Wesley Center Online

Sermón XLVI - El Estado de Incertidumbre

NOTAS INTRODUCTORIAS

La doctrina de la vida interior aceptada por el señor Wesley completa este sermón y el siguiente. Las enseñanzas especiales de la confianza, de la santidad interior y del amor perfecto, hicieron que sus oyentes volviesen sus miradas a su interior, dirigiéndo­las hacia el misticismo. A la par que había verdades importantes que aprender de esta manera, había también serios errores que evitar. Muy poco antes de la publicación de este sermón, un mís­tico inglés, el señor Law, había hecho imprimir un tratado en el que se hacían muy vagos los fines prácticos del cristianismo, si no es que quedaban substituidos por estados subjetivos de la mente. Una de estas doctrinas enseñaba que es mejor y más provechoso para el alma perder la conciencia del amor de Dios que tenerla. El señor Wesley se opone extensamente a esta doc­trina en una carta abierta que dirigió al autor, y sus cartas par­ticulares manifiestan lo muy diseminadas que estaban esas opi­niones, y los muchos esfuerzos que hizo por proteger a su séquito en contra de tales doctrinas.

Lo que el señor Wesley temía especialmente era la tendencia antinomiana de esas enseñanzas. En su réplica el señor Law, dice: "Tiende a la indiferencia en los creyentes mientras que retroce­den hacia la incredulidad...a estorbar, si no es que a destruir, la obra de Dios en el corazón, haciendo que los hombres se figu­ren que han adelantado mucho en la gracia, cuando en realidad han contristado y apagado el Espíritu." A uno de sus amigos le escribe: "Usted ve demasiado hacia su interior, y muy poco ha­cia arriba." "Fidelidad a la ley significa, según la mayoría de las personas que usan ese término, escrupulosidad de conciencia." "Creo que a los metodistas les conviene mucho hacerla a un lado." Este sermón tiene por objeto ayudar a los que estén en peligro de descansar en un consuelo falso en medio de sus luchas inte­riores. Esto lo hace aconsejándoles que renueven la fe del arre­pentimiento, que es el único medio de recuperar la paz perdida. -Burwash.

ANALISIS DEL SERMON XLVI

Puede tomarse al pueblo de Israel en el desierto como el tipo de ciertos cristianos que se encuentran en un estado de enferme­dad espiritual.

I.          Naturaleza de esta enfermedad.

Su pérdida (1) de la fe, (2) del amor, (3) del gozo, (4) de la paz, (5) del poder.

II.         Sus causas.

1.          El pecado. Algunas veces los pecados presuntuosos cau­san la oscuridad repentina. Con más frecuencia los pecados de omisión oscurecen la luz paulatinamente-tales como abando­nar la oración y dejar de reprobar el pecado. El pecado interior, como la soberbia, la ira, la lujuria. La falta de diligencia o acti­vidad en la vida espiritual.

2.          La ignorancia de la Palabra de Dios, de la obra de Dios en el alma, como sucede a los místicos romanos.

3.          La tentación inesperada por el cristiano joven, especial­mente cuando piensa de sí más de lo que debe.

III.        La curación de esta enfermedad.

La curación debe ser según la enfermedad.

Si es el pecado, debemos buscarlo y destruirlo, examinando la conciencia a ver si hemos cometido alguna trasgresión y si hemos dejado de cumplir con algún deber, buscando los tempera­mentos pecaminosos que en nosotros haya y precaviéndonos con­tra la pereza espiritual.

Si es la ignorancia, debemos procurar entender el verdadero sentido de ciertos pasajes en la Palabra de Dios, tales como: Isa­ías 1:10; Oseas 3:14; Juan 16:22; I Pedro 4:12. Debemos des­echar también la opinión errada de que la oscuridad es necesa­ria o provechosa.

Si es la tentación debemos esperarla, meditar sobre lo imper­fecto de nuestro estado religioso y afirmarnos más en las prome­sas que se nos han hecho.

SERMON XLVI

EL ESTADO DE INCERTIDUMBRE

Ahora ciertamente tenéis tristeza; mas otra vez os veré, y se gozará vuestro corazón, y nadie quitará de vosotros vuestro gozo (Juan 16:22).

1.          Dios libró de una manera portentosa a los israelitas sacándolos de la tierra de servidumbre, mas ellos no entraron inmediatamente a la tierra prometida a sus padres, sino que "anduvieron perdidos por el desierto," y sufrieron muchos trabajos y tentaciones. De la misma manera, la mayor parte de aquellos que temen a Dios y a quienes Dios ha librado del yugo del pecado y de Satanás, aún después de ser gratuita­mente justificados por su gracia, "por la redención que es en Cristo Jesús," no entran en el reposo que queda para el pue­blo de Dios. Poco más o menos se descarrían del buen camino al que han sido traídos. Llegan, como quien dice, a un desier­to horrible y yermo, en el que sufren muchas tentaciones y tormentos. En alusión al caso de los israelitas, algunos dan a esto el nombre de "El Estado de Incertidumbre."

2.          A la verdad que las personas que se encuentran en esta condición merecen la más tierna compasión. Sufren de una enfermedad mala y dolorosa que por lo común no se co­noce bien, y por lo tanto, se les hace más difícil encontrar el remedio. Encontrándose ellas mismas en medio de la oscuridad, no es natural que comprendan la naturaleza de su pro­pio desarreglo. Muy pocos de sus hermanos, tal vez de sus maestros, saben qué enfermedad es y qué medicina aplicar. Es menester, por consiguiente, investigar: primero, la natu­raleza de la enfermedad; segundo, la causa, y por último, su curación.

I.          1. Primeramente, ¿qué enfermedad es esta que ata­ca a muchos de los que han creído ¿En qué consiste propia­mente, y cuáles son sus verdaderos síntomas Consiste ver­daderamente en la pérdida de la fe que Dios había dado al co­razón. Los que se encuentran en el desierto no tienen ya esa evidencia divina, esa persuasión satisfactoria de "las cosas que no se ven," de la cual gozaban antes. Ya no tienen la de­mostración interna del Espíritu que antes los impulsaba a decir: "lo que ahora vivo, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí." Ya no alum­bra sus corazones la luz del cielo, ni ven al Invisible, sino que la oscuridad vuelve a envolver sus almas y a cegar la vista de su entendimiento. Ya no testifica el Espíritu con sus es­píritus que son hijos de Dios, ni continúa el Espíritu de adop­ción clamando en sus corazones: "Abba, Padre." Ya no tienen esa confianza perfecta que antes tenían en su amor, ni tienen valor de acercarse a El con atrevimiento santo. Ya no dicen en sus corazones: "Aunque me matare, en El confiaré," sino que habiendo perdido la salud, son tan enfermizos en sus cuerpos y débiles en sus mentes como los demás hombres.

2.          De esto resulta, en segundo lugar, la pérdida del amor, que tiene que aumentar o disminuir al mismo tiempo y según el grado de la fe verdadera y viva. Por consiguiente, los que pierden su fe pierden también el amor de Dios. No pueden decir: "Señor, tú sabes todas las cosas; tú sabes que te amo." Ya no encuentran la felicidad en Dios, como todos aquellos que verdaderamente le aman. Ya no se deleitan en El como acostumbraban, ni perciben "el olor de sus ungüen­tos." En un tiempo era el deseo de sus almas a su nombre y a su memoria, mas ahora aun sus deseos están fríos, si no muertos y enteramente apagados.

Al mismo tiempo que se ha enfriado su amor a Dios, se ha entibiado su amor al prójimo. Ya no tienen ese celo por las almas de los hombres, esa ansiedad por su bien, ese deseo ferviente, inquieto, activo, de reconciliarse con Dios. Ya no sienten esas "entrañas de misericordia" por las ovejas per­didas, esa tierna compasión por los ignorantes y los desca­rriados. Antes mostraban toda mansedumbre para con todos los hombres, instruyendo humildemente a los que se opo­nían a la verdad, y cuando alguno era tomado en alguna falta, restauraban al tal con el espíritu de mansedumbre. Mas pasado algún tiempo, tal vez muchos días, la cólera em­pieza a rehacerse de su poder. La falta de paciencia y el mal humor comienzan a imponerse para hacerlos caer y po­demos dar gracias a Dios si no llegan al grado de devolver "mal por mal, y maldición por maldición."

3.          Como consecuencia de la pérdida de la fe y del amor, sigue, en tercer lugar, la pérdida del gozo en el Espíritu San­to. Porque donde ya no existe la conciencia amante del que ha sido perdonado, tampoco puede existir el efecto de esto, que es el gozo. Si el Espíritu ya no testifica con nuestros es­píritus que somos hijos de Dios, el gozo que mana de ese tes­timonio interior debe cesar naturalmente. Y asimismo, los que en un tiempo se regocijaron con un gozo inexplicable "en la esperanza de la gloria de Dios," ahora ya no tienen esa esperanza llena de inmortalidad. Están privados del gozo que les causaba como también del que resulta del amor de Dios, que antes estaba derramado en sus corazones. Porque cuando cesa la causa, cesa también el efecto; cuando se tapa la fuente ya no corren las aguas vivas con que se refrescaba el alma sedienta.

4.          Con la pérdida de la fe, del amor y del gozo, viene en cuarto lugar, la pérdida de esa paz que en un tiempo so­brepujaba "a todo entendimiento." Huye la dulce tranqui­lidad de la mente, la serenidad del espíritu. Vuelve la duda que atormenta. Dudamos de si hemos creído, de si jamás creeremos. Dudamos de si hemos encontrado en nuestros co­razones el verdadero testimonio del Espíritu; de si no enga­ñamos a nuestras propias almas y creímos que la voz de la naturaleza era la voz de Dios; de si acaso escucharemos al­guna vez su voz y encontraremos favor en su presencia. Únense estas dudas al miedo servil, a ese miedo que ator­menta. Tememos la ira de Dios como la temíamos antes de creer. Tememos ser arrojados de su presencia. Nos sumergi­mos otra vez en ese miedo a la muerte, del cual ya estába­mos enteramente libres.

5.          Y esto no es todo, porque con la pérdida de la paz viene la pérdida del poder. Sabemos que todo aquel que tie­ne paz con Dios por medio de Jesucristo, tiene poder para resistir el pecado, y que siempre que pierde esa paz pierde al mismo tiempo ese poder. Mientras permaneció esa paz, per­maneció el poder de resistir aun el pecado habitual-bien haya sido un pecado de su naturaleza, su temperamento, su educación o profesión-y todos los deseos malos y disposi­ciones que hasta entonces no había podido dominar. Enton­ces el pecado no lo podía dominar; ahora él no puede domi­nar al pecado. Lucha, mas no puede vencer. Ha perdido la corona del vencedor. Sus enemigos le vencen o le reducen poco más o menos a la esclavitud. Huyó de él la gloria, el reino de Dios que existía en su corazón. Ya no tiene la jus­ticia, ni la paz, ni el gozo del Espíritu Santo.

II.         A. 1. Tal es la naturaleza de ese estado al que mu­chos han dado con propiedad el nombre de "El Estado de In­certidumbre." Esta naturaleza se comprenderá mejor investi­gando, en segundo lugar, cuáles son sus causas.

Estas son varias, mas no me atrevo a contar entre ellas la voluntad sola, arbitraria y soberana de Dios. "Jehová.ama la paz de su siervo...no aflige ni congoja de su cora­zón a los hijos de los hombres." Su voluntad invariable es que obtengamos la santificación, juntamente con "la paz y el gozo por el Espíritu Santo." Estos son sus dones gratuitos y se nos asegura que "sin arrepentimiento son las mercedes de Dios." Nunca se arrepiente de habernos dado algo, ni de­sea quitárnoslo. Por consiguiente, no nos abandona nunca, como dicen algunos. Nosotros somos quienes le abandonamos.

2.          La causa más común de la oscuridad interior es el pecado de una clase u otra. El pecado es la causa de esa fre­cuente complicación de transgresiones y miseria. Hablemos, en primer lugar, del pecado que se comete. Según podemos observar con frecuencia, esta clase de pecado oscurece el alma en un momento, especialmente si es un pecado conocido, de nuestra propia voluntad, o presuntuoso. Por ejemplo, si una persona que ahora camina rectamente por la vía de Dios y en su presencia, cede a la tentación y se emborracha o co­mete un acto de impureza, no sería nada extraño que en esa misma hora cayese en la más completa oscuridad. Es bien cierto que se han dado algunos casos raros en los que Dios ha evitado esto, haciendo sentir casi en el mismo instante su misericordia que perdona. Pero por lo general, el abuso de la bondad de Dios-el insulto grosero y el desprecio de su amor-hace que nos separemos inmediatamente de Dios y trae una oscuridad que casi puede palparse.

3.          Empero abrigamos la esperanza de que no se dé este caso con mucha frecuencia; de que sean muy pocos los que desprecian su bondad superabundante, al grado de cometer un pecado tan nefando y presuntuoso de rebelión en contra de El, al mismo tiempo que andan en su luz. Con mucha más frecuencia se pierde esa luz por los pecados de omisión. Estos a la verdad no apagan inmediatamente el fuego del Espíritu, sino de una manera gradual y paulatina. El pecado que se comete es semejante al agua con que se apaga un incendio, pero el que es culpable de pecado de omisión es como quien quita la leña de un fuego. Antes de dejarnos, el Espíritu amoroso nos reprende muchísimas veces por nuestro aban­dono. Nos da muchos consejos, muchos avisos, antes de reti­rar su influencia. Sólo una serie de omisiones, en las que vo­luntariamente persistimos, puede ocasionarnos la completa oscuridad.

4.          Tal vez ningún pecado de omisión acarree con mayor frecuencia estas tinieblas como el olvidarse de la oración privada, cuya falta no puede suplirse con ninguna otra orde­nanza. No hay cosa más clara que esta: la vida de Dios en el alma no puede continuar, ni mucho menos desarrollarse, a no ser que usemos de todas las oportunidades de comunión con Dios y de abrirle nuestros corazones. Por consiguiente, si nos olvidamos de la oración privada, si permitimos que las ocupaciones, las amistades, o cualquiera otra cosa interrum­pan estos ejercicios secretos del alma, o lo que es lo mismo, que nos hagan desempeñarlos muy de prisa, o con descui­do, nuestra vida espiritual se debilita. Y si sigue ese aban­dono, morirá poco a poco.

5.          Otro pecado de omisión que con frecuencia sumerge el alma del creyente en la más completa oscuridad, es el olvido de aquel mandato tan importante aun en la dispen­sación judaica: "No aborrecerás a tu hermano en tu cora­zón: ingenuamente reprenderás a tu prójimo, y no consenti­rás sobre él pecado." Ahora bien, si aborrecemos a nuestro hermano en nuestro corazón; si no le reprendemos cuando le vemos cometer alguna falta, sino dejamos que peque, pronto sentiremos que nuestras almas se debilitan, puesto que con esa indiferencia nos hacemos partícipes de su trasgresión. Al no reprender a nuestro prójimo, participamos de su pe­cado. Nos hacemos responsables de él para con Dios. Le vi­mos en peligro y no se lo advertimos, de manera que si pe­rece en su iniquidad, Dios requerirá de nosotros su sangre. Nada extraño es que al contristar al Espíritu de esta manera, perdamos su luz.

6.          Lo que en tercer lugar causa esta pérdida, es el ce­der a cualquier pecado interior. Por ejemplo, sabemos muy bien que "los perversos de corazón son abominación a Je­hová"-aun cuando esa perversidad no se manifieste en la conducta exterior. ¡Cuán fácilmente puede un alma llena de paz y gozo caer en esta trampa del diablo! ¡Qué cosa tan natural es figurarse que uno tiene más gracia, más sabiduría, más fuerza de lo que en realidad posee! ¡Cuán fácil es pen­sar de sí mismo más de lo que debería; gloriarse de algo que ha recibido uno como si no lo hubiera recibido! Mas como Dios continuamente "resiste a los soberbios y da gracia a los humildes," esta soberbia oscurece-si no es que apaga por completo-la luz que brilló antes en el corazón.

7.          El mismo efecto se deja sentir cuando damos lugar a la ira, sea cual fuere el motivo o la provocación. Aunque se presente con el disfraz de "celo por la verdad," o por "la gloria de Dios." A la verdad, todo celo que no es la llama del amor, es "terreno, animal y diabólico." Es la llama de la ira. Es simplemente la cólera pecaminosa, ni más ni menos. Es el mayor enemigo del amor dócil y amable de Dios. La ira y el amor nunca han podido ni podrán jamás subsistir juntos en un mismo corazón. El amor y el gozo por el Espíritu Santo dis­minuyen en proporción al desarrollo de esta cólera en el cora­zón. Se observa esto especialmente cuando ofendemos al pró­jimo. Quiero decir, cuando nos enojamos con algún hermano o con alguna persona a la que nos unen lazos civiles y religio­sos. Si nos dejamos dominar una sola hora por este espíritu al­tanero que ofende a los hermanos, perderemos la influencia benéfica del Espíritu Santo, de manera que en lugar de con­seguir que se corrijan nuestros hermanos, nos destruiremos a nosotros mismos y nos convertiremos en débiles víctimas del enemigo que nos asalta.

8.          Aun suponiendo que hayamos descubierto este ardid del diablo, debemos estar alertas porque puede atacarnos por otro lado. Cuando la cólera y la ira están dormidas, y sólo el amor está despierto, corremos el peligro de tener deseos que igualmente oscurecen el alma. Cualquier deseo torpe, cualquier afecto vano o desordenado, causa este efecto. Si amamos cualquiera cosa terrenal, o a una persona; si el ob­jeto de nuestros deseos no es Dios, ni nada que tienda ha­cia Dios; si buscamos la felicidad en la criatura, Dios, que es celoso, ciertamente contenderá con nosotros, porque no pue­de admitir ningún rival. Y si no escuchamos su amonesta­ción y no nos volvemos hacia El con todo nuestro corazón; si continuamos contristándole con nuestros ídolos, y sirviendo a otros dioses, muy pronto nos volveremos como un terreno seco, duro y estéril, y el dios de este mundo cegará y oscurecerá nuestros corazones.

9.          Esto lo hace con frecuencia aun cuando no cedamos positivamente a ningún pecado. Basta que le demos alguna ventaja, que no despertemos el don de Dios que está en nos­otros; que no nos esforcemos constantemente a entrar por "la puerta angosta;" que no lidiemos legítimamente, ni procu­remos tomar el reino de Dios por fuerza. Basta que riñamos para que nos conquiste irremisiblemente; que nos descuide­mos o que desmayen nuestros ánimos, para que vuelva la oscuridad natural y envuelva nuestras almas. Basta que nos dejemos dominar de la pereza espiritual, para que nues­tros espíritus se vean rodeados de tinieblas; para que desa­parezca la luz de Dios con toda certeza, si bien no tan pronto como con el homicidio y el adulterio.

10.        Bueno será hacer observar que la causa de nues­tras tinieblas-bien sea un pecado que hayamos cometido, bien uno de omisión, ya interior ya exterior-no siempre es de poco tiempo. Algunas veces el pecado que ocasiona el su­frimiento actual pertenece al pasado. Tal vez haya sido co­metido días, semanas o meses antes. Que retire Dios su luz y su paz con motivo de lo que se hizo hace mucho tiempo, no es, como parece a primera vista, una prueba de su severidad, sino más bien de su paciencia y tierna misericordia. Mucho tiempo estuvo esperando a ver si podía hacernos compren­der nuestras faltas para que nos corrigiésemos, y no pudien­do conseguirlo nos muestra al fin su descontento, procuran­do todavía traernos al arrepentimiento.

B.         1. Otra causa general de estas tinieblas es la igno­rancia, que a su vez es de varias clases. Si los hombres no conocen la Escritura, si se figuran que hay pasajes tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamentos que aseguran que todos los creyentes, sin excepción alguna, deben encontrarse algunas veces en la oscuridad, no es nada extraño que esta ignorancia les traiga la oscuridad que temen. ¡Qué común es esto entre nosotros! ¡Cuán pocos son los que no esperan estas tinieblas! Y no debe sorprendernos, puesto que esta es la enseñanza que han recibido, esta la vía por donde sus maestros los han guiado. No sólo los escritores místicos de la iglesia romana, sino muchos de los más espirituales y de ma­yor experiencia entre nosotros-con muy pocas excepciones- entre los autores del siglo pasado, lo aseguran ampliamente como una doctrina genuina de la Escritura, y citan textos para probarla.

2.          La ignorancia de la obra de Dios en el alma con fre­cuencia causa esta oscuridad. Debido a las enseñanzas que los hombres han recibido-especialmente de los escritores romanistas, cuyas aserciones plausibles muchos protestan­tes aceptan sin examinarlas como debieran-se figuran que no siempre han de poder andar en la fe luminosa; que esta dispensación no es la más elevada; que cuando adelanten más no necesitarán ya de esos consuelos patentes, sino que vivirán solamente por la fe genuina-¡Genuina y sin amor, paz ni gozo por el Espíritu Santo!-que el estado en la luz y el gozo es bueno, pero que el estado en la oscuridad y ceguedad es mejor; que sólo así podemos purificarnos de la soberbia, el amor del mundo y el amor desordenado de sí mismo, y que, por consiguiente, no debemos esperar ni de­sear andar siempre en la luz. De aquí que la mayor parte de los hombres píos en la iglesia romana, si bien puede haber otras razones para esto, anden por lo general en una vía oscura y molesta, y si acaso reciben la luz de Dios, luego la vuelven a perder.

C.         1. La tercera causa general de estas tinieblas es la tentación. Cuando por primera vez nos alumbra la lám­para del Señor, la tentación huye y desaparece frecuente­mente. Todo es calma en lo interior y tal vez en lo exterior, mientras Dios pacifica nuestros corazones. Es muy natural suponer que ya no tendremos más luchas, y ha habido casos en los que ha permanecido esta calma no sólo semanas, sino meses y años. Pero por lo general es todo lo contrario. Al poco tiempo "desciende la lluvia, y vienen ríos, y soplan vientos." Los que no conocen al Hijo ni al Padre, y odian, por lo tanto, a los hombres, muestran su odio de varias ma­neras luego que Dios les afloja la rienda. Ahora, como en otros tiempos, "el que nació de la carne persigue al que nació del Espíritu." La misma causa está produciendo idéntico afecto. Otra vez se mueve el mal que aún existe en el cora­zón. Brotan de nuevo la ira y otras raíces de amargura. Al mismo tiempo, Satanás no deja de disparar sus flechas, y el alma no sólo tiene que luchar con el mundo, "contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra se­ñores del mundo, gobernadores de estas tinieblas, contra ma­licias espirituales en los aires." Ahora bien, nada extraño es que tantos asaltos, hechos a un mismo tiempo y tal vez con la mayor violencia, produzcan no sólo pesadez, sino también oscuridad en el creyente débil, muy especialmente si se ha descuidado y si estos asaltos se hicieron cuando él no los es­peraba; si se había dicho a sí mismo: no volverá el día malo.

2.          Si pensamos demasiado en nosotros mismos como si estuviésemos purificados de todo pecado, la fuerza de estas tentaciones aumenta considerablemente. Y ¡qué cosa tan na­tural es figurarse esto durante el entusiasmo de nuestro pri­mer amor! ¡Cuán listos estamos a creer que Dios ha llevado a cabo en nosotros toda la obra de la fe con poder, a figu­rarnos que porque no sentimos el pecado éste ya no existe en nosotros-que el alma es todo amor! Naturalmente, el ataque de un enemigo a quien no sólo suponíamos conquis­tado, sino muerto, nos causa la mayor ansiedad del alma. Algunas veces nos deja en la más completa oscuridad, es­pecialmente si nos ponemos a discutir con el enemigo, en lu­gar de correr inmediatamente a Dios, de refugiarnos con una fe simple en aquel que "sabe librar de la tentación a los suyos."

III.        Estas son por lo general las causas de esta segunda oscuridad. Pasamos a investigar, en tercer lugar, el remedio.

1.          Suponer que un mismo remedio sea aplicable a to­dos los casos, es una equivocación muy grande y fatal, y, sin embargo, muy común aun entre los cristianos de mucha experiencia, que se constituyen maestros en Israel y guías de otras almas. Siempre usan la misma medicina, sea cual fuere la causa del desorden. Luego empiezan a hablar de las promesas-a predicar el evangelio, como ellos le llaman. Lo único que procuran hacer es consolar. Dicen muchas pala­bras llenas de ternura respecto del amor de Dios a los pe­cadores desamparados, y hablan de la eficacia de la sangre de Cristo. Esta es la peor charlatanería que pueda darse, pues­to que tiende no sólo a matar sanos, sino a destruir los cuer­pos y las almas de los hombres en el infierno, a no ser que lo evite la misericordia de Dios.

Es desagradable tener que hablar de estos que se revuelcan en lodo suelto como lo merecen. Son dignos del epíteto que ignorantemente se ha aplicado a otros; son ladrones espiri­tuales-hacen de "la sangre del pacto una cosa inmunda." Prostituyen vilmente las promesas de Dios aplicándolas a todo el mundo sin distinción, mientras que las curaciones de las enfermedades espirituales y corporales tienen que ser tan distintas como sus respectivas causas. Lo primero que debemos hacer, por consiguiente, es tratar de descubrir la causa-y ésta, naturalmente, indicará el remedio.

2.          Por ejemplo: el pecado es la causa de la oscuridad. ¿Qué clase de pecado ¿el pecado exterior ¿Te acusa tu conciencia de haber cometido algún pecado con el cual con­tristaste al Espíritu de Dios ¿Es esta la causa de que se haya separado de ti, y de que ya no tengas gozo ni paz ¿Cómo quieres que éstas vuelvan, si no arrojas el pecado maldito "Deje el impío su camino;" "pecadores limpiad las manos;" "sea la maledicencia quitada de vosotros;" y entonces "na­cerá tu luz como el alba," volverá el Señor, "el cual será amplio en perdonar."

3.          Si después de un riguroso examen de conciencia es­tás seguro de no haber cometido ningún pecado positivo, examínate todavía a ver si hay algún pecado de omisión que te separe de Dios. ¿No consientes que peque tu prójimo ¿Le reprendes siempre que quebranta algún mandamiento de­lante de ti ¿Cumples con todos tus deberes para con Dios-la oración pública, de familia y privada Si no es así, si te olvidas habitualmente de cumplir con estos deberes, ¿cómo quieres que la luz de su faz te alumbre siempre Apresúrate a "confirmar las otras cosas que están por morir," y vivirá tu alma. Hazlo ahora mismo, al escucharme, y con su gracia suple lo que falta. Si oyes una voz que clama tras de ti: "Este es el camino, entrad por él," no endurezcas tu corazón, ya no desprecies el llamamiento celestial. Hasta que no se elimine el pecado positivo o de omisión, no podrá existir en el alma el verdadero consuelo. Es tanto como curar la herida por afuera, y dejar que por dentro siga cundiendo y corrompién­dose. No esperes tener la paz interior mientras no tengas paz con Dios, mientras no tengas "frutos dignos de arrepen­timiento."

4.          Puede ser que no tengas conciencia ni siquiera de un pecado de omisión, y que no te expliques esta falta de paz y gozo por el Espíritu Santo. ¿No hay acaso algún pecado interior que, semejante a una hierba amarga, brota para ha­certe sufrir ¿No es esta frialdad y esterilidad de tu alma el resultado de haberte "alejado del Dios viviente" ¿No has pensado de ti mismo más altamente de lo que deberías ¿No has hecho, en ningún sentido, "sacrificios a tu red, y sahu­merios a tu aljerife" ¿No crees que tu buen éxito se debe a tu valor, a tu energía o a tu sabiduría ¿No has hecho alarde de alguna cosa que has recibido, como si no la hubieras re­cibido ¿No te has gloriado en nada, "salvo en la cruz de nues­tro Señor Jesucristo" ¿No has buscado ni deseado la alabanza de los hombres ¿No te has deleitado con ella Si lo has hecho, el camino es bien claro: humíllate pues, "bajo la poderosa mano de Dios," para que él te ensalce cuando fuere tiempo.

¿No has obligado a Dios a que se aparte de ti, dejándote dominar de la ira ¿No te has impacientado "a causa de los malignos," ni tenido envidia "de los que hacen iniquidad" ¿No te has escandalizado de ningún hermano, contemplan­do su pecado, real o imaginario, hasta el grado de pecar tú en contra de la gran ley del amor, divorciando tu corazón del suyo Entonces mira hacia el Señor para que puedas reno­var tus fuerzas; para que se acaben la frialdad y la altanería; para que vuelvan el amor, y la paz, y el gozo, y puedas siem­pre ser amable con los otros, benigno y misericordioso, "per­donándoos los unos a los otros, como también Dios os perdonó en Cristo."

¿No os habéis dejado llevar de ningún deseo torpe, de ningún afecto desordenado, de ninguna clase o en grado alguno ¿Cómo queréis que exista el amor de Dios en vues­tros corazones si no derrocáis vuestros ídolos "No os enga­ñéis: Dios no puede ser burlado." El no puede habitar en un corazón que está dividido. Mientras acariciéis a Dalila en vuestros brazos El no podrá aceptaros. Es en vano esperar recibir otra vez su luz, hasta que no os saquéis el ojo y lo echéis de vosotros. No os demoréis más. Clamad para que El os ayude a hacerlo. Llorad vuestra debilidad y desamparo y, Dios mediante, entrad por la puerta estrecha. Tomad el reino de Dios por la fuerza. Arrojad todos los ídolos del san­tuario de vuestro corazón y luego aparecerá la gloria de Dios.

5.          Tal vez esta inercia, esta pereza espiritual, sea ca­balmente la causa de que vuestras almas permanezcan en la oscuridad. Vivís muy confiados. El país está en paz y la gue­rra no amenaza en las costas. Por lo tanto, vivís tranquilos y descuidados; seguís el desempeño rutinario de los deberes exteriores y estáis muy satisfechos de la vida. No extrañéis que al mismo tiempo estén muertas vuestras almas. Desper­tad, moveos, que estáis en la presencia del Señor. Levantaos y sacudid el polvo. Luchad con Dios hasta que os dé la gran bendición. Abrid a Dios vuestro corazón en la oración y per­severad rogándole. Velad. Sacudid el sueño y permaneced despiertos. De otra manera no esperéis otra cosa, sino el ale­jaros más y más de la luz y la vida de Dios.

6.          Si después de un examen de conciencia completo y genuino no podéis descubrir nada en vuestra vida actual que pueda justamente llamarse inercia espiritual, ni pecado ex­terior o interior, entonces acordaos de lo pasado. Considerad vuestro genio, palabras y acciones. ¿Fueron éstas aceptas an­te la presencia de Dios "Conversad con El en vuestro co­razón, y desistid." Pedidle que escudriñe vuestro interior y os traiga a la memoria todo lo que haya ofendido los ojos de su gloria. Si aún permanece en vuestros corazones la culpa de algún pecado, naturalmente seguís en las tinieblas, has­ta que renovados por el arrepentimiento, os lavéis otra vez por la fe en el manantial abierto para lavar el pecado y la inmundicia.

7.          Enteramente diferente debe ser la curación cuando la causa de la enfermedad no es el pecado, sino la ignorancia. Tal vez se ignore el sentido de la Escritura, debido a comen­tadores ignorantes-ignorantes en este respecto al menos, por muy sabios e instruidos que sean en otras cosas. En tal caso, podemos destruir esa ignorancia para poder disipar las tinieblas que resultan de ella. Precisa aclarar el verdadero sentido de los textos que no se han entendido bien. No puedo detenerme a explicar todos los textos que se han citado en comprobación de este asunto, y me limitaré a ilustrar dos o tres que se citan con frecuencia para probar que, tarde o temprano, todos los cristianos deben "andar en tinieblas."

8.          Encuéntrase uno de dichos textos en el capítulo cin­cuenta de Isaías, versículo décimo: "¿Quién hay entre vos­otros que teme a Jehová y oye la voz de su siervo el que anda en tinieblas y carece de luz, confíe en el nombre de Je­hová, y apóyese en su Dios." Empero, ¿se deduce del texto o del contexto, que la persona de que aquí se habla haya te­nido luz alguna vez Cualquiera que está persuadido de su pecado, "teme a Jehová, y oye la voz de su siervo." Al alma que aún permanece en las tinieblas y que jamás ha visto la luz de la faz de Dios, le aconsejaríamos que confíe en el nombre de Jehová, y se apoye en su Dios. Este texto, por consiguiente, prueba ni más ni menos que el creyente en Cristo, "anda a veces en las tinieblas."

9.          Hay otro texto que se supone enseña la misma doc­trina, y se encuentra en Oseas 2:14: "Empero he aquí yo la induciré y la llevaré al desierto, y hablaré a su corazón." La deducción que se ha sacado de estas palabras es que Dios ha de traer a todos los creyentes al desierto, a un estado de ti­ nieblas y sombra de muerte. Pero es muy claro que no se re­fiere a los creyentes en particular, sino a la nación judaica y sólo a esa nación. Si se aplica a individuos, el sentido obvio del texto es este: Lo atraeré por medio del amor; después le persuadiré de pecado, y luego le consolaré con la miseri­cordia que perdona.

10.        El tercer texto de donde se ha sacado la misma de­ducción, es el que citamos al principio: "Vosotros ahora cierta­mente tenéis tristeza; mas otra vez os veré, y se gozará vues­tro corazón, y nadie quitará de vosotros vuestro gozo." Al­gunos han supuesto que esto significa que Dios se retiraría, después de cierto tiempo, de todos los creyentes, y que és­tos no pueden tener el gozo que los hombres no han de qui­tarles, sino hasta después de haber pasado por su prueba. Pero todo el contexto indica que nuestro Señor está hablan­do aquí personalmente a los apóstoles, y no a otras personas, y que se refiere especialmente a ciertos acontecimientos como su vida y resurrección. "Un poquito"-dice-"y no me ve­réis;"-es decir, mientras estoy en el sepulcro-"y otra vez un poquito, y me veréis"-cuando resucite de los muertos. "Vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará: empero...vuestra tristeza se tornará en gozo." "Vosotros ahora ciertamente tenéis tristeza"-porque voy a ser quitado de entre vosotros-"mas otra vez os veré"-después de mi resurrección-"y se gozará vuestro corazón, y nadie quitará  de vosotros vuestro gozo"-que yo os daré. Sabemos que to­do esto se cumplió literalmente en el caso de los apóstoles, mas no se puede sacar de esto ninguna deducción respecto de la manera con que Dios trata a los pecadores en general.

11.        Otro texto-en cuarto lugar y para ya no mencionar más-que con frecuencia se cita en prueba de esta doctrina, se encuentra en la Primera Epístola de Pedro 4: 12: "Carísimos, no os maravilléis cuando sois examinados por fuego." Empero esto es tan heterogéneo al asunto como el texto an­terior. Traducido literalmente este pasaje, dice así: "Carísimos, no os maravilléis al ver el fuego entre vosotros, pues es para probaros." Ahora bien, aunque estas palabras puedan significar en un sentido secundario las tentaciones interiores, sin embargo, es indudable que se refieren en primer lugar al martirio y sus sufrimientos. Este texto, por lo tanto, no prueba de ninguna manera lo que pretenden los que lo citan, y desa­fiamos a cualquiera a que presente un solo versículo del An­tiguo o Nuevo Testamentos que se refiera al asunto más que los textos que dejamos mencionados.

12.        "Mas, ¿no son las tinieblas de mucho más provecho que la luz ¿No adelanta más y con mayor eficacia la obra de Dios en el alma durante ese estado de sufrimiento inte­rior ¿No se purifica el creyente más pronto y con mayor plenitud por medio del dolor que con el gozo por medio de la agonía, con los dolores, el sufrimiento y el martirio espiritual que con una paz continua" Así lo enseñan los místicos. Así lo escriben en sus libros. Mas los Oráculos de Dios no lo en­señan. En ningún lugar enseña la Escritura que la ausencia de Dios puede perfeccionar su obra en el corazón, sino más bien su presencia y la comunión evidente con el Padre y con el Hijo-la conciencia cierta de esto hará más en una hora que su ausencia en un siglo. Más ha de purificar al al­ma el gozo en el Espíritu Santo que la ausencia de ese gozo. La paz de Dios es el mejor medio para refinar el corazón y eliminar la escoria de los afectos mundanos. Desechemos, pues, esa idea de que el reino de Dios está dividido en con­tra de sí mismo; que la paz de Dios y el gozo en el Espíritu Santo estorban a la justicia; que nos salva la incredulidad y no la fe, la desesperación y no la esperanza.

13.        Mientras sueñan esto los hombres, es natural que anden en las tinieblas, y no es posible que cese el efecto mien­tras dure la causa. No debemos, sin embargo, imaginarnos que el efecto ha de cesar inmediatamente, aun cuando la cau­sa haya desaparecido. Aun cuando desaparezcan el pecado o la ignorancia que son la causa de esta oscuridad en que yace el alma, la luz que estaba obstruida no vuelve inmedia­tamente. Como quiera que es el don gratuito de Dios, puede devolverla tarde o temprano, como mejor le plazca. En caso de que la causa que ha cesado sea el pecado, no podemos es­perar racionalmente que la luz vuelva inmediatamente. El pecado empezó antes que el castigo y es natural que éste con­tinúe aún después de que haya cesado aquél. En la vida dia­ria lo vemos: no se cura una herida mientras la flecha está enterrada en la carne, ni tampoco inmediatamente después de sacarla, sino que el dolor y la hinchazón siguen mucho después.

14.        Por último, si la causa de estas tinieblas son las mu­chas tentaciones fuertes e inesperadas, el mejor modo de re­moverlas y evitarlas, es enseñar a los creyentes a que las es­peren siempre, puesto que viven en un mundo lleno de maldad, entre gente mala, sutil y maliciosa, y sus corazones son capaces de toda clase de maldad. Convencedlos de que toda la obra de la santificación no se lleva a cabo inmediatamente como ellos se figuran. Que cuando creen por primera vez son como niños recién nacidos que han de crecer y que de­ben esperar muchas tormentas antes de llegar a la plenitud de la estatura de Jesucristo. Sobre todo, enseñadles que no deben ponerse a argüir con el diablo cuando se desate la tempestad, sino a orar, a abrir sus corazones a Dios y a mos­trarle sus cuitas.

Estas son las personas a quienes especialmente debemos aplicar la medicina de promesas tan grandes como preciosas. No a los ignorantes, sino hasta que los hayamos instruido, y mucho menos a los pecadores inconversos. A éstos debemos anunciar con frecuencia y cariño el amor de Dios nuestro Salvador, y la tierna misericordia que siempre ha tenido pa­ra el género humano. Debemos hablarles de la fidelidad de Dios cuya palabra es acendrada; de la virtud de la sangre, que fue derramada para "limpiarnos de todo pecado." Dios cumplirá su palabra, y librará sus almas de los sufrimientos. Les dirá: Levantaos, resplandeced, que ha venido vuestra lumbrera y la gloria de Jehová ha nacido sobre vosotros, Y si sois humildes y andáis cerca de Dios, esa luz será "como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto."

PREGUNTAS SOBRE EL SERMON XLVI

1. (¶ 1). ¿Qué comparación saca el predicador del libramiento de los hijos de Israel de la esclavitud 2. (¶ 2). ¿Qué cosa menciona como digna de compasión 3. (I. 1). ¿Qué cosa se investiga primera­mente 4. (I. 2). ¿Qué pérdida se menciona en segundo lugar 5. (I. 3). ¿Qué se sigue a la pérdida de este amor 6. (I. 4). ¿Qué cosa se aúna a la pérdida del amor, la fe y el gozo 7. (I. 5). ¿Qué cosa se une a la pérdida de la paz 8. (II. A. 1). ¿Qué nombre se le da a este estado 9. (II. 2). ¿Cuál es la causa de las tinieblas inte­riores 10. (II. 3). ¿Qué se dice de la frecuencia de este caso 11. (II. 4). ¿Qué pecado de omisión es la causa más frecuente de esto 12. (II. 5). ¿Qué otro pecado de omisión se menciona 13. (II. 6). ¿Qué causa menciona en tercer lugar 14. (II. 7). ¿Cómo puede producirse el mismo efecto 15. (II. 8). ¿Por qué otro lado se nos puede atacar 16. (II. 9). ¿Qué cosa le da a Satanás la ventaja, aun cuando no se cometa ningún pecado positivo 17. (II. 10). ¿Qué co­sa será bueno observar 18. (II. B. 1). Mencione usted otra de las causas de las tinieblas. 19. (II. 2). ¿Qué otra causa se menciona 20. (II. C. 1). ¿Y la tercera 21. (II. 2). ¿Qué cosa aumenta la fuerza de las tentaciones 22. (III. 1) ¿Qué cosa se supone equivocadamente 23. (III. 2). ¿Qué ejemplos se investigan en este párrafo 24. (III. 3). Supongamos que no existe ningún pecado actual, ¿qué debe hacerse 25. (III. 4). ¿Qué se dice del pecado interior 26. (III. 5). ¿Qué se dice de no esforzarse 27. (III. 6). ¿Qué conducta se recomienda aquí 28. (III. 7). ¿Qué remedio debe aplicarse cuando la causa de la enfermedad es la ignorancia 29. (III. 8). ¿Qué pasaje de la Escritura se cita primeramente 30. (III. 9). ¿Y el segundo 31. (III. 10). Sírvase usted mencionar el tercero. 32. (III. 11). Ahora el cuarto. 33. (III. 12). ¿Qué objeción se menciona aquí 34. (III. 13). ¿Qué sucede cuando los hombres sueñan de esta manera 35. (III. 14). ¿Qué se recomienda en este párrafo 36. ¿Cómo concluye el sermón