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Sermón LII - La Reforma de las Costumbres

NOTAS INTRODUCTORIAS

Este discurso que presenta un asunto de interés histórico en lo que se refiere a Inglaterra, merece además ocupar un lugar en­tre las obras clásicas metodistas, puesto que contiene principios de valor perpetuo y de universal aplicación. Durante el corto pe­ríodo de la república bajo Oliverio Cromwell, el Protector, el gobierno civil se hizo odioso al pueblo, porque no sólo ejercía las facultades monárquicas, protestando al mismo tiempo en contra de esa forma de gobierno, sino que también tendía a centralizar todo el poder y facultad en las autoridades civiles. El esfuerzo de hacer que el pueblo fuera religioso por medio de una ley del Parlamento, produjo mucha hipocresía por una parte y gran descon­tento por la otra. Las leyes suntuarias que afectaban la vida pri­vada de los ciudadanos, produjeron aparentemente la piedad, pero en realidad no elevaron la opinión moral.

En la restauración de Carlos II el año de 1660, se abolieron todas las restricciones y fórmulas político-religiosas de la repú­blica, que se habían hecho tan pesadas para el pueblo. El cambio tan marcado que se sintió en el país, de la austeridad en la vida y las costumbres al otro extremo, fue tal, que produjo el temor de que el libertinaje y la corrupción diesen al traste con la iglesia y la religión. Por todas partes se dejaba sentir el ejemplo de un rey inmoral y una corte corrompida. La revolución de 1688 y la pure­za e integridad del nuevo monarca, Guillermo III, pudieron has­ta cierto punto, restringir estas malas tendencias. Poca mejora hu­bo bajo la Reina Ana, y al ascender al trono la dinastía de Ham­burgo en 1715, trajo consigo todos los vicios de la corte alemana, los que desarrollaron y aumentaron la inmoralidad pública de los ingleses. Hasta la época de Jorge III poca mejora se dejó sentir en la vida pública de los hombres de estado, o en la privada de los nobles y jefes de los partidos. Este rey, porfiado y obstinado en su carrera política, era un hombre de moral pura, y ejerció su in­fluencia en bien de todo lo que tendía a elevar y a purificar las costumbres de su pueblo.

En el año de 1757 se revivieron las Sociedades para Promo­ver la Reforma de las Costumbres, como dice el señor Wesley. Or­ganizáronse estas sociedades durante el reinado de Guillermo y fueron de gran utilidad, pues elevaron la opinión pública sobre asuntos morales. El estudiante hará bien en considerar los princi­pios permanentes que se establecen en este discurso. Si bien las leyes civiles no pueden obligar a los hombres a ser puros y rectos de corazón, sí pueden evitar que desprecien abiertamente la re­ligión y la virtud. Los gobiernos tienen el derecho de hacer obli­gatoria la observancia del día del Señor. Ellos pueden y deben evitar que se interrumpa el culto de Dios; pueden y deben hacer obligatoria la sujeción a los sentimientos morales de la mayoría de una nación cristiana. Bajo este punto de vista, este sermón forma parte inalterable de nuestra doctrina.

ANALISIS DEL SERMON LII

Después de hablar sobre la importancia de la organización y cooperación en toda clase de obras buenas, el señor Wesley:

I.          Hace una reseña de la historia de la Sociedad.

II.         Muestra la excelencia de su objeto, el cual es protestar abiertamente en contra de la impiedad y de la injusticia: (1) evi­tando que se deshonre el nombre de Dios; (2) promoviendo el bien que se puede hacer a las víctimas del pecado, y (3) a toda la comunidad.

Se ha objetado que esto no nos atañe a nosotros, sino a los magistrados. Pero éstos necesitan que se les recuerde su deber. Que es una cosa impracticable. Para con Dios no hay nada impo­sible. Este no es el modo de reformar a los pecadores. Al menos produce mucho bien exterior y mucho se ha llevado a cabo.

III.        Qué clase de hombres deben ser. No sólo ricos, nume­rosos y buenos, sino fieles, valientes, pacíficos, firmes, amantes y humildes.

IV.        El trabajo debe hacerse únicamente para la gloria de Dios y el bien del hombre, en el espíritu arriba descrito, Con sen­cillez y prudencia, y sin vanagloriarse de cualquier triunfo obte­nido sobre el pecador.

V.         Exhortación y consejos a los miembros de la sociedad.

SERMON LII

LA REFORMA DE LAS COSTUMBRES[1]

¿Quién se levantará por mí contra los malignos (Sal­mos 94:16).

1.          En todas las épocas de la historia no han faltado hombres que ni temen a Dios ni respetan al prójimo, y que han organizado sociedades para llevar a cabo sus obras te­nebrosas. En esto se han mostrado sabios en su generación, puesto que por este medio han promovido muy eficazmente el establecimiento del reino de su padre, el diablo. Por otra parte, hombres temerosos de Dios y que desean la felicidad de sus semejantes, se han congregado siempre a fin de opo­nerse a las obras de las tinieblas, extender el conocimiento de Dios su Salvador y promover su reino sobre la tierra. En verdad que El mismo les dio instrucciones de que así lo hi­cieran. Desde que los hombres habitan en este globo, Dios les ha enseñado a unirse en su servicio y los ha unido en un solo cuerpo por medio del Espíritu. Los ha unido a fin de "des­truir las obras del maligno," primeramente, en los que ya están unidos, y luego, por medio de ellos, en todos aquellos que los rodean.

2.          Este es el primer fin de la Iglesia de Cristo, que es una sociedad de hombres que se reúnen, en primer lugar, pa­ra salvar sus almas; para ayudarse mutuamente en esta sal­vación, y luego, para salvar a todos los hombres, hasta don­de fuere posible, de la miseria presente y venidera; para des­truir el reino de Satanás y edificar el de Cristo. Todos y ca­da uno de los miembros de la iglesia deberían procurar esto continuamente; de otra manera no son dignos de llamarse miembros-no son miembros vivos de Cristo.

3.          En consecuencia, este debe ser el deseo y el anhelo constante de todos los que están unidos en estos reinos, y que comúnmente se llaman la Iglesia Anglicana. Este es ca­balmente el fin para que están unidos: para oponerse al diablo y a sus obras; para hacer la guerra al mundo y a la carne, los aliados fieles y constantes de Satanás. Empero, ¿lle­nan acaso el fin de dicha unión ¿Se ocupan verdaderamente todos aquellos que se llaman "miembros de la Iglesia Angli­cana," en oponerse a las obras del diablo, en pelear en contra del mundo y de la carne No podemos asegurar que así sea. Tan lejos están de cumplir con este sagrado deber, que mu­chos de ellos-la mayor parte-son el mundo, el pueblo que no conoce a Dios ni su salvación; quienes en lugar de "mor­tificar la carne con sus concupiscencias y deseos," la satis­facen, y hacen ellos mismos las obras del diablo que deberían con especialidad destruir.

4.          Necesitamos, por consiguiente, aun en esta nación cristiana-como llamamos a Inglaterra por cortesía-y aun en esta iglesia cristiana-si hemos de dar ese nombre a la mayoría de nuestros paisanos-necesitamos, digo, de algunos que se levanten en contra de los malignos, y que se unan en contra de los que obran iniquidad. Jamás se ha sentido como en nuestros días la necesidad de que los que temen al Señor consulten juntos con frecuencia sobre este mismo asunto, y de que enarbolen la bandera en contra de la iniquidad que inunda el país entero. Hay razón de sobra para que todos los siervos de Dios se unan en contra de las obras del diablo; para que uniendo sus corazones y esfuerzos se pongan del lado de Dios y destruyan, hasta donde les sea posible, estos diluvios de iniquidad.

5.          Unas cuantas personas reuniéronse en Londres a fi­nes del siglo pasado con este fin, y después de algún tiempo tomaron el nombre de "Sociedad para Promover la Refor­ma de las Costumbres;" la que durante cerca de cuarenta años hizo mucho bien. Habiendo pasado a mejor vida muchos de los fundadores, entibiáronse los socios que les sucedieron y se olvidaron de su primera obra. Así que concluyó la So­ciedad hace pocos años, y de las sucursales no queda una so­la en el reino.

6.          Últimamente se ha fundado otra sociedad de la mis­ma índole. Propóngome mostrar, primeramente, el fin que lle­va y las medidas que ya se han tomado; en segundo lugar, su excelencia, y algunas de las objeciones que se han hecho; en tercero, qué clase de hombres deben ser los socios; y en cuar­to, el espíritu y la manera en que deben trabajar. Concluiré con una alocución dirigida a los socios y a todos los que te­men a Dios.

I.          1. Mostraremos, primeramente, el objeto que se pro­pone esta sociedad, y las medidas que a esta fecha se han tomado.

Un domingo, en agosto de 1757, y en la reunión de unas personas que habían orado y estaban conversando sobre asun­tos religiosos, mencionóse el hecho de que muchos profana­ban el día de descanso comprando y vendiendo, teniendo sus tiendas abiertas, bebiendo en las vinaterías, estando parados o sentados en las aceras, en los caminos, en el campo, vendien­do sus mercancías lo mismo que en los días de trabajo, muy especialmente en Moorfields que todos los domingos estaba lleno de un extremo a otro, de dichos individuos. Después de discutir sobre los medios de poner fin a semejantes abusos, se aprobó que seis de las personas que estaban presentes fue­sen el día siguiente a consultar con Sir John Fielding. Así lo hicieron y dicho señor aprobó el fin que se proponían, dán­doles instrucciones para llevarlo a cabo.

2.          En primer lugar, presentaron una petición al muy ho­norable Lord Mayor y al Ayuntamiento; a los jueces de Hick's Hall y de Westminster; de todos los que recibieron protestas de ayuda y conformidad.

3.          Creyóse prudente comunicar el objeto de esta socie­dad a muchas personas eminentes por su rango, al clero en general, lo mismo que los ministros de otras denominaciones que celebraban cultos, y a juntas en las ciudades de Londres y de Westminster y sus alrededores; teniendo la satisfacción de recibir el consentimiento entusiasta y la unánime apro­bación de dichas personas.

4.          Luego mandaron imprimir a sus expensas, miles de ejemplares de libros de instrucción para los comisarios de policía y alguaciles, explicándoles sus deberes y amonestán­doles a cumplir con ellos. A fin de evitar, hasta donde fuese posible, la necesidad de proceder a la ejecución actual de la ley, imprimieron y distribuyeron igualmente por todas par­tes de la ciudad, tratados en que se procuraba persuadir al lector a que guardase el día de descanso, extractos de las le­yes que el Parlamento había dado en contra de la violación del domingo, y advirtiendo a los infractores.

5.          Habiendo preparado el camino por medio de estas precauciones, y después de haber mandado avisos repetida­mente, a principios del año de 1758, se empezaron a hacer de­mandas formales ante los jueces en contra de individuos que profanaban el día del Señor. Llegaron a ahuyentar de las ca­lles y de los campos a los infractores descarados que, sin te­mor de Dios ni respeto al rey, acostumbraban vender sus mer­cancías de la mañana a la noche. Después de esto, empren­dieron una tarea todavía más difícil, a saber: evitar que se emborracharan en el día del Señor, y que ciertos individuos pa­sasen horas enteras en las vinaterías, en lugar de asistir al culto divino. Se expusieron a recibir muchos insultos y afren­tas de toda clase, puesto que no sólo los borrachos, los vinate­ros y los dueños de cervecerías se les opusieron, sino que también los arrendatarios, los vendedores de licores al por mayor, y en general todos los que sacaban algún provecho de los afectos a la copa. De los oponentes, algunos eran hom­bres de posibles y aun en autoridad. En varios casos eran los mismos jueces ante quienes aparecían los delincuentes; el trato que daban a las personas que presentaban las quejas, servía naturalmente para alentar a la canalla a seguir su ejemplo y tratarlas como indignas de vivir en la tierra. No vacilaron en usar el lenguaje más bajo, tirarles lodo y pie­dras, y todo lo que encontraban. Hasta llegaron a darles de palos y a arrastrarlas por las calles o en las goteras, y si no las mataron, no fue por falta de voluntad, sino porque no se les permitió, se les tiró de la rienda.

6.          Habiendo, pues, recibido la ayuda de Dios, procedie­ron a evitar- que los panaderos siguiesen trabajando gran par­te del día del Señor, y muchos de éstos se portaron más noble­mente que los vendedores de comestibles. Lejos de resentirse o molestarse porque se les interrumpía una costumbre que habían seguido en contra de su conciencia, dieron las gracias a los miembros de la sociedad por sus esfuerzos que ellos con­sideraron como un verdadero favor.

7.          Al ahuyentar a los infractores de las calles, las plazas y las vinaterías, encontráronse con otra clase de ofensores, tan nocivos a la sociedad como sus peores enemigos, a saber: los jugadores de todas clases. Algunos de éstos pertenecían a la clase más baja y vil, que por lo general se llaman tahúres; los que acostumbraban atrapar a jóvenes sin experiencia, y después de estafarles todo su dinero, los enseñaban a ser co­mo ellos, jugadores fulleros. La Sociedad ha cerrado varias de estas casas de juego, y obligado a muchos de esos tahúres a ganar su pan honradamente, con la obra de sus manos y el sudor de sus frentes.

8.          Habiendo aumentado el número y teniendo ya más influencia, no quedaron satisfechos con refrenar los juramen­tos profanos, sino que suprimieron otra calamidad pública y verguenza del nombre de cristianos que llevamos, a saber: las mujeres públicas. Se contuvo a muchos de estos pobres seres en medio de su carrera audaz de crimen, y a fin de cortar el mal de raíz, se denunciaron, persiguieron legalmente y clau­suraron muchas de las casas donde dichas mujeres se alber­gaban. Algunas de estas pobres criaturas, si bien degradadas hasta la vileza más completa a que puede llegar una mujer, han reconocido la providencia misericordiosa de Dios y aban­donado sus pecados, firmemente arrepentidas. Algunas están sirviendo, y otras han sido recibidas en el hospital de la Mag­dalena.

9.          Permítaseme una ligera digresión. ¡Qué admirable es la sabiduría de la divina providencia al disponer que ciertas circunstancias de la vida sirvan de complemento a otras! Por ejemplo: precisamente cuando muchos de estos seres desgra­ciados, después de haber abandonado su vida criminal, de­seaban seguir una mejor, y cuando las pobres se encontraban perplejas no sabiendo qué hacer, puesto que no habían apren­dido a ganar su pan ni tenían amistades que las hospedaran, Dios preparó el hospital de la Magdalena. Se reciben en esa institución con todo cariño a todas aquellas mujeres que no tienen oficio ni amigos con quienes refugiarse. Allí pueden vivir con todas sus comodidades y todo lo necesario "a la vida y a la piedad."

10.        Mas volvamos a nuestro asunto. El número de las personas demandadas de agosto de 1757 al mismo mes en 1762, ascendió a 9,596.

De aquella fecha hasta la presente:

Por jugadores.........................................40

Por violación del domingo....................................400

Prostitutas y alcahuetas......................................550

Vendedores de estampas obscenas..................................2

Más los mencionados arriba..................................9,596

Gran total...........................................10,588

11.        Para ser admitido a la Sociedad, no se toma en con­sideración la secta o partido a que pertenece una persona. Todo aquel cuyo carácter, después de investigarlo, resulta bueno, es inmediatamente recibido. Y ninguno que tenga mo­tivos egoístas o pecuniarios permanece mucho tiempo, puesto que muy pronto empezaría a perder, ya que inmediatamente después de ser admitido debe subscribirse con alguna canti­dad. Dice el vulgo que todos éstos son adeptos del señor Whitefield, pero esto es una gran equivocación. Como veinte de los suscritores regulares siguen al señor Whitefield; co­mo cincuenta están unidos al señor Wesley, y otros veinte pertenecen a la iglesia establecida y no siguen a ninguno de los jefes mencionados. Alrededor de setenta son separatistas. Total, ciento sesenta. Hay además muchas personas que ayu­dan con sus contribuciones de cuando en cuando.

II.         1. Estos son los pasos que se han dado para llevar a cabo esta obra. Paso, en segundo lugar, a mostrar su exce­lencia, a pesar de las objeciones que se han hecho. Se des­prende la bondad de esta obra de las varias consideraciones que siguen. Primera: oponerse abiertamente a la impiedad e iniquidad que está inundando la nación entera, es uno de los modos más nobles de confesar a Cristo en presencia de sus enemigos. Es rendir gloria a Dios y mostrar que, aun en es­tos tiempos, hay algunos, aunque pocos, que prefieren la fe y la piedad de Dios. ¿Qué cosa más excelente puede darse que rendir a Dios la honra debida a su nombre; que decla­rar con algo más elocuente que las palabras-con el sufrimien­to y los peligros-que "Ciertamente hay fruto para el justo; ciertamente hay Dios que juzga en la tierra"

2.          ¡Cuán excelente es el propósito de evitar hasta don­de se pueda, la deshonra de su nombre glorioso, el desprecio de su autoridad y el gran escándalo de nuestra santa religión que resulta de la notoria y tremenda iniquidad de aquellos que aun llevan el nombre de Cristo! Contener, hasta donde sea posible, el torrente del vicio, el diluvio de impiedades, y quitar las ocasiones de blasfemar el nombre digno con que nos llamamos, es uno de los fines más nobles que pueda abri­gar el corazón del hombre.

3.          Y así como este fin tiende a dar "gloria a Dios en las alturas," conduce igualmente a establecer la "paz sobre la tierra." Porque si todo pecado destruye nuestra paz con Dios-puesto que nos hace rebeldes para con El-y también la paz de nuestros corazones-enemistándonos además con el prójimo-todo aquello que evita o destruye el pecado, en el mismo grado, promueve la paz en nuestra propia alma, paz para con Dios y paz para con todos los hombres. Tales son, aun en lo presente, los frutos genuinos de este propósito. Mas, ¿por qué limitar nuestro pensamiento a los estrechos confines del tiempo y del espacio Pasemos a la eternidad. Y allí, ¿qué fruto encontraremos Dejad que hable el apóstol: "Herma­nos, si alguno de entre vosotros ha errado de la verdad, y alguno le convirtiere"-no a esta o a tal opinión, sino a Dios-"sepa que el que hubiere hecho convertir al pecador del error de su camino, salvará un alma de muerte, y cubrirá multitud de pecados" (Santiago 5:19, 20).

4.          Y no sólo reciben los beneficios de esta sociedad los individuos que pervierten a otros, los que están en peligro de ser descarriados, sino la comunidad entera de que somos miembros, puesto que "la justicia engrandece la nación," y por otra parte, el pecado "es afrenta de las naciones" y atrae sobre ellos la maldición de Dios. Al promover, por consi­guiente, la justicia, se promueven en igual grado los inte­reses nacionales; al restringir el pecado, especialmente cuando éste se comete públicamente, nos limpiamos del reproche y nos quitamos de encima la maldición. Por lo tanto, todos los que trabajan en esta Sociedad son benefactores públicos; son los mejores amigos del rey y del pueblo. Y mientras mayor éxito tengan en su obra, no cabe duda de que Dios nos dará la prosperidad nacional en cumplimiento de su palabra: "Yo honraré a los que me honran."

5.          Se ha objetado diciendo: "Por muy laudable que sea el fin que se propone esta sociedad, no le concierne a usted, puesto que hay individuos que están encargados de castigar a los infractores de la ley. ¿Qué, no hay acaso comisarios y otros empleados de policía que han jurado cumplir con este deber" Sí que los hay; comisarios y guardianes que están encargados especialmente de rendir informes en contra de los que profanan el día del Señor, o cometen cualquier otro escándalo. Empero si estos no cumplen con su cometido; si a pesar de sus juramentos no hacen caso de corregir estos ma­les, toca a los que tienen el temor de Dios y aman al género humano, que buscan el bien del rey y del país, seguir este propósito con tanto vigor como si no hubiera comisarios de policía, puesto que si estos amigos no cumplen con sus obli­gaciones y sólo son buenos para nada, es tanto como si no existieran.

6.          "Mas, este es solamente un pretexto. El verdadero fin que se proponen es sacar plata con los informes que dan." Esto dicen muchos con gran frecuencia y el mayor aplomo, pero es absolutamente falso y se puede probar todo lo con­trario con miles de ejemplos. Los miembros de esta sociedad no reciben ninguna parte del dinero que está señalado para los denunciantes; nunca han recibido nada, ni reciben un sólo centavo cuando retiran sus informes. Esta es otra equi­vocación, si acaso no una calumnia voluntaria, que no tiene la menor disculpa.

7.          "Empero es una empresa irrealizable. Los vicios han aumentado tanto, que es imposible suprimirlos, especialmen­te por estos medios. Porque ¿qué puede llevar a cabo un gru­po de gente pobre en contra de todo el mundo" Para con los hombres esto es imposible, mas no para con Dios. No con­fían en sí mismos, sino en El. Por muy fuertes que sean los amigos del vicio, ante El no son sino como langostas. Todos los medios le son iguales. Para El es lo mismo "librar con muchos o con pocos." Nada quiere decir, por consiguiente, que el número de los que están de parte del Señor sean pocos, y que los que están en contra de El sean muchos. El hace lo que mejor le place; "no hay sabiduría, ni inteligencia, ni consejo contra Jehová."

8.          "Empero si el fin que os proponéis es realmente la reforma de los pecados, habéis escogido los medios más ina­decuados. La Palabra de Dios debe llevar esto a cabo y no las leyes humanas. No es la obra de los magistrados, sino del ministro. Por consiguiente, vuestros medios producen sólo una reforma exterior, no consiguen el cambio del corazón."

Es muy cierto que la Palabra de Dios es comúnmente el medio principal de cambiar el corazón y la vida del pecador, y Dios lo hace especialmente por conducto de los ministros del Evangelio. Pero es igualmente cierto que un magistrado es el "ministro de Dios;" que Dios lo ha escogido para ser "el terror de los malhechores," para ejecutar en ellos las leyes. Si esto no cambia el corazón, el evitar la comisión del pecado exterior es ganar mucho. Es evitar que se deshonre a Dios; el escándalo en contra de nuestra santa religión: la mal­dición y reproche que puede caer sobre la patria; que haya menos tentación en el camino de los demás, y que los peca­dores acumulen ira sobre sus cabezas para el día del juicio.

9.          "Al contrario, el resultado es que muchos de ellos se vuelven hipócritas, pretendiendo ser lo que no son. Al expo­ner a otros a la vergüenza y hacer que incurran en gastos, se les ayuda a volverse más descarados y decididos en el cri­men; de forma que, en realidad, lejos de reformarlos, se les hace peores que antes."

Este es un error muy craso, porque (1) ¿Dónde están esos hipócritas No conocemos a ninguno que haya pretendido ser lo que en realidad de verdad no es. (2) Exponer a los in­fractores recalcitrantes a la vergüenza y hacerlos incurrir en gastos, no los hace descarados, sino al contrario, los hace tener miedo de ofender. (3) Lejos de volverse peores, algu­nos de ellos son indudablemente mejores; ha cambiado todo el tenor de sus vidas. (4) Más aún, algunos han cambiado in­teriormente "de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Sa­tanás a Dios."

10.        "Empero, hay muchos que no creen hacer mal en comprar o vender en domingo."

Si no están persuadidos de que cometen un pecado, de­berían persuadirse; ya es tiempo de que se convenzan. El caso no puede ser más claro, puesto que si el quebrantar pú­blicamente las leyes de Dios y de los hombres no es pecado, decidme ¿qué cosa lo es Y si la infracción de las leyes di­vinas y humanas no merece castigo, porque los hombres no la consideran como pecado, entonces acábase la justicia y que­dan los hombres en libertad de obrar como mejor les plazca.

11.        "Sí, pero primero deberían probarse métodos menos severos." Deberían probarse y se prueban. Antes de poner la ley en ejecución se amonesta cariñosamente al infractor; no se le persigue sino hasta después de darle el debido aviso, de amonestarle que se le demandará en caso de que no se corri­ja. Siempre que las circunstancias lo permiten se usan los métodos menos severos, y éstos sólo cuando es absolutamente necesario para conseguir el fin.

12.        "Bueno, pero después de tanta alharaca con motivo de la reforma de las costumbres, ¿qué se ha conseguido" Muchísimo; mucho más de lo que podía haberse esperado en tan corto tiempo, si tomamos en consideración el número de instrumentos tan reducido y las dificultades con que se tro­pezó. Se han evitado muchos males y sufrido otros tantos.

Muchos pecadores se han reformado exteriormente, no pocos han cambiado interiormente. Se ha defendido abiertamente el honor de Aquel cuyo nombre llevamos y que se insulta tan descaradamente. No es fácil determinar cuántas y qué gran­des bendiciones habrá traído ya sobre nuestra patria esta de­fensa de Dios y de su causa que se ha hecho en contra de sus enemigos atrevidos. En suma, y a pesar de todas las objecio­nes que puedan presentarse, las personas imparciales no pue­den menos de ver que el objeto de esta Sociedad es uno de los más nobles que pueda concebir el género humano.

III.        1. ¿Y qué clase de hombres deben ser los que se proponen tal fin Algunos creerán que debe admitirse inme­diatamente a todo el que quiera coadyuvar, y que mientras mayor sea el número de socios, mayor será la influencia que éstos ejerzan. Nada de eso: los hechos prueban todo lo con­trario. Mientras la Sociedad para la Reforma de las Costum­bres consistió de unos cuantos miembros escogidos que no eran ricos ni personas de influencia, tuvo un gran éxito en todo lo que se propuso. Mas cuando recibió en su seno a cierto número de individuos, sin escogerlos bien, empezó a perder su influencia y poco a poco se inutilizó.

2.          No se debe buscar el número, las riquezas o emi­nencia de los miembros. Esta obra es de Dios. Se hace por amor de Dios y en su nombre. Por consiguiente, los que no aman ni temen a Dios no tienen nada que ver en esto. El Se­ñor les diría a cada uno de ellos: "¿Qué tienes tú que ena­rrar mis leyes, y que tomar mi pacto en tu boca, pues que tú aborreces el castigo y echas a tu espalda mis palabras" Quienquiera, pues, que vive abiertamente en el pecado, no es apto para reformar a los pecadores; mucho menos si acostum­bra en mayor o menor grado blasfemar el nombre de Dios: comprar o vender, hacer cualquier trabajo que no sea nece­sario el día del Señor, u ofende con cualquiera de las infrac­ciones que esta sociedad se propone corregir. Que ninguno que sienta la necesidad de reformarse a sí mismo pretenda mezclarse en este trabajo. Que primero saque la viga que está en su ojo, y sea sin culpa en todas las cosas.

3.          Y no se crea que bastará esto. No sólo han de estar sin culpa todos los socios, sino que han de ser hombres de fe. teniendo al menos tal grado de "la evidencia de las cosas que no se ven," que no busquen, "las cosas que se ven que son temporales, mas las cosas que no se ven, que son eternas." Deben tener esa fe que produce un temor permanente de Dios, una resolución firme de abstenerse, mediante su gracia, de todo aquello que El ha prohibido, y de hacer todo lo que ha mandado, Especialmente habrán de necesitar esa mani­festación de la fe que se llama confianza; esa fe que remueve las montañas; que apaga la violencia del fuego; que desarma toda clase de oposición, y nos ayuda a perseguir a mil, cono­ciendo a Aquel en quien está la fortaleza, y a confiar en Dios que levanta de los muertos, aunque tengamos en nosotros mismos respuesta de muerte.

4.          Quienquiera que tenga fe y confianza en Dios, natu­ralmente tiene que ser un hombre de valor. Es de la mayor importancia que los miembros de esta sociedad sean personas valientes, porque al emprender este trabajo suceden cosas que son terribles, tan tremendas que las temen mucho todos los que "confieren con carne y sangre." Se necesita, pues, el valor en esta empresa, y en alto grado. Sólo la fe puede su­plirlo; puede muy bien decir el creyente: No terno los sacri­ficios, ni los dolores, ni las pruebas, porque Jesús está cerca.

5.          La paciencia es un aliado poderoso del valor; éste nos hace que no temamos lo futuro; la paciencia nos ayuda a su­frir los males en lo presente. Todo aquel que se una con nos­otros en este propósito, necesitará de estas virtudes, porque a pesar de su inocencia, encontrará, como Ismael, que "su mano contra todos, y las manos de todos contra él." Esto no tiene nada de extraño, si es cierto que "todos los que quieren vivir píamente en Cristo Jesús, padecerán persecución;" y cómo no se cumplirá en aquellos que no se contentan con vi­vir píamente, sino que obligan a los injustos a enmendarse, o al menos, a no dar escándalo. ¿No es esto tanto como de­clarar la guerra a todo el mundo y desafiar a los hijos del demonio ¿No hará Satanás, "el príncipe de este mundo, y el gobernador de estas tinieblas," cuanto pueda por sostener su reino que amenaza desplomarse ¿Acaso dejará el león que le arrebaten su presa de la boca "La paciencia," pues, "os es necesaria; para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa."

6.          Necesitáis ser constantes para poder "mantener fir­me la profesión de vuestra fe sin fluctuar." Esta virtud de la constancia debe caracterizar a todos los miembros de la so­ciedad, cuyo fin no es para hombres de doblado ánimo e in­constantes en todos sus caminos. No sirve para esta lucha quien se asemeja a una caña que es movida del viento. Este trabajo requiere un propósito firme del alma y una resolución constante y determinada. Quien carezca de esto podrá poner su mano al arado, pero muy pronto mirará hacia atrás. Tal vez permanezca por algún tiempo, mas "en levantándose la tribulación, o la persecución"-molestias en lo particular o públicas, por razón del trabajo-"luego se escandaliza."

7.          A la verdad que es bien difícil seguir en esta obra tan desagradable, a no ser que el amor supere a la pena y al miedo. Por consiguiente, es muy de desearse que todos los que emprenden esta obra tengan el amor de Dios derramado en sus corazones; que puedan declarar que le aman porque El les amó primero. La presencia de Aquel a quien aman sus almas, aligerará el trabajo. Pueden exclamar no sólo de la­bios, sino con toda sinceridad:

Tu divina presencia, Dios mío,

Hace los cuidados olvidar;

Trabajar por Ti es descansar,

Y destruir el dolor impío.

8.          El amor de nuestro prójimo dulcifica y mitiga las pe­nas, Cuando los hombres aman a sus prójimos, es decir, a to­dos sus semejantes como a sí mismos; cuando el amor de Cristo constriñe a que se amen los unos a los otros como El nos amó; cuando están listos a poner su vida por sus herma­nos, a saber, por cualquier hombre; por las almas que Cristo redimió, siguiendo el ejemplo de Aquel que gustó la muer­te por todos, ¿qué peligro podrá arredrarlos en su obra de amor ¿Qué sufrimiento no aceptarán con tal de salvar un alma del fuego eterno ¿Qué molestias, desengaños ni penas serán capaces de vencer sus firmes propósitos "La caridad todo lo espera; todo lo soporta; la caridad nunca deja de ser."

9.          Los miembros de esta Sociedad necesitan del amor por otra razón, porque "la caridad no se ensancha"-no sólo produce la paciencia y el valor, sino también la humildad. ¡Cuán necesaria es esta virtud a todos los que llevan seme­jante propósito! ¿Qué cosa puede haber de mayor importan­cia como el que se crean los consocios humildes, bajos y viles a sus propios ojos Porque de otra manera, si tienen buena opinión de sí mismos, si se figuran que son la gran cosa, si tienen algo de la índole de los fariseos, si confían en sí mis­mos como si fueran hombres justos y desprecian a los demás, indudablemente que harán fracasar el fin que se proponen. Porque en tal caso, no sólo tendrían que luchar con todo el mundo, sino con Dios mismo, puesto que El "resiste a los so­berbios, y da gracia a los humildes."

Por consiguiente, todos y cada uno de los miembros de esta Sociedad, profundamente convencidos de su torpeza, de­bilidad y pequeñez, deberían refugiarse en Aquel que es el único de quien pueden recibir sabiduría y fortaleza, tenien­do la inapreciable persuasión de que la ayuda que se en­cuentra en el mundo viene de Dios mismo, y que El solo es el que "obra en nosotros así el querer como el hacer por su buena voluntad."

10.        Quienquiera que tome parte en esta obra debe tener otro pensamiento profundamente grabado en su mente, a saber: "que la ira del hombre no obra la justicia de Dios." Que aprenda, pues, de Aquel que es manso y humilde, y que persevere en la mansedumbre y la humildad. Que ande co­mo es digno de la vocación con que es llamado, "con toda humildad y mansedumbre;" que sea "manso para con todos" los hombres, ya sean buenos ora malos, por amor de ellos y por el amor de Cristo. ¿Hay alguno que sea ignorante y que esté descarriado Téngasele compasión. ¿Se oponen algunos a la Palabra y a la obra de Dios, y aun le hacen la guerra Ma­yor es la necesidad de que en mansedumbre corrija a los que se oponen, a ver si afortunadamente se zafan del lazo del dia­blo, y que no estén cautivos a la voluntad de él.

IV.        1. Habiendo discurrido sobre las cualidades que deben caracterizar a los que emprenden esta obra, paso a mostrar, en cuarto lugar, el espíritu y la manera de llevarla a cabo. Primeramente, en qué espíritu. Refiérese este desde luego al móvil que debe preservarse en todos los pasos que se den. Porque si alguna vez "la luz que en ti hay son tinie­blas, ¡cuántas serán las mismas tinieblas! Mas si tu ojo fue­re sincero, todo tu cuerpo será luminoso." Hay que acordarse de esto y que ponerlo en práctica en todas nuestras palabras y acciones. No se debe decir ni hacer cosa alguna grande o pequeña con el fin de obtener para nosotros ninguna ven­taja material; nada que tenga por objeto traernos la estima­ción, amor o alabanza de los hombres, sino que la intención, la vista de la mente, debe siempre estar fija en la gloria de Dios y el bien de los hombres.

2.          Abraza el espíritu en que debe hacerse todo no sólo el móvil sino también la manera que ya dejamos descrita. Deben ejercerse la misma paciencia y firmeza, el mismo va­lor. Sobre todo, se debe tomar "el escudo de la fe" que des­puntará miles de agudos dardos. Que los miembros de esta Sociedad ejerzan en la hora de la prueba toda la fe que Dios les ha dado; que hagan todas sus obras en amor; que nunca les falte este aliciente; que no lo apaguen las muchas aguas, ni el diluvio de ingratitudes. Que se halle en ellos esa dulce disposición que también se halló en Jesucristo; que estén re­vestidos de humildad; que esta virtud llene sus corazones y adorne toda su conducta. Que se vistan, pues, "de entrañas de misericordia, de benignidad, de tolerancia," y eviten to­da apariencia de sarcasmo, ira o resentimiento, sabiendo que no es nuestra vocación ser vencidos del mal, sino vencer con el bien el mal.

A fin de conservar este amor tierno, precisa hacer todas las cosas con calma de espíritu, evitando las fugas-que va­guen los pensamientos-y velando en contra de la soberbia, de la ira y del mal humor. Esto no se puede conseguir sino por medio de la oración constante, tanto antes de entrar en la lu­cha como al estar en ella, y haciéndolo todo en la índole del sacrificio, rindiendo todo a Dios por medio del Hijo de su amor.

3.          Respecto de la manera exterior de obrar, la regla ge­neral es que se deben manifestar estas disposiciones interio­res. Entrando en pormenores, diremos que debe cuidarse de no "hacer el mal para que venga el bien." Por consiguiente, dejada la mentira, hablad verdad con vuestro prójimo. No acudáis al fraude ni a la mentira, ya sea para condenar a un hombre, o para castigarlo, "sino por manifestación de la ver­dad, encomendándonos a nosotros mismos a toda conciencia humana delante de Dios." Puede ser que si seguís estas reglas al pie de la letra, sean pocos los delincuentes a quienes po­dáis encausar, pero por otra parte, la bendición de Dios abun­dará sobre vuestra obra.

4.          Que a la inocencia se aúne la verdadera prudencia. No esa criatura del infierno que el mundo llama prudencia y que no es más que astucia, falsedad y doblez, sino esa "sa­biduría que viene de lo alto" y que nuestro Señor recomienda especialmente a todos los que tratan de promover su reino en la tierra: "Sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas." Os enseñará esta virtud que arregléis vues­tra conducta y vuestras palabras según la índole de las per­sonas que os rodeen, el tiempo, el lugar, y demás circunstan­cias; os enseñará a evitar la ocasión de ofender aun a aquellos que la buscan, y a hacer las cosas más desagradables para otros de la manera más agradable.

5.          Vuestro modo de hablar, especialmente cuando os dirigís a los transgresores, debe ser siempre profundamente serio, a fin de que no aparezca que los queréis insultar o que creéis triunfar de ellos, mostrando que sentís simpatía por ellos en lo que hacen y en lo que sufren. Que el tono de la voz sea moderado y que las palabras estén llenas de calma y no sean violentas. Más aún, sin descender al doblez, que sean finas y amables. Siempre que veáis que vuestras palabras son bien recibidas, no vaciléis en asegurar a los hombres la buena voluntad que les tenéis, pero al mismo tiempo para que no se crea que os impulsa el temor o cualquiera otra mala inclinación, mostraos intrépidos y resueltos, inflexibles en vuestra determinación de perseguir y castigar el vicio has­ta más no poder.

V.         1. Réstanos solamente hacer una aplicación de lo que llevamos dicho, a los que ya habéis emprendido esta obra; a todos los que teméis a Dios, y muy especialmente a los que además de temerle le amáis.

El consejo que yo daría a los que ya os ocupáis en tan buena obra, es éste: meditad con toda calma y seriedad so­bre la importancia de vuestro trabajo; considerad bien lo que hacéis; apreciad en su verdadero valor los medios de que dis­ponéis, y antes de seguir adelante, aseguraos de que esas ob­jeciones no tienen verdadero valor moral. Obrad cada uno de vosotros según el dictamen de vuestra conciencia.

2.          En segundo lugar, os aconsejo que no estéis ansiosos de aumentar vuestro número, y que al hacerlo, no toméis en consideración las riquezas, el rango ni las circunstancias de las personas. Considerad solamente las cualidades ya men­cionadas. Investigad con esmero si los individuos cuyos nom­bres se proponen para miembros, son de un carácter irrepro­chable, hombres de fe, valor, paciencia y constancia; si son amantes de Dios y de sus semejantes. Si lo fueren, añadirán a vuestra fuerza lo mismo que a vuestro número; si no lo son, perderéis con su ayuda más de lo que esperáis ganar, puesto que disgustaréis a Dios. No vaciléis en expulsar de vuestra Sociedad a cualquiera que no llene los requisitos anteriores, pues al disminuir vuestro número de esta manera, dobláis vuestras fuerzas; seréis vasos dignos del Señor.

3.          Os aconsejo, en tercer lugar, que analicéis el motivo que os impulsa en vuestras palabras o vuestras obras. Mirad que el deseo de ganar o de ser alabados no manche vuestras intenciones. Todo lo que hacéis, "hacedlo como para el Se­ñor," como siervos que sois de Cristo. No procuréis agradaros en ninguna cosa, mas complaced a Aquel que es vuestro Dueño y a quien servís. Sea vuestro ojo sincero desde el prin­cipio hasta el fin: hablad y trabajad mirando a Dios.

4.          En cuarto lugar, os aconsejo que lo hagáis todo de buen humor; con mansedumbre y humildad, paciencia y fi­nura dignas del Evangelio de Cristo. Hacedlo todo confiando en el Señor y en el espíritu más tierno y amable que podáis. Velad al mismo tiempo en contra de la fuga y disipación del espíritu; orad sin cesar y con todo fervor y ahínco, que no os falte vuestra fe. No dejéis que nada interrumpa esa resolu­ción de sacrificar todo lo que tenéis y de sufrirlo todo, y ofre­ced cuanto hay como un sacrificio agradable a Dios, por me­dio de Jesucristo.

5.          Respecto del modo de obrar y de hablar, os aconsejo que lo hagáis con toda inocencia y sencillez, prudencia y se­riedad. Añadid la calma, la moderación, y toda la ternura que el caso requiera. No obréis como si fueseis carniceros o verdugos, sino más bien como cirujanos que no hacen sufrir al paciente más de lo que es absolutamente necesario para curarle. Todos y cada uno de vosotros habéis menester "un corazón tan fuerte como el del león, y una mano tan suave como la de una niña." Por estos medios, muchos de aquellos a quienes ahora tenéis que castigar, "glorificarán a Dios en el día de la visitación."

6.          A todos vosotros los que teméis a Dios, que esperáis encontrar en El misericordia; que temáis ser hallados pe­leando en contra de Dios, os exhorto a que por ningún moti­vo ni razón alguna, ni pretexto cualquiera, os opongáis bien directa, ya indirectamente, o estorbáis a esta obra de mi­sericordia tan conducente a su gloria. Más todavía: si sois amantes de los hombres, si anheláis contrarrestar los peca­dos y las miserias de vuestros semejantes, ¿estáis satisfechos ¿Están vuestras conciencias tranquilas con vuestra conducta indiferente respecto de esta gran obra ¿No estáis obligados por los lazos más sagrados, a hacer bien "a todos los hom­bres según se presenta la oportunidad" ¿No es esta una bri­llante oportunidad de hacer bien, y bien incomparable a los hombres de todas las clases ¡En el nombre de Dios yo os amonesto a que aprovechéis la oportunidad! Ayudad a esta buena obra cuando menos con vuestras oraciones en pro de los socios, y cooperad, según vuestros recursos, a los gastos de esta Sociedad que sin la protección de personas caritati­vas no podrá existir. Cooperad, si os es posible, con subscrip­ciones trimestrales o anuales. Al menos ayudad ahora mismo; haced lo que Dios está dictando a vuestro corazón, no sea que los hombres digan que habéis visto a vuestros, hermanos tra­bajando por Dios y no quisisteis rendirles la menor ayuda. Levantaos, levantaos, pues, por el Señor en contra de los malignos.

7.          Tengo una petición todavía más importante que haceros a vosotros los que teméis y amáis a Dios. Aquel a quien teméis, al que amáis, os ha preparado para que promováis su obra de una manera excelente. Amáis a Dios, y por consi­guiente, amáis a vuestros semejantes. No sólo amáis a vues­tros amigos, sino también a los que no lo son; no solamente a los amigos de Dios, sino a sus enemigos. Andáis como es dig­no de la vocación con que sois llamados; "con toda humil­dad y mansedumbre, soportando los unos a los otros." Tenéis fe en Dios y en Jesucristo a quien El envió. Tenéis esa fe que vence al mundo, el mal, la vergüenza y "el temor del hombre que pone lazo," en tal forma que podéis presentaros con toda intrepidez ante aquellos que os desprecian o se burlan de vuestros trabajos.

Preparados como estáis, y armados para la pelea ¿seréis como los hijos de Efraín, quienes estando "armados, buenos flecheros," volvieron las espaldas el día de la batalla ¿De­jaréis solos a unos cuantos de vuestros hermanos en contra de las huestes enemigas No digáis: esta cruz es demasiado pesada para mí; no tengo fuerzas ni valor para llevarla. A la verdad que con vuestras propias fuerzas no podréis hacer na­da, pero vosotros los que creéis podéis hacerlo todo por me­dio de Cristo que os fortalece. Si podéis creer, "al que cree todo es posible;" ninguna cruz es demasiado pesada para él, sabiendo que el que "sufre con El reinará también con El."

No digáis: No quiero singularizarme, porque si así es, no podréis entrar en el reino de los cielos. Nadie entra en él sino por la vía estrecha, y todos los que por allí andan son in­dividuos raros. No digáis que no podéis sufrir el reproche de ser llamado delator. ¿Acaso ha existido hombre alguno que haya salvado su alma sin ser objeto de la mofa y del repro­che Pues tampoco podréis salvar vuestras almas, a no ser que estéis anuentes a que los hombres digan de vosotros toda clase de mal. No exclamáis: Si tomo una parte activa en esta obra, no sólo perderé mi reputación, sino mis amigos, mis clientes, mis negocios, mi sustento, de manera que me veré reducido a la pobreza. Nada de eso sucederá. No es posi­ble, a no ser que Dios mismo lo permita, porque "su reino domina sobre todos" y "aun vuestros cabellos están todos contados." Y si el Dios sabio y misericordioso quiere que sufras todo esto, ¿te quejarás o murmurarás O ¿dirás, al contrario: "El vaso que el Padre me ha dado no lo tengo de beber"

Dichosos vosotros si padecéis por Cristo: "el espíritu de sabiduría y de Dios" reposará sobre vosotros. No digáis: yo lo sufriría todo, pero mi esposa se opone, y ciertamente que el hombre debe dejar padre y madre, y llegarse a su mu­jer. Muy cierto. Debe dejarlo todo, menos a Cristo, menos a Dios. No debe dejar de cumplir con ningún deber por amor del pariente más querido. El mismo Señor ha dicho: "Si al­guno ama a padre, o madre, o mujer, o hijos más que a mí, no es digno de mí." Ni exclamáis: Está bien, yo lo dejaría todo por amor de Cristo, pero un deber no debe estorbar el cum­plimiento de otro y esta obra me evitaría muy frecuentemente asistir al culto público. Tal vez suceda esto de vez en cuan­do. "Andad, pues, y aprended qué cosa es misericordia quie­ro y no sacrificio." Todo lo que pierdas por tomar parte en esta buena obra, Dios te dará siete veces más.

"Pero dañará mi alma. Soy joven, y al tratar de ayudar a estas mujeres degradadas me expongo a ser tentado." Evi­dentemente que así sucederá si confías en tus propias fuer­zas o en tu propio tino; mas no hay necesidad de tal cosa, puesto que confías en Dios y tu deseo único es complacerle. Si acaso le placiese llamarte a un horno encendido, "cuando pases por el fuego no te quemarás, ni la llama arderá en ti." Enhorabuena, si me llamase a un horno encendido, pero no me llama. Tal vez no has querido escuchar su voz, sin em­bargo, ahora te llamo en el nombre de Cristo: toma tu cruz y síguele. Ya no arguyas con la carne y la sangre, sino re­suélvete a seguir la fortuna de los más despreciados e infa­mes de sus discípulos; de la basura y la escoria del mundo.

Y tú, que acostumbrabas ayudar, pero que te has deser­tado, escúchame: diríjome a ti en particular. Ten valor; sé fuerte; haz que se regocijen los corazones de tus hermanos con tu vuelta a su gremio; que vean que "te apartaste por al­gún tiempo" sólo para volver y estar con ellos para siempre. No desobedezcas el llamamiento celestial. Y vosotros todos los que sabéis que el Señor os llama a este trabajo, contad todas las cosas como pérdida por tal de salvar una de las al­mas por las que Cristo murió. Al hacer esta obra, "no os acon­gojéis por el día de mañana," mas "echad toda vuestra soli­citud en él; porque él tiene cuidado de vosotros." Encomen­dadle vuestras almas, cuerpos, haberes, todo, todo, como a vuestro fiel y misericordioso Creador.

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Después de varios años de trabajo y de hacer muchísimo bien, esta Sociedad quedó abolida por un veredicto del Tribunal Real, que impuso una multa de trescientas libras esterlinas por daños y perjuicios. No me cabe la menor duda de que los testigos, el jurado y todos los que tomaron parte en este litigio tendrán que dar estrecha cuenta en el día del juicio.

PREGUNTAS SOBRE EL SERMON LII

1. (¶ 1). ¿Qué cosa se han propuesto hacer los hombres malos de todas las épocas 2. (¶ 2). ¿Cuál es el fin principal de la Iglesia de Cristo 3. (¶ 3). ¿Con qué objeto se unieron los miembros de la Igle­sia Anglicana 4. (¶ 4). ¿Qué otra cosa se necesitaba en Inglaterra 5. (¶ 5). ¿Qué cosa se propusieron llevar a cabo unas cuantas personas en Londres a fines del siglo diez y siete ¿Qué efecto produjeron estas so­ciedades 6. (¶ 6). ¿Qué sociedad se organizó poco antes de que el señor Wesley predicara este sermón 7. (I. 1). ¿Qué cosa propone en este discurso ¿Cuándo se organizó la sociedad Dé usted una reseña de este movimiento. 8. (I. 2). ¿Qué paso se dio en primer lugar 9. (I. 3). ¿Qué cosa creyeron conveniente hacer 10. (I. 4) ¿Qué cosa imprimieron y circularon 11. (I. 5). Sírvase usted contarnos lo que se hizo a principios del año de 1758. 12. (I. 6). ¿Qué cosa determi­naron respecto de los panaderos 13. (I. 7). ¿Qué conducta obser­varon respecto de toda clase de jugadores 14. (I. 8). ¿Qué paso die­ron luego que se sintieron más fuertes 15. (I. 9). Repita usted lo que se dice aquí del Hospital de la Magdalena. 16. (I. 10). ¿Qué re­sultado dieron estas precauciones 17. (I. 11). ¿Era esta sociedad sec­taria ¿De quiénes se componía 18. (II. 1). ¿Qué se propone mos­trar en segundo lugar 19. (II. 2). ¿Qué objeto tiene esta sociedad respecto de los que se llaman cristianos 20. (II. 3). ¿Qué tenden­cia tenía el fin que se propuso la sociedad 21. (II. 4). ¿Se limitaron los beneficios a unos cuantos individuos ¿Qué influencia se dejó sentir en la comunidad 22. (II. 5). ¿Qué objeción se menciona en este párrafo, y cómo la contesta 23. (II. 6). Mencione usted la segunda objeción y la respectiva contestación 24. (II. 7). La tercera obje­ción y su contestación. 25. (II. 8). La cuarta objeción. ¿Cómo la contesta 26. (II. 9). La otra objeción y cómo se contesta 27. (II. 10). Otra más. Su réplica. 28. (II. 11). La que sigue. Contéstela usted. 29. (II. 12). Todavía otra. Responda usted a ella 30. (III. 1). ¿Quié­nes son las personas a propósito para esta obra 31. (III. 2). Ya que no se requiere un gran número de miembros, ¿qué cosa debe preferirse 32. (III. 3). ¿Qué cualidades deben de tener los miembros 33. (III. 4). ¿Qué resultado traen la paz y confianza en Dios 34. (III. 5). ¿A qué cosa se aúna el valor 35. (III. 6). ¿Qué otra cosa necesitaban 36. (III. 7). ¿Qué otra cosa es sumamente conveniente 37. (III. 8). ¿Qué cosa añade mayor dulzura 38. (III. 9). ¿De qué cosa han me­nester todos los miembros 39. (III. 10). Sírvase usted mencionar el punto que añade. 40. (IV. 1). ¿Qué cosa se propone mostrar en cuar­to lugar 41. (IV. 2). ¿Qué se dice del espíritu en que se hace la obra 42. (IV. 3). ¿Y de la manera externa de trabajar 43. (IV. 4). ¿Qué se debe añadir a la inocencia 44. (IV. 5). ¿Qué se dice del modo de hablar 45. (V. 1). Mencione usted el primer consejo que da. 46. (V. 2). Favor de repetir el segundo. 47. (V. 3, 4). ¿Se acuerda usted del tercero ¿Y del cuarto 48. (V. 5). ¿Qué aconseja respecto del modo de hablar y de obrar 49. (V. 6, 7). ¿Cómo con­tinúa el argumento ¿Qué quiere decir la nota al final del sermón



[1] Predicado ante la Sociedad para Promover la Reforma de las Costum­bres, el domingo 30 de enero de 1763, en la Capilla de la Calle Oeste, Seven Dials.