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Sermón XLV - El Nuevo Nacimiento

NOTAS INTRODUCTORIAS

Ya hemos observado la diferencia entre la doctrina wesleyana de la regeneración y las opiniones de escritores que vivieron an­tes del señor Wesley. Este define claramente la regeneración co­mo el principio instantáneo de la vida de amor a Dios que se deja sentir en el alma. Si bien la doctrina del nuevo nacimiento que se enseña en este discurso, es idéntica a la que se dio en el sermón XVIII, se añaden ahora otros dos puntos. Primeramente se de­fine la relación del nuevo nacimiento al pecado original. Siendo el fundamento del pecado original la depravación que produce la muerte espiritual, y no la culpa original, el nuevo nacimiento es una vida nueva y no una absolución. Defínese también, en se­gundo lugar, la relación del nuevo nacimiento a la santificación, no como un desarrollo del cual forma parte la santificación, sino como el punto de partida en que empieza la santificación. Ambas definiciones son características de la teología wesleyana.

Respecto de la relación que hay entre el nuevo nacimiento y el bautismo, este sermón confirma en lo general lo que se enseña en el sermón XVIII. Por aquel entonces publicó el señor Wesley un corto tratado sobre el bautismo en el cual definió muy clara­mente sus opiniones, y en contestación a la pregunta: "¿Qué be­neficios recibimos en el bautismo" dice:

1.          El lavamiento de la culpa del pecado original.

2.          Por el bautismo entramos en un pacto con Dios.

3.          Por el bautismo se nos admite en la Iglesia y somos he­chos miembros de Cristo, que es la Cabeza de ella.

4.          Por el bautismo, los que éramos hechos hijos de la ira somos hechos hijos de Dios. "Esta regeneración"-añade-"no es exterior, sino por adopción y gracia." Se injerta el elemento de la gracia, que no se pierde por completo sino contristando al Es­píritu de Dios por medio de continuas trasgresiones.

5.          Por el bautismo somos hechos herederos del reino de los cielos.

De lo anterior se deduce que como eclesiástico, el señor Wesley definía muy claramente sus opiniones privadas, pero que no in­tentó hacer que sus correligionarios las aceptasen. Esto explica el modo peculiar de expresarse en estos dos sermones.

No contradice de manera alguna la doctrina de la regeneración en el bautismo. Confiesa claramente que esta enseñanza es la doctrina de la Iglesia Anglicana, y solamente como tal la de­clara. No forma parte alguna de esta predicación como la base para apelar al pecador, como un incentivo al deber, ni como mo­tivo de la esperanza. En verdad que sólo la menciona para adver­tir a sus oyentes en contra de los peligros a que con frecuencia se expone. No vacilamos, por consiguiente, en decir que la rege­neración bautismal no se encuentra entre las doctrinas que se enseñan en estos sermones. -Burwash.

Se olvida el profesor Burwash en el aserto anterior de un hecho importante. El tratado que el señor Wesley publicó en 1756 fue escrito por su padre, el reverendo Samuel Wesley, pastor de Epworth. Desgraciadamente se incluyó en las obras del señor Wesley este tratado en el que se enseña de la manera más deci­dida la regeneración en el bautismo. Todo el tenor de la teología wesleyana es una protesta consecuente y enérgica en contra de ese error radical. Apenas se puede concebir que Juan Wesley, con una mente tan lógica, haya creído en la regeneración bautis­mal en los infantes, y haya predicado a la vez la segunda rege­neración en los adultos. Esto incluiría tres nacimientos: el natural, el bautismal y el espiritual en el creyente adulto.

Al estudiar cuidadosamente la teología del señor Wesley, y muy especialmente esta parte, debemos tomar en consideración sus relaciones como individuo con la Iglesia Anglicana. Como ministro de esa iglesia, después de años de estudio concienzudo, durante los cuales se encontraba su alma en un estado de com­pleto desasosiego e intranquilidad, experimentó individualmente la doctrina de la salvación por la fe en Cristo. Estaba plenamente convencido de que la Iglesia Anglicana enseña esta doctrina, pues conocía perfectamente sus artículos y homilías autorizadas, pero no se podía explicar el lenguaje contradictorio de la Iglesia en va­rías doctrinas. A la par que los artículos y homilías enseñan muy claramente que el nuevo nacimiento como un cambio espiritual depende de que el alma voluntariamente acepte a Cristo, el ca­tecismo de la iglesia enseña la doctrina de la regeneración bautis­mal. Nunca se ha podido explicar-y no vacilamos en asegurar que jamás se podrá-esta contradicción de doctrinas, puesto que la una excluye a la otra. El partido de los evangélicos en la Iglesia Anglicana niega la doctrina que enseña el catecismo, o de tal ma­nera la explica que hace que la regeneración signifique un mero cambio de condición, sin que el sacramento produzca necesaria­mente el efecto de un cambio espiritual. El de la Iglesia Alta, por otra parte, acepta la doctrina de la regeneración bautismal y nie­ga la doctrina wesleyana del nuevo nacimiento. Ninguno de los dos partidos acepta ambas doctrinas. La una excluye lógicamen­te a la otra.

El hecho de que Wesley enseñara muy claramente y sin el menor asomo de vacilación la doctrina del nuevo nacimiento en los adultos, prueba terminantemente que no aceptó ni podía aceptar la doctrina de la regeneración bautismal. Por otra parte, no quiso contradecir el lenguaje del catecismo, y como en aquella época no se controvertía el asunto del bautismo, simplemente alude a la enseñanza de la iglesia sobre el bautismo de los infan­tes, sin aceptarla.

Parécenos esta la explicación más natural de lo que a pri­mera vista es una contradicción manifiesta e inconsecuente en los escritos del señor Wesley. Si hubiera podido prever el uso que se ha hecho del Tratado Sobre el Bautismo, y del párrafo segundo de la cuarta parte de este discurso, habría usado indudablemente de un lenguaje más explícito.

ANALISIS DEL SERMON XLV

Las bases de la religión son la justificación y la regeneración. La primera es lo que Dios hace por nosotros, y la segunda lo que lleva a cabo en nosotros. Las dos son realmente una sola res­pecto de la hora en que se suceden, si bien la justificación pre­cede en el orden lógico de las ideas.

I.          Base de la doctrina del nuevo nacimiento. Dios hizo al hombre a su imagen moral, mas no inmutable. Por su desobedien­cia cayó y murió para con Dios. De aquí que nazcan todos sus descendientes en un estado de muerte espiritual. De aquí que de­bamos nacer otra vez.

II.         Naturaleza de este nuevo nacimiento.

No ofrece una explicación filosófica. Término que usaban los judíos para significar la forma exterior de adopción en la fa­milia de Abraham por medio del bautismo y la circuncisión. En esta ocasión aun el mismo Nicodemo creyó que significaba algo diferente de la forma exterior. Analogía entre nuestra entrada en la vida espiritual de la fe y la entrada de una criatura en la vida material. De aquí que el nuevo nacimiento sea ese gran cam­bio que Dios obra en el alma al traerla a la vida, cuando la resu­cita de la muerte del pecado a la vida de la justicia.

III.        Necesidad del nuevo nacimiento.

Es esencial a la santidad, a la salvación eterna, y a la felicidad presente y futura.

IV.        Deducimos que el bautismo no es el nuevo nacimiento. Distingue el catecismo de la iglesia entre el signo externo y visi­ble, y la gracia interna y espiritual, la cual distinción es muy na­tural: el uno es externo, la otra interior. El nuevo nacimiento no se aúna necesariamente al bautismo. Esto se hace evidente por los frutos que le siguen. El nuevo nacimiento es diferente de la santificación. Esta es una obra continua que progresa, el nuevo nacimiento es instantáneo. Este es el principio de la vida espiri­tual aquélla es su desarrollo.

Tarde o temprano, el pecador debe nacer de nuevo o perecer. Cualquiera que sea la gracia que los niños reciben en el bautis­mo, de nada vale en el adulto que está muerto en trasgresiones y pecados.

SERMON XLV

EL NUEVO NACIMIENTO

Os es necesario nacer otra vez (Juan 3: 7).

1.          Indudablemente que si en el sistema de teología cris­tiana hay doctrinas "fundamentales," estas dos lo son: la doctrina de la justificación y la del nuevo nacimiento. Re­fiérese la primera a la gran obra que Dios hace por nosotros al perdonarnos nuestros pecados. La otra, a lo que Dios lle­va a cabo en nosotros, al renovar nuestra naturaleza caída. Respecto del momento en que tienen lugar, no antecede la una a la otra. En el instante en que somos justificados por la gra­cia de Dios, por medio de la redención que es en Jesucristo, nacemos "del Espíritu;" pero respecto del orden de las ideas, según le llaman, la justificación precede al nuevo nacimien­to. Primero concebimos que se aplaca su ira, y después viene la obra de su Espíritu en nuestros corazones.

2.          ¡Cuán importante es, pues, a todos los hombres, co­nocer a fondo estas doctrinas fundamentales! Profundamente persuadidos de esta verdad, muchos hombres excelentes han escrito profusamente sobre la justificación, explicando to­dos los puntos pertinentes al asunto, y los textos de la Sagra­da Escritura que a él se refieren. Igualmente, muchos otros han escrito sobre el nuevo nacimiento-y algunos muy exten­samente-mas no con tanta claridad, corrección y profun­didad como sería de desearse, sino más bien de manera obs­cura y obstrusa, harto superficial y ligeramente. Parece, por lo tanto, necesitarse una exposición del nuevo nacimiento tan completa y clara que nos ayude a contestar satisfactoriamen­te a estas tres preguntas: Primera: ¿Por qué debo nacer otra vez ¿Sobre qué base descansa esta doctrina del nuevo na­cimiento Segunda: ¿Cómo debo nacer otra vez ¿Qué cosa es el nuevo nacimiento Y tercera: ¿Para qué debo nacer otra vez ¿A qué fin es necesario el nuevo nacimiento Con el auxilio de Dios trataré de contestar a estas preguntas breve y claramente, y añadiré algunas sugestiones que natural­mente se siguen.

I.          1. Primeramente, ¿por qué debemos nacer otra vez ¿Sobre qué base se funda esta doctrina Su base es tan pro­funda como la creación del mundo. En la relación bíblica se dice: "Y dijo Dios"-el Trino y Uno-"hagamos al hom­bre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza...Y crió Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo crió" (Génesis 1:26, 27). No solamente a su imagen natural, in­mortal-un ser espiritual dotado de inteligencia, libre al­bedrío y otras facultades-no sólo a su semejanza superior- el Rey de la creación, con señorío "en los peces de la mar y en toda la tierra"-sino especialmente a su imagen moral, que según el Apóstol, es "justicia y santidad de verdad" (Efe­sios 4:24).

A esta imagen de Dios fue creado el hombre. "Dios es amor," por consiguiente, el hombre, al ser creado, estaba lleno de amor, y el amor era el único motivo de sus pensa­mientos, palabras, acciones y genio. Dios es todo justicia, mi­sericordia y verdad-lo mismo era el hombre al salir de las manos de su Creador. Dios es todo pureza, sin la menor mancilla-lo mismo era el hombre en un principio, puro de toda mancha de pecado; de otra manera Dios no hubiera dicho de él, como dijo de todo lo que había creado, "que era bueno" (Génesis 1:31). No hay término medio. Si suponemos que una criatura inteligente no ama a Dios, que no es pura ni santa, no podemos decir que sea buena, y mucho menos que sea "muy buena."

2.          Empero si bien el hombre fue creado a la imagen de Dios, no fue hecho inmutable. Esto habría sido inconsecuente con el estado de prueba en que plació a Dios ponerle. Por consiguiente, fue creado con la facultad de resistir a la tenta­ción, y, al mismo tiempo, en libertad de caer en ella. Dios se lo advirtió y le dio solemne aviso. A pesar de esto, el hombre no permaneció en su estado. Cayó desde su altura, comió del fruto del árbol del cual Dios le había mandado: "no co­merás de él."

Con este acto libre de desobediencia a su Creador, esta rebelión decidida en contra de su Soberano, declaró que ya no se sometería a ser gobernado por Dios, que se gobernaría por su propia voluntad y no por la de Aquel que lo había creado-que no buscaría la felicidad en Dios, sino en el mun­do, en las obras de sus propias manos. Dios le había dicho: "el día que de él comieres, morirás." La Palabra de Dios no puede fallar, y por consiguiente, el hombre murió. Murió para con Dios, que es la muerte más terrible. Perdió la vida en Dios. Quedó separado de Aquel en cuya unión estaba la vida espiritual. La separación del alma y del cuerpo es la muerte material; la separación del alma y de Dios es la muerte espiritual.

Adán murió espiritualmente el día, en el instante, en que comió del fruto prohibido. De esto dio pruebas inmediatamente, manifestando desde luego con su comportamiento que se había extinguido en su alma el amor de Dios, que se había separado de la vida que se halla en Dios. Se encontró desde entonces bajo el dominio servil del temor, tanto que huyó de la presencia del Señor. Y tan desapareció de su in­teligencia el conocimiento que antes tenía de Aquel que lle­na los cielos y la tierra, que procuró esconderse "de la presen­cia de Jehová Dios entre los árboles del huerto" (Génesis 3:8). Perdió el conocimiento y el amor de Dios, sin los cua­les no podía permanecer en la imagen divina. Quedó priva­do de ésta inmediatamente, se hizo impuro y desgraciado. Sumergióse en la soberbia de su propia voluntad, en la ima­gen misma del demonio; en los apetitos y deseos sensuales- la imagen de las bestias que perecen.

3.          Si alguien objetase: "Esta amenaza, 'el día que de él comieres, morirás,' se refiere solamente a la muerte mate­rial, a la separación del cuerpo y del alma," contestaríamos desde luego: afirmar esto es tanto como afirmar abierta y llanamente que Dios es mentiroso-asegurar que el Dios de verdad afirmó positivamente una cosa que era contraria a la verdad-porque es evidente que Adán no murió en este sentido, en el día que comió del fruto prohibido. Vivió en el sentido contrario a esta muerte material más de novecien­tos años después de su caída. De manera que no se puede afirmar que esto se refiera a la muerte del cuerpo sin dudar de la veracidad de Dios. Estas palabras significan, por lo tan­to, la muerte espiritual, la pérdida de la vida y de la ima­gen de Dios.

4.          En Adán murieron todos, el género humano, todos los hijos de los hombres que salieron de las entrañas del primer hombre. La consecuencia natural de esto es que to­dos sus descendientes vienen al mundo muertos espiritual­mente, muertos para con Dios, enteramente muertos en el pecado; separados por completo de la vida de Dios; sin la imagen de Dios; sin nada de la justicia y santidad que tenía Adán cuando fue creado. Muy al contrario, todos los hombres que nacen en el mundo tienen en sí mismos la imagen del diablo en su soberbia y voluntariedad; la imagen de las bestias en sus apetitos y deseos sensuales. Esta es, pues, la base del nuevo nacimiento: la completa corrupción de nues­tra naturaleza. De aquí que, habiendo nacido en pecado, de­bamos "nacer de nuevo"-que todo hombre nacido de mu­jer deba nacer del Espíritu de Dios.

II.         1. Mas, ¿cómo debe nacer el hombre otra vez ¿Qué cosa es este nuevo nacimiento Este es el segundo punto, y no se puede concebir asunto de mayor importancia. No de­bemos, por consiguiente, contentarnos con una investigación superficial de una materia de tanta trascendencia. Es nece­sario examinarla con el mayor cuidado, y considerarla en nuestros corazones, hasta que comprendamos perfectamen­te este punto tan importante y veamos con toda claridad de qué manera podemos nacer otra vez.

2.          No busquemos una explicación filosófica del nuevo nacimiento, puesto que nuestro Señor claramente nos ad­vierte en contra de tal esperanza en las palabras subsiguien­tes al texto, con las que recuerda a Nicodemo otra cosa en la naturaleza, tan indisputable como ésta, y la que, sin embargo, ningún hombre en toda la redondez de la tierra puede expli­car satisfactoriamente. "El viento de donde quiere sopla"- no por el poder de la sabiduría-"y oyes su sonido"-estás seguro, sin que pueda caber la menor duda, de que sopla- "mas no sabes de dónde viene, ni a dónde vaya"-ningún hombre puede explicar la manera cómo empieza y cómo acaba, cómo se levanta y cómo baja. "Así es todo aquel que es nacido del Espíritu"-puedes estar tan perfectamente seguro de este hecho, como de que el viento sopla. Pero de qué ma­nera se nace de nuevo, cómo obra el Espíritu Santo en el alma, ni tú ni el hombre más sabio del mundo podrán ja­más explicarlo.

3.          Sin embargo, baste para satisfacer un fin racional y cristiano, que, sin descender al terreno de la curiosidad y de la crítica, expliquemos aquí la enseñanza sencilla que la Sagrada Escritura da de la naturaleza del nuevo nacimien­to. Esto satisfará a todo hombre racional que sólo busca la salvación de su alma. La expresión "nacer de nuevo," no la usó primeramente nuestro Señor en la conversación con Nicodemo. Ya hacía tiempo que se usaba y era una expresión familiar de los judíos cuando apareció nuestro Señor entre ellos. Siempre que un pagano adulto se convencía de que la religión judaica venía de Dios, y deseaba aceptarla, lo bau­tizaban antes de admitirlo a la circuncisión. Cuando lo bau­tizaban se decía que había nacido de nuevo, con lo que daban a entender que aquel que antes era un hijo del diablo, por el bautismo quedaba aceptado en la familia de Dios, y repu­tado como uno de sus hijos.

Nicodemo, que era "el maestro de Israel," debió de ha­ber entendido fácilmente esta palabra que nuestro Señor usó en la conversación, si bien lo hizo en un sentido más pro­fundo, pero por el contrario, pregunta: "¿Cómo puede esto hacerse" No puede tomarse esta palabra en su significado literal. No puede el hombre "entrar otra vez en el vientre de su madre y nacer." Empero sí puede tomarse en su signifi­cado espiritual. El hombre puede nacer de Dios, del Espí­ritu, y esto de una manera semejante al nacimiento natural.

4.          Antes de nacer, una criatura tiene ojos, pero no ve; tiene oídos, pero no oye; no puede usar sus sentidos, sino de una manera muy imperfecta. No tiene ningún conocimiento de las cosas del mundo, ni entendimiento natural. Ni siquiera le damos el nombre de vida a esa clase de existencia que tiene. Hasta que una criatura nace, no decimos que vive, puesto que luego que nace empieza a ver la luz y los varios objetos de que está rodeada. Se abren sus oídos y oye los sonidos que sucesivamente afectan el tímpano. Al mismo tiempo, todos los demás sentidos empiezan a percibir los ob­jetos respectivos. Vive y respira de una manera enteramen­te diferente de la que antes vivía y respiraba.

¡Qué completa es la comparación en todos estos detalles! Mientras el hombre permanece en su estado natural, antes de nacer de Dios, tiene vista-en un sentido espiritual-y no ve-un velo espeso e impenetrable le cubre los ojos. Tiene oídos, pero no oye-está enteramente sordo a aquello que más le atañe escuchar. Todos sus sentidos espirituales están adormecidos, es como si no los tuviera. De aquí que no co­nozca a Dios; que no tenga comunión con El; que no le co­nozca en lo absoluto. Nada sabe de las cosas eternas de Dios, bien espirituales, ya eternas. Por consiguiente, si bien como hombre está vivo, como cristiano está muerto. Empero lue­go que nace de Dios, se obra en él un cambio completo en todos estos sentidos. Se abren "los ojos de su entendimiento"-como dice el gran apóstol-y Aquel que en el principio "mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz," resplan­dece en su corazón, "para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios"-su amor glorioso-"en la faz de Jesucristo." Habiéndose abierto sus oídos, el creyente ya puede escuchar la voz de Dios que le dice: "Confía, hijo, tus pecados te son perdonados;" "Ve y no peques más."

Esta es la sustancia de lo que Dios habla al corazón, aunque no sea en las mismas palabras. Ahora puede oír todo lo que Aquel que enseña al hombre la ciencia, se complace de tiempo en tiempo en revelarle. "Siente en su corazón"-en las palabras de nuestra iglesia-"la obra poderosa del Espí­ritu de Dios." No en un sentido rudo y material, como los hombres del mundo tuercen a propósito el sentido de esa ex­presión, a pesar de que repetidas veces les hemos dicho que lo que queremos expresar es esto: Siente interiormente que la gracia del Espíritu de Dios está obrando en su corazón. Tiene la conciencia de esa paz que sobrepuja a todo enten­dimiento. Con frecuencia siente en su corazón tal gozo en el Señor, que no puede explicarse y está lleno de gloria. Sien­te el amor de Dios derramado en su corazón por el Espíritu Santo que le es dado, y ejercita todos sus sentidos espiritua­les en discernir entre el bien espiritual y el mal.

Usando de estos sentidos, el cristiano aumenta diaria­mente en el conocimiento de Dios y de Jesucristo, a quien El envió, y de todas las cosas que pertenecen a su reino in­visible. Ahora sí se puede decir en verdad que vive. Habién­dolo vivificado Dios por su Espíritu, está vivo ante Dios por medio de Jesucristo. Lleva una vida que el mundo no com­prende, una vida que "está escondida con Cristo en Dios." Dios está respirando continuamente, como quien dice, sobre el alma, y su alma aspira hacia Dios. La gracia desciende a su alma. Ascienden al cielo la oración y la alabanza, y por medio de este trato entre Dios y el hombre, esta comunión del Padre con el Hijo, como en una atmósfera espiritual, se sostiene en el alma la vida de Dios, y el hijo de Dios crece hasta que llega "a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo."

5.          De esto se desprende claramente la naturaleza del nuevo nacimiento. Es ese gran cambio que Dios obra en el alma cuando la trae a la vida. Es levantarla de la muerte del pecado a la vida de la justicia. Es el cambio que el Espíritu omnipotente de Dios lleva a cabo en el alma cuando la crea de nuevo en Jesucristo; cuando la renueva a la imagen de Dios "en justicia y en santidad de verdad." Cuando se cam­bia el amor del mundo por el amor de Dios; el orgullo en humildad; el odio, la envidia y la malicia, en un amor sin­cero, tierno y desinteresado para todo el género humano. En una palabra, es ese cambio de la mente terrena, sensual y diabólica en "ese sentir que hubo también en Cristo Jesús." Tal es la naturaleza del nuevo nacimiento. "Así es todo Aquel que es nacido del Espíritu."

III.        1. Cosa bien clara es para todo aquel que haya meditado sobre estos asuntos, la necesidad del nuevo naci­miento y de contestar a la tercera pregunta: ¿Para qué debo nacer otra vez Perfectamente se comprende que es nece­sario nacer de nuevo, en primer lugar, para obtener la san­tidad. Porque ¿qué cosa es la santidad según los Oráculos de Dios No es simplemente la religión exterior, ciertos de­beres, por muchos que éstos sean y mucha la fidelidad con que se cumplan.

La santidad del evangelio es nada menos que la imagen de Dios grabada en el corazón. Es todo el sentir que también hubo en Jesucristo. Consiste de todas las disposiciones y afectos celestiales unidos en un corazón. Significa un amor tan continuo y lleno de gratitud a Aquel que envió a su propio Hijo, que se hace natural y necesario en nosotros amar a todos los hijos de los hombres. Nos llena el corazón "de mi­sericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de tolerancia." Es un amor a Dios tal que nos enseña a andar sin mancilla, que nos ayuda a presentar nuestras almas y nuestros cuerpos, todo lo que somos y todo lo que tenemos, nuestros pensamientos, palabras y hechos, como un conti­nuo sacrificio a Dios, aceptable en Jesucristo.

Ahora bien, esta santidad no puede existir sino hasta después de ser renovados en la imagen de nuestra mente. No puede empezar en el alma antes de obrarse ese cambio, an­tes de que el poder del Altísimo nos cubra y seamos traídos de la oscuridad a la luz, del poder de Satanás a Dios-es decir, hasta que nazcamos otra vez, lo que, por consiguiente, es absolutamente necesario a la santidad.

2.          Empero "sin santidad nadie verá al Señor"-a Dios en la gloria-y por consiguiente, el nuevo nacimiento es absolutamente necesario a la salvación eterna. A la verdad que los hombres se engañan a sí mismos, debido a lo engañoso y perverso de su corazón, y creen que podrán vivir en sus pe­cados hasta que llegue la última hora, y después gozar de Dios. Hay millares que creen haber encontrado un camino ancho que no guía a la destrucción. "¿Qué peligro"-dicen -"puede correr una mujer inofensiva y buena" "¿Quién duda que entrará en el cielo un hombre tan honrado, tan estricto en su moral, que asiste a la iglesia constantemente y frecuenta los sacramentos" Alguna de estas personas pre­guntará con el mayor aplomo: "¿Qué no me irá tan bien co­mo a mis prójimos"

Indudablemente que os irá tan bien como a vuestros pró­jimos inconversos, tan bien como a vuestros prójimos que mueren en sus pecados, puesto que junto con ellos caeréis en los profundos, en el infierno. Todos juntos caeréis en el lago de fuego-"el lago de fuego y azufre." Entonces no po­dréis menos que convenceros (ojalá que os convencierais an­tes) de que la santidad es necesaria para poder entrar a la gloria, de que el nuevo nacimiento es indispensable, pues­to que nadie puede ser santo sin nacer otra vez.

3.          Por la misma razón, nadie puede ser feliz en este mundo a no ser que nazca otra vez, puesto que no es posible, en el orden natural de las cosas, que un hombre que no es santo sea feliz. Aun aquel pobre poeta mundano nos dice: Nemo malus felix-Ningún hombre malo es feliz. La razón es obvia: todo genio impuro está intranquilo. No sólo la ma­licia, el odio, la envidia, los celos y la venganza encienden un fuego en el alma, sino también otras pasiones menos fer­vientes, si no se les sujeta en sus límites, causan miles de penas más que de placeres. Aun la esperanza cuando se tar­da en realizarse, lo que sucede a cada paso, enferma el cora­zón. Los deseos que no son conforme a la voluntad de Dios, por lo general nos traspasan con muchos dolores. Y esas fuen­tes del pecado: el orgullo, la voluntariedad y la idolatría, se convierten en motivo de sufrimiento en proporción directa al dominio que tienen sobre el alma. Por consiguiente, mien­tras estas pasiones reinan en el corazón, no cabe la felicidad. Siguen reinando hasta que se cambia la índole de nuestra na­turaleza, es decir hasta que nacemos otra vez. En consecuen­cia, el nuevo nacimiento es absolutamente necesario a la fe­licidad en este mundo lo mismo que en el otro.

IV.        Me propuse, por último, añadir algunas sugestio­nes que naturalmente se siguen de las observaciones ante­riores.

1.          En primer lugar, desde luego se sigue que el bautis­mo y el nuevo nacimiento no son una misma cosa. Muchos se figuran, a la verdad, que son exactamente lo mismo-al menos hablan como si así lo creyeran. Si bien no sé, por otra parte, que ninguna denominación cristiana acepte pública­mente esta opinión. Ciertamente que en este reino, ni la igle­sia del estado ni las iglesias que se han separado de ella, en­señan tal doctrina. Estas últimas dicen en su catecismo ma­yor: "Pregunta: ¿Cuántas partes hay en un sacramento Respuesta: Hay dos partes en un sacramento: la señal ex­terna y visible, y la gracia espiritual e interna significada con la señal. Pregunta: ¿Qué cosa es el bautismo Respuesta: El bautismo es un sacramento en el que Dios ha ordenado el lavamiento con el agua, como señal y sello de la regenera­ción por su Espíritu." Muy claramente se distingue en estas palabras la señal, y la regeneración que es la cosa significada.

Igualmente, la iglesia enseña su opinión en el catecismo con la mayor claridad: "Pregunta: ¿Qué entiendes por esta palabra sacramento Respuesta: Entiendo una señal externa y visible de una gracia interna y espiritual. Pregunta: ¿Cuál es la señal externa y visible o forma en el bautismo Res­puesta: El agua, con la cual la persona es bautizada en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Pregunta: ¿Cuál es la gracia interna y espiritual Respuesta: Muerte al pecado y nuevo nacimiento a la justicia." No puede ser más clara la opinión de la Iglesia Anglicana de que el bau­tismo no es el nuevo nacimiento.

Mas esto es tan llano y evidente que no necesitamos ci­tar ninguna otra autoridad, porque es muy obvio que la una cosa es externa, y la otra interna; la una visible, la otra in­visible-dos cosas enteramente distintas, siendo la primera un acto del hombre, la purificación del cuerpo, y la otra un cambio que Dios lleva a cabo en el alma. De manera que la primera es tan diferente de la segunda como el cuerpo y el alma, el agua y el Espíritu Santo.

2.          De las anteriores reflexiones observaremos, en se­gundo lugar, que así como el nuevo nacimiento y el bau­tismo no son una misma cosa, tampoco aquél se aúna siem­pre a éste, no siempre van juntos. Puede un hombre "nacer de agua," y sin embargo, no "nacer del Espíritu." Puede existir la señal exterior donde no se encuentra la gracia interna. No me refiero ahora a los niños. Indudablemente, nuestra igle­sia supone que todos los que han sido bautizados en su in­fancia, nacieron de nuevo al mismo tiempo-y se concede que todo el oficio del bautismo se basa en esta suposición. El que no podamos comprender cómo se lleve a cabo esta obra en los niños, no es razón para objetar a lo anterior, puesto que tam­poco podemos explicarnos cómo tiene lugar en los adultos. Sea esto lo que fuere, sabemos perfectamente que no todos los adultos que se bautizan nacen al mismo tiempo otra vez. "El árbol por su fruto es conocido." Es cosa evidente y que no puede negarse, que varios hombres que antes de ser bau­tizados eran hijos del diablo, continúan siéndolo, "haciendo las obras de su padre," y siguiendo como siervos del pecado, sin la menor pretensión de santidad exterior ni interior.

3.          La tercera deducción que podemos sacar de lo que dejamos asentado, es que el nuevo nacimiento no es lo mis­mo que la santificación. Muchos creen lo contrario, especial­mente un escritor eminente así lo manifiesta en un tratado que acaba de publicar sobre "La Naturaleza y las Bases de la Regeneración Cristiana." Haciendo a un lado varias ob­jeciones de mucho peso que pudiéramos hacer a dicho tra­tado, sólo mencionamos ésta por lo palpable. Habla de la re­generación, del principio hasta el fin, como de una obra pro­gresiva que se lleva a cabo en el alma de una manera gra­dual, desde el momento en que nos convertimos a Dios. Esto es indudablemente cierto de la santificación, pero no lo es de la regeneración, del nuevo nacimiento. Este es parte, pe­ro no el todo, de la santificación-es la puerta, la entrada. Al nacer de nuevo, el creyente empieza su santificación, su san­tidad interior y exterior, y desde ese momento debe crecer gradualmente en "Aquel que es la Cabeza."

Además de marcar la diferencia entre la regeneración y la santificación, esta expresión del Apóstol señala admira­blemente la analogía exacta que existe entre las cosas mate­riales y las espirituales. La mujer da a luz a una criatura en un momento, o al menos en unos cuantos instantes; después, el niño crece gradualmente hasta que llega a tener la esta­tura de un hombre. De la misma manera, un hijo nace de Dios en poco tiempo, si no es que en un instante; después cre­ce, pero muy gradualmente, hasta que llega a tener la ple­nitud de la estatura de Cristo. Por consiguiente, la misma relación que hay entre nuestro nacimiento y desarrollo material, existe también entre el nuevo nacimiento y la santifi­cación.

4.          Otra cosa podemos aprender de las anteriores obser­vaciones, mas siendo éste un punto de gran importancia, de­bemos considerarlo con mucho cuidado y alguna extensión. ¿Qué deberá decir todo aquel que ame las almas de los hom­bres, y no quiera que ninguna de ellas se pierda, a un hom­bre que habitualmente quebranta el día del Señor, se em­borracha, o vive cometiendo cualquier otro pecado Si lo que dejamos asentado es cierto, ¿qué otra cosa podrá decirle, sino: "Os es necesario nacer otra vez" Alguien contesta: "No, eso no se debe hacer." ¿Cómo puede usted hablarle a una persona de una manera tan poco caritativa ¿No está bautizada ¿Ya no puede nacer otra vez ¿No puede nacer de nuevo ¿Está usted seguro Entonces no puede salvarse, aunque sea tan viejo como Nicodemo. Sin embargo, si no naciere otra vez, no podrá entrar en el reino de Dios. Por tanto, al decir que no puede nacer de nuevo, le condena usted para siempre. ¿Quién es el falto de caridad, usted o yo Yo digo que puede nacer otra vez y ser heredero de la salvación. Usted dice que no puede nacer de nuevo, y lo condena a una perdición inevita­ble. Le cierra usted por completo el camino de la salvación, y sin la menor lástima lo manda derechito al infierno.

Empero tal vez al pecador mismo a quien en espíritu de verdadera caridad decimos: "os es necesario nacer otra vez," se le haya enseñado a contestar: "Desafío vuestra nueva doc­trina. No necesito nacer de nuevo. Nací otra vez cuando me bautizaron. ¿Cómo ¿Queréis que niegue la eficacia del bautismo"

Contesto, en primer lugar, que no hay nada en toda la faz del mundo que disculpe una mentira. De otra manera di­ría yo al pecador: Si te has bautizado, no lo digas, porque diciéndolo agravas mucho tu culpa. ¡Esto aumenta en gran manera tu condenación! A los ocho días de nacido te dedi­caron a Dios, y durante los años de tu vida te has dedicado a ti mismo y al diablo. Aun antes de que tuvieras uso de ra­zón te consagraron en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y desde que lo tienes has estado huyendo de Dios y consagrándote a ti mismo y a Satanás. ¿Has des­echado acaso, como debías, las abominaciones, el amor del mundo, la soberbia, la cólera, la lujuria, los deseos torpes y todos los afectos viles de tu corazón ¿No has puesto todas estas pasiones en esa alma que en un tiempo fue el templo del Espíritu Santo, y que fue entregada a El de la manera más solemne ¿Te glorías de haber pertenecido una vez a Dios ¡Avergüénzate, humíllate, esconde tu rostro! Jamás vuelvas a hacer alarde de una cosa que debería avergonzarte ante Dios y ante los hombres.

Contesto en segundo lugar: Has negado la eficacia del bautismo. La has negado del modo más efectivo que pueda imaginarse. La has negado una y mil veces, y la sigues ne­gando diariamente. Renunciaste en el bautismo al diablo y a todas sus obras. Siempre que lo aceptas, siempre que haces alguna de sus obras, niegas la eficacia del bautismo. Por con­siguiente, con cada hecho inmundo, con la borrachera, o la venganza, con cada palabra obscena o profana, con cada mal­dición que se desliza por tus labios, niegas esa eficacia. Cada vez que profanas el día del Señor, cada vez que haces a otro lo que no quisieras para ti, niegas la eficacia del bautismo.

Contesto en tercer lugar: Ya sea que estés bautizado o no lo estés, debes "nacer otra vez." De otra manera, no es posi­ble que seas puro interiormente, y sin pureza interior y ex­terior, no es posible que seas feliz en este mundo, y mucho menos en el otro. Me dices que no haces mal a nadie; que eres honrado y justo en todos tus tratos; que no profanas el día del Señor; que no eres borracho; que no calumnias a tu prójimo ni vives en ningún pecado. Si así fuere, desearía yo que todos los hombres siguieran tu ejemplo. Pero aún debes hacer más todavía, si quieres salvarte: debes "nacer de nue­vo." Y si a lo que llevas dicho agregas que vas más adelante; que no solamente no haces mal a nadie, sino que haces todo el bien que puedes, te contesto que lo dudo. Temo que hayas dejado pasar muchas oportunidades de hacer el bien, de las cuales habrás de dar cuenta a Dios. Pero aun cuando las hu­bieras aprovechado, aun cuando en realidad de verdad hu­bieras hecho a los hombres todo el bien que hayas podido, esto no cambia el caso en lo absoluto: te es necesario nacer otra vez. Sin esto nada puede ayudar a tu pobre alma pecami­nosa y manchada.

"Sí, pero constantemente uso las ordenanzas de Dios, voy a la iglesia y tomo el sacramento." Enhorabuena, pero todo esto de nada te vale. Ve a la iglesia dos veces al día; toma la comunión todos los domingos; di cuantas oraciones quieras en lo privado; oye cuantos sermones gustes; lee to­dos los libros buenos que te agraden. A pesar de todo esto, debes "nacer otra vez." Ninguna de estas cosas puede suplir al nuevo nacimiento--nada, absolutamente nada.

Sea esta tu oración continua, si todavía no has sentido en tu corazón esta obra de Dios: "Señor, concede a tu siervo esta bendición más, que vuelva a nacer. Niégame cuanto quieras, pero no me niegues el nacimiento de arriba. Quíta­me cuanto gustes, reputación, fortuna, amigos, salud, pero concédeme el nacer del Espíritu, el ser recibido entre los hijos de Dios. Concédeme que nazca yo, no de simiente co­rruptible, sino de incorruptible, 'por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre,' y después, que crezca yo en gracia 'y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.'

PREGUNTAS SOBRE EL SERMON XLV

1. (¶ 1). ¿Qué se dice de la doctrina del nuevo nacimiento 2. (¶ 2). ¿Qué cosa es importante a todos los hijos de los hombres 3. (I. 1). ¿Cuál es la primera proposición 4. (I. 2). ¿Qué se dice de la inmutabilidad del hombre 5. (I. 3). ¿Qué se dice de la creencia de que las amenazas sólo se refieren a la muerte temporal 6. (I. 4). ¿Cuál fue el resultado del pecado de Adán 7. (II. 1). ¿Qué propo­sición se asienta en segundo lugar 8. (II. 2). ¿Podemos dar una explicación filosófica del nuevo nacimiento 9. (II. 3). ¿Qué cosa basta a un fin racional 10. (II. 4). ¿Qué analogía se presenta aquí 11. (II. 5). ¿Qué se deduce de esto ¿Cómo se define el nuevo naci­miento 12. (III. 1). Mencione usted la tercera proposición. 13. (III. 1). ¿Cuál es la primera razón que se menciona ¿Qué cosa es la santidad 14. (III. 2). ¿Por qué es el nuevo nacimiento absoluta­mente necesario a la salvación 15. (III. 3). ¿Cuál es la consecuencia aun en este mundo ¿Qué se dice del poeta mundano 16. (IV). ¿Qué cosa se propone el predicador mostrar en conclusión 17. (IV. 1). ¿Es el bautismo el nuevo nacimiento ¿Cómo prueba que no lo es 18. (IV. 1). ¿Qué se dice de la opinión de la Iglesia Anglicana ¿Qué deducción saca de las citas que hace del catecismo 19. (IV. 2). Si bien ningún escritor de esa iglesia afirma que el bautismo y la regene­ración sean una misma cosa, ¿no hay muchos que enseñan la doctrina de la regeneración bautismal Respuesta: Los hay, y sostienen que la gracia espiritual se aúna a la ceremonia exterior. El señor Wesley afir­ma que la gracia no siempre se aúna al sacramento. 20. (IV. 2). ¿Qué dice el señor Wesley que enseña la Iglesia Anglicana respecto del bau­tismo de infantes ¿Qué dice del oficio del bautismo de infantes 21. (IV. 3). ¿Qué deducción saca en tercer lugar 22. (IV. 4). ¿Cómo se dirige al pecador bautizado

Nota: -Antes del año de 1661, la Iglesia Anglicana no tenía un oficio para el bautismo de adultos, lo que prueba que el bautismo de párvulos se practicaba universalmente en la iglesia antes de la Reforma.