley, todas estas reglas

ANÁLISIS DEL SERMON XXVIII

I.          De los actos religiosos pasa nuestro Señor a los hechos de la vida común. Se requiere la misma pureza de intención. Se explica y fortifica el ejemplo de nuestro Señor. El ojo es la Inten­ción. Esta es para el alma lo que el ojo es para el cuerpo. Se dice que es sencillo cuando se fija sólo en una cosa para conocer, agra­dar, servir y gozar a Dios. Todo esto está incluido en el ojo sen­cillo. Cuando tal es el caso, toda el alma está llena de luz.

II.         La luz también significa santidad. Al buscar a Dios en to­das las cosas, le encontramos en todo. Así es que diariamente so­mos salvos por gracia y por medio de la fe. Luz quiere decir tam­bién felicidad. El consuelo y la paz se siguen.

III.        Muy diferente es todo si el ojo es malo. Todo el cuerpo está lleno de oscuridad. El velo está en el corazón. El dios de este mundo ha cegado el entendimiento. Abundan las incertidumbres, dudas y dificultades; la impiedad e iniquidad con todos los malos deseos, genios, afectos y todas las cosas, estando fuera de su ele­mento, se vuelven obscuras, viles y vanas.

Por todas partes reinan la destrucción y la desdicha. No hay paz, paz firme y verdadera. Todo es vanidad y vejación de espíritu. Es un estado esencialmente de la noche y de la sombra de muerte.

IV.        Exhortación especial en contra de atesorar riquezas en la tierra. Se hace la comparación del estado moral de las nacio­nes cristianas con los paganos del África. Circunstancias en que la comparación entre los cristianos de Europa y América y los pa­ganos, resulta en favor de estos últimos. El pecado de atesorar riquezas en la tierra es común a todos los cristianos. Constante­mente están quebrantando este mandamiento de Cristo por todos los medios que están a su alcance, exceptuando los que no son lí­citos. Este es el ejemplo más desagradable de la fatuidad espiri­tual que hay en el mundo.

V.         Definición del pecado. Proveerse de las cosas de una ma­nera honrada, según la opinión de los hombres, no está prohibido. Dios nos manda que no debamos a nadie nada. Las cosas necesa­rias para el cuerpo tampoco están prohibidas. Definición de estas cosas. No se prohíbe proveer para los niños y la familia. Se deben atesorar las cosas necesarias para seguir los negocios mundanos, pero sólo en grado y medida suficiente para satisfacer los fines ya mencionados. Lo que se condena es atesorar más bienes mate­riales de los necesarios para llenar dichos fines. Alocución diri­gida a los que violan este mandato del Señor, y se contrasta la conducta del mayordomo fiel y sabio.

SERMON XXVIII

SOBRE EL SERMON DE NUESTRO SEÑOR EN LA MONTAÑA (VIII)

No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompe, y donde ladrones minan y hurtan; mas ha­ceos tesoros en el cielo, donde ni polilla ni orín corrompe, y donde ladrones no minan ni hurtan; porque donde estuviere vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo fuere sincero, todo tu cuer­po será luminoso; mas si tu ojo fuere malo, todo tu cuerpo será tenebroso. Así que si la lumbre que en ti hay son tinie­blas, ¿cuántas serán las mismas tinieblas (Mateo 6:19-23).

1.          Pasa nuestro Señor de las acciones que por lo ge­neral se llaman religiosas-que son verdaderas ramas de la religión cuando nacen de una intención pura y santa, y son hechas de una manera consecuente-a los hechos comunes de la vida, y demuestra que en nuestras vocaciones ordinarias es tan necesaria la pureza de intención como en el dar li­mosna, ayunar, u orar.

Indudablemente que la misma pureza de intención, que hace nuestras limosnas y devociones aceptables a Dios, de­be también convertir nuestro trabajo o empleo en una ofren­da pura a Dios. El hombre que sigue sus negocios con el fin de elevarse y tener riquezas en el mundo, no sirve a Dios en su empleo ni tiene más derecho a esperar una recompen­sa del Señor, que quien da limosna para ser visto, u ora para ser escuchado de los hombres. Porque así como estos desig­nios vanos no deben afectar nuestras limosnas y devociones, tampoco deben entrar en nuestras ocupaciones. No sólo son malos cuando leudan nuestras buenas obras, nuestros actos religiosos, sino que tienen el mismo mal efecto cuando se mezclan en los negocios diarios de nuestras vocaciones. Si fuese lícito tenerlos en nuestras ocupaciones mundanas, lo sería también retenerlos en nuestras devociones. Pero así como nuestras limosnas y devociones no son aceptables sino cuando resultan de una intención pura, de la misma manera nuestro empleo diario no puede considerarse como un ser­vicio al Señor, sino cuando se hace con la misma piedad del corazón.

2.          Esto lo declara nuestro bendito Señor de la manera más decidida, con esas palabras tan comprensivas como enér­gicas, que El mismo aplica y desarrolla en el curso de este ca­pítulo. "La lámpara del cuerpo es el ojo, así que, si tu ojo fuere sincero, todo tu cuerpo será luminoso; mas si tu ojo fuere malo, todo tu cuerpo será tenebroso." El ojo es la in­tención. Lo que el ojo es al cuerpo, la intención es al alma. Así como el uno guía todos los movimientos del cuerpo, la otra dirige los del alma. Se dice que el ojo del alma es sincero cuando se fija sólo en una cosa, cuando no tenemos otro de­signio sino conocer a Dios y a Jesucristo a quien El mandó; conocerle con afectos dignos, amándole como El nos amó pri­mero; agradar a Dios en todas las cosas; servirle, puesto que le amamos de todo nuestro corazón, mente, alma y fuerzas, y gozar a Dios en todo y sobre todas las cosas, en esta vida y por la eternidad.

3.          "Si tu ojo fuere sincero," de este modo, fijándose así en Dios, "todo tu cuerpo será luminoso." "Todo tu cuerpo"- todo lo que guía la intención, como el ojo guía el cuerpo; to­do lo que eres, todo lo que haces, tu genio, deseos, afectos; tus pensamientos, palabras y acciones-todo esto "será lu­minoso," lleno de conocimiento verdadero y divino. Este es el primer significado que aquí tiene la palabra luz. En su luz verás la luz. "Aquel que mandó que de las tinieblas resplan­deciese la luz...resplandecerá en tu corazón;" iluminará la vista de tu inteligencia con el conocimiento de la gloria de Dios. Su Espíritu te revelará las cosas profundas de Dios. La inspiración del Santo abrirá tu inteligencia y te hará te­ner sabiduría en secreto. Más aún, el ungimiento que has re­cibido de El, permanecerá en ti y te enseñará todas las cosas.

¡Qué bien confirma todo esto la experiencia! Aun des­pués de que Dios ha abierto los ojos de nuestra inteligencia, si buscamos o deseamos cualquiera cosa fuera de Dios, ¡qué pronto se obscurece nuestro torpe corazón! Las nubes se agrupan otra vez en torno de nuestras almas; dudas y te­mores nos abruman de nuevo; somos arrojados de aquí para allá, no sabemos qué hacer ni cuál sea el camino que deba­mos seguir. Pero cuando sólo deseamos y buscamos a Dios, las nubes y los temores se desvanecen, nosotros, que en un tiempo fuimos oscuridad, somos ahora luz en el Señor. La noche resplandece ahora como el día, y sabemos que "la senda de los justos es como la luz." El Señor nos muestra el camino que debemos tomar y claramente nos enseña la vía ante nuestro rostro.

4.          El segundo significado que tiene la luz en este asun­to, es el de la santidad. Al buscar a Dios en todo, le encon­trarás en todas las cosas: la fuente de toda santidad, llenán­dote constantemente de su semejanza, justicia, misericordia y verdad. Al mirar a Jesús, y a El sólo, serás lleno del sentir que estaba en El; se renovará tu alma de día en día, según la imagen del que la creó. Si no quitas de tu mente la mirada en El; si permaneces "viendo al Invisible," sin buscar nada más en el cielo y en la tierra, entonces, al contemplar la gloria de Dios, serás transformado "de gloria en gloria en la misma semejanza como por el Espíritu del Señor."

Otra cosa que también experimentamos diariamente es que por gracia somos salvos por la fe. Por medio de la fe se abre la vista de la mente para ver la luz del amor glorioso de Dios, y mientras la mirada permanece fija en Dios, en Cristo, quien está reconciliando el mundo a sí mismo, nos llenamos más y más del amor de Dios y de los hombres; de mansedumbre, afabilidad, clemencia; de todos los frutos de santidad que vienen del Señor Jesús y que redundan en glo­ria de Dios Padre.

5.          Esta luz de que está lleno aquel cuyo ojo es sincero, significa, en tercer lugar, felicidad, lo mismo que santidad. "Suave ciertamente es la luz, y agradable a los ojos ver el sol," pero ¡cuánto más placentero es ver al Sol de justicia resplandeciendo constantemente en el alma! Si existe algún consuelo en Cristo, algún bálsamo en el amor, alguna paz que sobrepuje a todo entendimiento, algún regocijo en la es­peranza de la gloria de Dios, todo esto pertenece a Aquel cuyo ojo es sincero, cuyo cuerpo, por lo tanto, es luminoso. Anda en la luz, como que Dios está en la luz, regocijándose siempre y en todo dando gracias; conformándose gozoso con la voluntad de Dios respecto de él en Jesucristo.

6.          "Mas si tu ojo fuere malo, todo tu cuerpo será tene­broso." "Si tu ojo fuere malo." Como se ve, no existe térmi­no medio entre el ojo sincero y el tenebroso; si no es lo uno, tiene que ser lo otro. Si la intención que tenemos al hacer cualquiera cosa, no es puramente la de servir a Dios; si nos proponemos cualquier otro fin, entonces quedan manchadas nuestra mente y nuestra conciencia.

Por consiguiente, nuestro ojo es tenebroso si al hacer cualquier cosa tenemos otro fin fuera de Dios; si nos propo­nemos algo además de conocer y amar a Dios, agradarle y servirle en todas las cosas; si nuestro designio no es sólo gozar de Dios, encontrar en El nuestra felicidad en esta vida y en la eternidad.

7.          Si tu ojo no se fija sinceramente en Dios, "todo tu cuerpo será tenebroso;" el velo permanecerá en tu corazón; "el dios de este mundo" cegará tu mente más aún, no sea que la luz del Evangelio glorioso de Cristo te alumbre. Lleno de ignorancia y errores respecto de las cosas de Dios, no podrás recibirlas ni discernirlas, y cuando tengas algún deseo de servir a Dios, te abrumará la incertidumbre respecto del mo­do como deberías servirle, encontrando dudas y dificultades por todos lados y no sabiendo cómo escapar.

Más aún, si tu ojo no fuere sincero, si buscares las cosas terrenales, te llenarás de iniquidad e injusticia. Tu genio, de­seos y afectos, estando siempre en desorden, serán malos, viles y vanos. Tu conversación siendo mala como tu corazón y no estando "sazonada con sal," no será digna de dar gracia a los oyentes, sino inútil, ociosa, corrompida, que contris­tará al Espíritu Santo de Dios.

8.          En tu camino se encuentran la destrucción y la des­dicha, porque el camino de paz no has conocido. No hay paz duradera para los que no conocen a Dios. No hay verdadero contentamiento que dure para los que no le buscan con to­do su corazón. Mientras que busques las cosas que perecen, todo lo que habrá pasado será vanidad, y no sólo vanidad, sino "vejación de espíritu"-y eso tanto al buscar como al gozar de dichas cosas. En verdad que andas en una sombra vana y en balde te inquietas. Andas en la oscuridad que puede sentirse. Sigue durmiendo, de nada te sirve, porque no te sentirás descansado. Bien sabes que los sueños de la vi­da sólo causan pena y nunca dan descanso. No hay descanso en este mundo ni en el venidero, sino sólo en Dios, que es el centro de los espíritus.

"Si la lumbre que en ti hay son tinieblas, ¿cuántas serán las mismas tinieblas" Si la intención que debe iluminar to­da alma-llenarla de conocimiento, amor y paz, y la que en efecto hace todo esto mientras permanece pura, mientras no procura otra cosa sino a Dios-si ésta es tinieblas, si busca otra cosa fuera de Dios y por consiguiente llena el alma de oscuridad en lugar de luz, de ignorancia y error, de pecado y miseria, ¡cuán grandes serán esas tinieblas! ¡Es el humo mismo que sube desde los profundos! ¡Es la noche negra que reina en lo más profundo, en la tierra de las sombras de muerte!

9.          Por consiguiente, "no os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompe, y donde ladrones minan y hurtan." Si lo hacéis, claro está que vuestro ojo es malo, que no se fija únicamente en Dios.

Respecto de los mandamientos de Dios, ya se refieran al corazón ya a la vida, los paganos en África o en América cumplen tanto como los que se llaman cristianos, pues con pocas excepciones, éstos los observan tanto como los paga­nos. Por ejemplo, la mayoría de los súbditos ingleses, llama­dos comúnmente cristianos, son tan sobrios y templados como la generalidad de los paganos cerca del Cabo de Buena Es­peranza. Así también los cristianos en Alemania o Inglaterra son tan humildes y castos como los indios choctow o chero­quíes. Al comparar la mayor parte de las naciones europeas con las americanas, no es nada fácil decir de qué parte está la superioridad-al menos las de América no llevan gran ventaja.

Esta aserción, sin embargo, no es cierta respecto del man­damiento que estamos considerando. En esto los paganos cum­plen mucho mejor. No desean ni procuran otra cosa sino ali­mentos sencillos, ropa modesta con que vestirse, y esto lo buscan sólo para el día. Con excepción del maíz de que han menester hasta la cosecha del año siguiente, no guardan ni atesoran nada. Sin saberlo, pues, los paganos obedecen este mandamiento constantemente y con eficacia. No se hacen te­soros en la tierra, tesoros de púrpura y lino fino, de oro y plata, que la polilla y el orín corrompan, o los ladrones mi­nen y hurten. Mas, ¿de qué manera observan los cristianos lo que profesan haber recibido como un mandamiento del Dios altísimo No lo observan en ningún grado. Obran como si jamás se hubiese dado semejante mandamiento a los hom­bres. Aun aquellos que, en su opinión y la de otras personas, son buenos cristianos, no cumplen con esto en manera alguna. Bien pudiera estar aún perdido en el original griego, puesto que no hacen de él ningún caso.

¿En qué ciudad cristiana podréis encontrar un hombre de cada quinientos, que tenga el menor escrúpulo de atesorar todo lo que pueda, de aumentar sus posesiones hasta donde le sea posible Es bien cierto que muchos no lo hacen ilícita­mente; muchos no estafan ni roban; algunos no engañan al prójimo, no se valen de su ignorancia o de su necesidad-pero este es otro asunto. Aun éstos sólo tienen escrúpulos respec­to del método, pero no de hacerse tesoros. No vacilan en ha­cerse tesoros sobre la tierra, sino en reunirlos por medios ilí­citos. No les asusta desobedecer a Cristo, sino quebrantar la moralidad pagana. De manera que aun los hombres honrados no obedecen este mandamiento más que los ladrones de ca­mino o los que derriban las puertas de las casas para ro­barlas. Más aún, jamás intentan obedecerle. Desde su ju­ventud hasta lo presente nunca han pensado en tal cosa. Sus padres, maestros y amigos cristianos nunca les enseñaron este mandamiento, a no ser para quebrantarlo luego y tanto co­mo pudieran, y continuar quebrantándolo hasta el fin de sus vidas.

10.        En todo el mundo no existe otro ejemplo de fatui­dad espiritual más sorprendente que éste. La mayor parte de estos mismos hombres leen o escuchan la lectura de la Biblia-muchos en el día del Señor. Han leído o escuchado estas palabras infinidad de veces, y sin embargo, jamás sospe­chan que dichas palabras los condenan más que las que pro­híben a los padres ofrecer sus hijos a Moloc. Pluguiese a Dios hablar a estos miserables pecadores con su voz, su voz poderosa, para que se salvasen al fin de esta trampa de Sa­tanás, y cayesen las escamas de sus ojos.

11.        Preguntáis, ¿qué cosa es hacerse tesoros en la tie­rra Bueno será examinar esto detenidamente. En primer lugar, a fin de poder discernirlo claramente, hagamos obser­var qué cosas no se prohíben en este mandamiento.

Primeramente, en este mandamiento no se prohíbe "pro­curar lo bueno delante de todos los hombres;" procurar con qué darles aquello a que tienen derecho, todo lo que justa­mente pueden esperar de nosotros. Tan lejos está Dios de prohibir esto, que nos manda que no debamos a nadie nada. Debemos, por consiguiente, ser muy diligentes en nuestro trabajo a fin de no deber a nadie nada; siendo esta una ley común de justicia que nuestro Señor no vino a destruir, sino a cumplir.

Ni prohíbe, en segundo lugar, que nos proveamos de las cosas necesarias para el cuerpo: alimentos suficientes, sen­cillos y sanos qué comer y vestidos aseados qué ponernos. Es además, nuestro deber, proveernos de estas cosas, siendo que Dios nos da la facultad de hacerlo, a fin de que comamos nues­tro propio pan y no seamos gravosos a nadie.

Ni se prohíbe, en tercer lugar, que proveamos para nues­tros hijos y los de nuestra casa. También esto es nuestro de­ber, aun según los principios de la moral pagana. Todo hombre debe de proveer las cosas necesarias de la vida para su esposa y sus hijos, y hacer que éstos aprendan a ganar es­tas cosas para que puedan mantenerse cuando él les falte y ya no exista. Digo que deben aprender a proveer estas cosas- las cosas sencillas y necesarias de la vida, no cosas delicadas y superfluas-con su trabajo constante, porque ningún hom­bre está obligado a proveer para sí mismo ni para los suyos los medios de ser extravagantes y estar ociosos. Si alguno deja de proveer para sus hijos (lo mismo que para las viu­das que haya en su casa, de quienes Pablo habla especial­mente en las palabras tan conocidas que dirige a Timoteo), prácticamente ha "negado la fe, y es peor que un infiel," o que un pagano.

Por último, no se nos prohíbe en estas palabras que de tiempo en tiempo vayamos guardando lo que fuere necesario para la consecución de nuestros negocios, hasta tal grado o punto que podamos llenar los objetos siguientes: en primer lugar, no deber a nadie nada; en segundo, procurarnos las cosas necesarias para la vida; y en tercero, proveer lo nece­sario para la familia mientras vivimos, y enseñarles a ganar el pan para que sepan sostenerse cuando Dios nos llame a su presencia.

12.        Podemos ahora discernir claramente (a no ser que no queramos hacerlo), qué cosa es la que se nos prohíbe aquí. Es el procurar proveerse de más de lo necesario para satisfacer los fines ya mencionados. El trabajar por obtener más riquezas, más plata y oro. El guardar más de lo que se requiere para satisfacer las necesidades-esto es lo que aquí se prohíbe clara y terminantemente. Si las palabras tienen algún significado, indudablemente que esto es lo que quieren decir, pues ninguna otra cosa pueden expresar. Por consi­guiente, cualquiera que no debe nada a nadie, que tiene el alimento y el vestido necesarios para sí mismo y su familia, y que además de esto posee lo suficiente para continuar sus negocios y satisfacer todas estas justas necesidades: quienquie­ra, digo, que se halle en tales circunstancias y, sin embargo, esté procurando hacerse de mayores posesiones, vive abier­ta y habitualmente negando al Señor que lo rescató. Prácti­camente ha negado la fe, "y es peor que un infiel" ya sea africano o de América.

13.        Vosotros que vivís en el mundo y que sois del mun­do en que vivís, escuchadme. Tal vez seáis estimados en mu­cho de los hombres, pero delante de Dios sois abominación. ¿Hasta cuándo se humillarán vuestras almas hasta el polvo de la tierra ¿Hasta cuándo seguiréis llenándoos de lodo ¿Hasta cuándo despertaréis y veréis que los paganos que piensan seriamente están más cercanos al reino de los cielos que vosotros ¿Cuándo os convenceréis de que es vuestra obligación escoger la mejor parte, aquella que nadie puede quitarnos ¿Cuándo procuraréis haceros tesoros solamente en el cielo, renunciando, evitando y aborreciendo todos los demás Si estáis procurando haceros tesoros en la tierra, ¿no estáis perdiendo el tiempo y gastando vuestras fuerzas en ganar algo que no es el pan Porque, ¿cuáles serán los frutos si tenéis buen éxito ¡Habréis asesinado vuestra propia alma! ¡Habréis apagado la última chispa de vuestra vida espiritual! ¡Ahora mismo, en medio de la vida, estáis en la muerte! ¡Hombres vivos, pero cristianos muertos! porque "donde es­tuviere vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón." Sumer­gidos en el polvo están vuestros corazones. Vuestras almas se allegan al suelo; vuestros afectos no están en las cosas del cielo, sino en las de la tierra, en algarrobas que envenenarán, mas nunca podrán satisfacer un espíritu inmortal creado para Dios. Vuestro amor, gozo y deseo consisten en las cosas que perecen al usarlas. Habéis perdido el tesoro del cielo. Dios y Jesús se os han perdido. ¡Habéis ganado riquezas y el fuego del infierno!

14.        "¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!" Cuando los discípulos se sorprendieron al oír a nuestro Señor hablar así, lejos de retractarse El, re­pitió la misma verdad importante en palabras más enérgicas: "Más fácil cosa es pasar un camello por el ojo de una aguja, que el rico entrar en el reino de Dios." ¡Cuán difícil es para aquellos cuyas palabras todas reciben aplausos, no conside­rarse como sabios! ¡Cuán difícil les es dejar de creer que son mejores que esa muchedumbre de hombres pobres, bajos, sin educación! ¡Qué difícil no buscar la felicidad en las ri­quezas, o en las cosas que proporciona el dinero; no gratificar los deseos de la carne, los del ojo, o las vanidades de la vida! Oh, ricos, ¿cómo escaparéis de la condenación del infierno ¡Sólo para con Dios todas las cosas son posibles!

15.        Y aún cuando no tengáis buen éxito, ¿qué fruto sa­cáis de procurar haceros tesoros en la tierra "Porque los que quieren enriquecerse"-los que lo desean o procuran ya sea que tengan buen éxito o no-"caen en tentación y lazo,"-una treta, una trampa que el diablo pone-"y en mu­chas codicias locas y dañosas" deseos con los que la razón nada tiene que ver; deseos que en realidad de verdad no son propios de seres racionales e inmortales, sino de las bestias brutas que carecen de inteligencia; deseos que "hunden a los hombres en perdición y muerte," en la miseria, ahora y para siempre. No necesitamos sino abrir los ojos para ver diaria­mente las tristes pruebas de todo esto. Hombres que, anhelan­do y procurando hacerse ricos, codiciando el dinero, que es la raíz de todo mal, han traspasado sus corazones con infini­dad de dolores y anticipado el infierno a donde se encaminan.

Es de observarse la circunspección con que el Apóstol se expresa en este pasaje. No afirma terminantemente lo que dice, puesto que un hombre puede ser rico sin haberlo procurado debido a la Providencia que todo lo rige y que no le ha dejado escoger, pero sí lo afirma de aquellos que desean o procuran hacerse ricos. A pesar de que las riquezas son peligrosas, no siempre "hunden a los hombres en perdición y muerte." Pero el deseo de las riquezas sí los hunde. Los que con toda con­ciencia las desean y deliberadamente procuran obtenerlas, ya sea que ganen el mundo o no, infaliblemente pierden sus al­mas. Esos son los que venden en unas cuantas piezas de plata u oro al que los rescató con su sangre; ésos los que hacen un pacto con la muerte y el infierno, el cual pacto permanecerá, porque diariamente se están haciendo dignos partícipes de la herencia del diablo y sus ángeles.

16.        ¿Quién amonestará a esta generación a huir de la ira que vendrá Ciertamente que no serán los que esperan en sus puertas, o los que adulan con bajeza deseando alimen­tarse de las migajas que caen de sus mesas, ni los que buscan su aprobación o temen sus enojos; ninguno de aquellos que se ocupan de cosas terrenales. Empero si hay en la tierra algún cristiano, si hay algún hombre que haya vencido al mundo, que sólo desee a Dios y no tema sino a Aquel que puede ma­tar el cuerpo y echar el alma en el infierno, que hable y no calle. ¡Levanta la voz como trompeta! Grita en alta voz y muestra a estos honorables pecadores la condición tan deses­perada en que se encuentran. Tal vez haya un alma entre mil que quiera escuchar, que se levante y sacuda el polvo; que rompa esas cadenas que ahora la sujetan a la tierra y al fin se haga tesoros en el cielo.

17.        Oh Dios, si acaso sucede que una de estas almas, debido a tu omnipotente poder se levante y pregunte: "¿Qué debo hacer para ser salvo" la respuesta según los oráculos de Dios, es clara, plena y cabal. Dios no te dice: "Vende to­do lo que posees." A la verdad que quien mira en el corazón de los hombres, vio que era necesario mandar esto en un ca­so especial-el del joven rico-pero ese mandato nunca lo dio como una regla general para todos los hombres ricos, de todas las generaciones venideras. La dirección general que da es: "No seáis altivos." Dios no ve como los hombres ven. El no te aprecia por razón de tus riquezas, por tu grandeza o aparato, por cualquiera cualidad o conocimiento que di­recta o indirectamente se deban a la riqueza, que se puedan comprar u obtener con dinero. Todo esto es ante su presencia como la basura y la escoria-que tu opinión sea la misma. Ten cuidado de no creerte un ápice mejor con motivo de estas cosas. Pésate en otra balanza. Mídete sólo con la medida de la fe y el amor que Dios te ha dado. Si tienes más conocimien­to y amor de Dios que el pastor que acompañado de sus pe­rros cuida de sus ovejas, por solo este hecho y por ninguna otra razón, eres más sabio y mejor, de mayor valor y honra. Pero si no posees este tesoro, entonces eres más torpe, más vil, más despreciable, ya no digo que el último de tus siervos bajo de tu techo, sino que el mendigo lleno de llagas que es­té tirado a las puertas de tu casa.

18.        En segundo lugar, no confíes en las riquezas incier­tas; no busques en ellas ayuda ni felicidad.

No busques en ellas ninguna ayuda, porque te equi­vocas lamentablemente si es que estás buscando ayuda en el oro o en la plata que no pueden hacer que domines al mundo ni tampoco al diablo. Sabe, pues, que tanto el mun­do como el demonio se ríen de semejantes preparativos. Estos valdrán de muy poco cuando vengan los trabajos, si es que permanecen en la hora del sufrimiento; pero no es seguro que permanecerán, porque ¡cuán a menudo se ha­cen alas y vuelan! Y aun cuando no fuere así, ¿de qué valdrán en las aflicciones de la vida Lo que más amas-la esposa de tu juventud, el único hijo que tienes, el amigo íntimo de tu alma-caen de un solo golpe. ¿Podrán tus rique­zas reanimar el cuerpo sin aliento, o llamar al espíritu que antes habitaba en él ¿Te podrán defender de las enferme­dades, dolencias y penas ¿Acaso afligen estas cosas sólo a los pobres Muy al contrario: tu siervo que pastorea tus ganados o que labra la tierra, sufre menos enfermedades y dolores que tú. Estos mal deseados huéspedes le visitan me­nos, y si acaso vienen, es más fácil expulsarlos de la humilde cabaña que de los grandes palacios. Durante las horas en que tu cuerpo sufre el castigo de los dolores, o que le consume la enfermedad, ¿de qué te sirven los tesoros Deja que res­ponda a esto el pobre pagano:

"Ut lippum. picto tabulo, fomenta podagram,

Auriculas citharo collecta sorde dolentes."[1]

19.        Pero te espera una aflicción mayor que todo esto. ¡Tienes que morir! Te has de sumergir en el polvo de la tierra. Volverás al polvo de donde fuiste hecho-a mezclarte con la tierra común. Tu cuerpo volverá a la tierra tal cual fue en su origen, y tu espíritu volverá a Dios que lo creó. Y el tiempo vuela. Pasan los años en silencio, mas con rápido vue­lo. Tal vez tus días toquen a su fin. Tal vez el medio día de tu vida ya haya pasado y empiecen a ponerse sobre tu cabeza las sombras de la noche. En ti mismo sientes que se acerca la inevitable descomposición, las fuentes de la vida se secan al mismo tiempo. Ahora bien, ¿de qué te sirven las riquezas ¿Endulzan acaso el trance de la muerte ¿Hacen que esa ho­ra solemne sea deseable Todo lo contrario. ¡Cuán amarga eres, oh muerte, al hombre que vive tranquilo en sus pose­siones! ¡Qué poco aceptable le es aquella sentencia: "Esta noche vuelven a pedir tu alma"! ¿Evitarán acaso el malha­dado golpe, o tardarán la terrible hora ¿Pueden librar tu alma de probar la muerte ¿Pueden devolverte los años que ya pasaron ¿Les será posible añadir un mes, un día, una ho­ra, un momento, a la vida que se te ha fijado ¿O te seguirán acaso más allá de la tumba, las cosas buenas que aquí has es­cogido Nada de eso: desnudo viniste al mundo, y desnudo saldrás de él.

"Liquenda tellus, et domus, et placens

Uxor: nec harum, quas seris, arborum,

Te, proter invisam cupressum,

Ulla brevem dominum sequetur!"[2]

A la verdad que si estas verdades no fuesen demasiado claras para entenderse-como lo son para negarse-ningún hombre mortal pondría su esperanza en la ayuda de las ri­quezas inciertas.

20.        No busques en ellas la felicidad porque en esto tam­bién descubrirás que son como pesas engañosas-lo que cier­tamente toda persona pensadora debe inferir de lo que lle­vamos expuesto. Porque si la mucha plata y oro, y las ven­tajas y placeres que proporcionan, no nos pueden librar de la conciencia de miseria, es claro que tampoco podrán hacer­nos felices. ¿Qué felicidad pueden proporcionar al que en medio de todos sus placeres, se siente constreñido a exclamar:

"Aun en mis nuevos palacios, tristes pensamientos me persiguen; Y bajo mis dorados techos suspensos los cuidados me atormentan."

A la verdad que la experiencia respecto de esto es tan abundante, manifiesta e innegable, que vuelve enteramente superfluos todos los demás argumentos. Apelamos, por con­siguiente, a los hechos. ¿Son los ricos y los grandes los úni­cos hombres felices ¿Es cada uno de ellos más o menos feliz, según sean mayores o menores sus riquezas ¿Son felices en realidad de verdad Casi estuve a punto de decir que son los hombres más desgraciados. Oh tú, hombre rico que me escuchas, al menos esta vez habla la verdad según te la dicte el corazón. Habla en tu nombre y en el de tus hermanos.

"Aun en medio de la abundancia

Sentimos que algo nos falta,

Y la ausencia de ese algo

Disipa toda complacencia."

Y así será hasta que la noche de la muerte absorba los días de la vanidad.

Por consiguiente, la mayor torpeza que puede cometerse en la vida es buscar la felicidad en las riquezas. ¿No estás persuadido de esto ¿Será posible que aún esperes encon­trar la felicidad en el dinero, o en las cosas que proporciona ¿Podrán acaso la plata, el oro, las comidas y bebidas, los ca­ballos, los sirvientes, el aparato deslumbrador, las diversiones y los placeres (así llamados) hacerte feliz ¡No pueden darte la felicidad como no pueden hacerte inmortal!

21.        No son más que vana pompa. No te preocupes por ellas. Pon tu confianza en el Dios viviente y estarás seguro bajo la sombra del Todopoderoso. Su fidelidad y verdad serán tu escudo y adarga. El es gran protección en medio de los trabajos, ayuda que nunca puede faltar. Aunque todos los amigos desaparezcan, podrás decir: ¡Viva Jehová, y ensal­zado sea el Dios de mi salud! El se acordará de ti cuando es­tés enfermo y en cama, en la hora cuando es vana la ayuda del hombre, cuando todas las cosas del mundo de nada te sirven. El mullirá tu cama en toda tu enfermedad. El endul­zará tu pena. La contemplación del Señor hará que aplaudas en medio de las llamas. Y en la hora en que esta habitación de tierra esté pronta a desplomarse, a caer reducida en pol­vo, El te enseñará a decir: "¿Dónde está, oh muerte, tu agui­jón ¿dónde, oh sepulcro, tu victoria...A Dios gracias, que nos da la victoria por el Señor nuestro Jesucristo."

¡Buscad en El la felicidad lo mismo que la ayuda de que habéis menester! Confiad en Aquel que nos da todas las cosas en abundancia para que las gocemos, quien, movido de su abundante y amorosa misericordia, nos da estas cosas con su propia mano a fin de que al recibirlas como dones suyos y arras de su amor, gocemos de todo aquello que nos pertenece. Su amor santifica cuanto probamos, infunde vida y dulzura en todo. Cada una de sus criaturas nos guía al gran Creador y la tierra es la escala del cielo. El transmite los goces que están en su poder a todo lo que da a sus hijos agradecidos, quienes, teniendo comunión con el Padre y su Hijo Jesu­cristo, le gozan en todo y sobre todas las cosas.

22.        En tercer lugar, no procures aumentar tus riquezas. "No os hagáis tesoros en la tierra," es un mandamiento tan claro y positivo como el que dice: "No cometerás adulterio." ¿Cómo podrá un hombre rico hacerse más rico, sin negar al Señor que le rescató Más claro, ¿cómo podrá un hombre que ya tiene las cosas necesarias para la vida, ganar o procurar más y no hacerse culpable "No os hagáis"-dice el Señor- "tesoros en la tierra." Si a pesar de esto atesoras dinero y po­sesiones que la polilla y el orín corrompen, y que ladrones minan y hurtan, si has de comprar más y más fincas y terre­nos, ¿por qué te llamas cristiano Tú no obedeces al Señor Jesús, ni tienes la intención de seguir su precepto, ¿con qué derecho te apropias su nombre "¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que digo"

23.        Si preguntáis: "Pero, ¿qué debemos hacer con nues­tros bienes, si es que no los hemos de atesorar, viendo que tenemos más de los que necesitamos" "¿Los hemos de tirar" A lo que respondo que si los echaseis en el mar o en el fue­go para ser consumidos, estarían mucho mejor empleados de lo que ahora están. No podéis imaginar un modo más eficaz de despreciarlos que el atesorarlos para vuestra posteridad, o guardarlos para vosotros en torpe superfluidad. De entre todas las maneras posibles de despreciarnos, estas dos son las peores, las más opuestas al Evangelio de Cristo y las más perniciosas a vuestras almas.

Un escritor ya fallecido ha demostrado muy eficazmente cuán pernicioso es a vuestras almas este último medio: "Si desperdiciamos nuestro dinero, no sólo incurrimos en la cul­pa de desperdiciar uno de los talentos que Dios nos ha dado, sino que nos hacemos este otro mal: convertimos este talen­to útil en un medio poderoso de corrompernos, porque mien­tras que lo gastamos mal, mientras que satisfacemos con él alguna mala pasión en complacer deseos injustos y vanos- que como cristianos debemos renunciar-el dinero es en nues­tras manos un instrumento de nuestra propia corrupción.

"Así como se puede abusar del chiste y los gracejos, y los que abusan de ellos se exponen a mayores torpezas, así se pue­de abusar del dinero, porque si no se emplea conforme a la razón y a la religión, hará que las gentes lleven una vida más torpe y extravagante de la que habrían llevado si hu­biesen sido pobres. Por consiguiente, el que no gasta su di­nero para hacer bien a los demás, lo emplea en perjudicarse a sí mismo. Obra como el que rehúsa dar un veneno a su amigo, cuando él mismo no puede beberlo sin correr el pe­ligro de que se le inflame la sangre. En tal caso se encuentra el que tiene más dinero del necesario: si lo da a los necesita­dos, es como un veneno; si lo gasta en sí mismo en algo que no necesita, da por único resultado el que inflame y desarre­gle su mente.

"Al usar de las riquezas cuando no hay verdadera nece­sidad, sólo las usamos en perjuicio nuestro alimentando deseos irracionales, malos genios, satisfaciendo pasiones torpes y sustentando la vanidad de la mente. Porque el mucho co­mer y beber, la ropa fina y las cosas magníficas, el aparato y la pompa, los placeres y diversiones amenos, son cosas malas y nocivas para el corazón; son el alimento de toda la torpeza y debilidad de nuestra naturaleza; el sostén de algo que no debería existir. Son contrarias a esa sobriedad y piedad del corazón que se alimenta de cosas divinas. Son como otros tantos pesos en la mente, que debilitan nuestra inclinación a elevar los pensamientos y afectos de las cosas de arriba.

"De manera que el dinero que de este modo se gasta no sólo se pierde y desperdicia, sino que se emplea en malos fi­nes y con pésimos resultados. Nos hace incapaces de seguir las doctrinas sublimes del Evangelio. Es como quien se guar­da de dar dinero a los pobres a fin de comprar veneno para sí."

24.        Igualmente culpables son los que guardan lo que no necesitan para ningún buen fin.

"Supongamos que cierto hombre tiene muchas manos, ojos y pies, que podría dar a los mancos y ciegos y cojos, y que dicho hombre guarda esos miembros en un cofre en lu­gar de dárselos a esos pobres hermanos. ¿No tendríamos ra­zón al considerarle como un ser miserable y cruel Si en lu­gar de dar esas manos, ojos y pies a los que los necesitan, y asegurar así un premio eterno, ese hombre prefiriese ente­rrar esos miembros, ¿no haríamos bien en tenerlo por loco

"Ahora bien, el dinero es como los ojos o como los pies. En consecuencia, si guardamos el dinero al mismo tiempo que algunos hermanos pobres y afligidos lo necesitan tanto, nuestra crueldad es muy semejante a la del hombre que pu­diendo dar ojos, manos y pies a los ciegos, mancos y cojos, prefiere guardar esos miembros. Si preferimos enterrar ese dinero en lugar de usarlo bien y asegurar un premio eterno, somos tan locos como el hombre que teniendo pies, manos y ojos que dar a los cojos, mancos y ciegos, en lugar de obtener una bendición eterna, prefiere enterrar esos miembros."

25.        ¿No será esta otra razón por la que apenas podrán entrar los ricos en el reino de los cielos La gran mayoría de ellos están bajo de la maldición, la maldición especial de Dios, puesto que según el tenor general de sus vidas no sólo están robando a Dios, malgastando y desperdiciando los bie­nes del Señor, y con esos mismos medios corrompiendo sus almas, sino también robando a los pobres, los hambrientos, los desnudos. Haciendo injusticias con las viudas y los huérfa­nos. Haciéndose responsables de todas las necesidades, aflic­ciones y sufrimientos que no remedian porque no quieren. ¿No subirá al cielo pidiendo venganza la sangre de los que perecen por la avaricia de aquellos que entierran el dinero o lo desperdician ¿Qué cuenta darán al que ha de juzgar a los vivos y a los muertos

26.        Podéis aprender, en cuarto lugar, de las palabras de nuestro Señor que son el complemento de las que dijo antes, el mejor modo de emplear el dinero que no habéis me­nester: "Mas haceos tesoros en el cielo, donde ni polilla ni orín corrompe, y donde ladrones no minan, ni hurtan." Em­plead todos vuestros ahorros en algo que preste mayor segu­ridad que este mundo. Poned vuestros tesoros en el banco del cielo, y Dios os los devolverá en el gran día. "A Jehová presta el que da al pobre, y él le dará su paga." "Ponlo a mi cuenta," dice el Apóstol, "yo lo pagaré...por no decirte que aun a ti mismo te me debes demás."

Dad a los pobres con intención pura, con rectitud de co­razón, y escribid: "Dadlo a Dios," porque "en cuanto lo hi­cisteis a uno de estos mis hermanos pequeñitos, a mí lo hicisteis."

Esta es la parte de un "buen siervo y fiel:" no vender su casa, sus terrenos ni su capital comercial a no ser que esté obligado por razones muy poderosas. No desear ni procurar aumentarlos, más que desperdiciarlos en vanidades, sino em­plearlos enteramente con fines sabios y racionales con que Dios los ha puesto en sus manos. El mayordomo prudente, después de haber provisto todo lo necesario para la vida y las rectas costumbres, se hace amigo con lo que queda de las riquezas de maldad, para que cuando falte le reciban en las moradas eternas; para que cuando se disuelva este su ta­bernáculo terreno, los que hayan sido llevados y estén recli­nados en el seno de Abraham, los que hayan comido su pan y vestido con las ropas que él les haya dado, y alabado a Dios con motivo de esas caridades, le den la bienvenida al paraíso y a la casa de Dios, "eterna en los cielos."

27.        A vosotros, pues, "los ricos de este siglo," os man­damos, puesto que tenemos autoridad de nuestro Señor y Maestro, que perseveréis en hacer el bien; que constante­mente hagáis buenas obras. "Misericordiosos, como también Vuestro Padre es misericordioso," quien hace el bien y no se cansa. ¿Hasta dónde debéis ser misericordiosos Hasta donde alcancen vuestras fuerzas-con todo el poder que Dios os haya dado. Sea esta vuestra única norma para hacer el bien y no las vanas máximas y costumbres del mundo. Os mandamos que seáis "ricos en buenas obras." Si tuviereis mucho, dad con abundancia: "de gracia recibisteis, dad de gracia," atesorando sólo en el cielo. Sed prontos para repar­tir, a cada cual según sus necesidades. Distribuid por todas partes, proteged a los pobres, dad pan al hambriento, vestid al desnudo, hospedad al extranjero, llevad o mandad auxilios al que está en la cárcel, curad al enfermo no tratando de ha­cer milagros, sino mediante la bendición de Dios que caerá sobre vuestra oportuna ayuda. Defended al oprimido, abo­gad por la causa de los huérfanos y haced que el corazón de la viuda se alegre.

28.        Os exhortamos en el nombre de nuestro Señor Je­sucristo a que con facilidad comuniquéis; que tengáis el mis­mo espíritu (si bien no la misma condición exterior) de aque­llos creyentes de los tiempos antiguos, quienes perseveraban firmes en esa bendita y santa comunión, en la que "ninguno decía ser suyo nada de lo que poseía, mas todas las cosas les eran comunes." Sed mayordomos buenos y fieles de Dios y de los pobres, diferenciándoos de éstos sólo en que tenéis todas vuestras necesidades satisfechas con la parte que os ha to­cado de los bienes del Señor, y que además tenéis el privi­legio de dar. Atesorad, pues, buen fundamento para lo por venir, echad mano a la vida eterna. A la verdad, el gran fundamento de todas las bendiciones de Dios-bien tempo­rales ya eternas-es el Señor Jesucristo, su justicia, su san­gre, lo que ha hecho y sufrido por nosotros, y "nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto," en este sen­tido, ni un apóstol, ni un ángel del cielo. Pero debido a sus méritos, cualquiera cosa que hagamos en su nombre es un fundamento que merecerá buena recompensa en aquel día en que "cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor." Por consiguiente, "trabajad, no por la comida que perece, mas por la comida que a vida eterna permanece." Por tanto, todo lo que os viniere a la mano por hacer, hacedlo según vuestras fuerzas, perseverando en el bien hacer, buscad "glo­ria, honra e inmortalidad."

"No dejes pasar la oportunidad;

Aprovecha los preciosos instantes,

Y en los años que pasan veloces

Asegura la eternidad."

Haciendo constantemente y con celo toda clase de bue­nas obras, espera esa hora feliz cuando el Rey habrá de de­cirte: "Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui huésped y me recogisteis; desnudo, y me cubristeis enfermo, y me visitasteis; estuve en la cárcel, y vi­nisteis a mí.Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo."

PREGUNTAS SOBRE EL SERMON XXVIII

1. (¶ 1). ¿De los actos religiosos a qué cosa pasa nuestro Se­ñor a discurrir 2. (¶ 2). ¿Qué cosa es la luz del cuerpo ¿Qué se dice de la intención ¿Cuándo se dice que el ojo del alma es sincero 3. (¶ 3). ¿Qué se sigue cuando el ojo es sincero 4. (¶ 4). ¿Cuál es el segundo significado de la primera luz 5. (¶ 5). En tercer lugar, ¿qué cosa significa la luz 6. (¶ 6). ¿Qué se sigue cuando el ojo es malo 7. (¶ 7). ¿Qué se dice del mal en el corazón 8. (¶ 8). ¿Qué se dice de la destrucción e infelicidad 9. (¶ 9). ¿Qué se dice de aquellos que hacen tesoros en la tierra ¿De qué modo se les compara con los paganos 10. (¶ 10). ¿Qué se dice de esta fatuidad espiritual 11. (¶ 11). ¿Cómo se define este pecado 12. (¶ 12). ¿Qué cosa po­demos discernir claramente ahora ¿Qué cosa es el pecado de hacerse tesoros en la tierra 13. (¶ 13). ¿En qué palabras se les habla a estos pecadores 14. (¶ 14). ¿Qué dice nuestro Señor respecto de los ricos 15. (¶ 15). ¿Qué se dice de los que desean hacerse ricos 16. (¶ 16). ¿Quiénes son las personas a propósito para amonestar a estos hombres 17. (¶ 17). ¿Qué se dice de aquellos que pueden despertar y tener conciencia del peligro en que están ¿Les pide Dios que vendan todo lo que tienen ¿Es aplicable el caso del joven rico del Evangelio a todos los hombres de posibles 18. (¶ 18). ¿Qué se dice en este punto res­pecto de confiar en las riquezas 19. (¶ 19). ¿Qué otra gran calami­dad se menciona aquí 20. (¶ 20). ¿Pueden las riquezas proporcionar la felicidad ¿Por qué no 21. (¶ 21). ¿En quién debemos esperar 22. (¶ 22). ¿Cuál es el tercer mandato 23. (¶ 23). ¿Qué pregunta y qué respuesta se unen aquí 24. (¶ 24). ¿De qué clase se dice que no tienen disculpa 25. (¶ 25). ¿Bajo qué maldición especial se dice aquí que están los ricos ¿Qué pregunta se hace 26. (¶ 26). ¿Cuál es el mejor modo de emplear lo que no necesitamos para nosotros mis­mos 27. (¶ 27). ¿Qué amonestación se hace a los ricos 28. (¶ 28). ¿Con qué exhortación concluye el sermón



[1] Como a la vista enferma la pintura,

Como a la gota el ser muy fomentada,

O como al oído la cítara destemplada.

 

[2] El morir es natural, todo lo has de dejar.

Terrenos, mansiones, tu amada esposa.

De todos los árboles que has sabido cultivar,

Solo te ha de esperar el ciprés, junto a la losa.