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Sermón XL - Sobre la Perfección Cristiana

NOTAS INTRODUCTORIAS

El señor Wesley escribió y publicó este sermón muy al prin­cipio de su ministerio, por el año de 1741. En él nos presenta prin­cipalmente el lado negativo de la doctrina, y por consiguiente, si buscamos una exposición completa de ésta, debemos estudiar pa­sajes paralelos en sus obras. Nos limitaremos por ahora a definir este estado de gracia. La manera de obtener dicha gracia se con­siderará en el sermón XLIII. El señor Wesley definió dicha doc­trina varias veces en las palabras que escribió en 1742 y que a la letra copiamos: "¿Quién es aquel a quien llamamos perfecto Un hombre perfecto es aquel en quien está el sentir que estaba en Cristo, y que anda en el camino por el cual anduvo Cristo. Es aquel que tiene las manos limpias y el corazón puro, y que está limpio de toda inmundicia de la carne y del espíritu. Aquel en quien no hay oca­sión de tropiezo, y el que, por consiguiente, no comete pecado. Expliquemos esto más claramente. La frase bíblica, 'un hombre perfecto,' a nuestro entender quiere decir uno en quien Dios ha cumplido su palabra fiel: Y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Y os salvaré de todas vuestras inmundicias. Creemos que significa uno a quien Dios ha santificado por completo en cuerpo, alma y espíritu; uno que anda en la luz como Aquel en quien no hay tinieblas, está en la luz, habiendo sido limpiado de todo pecado por la sangre de Jesucristo su Hijo.

"Dicho hombre puede testificar ante todo el género humano: Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya yo, mas vi­ve Cristo en mí. Es santo, tanto de corazón como en todas sus cos­tumbres, como el Dios que le llamó es santo. Ama al Señor su Dios de todo su corazón, y le sirve con todas sus fuerzas. Ama a su prójimo, a todos los hombres, como a sí mismo, como Cristo nos amó primero, especialmente a los que le vituperan y maldicen porque no conocen al Hijo ni al Padre. En verdad que su alma toda es amor, llena de toda misericordia, de amabilidad, de man­sedumbre, de dulzura, de paciencia. Consecuente con todo esto es su vida, pues está llena de las obras de fe, de paciente esperan­za, de la influencia del amor. Todo lo que dice y hace, lo dice y lo hace en el nombre, por el amor y el poder del Señor Jesús. En una palabra, hace la voluntad de Dios en la tierra como se hace en el cielo.

"Esto se llama ser un hombre perfecto, estar por completo santificado. Sí, tener el corazón ardiendo con el amor de Dios- como dice el arzobispo Usher-de tal manera que todo pensa­miento, toda palabra, toda obra, se ofrezca constantemente como un sacrificio espiritual y aceptable a Dios por medio de Cristo. Es alabar en los pensamientos de nuestros corazones, en las pa­labras de nuestros labios y en todas las obras de nuestras manos, a Aquel que nos sacó de las tinieblas a su maravillosa luz." (Véase la carta al obispo de Londres: El Carácter de un Metodista, y Relación Simple de la Perfección Cristiana, en todos los cuales tratados ocurre el pasaje citado).

El segundo gran período en que se hizo prominente esta gran doctrina en las sociedades metodistas, empezó por el año de 1769. En un tratado que se publicó en ese mismo año, encontramos lo que sigue:

"Pregunta: ¿Qué cosa es la perfección cristiana

"Respuesta: Amar a Dios de todo nuestro corazón, de toda nuestra mente, de toda nuestra alma y de todas nuestras fuerzas. lo que significa que no queda en el alma ninguna mala disposi­ción, nada que sea contrario al amor, y que todos los pensamientos y todas las palabras y acciones se rigen por el amor puro.

"Pregunta: ¿Cuándo puede decir una persona que ha alcan­zado esto

"Respuesta: Cuando después de haberse convencido plena­mente del pecado interior, con una convicción mucho más clara y profunda que la que sintió antes de ser justificado, y de haber experimentado una mortificación gradual, siente el alma que el pecado ha muerto por completo, y que está renovada enteramente en el amor y en la gracia de Dios a tal grado que se regocija siem­pre, que ora sin cesar, y que en todo da gracias. Esto no quiere decir que el sentir mucho amor y ningún pecado sea una prueba, puesto que muchas personas han tenido esta experiencia mucho antes de haber sido renovadas. Por consiguiente, nadie debe fi­gurarse que se haya llevado a cabo la obra sino hasta que se haya añadido el testimonio del Espíritu tan claro respecto de su santi­ficación como de su justificación.

"Lo sabemos por el testimonio y por el fruto del Espíritu. Pri­meramente por el testimonio. De la misma manera que cuando fuimos justificados el Espíritu dio testimonio con nuestro espíritu de que nuestros pecados habían sido perdonados, así cuando fuimos santificados nos dio testimonio de que dichos pecados habían sido quitados. En verdad que el testimonio de la santificación no es siempre claro al principio, como no lo es tampoco el de la justi­ficación. Y tampoco lo es después, sino que, semejante al de la justificación, ese testimonio es algunas veces más claro y otras débil. Algunas veces se retira por completo; sin embargo, el últi­mo testimonio del Espíritu es, por lo general, tan firme y claro como el primero.

"Pregunta: A pesar de todo esto, si viven sin pecar, ¿no ex­cluye esto la necesidad de un mediador ¿No es claro, al menos, que ya no han menester de Cristo como sacerdote

"Respuesta: Todo lo contrario, ninguno siente la necesidad que tiene de Cristo tanto como estos. Nadie depende de El tan por completo como ellos, puesto que Cristo no da al alma la vida fuera de sí, sino en sí y consigo mismo. De aquí que sus palabras sean igualmente a todos los hombres: 'Como el pámpano no puede llevar fruto de sí mismo, si no estuviere en la vid, así ni vosotros si no estuviéreis en mí...sin mí nada podéis hacer.'

"En todas nuestras condiciones necesitamos a Cristo bajo los siguientes aspectos:

"(1) Cualquiera gracia que recibamos es un don gratuito. (2) La recibimos como una cosa que El ha comprado y por la cual sólo El ha pagado el precio. (3) Tenemos esta gracia no sólo ve­nida de Cristo, sino en Cristo. Porque nuestra perfección no es como la del árbol que florece debido a la savia que extrae de la raíz, sino más bien, como ya se dijo, es semejante a un pámpano que unido a la vida da fruto, pero que una vez quebrado se seca y es echado en el fuego. (4) Todas las bendiciones que recibimos, temporales, espirituales y eternas, dependen de la intercesión que El hace por nosotros, la que es parte de su oficio como Sacerdote, y de la cual habemos siempre necesidad. (5) Los mejores hom­bres han menester todavía de Cristo como Sacerdote, de que pro­picie por sus pecados de omisión-sus debilidades, como las lla­man algunos propiamente-las equivocaciones que cometen en sus juicios, en la práctica y en sus defectos de varias clases. Por­que todas estas faltas son desvíos contrarios a la ley perfecta, que naturalmente necesitan de propiciación. Y sin embargo, que no se pueden llamar pecados, hablando propiamente, se deduce de las palabras de Pablo: "El que ama al prójimo, cumplió la ley.el cumplimiento de la ley es la caridad" (Romanos 13: 8, 10). Ahora bien, las equivocaciones y todas las debilidades que son el resultado necesario de la corrupción natural de la carne, no son en ningún sentido contrarias al amor, ni, por consiguiente, pecados en el sentido de la Escritura.

"Pregunta 29: ¿Pueden crecer en la gracia los que son per­fectos en el amor

"Respuesta: Indudablemente que sí pueden, y no sólo mien­tras están en el cuerpo, sino probablemente por toda la eternidad.

"Pregunta 30: ¿Pueden caer de esa gracia

"Respuesta: Estoy muy seguro de que sí pueden caer. Los hechos lo prueban sin duda alguna. Antes creíamos que uno que ha sido salvo del pecado ya no puede caer, pero ahora creemos lo contrario. Ninguno se sostiene por medio de ninguna cosa que esté excluida en la naturaleza de ese estado. No existe altura ni fuerza de santidad de las cuales no sea posible caer. Si hay al­guno que ya no puede caer, esto depende enteramente de la pro­mesa y fidelidad de Dios."

Por último, hacia el fin de la obra que se llevó a cabo por aquel tiempo, dice: "En el año de 1764, habiendo repasado todo el asunto, resumí en las siguientes proposiciones el resultado de lo que había observado:

"1. Existe la perfección cristiana, puesto que repetidas veces se menciona en la Escritura.

"2. No es coexistente con la justificación, puesto que los que han sido justificados deben ir 'adelante a la perfección' (He­breos 6:1).

"3. No tiene lugar a la hora de la muerte, puesto que Pablo habla de hombres que viven y que son perfectos (Filipenses 3: 15).

"4. No es absoluta. La perfección absoluta no es un atributo de hombres ni de ángeles, sino sólo de Dios.

"5. No hace al hombre infalible. Nadie es infalible mientras que permanece en el cuerpo.

"6. Es amor perfecto (I Juan 4:18). Esta es su esencia, sus atributos, o frutos inseparables: el gozo sempiterno, la oración constante, la acción de gracias en todo (I Tesalonicenses 5:16-24).

"7. Es capaz de crecimiento. Tan lejos está de ser estaciona­ria, incapaz de aumentar, que un alma perfecta en el amor pue­de crecer en la gracia mucho más aprisa que antes.

"8. Se puede perder. De ello hemos tenido ejemplos, si bien por muchos años no estuvimos enteramente convencidos de esto.

"9. Siempre le precede y sigue una obra gradual.

"10. Empero, en sí misma ¿es instantánea o no Procedamos metódicamente al examinar este punto.

"Que en algunos creyentes ha tenido lugar un cambio repen­tino, no lo puede negar ninguno que haya tenido la experiencia de la religión.

"Desde que se efectuó ese cambio gozan del amor perfecto. Sienten esto, y sólo esto. Se regocijan constantemente, oran sin cesar y en todo dan gracias. Esto es lo que quiero decir cuando ha­blo de la perfección cristiana. Por consiguiente, esos hermanos son testigos vivientes de la perfección que predico.

"Empero este cambio no fue instantáneo en algunos pues no se apercibieron del momento en que tuvo lugar. Muy a menudo no es posible percibir el instante en que expira un hombre, y sin embargo, debe haber un momento en que se extinga la vida. Si alguna vez cesa el pecado, debe haber un momento último de su existencia, y otro momento, el primero en que estemos libres de él."

Con estos pasajes a la vista podemos pasar a hacer un re­sumen de la doctrina del señor Wesley, especialmente en lo que se refiere a su ética cristiana.

Indudablemente que el punto céntrico de la vida moral es la voluntad. El pecado sólo es pecado cuando afecta a la voluntad, o se relaciona con ella. La relación de la voluntad es doble. Por una parte, es puramente espiritual para con Dios. Por la otra, enteramente material para con el mundo exterior. En tres pala­bras puede resumirse la manifestación espiritual o religiosa de nuestra naturaleza, a saber: la conciencia, la fe y el amor. En sus enseñanzas anteriores el señor Wesley ha presentado de la ma­nera más clara que pueda darse, la perfecta armonía y la relación íntima que existe entre estas cualidades en el desarrollo de la vida espiritual, así corno su perfecta conformidad en principios con la ley moral absoluta. Empero en su estado natural, la volun­tad encuentra ocasión de obrar tanto en su naturaleza inferior y externa, como en la interior que mira hacia Dios. Cuando tiende a estos motivos inferiores, está en oposición a la conciencia, a la fe y al amor. Esta es la esclavitud del hombre natural, o material, como dice Pablo. La nueva vida restaura la conformidad con 1a voluntad de Dios por medio de la fe, el amor y la conciencia. Nos infunde una vida moral que se desarrolla sobre la base de la ex­periencia consciente del cristiano.

La perfección cristiana es la perfecta conformidad de la vo­luntad con nuestra naturaleza religiosa. Es "conciencia sin re­mordimiento," "certidumbre de fe," y "el amor perfecto." Cuan­do el Espíritu y la Palabra de Dios alumbran la conciencia de lleno, hacen que brote la fe, la fe perfecta engendra el amor, y el amor perfecto infunde el poder completo de la nueva voluntad. Este al­bedrío perfecto respecto de lo que es recto, gobierna toda la vida exterior, los pensamientos, las palabras, las acciones, y tiene por prueba de su existencia una paz perfecta de conciencia. Este do­minio de la voluntad renovada sobre la vida inferior y exterior empieza con el nuevo nacimiento.

El que es nacido de Dios no hace pecado. Empero la voluntad renovada aún no tiene la fuerza necesaria para sujetar por com­pleto todo pensamiento y toda disposición. Una convicción per­fecta del pecado debe alumbrar la conciencia; la fe debe com­prender la promesa de la salvación completa, y de esto debe bro­tar el amor perfecto, antes de que la nueva voluntad, en la cual dicha convicción y comprensión combinan el poder de su vida moral, tenga suficiente poder para ejercer su influencia suprema y dominante sobre toda su naturaleza inferior así como sobre la vida exterior. En todo lo cual se percibe que la ley que rige la vida cristiana no se acomoda a una ley moral inferior, sino que al contrario, tiende a la santidad divina en toda la plenitud de su gloria.

Tal es la perfección. Empero se define muy claramente la re­lación que existe entre esa perfección y la imperfección humana. Cabe la imperfección en el hombre, pero no debe influir en la vo­luntad. El albedrío, el amor y la conciencia deben tener esta per­fección como la tienen Dios y su ley, a quien están ligados por me­dio de la fe. Según el señor Wesley, el pecado no es posible cuan­do está en nuestro poder evitarlo. El albedrío debe ser absolu­tamente superior a los motivos inferiores, debe asentarse en un puesto mucho más elevado, en la luz de una conciencia pura y en el trono del amor perfecto. En el momento en que pasamos de este centro de nuestro ser moral-esta región de las instituciones y el albedrío-a la esfera de nuestra individualidad, de las percep­ciones, del juicio, la memoria, los apetitos y los afectos inferiores, nos encontramos cara a cara con los límites de la imperfección. Empero esta imperfección es natural y no moral, pues que está más allá del alcance consciente del albedrío.

Por otra parte, si bien queda mucha imperfección exterior de nuestra individualidad, sería un gran error suponer que el gran cambio que ha tenido lugar en el centro de nuestro ser moral no la toca ni ejerce en ella ninguna influencia. La influencia de ese gran cambio llega hasta la circunferencia. Empero mientras más cerca está del centro, es decir, de la voluntad, más evidente es su poder. Sólo cuando el cuerpo está redimido, y lo material se convierte en espiritual, podemos decir que lo hemos alcanzado todo, que somos enteramente perfectos.

A la par que la doctrina del señor Wesley de la perfección es ética en su carácter, es la perfección en la cualidad moral del al­bedrío. Incluye asimismo todo lo que hay de cierto en las enseñan­zas del misticismo lleno de emoción. La perfección cristiana es el amor perfecto, el amor de Dios y de los hombres que norma la vida y elimina el pecado y el temor. En esto se diferencia la ense­ñanza del señor Wesley del misticismo contemporáneo en Francia y Alemania, y se asemeja al del apóstol Juan: que el amor no fue creado jamás para reemplazar al conocimiento, ignorar la con­ciencia ni despreciar la ley. Mantiene siempre el lugar que le per­tenece como el motivo de una vida santa, no deja de reverenciar todas las convicciones de la conciencia y se somete con humildad a ser guiado por la Palabra de Dios, confesando que el mismo saber tiene límites. Esta doctrina del amor perfecto está enteramente salva, por una parte, de las corrupciones que con tanta frecuencia han deshonrado el nombre de perfección, y por la otra, haciendo la perfección moral de la voluntad, profunda e interior, la salva de las obras meramente exteriores del pelagianismo.

Esta enseñanza del señor Wesley sobre la perfección cristia­na, se distingue, en tercer lugar, por su carácter enteramente evangélico. Es una perfección que no puede existir ni por un solo momento separada de Cristo. En este respecto incluye todo lo que es cierto de la doctrina de la perfección en la escuela calvinista. Pero no es solamente una perfección imputada, sino la perfección de la vida que mora en la Vid viviente. En una palabra: es la fe perfecta en el Salvador perfecto que deriva de El el espíritu del amor perfecto, el cual mana en la actividad de una vida perfecta­mente cristiana. Combina su doctrina todo lo bueno y evita to­do lo erróneo de todos los sistemas de perfección que se han en­señado en la Iglesia Cristiana. -Burwash.

No se puede exagerar la importancia de la doctrina de la per­fección cristiana. Precisa, sin embargo, estudiarla con esmero pa­ra evitar los muchos peligros que nos rodean en el camino de la investigación. De los ignorantes no podemos esperar la claridad lógica y la precisión, pero los ministros del Evangelio son maes­tros enviados de Dios a enseñar a los pecadores el camino de la vida. Una de las tendencias hacia el error con que tropezamos al procurar llevar una vida más elevada, es la conciencia exage­rada y anormal que contradice la regla del señor Wesley de que los errores de criterio y los pensamientos involuntarios no son pecados, propiamente dichos. La perfección cristiana es simple­mente el reino de Cristo en el alma, la voluntad de Dios que re­emplaza a nuestra voluntad en las cosas de la vida. El esperar que una persona no corneta ninguna falta, no caiga en ningún error, ni tenga flaqueza de ninguna clase, es tanto como pretender que sea infalible, y que nos rodeen las cosas del cielo mientras que estamos en la tierra. Podemos gozar del cielo en lo presente, no cabe duda, pero sólo en la perfección del amor, no en lo abso­luto, en una conformidad perfecta con los requisitos de una vida inmaculada.

El ministro que constantemente está urgiendo a su rebaño a que adelante en el camino de la vida cristiana, ilustrará su pre­dicación con las palabras de Pablo: "Una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo al blanco, al premio de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús" (Filipenses 3:13, 14).

ANALISIS DEL SERMON XL

La palabra perfección-que ha sido causa de escándalo-es bíblica, y por consiguiente, lejos de ignorarla, se debe explicar. Investiguemos, pues:

I.          Sentido en el que no son perfectos los cristianos.

1.          No lo son en el saber, si bien tienen un conocimiento prác­tico del camino recto y de las cosas de Dios.

2.          Cometen equivocaciones, no respecto de las cosas esen­ciales de la salvación, pero sí respecto de hechos y aun de la Es­critura.

3.          No están libres de las debilidades, el cual no es un nombre benigno del pecado, sino que incluye todos los defectos que no son morales.

4.          No están libres de la tentación. Cristo fue tentado.

5.          Ni son perfectos en grado. Su perfección no es absoluta ni cuantitativa.

II.         Sentido en el que son perfectos:

Períodos de la vida cristiana como los de la natural. Los pa­dres tienen la perfección cristiana.

1.          Aun los niños en Cristo tienen suficiente perfección para evitar el pecado. Esto no se prueba con la razón abstracta ni con la experiencia individual, sino con la Palabra de Dios (Testi­monio de Pablo, Romanos 6; testimonio de I Pedro 4: 1, 2; de I Juan 3). El punto de menor importancia que se encuentra en es­tos textos es el estar libre de pecado exterior. Objeciones sacadas del Antiguo Testamento; de Proverbios 24: 16, y de Eclesiastés 7:20. Estos señalan la expresión ordinaria que se lee en el Anti­guo Testamento, pero los cristianos han recibido el Espíritu San­to y ya "no son siervos sino hijos" (I Pedro 1:9, 10; Zacarías 12: 8). Objeciones del Nuevo Testamento. Pedro, Pablo y Bernabé pecaron. No era el pecado la espina que afligía a Pablo; la expre­sión "todos ofendemos," en la epístola de Santiago, se refiere a "los muchos maestros," puesto que habla del varón perfecto; la declaración de Juan respecto del pecado universal, se refiere a la vida pasada, no a la presente.

2.          Mas sólo aquellos que están fuertes en el Señor son tan perfectos que están libres de malos pensamientos y no tienen mal genio. (1) Malos pensamientos que deben distinguirse de pensa­mientos respecto del mal, lo que se deduce de la enseñanza de Cristo (Marcos 7:21; Mateo 12:33 y 7:17, 18); de Pablo (II Co­rintios 10:4). (2) Mal genio, lo que está incluido en la promesa de que seremos semejantes al Maestro, y en la crucifixión de Pablo con Cristo-de lo cual resulta el estar libres de la sober­bia y de la ira pecaminosa. Esta perfección se describe en I Juan 4:17 y 1:5, 7; Deuteronomio 30:6 y Ezequiel 36:25.

SERMON XL

SOBRE LA PERFECCION CRISTIANA

No que ya haya alcanzado, ni que ya sea perfecto (Fili­penses 3:12).

1.          Apenas podrá encontrarse en la Sagrada Escritura otra palabra que haya sido causa de mayor escándalo que ésta. Los hombres aborrecen la palabra perfección. Su soni­do les es como una abominación y todo aquel que predica la perfección, es decir: que asegura que en esta vida se puede llegar a ser perfecto, corre gran peligro de que se le consi­dere como un pagano o un publicano.

2.          De aquí que algunos hayan aconsejado que se omi­ta por completo el uso de esta expresión, pues que ha sido causa de tan grande escándalo. Empero, ¿no se encuentra en los Oráculos de Dios Y si así es ¿con qué autoridad pue­de dejar de usarla cualquier mensajero de Dios, aun cuan­do se escandalicen todos los hombres Cristo nos la ha ense­ñado y no debemos ceder al diablo, ya sea que los hombres es­cuchen, ya sea que no quieran escuchar. Hablemos como Dios ha hablado, acordándonos de que sólo puede el ministro de Cristo ser limpio de la sangre de todos, cuando no rehuya anunciarles todo el consejo de Dios.

3.          No debemos dejar de usar esta expresión, puesto que no es palabra del hombre sino de Dios. Sí debemos explicar su significado, para que no se desvíen a diestra ni a siniestra del camino que lleva a los sinceros de corazón al premio de su alto llamamiento. Y esto se hace tanto más necesario, cuanto que en el versículo ya citado, el Apóstol dice que no es perfecto: "No que ya sea perfecto." Sin embargo, en el versículo quince habla de sí mismo y de muchos otros como perfectos: "Así que todos los que somos perfectos, es­to mismo sintamos."

4.          A fin de allanar la dificultad que ofrece esta contra­dicción aparente, de dar luz al mismo tiempo a los que prosi­guen al blanco, y de evitar que los lisiados se desvíen del ca­mino, me propongo exponer:

Primero:           en qué sentido los cristianos no son perfectos.

Segundo:        el sentido en que lo son.

I.          1. Procuraré, en primer lugar, mostrar en qué sen­tido no son perfectos los cristianos. Se desprende, primera­mente, así de la experiencia como de la Sagrada Escritura, que no son perfectos en el saber. Su perfección en esta vida no llega al grado de estar libres de la ignorancia. Saben, lo mismo que todos los hombres, muchas de las cosas que se re­fieren a este mundo. Y respecto del mundo venidero, poseen en general todas las verdades que Dios ha revelado. Saben asimismo lo que el hombre natural no comprende, porque es­tas cosas se disciernen sólo espiritualmente. A saber: cuál amor les ha dado el Padre que sean llamados hijos de Dios. Saben que el Espíritu Santo está haciendo una obra poderosa en sus corazones; que la sabiduría de su providencia los dirige en todos sus pasos, y que hace que todas las cosas se combi­nen para su bien. En todos los pormenores de la vida saben lo que el Señor quiere que hagan, y cómo han de tener la con­ciencia sin remordimiento para con Dios y para con los hombres.

2.          Ignoran innumerables cosas. No pueden conocer con perfección al Todopoderoso: "He aquí estas son partes de sus caminos...porque el estruendo de sus fortalezas ¿quién lo detendrá" No pueden comprender, ya no digo cómo tres sean los que "dan testimonio en el cielo, el Padre, el Verbo, y el Espíritu Santo; y estos tres son uno;" ni cómo el Hijo eter­no de Dios "se anonadó a sí mismo, tomando forma de sier­vo," pero ni siquiera uno de los atributos o cualidades de la naturaleza divina. Tampoco les es dado saber las épocas o las estaciones en que Dios hará sus grandes obras sobre la tierra. Ni siquiera las que ha revelado en parte por medio de sus siervos y profetas desde el principio del mundo. Mu­cho menos saben el día en que habiendo Dios completado el número de sus elegidos, apresurará su reino; en el cual día "los cielos pasarán con gran estruendo y los elementos ar­diendo serán deshechos."

3.          No pueden ni siquiera dar la razón que Dios tiene para conceder en lo presente tantos favores a los hijos de los hombres, sino que tienen que contentarse con exclamar: "Nu­be y oscuridad alrededor de él; justicia y juicio son el asien­to de su trono." Sí, y aun en lo que Dios hace con ellos, mu­chas veces les dice: "Lo que yo hago, tú no entiendes ahora; mas lo entenderás después." Y ¡qué poco saben respecto de las cosas visibles, las obras de sus manos que están delante de sus ojos! ¡Cómo "extiende el aquilón sobre vacío, cuelga la tierra sobre nada"! ¡Cómo une todas las partes de esta in­mensa maquinaria con una cadena secreta que no puede rom­perse! ¡Tan grande así es la ignorancia, tan insignificante la sabiduría aun de los mejores hombres!

4.          Por lo tanto, no hay nadie tan perfecto en esta vida, que no deje de ser ignorante en lo absoluto. Y en segundo lugar, no hay nadie que esté libre de cometer equivocaciones, lo que es indudablemente una consecuencia casi inevitable de lo primero, puesto que los que "conocen en parte" están siempre expuestos a errar en lo que no saben. Es muy cierto que los hijos de Dios no se equivocan respecto de las cosas esenciales de la salvación; que "no hacen de la luz tinieblas y de las tinieblas luz;" ni buscan la muerte en el error de su vida, puesto que han aprendido de Dios, y el camino que El les enseña-a saber: la vía de la santidad-es tan claro, que ni los insensatos pueden errar.

Empero yerran, y con frecuencia, respecto de las cosas que no son esenciales a la salvación. Aun los hombres de me­jor intención y mayor sabiduría se equivocan muy a menu­do respecto de los hechos, creyendo, por una parte, que haya sucedido lo que jamás se ha efectuado, y por otra, que no hayan acontecido cosas que efectivamente han acaecido. Suponiendo que no se equivoquen respecto de los hechos, ye­rran respecto de las circunstancias, creyendo que han sido- al menos muchas de ellas-diferentes de lo que en realidad fueron-de lo que naturalmente se originan muchas otras equivocaciones. Pueden creer que son buenas muchas malas acciones acaecidas en lo pasado, o que suceden ahora. Y vice­versa, que son malas muchas acciones que en realidad son buenas. Pueden, asimismo, equivocarse respecto del carácter de los hombres, no sólo suponiendo a ciertos buenos indivi­duos mejores de lo que son, y a otros malos peores de lo que son, sino figurándose que algunos hombres muy inicuos han sido y son buenos, y que algunos hombres puros y sin repro­che han sido y son malos.

5.          Y aun respecto de la Sagrada Escritura, a pesar del mucho cuidado que los hombres tienen de no equivocarse, diariamente yerran. Se equivocan sobre todo en aquellas co­sas que no afectan directamente las costumbres. Así que ni aun los hijos de Dios están de acuerdo en la interpretación de muchos pasajes de la Sagrada Escritura. Esta diferencia de opinión no prueba de ninguna manera que los unos o los otros dejan de ser hijos de Dios, puesto que ningún hombre es infalible, como tampoco es omnisciente.

6.          Si a lo que dejamos expuesto en este y otros párrafos anteriores, se objeta que Juan, al hablar a los hermanos en la fe, dice: "Mas vosotros tenéis la unción del Santo, y cono­céis todas las cosas" (I Juan 2: 20), la contestación es clara: "Conocéis todas las cosas" que son esenciales a la salud de vues­tras almas. Que el apóstol jamás tuvo la intención de decir más de esto, y que no habló en un sentido absoluto, se despren­de claramente de estos puntos: primero, que si hubiera te­nido tal intención, hubiera descrito al discípulo como siendo "más que su Maestro," puesto que como hombre, Cristo no sabía todas las cosas: "Del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino mi Padre solo." Segundo, que si estas personas que tenían la unción del Santo no hubiesen estado expuestas a ser ignorantes y a cometer equivocaciones, habría sido inútil que el apóstol les dijera: "Os he escrito es­to sobre los que os engañan." Lo mismo pudiéramos decir de su advertencia: "No os engañe ninguno."

7.          Por tanto, los cristianos no son tan perfectos que es­tén libres de la ignorancia y del error, ni, podemos añadir en tercer lugar, de las flaquezas. Sólo que precisa entender bien esta palabra. No la usemos para describir pecados cono­cidos, como acostumbran algunos. Algún individuo nos dirá, por ejemplo: "Todo el mundo tiene sus flaquezas, y la mía es la embriaguez;" la del otro es la inmundicia; la de un ter­cero es tomar el nombre de Dios en vano, y la de otro, llamar a su hermano "loco," volver "maldición por maldición."

Es evidente que todos vosotros los que os expresáis de es­ta manera, iréis derecho al infierno si no os arrepentís. Me refiero no sólo a las debilidades del cuerpo propiamente lla­madas, sino a todos esos defectos interiores y exteriores que no participan de la naturaleza moral, tales como la debi­lidad o morosidad de la inteligencia, torpeza o confusión de comprensión, incoherencia de pensamiento, viveza anormal y pesadez de la imaginación. Estas y otras faltas que pudiéra­mos mencionar son peculiares de una memoria débil u olvida­diza. Hay otras faltas, consecuencia natural de las anteriores, como hablar muy despacio, usar palabras inadecuadas, y ma­la pronunciación. A éstas pudieran añadirse miles de defectos en la conversación y en las costumbres. Los mejores hombres adolecen-poco más o menos-de estos defectos, y nadie pue­de esperar estar libre de ellos enteramente, sino hasta que el espíritu vuelva a Dios que lo creó.

8.          Sólo hasta entonces podemos esperar vernos libres de la tentación. Semejante perfección no pertenece a esta vida. Es cierto que existen individuos tan hundidos en la impureza y la codicia, que apenas se dan cuenta de las tentaciones que no resisten y se figuran estar libres de ellas. Hay otros a quienes el enemigo de las almas ve tan dormidos en la forma muerta de la piedad, que no los tienta a que cometan peca­dos nefandos, no sea que despierten antes de desplomarse en los profundos abismos. Perfectamente sé que también hay hijos de Dios que estando gratuitamente justificados, habiendo obtenido la redención por la sangre de Cristo, no tienen ten­taciones por ahora. Dios ha dicho a sus enemigos: "No toquéis a mis ungidos, ni hagáis mal a mis profetas." Por un tiempo, tal vez por semanas y meses, les permite andar por las altu­ras, los lleva como por sobre las alas del águila, allá donde no alcanzan las flechas del enemigo. Pero no siempre dura esto muchos días, como podemos deducir de este simple he­cho: que el mismo Hijo de Dios fue tentado hasta el fin de su vida. Que el siervo espere la tentación, pues le basta ser como su Maestro.

9.          Por consiguiente, la religión cristiana no significa- como algunos parecen figurarse-estar exento de la igno­rancia, las equivocaciones, las debilidades o las tentaciones. A la verdad, es un sinónimo de santidad. Son dos nombres que tienen el mismo significado. Así que todo aquel que es san­to según el significado de la Escritura, es perfecto. Con todo, observaremos por último que ni aun en este sentido se halla la perfección absoluta sobre la tierra. No existe la perfección en grado como la llaman algunos, que no puede aumentar con­tinuamente. De manera que por mucho que un hombre haya alcanzado, o por sublime que sea el grado de perfección a que haya llegado, aún tiene necesidad de "crecer en la gracia," y de adelantar diariamente en el conocimiento y el amor de Dios.

II.         1. ¿En qué sentido, pues, son perfectos los cristia­nos Esto es lo que procuraré mostrar en segundo lugar. De­bemos asentar desde luego que hay varios períodos en la vida cristiana. Algunos de los hijos de Dios son como criaturas recién nacidas, otros ya han crecido algo. Así, Juan en su primera epístola llama a unos, hijitos; a otros, mancebos, y a otros, padres. "Os escribo a vosotros hijitos"-dice el após­tol-"porque vuestros pecados os son perdonados' '-porque habéis alcanzado el ser justificados por gracia; porque tenéis "paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo." "Os escribo a vosotros mancebos, porque habéis vencido al maligno"-o como dice más adelante-"porque sois fuertes y la palabra de Dios mora en vosotros." Habéis extinguido el fuego del maligno, las dudas y los temores con que inte­rrumpía vuestra primera paz, y el testimonio de Dios de que vuestros pecados están perdonados, permanece en vuestro co­razón. "Os escribo a vosotros, padres, porque habéis conocido a aquel que es desde el principio." Habéis conocido al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en lo más íntimo de vuestra alma. Sois varones perfectos, habiendo llegado "a la medida de la edad de la plenitud de Cristo."

2.          De estos es de quienes hablo especialmente en la úl­tima parte de este discurso, porque sólo ellos son cristianos perfectos. Empero aun los niños en Cristo son en tal sentido perfectos-o nacidos de Dios-que, en primer lugar, no pecan. Si alguien duda de que los hijos de Dios gocen de estos privi­legios, sepa que este punto no se debe resolver con argu­mentos abstractos que puedan dilatarse en demasía, y dejar­nos tan en dudas como antes; ni se puede decidir por la expe­riencia de esta o de aquella persona. Muchos se figuran que no pecan cuando sí pecan, empero esto nada prueba en pro ni en contra. Apelamos a la ley y al testimonio. "Sea Dios ver­dadero mas todo hombre mentiroso." En su Palabra, y sólo en su Palabra, permanecemos. Por ella seremos juzgados.

3.          Ahora bien, la Palabra de Dios declara evidentemen­te que los que están justificados, los que son nacidos de nue­vo aun en el sentido más inferior, no perseveran en el pe­cado. No pueden vivir más en él (Romanos 6: 1, 2). Son "plantados juntamente en él a la semejanza" de la muerte de Cristo (v. 5). Su hombre viejo "juntamente fue crucifi­cado con él," quedando destruido el cuerpo del pecado. De manera que en lo futuro ya no sirven al pecado, estando muertos en Cristo quedan libres del pecado (vrs. 6, 7). Están "muertos al pecado, mas vivos a Dios" (v. 11). El pecado no se enseñoreará de aquellos que no están bajo la ley sino ba­jo la gracia, quienes estando "libertados del pecado," son hechos "siervos de la justicia" (vrs. 14, 18).

4.          Lo menos que podemos deducir de estas palabras es que las personas de que se habla aquí, es decir, los verdade­ros cristianos o creyentes en Cristo, quedan libres del peca­do exterior. Y la misma libertad que Pablo menciona en fra­ses tan variadas, Pedro expresa en una sentencia: "El que ha padecido en la carne, cesó de pecado; para que...viva, no a las concupiscencias de los hombres, sino a la voluntad de Dios" (I Pedro 4: 1, 2). Si cesar de pecar quiere decir-en el sentido más inferior de la palabra-la conducta exterior, significa entonces abstenerse del hecho exterior, de la tras­gresión abierta de la ley.

5.          Empero todavía más claras son las bien conocidas pa­labras de Juan: "El que hace pecado, es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo. Cualquiera que es nacido de Dios, no hace pecado, porque su simiente está en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios" (I Juan 3: 8-9). Y estas otras palabras: "Sabemos que cualquiera que es nacido de Dios, no peca; mas el que es engendrado de Dios, se guarda a sí mismo, y el maligno no le toca" (1 Juan 5: 18).

6.          Algunos dicen que esto significa que no peca volun­tariamente; que no peca por hábito, como los demás hombres, o como él mismo pecaba antes. Pero ¿quién afirma esto ¿Juan Nada de eso. En el texto no se encuentra semejante idea, ni en todo el capítulo, ni en toda la epístola, ni en parte alguna de todos sus escritos. La mejor manera, pues, de con­testar aserción tan atrevida, es simplemente negarla. Y si algún hombre puede probarla con la Palabra de Dios, que presente sus mejores argumentos.

7.          Hay cierto argumento obtenido de los ejemplos que se registran en la Palabra de Dios, que a menudo se usa para sostener estas extrañas aserciones. "¡Cómo!"-dicen los que de esta manera arguyen-"¿no pecó Abraham cuando negó que su mujer era su esposa ¿No pecó Moisés cuando provocó a Dios en las aguas de contención En una palabra, ¿no pe­có David, el hombre cuyo corazón era recto ante Dios, hasta el grado de cometer adulterio y procurar el homicidio de Urías heteo" Todo esto es cierto, pero ¿que se sigue de aquí Concedemos, en primer lugar, que David era, en el tenor general de su vida, uno de los hombres más santos entre los judíos, y en segundo, que los hombres más san­tos entre los judíos pecaban algunas veces. Empero no podéis argüir como consecuencia legítima de estas premisas, que todos hacen y deben hacer el pecado mientras viven. Esto lo negamos rotundamente.

8.          Los que de esta manera arguyen, parecen olvidarse por completo de la declaración de nuestro Señor en Mateo 11: 11: "De cierto os digo, que no se levantó entre los que na­cen de mujeres otro mayor que Juan el Bautista; mas el que es muy pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él."

En verdad que temo que algunos crean que "el reino de los cielos" significa aquí el reino de la gloria, como si el Hijo de Dios nos hubiese dicho que el santo menos glorificado en el cielo es mayor que cualquiera hombre en la tierra. Basta mencionar esto para refutarlo. No cabe la menor duda de que "el reino de los cielos" significa en este versículo-lo mismo que en el siguiente, donde se dice que los valientes lo arrebatan-el "reino de Dios," como le llama Lucas, ese reino de Dios en la tierra, al que pertenecen todos los verdaderos creyentes en Cristo, todos los cristianos sinceros.

Dos cosas declara, pues, nuestro Señor en estos versícu­los: primera, que antes de su encarnación no hubo entre los hijos de los hombres uno mayor que Juan el Bautista. De ello se sigue evidentemente que ni Abraham, ni David, ni judío alguno fue mayor que Juan. Segunda, que el menor en el reino de Dios, en ese reino que El vino a establecer sobre la tierra y que los valientes empiezan a arrebatar, es mayor que él. No un profeta mayor, como quieren interpretar la palabra algunos, lo que evidentemente es falso, sino mayor en la gra­cia de Dios y en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.

No podemos, por consiguiente, estimar los privilegios de los cristianos verdaderos por medio de los que los judíos te­nían anteriormente. Concedemos que su ministerio o dispen­sación fue glorioso, pero el nuestro excede en gloria; de ma­nera que quien compara la dispensación cristiana con la ju­daica, quien recoge los ejemplos de las debilidades que se mencionan en la ley y los profetas, y luego saca por consecuen­cia que los que se han revestido de Cristo no tienen mayor fortaleza, yerran en gran manera, "ignorando la Escritura y el poder de Dios."

9.          Empero, ¿no existen en la Escritura ciertas aserciones que prueban esto mismo, si es que no puede inferirse de di­chos ejemplos ¿No dice la Escritura expresamente: "Aun el justo peca siete veces al día" A lo que contesto: No, la Escritura no dice tal cosa. No hay semejante texto en toda la Biblia. Parece que lo que se cita es un versículo de los Proverbios que a la letra dice: "Siete veces cae el justo y se torna a levantar" (Proverbios 24: 16). Pero esta es otra cosa muy distinta, porque, primeramente, la palabra "día" no se encuentra en el texto, de manera que si el justo cae siete ve­ces en su vida, esto es todo lo que afirma la Escritura. En segundo lugar, nada se dice en este versículo respecto de caer en pecado. Lo que aquí se menciona es caer en la aflic­ción temporal, como claramente se desprende del versículo anterior que dice: "Oh impío, no aceches la tienda del justo, no saquees su cámara," y luego siguen las palabras: "Porque siete veces cae el justo, y se torna a levantar; mas los impíos caerán en el mal." Como si hubiera dicho: "Dios le librará en su aflicción, pero cuando tú caigas no habrá quien te libre."

10.        Sin embargo, en otros lugares-continúan diciendo nuestros contrincantes-Salomón afirma claramente que no hay hombre que no peque (1 Reyes 8:46; II Crónicas 6:36). Más aún: "Ciertamente que no hay hombre justo en la tierra, que haga bien y nunca peque" (Eclesiastés 7:20). A lo que contesto que indudablemente esto era cierto en los días de Salomón. Sí, y desde los días de Adán hasta Moisés, y desde Moisés hasta Salomón, y desde Salomón hasta Jesucristo. No había hombre que no pecase. Desde el día en que el pecado apareció en el mundo, no existió un solo hombre justo sobre la tierra que hiciera el bien y no el pecado, hasta que el Hi­jo de Dios se manifestó para destruir nuestros pecados.

Es indudablemente cierto que "entretanto que el here­dero es niño, en nada difiere del siervo." Es igualmente cierto que todos los santos hombres de la antigüedad que estuvieron bajo la dispensación judaica, permanecieron durante la in­fancia de la Iglesia como siervos, "bajo los rudimentos del mundo." "Mas venido el cumplimiento del tiempo, Dios en­vió su Hijo, hecho de mujer, hecho súbdito a la ley, para que redimiese a los que estaban debajo de la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos"-para que recibiéramos esa gracia, la cual "ahora es manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte, y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por el evangelio ' (II Timo­teo 1: 10). "Así que ya no eres más siervo, sino hijo." Cual­quiera que haya sido el caso de los que estaban bajo la ley podemos afirmar con Juan que, desde que se proclamó el Evangelio, "el que es nacido de Dios no hace pecado."

11.        Es muy importante observar más cuidadosamente de lo que por lo general se hace, la gran diferencia que existe entre la dispensación judaica y la cristiana, y la razón respec­tiva que el apóstol Juan da en el capítulo séptimo de su Evan­gelio, versículo 38 y siguientes. Después de citar las palabras de nuestro Señor: "El que cree en mí, como dice la Escri­tura, ríos de agua viva correrán de su vientre," añade inme­diatamente: "Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él, pues aun no había venido el Espíritu San­to; porque Jesús no estaba aún glorificado."

Ahora bien, lo que el apóstol quiere decir aquí no es, como algunos han supuesto, que aún no se hubiese dado el poder del Espíritu Santo de obrar milagros, puesto que ya les había sido dado. Nuestro Señor lo dio a los apóstoles todos cuando por primera vez los envió a predicar el Evangelio. Les dio facultad de echar fuera espíritus inmundos, de curar en­fermos y aun de resucitar muertos. Empero no habían reci­bido la gracia santificadora del Espíritu como la recibieron después de que Jesús fue glorificado. Entonces fue cuando "subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad y dio dones a los hombres," y también a los rebeldes, "para que habite en­tre ellos Dios." Y el día de pentecostés, aquellos que espera­ban "la promesa del Padre," triunfaron del pecado por pri­mera vez, por medio del Espíritu Santo que les fue dado.

12.        También Pedro testifica claramente, hablando de los hermanos en la carne que obtienen el fin de su fe, "la salud de vuestras almas," que esta salvación del pecado no se dio sino hasta que Jesús fue glorificado, "de la cual salud los profetas que profetizaron de la gracia que había de venir a vosotros han inquirido y diligentemente buscado"-es decir, han buscado la dispensación gratuita "que había de venir a vosotros"-"escudriñando cuándo y en qué punto de tiempo significaba el espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual prenunciaba las aflicciones que habían de venir a Cristo, y las glorias"-la salvación gloriosa-"después de ellas. A los cuales fue revelado, que no para sí mismos, sino para nosotros administraban las cosas que ahora os son anunciadas de los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo en­viado del cielo"-es decir, el día de pentecostés a todas las generaciones, en los corazones de todos los verdaderos cre­yentes. Sobre esta base, a saber: "la gracia que os es presen­tada cuando Jesucristo os es manifestado," puede muy bien el apóstol fundar esta enérgica exclamación: "Por lo cual teniendo los lomos de vuestro entendimiento ceñidos.como Aquel que os ha llamado es santo, sed también vosotros santos en toda conversación" (I Pedro 1: 9-13, 15).

13.        Todo aquel que haya meditado sobre estas cosas, concederá que los privilegios de los cristianos no deben ser de ninguna manera estimados según lo que el Antiguo Tes­tamento narra respecto de los que estaban bajo la dispensa­ción judaica. Siendo que la plenitud del tiempo se ha cum­plido; que el Espíritu Santo se ha dado, y que la salvación de Dios se ha traído a los hombres por medio de la revelación de Jesucristo. El reino de los cielos se ha establecido-res­pecto del cual el Espíritu de Dios declaró antiguamente: "el que entre ellos fuere flaco, en aquel tiempo será como David; y la casa de David como ángeles, como el ángel de Jehová delante de ellos" (Zacarías 12:8).

14.        Por consiguiente, si queréis probar que las palabras del apóstol: "el que es nacido de Dios no hace pecado," no se deben entender literalmente, según su sentido claro, natural y obvio, habréis de buscar las pruebas en el Nuevo Testa­mento. De otra manera lucháis como quien azota el aire.

La primera de las pruebas que por lo general se traen a colación de entre los ejemplos del Nuevo Testamento, es ésta: "Los apóstoles mismos"-se dice-"cometieron pecado. Los más grandes de entre ellos, Pedro y Pablo; Pablo al dis­gustarse con Bernabé, y Pedro con su conducta en Antioquía." Ahora bien, supongamos que ambos-Pedro y Pablo-come­tieron el pecado. ¿Qué consecuencia sacáis de ello ¿que to­dos los demás apóstoles pecaron alguna vez No hay la me­nor prueba de esto. ¿O deducís de aquí que todos los cristia­nos de la edad apostólica cometieron pecado Peor que peor, semejante deducción la podría sacar sólo un hombre que no estuviera en sus sentidos. ¿O pretendéis argüir de esta ma­nera: "Si dos de los apóstoles pecaron una vez, entonces to­dos los cristianos de todas las épocas, han cometido y come­ten pecado mientras viven" ¡Ay, hermano! un niño de me­diana inteligencia se avergonzaría de argüir de este modo.

Mucho menos podéis deducir con el menor asomo de ve­racidad que el hombre tenga que pecar. De ninguna manera. No permita Dios que hablemos de semejante modo. No te­nían necesidad de pecar. Evidentemente que a ellos les bas­taba la gracia de Dios, y nos basta a nosotros hasta el día de hoy juntamente con la tentación que les vino, tenían la po­sibilidad de escapar como todo hombre la tiene en tiempo de la tentación, de manera que quien sea tentado no está obligado a ceder, porque ningún hombre es tentado más allá de lo que puede resistir.

15.        "Empero Pablo rogó tres veces al Señor, y sin em­bargo, no pudo escapar de la tentación." Meditemos sobre sus palabras literalmente traducidas: "Me es dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee.Por lo cual tres veces he rogado al Señor, que se quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia, porque mi potencia en la flaqueza se perfecciona. Por tanto, de buena gana me glo­riaré más bien en mis flaquezas, porque habite en mí la po­tencia de Cristo. Por lo cual me gozo en las flaquezas.porque cuando soy flaco, entonces soy poderoso."

16.        Como quiera que este pasaje es una de las fortale­zas de los amigos del pecado, será bueno examinarlo con es­mero. Debe observarse, primeramente, que este aguijón- cualquiera que haya sido-de ninguna manera indujo a Pa­blo a cometer pecado, mucho menos le obligó a cometerlo. Por consiguiente, no se puede probar con este texto que al­gún cristiano esté obligado a pecar. En segundo lugar, nos dicen los padres que este aguijón era un dolor: una fuerte jaqueca, dice Tertuliano (De Pudiciti) -en lo que Juan Cri­sóstomo y Jerónimo están de acuerdo. Cipriano le da un tér­mino más amplio en estas palabras: "Carnis et corporis multa ac gravia tormenta."[1]

En tercer lugar, las palabras del Apóstol confirman ple­namente esta interpretación: "Un aguijón en mi carne.que me abofetee." "Mi potencia en la flaqueza se perfeccio­na." La palabra flaqueza se encuentra nada menos que cua­tro veces en estos dos versículos. Mas, en cuarto lugar, cual­quiera cosa que haya sido este aguijón, no pudo haber sido el pecado interior o exterior. No pudo consistir en movimien­tos internos ni en manifestaciones externas de cólera, sober­bia o lujuria. Esto se aclara, sin la menor duda, con las pala­bras que siguen inmediatamente: "Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis flaquezas, porque habite en mí la potencia de Cristo." ¿Cómo ¿Se gloriaba en la soberbia, la cólera y la lujuria ¿Debido a estas flaquezas descansaba en él la potencia de Cristo Sigue diciendo: "Por lo cual me gozo en las flaquezas...porque cuando soy flaco, entonces soy poderoso"-es decir, cuando soy débil de cuerpo, enton­ces soy fuerte de espíritu.

Mas ¿se atreverá alguien a decir: "Cuando estoy débil por razón del orgullo de la lujuria, entonces soy fuerte en el espíritu" Os conjuro en este día a vosotros los que sentís la potencia de Cristo descansando sobre vosotros. ¿Podéis glo­riaros en la cólera, la soberbia o la lujuria ¿Podéis compla­ceros en estas debilidades ¿Os fortalecen ¿No caeríais en e1 infierno aunque pudieseis libraros de dichas flaquezas Por vuestra propia experiencia, pues, juzgad si el Apóstol podría gloriarse y complacerse en ellas.

Bástenos, por último, observar que este aguijón le fue dado a Pablo más de catorce años antes de que escribiera esta epístola, cosa que hizo varios años antes de su muerte. De manera que después de esto tuvo una carrera larga que emprender, muchas batallas que pelear, muchas victorias que ganar y mucho aumento de los dones de Dios y del conoci­miento de Jesucristo que recibir. Por consiguiente, de nin­guna manera podemos inferir que fue hecho fuerte debido a cualquiera debilidad espiritual que sentía entonces. No pode­mos decir que el anciano Pablo, el padre en Cristo, aún su­fría la misma debilidad, que no llegó a un estado más eleva­do sino hasta el día de su muerte. De todo esto se desprende que este ejemplo de Pablo nada tiene que ver con el asunto, y que de ningún modo contradice la aserción de Juan de que "el que es nacido de Dios no hace pecado."

17.        "Empero, ¿no contradice esto Santiago abiertamen­te Estas son sus palabras: 'Todos ofendemos en muchas co­sas' (3:2). ¿No es el ofender lo mismo que pecar" En este lugar concedo que lo es; concedo que las personas de quienes se habla en este texto, pecaron. Pero ¿quiénes son los indivi­duos de que aquí se habla Indudablemente, los maestros a quienes Dios no había mandado. Probablemente, los mismos hombres vanos que enseñaban la fe sin obras, la cual ense­ñanza se reprueba tan decididamente en el capítulo anterior. Ciertamente, no son el apóstol ni ningún verdadero cristiano.

Que con la palabra nosotros-expresión que se usa en los libros inspirados lo mismo que en cualesquiera otros-el após­tol no pudo de ninguna manera referirse a sí mismo ni a nin­gún verdadero creyente, se desprende muy a las claras de lo siguiente: primero, del uso de la misma palabra en el versículo noveno: "Con ella"-dice-"bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres...De una misma boca proceden bendición y maldición." Muy cierto, pero no de la bo­ca del apóstol, ni de ninguno que es una nueva criatura en Cristo. En segundo lugar, del versículo inmediatamente an­terior al texto y el que sin duda forma parte de él: "Hermanos míos, no os hagáis muchos maestros, sabiendo que recibire­mos mayor condenación. Porque todos ofendemos en mu­chas cosas." ¡Ofendemos! ¿Quiénes No los apóstoles ni los verdaderos creyentes, sino aquellos que sabían que habían de recibir mayor condenación, por razón de esas muchas ofen­sas. Pero esto no se refiere al apóstol mismo, ni a ninguno que seguía su ejemplo, pues que "ninguna condenación hay para los que no andan conforme a la carne, mas conforme al Espíritu." En tercer lugar, el mismo versículo prueba que las palabras "todos ofendemos," no se refieren a todos los hombres ni a todos los cristianos, porque inmediatamente si­gue el aserto-en el mismo versículo-de que "alguno no ofende," como todos ofenden, de quienes, por lo tanto, se dis­tingue notablemente y es llamado un hombre perfecto.

18.        Tan claro así explica Santiago sus palabras y fija su sentido. Pero para que nadie tenga la menor duda, Juan, escribiendo muchos años después de Santiago, deja el asunto enteramente fuera de disputa con las declaraciones que he­mos citado. Mas puede presentarse otra dificultad todavía: "¿Cómo podemos reconciliar las palabras del mismo Juan: 'Todo aquel que es nacido de Dios no peca;' y en otro lugar: 'Sabemos que cualquiera que es nacido de Dios no peca;' y sin embargo, en otro versículo dice: 'Si dijéremos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y no hay verdad en nosotros,' y más adelante: 'Si dijéremos que no hemos pecado, lo hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros'"

19.        Por muy grande que a primera vista parezca esta dificultad, se desvanece por completo si observamos, prime­ramente, que el versículo décimo fija el sentido del octavo: "Si dijéremos que no tenemos pecado," en el versículo oc­tavo, se explica con las palabras: "Si dijéremos que no he­mos pecado," en el otro versículo. En segundo lugar, que el punto que estamos discutiendo no es si hemos pecado hasta ahora o no, y que ninguno de estos versículos afirma que pecamos en lo presente. En tercer lugar, que el versículo no­veno explica el octavo y el décimo: "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para que nos perdone nuestros pe­cados, y nos limpie de toda maldad." Como si hubiera dicho: "Ya he afirmado que la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado"-mas que no diga nadie-"no la necesito, no tengo ningún pecado que limpiar." Si dijéremos que no tene­mos pecado, que no hacemos pecado, nos engañamos a nos­otros mismos, hacemos a Dios mentiroso. Pero "si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo"-no sólo para perdonar nuestros pecados, sino para-"limpiarnos de toda maldad,' a fin de que vayamos y no pequemos más.

20.        Por consiguiente, Juan es tan consecuente consigo mismo como lo es con los demás escritores inspirados, lo que se verá todavía más claramente si reunimos todas sus aser­ciones sobre este asunto.

Declara, primeramente, que la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado. En segundo lugar, que ningún hom­bre puede afirmar que no ha pecado, ni que no tiene pecado de que limpiarse. En tercer lugar, que Dios está listo a per­donar nuestros pecados pasados y a salvarnos de la iniqui­dad en lo futuro. Finalmente: "Estas cosas os escribo"-dice el apóstol-"para que no pequéis: y si alguno pecare o hu­biere pecado" (que de ambas maneras puede traducirse el texto griego), no necesita permanecer en pecado, puesto que "abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el Justo."

Hasta aquí todo está muy claro, pero a fin de evitar la posibilidad de cualquiera duda sobre un asunto de tan vital importancia, el apóstol resume su tema en el capítulo tercero y explica su sentido ampliamente. "Hijitos"-dice-"no os en­gañe ninguno" (como si hubiese yo animado a los que per­manecen en el pecado); "el que hace justicia es justo, como él también es justo. El que hace pecado es del diablo, porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo. Cualquiera que es nacido de Dios, no hace pecado, porque su simiente está en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios. En esto son manifiestos los hijos de Dios, y los hijos del diablo" (I Juan 3:7-10). Este punto que hasta entonces pudo ser algo confuso en mentes débiles, declara y decide el último de los escritores inspirados de la manera más evidente que pueda dar­se. Por lo tanto, en concordancia con la doctrina de Juan y todo el tenor del Nuevo Testamento, asentamos esta conclusión: el cristiano es perfecto hasta el grado de no cometer pecado.

21.        Privilegio glorioso es este de todo cristiano, aunque sea un niño en Cristo. Empero sólo de los que son fuertes en el Señor y que "han vencido al maligno"-o más bien, de aquellos que han conocido a Aquel "que es desde el princi­pio"-se puede afirmar, en segundo lugar, que son tan per­fectos que están libres de todo mal pensamiento y disposición perversa. Hagamos observar, en este punto, que los pensa­mientos respecto del mal no son malos pensamientos; que un pensamiento respecto del pecado y un pensamiento pecami­noso son dos cosas muy diferentes. Por ejemplo: un hombre puede pensar sobre el asesinato que ha cometido otro hom­bre, y, sin embargo, este pensamiento no es malo ni peca­minoso. Indudablemente nuestro Señor pensó en lo que el mismo diablo sugirió cuando le dijo: "Todo esto te daré, si postrado me adorares." Sin embargo, no tuvo, -ni le era po­sible tener-ningún mal pensamiento. De lo que deducimos que tampoco los verdaderos cristianos tienen malos pensa­mientos, porque "cualquiera que fuere como el maestro, se­rá perfecto" (Lucas 6: 40). Por consiguiente, si El no tuvo malos pensamientos, tampoco ellos los tienen.

22.        Y ciertamente, ¿de dónde le han de venir malos pen­samientos al siervo que es como el Maestro "Del corazón de los hombres salen los malos pensamientos" (Marcos 7: 21). Por consiguiente, si su corazón ya no es malo, entonces ya no pueden salir de él malos pensamientos. Si el árbol estuviere corrompido también lo estaría su fruto, mas el árbol es bue­no, luego el fruto también es bueno (Mateo 12: 33). Nuestro Señor mismo da testimonio de esto. "Así todo buen árbol lle­va buenos frutos; mas el árbol maleado lleva malos frutos. No puede el buen árbol llevar malos frutos; ni el árbol maleado llevar buenos frutos" (Mateo 7: 17, 18).

23.        Siguiendo el dictamen de su experiencia, Pablo con­firma este privilegio feliz de los cristianos. "Las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas; destruyendo consejos"-o más bien razonamientos, que es el verdadero significado de la pa­labra λογισμούς; todos los razonamientos de la soberbia y de la incredulidad en contra de las declaraciones, promesas y dones de Dios-"y toda altura que se levanta contra la ciencia de Dios, y cautivando todo intento a la obediencia de Cristo" (II Corintios 10: 4-5).

24.        Así como los cristianos están libres de los malos pensamientos, lo están también, en segundo lugar, de dispo­siciones perversas. Esto se desprende evidentemente, de la declaración de nuestro Señor que hemos citado: "El discí­pulo no es sobre su maestro; mas cualquiera que fuere co­mo el maestro, será perfecto." El acababa de anunciar algu­nas de las doctrinas más sublimes del cristianismo, y algunas de las más severas en contra de la carne y la sangre. "Mas a vosotros, los que oís, digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen...y al que te hiriere en la mejilla, dale también la otra." Perfectamente sabía que el mundo no aceptaría esto, y por lo tanto, añade inmediatamen­te: "¿Puede el ciego guiar al ciego ¿No caerán ambos en el hoyo" Como si hubiera dicho: "No consultéis con la carne y la sangre respecto de estas cosas, con hombres que no pue­den discernir espiritualmente, cuya vista intelectual Dios no ha esclarecido, no sea que ellos y vosotros perezcáis juntos."

En el versículo que sigue, destruye por completo las dos grandes objeciones que nos presentan a cada paso estos sabios necios-"Estas cosas son muy duras de soportar;" y "son de­masiado elevadas y no las podemos alcanzar"-"El discípulo no es sobre su maestro;" por consiguiente, si yo he sufrido, contentaos con seguir mis pasos. Y no dudéis, yo cumpliré mi palabra, porque cualquiera que fuere perfecto, será como el Maestro. Empero el Maestro estaba libre de toda disposición perversa, luego, todo verdadero cristiano, todo discípulo, está también libre del mal.

25.        Todos estos pueden decir con Pablo: "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya yo, mas vive Cris­to en mí;" palabras que indudablemente describen el libra­miento del pecado, tanto interior como exterior. Esto se ex­presa en sentido negativo: vivo, no ya yo (mi mala naturaleza, el cuerpo del pecado, está destruida); y también en sentido afirmativo: Cristo vive en mí; y por consiguiente, vive en mí todo lo que es santo, y justo, y bueno. A la verdad que estos dos estados-Cristo vive en mí y vivo no ya yo-son in­separables. Porque "¿qué comunión tiene la luz con las ti­nieblas ¿y qué concordia Cristo con Belial"

26.        Por consiguiente, Aquel que vive en los verdaderos creyentes "purifica sus corazones por la fe," de manera que todo aquel que tiene en Cristo la esperanza de la gloria, "se purifica, como él también es limpio" (I Juan 3: 3). Se purifica de la soberbia, porque Cristo era humilde de corazón. Se purifica de la voluntad o deseos propios, porque Cristo sólo deseaba hacer la voluntad de su Padre y acabar su obra. Se purifica de la cólera, en el sentido intrínseco de la palabra, porque Cristo era manso, amable, paciente y sufrido. Digo en el sentido intrínseco de la palabra, porque no toda cólera es mala. Leemos en Marcos 3: 5, que nuestro Señor mismo miró "alrededor con enojo." Pero, ¿qué clase de enojo La frase que sigue nos dice que clase: "condoleciéndose de la ceguedad de su corazón." De manera que se enojó por el pe­cado, condoleciéndose al mismo tiempo del pecador. Se mo­lestó o se enojó por la ofensa, pero se compadeció de los ofen­sores. Miró el pecado con enojo, más aún, con odio, pero a los pecadores con dolor y amor. Ve, pues, tú que eres perfecto, y haz otro tanto. Enójate de esta manera y no peques. Siente enojo por cada ofensa que se comete en contra de Dios, mas para el pecador solamente amor y tierna compasión.

27.        Así salva Jesús "a su pueblo de sus pecados." No sólo de los pecados exteriores, sino también de los del corazón, de los malos pensamientos y del mal genio. "Muy cierto"- dirán algunos-"seremos salvos de nuestros pecados, pero sólo después de la muerte, no en este mundo. Empero, ¿cómo podremos reconciliar esto con las palabras terminantes de Juan:  "En esto es perfecto el amor con nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio, pues como él es, así somos nosotros en este mundo" (I Juan 4: 17). No cabe duda de que en este pasaje el apóstol habla de sí mismo y de otros cristianos que vivían, de los que afirma (como si hubiera anticipado esta objeción, y querido destruirla de raíz), que no sólo a la hora de la muerte o después, sino en este mundo, son como su Maestro.

28.        Muy consecuentes con lo anterior son sus palabras en el primer capítulo de esta epístola: "Dios es luz, y en él no hay ningunas tinieblas...Si andamos en luz...tenemos comunión entre nosotros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado." Y más adelante: "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para que nos perdone nues­tros pecados, y nos limpie de toda maldad."

Ahora bien, es evidente que el apóstol habla aquí de un libramiento en este mundo, puesto que no dice que la sangre de Jesucristo nos limpiará en la hora de la muerte o en el día del juicio, sino que "nos limpia" ahora, al presente, a nosotros los cristianos vivientes "de todo pecado." Es igualmen­te claro que si permanece algún pecado, no estamos limpios "de toda maldad." Si alguna injusticia queda en el alma, ésta no está limpia de toda injusticia.

Que ningún pecador diga para condenación de su propia alma que esto se refiere solamente a la justificación por la fe o a nuestro limpiamiento de la culpa del pecado. Porque, primeramente, esto es confundir lo que el apóstol distingue tan claramente al decir primero que el Señor nos perdona nuestros pecados, y luego que nos limpia de toda maldad. En segundo lugar, porque esto es asentar de la manera más de­cidida la doctrina de la justificación por las obras. Es hacer la santidad interior y exterior necesaria previamente a la justificación. Porque si el limpiamiento que se menciona aquí no es sino el limpiamiento de la culpa del pecado, entonces no estamos limpios de la culpa, es decir, no estamos justificados sino bajo la condición de que "andemos en luz como él está en la luz."

Queda, pues, asentado, que los cristianos son salvos de todo pecado en este mundo, de toda injusticia; que ahora mismo son tan perfectos que no cometen pecado y están li­bres de todo mal pensamiento y mal genio.

29.        Así cumple el Señor las cosas que hablaron los san­tos profetas desde la fundación del mundo, especialmente Moisés: "Circuncidará Jehová tu Dios tu corazón y el corazón de tu simiente, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu co­razón, y con toda tu alma" (Deuteronomio 30: 6). David ex­clamó: "Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio; y renueva un espíritu recto dentro de mí" (Salmos 51:10). Ezequiel dice: "Y esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis lim­piados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ído­los os limpiaré. Y os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros...y haré que andéis en mis man­damientos y guardéis mis derechos, y los pongáis por obra.Vosotros me seréis por pueblo, y yo seré a vosotros por Dios. Y os guardaré de todas vuestras inmundicias.Así ha dicho el Señor Jehová: El día que os limpiaré de to­das vuestras iniquidades...las gentes sabrán que yo edi­fiqué las derribadas...yo Jehová he hablado, y harélo" (Ezequiel 36:25-29, 33, 36).

30.        "Así que, amados, pues tenemos tales promesas"- tanto en la ley como en los profetas, y siendo que la palabra profética se ha confirmado en el Evangelio por nuestro ben­dito Salvador y sus apóstoles-"limpiémonos de toda inmun­dicia de carne y de espíritu, perfeccionando la santificación en temor de Dios." "Temamos, pues," que a pesar de tantas promesas "de entrar en su reposo"-en el cual el que haya entrado, ha cesado de sus trabajos-"parezca alguno de vos­otros haberse apartado." Esta cosa hagamos: olvidando cier­tamente lo que queda atrás, y extendiéndonos a lo que está delante, prosigamos al blanco, al premio de la soberana vo­cación de Dios en Jesucristo, clamando a El de día y de noche hasta que quedemos libres de la servidumbre de corrupción en la libertad gloriosa de los hijos de Dios.

PREGUNTAS SOBRE EL SERMON XL

1. (¶ 1). ¿Qué se dice de esta expresión 2. (¶ 2). ¿Qué cosa han aconsejado algunos 3. (¶ 3). ¿Podemos hacerlo 4. (¶ 4). ¿Qué cosas se propone mostrar el predicador 5. (I. 1). ¿Qué se muestra en primer lugar 6. (I. 2). ¿Qué se dice de la ignorancia 7. (I. 3). ¿Y de las dispensaciones de Dios 8. (I. 4). ¿Destruye la perfección la ignorancia 9. (I. 5). ¿Qué se dice de la posibilidad de equivocarse 10. (I. 6). ¿Qué objeción se menciona en este párrafo 11. (I. 7). ¿Están libres los cristianos perfectos de la ignorancia y el error 12. (I. 8). ¿Están libres de la tentación 13. (I. 9). ¿Qué significa, pues, la perfección cristiana 14. (II. 1). Sírvase usted mencionar la se­gunda división de este sermón. 15. (II. 2). ¿Qué se dice de los niños en Cristo 16. (II. 3). ¿Y de los que han de ser justificados 17. (II. 4). ¿Cuál es el significado más inferior de estas palabras 18. (II. 5). ¿Qué palabras se citan de Juan 19. (II. 6). Mencione usted los diferentes significados que se han dado a este versículo. 20. (II. 7). ¿Qué se dice del caso de Abraham y de otros 21. (II. 8). ¿Qué se dice de los que arguyen de este modo 22. (II. 9). Mencione usted la otra objeción. 23. (II. 10). ¿Qué más dicen los que objetan 24. (II. 11). ¿Qué cosa precisa observar 25. (II. 12). ¿Cuándo se dio esta gran salvación 26. (II. 13). ¿Cómo deben apreciarse los pri­vilegios del cristiano 27. (II. 14). ¿Dónde se encuentran las pruebas 28. (II. 15). Mencione usted la objeción que se hace en el caso de Pablo. 29. (II. 16). ¿Qué se dice de ese texto 30. (II. 17). ¿Qué objeción se hace en el caso de Santiago 31. (II. 18). ¿Qué se dice aquí de Santiago 32. (II. 19). ¿Qué se dice de esta dificultad 33. (II. 20). ¿Qué se dice de la consecuencia de Juan 34. (II. 21). ¿Qué se dice de este privilegio 35. (II. 22). ¿Y de los malos pensamientos 36. (II. 23). ¿Qué se dice de la experiencia de Pablo 37. (II. 24). ¿Y del mal genio 38. (II. 25). ¿Qué pueden decir con Pablo 39. (II. 26). ¿Qué se dice de los verdaderos creyentes 40. (II. 27, 28). ¿Y de la objeción que se menciona en este párrafo 41. (II. 29 y 30). ¿Como concluye el sermón



[1] Muchos y graves dolores de la carne y del cuerpo