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El casi cristiano

NOTAS INTRODUCTORIAS

 

El señor Wesley predicó este sermón primero en Londres y un mes después en Oxford. No es peculiar a ninguna época ni de ningún lugar el tipo o carácter que describe; si bien no cabe duda que los metodistas de Oxford ofrecían la mejor oportunidad de describir la vida del “casi cristiano.” La sinceridad, el celo, el cumplimiento escrupuloso de los de­beres diarios y la incansable diligencia en llenar sus obligaciones, eran las cualidades que combinadas, formaban el carácter que por desprecio llamaron “metodista.” A pesar de todo esto, declara el autor de este ser­món que todas estas cualidades pertenecen solamente al “casi cristiano.” Sin la verdadera santidad, esta apariencia de piedad está destituida de todo poder. Es evidente que el señor Wesley no se olvidó de los elemen­tos de la religión genuina peculiares al carácter que aquí presenta, como puede verse en el sermón noveno, en que contrasta esta misma forma­lidad con la enemistad e indiferencia naturales en el hombre. Nada pue­de hacer más enfática la apreciación tan profunda que tenía de lo im­portante que es esta crisis del alma, conocida bajo el nombre de conver­sión, como el hecho de presentar aquí todos los auxilios de la gracia, anteriores a dicha conversión, como estériles sin esa suprema experien­cia que transforma al hombre casi converso en verdadero cristiano.

La peroración dirigida a sus oyentes, al traer a la memoria su ex­periencia entre ellos, es característica del predicador: muéstrase entera­mente libre de esa porfía orgullosa que engendra la seguridad de las pro­pias opiniones; de esa falsa consecuencia que induce a los hombres a sos­tener un error simplemente porque antes lo habían abrazado como una verdad. Habla de sí mismo como de otro individuo y usa de su propia experiencia para amonestar a otros en contra del error. Hay algunos ejemplos de la desaprobación propia muy diversos de los que el señor Wesley ofrece aquí, y son los de ciertas personas recientemente conver­tidas, que hacen enfática, y aun exageran su vida perversa pasada, a fin de hacer el contraste con su modo de vivir actual más pronunciado y no­table. Esta práctica si no de condenarse, es peligrosa. Silos conversos han de mencionar los pecados nefandos de esta vida, deberán hacerlo con do­lor profundo y un sentimiento de humildad muy diferente de toda clase de alarde, puesto que de otra manera se corre el peligro de dar una im­presión muy diferente de la que se intenta: los oyentes tal vez no expe­rimenten un sentimiento de gratitud por la salvación de un gran pecador, sino más bien una duda de la sinceridad del que habla y de la reali­dad del cambio.

En el caso del señor Wesley, las alusiones que hacía a su propia ex­periencia eran pertinentes y hechas con un espíritu de verdadera hu­mildad; mientras que los cargos que se hacía a sí mismo eran esfuerzos por servir a Dios, que sobrepujaban a las pretensiones más exageradas de los que le escuchaban. El contraste es muy marcado. Si le hubiese faltado celo y rectitud, ¿cuál no habría sido la condenación de aquellos que despreciaban todas estas cosas, las cuales constituyen la verdadera vida cristiana

Contiene este sermón la sustancia de las “reglas Generales de las Sociedades Unidas” que se publicaron en 1743, casi dos años después de predicado este sermón.

ANALISIS DEL SERMON II

I. ¿Qué significa el ser casi cristiano

1. Significa tener la sinceridad de los paganos que incluye la jus­ticia, la verdad y el amor.

2. La forma de piedad; el no cometer ciertos pecados exteriores, haciendo el bien aun a costa de dificultades y trabajos, y usando de los medios de gracia públicamente, en la familia y en lo privado.

3. Sinceridad y resolución positivas de servir a Dios.

II. ¿Qué significa el ser cristiano decididamente

1. Significa amar a Dios.

2. Amar a nuestros hermanos.

3. Tener no una fe muerta y especulativa, sino aquella que nos ase­gura el perdón de nuestros pecados y que desarrolla el amor del cora­zón y la obediencia a los mandamientos de Dios.

SERMON II

EL CASI CRISTIANO[1]

Por poco me persuades a ser cristiano (Hechos 26:28).

Existen muchas almas que hasta este punto llegan: pues desde que se estableció en el mundo la religión cristiana, ha habido un sinnúmero, en todas épocas y de todas nacionali­dades, que casi se han decidido a ser cristianos. Mas viendo que de nada vale ante la presencia de Dios, el llegar tan só­lo hasta este punto, es de la mayor importancia que conside­remos:

Primero, lo que significa ser casi cristiano.

Segundo, lo que es ser cristiano por completo.

1.   (I). 1. El ser casi cristiano quiere decir: en primer lugar, la práctica de la justicia pagana; y no creo que ninguno ponga en duda mi aserción, supuesto que la justicia pagana abraza no sólo los preceptos de sus filósofos, sino también esa rectitud que los paganos esperan unos de otros y que muchos de ellos practican. Sus maestros les enseñan: que no deben ser injustos ni tomar lo que no les pertenece sin el consentimien­to de su dueño; que a los pobres no se debe oprimir ni hacer extorsión a ninguno; que en cualquier comercio que tengan con ellos, no se ha de engañar ni defraudar a ricos ni a pobres; que no priven a nadie de sus derechos y si fuere posible, que nada deban a ninguno.

2.   Más aún: la mayoría de los paganos reconocían la ne­cesidad de rendir tributo a la verdad y a la justicia y aborre­cían, por consiguiente, no sólo al que juraba en falso, ponien­do a Dios por testigo de una mentira, sino también al que acusaba falsamente a su prójimo calumniándolo. En verdad que no tenían sino desprecio para los mentirosos de todas clases, considerándolos como la deshonra del género humano y la peste de la sociedad.

3.   Además: esperaban unos de otros cierta caridad y

misericordia; cualquier ayuda que se pudieran prestar sin de­trimento propio. Practicaban esta benevolencia, no sólo al prestar esos pequeños servicios humanitarios que no causan al que los hace gusto ni molestias, sino también alimentando a los hambrientos; vistiendo a los desnudos con la ropa que les sobraba, y en general, dando a los necesitados lo que no les hacía falta. Hasta tal punto llegaba la justicia de los paga­nos; justicia que también poseen los que casi son cristianos.

(II). 4. La segunda cualidad del que casi es cristiano, es que tiene la apariencia de piedad, de esa piedad que se menciona en el Evangelio de Jesucristo, que tiene las señales exteriores de un verdadero cristiano. Por consiguiente, los que casi son cristianos no hacen nada de lo que el Evangelio prohíbe: no toman el nombre de Dios en vano; bendicen y no maldicen; no juran jamás, sino que sus contestaciones son siempre: sí, sí; no, no; no profanan el día del Señor ni permi­ten que nadie lo profane, ni aun el extranjero que está den­tro de sus puertas; evitan no sólo todo acto de adulterio, for­nicación e impureza, sino aun las palabras y miradas que tienden a pecar de esa manera; más aún toda palabra ociosa, toda clase de difamación, crítica, murmuración, “palabras torpes o truhanerías,” etapea, cierta virtud entre los mora­listas paganos; en una palabra, se abstienen de toda clase de conversación que no “sea buena para edificación” y que por consiguiente, contrista “al Espíritu Santo de Dios con el cual estáis sellados para el día de redención.”

5. Se abstienen de beber vino, de fiestas y glotonerías, y evitan hasta donde les es posible, toda clase de contención y disputas; procurando vivir en paz con todos los hombres. Si se les hace alguna injusticia, no se vengan ni devuelven mal por mal. No injurian, no se burlan ni se mofan de sus prójimos por razón de sus debilidades. Voluntariamente no lastiman, ni afligen, ni oprimen a nadie, sino que en todo ha­blan y obran conforme a la regla: “Todas las cosas que qui­sierais que los hombres hiciesen con vosotros, así también haced vosotros con ellos.”

6. En la práctica de la benevolencia, no se limitan a obras fáciles y que cuestan poco esfuerzo, sino que trabajan y sufren en bien de muchos, a fin de proteger eficazmente a unos cuantos por lo menos. A pesar de los trabajos y las penas todo lo que les viene a la mano lo hacen según sus fuerzas, ya sea en favor de sus amigos o ya de sus enemigos; de los buenos o de los malos, porque no siendo “perezosos” en este o en cualquier otro “deber,” hacen toda clase de bien, según tienen oportunidad, a “todos los hombres;” a sus almas lo mismo que a sus cuerpos. Reprenden a los malos, instruyen a los ignorantes, fortifican a los débiles, animan a los buenos y consuelan a los afligidos. A los que duermen espiritualmen­te procuran despertar, y guiar a aquellos a quienes Dios ya ha movido, al “manantial abierto...para el pecado y la in­mundicia,” a fin de que se laven y queden limpios; amones­tando también a los que ya son salvos por la fe a honrar en todo el Evangelio de Cristo.

7. El que tiene la forma de la santidad usa también de los medios de gracia, de todos ellos y siempre que hay la oportunidad. Con frecuencia asiste a la casa de Dios y no co­mo algunos, quienes se presentan ante el Altísimo cargados de cosas de oro y joyería, mostrando vanidad en el vestido y, ya sea por sus mutuas atenciones, impropias de la ocasión, o su impertinente frivolidad, demuestran que no tienen la for­ma ni el poder de la santidad. Pluguiese a Dios que no hu­biera entre nosotros algunas personas de esta clase, que en­tran al templo mirando por todas partes y con todas las se­ñales de indiferencia y descuido; si bien algunas veces pa­rece que piden la bendición de Dios sobre lo que van a hacer; quienes durante el culto solemne se duermen o toman la pos­tura más cómoda posible, o conversan y miran para todas partes, como si no tuvieran nada serio que hacer y Dios es­tuviese durmiendo. Estos no tienen ni la forma de piedad; el que la posee, se porta con seriedad y presta atención a todas y cada una de las partes del solemne culto; muy especialmente al acercarse a la mesa del Señor, no lo hace liviana o descui­dadamente, sino con tal aire, modales y comportamiento, que parece decir: “Señor, ten misericordia de mí, pecador.”

8. Si a todo esto se añade la práctica de la oración con la familia, que acostumbraban los jefes del hogar y el consa­grar ciertos momentos del día a la comunión con Dios en lo privado, observando una conducta irreprochable, tendremos una idea completa de aquellos que practican la religión exte­riormente y tienen la forma de piedad. Sólo una cosa les fal­ta para ser casi cristianos: la sinceridad.

(III). 9. Sinceridad quiere decir un principio real, inte­rior y verdadero de religión, del cual emanan todas estas ac­ciones exteriores. Y a la verdad que si carecemos de este prin­cipio, no tenemos la justicia de los paganos, ni siquiera la suficiente para satisfacer las exigencias del poeta epicúreo. Aun ese mentecato en sus momentos sobrios, decía:

Oderunt pecare boni, virtutis amore;

Oderunt pecare mali, formidini pœnœ.

“Por amor a la virtud dejan de pecar los buenos; mas los malos por temor del castigo.”

De manera que si un hombre deja de hacer lo malo, sim­plemente por no incurrir en las penas, no hace ninguna gra­cia. “No te ajusticiarán.” “No alimentarás a los cuervos col­gado de un madero,” dijo el pagano y en esto recibe su única recompensa. Pero ni aun según la opinión de ese poeta es un hombre inofensivo como este, tan bueno como los paganos rectos. Por consiguiente, no podemos decir con verdad de una persona, quien, guiada por el móvil de evitar el castigo, la pérdida de sus amistades, sus ganancias o reputación, se abs­tiene de hacer lo malo y practica lo bueno, y usa de todos los medios de gracia, que casi es cristiana. Si no tiene mejores intenciones en su corazón, es un hipócrita.

10.  Se necesita, por lo tanto, de la sinceridad para este estado de casi ser cristiano; una intención decidida de servir a Dios y un deseo firme de hacer su voluntad. Significa el deseo sincero que el hombre tiene de agradar a Dios en to­das las cosas; con sus palabras, sus acciones, en todo lo que hace y deja de hacer. Este propósito del hombre que casi es cristiano, afecta todo el tenor de su vida; es el principio que lo impulsa a practicar el bien, abstenerse de hacer lo malo y a usar los medios que Dios ha instituido.

11.  En este punto, probablemente pregunten algunos: “¿Es posible que un hombre pueda ir tan lejos y, sin embar­go, no ser más que casi cristiano” “¿Qué otra cosa además se necesita para ser cristiano por completo” En contestación diré: que según los oráculos sagrados de Dios y el testimonio de la experiencia, es muy posible avanzar hasta tal punto y sin embargo, no ser más que un casi cristiano.

12.  Hermanos, grande “es la confianza con que os ha­blo.” “Perdonadme esta injuria” si declaro mi locura desde los techos de las casas para vuestro bien y el del Evangelio. Permitidme pues, que hable con toda franqueza de mí mismo, como si hablase de otro hombre cualquiera; estoy dispuesto a humillarme para ser después exaltado; y a ser todavía más vil para que Dios sea glorificado.

13.  Durante largo tiempo y como muchos de vosotros podéis testificar, no llegué sino hasta este punto; si bien usa­ba de toda diligencia para desterrar lo malo y tener una con­ciencia libre de toda culpa; “redimiendo el tiempo;” me apro­vechaba de todas las oportunidades que se presentaban de ha­cer bien a los hombres; usaba constante y esmeradamente de todos los medios de gracia tanto públicos como privados; pro­curaba observar la mejor conducta posible en todos lugares y toda hora y, Dios es mi testigo, hacía yo todo esto con la mayor sinceridad puesto que tenía vivos deseos de servir al Señor y resolución firme de hacer su voluntad en todo; de agradar a Aquel que se había dignado llamarme a pelear “la buena batalla” y a echar mano de la vida eterna; sin embargo, mi conciencia me dice, movida por el Espíritu Santo, que durante todo ese tiempo yo no era más que un casi cristiano.

II. Si se pregunta: ¿qué otra cosa además de todo esto significa el ser cristiano por completo contestaré:

(I). 1. En primer lugar, el amor de Dios quien así dice en su Santa Palabra: “Amarás pues al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de toda tu mente, y de todas tus fuerzas.” Ese amor que llena el corazón, que se posesio­na de todos los afectos y desarrolla las facultades del alma, empleándolas en toda su plenitud. El espíritu de aquel que de esta manera ama al Señor, de continuo se regocija en Dios su Salvador; su deleite está en el Señor a quien en todas las cosas da gracias; todos sus deseos son de Dios y permanece en él la memoria de su nombre; su corazón a menudo ex­clama: “¿A quién tengo yo en los cielos” “Y fuera de ti na­da deseo en la tierra.” Y ciertamente, ¿qué otra cosa puede de­sear además de Dios A la verdad que no el mundo ni las cosas del mundo: porque está crucificado al mundo y el mundo a él; “ha crucificado la carne con los afectos y concupiscencias;” más aún, está muerto a toda clase de soberbia porque “la ca­ridad...no se ensancha;” sino que por el contrario, como el que vive en el amor, así “vive en Dios, y Dios en él” y se con­sidera a sí mismo menos que nada.

(II). 2. En segundo lugar, otra de las señales del ver­dadero cristiano, es el amor que profesa a sus semejantes, pues que el Señor ha dicho: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Si alguno preguntase: “¿Quién es mi prójimo” le contestaríamos: todos los hombres del mundo, todas y cada una de las criaturas de Aquel que es el Padre de los espíritus de toda carne. No debemos exceptuar a nuestros enemigos ni a los enemigos de Dios y de sus propias almas, sino que los debemos amar como a nosotros mismos, como “Cristo nos amó a nosotros;” y el que quiera comprender mejor esta cla­se de caridad, que medite sobre la descripción que Pablo da de ella. “Es sufrida, es benigna;...no tiene envidia” no juzga con ligereza; “no se ensancha,” sino que convierte al que ama en humilde siervo de todos. El amor “no hace sinrazón…no busca lo suyo sino sólo el bien de los demás y que to­dos sean salvos; “no se irrita,” sino que desecha la ira que sólo existe en quien no ama; “no se huelga de la injusticia, mas se huelga de la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, to­do lo espera.”

(III). 3. Aún hay otro requisito para ser verdadera­mente cristiano, que pudiera considerarse por separado, si bien no es distinto de los anteriores, sino al contrario, la ba­se de todos ellos es: la fe. Excelentes cosas se dicen de esta virtud en los Oráculos de Dios. “Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios,” dijo el discípulo ama­do. “A todos los que le recibieron, dióles potestad de ser he­chos hijos de Dios, a los que creen en su nombre.” “Y esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe.” El Señor mismo declara que: “El que cree en mí, aunque esté muerto vivirá.”

4. Nadie se engañe a sí mismo. “Necesario es ver clara­mente que la fe que no produce arrepentimiento, amor y bue­nas obras, no es la viva y verdadera, sino que está muerta y es diabólica; porque aun los demonios mismos creen que Je­sucristo nació de una virgen; que hizo muchos milagros y de­claró ser el Hijo de Dios; que sufrió una muerte penosísima por nuestras culpas y para redimirnos de la muerte eternal; que al tercer día resucitó de entre los muertos; que subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre y que el día del juicio vendrá otra vez a juzgar a los vivos y a los muer­tos. Estos artículos de nuestra fe y todo lo que está escrito en el Antiguo y Nuevo Testamentos, los demonios creen firme­mente, y sin embargo, permanecen en su estado de condena­ción porque les falta esta verdadera fe cristiana.”[2]

5.    “Consiste la verdadera y única fe cristiana,” usando el lenguaje de nuestra Iglesia, “no sólo en aceptar las Sagra­das Escrituras y los Artículos de nuestra fe, sino en tener una plena seguridad y completa certeza de que Cristo nos ha sal­vado de la muerte eterna. Es una confianza firme y una certidumbre inalterable de que Dios nos ha perdonado nuestros pecados por los méritos de Cristo, y de que nos hemos recon­ciliado con El; lo que inspira amor en nuestros corazones y la obediencia de sus santos mandamientos.”

6. Ahora bien, todo aquel que tenga esta fe “que puri­fica el corazón” (por medio del poder de Dios que reside en él) de la soberbia, la ira, de los deseos impuros, “de toda maldad,” “de toda inmundicia de carne y de espíritu;” y por otra parte lo llena con un amor hacia Dios y sus semejantes, más poderoso que la misma muerte, amor que lo impulsa a hacer las obras de Dios; a gastar y gastarse a sí mismo traba­jando en bien de todos los hombres; que sufre con gozo los reproches por causa de Cristo, el que se burlen de él, lo des­precien, que todos lo aborrezcan, más aún, todo lo que Dios en su sabiduría permite que la malicia de los hombres o los demonios inflijan sobre él; cualquiera que tenga esta fe y tra­baje impulsando por este amor, es no solamente casi, sino cris­tiano por completo.

7. Mas ¿dónde están los testigos vivientes de todas estas cosas Os ruego, hermanos, en la presencia de ese Dios ante quien están “el infierno y la perdición... ¿cuánto más los corazones de los hombres” que os preguntéis cada uno en vuestro corazón: ¿Pertenezco a ese número ¿Soy recto, misericordioso y amante de la verdad, siquiera como los me­jores paganos Si así es, ¿tengo solamente la forma exterior del cristiano ¿Me abstengo de hacer lo malo, de todo lo que la Palabra de Dios prohíbe ¿Hago con todas mis fuerzas to­do lo que me viene a la mano por hacer ¿Uso de los medios instituidos por Dios siempre que se ofrece la oportunidad ¿Y hago todo esto con el deseo sincero de agradar a Dios en todas las cosas

8. ¿No tenéis muchos de vosotros la conciencia de encon­traros muy lejos de ese estado de mente y corazón; de que ni siquiera estáis próximos a ser cristianos; de que no llegáis a la altura de la rectitud de los paganos; de que ni aun tenéis la forma de la santidad cristiana Pues mucho menos ha en­contrado Dios sinceridad en vosotros, el verdadero deseo de agradarle en todas las cosas. No habéis tenido ni la intención de consagrar todas vuestras palabras y obras, vuestros nego­cios y estudios, vuestras diversiones a su gloria. No habéis determinado ni siquiera deseado, hacer todo “en el nombre del Señor Jesús” y ofrecerlo todo como un sacrificio espiri­tual, agradable a Dios por Jesucristo.

9. Mas suponiendo que hayáis determinado y decidido hacerlo, ¿será bastante el hacer propósitos y el tener buenos deseos, para ser un verdadero cristiano En ninguna mane­ra. De nada sirven los buenos propósitos y las sanas determi­naciones a no ser que se pongan en práctica. Bien ha dicho al­guien que “el infierno está empedrado de buenas intenciones.” Queda por resolver la gran pregunta: ¿Está vuestro corazón lleno del amor de Dios ¿Podéis exclamar con sinceridad: “¡Mi Dios y mi Todo!” ¿Tenéis otro deseo además de poseer­lo en vuestro corazón ¿Os sentís felices en el amor de Dios ¿Tenéis en El vuestra gloria, vuestra delicia y regocijo ¿Lle­váis impreso en vuestro corazón este mandamiento: “Que el que ama a Dios, ame también a su hermano” ¿Amáis pues a vuestros semejantes como a vosotros mismos ¿Amáis a todos los hombres, aun a vuestros enemigos y los enemigos de Dios, como a vuestra propia alma, como Cristo os amó a vosotros ¿Creéis que Cristo os amó y se dio a sí mismo por vosotros ¿Tenéis fe en su sangre ¿Creéis que el Cordero de Dios ha “quitado” vuestros pecados y los ha tirado como una piedra en lo profundo del mar ¿Creéis que ha raído la cédula que os era contraria, quitándola de en medio y enclavándola en la cruz ¿Habéis obtenido la redención por medio de su san­gre, aun la remisión de vuestros pecados Y por último, ¿da su Espíritu testimonio con vuestro espíritu de que sois hi­jos de Dios

10.  El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que está en medio de nosotros, sabe que si algún hombre muere sin esta fe y sin este amor, mejor le fuera al tal hombre el no haber nacido. Despiértate, pues, tú que duermes e invoca a Dios; llámale ahora, en el día cuando se le puede encontrar; no le dejes descansar hasta que haga pasar todo “su bien de­lante de tu rostro,” hasta que te declare el nombre del Se­ñor “Jehová, fuerte, misericordioso, y piadoso; tardo para la ira, y grande en benignidad y verdad; que guarda la misericor­dia en millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado.” Que ningún hombre os engañe ni os detenga antes de que hayáis obtenido esto, sino al contrario clamad de día y de noche a Aquel que “cuando aun éramos flacos, a su tiempo murió por los impíos” hasta que sepáis en quién habéis creí­do y podáis decir: “¡Señor mío, y Dios mío!” orando sin cesar y sin desmayar hasta que podáis levantar vuestras manos ha­cia el cielo y decir al que vive por siempre jamás: “Señor, tú sabes todas las cosas; tú sabes que te amo.”

11.  Pluga al Señor que todos los que aquí estamos reu­nidos sepamos no solamente lo que es ser casi cristianos, sino verdaderos y completos cristianos; estando gratuitamente jus­tificados por su gracia por medio de la redención que es en Jesús; sabiendo que tenemos paz con Dios por medio de Je­sucristo; regocijándonos con la esperanza de la gloria de Dios y teniendo el amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos es dado.

PREGUNTAS SOBRE EL SERMON II

1. (I. 1). ¿Qué significa el ser casi cristiano 2. (I. 1). ¿Qué quiere decir “la rectitud pagana” 3. (I. 1). ¿Practicaron esa rectitud algunos paganos ¿Puede usted citar un ejemplo 4. (I. 2). ¿Enseñaban el res­peto a la verdad 5. (I. 3). ¿Se amaban y protegían mutuamente 6. (II. 4). ¿Cuál es el segundo requisito para ser casi cristiano 7. (II. 5). ¿Qué se dice respecto a la temperancia 8. (II. 6). ¿Qué se dice de sus buenas obras 9. (II. 7). ¿Hace uso de los medios de gracia 10. (II. 8). ¿Con qué otros deberes cumple 11. (II. 9). ¿Qué quiere decir sinceridad 12. (II. 10). ¿En qué consiste la sinceridad 13. (II. 11). ¿Puede uno llegar hasta esa altura y no ser sin embargo sino un casi cristiano 14. (II. 12). ¿Qué dice el señor Wesley de sí mismo 15. (II. 13). ¿De qué manera apela al testimonio de sus oyentes 16. (III. 1). ¿Qué otra cosa se necesita para ser un verdadero cristiano 17. (III. 2). ¿Cuál es el segundo requisito 18. (III. 3). ¿Qué otra cosa se incluye 19. (III. 4). ¿Qué se dice de la relación que hay entre la fe y las buenas obras 20. (III. 5). ¿A qué igle­sia se refiere 21. (III. 5). ¿De qué libro tomó esta cita Del “Libro de las Homilías,” una serie de sermones que el Arzobispo Crammer y otros prepararon, los cuales sermones se leían públicamente en las iglesias du­rante la época de la reina Isabel y sus sucesores, debido a la falta de pre­dicadores competentes. Juntamente con los XXXIX Artículos forman las Doctrinas de la Iglesia Anglicana. 22. (III. 6). ¿Qué efecto tiene la ver­dadera fe 23. (III. 7). ¿Hay testigos vivientes de estas verdades 24. (III 8). ¿Qué exhortación hace 25. (III. 10, 11). ¿Cómo concluye el sermón

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[1] Predicado en la iglesia de Santa María, Oxford, ante aquella universidad el día 25 de julio de 1741.

 

[2] Homilía sobre la salvación del hombre.

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