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Sermón XLI - Pensamientos Errantes

NOTAS INTRODUCTORIAS

"Este sermón," dice el profesor Burwash, "es un suplemento muy importante en la definición del señor Wesley de la perfección cristiana, y se insertó-al parecer con tal fin-en la edición de 1770. La doctrina de la perfección cristiana, como es muy natural, demanda el escrutinio constante de la vida interior, y como quiera que sólo por medio del pensamiento consciente conocemos esa vida, el discernimiento del carácter moral de cada pensamien­to se hace necesario. Al estar los pensamientos bajo el dominio del albedrío, se rigen por la misma ley moral que las palabras y las acciones. Solamente los pensamientos vagos e involuntarios necesitan atención especial. Se deben juzgar por medio de la re­lación que guardan con nuestros genios. El señor Wesley usaba la palabra "genio" para designar en conjunto todos esos princi­pios de nuestra naturaleza que contienen el elemento del deseo, y que por consiguiente, influyen en la voluntad. En el amor per­fecto la voluntad está en unidad perfecta y continua con el prin­cipio del amor de Dios, quedando todos los deseos subordinados enteramente a esta voluntad perfecta. Por medio del deseo las cosas exteriores influyen en la voluntad, y si bien el albedrío no puede evitar la influencia exterior, permitir que ella estableciese un antagonismo en contra del principio gubernativo del amor di­vino, indicaría un estado de imperfección tanto moral como natu­ral. La doctrina del señor Wesley parece exigir no la destrucción, sino la subordinación completa y el dominio de todo deseo."

ANALISIS DEL SERMON XLI

La relación que existe entre el dominio perfecto de nuestros pensamientos y el amor perfecto. Importancia práctica de estas cuestiones. Las opiniones erradas guían a la duda y a las tinieblas.

I.          Diferentes clases de pensamientos errantes. Dos clases: los pensamientos que vagan lejos de Dios y los pensamientos que va­gan lejos del asunto que estamos considerando. Por naturaleza todos nuestros pensamientos vagan lejos de Dios, puesto que es­tán en enemistad con El. El secreto de esto es la falta de amor a Dios. Empero deben distinguirse cuidadosamente de esa debilidad intelectual que no nos deja fijarnos en un asunto.

II.         ¿Cuáles son las diversas causas de este vagar del pen­samiento

1.          La causa de que los pensamientos vaguen lejos de Dios es la naturaleza pecaminosa, negativa-la ausencia del amor-o po­sitiva-la soberbia, la cólera, la venganza, la lujuria o la codicia.

2.          La causa de que los pensamientos vaguen de la mente y no puedan fijarse en un asunto, puede ser la enfermedad o debili­dad del cuerpo, la aglomeración de las ideas, el placer o la pena repentina, la distracción de la mente o las sugestiones de los es­píritus malos.

III.        ¿Qué pensamientos errantes son pecaminosos

1.          Los pensamientos que vagan lejos de Dios y lo excluyen.

2.          Los pensamientos que resultan de un mal genio.

3.          Los que producen o alimentan genios pecaminosos.

4.          Los pensamientos que resultan de la constitución o debi­lidad del cuerpo se hacen pecaminosos desde el momento en que desarrollan el mal genio. Lo mismo son aquellos que sugiere Sa­tanás.

5.          Empero fuera de estas causas, los pensamientos errantes de la segunda clase no son más pecaminosos que un delirio o un sueño, y, por consiguiente, no están en contradicción con el amor perfecto.

IV.        ¿De qué clase de pensamientos errantes podemos espe­rar librarnos

1.          De aquellos que vagan lejos de Dios, o son pecaminosos.

2.          Empero de otros pensamientos errantes sólo nos librare­mos cuando estemos libres de las ocasiones.

SERMON XLI

PENSAMIENTOS ERRANTES

Cautivando todo intento a la obediencia de Cristo (II Co­rintios 10:5).

1.          ¿Cautivará, acaso, Dios, "todo intento a la obedien­cia de Cristo," de tal manera que nuestros pensamientos no vaguen, aun durante nuestra permanencia en el cuerpo Al­gunos han insistido en esto, y con vehemencia. Han sostenido que nadie es perfecto en el amor si no es tan perfecto en el entendimiento que ya no tenga ningún pensamiento errante; a no ser que todos los afectos y el genio sean puros, santos y buenos, y que cada pensamiento individual que la mente en­gendre sea sabio y prudente.

2.          Este es un asunto de no poca importancia, porque ¿cuántos de los que temen a Dios y le aman, tal vez con todo su corazón, no se han afligido en gran manera por este mo­tivo ¡Cuántos, no entendiendo bien dicho asunto, no sólo han afligido, sino lastimado sus almas en gran manera; se han sumergido en raciocinios inútiles y perjudiciales que de­moran su adelanto hacia Dios y los debilitan en la carrera que les es propuesta! A la verdad que muchos, por no enten­der esto, han despreciado el don precioso de Dios. Han sido inducidos primeramente a dudar, y después a dudar de la obra que Dios ha llevado a cabo en sus almas. Y por lo tanto, han contristado al Espíritu de Dios hasta que éste los ha abandonado en la oscuridad más completa.

3.          ¿Cómo es que entre los muchos libros que se han publicado últimamente sobre toda clase de asuntos, no hay uno solo sobre los pensamientos errantes-al menos uno que satisfaga a una mente serena y seria A fin de llenar este vacío, aunque sea sólo en parte, me propongo inquirir:

I.          ¿Qué clase de pensamientos errantes hay

II.         ¿Cuáles son las causas de dichos pensamientos

III.        ¿Cuáles son pecaminosos y cuáles no lo son

IV.        ¿De cuáles podemos esperar librarnos y en contra de cuáles debemos orar

I.          1. Me propongo investigar, primeramente, ¿qué cla­ses diferentes de pensamientos errantes hay Las clases espe­ciales son innumerables, pero en general hay dos clases: los pensamientos que vagan lejos de Dios, y los pensamientos que vagan lejos del asunto que estamos considerando.

2.          Respecto de la primera clase, todos nuestros pensa­mientos naturalmente pertenecen a ella, puesto que constan­temente están vagando lejos de Dios. No pensamos en El. Dios no está en nuestros pensamientos. Todos y cada uno de nos­otros estamos, como dice el Apóstol: "Sin Dios en el mundo." Pensamos en lo que amamos, pero como no amamos a Dios, no pensamos en El. Si acaso una que otra vez nos senti­mos impulsados a pensar en El, no nos complacemos en dichos pensamientos. Más aún, siendo dichos pensamientos insípidos, desagradables y molestos, los desechamos tan lue­go como podemos y volvemos a pensar en aquello que ama­mos. De manera que el mundo y las cosas del mundo- qué comeremos, qué beberemos, cómo nos vestiremos, qué veremos, qué oiremos, qué ganaremos, cómo deleitaremos nuestros sentidos o nuestra imaginación-consumen nuestro tiempo y absorben nuestra mente. Mientras amemos el mun­do, es decir, mientras permanezcamos en nuestro estado na­tural, todos nuestros pensamientos, de la mañana a la noche y de la noche a la mañana, serán pensamientos errantes.

3.          A menudo no sólo estamos "sin Dios en el mundo," sino que peleamos en contra de El, pues que en todos los hombres existe esa "intención de la carne" que "es enemistad contra Dios." Nada extraño es, por consiguiente, que haya tantos hombres de pensamientos incrédulos, quienes digan en sus corazones: "No hay Dios," o duden de El, si es que no niegan su misericordia, sabiduría, justicia o santidad. Nada extraño es que duden con tanta frecuencia de su providen­cia-o al menos de que ésta se manifieste en todos los acon­tecimientos de la vida-o que si la confiesan, aun tengan pen­samientos de murmuración o de envidia. Muy relacionados con dichos pensamientos, y con frecuencia mezclados con ellos, existen las imaginaciones soberbias y vanas. Otras veces los hombres abrigan pensamientos de cólera, maldad, o vengan­za. Su imaginación frecuentemente divaga con pensamientos de placer que agradan a los sentidos, y que hacen a la mente terrena y sensual, todavía más sensual y terrena. Con todos estos pensamientos luchan decididamente en contra de Dios. Estos son claramente pensamientos errantes.

4.          Muy diferentes de éstos son los pensamientos de la otra clase, en que el corazón no se aleja de Dios, pero el en­tendimiento divaga del asunto que se considera. Por ejemplo: me siento a meditar sobre las palabras que preceden al texto "Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios," y reflexiono que en este caso se deberían encontrar todos los que se llaman cristianos. Pero ¡qué dife­rentes son los hechos! Dirigid la vista por todo el mundo cris­tiano, así llamado, y ved qué clase de armas están usando, en qué clase de guerras se ocupan. Ved cómo se aman estos cristianos. ¿En qué aventajan a los turcos o a los paganos ¿Qué abominación puede encontrarse entre los mahometanos o los paganos que no se practique también entre los cristia­nos Y así mi mente divaga antes de tener la conciencia de ello, pasando de una cosa a otra. Todos estos pensamientos son, en cierto sentido, errantes; porque, si bien no vagan lejos de Dios, ni mucho menos luchan en contra de El, sin embargo, se alejan del asunto que estamos considerando.

II.         Tal es la naturaleza, tales son las clases, hablando práctica más bien que filosóficamente, de los pensamientos errantes. Empero, ¿cuáles son las causas de estos pensamien­tos errantes Pasamos, en segundo lugar, a considerarlas.

1.          Fácil cosa es observar que la causa de la primera clase de pensamientos que se oponen a Dios o vagan lejos de El, es, por lo general, una disposición pecaminosa. Por ejem­plo, ¿por qué no se encuentra Dios en todos los pensamientos, o en algunos de los pensamientos del hombre natural Por una razón muy sencilla: bien sea rico o pobre, sabio o ignorante, el hombre natural es ateo, si bien no se le da este nombre por lo general-no conoce a Dios ni le ama. ¿Por qué vagan sus pensamientos constantemente hacia el mundo Porque es un idólatra. Es muy cierto que no adora ninguna imagen ni se inclina ante el tronco de un árbol, sin embargo, está sumer­gido en una idolatría igualmente condenable-ama, es decir, adora, al mundo. Busca su felicidad en las cosas que se ven, en los placeres que perecen con el uso. ¿Por qué es que sus pensamientos vagan constantemente del verdadero fin de su ser, el conocimiento de Dios en Cristo Porque es incrédulo. Porque no tiene fe, o al menos no tiene más fe que el diablo. De manera que todos estos malos pensamientos brotan natu­ralmente de esta mala raíz de incredulidad.

2.          Lo mismo sucede en otros casos: el orgullo, la cólera, la venganza, la vanidad, la lujuria, la codicia. Todas estas son causas de pensamientos malos. Lo mismo puede decirse de toda disposición pecaminosa de que es capaz el corazón hu­mano. No es fácil, ni tampoco deseable, enumerar los porme­nores; basta observar que conforme al número de disposi­ciones pecaminosas que hay en un alma, así es el número de caminos por los que el alma se aleja de Dios, guiada por la peor clase de pensamientos errantes.

3.          Las causas de la otra clase de pensamientos errantes son muchas; multitud de ellas son el resultado natural de la unión del cuerpo y el alma. ¡Con qué prontitud y cuán pro­fundamente afecta a la inteligencia un cuerpo enfermo! Basta que la sangre circule con alguna anormalidad en el cerebro, para que luego cese toda regularidad en el pensar. Después sigue la locura de atar, y luego adiós a todo pensamiento co­ordinado. Más aún, basta que el espíritu se apresure o se agi­te hasta cierto punto, que venga una locura parcial o un delirio, para destruir todo pensamiento normal. ¿Y no es cierto que, hasta cierto punto, los desórdenes nerviosos cau­san la misma irregularidad de pensamientos De esta ma­nera el cuerpo oprime al alma y hace que se distraiga con muchas cosas.

4.          Empero, ¿acontece esto sólo en tiempo de enfermedad o desórdenes del cuerpo Todo lo contrario, sucede siempre poco más o menos aun en un estado de perfecta salud. Por más bueno y sano que un hombre esté, cada veinticuatro ho­ras se encontrará más o menos delirante. Mas ¿no duerme Sí, pero al dormir está expuesto a soñar, y ¿quién dirigirá sus pensamientos, o podrá conservar su orden o conexión ¿Quién podrá fijarlos en un solo asunto, y evitar que vaguen de uno a otro polo

5.          Pero supongamos que estamos despiertos, ¿estamos siempre tan despiertos que podemos constantemente dirigir nuestros pensamientos ¿No estamos irremisiblemente ex­puestos a los extremos contrarios, por razón de la misma na­turaleza de esta máquina, el cuerpo Algunas veces nos sen­timos muy pesados, muy torpes o lánguidos, para poder se­guir el hilo de un pensamiento. Otras veces estamos muy animados. La imaginación, sin pedir permiso, se mueve de una a otra parte y nos lleva de aquí para allá, ya sea que queramos o no. Esto con el resultado muy natural del movi­miento del espíritu y la vibración de los nervios.

6.          Más aún: ¿cuántas veces esos pensamientos errantes son el resultado de ciertas asociaciones de ideas que se com­binan enteramente sin nuestro conocimiento y sin contar con nuestro albedrío Cómo y de qué manera se forman estas conexiones, no es dado decir, pero se forman de mil modos. El hombre más sabio y más santo no puede destruir tales conexiones, ni evitar sus consecuencias indispensables, que son asunto de observación diaria.

7.          Además, fijemos la atención lo más esmeradamente que podamos en cualquier asunto, y si sentimos placer o pena, sobre todo de una manera intensa, nos distraeremos inmedia­tamente y se apropiará nuestro pensamiento. Interrumpirá la atención más fija y la distraerá de su asunto favorito.

8.          Las causas de estos pensamientos errantes existen en nosotros mismos, están en nuestra propia naturaleza, pero existen también necesaria y naturalmente en los impulsos varios de los objetos exteriores. Todo aquello que produce una sensación en los sentidos de la vista, el oído o el tacto, causa una percepción en la mente. Por consiguiente, cualquiera co­sa que vemos o que oímos interrumpe el curso de nuestros pensamientos. Cualquier hombre, por lo tanto, que ejecuta alguna cosa en nuestra presencia, o que dice algo que podamos oír, hace que nuestra mente divague, poco más o menos, del asunto que se estaba considerando hasta ese momento.

9.          No cabe la menor duda de que los malos espíritus que se mueven alrededor nuestro buscando a quien devorar, se aprovechan de todas las ocasiones que se presentan para hacer que nuestras mentes divaguen y se distraigan. Unas veces de un modo, otras de otro, nos atontan y confunden, y, hasta don­de Dios les da licencia, interrumpen nuestros pensamientos, especialmente cuando estos se ocupan de las cosas más santas. Esto nada tiene de extraño, pues conocen perfectamente las fuentes mismas del pensamiento, y saben qué órganos del cuer­po afectan más la imaginación, el entendimiento y las demás facultades. Saben perfectamente que al influir en esos órga­nos, determinan las operaciones que de ellos dependen. Añá­dase a esto que pueden inyectar miles de pensamientos sin usar de ninguno de los medios anteriores, puesto que es tan natural que un espíritu influya sobre otro espíritu, como que la materia obre sobre la materia. Tomando estas cosas en conside­ración, no debe sorprendernos que nuestra mente vague con tanta frecuencia lejos del asunto que estamos considerando.

III.        1. El tercer punto que pasamos a considerar es: qué clase de pensamientos son pecaminosos y cuáles no lo son. Pri­meramente, todos esos pensamientos que hacen que la mente vague lejos de Dios, que no nos dejan fijarnos en El, son indu­dablemente pecaminosos, porque indican naturalmente un ateísmo práctico y nos hacen vivir sin Dios en el mundo. Mu­cho más pecaminosos son los pensamientos contrarios a Dios, que indican oposición o enemistad en contra de El. Tales son todos esos pensamientos que murmuran y, en realidad, dicen: "No queremos que reines sobre nosotros." Esos pensamientos llenos de incredulidad, bien respecto de su ser, ya de sus atri­butos o de su providencia-quiero decir su providencia espe­cial sobre todas las cosas lo mismo que sobre todas las almas- en el universo; esa providencia sin la que no cae un pajarito al suelo, por medio de la cual están contados los cabellos de nuestra cabeza. Porque la providencia general, así llamada, para distinguirla de la especial o individual, no es sino una pa­labra decente y altisonante que no significa nada.

2.          Además, todos los pensamientos que manan de una disposición pecaminosa, son indudablemente pecaminosos. Ta­les son, por ejemplo, los que resultan de un genio vengativo, del orgullo, de la lujuria o de la vanidad. "El árbol maleado no puede llevar frutos buenos." Por consiguiente, si el árbol es malo, el fruto también será malo.

3.          Lo mismo deben ser los que producen una naturaleza pecaminosa, los que producen la soberbia o la vanidad, la có­lera o el amor del mundo, o aumentan o desarrollan éstas o cualesquiera otras malas disposiciones, pasiones o afectos. Porque no solamente es malo todo lo que procede de lo malo, sino todo lo que guía a lo malo. Todo aquello que tiende a separar el alma de Dios, y a hacerla terrena, sen­sual y diabólica.

4.          De lo que se sigue que aun los pensamientos que re­sultan de la debilidad, enfermedad o mecanismo natural del cuerpo-por más inocentes que sean en sí mismos-se convier­ten en pecaminosos cuando producen, halagan o desarrollan en nosotros una disposición pecaminosa, ya sean los deseos de la carne, la concupiscencia del ojo o la soberbia de la vida. De la misma manera, los pensamientos que las palabras o hechos de otros hombres causan, si producen en nosotros o ali­mentan una mala disposición, empiezan a ser pecaminosos. Y lo mismo podemos decir de los que el diablo sugiere o inyecta. Siempre que los pensamientos errantes sirven a un genio terreno o diabólico-lo que hacen cuando les damos lu­gar y nos los apropiamos-son tan pecaminosos como los tem­peramentos a que sirven.

5.          Mas, haciendo abstracción de los que dejamos mencio­nados, los pensamientos errantes-en el último sentido de la palabra-no son pecaminosos, como no es pecaminosa la cir­culación de la sangre en nuestras venas, o de las ideas en nues­tros cerebros. Si son nacidos de una constitución delicada, de una debilidad accidental o de alguna anomalía, son tan inocen­tes como lo es tener una constitución delicada o un cuerpo en­fermizo. Ciertamente, nadie duda de que uno pueda sufrir un desorden de los nervios, una fiebre de cualquiera clase, un de­lirio corto o largo, y ser, sin embargo, enteramente inocente. Y si estos pensamientos nacen en un alma que esté unida a un cuerpo sano-ya sea como el resultado de la unión del alma y el cuerpo, o por cualquiera de los miles de cambios que puedan tener lugar en los órganos del cuerpo que sirven al pensamiento-en cualquiera de estos casos son tan inocentes como las causas que las producen. Lo mismo puede decirse cuando manan de las combinaciones casuales e involuntarias de nuestras ideas.

6.          Si nuestros pensamientos vagan lejos del asunto que estamos considerando, porque los hombres nos distraen al hacer alguna impresión en nuestras mentes por medio de los sentidos, dichos pensamientos son inocentes, puesto que no es pecado entender lo que veo y lo que oigo, y lo que muchas ve­ces no puedo dejar de ver y oír, como no es pecado tener ojos y oídos. "Empero si el diablo sugiere pensamientos errantes, ¿no son esos pensamientos pecaminosos" Son molestos, y en ese sentido malos, pero no son pecaminosos. No estoy seguro de que le hablara a nuestro Señor en voz audible, tal vez simple­mente haya sugerido en su corazón lo que le dijo: "Todo esto te daré, si postrado me adorares." Mas ya sea que hablase in­teriormente, ya exteriormente, nuestro Señor entendió lo que le dijo. Tuvo un pensamiento equivalente a estas palabras, mas ¿fue un pensamiento pecaminoso Sabemos que no lo fue, que no hubo pecado en El ni de obra, ni de pensamiento, ni de palabra. Tampoco hay pecado en miles de pensamien­tos de la misma clase que Satanás sugiere a los que siguen al Señor.

7.          De lo que se deduce que estos pensamientos errantes- a pesar de lo que algunas personas desconsideradas han afir­mado contristando así a los que el Señor no ha contristado- pueden existir sin destruir el amor perfecto. Si lo destruyesen, entonces no sólo el dolor agudo, sino aun el sueño, les sería antagónico-el dolor agudo, porque siempre que éste se deja sentir, interrumpe el hilo de nuestros pensamientos, cuales­quiera que estos sean, y los lleva en otra dirección. Les sería antagónico aun el sueño mismo, puesto que es un estado de in­sensibilidad o estupidez que generalmente engendra pensa­mientos que vagan sobre la tierra, sueltos, libres y desorde­nados. Sin embargo, estos pensamientos pueden existir jun­tamente con el amor perfecto, lo mismo que los pensamientos errantes de esta clase.

IV.        1. De lo expuesto se deduce que es fácil contes­tar la última pregunta: ¿De qué clase de pensamientos errantes podemos esperar librarnos y en contra de cuáles debemos orar

Todo aquel que se ha perfeccionado en el amor, queda in­dudablemente libre de la primera clase de pensamientos erran­tes, de esos que hacen que el corazón se aleje de Dios, de todos los que son contrarios a su voluntad o que nos dejan sin Dios en el mundo. Podemos, pues, esperar esta libertad; debemos orar que se nos conceda. Los pensamientos errantes de esta clase significan incredulidad, si no enemistad en contra de Dios, pero El los destruirá, los aniquilará completamente. Y a la verdad que nos librará enteramente de todos los pensa­mientos errantes que sean pecaminosos. Todos los que se han perfeccionado en el amor quedan libres de estos pensamien­tos, de otra manera no estarían libres de pecado. Los hom­bres y el diablo los tentarán de mil maneras, pero no po­drán descarriarlos.

2.          Respecto de la última clase de pensamientos errantes, el caso es muy diferente. Mientras exista la causa, no podre­mos racionalmente esperar que cese el efecto. Las causas u ocasiones de estos pensamientos existirán mientras permanez­camos en el cuerpo. Por consiguiente, mientras permanezcan estas causas, permanecerán sus efectos.

3.          Expliquémonos. Supongamos que un alma muy pura habite en un cuerpo enfermo; que el cerebro se encuentre tan completamente desarreglado, que se siga la locura de atar. ¿No es de esperarse que todos los pensamientos estén desorde­nados y desarreglados mientras continúe ese estado anormal Supongamos que una fiebre cause esa locura parcial que lla­mamos delirio. ¿Podemos esperar que exista la coordinación de ideas mientras no cese el delirio Más aún, supongamos que alguna afección nerviosa llegue al grado de causar la locura parcial. ¿No es de esperarse que produzca miles de pensamien­tos errantes ¿No deberán continuar estos pensamientos erran­tes mientras exista el estado anormal que los causa

4.          Lo mismo puede decirse respecto de los pensamientos que resultan de un dolor agudo. Continúan poco más o menos, mientras continúe el dolor-ese es el orden inevitable de la naturaleza. Idéntica cosa sucederá cuando haya trastorno, in­terrupción o confusión de pensamientos, debido a algún de­fecto de la facultad de comprensión, del criterio, o de la ima­ginación, defecto que es el resultado de la constitución natural del cuerpo. ¡Cuántas interrupciones pueden resultar de la asociación involuntaria e inexplicable de nuestras ideas! Es­tas reconocen por causa directa o indirecta la influencia que el cuerpo ejerce sobre la mente, y no podemos esperar que cesen mientras "lo corruptible" no se revista de "lo in­corruptible."

5.          Sólo cuando descansemos en el polvo estaremos libres de estos pensamientos errantes que tienen su origen en lo que vemos y oímos, y en aquellos de quienes nos hallamos rodea­dos. A fin de evitarlos tendríamos que salir del mundo, por­que mientras permanezcamos en él, mientras vivamos entre los hombres y tengamos ojos con que ver y oídos con que es­cuchar, las cosas que vemos y oímos diariamente influirán de cierto en nuestra mente y, poco más o menos, interrumpirán otros pensamientos nuestros.

6.          Mientras existan espíritus malos vagando de aquí pa­ra allá en este mundo miserable y desordenado, asaltarán-ya sea que triunfen o no-a todos y cada uno de los hombres. Mo­lestarán aun a aquellos a quienes no pueden destruir. Ataca­rán aunque no puedan vencer. No debemos esperar vernos libres por completo de estos ataques de nuestros incansables e infatigables enemigos, sino hasta que lleguemos al lugar donde los impíos dejan el perturbar, y donde descansan los de cansadas fuerzas.

7.          Resumamos. Querer librarnos de los pensamientos errantes que sugieren los espíritus malos, es tanto como espe­rar que el diablo se muera o se duerma, o al menos que no an­de alrededor como un león rugiente buscando a quién devo­rar. Querer librarnos de los pensamientos que nos sugieren los hombres, es tanto como querer que los hombres desapa­rezcan de la tierra, o tratar de evitar su contacto completa­mente-no ver teniendo ojos, ni oír teniendo oídos, sino ser como tarugos o piedras. Orar pidiendo que nos libremos de los pensamientos que nos causa el cuerpo, es tanto como pe­dir que se nos separe del cuerpo-de otra manera pedimos una imposibilidad o un absurdo. Sería tanto como pedir a Dios que reconciliase dos contradicciones, que continuase la unión de nuestro cuerpo corruptible sin las consecuencias naturales e inevitables de dicha unión. Es como si quisiéra­mos ser al mismo tiempo ángeles y hombres, seres mortales e inmortales. Empero cuando llegue lo inmortal, pasará lo mortal.

8.          Más bien, pidamos con el espíritu y con el entendi­miento que todas estas cosas cooperen en bien nuestro. Que en todas las debilidades de nuestra naturaleza, en todas las interrupciones que nos causen los hombres, en todos los asal­tos y sugestiones de los espíritus malos, salgamos más que vencedores. Pidamos que se nos libre de todo pecado. Que tan­to la raíz como la rama del mal sean arrancadas. Que sea­mos limpios de toda "contaminación de carne y de espíritu," de toda mala disposición, palabra y obra. Que amemos al Se­ñor nuestro Dios con todo nuestro corazón, y con toda nues­tra mente, y con toda nuestra alma, y con todas nuestras fuer­zas. Que se encuentren en nosotros todos los frutos del Es­píritu-no solamente el amor, el gozo y la paz, sino también la tolerancia, la benignidad, la bondad, la fe, la mansedum­bre y la templanza. Orad que todas estas cosas abunden y fructifiquen; que se desarrollen en vosotros más y más, has­ta que entréis triunfantes en la gloria eterna de nuestro Se­ñor Jesucristo.

PREGUNTAS SOBRE EL SERMON XLI

1. (¶ 1). ¿Qué se dice respecto de traer todo intento a la obediencia 2. (¶ 2). ¿Qué se dice de la congoja de muchos con motivo de los pen­samientos errantes 3. (¶ 3). ¿Qué se dice de los libros sobre este asunto 4. (¶ 4). Dé usted la división de este sermón. 5. (I. 1). ¿Qué se propone investigar primeramente 6. (I. 2). ¿A qué clase pertenecen naturalmente nuestros pensamientos 7. (I. 3). ¿Qué se dice de nuestra actitud para con Dios 8. (I. 4). ¿Qué se dice de las otras clases de pensamientos errantes 9. (II. 1). ¿Qué cosa se dice que es fácil de observar 10. (II. 2). ¿Qué se dice del orgullo, la cólera, la venganza, etc. 11. (II. 3). ¿Qué se dice de las causas de esta última clase 12. (II. 4). ¿Se limita la anormalidad de pensamientos a las épocas de enfermedad o desarreglos 13. (II. 5). ¿Qué se dice respecto de la norma de nuestros pensamientos cuando estamos despiertos 14. (II. 6). ¿Qué se dice de otra clase de pensamientos errantes 15. (II. 7). ¿Qué efecto tiene la pena o el placer en la es­tabilidad de nuestros pensamientos 16. (II. 8). ¿Cuáles son las cau­sas de estos pensamientos errantes 17. (II. 9). ¿Qué se dice de la influencia de los espíritus malos 18. (III. 1). ¿Qué se investiga en tercer lugar 19. (III. 2). ¿Qué se dice de los pensamientos que re­sultan de un mal genio 20. (III. 3). ¿Y de aquellos que producen o desarrollan el mal genio 21. (III. 4). ¿Cuándo se hacen pecamino­sos los pensamientos que sugiere un cuerpo enfermizo 22. (III. 5). ¿Qué clase de pensamientos errantes no son pecaminosos 23. (III. 6). ¿Qué otros son igualmente inocentes 24. (III. 7). ¿Qué se dice de esos pensamientos involuntarios en su relación al amor perfecto 25. (IV. 1). ¿Qué se sigue del argumento anterior 26. (IV. 2). ¿Qué otra cosa se dice de estos pensamientos involuntarios 27. (IV. 3). ¿Qué se supone aquí 28. (IV. 4). ¿Qué se dice de los pensamientos que sugiere el dolor agudo 29. (IV. 5). ¿Cuándo nos libraremos de estos pensamientos errantes que nos sugieren nuestros sentidos de la vista y del oído 30. (IV. 6). ¿Qué se dice de los asaltos de los es­píritus malos 31. (IV. 7). Mencione usted el resumen que hace de todo lo expuesto. 32. (IV. 8). ¿Cómo concluye el sermón