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Sermón XLIII - La Vía Escrituraria de la Salvación

NOTAS INTRODUCTORIAS

Este sermón se publicó primeramente en el año de 1765 en for­ma de folleto, y luego se incluyó en los tomos de sermones en 1771. Puede tomarse, juntamente con la "Relación Sencilla de la Perfección Cristiana," que se publicó en el año siguiente, como la expresión de las opiniones mejor formadas del señor Wesley so­bre este asunto. Por espacio de cinco años el espíritu de amor perfecto se había dejado sentir en las sociedades metodistas en abundante medida, ofreciendo el señor Wesley frecuentes oportuni­dades de estudiar el asunto bajo todos sus aspectos y a la luz de la experiencia viva. Durante el progreso de este trabajo, procuró proteger muchos puntos en la definición de la perfección cris­tiana, en contra del antinomianismo por una parte, y el entusias­mo por la otra, y escribió los consejos importantes que da a los que están salvos del pecado.

Este sermón trata especialmente de la manera de obtener la perfección cristiana. El doctor Whitehead, lo mismo que el señor Tyerman, parecen opinar que en esta época fue cuando empezó el señor Wesley a creer y a enseñar que esa gracia puede recibirse en un momento por medio de la simple fe. Indudablemente que, como el señor Wesley claramente dice, desde el principio de sus trabajos evangélicos había creído en la doctrina de la perfec­ción cristiana. Sostenía igualmente que se obtenía por medio de la fe, pero hacía más enfático el trabajo gradual y anterior del dominio de sí mismo y la completa obediencia. A la fecha de que tratamos, parécenos que el señor Wesley esclareció más los si­guientes puntos de enseñanza, y probablemente su propia expe­riencia, puesto que muy desde el principio (1760) habla de la obra de Dios que es "muy saludable a mi propia alma."

1.          La naturaleza de la fe que santifica, y que se define cla­ramente en este sermón como la fe que justifica, definida en el primer discurso. La relación de aquella definición con su propia experiencia puede inducirnos a creer que existe aquí una rela­ción semejante.

2.          Se define mucho más claramente que antes, la relación de la obra gradual del Espíritu, en lo que él llama el arrepentimien­to de los creyentes, con esta fe y con un estado más elevado de gracia. El sermón sobre el arrepentimiento de los creyentes lo es­cribió dos años después.

3.          En sus tratados sobre la perfección cristiana expuso más claramente la doctrina del testimonio o certidumbre que el Es­píritu Santo da de la entera santificación, refiriéndose a ella en este sermón sólo de una manera indirecta.

4.             Magnifica el momento en que se llega a tener la concien­cia de poseer esta completa salvación, como una crisis en la ex­periencia religiosa, de la misma manera que magnificó la con­ciencia de la justificación después de la experiencia del 24 de mayo de 1738. No insiste en que esto sea absolutamente indis­pensable para obtener dicha salvación, pero cree el señor Wesley que es infinitamente de desearse que esta crisis se defina muy claramente.

5.          Es obvia la unión de la primera y de la segunda gran crisis de la experiencia en el curso de la salvación. Ambas des­cansan sobre el sacrificio. Ambas son la obra del Espíritu Santo en el curso de la persuasión que guía a la sumisión y a la fe, se­guida del testimonio o certeza que se convierte en la fe perma­nente. Empieza la primera crisis la obra que la segunda lleva a la perfección. El señor Wesley desarrolla este paralelo muy por completo.

6.             Empieza el señor Wesley a presentar esta segunda crisis a los creyentes de una manera más enfática que antes. Algunas veces parece ir más allá del modelo que en 1745 presentó como necesario.

7.             Notamos que en este sermón se rinde el mismo honor y preeminencia al Espíritu Santo que en la doctrina de la conver­sión. En esto se distinguen las enseñanzas del señor Wesley de toda clase de antinomianismo. Existe cierta clase de perfecciona­miento antinomiano, semejante a la doctrina paralela de la justi­ficación, que solamente se asume o se imputa. No procura el se­ñor Wesley hacer que un procedimiento meramente intelectual, o las fórmulas lógicas, produzcan la experiencia religiosa. "La convic­ción divina" debe preparar todos los pasos. Esta verdad impor­tante es característica de todas sus enseñanzas, las distingue de muchas enseñanzas modernas. Solamente orando al Espíritu y sien­do guiados por el Espíritu, podemos esperar llegar a la perfec­ción. Ninguna consagración ni fe serán suficientes fuera de la consagración que resulta de estar convencido del pecado innato por el Espíritu Santo y fuera de esta fe que es la inspiración del Espíritu Santo-la evidencia y persuasión divinas. Por supuesto que el señor Wesley no excluye nuestra cooperación con el Espí­ritu Santo en el uso de los medios, pero nunca cae en ese error común que sólo guía a la imitación superficial de la vida divi­na. -Burwash.

ANALISIS DEL SERMON XLIII

La sencillez de la religión. Su fin es la salvación. Su medio, la fe.

I.             ¿Qué cosa es la salvación

No es la felicidad eterna. Es una cosa actual. En el sentido más extenso incluye la gracia que previene. Empero es especial­mente la justificación y la santificación. La justificación es el per­dón, el lavamiento de nuestros pecados, y el ser aceptados por Dios. Esto lo consigue Cristo. Se siguen el gozo y la paz. Al mis­mo tiempo empieza la santificación. Somos renovados interiormente por el poder de Dios. Esta renovación no es perfecta toda­vía, si bien algunos suponen que sí lo es. Desde el momento en que empieza este cambio principia la destrucción del pecado y se completa en la entera santificación, el amor perfecto, que ex­cluye el pecado y llena el corazón.

II.             ¿Qué cosa es esa fe por medio de la cual somos salvos

Generalmente se dice que fe es la evidencia o persuasión di­vina que incluye una luz sobrenatural y una percepción sobre­humana de esa luz. Más especialmente, fe es la evidencia o con­vicción divina de que Jesucristo me amó y se dio a sí mismo por mí. Por medio de esta fe recibimos a Cristo. Incluye la certeza que Dios nos da de la salvación y de nuestra unión con El, siendo ésta la consecuencia de aquélla. Por esta fe somos salvos.

III.        ¿De qué manera nos salva esta fe

1.             Como la condición-la única condición-de la justifica­ción. Sin ella nadie se salva, todo aquel que la tiene está justifi­cado. El arrepentimiento es necesario, pero no en el mismo sen­tido ni grado. Es indirectamente necesario, y sus frutos sólo se necesitan de una manera condicional.

2.             Como la condición-la única condición-de la santifica­ción. También precede a ésta el arrepentimiento-que es la con­vicción producida por el Espíritu Santo del pecado que aún per­manece en nuestros corazones, y que, por consiguiente, leuda todas nuestras acciones-y la conciencia de nuestra completa in­capacidad para salvarnos por nosotros mismos. Los frutos de este arrepentimiento son obras de piedad y de misericordia, pero, lo mismo que en el estado anterior, estos frutos sólo son necesarios cuando se presenta la oportunidad de darlos, y este arrepenti­miento sólo es remotamente necesario a fin de ejercitar la fe. De aquí que la fe sea la única condición inmediata. ¿Qué cosa es la fe por medio de la cual somos santificados

(1)        La evidencia y persuasión divinas de que Dios lo ha prometido en su Santa Palabra.

(2)        La evidencia y persuasión divinas de que El puede y quiere cumplir lo que ha prometido.

(3)        La evidencia y persuasión divinas de que lo puede cum­plir ahora mismo.

(4)        La evidencia y persuasión divinas de que lo hace. En esa misma hora se cumple. Puede ser que en algunos tenga lugar tan gradualmente que no puedan determinar la hora, pero in­dudablemente hay un momento en el que podemos tener la con­ciencia de esa santificación, y deberíamos aguardar diariamente ese instante. ¿Por qué no ahora mismo

SERMON XLIII

LA VIA ESCRITURARIA DE LA SALVACION

Por gracia sois salvos por la fe (Efesios 2:8).

1.             Nada más difícil de entender, por lo intrincado y lo complejo, que la religión según se ha descrito con frecuencia. Esto es cierto no sólo respecto de la religión de los paganos, de muchos de los más sabios de entre ellos, sino también res­pecto de la religión de aquellos que, en cierto sentido, eran cristianos. De hombres muy prominentes en el mundo cris­tiano, hombres que parecían ser columnas de la Iglesia. Por otra parte, qué cosa tan sencilla y fácil es entender la reli­gión genuina de Jesucristo, con tal que la recibamos en toda su pureza, tal cual la describen los Oráculos de Dios. El sa­bio Creador y Gobernador del mundo la concibió perfecta­mente adaptada al entendimiento débil y a la corta capaci­dad del hombre en su condición actual. Esto es muy patente respecto del fin de la religión y de los medios de ese fin. El objeto es la salvación; el medio de obtener ese fin es la fe.

2.             Fácilmente se ve que estas dos palabras, fe y sal­vación, incluyen la sustancia de toda la Sagrada Escritura, la esencia, como quien dice. Debemos procurar evitar toda equivocación respecto de ellas, y formar un juicio verdadero y exacto respecto de ambas.

3.             Investiguemos, pues, seriamente:

I.           ¿Qué cosa es la salvación

II.          ¿Qué cosa es la fe por medio de la cual somos salvos

III.        ¿De qué manera nos salva esta fe

I.          1. Primeramente, investiguemos: ¿qué cosa es la sal­vación La salvación de que aquí se habla no es, como ge­neralmente se entiende esta palabra, ir al cielo, la felicidad eterna. No es la entrada del alma al paraíso, lo que el Señor llama "el seno de Abraham." No es una bendición que ha de alcanzarse al otro lado de la tumba o, como generalmente decimos, en la otra vida. Las palabras mismas del texto dejan esto enteramente fuera de duda: "sois salvos." No es al­go por venir, es una cosa actual, una bendición que por la misericordia gratuita de Dios ahora mismo poseéis. Las pa­labras del texto pueden traducirse muy correctamente: "Se os ha salvado." De manera que la salvación de que aquí se habla puede referirse a toda la obra de Dios-desde que la primera luz de la gracia divina aparece en el alma, hasta su consumación en la gloria.

2.          Si tomamos esta salvación en su sentido más exten­so, incluye toda la obra que se lleva a cabo en el alma, lo que con frecuencia se llama "conciencia natural," pero más propiamente "gracia preveniente." Incluye todos los llama­mientos del Padre, los deseos de tener a Dios, que si los ali­mentamos, aumentarán más; toda esa luz con que el Hijo de Dios "alumbra a todo hombre que viene a este mundo;" ense­ñando a todos los hombres a "hacer juicio, amar misericordia, y humillarse" para andar con su Dios. Incluye también to­das las convicciones que su Espíritu inspira de tiempo en tiempo en cada criatura, si bien es cierto que la mayoría de los hombres las ahogan inmediatamente y poco después las olvidan, o al menos niegan que las hayan tenido.

3.             Empero hablamos ahora de esa salvación a la que el Apóstol se refiere directamente, la cual consiste de dos par­tes principales: la justificación y la santificación.

Justificación es sinónimo de perdón. Es el lavamiento de todos nuestros pecados, lo que necesariamente se incluye en ese perdón al ser aceptados por Dios. El precio de esta salva­ción, llamado comúnmente "la causa meritoria de nuestra justificación," es la sangre y la justicia de Cristo-o más cla­ramente, todo lo que Jesucristo hizo y sufrió por nosotros hasta "derramar su vida por los transgresores." Los efectos inmediatos de la justificación son la paz de Dios, esa "paz que sobrepuja a todo entendimiento," y el regocijo "en la es­peranza de la gloria de Dios," un gozo inefable y glorificado.

4.          Al mismo tiempo que somos justificados, en el mis­mo instante, principia la santificación. En ese momento nace­mos de nuevo, nacemos de lo alto, nacemos del Espíritu, tiene lugar un cambio real lo mismo que relativo. Somos renovados interiormente por el poder de Dios. Sentimos "el amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espí­ritu Santo que nos es dado," y quien engendra el amor al género humano y muy especialmente a los hijos de Dios.

Excluye el amor del mundo, el amor del placer, de las como­didades, de los honores, del dinero; lo mismo que la soberbia, la ira, la voluntad propia y toda clase de mala disposición. En una palabra, convierte la mente terrena, sensual, diabó­lica, en la mente de Cristo.

5.             Cosa muy natural es que quienes sienten ese cambio imaginen que ya no queda ningún pecado. Que ha sido arran­cado de raíz del corazón. Que ya no ocupa en él ningún lu­gar. Cuan fácilmente sacan esta conclusión: "No siento nin­gún pecado, por consiguiente, no tengo ninguno. No se mueve, por consiguiente, no existe. No tiene movimiento alguno, por consiguiente, no tiene ser."

6.             Pero muy pronto se desengañan al descubrir que el pecado estaba dormido, pero no muerto. Vuelve la tentación y revive el pecado, mostrándoles que estaba aturdido, mas no muerto. Sienten en sí mismos dos principios contrarios el uno al otro: la carne luchando en contra del Espíritu; la na­turaleza oponiéndose a la gracia de Dios. No pueden negar que si bien tienen el poder de creer en Jesucristo y de amar a Dios, si bien el Espíritu aún testifica con sus espíritus que son hijos de Dios, algunas veces sienten soberbia y voluntad propia, otras cólera o incredulidad. Sienten que algunas de esas pasiones se mueven con frecuencia en sus corazones, si bien no conquistando, tal vez atacándolos con frecuencia para que caigan, pero el Señor es su ayuda.

7.             Con qué exactitud describió Macario hace mil cua­trocientos años, la experiencia de los hijos de Dios: "Aque­llos que no tienen experiencia, al sentir los efectos de la gracia se figuran que ya no tienen pecado. Mientras que los que tenemos la gracia de Dios podemos ser molestados otra vez, puesto que ha habido ejemplos entre los hermanos-y esto a menudo-de hombres que afirman no tener ya pe­cado alguno, y después de todo, cuando se creían libres del todo, la corrupción que había en ellos asentada se alborotó y por poco los reduce a cenizas."

8.             Desde el momento en que nacemos de nuevo, empieza la obra gradual de la santificación. El Espíritu nos ayuda a mortificar "las obras de la carne," de nuestra naturaleza per­versa, y mientras más muertos estamos al pecado, más entera­mente vivimos para Dios. Pasamos de gracia en gracia mien­tras tenemos cuidado de abstenemos aun de las apariencias de lo malo. Somos "celosos de buenas obras," según se pre­senta la oportunidad. Cumplimos sin falta con todas las or­denanzas, adorando a Dios en ellas en espíritu y en verdad. Tomamos nuestra cruz y no nos permitimos ningún placer que no nos guíe hacia Dios.

9.          De esta manera esperamos recibir la santificación completa, la salvación completa de todos nuestros pecados, de la soberbia, la voluntad propia, la cólera, la incredulidad. O como dice el apóstol: "vamos adelante a la perfección." Empero, ¿qué cosa es perfección Esta palabra tiene varios significados: aquí significa amor perfecto. Es amor que eli­mina el pecado; amor que llena el corazón, que se posesiona del alma. Es el amor que se regocija siempre, ora siempre y da gracias siempre.

II.             Empero, ¿qué cosa es esta fe por medio de la cual somos salvos Este es el segundo punto que pasamos a con­siderar.

1.          Por lo general, el apóstol define la fe como la demos­tración, la evidencia o persuasión divina de las cosas que no se ven, que son invisibles, que no las perciben la vista ni los sentidos externos. Incluye una evidencia sobrenatural de Dios y de las cosas de Dios. Es cierta luz espiritual que alumbra el alma, y una vista o percepción sobrenatural de dicha luz. De aquí que la Escritura hable algunas veces de la luz que Dios da y otras del poder de discernir. Pablo dice: "Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que res­plandeció en nuestros corazones, para iluminación del cono­cimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo." Y en otro lugar habla del "Padre de gloria alumbrando los ojos de vuestro entendimiento."

Debido a esta doble acción del Espíritu Santo que abre y alumbra nuestros ojos, vemos las cosas que el ojo natural no ha visto, ni el oído ha escuchado. Tenemos la perspectiva de las cosas invisibles de Dios. Vemos el mundo espiritual que por todas partes nos rodea, y que nuestras facultades na­turales ignoran tanto como si no existiese. Vemos el mundo eterno por la rotura del velo que separa lo presente de lo fu­turo. Se desvanecen la oscuridad y las tinieblas, y vislum­bramos la gloria que ha de ser revelada.

2.             Tomando la palabra en su significado más especial, la fe es la evidencia y la persuasión no sólo de que "Dios es­taba en Cristo reconciliando el mundo a sí," sino también de que Cristo me amó y se entregó a sí mismo por mí. Por medio de esa fe-ya sea que la llamemos la esencia o su atri­buto-recibimos a Cristo; lo recibimos en todos sus oficios como nuestro Profeta, Sacerdote y Rey. Por medio de esa fe "nos ha sido hecho por Dios sabiduría, y justificación, y santificación, y redención."

3.             "Empero, ¿es esta la fe de la seguridad o la fe de la adhesión La Escritura no hace semejante distinción. Dice el Apóstol: "Una fe...una misma esperanza de vuestra vocación." La fe del cristiano que salva es una, lo mismo que "un Señor," en quien creemos, y "un Dios y Padre de todos." Evidentemente, esta fe incluye la seguridad-que en este pasaje es sinónimo de evidencia-de que Cristo me amó y se dio a sí mismo por mí, puesto que "todo aquel que cree" con una fe verdadera y viva, tiene el testimonio en sí mismo. "El Espíritu da testimonio" a su espíritu de que es hijo de Dios, y si es hijo, Dios manda el Espíritu de su Hijo a su co­razón, por el cual dama: "Abba, Padre," y le da la seguri­dad de que lo es, y una confianza en El semejante a la de un niño.

Empero debemos observar que, según el orden natural de las cosas, esta acción de asegurar es anterior a la confian­za que produce, puesto que ningún hombre puede tener la confianza de un niño en Dios, si antes no sabe que es hijo de Dios. Por consiguiente, la confianza, la certeza, la adhesión, o como queráis llamarla, no es la primera rama o efecto de la fe, como suponen algunos, sino la segunda.

4.             Esta fe es el medio de nuestra salvación, justifica­ción y santificación, si se toma la palabra en su sentido más elevado. Mas ¿cómo nos justifica y santifica esta fe Esta es la tercera parte de nuestro discurso, y puesto que es el princi­pal punto en cuestión, y de gran importancia, bueno será que lo consideremos de una manera clara y completa.

III.        1. Primeramente, ¿cómo nos justifica esta fe ¿Có­mo debemos entender esta justificación Contesto que la fe es la condición, la única condición, de la justificación. Es la condición. Ninguno que no cree puede ser justificado. Nin­gún hombre sin fe puede justificarse. Es la única condición; sólo ésta basta para justificarse. Todo aquel que cree, queda justificado, tenga o no tenga otras condiciones. En una pala­bra: ningún hombre se justifica hasta que cree y todo aquel que cree es justificado.

2.             "Empero, ¿no nos manda Dios que hagamos obras dignas de arrepentimiento, que cesemos de obrar el mal y que aprendamos a hacer el bien ¿No son ambas cosas de absoluta necesidad, puesto que si nos olvidamos de la una o de la otra, no podemos racionalmente esperar ser justifi­cados Si esto es así, ¿cómo dicen que la fe es la única con­dición de la justificación"

Indudablemente que Dios nos manda arrepentirnos, que hagamos obras dignas de ese arrepentimiento y que si no obe­decemos, no podemos esperar racionalmente ser justificados. Por consiguiente, el arrepentimiento y el fruto digno de ese arrepentimiento son, en cierto sentido, necesarios a la justi­ficación, mas no son necesarios en el mismo sentido ni en el mismo grado que la fe. No son necesarios en el mismo grado, porque los frutos se necesitan sólo condicionalmente-si hay tiempo y se presenta la oportunidad de rendirlos. Puede darse el caso de que un hombre se justifique sin esas obras como el ladrón en la cruz, pero sin fe nadie puede justificarse, esto es absolutamente imposible. Asimismo, si alguien ha sentido un gran arrepentimiento, si ha hecho muchas obras dignas de ese arrepentimiento, y no cree, de nada le valdrá todo lo que haga, no está justificado. Empero en el mo­mento en que cree, ya sea que tenga obras o que no las ten­ga, con mayor o menor arrepentimiento queda justificado. El arrepentimiento y su fruto no son necesarios en el mismo sentido, sino sólo remotamente. Son necesarios respecto de la fe, en tanto que la fe es inmediata y directamente necesaria para la justificación. Queda, pues, asentado, que la única con­dición inmediata y directamente necesaria de la justifica­ción es la fe.

3.             "Empero, ¿cree usted que somos santificados por la fe Sabemos que usted cree que el hombre se justifica por la fe, pero, ¿no cree usted, no enseña que nos santificamos por medio de las obras" Hace veinticinco años que algunos me vienen acusando de esto muy enfáticamente, y yo he de­clarado constantemente todo lo contrario por cuantas mane­ras han estado a mi alcance. He testificado continuamente, ya en público ya en privado, que somos santificados, lo mis­mo que justificados, por medio de la fe. A la verdad que una de estas verdades explica la otra. De la misma manera que nos justificamos, nos santificamos por la fe. Es la fe la úni­ca condición de la santificación, exactamente como lo es de la justificación. Es la condición sine qua non: sólo el que cree se santifica. Sin fe nadie se santifica. Es la única condición Es suficiente para la santificación. Todo aquel que cree se santifica, ya sea que tenga otras condiciones o que no las tenga. En una palabra, nadie se santifica antes de creer y todo aquel que cree es santificado.

4.             "Mas ¿no hay un arrepentimiento subsecuente, lo mismo que otro precedente, a la justificación ¿No atañe a todo aquel que es justificado ser celoso en buenas obras Más aún, ¿no son éstas tan necesarias que si le faltan a un hom­bre, éste no puede racionalmente esperar ser santificado en el sentido neto de la palabra-es decir, perfeccionado en el amor ¿Podrá acaso crecer en la gracia, en el conocimiento amoroso de nuestro Señor Jesucristo ¿Podrá conservar la gracia que Dios le ha dado, la fe que ha recibido, el favor de Dios ¿No concede usted todo esto ¿No lo está usted predicando cons­tantemente Si esto es así, ¿cómo puede decirse que la fe sea la única condición de la santificación"

5.             Concedo todo esto y lo sostengo constantemente co­mo la verdad de Dios. Concedo que hay un arrepentimiento subsecuente, lo mismo que un arrepentimiento precedente, a la justificación. Es necesario que todo aquel que es justifi­cado sea celoso en buenas obras. Estas son tan necesarias que si alguien no las hace, no puede racionalmente esperar ser jamás santificado; no puede crecer en la gracia, en la ima­gen de Dios, en el sentir que estaba en Cristo. Más todavía, no puede conservar la gracia que ha recibido, continuar en la fe o en el favor de Dios.

¿Qué deducción debemos sacar de esto Evidentemente, que tanto el arrepentimiento bien entendido, como la prác­tica de toda buena obra-obras de piedad lo mismo que de misericordia así llamadas-por cuanto son el resultado de la fe, son cosas, en cierto sentido, necesarias a la santificación.

6.             Digo "el arrepentimiento bien entendido," porque no debe confundirse éste con el anterior. El arrepentimiento subsecuente a la justificación es muy diverso del que la pre­cede. Este último no incluye la conciencia de culpabilidad, de la condenación ni de la ira de Dios. No hace dudar del favor de Dios, ni causa el temor que atormenta. Propiamen­te hablando, es una convicción producida por el Espíritu Santo de que el pecado permanece aún en el corazón; de que la realidad de la mente carnal, que "permanece aún en aque­llos que están regenerados,"-como dice nuestra iglesia-ya no reina, no tiene más dominio sobre ellos. Es el convenci­miento de nuestra propensión al mal, de que el corazón se inclina a retroceder, que continúa esta tendencia de la carne a luchar en contra del Espíritu. A no ser que velemos y ore­mos sin cesar, esa naturaleza nos inclinará algunas veces al orgullo, otras a la cólera, al amor del mundo, de las comodi­dades, de los hombres y de los placeres más que al de Dios. Es la convicción de la inclinación natural del corazón a hacer su propia voluntad, al ateísmo, a la idolatría, y a la incredu­lidad que de mil maneras y bajo innumerables pretextos, nos aleja más o menos del Dios viviente.

7.             Juntamente con este convencimiento de que el pe­cado permanece en nuestros corazones, existe la convicción clara de que la iniquidad permanece en nuestras vidas y que leuda todas nuestras palabras y acciones. En las mejores de éstas descubrimos esa mezcla del mal, bien en el espíritu, la sustancia o su manera-algo que no podría resistir el justo juicio de Dios si El mirara a los pecados. Las manchas del orgullo resaltan donde menos las esperamos, de la propia voluntad, del escepticismo, de la idolatría. De manera que en lo presente nos avergonzamos más de nuestras mejores obras de lo que nos avergonzábamos antes de nuestros peo­res pecados. De aquí que lejos de creer meritorias las tales obras, dignas de presentarse a la vista de la justicia divina, nos creeríamos culpables al hacerlas, si no fuera que esta­mos rociados con la sangre del pacto.

8.             Sabemos por experiencia que juntamente con la con­vicción de pecado que permanece en nuestros corazones y que se adhiere a todas nuestras palabras y acciones-lo mis­mo que con la culpabilidad en que incurriríamos si no fuera que constantemente se nos rocía con la sangre del pacto-es­te arrepentimiento incluye la convicción de nuestra comple­ta impotencia, de nuestra absoluta incapacidad para concebir un buen pensamiento, para tener un buen deseo, para hablar una sola palabra recta, para hacer una buena obra sin su gra­cia omnipotente y gratuita que nos impulse primero, y des­pués nos acompañe siempre.

9.             "Empero, ¿qué obras buenas son éstas, cuya prácti­ca dice usted ser necesaria a la santificación En primer lu­gar, todas las obras piadosas, tales como la oración pública, en familia y privada; la Cena del Señor; el escudriñamiento de la Sagrada Escritura-escuchándola, leyéndola y meditando sobre ella-el ayuno y la abstinencia hasta donde nuestra salud corporal lo permita.

10.        En segundo lugar, son necesarias a la santificación todas las obras de misericordia-ya sea que tengan por ob­jeto los cuerpos de los hombres, bien sus almas-tales como dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, hospedar al extraño, visitar al preso, al enfermo o al afligido, procurar enseñar al que no sabe, despertar al pecador adormecido, vi­vificar al frío, fortalecer al débil, consolar al triste, soco­rrer al que siente la tentación o contribuir de cualquier mo­do a salvar almas de la muerte. Tales son el arrepentimiento y las "obras dignas de arrepentimiento" que se necesitan pa­ra la plena santificación. Esta es la vía en la que Dios quiere que sus hijos aguarden la completa salvación.

11.             Resalta desde luego la malicia extrema de esa opi­nión-en apariencia inocente-de que no existe pecado en el creyente; de que toda iniquidad queda destruida, des­arraigada por completo, desde el momento en que un hom­bre es purificado. Al evitar esta teoría, el arrepentimiento de que venimos hablando destruye la posibilidad de la santifi­cación. Quien se figure que no tiene pecado en su corazón ni en su vida, no habrá menester del arrepentimiento. Por con­siguiente, no hay lugar para su perfección en el amor, puesto que este no existe sin el arrepentimiento.

12.        De aquí se deduce igualmente que no hay peligro alguno en esperar de esta manera la salvación completa. Por­que suponiendo que estuviésemos equivocados, suponiendo que jamás se hubiera obtenido ni se pudiera obtener esa ben­dición, no perderíamos nada. Al contrario, esa esperanza nos impulsa a usar todos los talentos que Dios nos ha dado, a mejorarlos todos, para que cuando el Señor venga reciba con aumento lo que es suyo.

13.             Mas volvamos a nuestro asunto. Si bien concedemos que tanto el arrepentimiento como sus frutos son necesarios para la salvación completa, sin embargo, no son necesarios en el mismo sentido ni en el mismo grado que la fe. No son necesarios en el mismo grado, porque dichos frutos son nece­sarios sólo incondicionalmente, si es que hay tiempo y opor­tunidad de llevarlos. De otra manera el hombre puede san­tificarse sin ellos. Por otra parte, sin la fe no puede santifi­carse. Igualmente, si un hombre siente mucho este arrepen­timiento y lleva muchas obras buenas, de nada le sirven. No se santifica si no cree. Pero en el momento en que cree, ya sea que lleve todos estos buenos frutos o no los lleve, ora sien­ta mucho arrepentimiento, ora poco, se santifica. Ni son ne­cesarios el arrepentimiento y la fe en el mismo sentido, pues­to que este arrepentimiento y estos frutos son necesarios sólo remotamente. Son necesarios a fin de que la fe conti­núe y se desarrolle; mientras que la fe es necesaria para la santificación inmediata y directa. Queda, pues, probado, que la fe es la única condición inmediata y directa de la san­tificación.

14.             "Empero, ¿qué cosa es esa fe por medio de la cual somos santificados, salvos del pecado y perfeccionados en el amor" Es la evidencia y persuasión divinas, primeramen­te, de que Dios lo ha prometido en la Sagrada Escritura. Mientras no estemos plenamente satisfechos de esto, no po­dremos dar un solo paso hacia delante. Cualquiera creería que para satisfacer a un hombre racional bastaría la prome­sa: "Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu simiente, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu co­razón y con toda tu alma a fin de que tú vivas." ¡Cuán cla­ramente define este texto lo que es ser perfeccionado en el amor! ¡Cuán plenamente significa que es quedar libre de todo pecado! Mientras el amor se posesiona por completo del corazón ¿qué lugar queda para el pecado

15.        La fe es, en segundo lugar, la evidencia y persua­sión divinas de que Dios cumple lo que ha prometido. Si bien admitimos que para con los hombres es imposible sacar una cosa limpia de lo inmundo, purificar el corazón de todo pecado y llenarlo de toda santidad, sin embargo, esto no ofre­ce ninguna dificultad, puesto que para con Dios todas las co­sas son posibles. A la verdad que no podemos imaginar un ser capaz de llevar esto a cabo si no es el Omnipotente. Empero si Dios habla, se hará su voluntad. Dios dijo: "Sea la luz: y fue la luz."

16.        La fe es, en tercer lugar, una evidencia y persuasión divinas de que Dios tiene el poder y la voluntad de hacerlo ahora mismo. Y ¿por qué no ¿Acaso no es un momento en su presencia como mil años No necesita más tiempo para llevar a cabo su voluntad. No puede esperarse ni demorarse hasta que aquellos a quienes desea honrar sean más dignos o idóneos. Podemos, pues, exclamar a cualquier hora: "Hoy es el día de salvación." "Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones." "Todo está prevenido: venid a las bodas."

17.             Una sola cosa debemos añadir a esta confianza de que Dios puede y quiere santificarnos ahora mismo, a saber: la evidencia y persuasión divinas de que nos santifica. En esa misma hora lo lleva a cabo. Dios dice al alma: "oh alma, gran­de es tu fe, sea como tú lo quieras." En ese instante queda el alma limpia de toda mancilla de pecado, "de toda injusticia," y el creyente comprende el sentido profundo de aquellas so­lemnes palabras: "Si andamos en luz, como él está en luz, te­nemos comunión entre nosotros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado."

18.             Mas, ¿lleva Dios a cabo esta gran obra gradual o ins­tantáneamente En algunos tal vez la lleve a cabo gradual­mente-quiero decir que no tienen la conciencia del momento especial en que cesó el pecado. Empero es infinitamente de­seable, mediante la divina voluntad, que ese cambio sea ins­tantáneo; que el Señor aniquile el pecado con el aliento de su boca, en un instante, en un abrir y cerrar de ojos. General­mente así lo hace, y de ello existen evidencias suficientes pa­ra satisfacer a cualquiera persona libre de prejuicios. Es­pera ese momento en la vía que dejamos descrita, y en todas las buenas obras para que has sido creado otra vez en Jesucristo.

No hay peligro alguno en esta esperanza, no puede em­peorarte ni causarte ningún daño, porque aunque no llegue a realizarse, nada pierdes. Mas no faltará. Aun cuando se tarde, vendrá. Espérala, pues, todos los días, a todas horas, de un momento a otro. ¿Por qué no ahora mismo, en este ins­tante A la verdad que si tienes fe, puedes esperar recibirla en este momento. De esta manera podrás saber si esperas esa bendición en fe o por medio de las buenas obras. Si por me­dio de las obras, entonces necesitas llevar a cabo algo antes de ser santificado. Crees que debes llenar tal o cual condición. La estás buscando en las obras aun hoy día. Si la buscas en la fe, puedes esperar recibirla tal cual eres. Y si la puedes recibir tal cual eres, entonces recíbela ahora mismo.

Bueno será observar la unión inseparable de estos tres puntos. Se debe esperar esa bendición por medio de la fe, tales cuales somos, y ahora mismo. Si se niega una de estas verdades, se niegan todas. Si se concede una, se conceden to­das. ¿Crees que eres santificado por la fe Entonces sé con­secuente con tus principios, busca esta bendición tal cual eres, sin esperar a ser peor o mejor. Como pobre pecador que eres y que no tienes nada con qué pagar, nada qué alegar, excepto que "Cristo murió." Si esperas recibir esta bendi­ción tal cual eres, recíbela ahora mismo. ¿Quién podrá im­pedirlo Cristo, el único a quien necesitas, así lo quiere. Te está esperando. He aquí que está a la puerta, y llama. ¡Oh! respóndele desde lo más íntimo de tu alma.

PREGUNTAS SOBRE EL SERMON XLIII

1. (¶ 1). ¿Qué se dice de la religión 2. (¶ 2). ¿Qué cosas in­cluyen las palabras "fe" y "salvación" 3. (I. 1). ¿Qué cosa consi­deramos primeramente 4. (I. 2). ¿Qué significa la salvación en su sentido más extenso 5. (I. 3). ¿Qué cosa nos interesa en lo presen­te 6. (I. 4). ¿Cuándo empieza la santificación 7. (I. 5). ¿Qué cosa se imaginan los nuevos conversos 8. (I. 6). ¿Se desengañan pronto ¿De qué manera 9. (I. 7). ¿Qué se dice de Macario ¿Quién era Respuesta: Un escritor cristiano que vivió en el siglo cuarto. 10. (I. 8). ¿Cuándo empieza el trabajo gradual 11. (I. 9). ¿Qué significa la palabra "perfección" 12. (II. 1). Sírvase usted repetir la definición de la fe que da el Apóstol. 13. (II. 2). ¿Qué significa en un sentido más particular 14. (II. 3). ¿Distingue la Escritura entre la "fe de la seguridad" y "la fe de la adhesión" 15. (II. 4). ¿De qué manera somos salvos, justificados y santificados 16. (III. 1). ¿Cómo nos justificamos por la fe 17. (III. 2). ¿Qué se dice del arrepentimiento 18. (III. 3). ¿Qué cosa se había estado asegurando durante veinticinco años ¿Era cierto 19. (III. 4). ¿Qué se dice del arrepentimiento después de la justificación 20. (III. 5). ¿Qué cosa concede el predicador 21. (III. 6). ¿Qué deducción resulta de esto 22. (III. 7). ¿Qué cosa se aúna a la persuasión de que el pecado per­manece en el corazón 23. (III. 8). ¿Qué cosa nos enseña la expe­riencia 24. (III. 9). Repita usted lo que dice de las buenas obras. 25. (III. 10). Y de las de misericordia. 26. (III. 11). ¿Qué opinión maliciosa se menciona 27. (III. 12). ¿Qué se deduce de esto 28. (III. 13). Sírvase usted repetir lo que en este párrafo dice el predicador del arrepentimiento y de su fruto. 29. (III. 14). ¿Qué cosa es la fe santificadora 30. (III. 15). ¿Y en segundo lugar 31. (III. 16). ¿En tercero 32. (III. 17). ¿Y qué más 33. (III. 18). ¿Es la obra de la santificación, gradual o instantánea ¿Cómo concluye el discurso