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Sermón XXIX - Sobre el Sermón de Nuestro Señor en la Montaña (IX)

ANÁLISIS

I.          Culto mezclado de los samaritanos, que temían al Señor y servían a sus dioses. Cargo que puede hacerse en contra de al­gunos cristianos modernos. Ni los paganos de otros tiempos te­mieron verdaderamente al Señor ni los cristianos de nuestra épo­ca le temen, puesto que ni aquéllos ni éstos han guardado sus mandamientos. Ninguno puede servir a dos señores.

II.         Definición del dios de las riquezas. Se explica lo que es servir a Dios y a Mammón. Sólo creyendo en Dios podemos ser­virle. Lo que significa esta fe. El segundo requisito es el amor de Dios. El tercero, asemejarse a El o imitarle. El último es obede­cerle. Estas son las propiedades esenciales en el servicio de Dios.

III.        Se define el servicio de Mammón. Confiar en las rique­zas: esperar encontrar la felicidad en el mundo, lo que hace de éste el fin principal de las acciones y designios. En segundo lugar, el servicio de Mammón incluye el amor del mundo, conformidad con sus costumbres, opiniones y prácticas. Finalmente, es obediencia al mundo y conformidad exterior con todo lo que requiere.

IV.        Los dos cultos no pueden reconciliarse. No puede ren­dirse-en conformidad con la naturaleza del hombre- culto a Dios y a Mammón. No es posible obedecer y servir a los dos a un mis­mo tiempo.

V.         No se prohíbe la providencia ni la economía. El no acon­gojarse por lo que será mañana, no justifica la ociosidad ni la falta de providencia. Se recomienda ser industrioso. Lejos de prohibir, se aconseja el arreglo maduro y ordenado de los negocios. El pen­sar no condena, sino el afligirse. El cuidado lleno de ansiedad y zozobra que acorta la vida y acongoja el ánimo, que nos hace an­ticipar toda la miseria que tememos y nos atormenta de antemano, es el cuidado que se condena. Las necesidades del cuerpo, la co­mida, la bebida y el vestido, serán satisfechos si primero busca­mos el reino de Dios y su justicia. Se explica lo que es la justicia.

VI.        Queda prohibida esa ansiedad respecto del futuro que nos incapacita para el cumplimiento de nuestros deberes. Tanto en las cosas temporales como en las espirituales puede manifes­tarse esta congoja que, en cualquier caso, está en desacuerdo con los deberes y la felicidad de lo presente. Las tentaciones que ven­drán mañana no deben inquietarnos. Cuando venga el día de ma­ñana, bastará al día todo lo bueno y lo malo que consigo traiga. Cada día trae sus aflicciones y su gracia, basta al día su afán.

SERMON XXIX

SOBRE EL SERMON DE NUESTRO SEÑOR EN LA MONTAÑA (IX)

Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o se llegará al uno y menospreciará al otro: no podéis servir a Dios y a Mammón. Por tanto os di­go: No os congojéis por vuestra vida, qué habéis de comer, o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir: ¿no es la vida más que el alimento, y el cuerpo que el vestido Mirad las aves del cielo que no siembran, ni siegan, ni allegan en alfolíes; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros mucho mejores que ellas Mas ¿quién de vosotros podrá congojándose añadir a su estatura un codo Y por el vestido, ¿por qué os congojáis Reparad los lirios del campo, cómo crecen; no trabajan ni hilan; mas os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria fue vestido así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana es echada en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe No os congojéis, pues, di­ciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o con qué nos cubriremos Porque los Gentiles buscan todas estas cosas: que vuestro Padre celestial sabe que de todas estas cosas habéis menester. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os congojéis por el día de mañana; que el día de mañana traerá su fatiga: basta al día su afán (Mateo 6: 24-34).

1.          Escrito está de los pueblos con que el rey de Asiria- después de haber llevado a Israel en cautiverio-colonizó a las ciudades de Samaria, que "temían a Jehová y honraban a sus dioses." Estas naciones, dice el escritor inspirado, "te­mían a Jehová." Le rindieron un culto exterior (prueba cla­ra de que tenían el temor de Dios, si bien no conforme a co­nocimiento), "y sirvieron a sus ídolos: y también sus hijos y sus nietos, según que hicieron sus padres, así hacen hasta hoy" (II Reyes 17:33, 41).

¡Cómo se asemeja la práctica de muchos de los cristia­nos modernos a esta de los antiguos paganos! "Temen a Je­hová"-le rinden un culto exterior y en esto demuestran que tienen algún temor de Dios-pero al mismo tiempo sirven "a sus ídolos." Hay quienes les enseñe, como los que enseñaban a los asirios "la costumbre del Dios del país;" el Dios cuyo nombre el país tiene hasta hoy día y a quien en un tiempo se le rindió un culto santo. Sin embargo, no le sirven a El sólo; no le temen lo suficiente para esto, mas cada nación se hace sus dioses: cada nación en su ciudad donde habita. Es­tas naciones temen a Jehová; no han omitido la forma exte­rior del culto que le rinden, pero honran también a sus ído­los: plata y oro, la obra de las manos de los hombres; el di­nero, los placeres, las alabanzas, los ídolos de este mundo re­ciben más de la mitad del culto que sólo a Dios se debe. "Y también sus hijos y nietos según que hicieron sus padres, así hacen hasta hoy."

2.          Pero si bien se puede decir, hablando sin precisión y según la costumbre de los hombres, que esos pobres paga­nos temen a Jehová, sin embargo, haremos observar que el Espíritu Santo, hablando de toda conformidad con la verdad y naturaleza real de las cosas, inmediatamente añade: "Ni temen a Jehová...ni hacen según la ley y los mandamien­tos que prescribió Jehová a los hijos de Jacob, con los cuales había Jehová hecho pacto, y les mandó diciendo: No temeréis a otros dioses, ni les serviréis...Mas temed a Jehová vuestro Dios y él os libertará de mano de todos vuestros enemigos."

El mismo Espíritu infalible de Dios, y a la verdad, todos aquellos a quienes ha abierto los ojos del entendimiento para poder discernir las cosas de Dios, pasan idéntico juicio res­pecto de esos pobres cristianos, así llamados. Hablando en conformidad con la verdad y la naturaleza real de los he­chos, podemos decir que "ni temen a Jehová, ni le sirven," puesto que no hacen según el pacto que Jehová había hecho con ellos, ni según la ley y los mandamientos que les pres­cribió, diciendo: "Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás." Hasta el día de hoy sirven a otros dioses, pero "ninguno puede servir a dos señores."

3.          ¡Qué cosa tan torpe es en cualquier hombre el tra­tar de servir a dos señores! porque muy fácil es prever la consecuencia inevitable de semejante propósito. "O aborre­cerá al uno y amará al otro; o se llegará al uno, y menos­preciará al otro." Si bien se proponen por separado las dos cláusulas de esta sentencia, deben entenderse la una en re­lación con la otra porque la segunda es consecuencia de la primera. Naturalmente se allegará al que ama. Se allegará a El de tal manera que de toda voluntad, fe y diligencia le rendirá cualquier servicio y al mismo tiempo despreciará al Señor que aborrece, cuando menos al grado de no obedecer sus mandatos o de cumplir con ellos de una manera indife­rente y con poco interés. Por consiguiente, cualquiera que sea la opinión de los hombres sabios del mundo, "no podéis servir a Dios y a Mammón."

4.          Mammón es el nombre de un dios pagano que se su­pone presidía sobre las riquezas. Se entiende aquí de las ri­quezas mismas, plata u oro, dinero en general, y en sentido figurado, todo lo que se puede obtener con el dinero como una vida fácil, honra y los placeres de los sentidos. Empero, ¿qué debemos entender con estas palabras servir a Dios, y servir a Mammón

A no ser que creamos en Dios, no podremos servirle. Este es el único fundamento verdadero para servirle. Por consiguiente, creer en Dios, como "el cual nos reconcilió a sí por Cristo;" creer en El como en un Dios amante y que perdona, es la primera gran parte de su culto. Así es que creer en Dios significa confiar en El como nuestra ayuda, sin la cual nada podemos hacer; como Aquel que a cada mo­mento nos infunde poder de lo alto sin el cual no es posible agradarle; como nuestro socorro y único amparo en tiempo de trabajos, quien nos hace escuchar a nuestro derredor cantos de liberación; como nuestro escudo y defensa, y Aquel que nos ayuda a levantar nuestra cabeza sobre los enemigos que nos circundan.

Significa confiar en Dios como nuestra felicidad; como el centro de nuestros espíritus; el único descanso de nues­tras almas; el único bien adecuado a todas nuestras faculta­des y capaz de satisfacer todos los deseos que nos ha dado. Significa (lo que se relaciona muy de cerca con lo anterior) confiar en Dios como nuestro fin. Tener la vista fija en El en todas las cosas. Usar de todo como medios de gozarle. Ver, dondequiera que nos encontremos y en cualquier ocupación, al Invisible; ver que nos mira complaciente y dejar que El decida todas las cosas por medio de Jesucristo.

5.          Así que servir a Dios significa, en primer lugar, creer en El. En segundo, amarle. Ahora bien, amar a Dios según enseña la Sagrada Escritura, conforme al modo que Dios mis­mo manda y que al mandar promete obrar en nosotros, es amarle como al Dios único, es decir: de todo nuestro cora­zón, y de toda nuestra alma, y de toda nuestra mente, y de todas nuestras fuerzas. Es desear a Dios por Dios mismo, y nada más que no se refiera a El; regocijarse en Dios, delei­tarse en El. No sólo buscar la felicidad en El, sino encon­trarla. Gozar a Dios como el mejor entre miles; descansar en El como nuestro Dios y nuestro todo. En una palabra, poseer a Dios de tal manera que nos sintamos siempre felices.

6.          Servir a Dios consiste, en tercer lugar, en asemejarnos a El o imitarle. Así dice uno de los padres antiguos: Optimus Dei cultus, imitari quem colis: "El mejor culto que se le puede rendir a Dios es imitarle."

Hablamos aquí de imitar a Dios o de asemejamos a El en el espíritu de nuestras mentes-porque la verdadera imi­tación de Dios empieza por esto. "Dios es Espíritu," y los que quieran imitarle o asemejarse a El, deben hacerlo "en espíritu y en verdad."

Ahora bien, Dios es amor. Por consiguiente, los que se asemejan a El en el espíritu de sus mentes se transforman en la misma imagen: son misericordiosos como El es misericor­dioso. Su alma es todo amor. Son afables, benevolentes, com­pasivos, de corazón tierno, y eso no sólo para con los buenos y amables, sino también para con los díscolos. Más aún, son, como El, amantes de todos los hombres y su misericordia se extiende sobre todas sus obras.

7.          Servir a Dios significa otra cosa más: obedecerle, glo­rificarle en nuestros cuerpos lo mismo que en nuestros es­píritus; guardar sus mandamientos exteriores; hacer fielmen­te todo lo que ha ordenado; evitar cuidadosamente hacer lo que ha prohibido; poner por obra todos los actos ordinarios de la vida con un ojo sincero y un corazón puro, ofreciéndo­los todos en amor santo y ferviente como sacrificios a Dios por medio de Jesucristo.

8.          Pasemos ahora a considerar lo que por otra parte, significa servir a Mammón. En primer lugar, significa confiar en las riquezas, en el dinero o las cosas que se pueden com­prar, como nuestra ayuda, como los medios de llevar a cabo cualquier obra que hayamos emprendido. Confiar en ellas como nuestro amparo, en el que esperamos hallar consuelo o protección en tiempo de aflicción.

Significa buscar en el mundo la felicidad, suponer que la vida del hombre, el consuelo de su vida, "consiste en la abundancia de las cosas que posee." En tratar de encontrar des­canso en las cosas que se ven; el contentamiento en la abun­dancia; esperar esa satisfacción de las cosas del mundo que sólo puede encontrarse en Dios. Si de esta manera estamos obrando, no podemos menos que hacer del mundo el objeto de nuestra existencia, el último fin, si no de todas, al menos de muchas de nuestras empresas, de muchas de nuestras accio­nes y designios en los que sólo procuramos el aumento de nuestra riqueza, recibir alabanzas o gozar de los placeres, ganar una porción mayor de las cosas de este mundo sin ocu­parnos de las cosas eternas.

9.          Servir a Mammón significa, en segundo lugar, amar al mundo-desearlo por lo que es; derivar nuestros goces de sus cosas y fijar en ellas nuestros corazones; buscar (lo que a la verdad es imposible encontrar) nuestra felicidad en ese mundo; apoyarnos con todo el peso que agobia nuestras al­mas, en ese bordón de caña frágil a pesar de que según nues­tra experiencia diaria, no puede sostenernos, sino que al con­trario, entrarásenos por la mano y nos la atravesará.

10.        El tercer significado de servir a Mammón es aseme­jarse al mundo y conformarse con él-tener no sólo designios, sino deseos, genios, afectos adecuados al mundo. Tener una mente terrena, sensual, encadenada con las cosas de la tierra. Ser voluntariosos, amantes de nosotros mismos en extremo; pensar muy alto de nuestras habilidades; desear las alaban­zas de los hombres y deleitarse con ellas; temer, evitar y abo­rrecer el reproche; ser impacientes bajo la reprensión, eno­jarnos fácilmente y estar prestos a devolver mal por mal.

11.        Finalmente, servir al dios de las riquezas es rendir obediencia al mundo, estando exteriormente de conformidad con sus máximas y costumbres; caminando como los demás hombres en la vía común, ancha, pareja y conocida; estar de moda; seguir a la multitud; hacer lo mismo que nuestros pró­jimos, es decir, seguir la voluntad de la carne y de la mente, satisfacer nuestros apetitos e inclinaciones; sacrificar todo en todo el curso tanto de nuestras palabras como de nuestras acciones. Ahora bien, ¿qué cosa puede haber más clara que la imposibilidad de servir a Dios y a Mammón

12.        Todo individuo debe comprender que no puede ser­vir a ambos sin incomodarse. Que titubear entre Dios y el mundo es el modo más seguro de quedar mal con los dos y no encontrar descanso en el uno ni en el otro. ¡Qué triste de­be ser la condición de aquel que, teniendo el temor mas no el amor de Dios, quien, sirviéndole, mas no con todo su co­razón, sólo tiene los trabajos de la religión y no goza de sus placeres! La religión que posee le basta para hacerlo mise­rable, y no le da felicidad. No le permite gozar del mundo, ni el mundo le deja gozar a Dios. De manera que, al vacilar entre ambos pierde a los dos y no tiene paz con Dios ni con el mundo.

13.        Todo individuo debe comprender que su naturaleza misma evita que él pueda servir a ambos. ¿Qué inconsecuen­cia mayor puede darse, que la que aparece constantemente en la conducta del que trata de obedecer a dos señores, a Dios y a Mammón En verdad que es un pecador que camina en dos vías, dando un paso hacia adelante y otro hacia atrás. Está continuamente edificando con una mano y destruyendo con la otra; ama el pecado y lo aborrece; siempre está buscando a Dios y huyendo de El al mismo tiempo; quiere decidirse y no quiere resolverse. No es el mismo hombre durante todo un día, ni siquiera por una hora entera. Es una mezcla extra­ña de toda clase de contrariedades; un grupo de contradiccio­nes confusamente revueltas. ¡Ah, obrad de acuerdo con vues­tra propia naturaleza de un modo o de otro! ¡Torced a la ma­no derecha o a la izquierda! Si el dios de las riquezas es Dios, servidle, pero si lo es el Señor, entonces servid a Este. No queráis servir a cualquiera de los dos si no lo hacéis de todo corazón.

14.        Toda persona racional, todo hombre que piensa, de­be ver que no es posible servir a Dios y a Mammón, puesto que entre los dos existe la oposición más absoluta, la enemis­tad más irreconciliable-oposición en comparación de la cual no es nada la que existe en las cosas más opuestas de la tierra, entre el fuego y el agua, la luz y las tinieblas, de manera que al servir de cualquier manera al uno, es inevitable renun­ciar al otro.

¿Creéis en Dios por medio de Cristo ¿Confiáis en El como vuestra fortaleza, vuestra ayuda, vuestro escudo, vues­tra gran recompensa, vuestra felicidad, vuestro fin en todas y sobre todas las cosas Entonces no podéis confiar en las ri­quezas. Os es absolutamente imposible hacerlo mientras ten­gáis esta fe en Dios. ¿Ponéis vuestra confianza en las rique­zas Entonces habéis negado la fe, no esperáis en el Dios vi­viente. ¿Amáis a Dios y buscáis en El vuestra felicidad En­tonces no podéis amar al mundo, ni las cosas del mundo; es­táis crucificados al mundo y el mundo os ha sido crucificado. ¿Amáis al mundo ¿Habéis puesto vuestros afectos en las cosas de abajo ¿Buscáis vuestra felicidad en las cosas de la tierra Entonces es imposible que améis a Dios, el amor del Padre no está en vosotros. ¿Os asemejáis a Dios ¿Sois mi­sericordiosos como vuestro Padre también es misericordioso ¿Habéis sido transformados por la renovación de vuestra men­te a la imagen de Aquel que os creó Entonces no podéis es­tar de conformidad con el mundo; habéis renunciado a todos sus afectos y concupiscencias. ¿Estáis de conformidad con el mundo ¿Aún lleva vuestra alma la imagen de lo terreno Entonces no estáis renovados en el espíritu de vuestra mente; no lleváis la imagen de lo celestial. ¿Obedecéis a Dios ¿Te­néis celo en hacer su voluntad en la tierra, como los ángeles la hacen en el cielo Entonces es imposible que obedezcáis al dios de las riquezas pues desafiáis al mundo abiertamente; holláis sus máximas y costumbres bajo vuestras plantas, y no las seguís ni os dejáis guiar por ellas. ¿Seguís al mundo ¿Vivís como viven los demás hombres ¿Tratáis de estar bien con los demás ¿Procuráis agradaros a vosotros mismos Entonces no podéis ser siervos de Dios; sois hijos de vues­tro padre y maestro, el diablo.

15.        Por consiguiente, al Señor tu Dios adorarás, y a El sólo servirás. Haced a un lado toda idea de obedecer a dos señores, de servir a Dios y a Mammón. No os propongáis nin­gún fin, ayuda ni felicidad, sino a Dios. Nada busquéis en el cielo o en la tierra fuera de El. Nada procuréis, sino conocerle, amarle y gozarle. Y puesto que a esto se reduce el gran ne­gocio de vuestra existencia en la tierra, el único propósito justo que podáis tener, el único fin que en todas las cosas de­béis seguir, os digo, como nuestro Señor dijo al continuar su discurso: "No os congojéis por vuestra vida, qué habéis de comer, o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, que ha­béis de vestir." Esta es una seria y profunda afirmación que merece considerarse y entenderse plenamente.

16.        Nuestro Señor no nos pide en este punto que deje­mos de pensar completamente respecto de las cosas necesa­rias para la vida. Un carácter voluble y descuidado es entera­mente contrario a la religión de Jesucristo. No nos pide tam­poco que seamos perezosos en los negocios, descuidados o tardíos, lo que se opone igualmente al espíritu y genio de su religión. Los cristianos aborrecen la pereza tanto como la embriaguez, y huyen de la ociosidad tanto como del adul­terio. Saben perfectamente que ciertos pensamientos y cuida­dos que son absolutamente necesarios en el desempeño del trabajo que la Providencia divina les ha señalado, agradan a Dios.

La voluntad de Dios es que todo hombre trabaje para ganar el pan y proveer para los suyos, aquellos que de él de­penden. Igualmente desea que no debamos a nadie nada, si­no que procuremos lo bueno delante de los hombres. Esto, sin embargo, no puede llevarse a cabo sin pensar antes, sin tener algún cuidado en nuestras mentes, y muchas veces sin largas y maduras meditaciones y profundos cuidados. Por consiguiente, nuestro bendito Señor no condena estos esfuer­zos por obtener todo lo necesario para nosotros y nuestras familias. Más aún, esos esfuerzos son buenos y agradables en la presencia de Dios nuestro Salvador.

Es una cosa buena y agradable en la presencia de Dios que pensemos respecto de lo que tenemos entre manos, a fin de tener una idea clara de lo que vamos a hacer y hagamos planes relativos a nuestros negocios antes de emprenderlos. Es muy justo que de tiempo en tiempo consideremos con todo detenimiento los pasos que hemos de dar en nuestros nego­cios, que preparemos todas las cosas de antemano a fin de conducirlos de la manera más efectiva. De ninguna manera intentó nuestro Señor condenar esta clase de cuidado.

17.        Lo que condena en este lugar es el cuidado del co­razón, ese cuidado lleno de inquietud y ansiedad que ator­menta. La ansiedad hace mal al alma o al cuerpo. Lo que prohíbe es ese cuidado que, según lo demuestra la triste ex­periencia, debilita la sangre y aniquila el ánimo; anticipa to­da la miseria que teme, y viene a atormentarnos antes de tiempo. El prohíbe sólo ese cuidado que envenena las bendi­ciones de hoy día, sugiriendo temores respecto de lo que se­rá mañana; que no deja gozar tranquilamente de lo presen­te, por miedo a las necesidades que afligirán en lo futuro.

Este cuidado no sólo es una enfermedad aguda, una epi­demia peligrosa del alma, sino una grave ofensa a Dios; un pecado muy negro; un gran insulto al misericordioso y sabio Gobernador de todas las cosas, ya que sugiere que el gran Juez no hace lo bueno; que no ordena bien todo. Quiere de­cir que le falta sabiduría; que no sabe de qué cosas tenemos necesidad; que no es suficientemente bueno para proveer to­das las cosas para aquellos que han puesto en El su esperanza.

Cuidad, por lo tanto, de no congojaros en este sentido. No tengáis ansiedad respecto de nada, ni pensamientos llenos de aflicción. Esta es una regla clara y segura. El cuidado lleno de ansiedad es lícito. Mirando con sinceridad a Dios, haced cuanto esté a vuestro alcance por obtener todo lo necesario de una manera honrada en presencia de los hombres, y des­pués entregad todo en mejores manos: dejadlo a Dios.

18.        "No os congojéis" de esta manera, ni aun "por vues­tra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir." Si Dios os ha dado la vida, el mayor don, ¿no os dará alimentos con qué sostenerla Si os ha dado el cuerpo, ¿cómo podéis dudar de que os dará vestido para cubrirlo, máxime si os entregáis a El y le servís de todo corazón "Mirad las aves del cielo que no siembran, ni siegan, ni allegan en alfolíes"-y sin embargo, no les falta nada-"vuestro Padre celestial las alimenta: ¿no sois vos­otros mucho mejores que ellas" Vosotros que sois criaturas capaces de obedecer a Dios, ¿no sois de mayor importancia en los ojos de Dios, dignos de ocupar un lugar más importante entre los seres vivientes "Mas, ¿quién de vosotros podrá congojándose añadir a su estatura un codo" ¿De qué os aprovecha el tener estos pensamientos llenos de ansiedad Es absolutamente estéril e inútil.

"Y por el vestido, ¿por qué os congojáis" ¿No os re­prueban todas las cosas que encontráis por dondequiera que volvéis la vista "Reparad los lirios del campo, cómo crecen; no trabajan, ni hilan; mas os digo que ni aun Salomón con toda su gloria fue vestido así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana es echada en el horno" (cortada, quemada, y que desaparece) "Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe" Vosotros, a quienes creó para vivir por siempre jamás, para ser los re­flejos de su eternidad. En verdad que somos hombres de poca fe, de otra manera no dudaríamos por un solo momento de su amor y cuidado.

19.        "No os congojéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos" si no nos hacemos tesoros en la tierra; "¿qué beberemos" si servimos a Dios con todas nuestras fuerzas, si fijamos sin­ceramente nuestra mirada en El; "o ¿con qué nos cubrire­mos" si no estamos en conformidad con el mundo, si no te­nemos contentos a los que pueden sernos útiles. "Porque los Gentiles buscan todas estas cosas"-los paganos que no co­nocen a Dios. Pero vosotros sois sensatos y "vuestro Padre celestial sabe que de todas estas cosas habéis menester." El nos ha enseñado el modo infalible de proveemos constante­mente de esas cosas: "Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia; y todas estas cosas os serán añadidas."

20.        "Buscad primeramente el reino de Dios," antes de tener cualquier otro deseo o cuidado. Procurad que Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que dio a su Hijo unigé­nito para que todo aquel que en El crea no se pierda, mas tenga vida eterna, reine en vuestro corazón, se manifieste en vuestra alma, more y gobierne en ella, para que destruya consejos y toda altura que se levanta contra la ciencia de Dios, y "cautive todo intento a la obediencia de Cristo." Que sólo Dios domine en vosotros; que El solo reine sin rival al­guno. Dejad que se posesione de vuestro corazón y le gobier­ne solo. Sea El vuestro único deseo, vuestro gozo, vuestro amor, para que todo vuestro ser exclame constantemente: El Señor Dios Todopoderoso reine.

"Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia," la justicia que es el fruto del reino de Dios en el corazón. ¿Y qué cosa es justicia sino amor, el amor a Dios y a todo el género humano Esa justicia que emana de la fe en el Se­ñor Jesucristo, y produce la humildad de la mente, mansedum­bre, afabilidad, paciencia, indiferencia como si estuviésemos muertos para el mundo. Todas las disposiciones rectas del co­razón, respecto de Dios y de los hombres, por medio de las cuales se producen todas las acciones santas, todo lo que ins­pira amor y es bueno, todas las obras de fe y amor que son aceptables a Dios y provechosas a los hombres.

"Su justicia." Esta es toda su justicia; es su don libre que por medio de Jesucristo el Justo nos concede, por quien fue asegurado para nosotros. Es su obra; El es quien obra en nosotros por la inspiración del Espíritu Santo.

21.        Tal vez la madura consideración de esto aclare el sentido de otros pasajes de la Sagrada Escritura, que no siempre hemos entendido fácilmente. Hablando el apóstol Pablo, en su epístola a los Romanos, de los judíos incrédulos, dice: "Ignorando la justicia de Dios, y procurando estable­cer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios."

Creo que uno de los significados de esas palabras es este: "Ignoraban la justicia de Dios." No sólo la justicia de Cristo que se atribuye a todo aquel que cree y en virtud de la cual todos sus pecados son borrados, y se reconcilia otra vez con Dios, sino (lo que aquí parece entenderse más directamente) que ignoraban esa justicia interior, esa santidad del corazón que con la mayor propiedad se llama "la justicia de Dios." Esta es su don gratuito por medio de Cristo, y, a la vez, la obra de su Espíritu omnipotente.

Como quiera que ignoraban esta justicia, procuraban es­tablecer la suya propia. Se esforzaban por establecer esa jus­ticia exterior que con razón pudiera decirse que era la suya propia, puesto que no era la obra del Espíritu de Dios, ni fue reconocida o aceptada por El. Muy bien podían con sus pro­pias fuerzas obrar esta justicia que venía a ser como hedor que ofendía. Y sin embargo, confiando en tal justicia, no se sujetaron a la justicia de Dios, sino que se endurecieron más en contra de la fe, que es el único medio de obtenerla. "Por­que el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree." Al decir Cristo: "Consumado es," canceló la ley-la ley exterior de ritos y ceremonias-a fin de proporcionar una justicia mejor por medio de su sangre, por esa oblación su­ya una vez ofrecida, aun la imagen de Dios, a lo más ínti­mo del alma del creyente.

22.        Muy semejantes a estas son las palabras que dirige a los filipenses: "Téngolo todo por estiércol para ganar a Cristo;" la entrada en su reino eterno, "y ser hallado en él," creyendo en El, "no teniendo mi justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe."-"No teniendo mi justicia, que es por la ley." Una justicia puramente exterior, la religión externa que yo tenía antes cuando esperaba ser aceptado por Dios porque era "cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible"-"sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe," esa santidad de corazón, esa renovación del alma en todos sus deseos, disposiciones y afectos que son de Dios, la obra de Dios y no del hombre. "Por la fe," la fe en Cristo, por medio de la revelación de Jesucristo en nosotros y por fe en su sangre. La única manera por la que obtenemos remi­sión de nuestros pecados y herencia entre los santificados.

23.        "Buscad primeramente" este "reino de Dios" en vuestros corazones-esta justicia que es el don de Dios, la imagen de Dios renovada en vuestras almas-"y todas estas cosas os serán añadidas." Todas las cosas necesarias para el cuerpo; todo lo que Dios sabe es en adelanto de su reino. Serán como ganancias y aún más. Al buscar la paz y el amor de Dios encontraréis no sólo aquello que con más precisión habéis menester, el reino que no puede mudarse, sino tam­bién lo que no buscáis, y esto no por su valor intrínseco, sino con referencia a lo anterior. En el camino del reino encon­traréis todas las cosas que os convenga poseer. Dios tendrá cuidado de esto. El sabe de qué cosas tenéis necesidad y no dejará de procurar todo lo que os haga falta.

24.        "Así que, no os congojéis por el día de mañana." No os apuréis por hacer tesoros en la tierra, por haceros más ricos; por obtener más alimentos de los que podéis comer, más vestidos de los que podéis usar o más dinero del que de día en día se necesita para los objetos racionales y sen­cillos de la vida. No os apuréis ni siquiera respecto de aquello que es absolutamente necesario para el cuerpo. No os congojéis pensando qué haréis cuando llegue cierto mo­mento aún lejano. Tal vez ese momento no llegue nunca, o si llega en nada os afecte, mas os encuentre en la eternidad. La visión de lo futuro no os pertenece, puesto que no sois sino criaturas de un día. Y a la verdad, hablando estrictamente, ¿qué tenéis que ver con el día de mañana ¿Por qué estáis perplejos sin necesidad Dios provee hoy día lo necesario para sustentar la vida que os ha dado. Eso basta, poneos en sus manos-si vivís otro día más, El proveerá.

25.        Sobre todo, no dejéis de cumplir con vuestros debe­res en lo presente, con el pretexto de que os congojáis res­pecto de lo futuro. Este es peor medio de "congojarse por el día de mañana." ¡Y qué cosa tan común entre los hombres es ésta! Si los exhortamos a que tengan una conciencia lim­pia de toda ofensa, a que se abstengan de todo aquello que están convencidos es malo, no vacilan en contestar: "¿Cómo debemos vivir entonces ¿No debemos cuidar de nuestras fa­milias y de nosotros mismos" Se figuran que esta es una razón suficiente para continuar en pecado voluntariamente y a sabiendas. Dicen, y tal vez lo crean, que desean servir a Dios, pero que temen perder su pan antes de mucho. Quieren pre­pararse para la eternidad, pero temen carecer de las cosas necesarias para la vida de manera que por un pedazo de pan sirven al diablo. Corren hacia el infierno por miedo a la ne­cesidad. Tiran sus pobres almas por temor a que tarde o temprano les falte lo necesario para el cuerpo.

Nada extraño es que los que de tal manera desconfían de Dios, no consigan las cosas que tanto desean; que al des­preciar el cielo por obtener las cosas terrenales, pierdan el primero sin obtener las segundas. Dios sufre esto frecuente­mente en el curso sabio de su providencia, de modo que aquellos que no ponen su confianza en Dios, quienes congo­jándose por las cosas temporales se cuidan poco de las eter­nas, pierden aquello mismo que habían escogido. Todo lo que se proponen hacer se arruina. Nada de lo que tienen entre manos prospera. Por tanto, después de abandonar a Dios por amor del mundo, pierden lo que buscaron lo mismo que lo que no buscaron. No consiguen el reino de Dios y su justicia, ni les son añadidas las demás cosas.

26.        Hay otro modo de "congojarse por el día de maña­na," que se prohíbe igualmente en estas palabras. Se puede uno preocupar aun respecto de las cosas espirituales; tener tanto cuidado de lo que habrá de acontecer en lo futuro que se llegue a olvidar lo presente. ¡Y cuán insensiblemente caemos en esto cuando dejamos de velar y orar! ¡Con cuánta facili­dad nos dejamos deslizar en una especie de sueño despierto, haciendo castillos en el aire y dibujando magníficos paisajes en nuestra imaginación! Pensemos en el bien que haremos cuando estemos en tal lugar, o cuando llegue cierto tiempo; lo útiles que seremos, ricos en buenas obras cuando lleguemos a estar en mejores circunstancias; con qué sinceridad servi­remos a Dios cuando ya no existan los impedimentos que te­nemos en nuestro camino.

O tal vez vuestra alma se encuentre angustiada. Dios parece haber escondido su rostro de entre vosotros-veis ape­nas la luz de su faz; no podéis probar su amor que redime- y en tal estado de la mente, cuán natural es exclamar: "¡Cómo alabaré al Señor, cuando la luz de su rostro ilumine otra vez mi alma! ¡Cómo exhortaré a otros a que le alaben cuando se derrame otra vez su amor en mi corazón! Entonces haré esto y lo de más allá. Hablaré de Dios en todos los lugares. No me avergonzaré del Evangelio de Cristo. Entonces redimiré el tiempo; usaré hasta donde mejor pueda de todo el talento que Dios me ha dado." No os engañéis: no haréis eso que decís, a no ser que ahora mismo lo hagáis. "El que es fiel en lo muy poco"- en cualquier cosa que fuere, ya sea en las cosas materiales, o bien en el temor y amor de Dios-"también en lo más es fiel." Mas si ahora escondéis un talento en la tierra, entonces esconderéis cinco-esto es, si es que alguna vez lo recibís. Pero hay pocos motivos para esperar que los recibáis jamás, a la verdad, "a cualquiera que tiene"-es decir, al que usa lo que tiene-"se le dará y tendrá más; pero al que no tiene"-es decir, al que no hace uso de la gracia que ha re­cibido, bien en mayor o menor grado-"aun lo que tiene le será quitado."

27.        No os congojéis por las tentaciones que vendrán mañana. Este es también un engaño peligroso. No penséis ni digáis, "Cuando me venga la tentación, ¿qué haré ¿cómo resistiré Siento que no tengo fuerzas para resistir, no pue­do vencer a ese enemigo." Es cierto: no tenéis las fuerzas que no necesitáis ahora; al presente no podéis vencer a ese ene­migo, pero por ahora no os ataca. Con la gracia que ahora te­néis no podríais resistir las tentaciones que aún no os vie­nen, pero cuando la hora llegue, vendrá la gracia. En pruebas más grandes tendréis mayores fuerzas. Cuando abunden los sufrimientos, las consolaciones de Dios abundarán también en la misma proporción, de manera que en todo caso, la gra­cia de Dios os bastará. "No os dejará ser tentados"-hoy día-"más de lo que podéis llevar;" y "juntamente con la ten­tación dará también la salida." "Como tus días, así también será tu fortaleza."

28.        Dejad, pues, que el día de mañana traiga su fatiga. Es decir, cuando llegue el día de mañana, entonces pensad en él. Vivid en el día de hoy. Procurad con toda sinceridad aprovechar lo presente que es vuestro y todo lo que del tiempo poseéis. El pasado es nada, como si nunca hubiera sido. El futuro no es nada para vosotros; no es vuestro, tal vez nunca lo será. No hay que depender de lo que aún no ha venido, puesto que no sabéis lo que traerá el día de mañana. Por consiguiente, vivid en el día de hoy. No perdáis una sola hora, usad todos los instantes, porque eso es todo lo que po­seéis. ¿Quién sabe las cosas que han existido antes de él o que existirán después de él, debajo del sol ¿Dónde están aho­ra las primeras generaciones del género humano Pasaron, están olvidadas; existieron, vivieron en sus días; desapare­cieron de sobre la faz de la tierra como caen las hojas secas de los árboles; se desvanecieron en el polvo común. Una raza sucede a otra raza, y después seguirán las generaciones de sus padres y no volverán a ver la luz. Ahora te toca estar en la tierra. "Alégrate, mancebo, en tu mocedad y tome placer tu corazón en los días de tu juventud." Goza de lo presente, dis­fruta de Aquel cuyos años no acabarán. Fija tu mirada con toda sinceridad en Aquel "en el cual no hay mudanza ni som­bra de variación." Ahora mismo dale tu corazón; repósate en El; sé santo como El también es santo. Aprovecha la opor­tunidad bendita de hacer su voluntad santa y aceptable. Re­gocíjate en reputar "todas las cosas pérdida," para que pue­das ganar a Cristo.

29.        Sufre con gusto y por amor suyo, cualquiera aflic­ción que te mande hoy día, pero no te congojes por las aflic­ciones de mañana. "Basta al día su afán." Afán, hablando en el lenguaje de los hombres, es reproche o necesidad, dolor o enfermedad, pero en el lenguaje de Dios, es bendición. Es un bálsamo precioso, preparado por la sabiduría de Dios y distribuido entre sus hijos, según las diferentes enfermedades de sus almas. En un día da lo suficiente para ese día, en pro­porción a la necesidad y las fuerzas del paciente. Por lo tan­to, si arrebatas hoy día lo que pertenece al de mañana, si añades esto a lo que ya se te ha dado, será más de lo que puedas aguantar. Esto no es curar, sino destruir tu alma. Toma pues lo que te da hoy día. Haz hoy su voluntad some­tiéndote a ella. Ahora mismo entrégate en cuerpo, alma y es­píritu a Dios por medio de Jesucristo, no deseando sino glo­rificar a Dios en cuanto eres, haces y sufres, sin procurar otra cosa, sino conocer a Dios y a su Hijo Jesucristo por me­dio del Espíritu eterno, no procurando sino amarle, servirle y gozarle en esta hora y en la eternidad.

Y ahora, a Dios el Padre, que me hizo a mí y a todo el mundo; al Hijo de Dios, que me redimió a mí y a todo el mun­dos; a Dios el Espíritu Santo que me santifica a mí y al pue­blo escogido de Dios, sean dadas toda honra, y alabanza, majestad y dominio, por los siglos de los siglos. Amén.

PREGUNTAS SOBRE EL SERMON XXIX

1. (¶ 1). ¿Qué se dice de los samaritanos en este párrafo 2. (¶ 2). ¿Temían a Dios en realidad de verdad ¿Qué se dice de muchos cristia­nos de nuestros días 3. (¶ 3). ¿Qué se dice de tratar de servir a dos Señores 4. (¶ 4) ¿Qué significa el nombre de Mammón 5. (¶ 5). ¿Qué es lo primero que debe entenderse como el significado de la frase, servir a Dios" ¿Cuál es el segundo significado 6. (¶ 6). ¿El ter­cero ¿Cómo podemos asemejamos a Dios o imitarle 7. (¶ 7). ¿Qué otra cosa significa servir a Dios 8. (¶ 8). ¿Qué cosa es servir a Mammón 9. (¶ 9). ¿Qué cosa se infiere en segundo lugar 10. (¶ 10). ¿Qué significa la conformidad con el mundo 11. (¶ 11). ¿Qué cosa se incluye en el servicio de Mammón 12. (¶ 12). ¿Qué cosa se dice de vacilar entre los dos 13. (¶ 13). ¿Qué inconsecuencia tan palpable se menciona en este párrafo 14. (¶ 14). ¿Será posible ser­vir a Dios y a Mammón 15. (¶ 15). ¿Qué conclusión se menciona en este párrafo 16. (¶ 16). ¿Nos pide el Señor que dejemos de pen­sar en el día de mañana ¿Son lícitas la industria y la providencia en las cosas materiales 17. (¶ 17). ¿Qué cosa, pues, se condena aquí 18. (¶ 18). ¿Qué clase de congojas se prohíben 19. (¶ 19). ¿Qué aplicación se hace de las palabras de nuestro Señor 20. (¶ 20). ¿Qué cosa es la primera que se debe buscar ¿Qué significa la expresión "su justicia" 21. (¶ 21). ¿De qué manera da luz esta interpretación en el estudio de otros pasajes de la Sagrada Escritura 22. (¶ 22). ¿Qué palabras se relacionan con esto muy de cerca 23. (¶ 23). ¿Por qué debemos buscar primeramente el reino de Dios 24. (¶ 24). ¿Qué significan las palabras, "no os congojéis por el día de mañana" 25 (¶ 25). ¿Qué se dice ser lo más importante sobre todas las cosas 26. (¶ 26). ¿Qué otra cosa se prohíbe 27. (¶ 27). ¿Qué se dice respecto de las tentaciones del día de mañana 28. (¶ 28). ¿Qué significa de­jar que el día de mañana cuide de su propio afán 29. (¶ 29). ¿Cuál es el deber del día presente 30. ¿Cómo concluye el sermón