Sentimientos, Sistemas, y Sermones Evangelísticos
por C. WILLIAM FISHER
CASA NAZARENA DE PUBLICACIONES
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LIBRERIA NAZARENA, LIBRERIA NAZARENA
3a. Avenida 18-08, Zona 1, Donato Alvarez Núm. 884
Guatemala, Guatemala Buenos Aires, Argentina
El título de esta obra en inglés es Evangelistic Moods, Methods and Messages, fue vertida al castellano por H. O. Espinosa, bajo los auspicios del Departamento Hispano.
IMPRESO EN E.U.A. -PRINTED IN USA.
DEDICATORIA
Este trabajo es mi manera sincera y pública de decir: ¡Muchas gracias! a todos los bondadosos pastores y laicos que me han llamado, que han sido comprensivos con mis errores, que han disimulado mis faltas, que han solventado los gastos, y sin cuya gentileza y generosidad ningún siervo del Señor podría dedicar un solo año a la evangelización, mucho menos veinticinco.
PREFACIO
Apenas terminada mi educación universitaria, comencé mi primera campaña de evangelismo, el 3 de junio de 1941. Este libro tiene el propósito de compartir con el lector los sentimientos, los sistemas y los sermones de más de dos décadas y media. Los sentimientos, o disposiciones de ánimo, han variado: los sistemas han mejorado, y también los sermones, pero el mensaje permanece inalterado.
Ojalá que esta franca exposición de los sentimientos de un evangelista, de sus estados de ánimo, ayuden a algún lector a saber cómo se siente ser evangelista, y a comprender mejor las presiones, los problemas, los privilegios y las recompensas de este campo de acción, y que sea de tal manera que algunos se animen a compartir esta vida.
Quiera el Señor que al compartir mis sistemas, o métodos, pueda contribuir en algo a la mayor eficacia evangelizadora de todos los cristianos; de predicadores, educadores, y quienquiera que esté poseído por la pasión de ganar almas.
Y concédame el Señor que los sermones aquí incluidos sugieran un fructífero plan de predicación para un avivamiento. Esta es la primera vez que se publican algunos sermones míos de evangelismo. No son necesariamente los mejores, ni los peores (aun los que considero ser los mejores, resultan muy pobres), pero representan lo que creo que es el énfasis necesario para la evangelización y el avivamiento.
¿Me pregunta usted ya si me arrepiento de haber pasado mi vida en el evangelismo
¡De ninguna manera! Por el contrario, he descubierto que es una tarea que ofrece tal desafío, y que satisface a tal grado, que si el Señor Jesús no viene antes, espero llegar al día cuando, con la ayuda de Dios, pueda escribir otro libro sobre el mismo asunto. Ya tengo listo el título:
"Cincuenta Años en el Campo del Evangelismo."
Pero hasta ese día, mi oración es que el Espíritu Santo use este libro, en alguna medida, para avivar a los cristianos y salvar a los perdidos, con el solo fin de que Jesucristo sea glorificado y su causa adelante.
-C. William Fisher
CONTENIDO
PRIMERA PARTE
SENTIMIENTOS
1. Por que Soy un Evangelista
2. Por qué no Quisiera Ser un Evangelista
SEGUNDA PARTE
SISTEMAS
3. Cómo Preparar una Campaña de Evangelismo.
4. El Servicio de Evangelismo
TERCERA PARTE
SERMONES
¿Dónde Están los Campos
¡Hay Poder, Sin Igual Poder!
Sobre Precios y Valores
La Gotera del Amor
Aplazando la Ejecución
Una Religión Real
Un Joven de la Mano de EL EXITO
Un Joven de la Mano de EL FRACASO
Un Joven de la Mano de EL
La Mujer que Usted no Puede Olvidar
Viviendo con mi Padre
Dioses Contemporáneos
Una Cita con el Destino
Libres a Medias
PRIMERA PARTE
SENTIMIENTOS
1. POR QUE SOY UN EVANGELISTA.
Ninguna otra pregunta se me ha hecho con mayor frecuencia que ésta: "¿Por qué es usted un evangelista" A veces la pregunta revela admiración, como si fuera así: "Creo que es la gran cosa, pero, ¿por qué" Otros la hacen con un aire de incredulidad: "¿A quién se le ocurre ser un evangelista" Y en otras ocasiones, el tono de voz parece decir que el que hace la pregunta se imagina que hay algo sospechoso en ser evangelista, algo así como ser un jugador profesional en juegos de azar, o algo sin chiste, como dar de comer a las gallinas. Les es imposible comprender cómo haya alguien a quien le guste ser evangelista.
Pero, precisamente, ese es el punto.
Yo no escogí ser evangelista; fui llamado a serlo. Es un imperativo divino. Algunos aseguran que uno es llamado al servicio cristiano, pero que el campo de servicio depende de las circunstancias, las disposiciones de la Iglesia, los talentos, el voto del pueblo cristiano, o aun la casualidad. No me explico por qué no creen que Dios llama a determinadas vocaciones cristianas, sobre todo cuando su Palabra dice: "Y él mismo constituyó a unos, apóstoles a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros" (Efesios 4: 11).
De lo que estoy seguro es que Dios me llamó a ser evangelista. Siempre le he agradecido que su llamamiento haya sido tan claro y definido, puesto que a veces eso es todo lo que he tenido en qué apoyarme cuando las presiones y las circunstancias han sido difíciles, y la enfermedad y experiencias amargas me han salido al paso-experiencias inexplicables, aparentemente sin relación ninguna con mi vocación.
En casos así, tres cosas han sido mi sostén: (1) La certeza de mi amor hacia Dios; (2) La certeza del amor de Dios hacia mí; (3) La certeza de que Dios me llamó a esta tarea, la tarea del evangelista. Difícil, si no imposible, hubiera sido disimular las críticas, sobrellevar la soledad, soportar los menosprecios, y resistir todo lo demás que un evangelista tiene que resistir, sin esa certidumbre de mi llamamiento.
Esa seguridad del llamado divino al evangelismo me protegió asimismo de los vientos huracanados de indecisión al presentarse otras oportunidades, por ejemplo, la oportunidad de ser pastor. Todo evangelista recibe llamadas e invitaciones a aceptar algún pastorado. Algunos, cual yoyos eclesiásticos, han mudado del evangelismo al pastorado, y viceversa, muchas veces.
Desde luego que se agradecen esas invitaciones a ser pastor. Pero si el llamamiento al evangelismo es inequívoco, firme e imperativo, esas "oportunidades" no inquietarán ni atraerán, ni nos enviarán a otros en busca de consejo.
Recuerdo que cierta noche, después de un culto de evangelismo, platicaba con el pastor cuando me llamaron por teléfono. Era de una iglesia donde había tenido varias campañas. Los ofíciales estaban reunidos y querían saber si aceptaría ser su pastor. Les agradecí su bondad y confianza, pero expliqué que estaba cumpliendo la voluntad de Dios para mi vida. Terminada la conversación, mi amigo pastor me dijo:
-Pero, hombre, ¿ni siquiera vas a orar sobre el asunto
-No, -le contesté. - porque la decisión se hizo ya hace mucho tiempo, cuando Dios me llamó al evangelismo.
La invitación era de una iglesia que ofrecía muchas ventajas materiales: una congregación numerosa, un buen sueldo, una magnífica casa pastoral, líderes locales muy bondadosos, una ciudad metropolitana con muchas ventajas, y una universidad grande cercana a donde mis hijos podrían asistir, etc. Pero no hubo la menor vacilación ni tentación.
En otra ocasión me hallaba comiendo con un amigo muy querido: el doctor A. K. Bracken, rector del Colegio Nazareno de Bethany en mis días universitarios. El me preguntó:
-Fisher, te he observado por algún tiempo, y he notado que no eres nervioso ni inquieto como otros evangelistas; ¿por qué
Sonreí, le di las gracias por el cumplido, y le contesté:
-Quizá sea porque estoy haciendo lo que Dios quiere que haga. No soy tan bueno como quisiera en mi vocación, pero me esfuerzo por obedecer lo que estoy cierto que es la voluntad de Dios para mí. Quizá esa sea la explicación, porque no le envidio nada a nadie. Tengo todo lo que quiero para mi vida.
A usted le sorprenderá la tranquilidad que acompaña a una convicción así.
Pudiera ser que alguno confundiera esa actitud con indiferencia, o aun rebeldía, pero no es así. Es la tranquilidad y la seguridad firme que estoy haciendo lo que Dios quiere que yo haga, y de que en la voluntad de Dios no hay ascensos ni descensos. En su voluntad no hay posiciones elevadas ni inferiores, sino que si obedezco la voluntad de Dios para mí, y el otro obedece la voluntad de Dios para él, nos encontraremos en igual nivel de acción y obediencia. Puedo, entonces, ver a todos a la misma altura, sin complejos de inferioridad ni de superioridad. Posiblemente a algunos esta actitud les produzca úlceras, pero a mí me ha librado de ellas.
Ahora bien, si es cierto que la razón fundamental por la que soy un evangelista es porque Dios me llamó a ello, y por eso mismo continúo siéndolo, existen determinadas ventajas y beneficios marginales que muchos no advierten ni estiman.
Uno es el ser independiente. Mi tiempo, por ejemplo, está a mi disposición. Durante todos estos años de evangelismo, me he esforzado por cumplir mis obligaciones durante una campaña, en los servicios, el trato social, el programa de visitación. Pero una vez desempeñada mi responsabilidad, me queda mucho tiempo para usar como mejor me parezca. Para muchos eso constituye un problema, pero la dificultad para mí es que no me alcanza el tiempo para hacer todo lo que quisiera.
No estoy hablando de paseos y diversiones, porque después de diez años de evangelista, ya se han visitado todos los sitios de interés, los barrios se parecen mucho unos a otros, y los parques zoológicos, los museos y los lagos, también pierden su atractivo. Le aseguro que pasados veinticinco años de andar de evangelista, pierde uno el entusiasmo por pasearse.
A lo que me refiero es al tiempo disponible para ir a las bibliotecas, sumergirse en nuevas profundidades de conocimientos, y sentirse humilde al vislumbrar todo lo que uno no sabe. Tengo una deuda insolventable con las bibliotecas y los bibliotecarios.
Me refiero también al tiempo disponible para escribir, y también estoy muy agradecido por esa oportunidad. Un evangelista no edifica templos, ni casas pastorales, ni levanta nuevos edificios para el ministerio de la iglesia. Dicho de otra manera, un evangelista no tiene oportunidad de dejar algo concreto, visible, como expresión de su ministerio. Pero la producción de artículos y libros me ha otorgado ese sentido de lo permanente, de una contribución tangible, que se agrega al bien que mi servicio de evangelista haya podido realizar.
Poseo la satisfacción de que cuando yo haya partido de este mundo, y mi nombre se haya olvidado, alguien, en algún sitio, tomará uno de mis libros y será inspirado y ayudado por algo que yo escribí. Eso es lo que me produce este sentido de permanencia.
Un beneficio adicional de tener mi tiempo disponible, o de ser independiente, es que no estoy obligado a involucrarme en la maquinaria eclesiástica, ni en los mil y un detalles de la diplomacia religiosa. Esto, desde luego, pone el dedo sobre lo que considero la médula del ministerio del evangelista: que el evangelista es primordialmente un profeta. Su mensaje es un reto a los valores contemporáneos. Su clamor es: "¡Volved a lo básico! ¡Sed renovados y avivados, y disfrutad una visitación del Altísimo!" Sabido es que el ministerio profético no es prebenda exclusiva del evangelista, pero sí es su tarea más urgente primordial. Y mientras sea evangelista, esa insistencia profética será su obsesión y su arma ofensiva.
Mas si el evangelista se enreda en los aspectos de organización de la iglesia al punto de inmiscuirse en decisiones y procesos eclesiásticos, perderá la perspectiva de su ministerio, y su mensaje perderá también ese énfasis apremiante e imparcial.
Por supuesto que no todos agradecen la presencia ni el mensaje del profeta, como lo observamos en el Antiguo Testamento, en los conflictos entre profetas y sacerdotes, en los encuentros del Señor Jesús con los del templo, en las luchas de Pablo, Lutero y Wesley con quienes prefirieron las tradiciones a la verdad y a una visitación del Espíritu Santo. Pero es el caso que la iglesia, como organización, también necesita el aguijón del profeta, el desafío a poner "primero lo primero," tanto como el profeta requiere la influencia estabilizadora de la organización eclesiástica de que forma parte.
Por este motivo yo no asisto a todas las actividades oficiales de mi denominación, convenciones, asambleas, etc. No se trata de que no estime mi iglesia. Creo que suficiente prueba de lo contrario es mi patente esfuerzo por ser fiel a sus doctrinas y a su énfasis durante más de veinticinco años, y los cientos de personas que he conducido a la decisión de solicitar ser recibidos como miembros.
No, sino que estoy convencido de que un evangelista no tiene ningún negocio en andarse enredando en cuestiones oficiales, ni en las actividades y responsabilidades de la organización eclesiástica. Debe ser enteramente libre para clamar: "¡Volved! ¡Avivaos! ¡Renovaos! ¡Dad prioridad a lo fundamental!" Y lo será si no posee una posición que conservar o ganar, ni una "política" que seguir.
Otro provecho de esta independencia, o libertad, es la oportunidad de viajar con un propósito, no sólo de aquí para allá, ni únicamente en mi patria, sino por todo el mundo. Todos los veranos, por más de quince años, he tenido el privilegio de visitar otros países y continentes para tener campañas de evangelización. La comunión así obtenida con ministros, misioneros y obreros cristianos de muchas tierras ha sido no sólo placentera, sino una positiva bendición. Su ejemplo de sacrificio y devoción me ha inspirado, y me ha desafiado su evidencia de consagración y dedicación absoluta a la iglesia y la causa de la santidad. Eso ha incrementado grandemente mi estimación de mi iglesia, la Iglesia del Nazareno, de sus líderes, su visión, y su empeño en circundar el globo terrestre. Y me ha avergonzado de que en ocasiones he lamentado no tener zapatos, cuando millones van por la vida descalzos.
Eso, a decir verdad, ha sido una pérdida económica, porque jamás he aceptado un céntimo arriba de mis gastos en cualquier viaje a campos misioneros. Pero sicológica, emocional y espiritualmente, ha sido invaluable sentir el fervor de las actitudes de nuestros obreros en todas partes del mundo; ser testigo de su entrañable amor a la iglesia y su gratitud por todo lo que ella ha contribuido a sus vidas.
Además de la razón fundamental de que he sido llamado por Dios al evangelismo, y de los beneficios marginales de independencia y libertad que me concede, me gusta ser evangelista por el sentido que me da de un desafío y unos resultados siempre inmediatos, y continuamente presentes.
Estoy profundamente convencido de que nuestra primera tarea, nuestra responsabilidad primordial como Iglesia de Jesucristo, es la de proclamar el evangelismo de santidad. Tengo, como evangelista, el privilegio de estar constantemente ocupado en lo que creo que es la obra más importante de la iglesia: traer a otros al conocimiento pleno de Jesucristo, y a la experiencia de la plenitud de su Espíritu. ¡Me emociona la urgencia inmediata de ese desafío! Es un verdadero reto existencialista. Apelar a hombres y mujeres, a jóvenes y viejos, que acepten a Jesucristo y su voluntad para sus vidas ahora mismo, y que comiencen a vivir, a vivir de veras, abundantemente-ese es el privilegio del evangelista noche tras noche y año tras año.
Estoy muy agradecido por los elogios que de vez en cuando mi ministerio ha merecido. Sobresalen entre ellos uno dado por otro evangelista, y el otro dado por un pastor. El evangelista me dijo: "Has mantenido el paso con el progreso moderno, pero no has perdido el mensaje". Y el ministro, que era por entonces el pastor de una enorme congregación: "Eres un evangelista de carrera, pero no profesional."
Cualquiera que sea movido por otras consideraciones que el amor a Dios y a las almas, se ha vuelto un profesional. Después de veinticinco años, 653 campañas, y miles de servicios, puedo honradamente decir que no me ha cansado el desafío; a veces me canso de la rutina, pero nunca del desafío.
¿Cómo podría fastidiarme de ver a los hombres venir al altar noche tras noche cargados de culpa o de profundos conflictos espirituales, y verlos levantarse con sus rostros serenos y sus corazones victoriosos, habiendo cambiado el peso de la culpa por el sentido de perdón, de pureza, de esperanza y confianza en el futuro ¡Nunca! ¿Cómo podría aburrirme de escucharlos dar testimonio, lágrimas corriendo por sus mejillas, de la paz que han encontrado, y de su nueva decisión de seguir las pisadas del Maestro
Maravillosas recompensas del evangelista son, en verdad, que pasados los años, alguien se acerca y nos dice que en tal y cual campaña donde predicamos él le dijo "Sí" a Dios, y desde entonces la vida se transformó: o un pastor me recuerda que en un servicio donde hablé, él resolvió para siempre la seguridad de su llamamiento; o recibir una carta en que se nos recuerda que en tal y cual servicio Dios tocó al que nos escribe, y cuánto está disfrutando la vida cristiana. No que nosotros solos ganemos las almas, porque muchas influencias convergen en la salvación de una persona, sino comprender que Dios nos usó en el momento decisivo para conducir a alguien a Cristo. eso sólo vale la pena todo lo demás.
¡Imagínese usted lo que será en el cielo! Cuando de muchos países vengan y nos digan que en aquel verano, o en aquella campaña, o en aquel servicio, aceptaron al Señor, y comenzaron a vivir para El. Con que suceda una vez será suficiente.
¿Todavía siente compasión por los evangelistas
Guárdese su compasión.
Con todo, aunque Dios mismo me llamó a esta labor, y los beneficios superan en mucho a las desventajas, hay, ciertamente, desventajas. Y para que más personas comprendan algunas de las dificultades y contrariedades que un evangelista debe afrontar, será bueno anotar algunas brevemente.
2. POR QUE NO QUISIERA SER UN EVANGELISTA.
El precio más elevado que todo evangelista debe pagar es la ausencia del hogar y de los seres amados. No hay vida doméstica normal para el evangelista ni para su familia. Por la naturaleza misma de su obra, debe estar ausente del hogar por semanas y meses. Escribo estas líneas en diciembre, y es desde el primero de septiembre que no he visto a mi esposa ni a mis hijos. Usted no llamaría a eso una vida hogareña normal. ¿verdad
Un amigo me dijo:
-Ni por veinticinco mil dólares al año haría yo lo que tú estás haciendo.
-Yo tampoco, -le contesté.
Otro amigo fue más franco:
-Yo no podría soportar pasar tanto tiempo sin ver a los míos.
-Tampoco yo, -le dije- pero lo hago.
-Sí, -continuó él, - pero me sentiría sumamente miserable.
-Así me siento yo, -le respondí.
-Entiendo, -me dijo, - pero. pues me volvería loco.
-Bueno. pues. yo., -y no pude terminar.
La soledad es como un ácido que puede corroer los pensamientos, los sentimientos, y las relaciones con los demás, a menos de que uno esté en continua comunión con Dios recibiendo su auxilio. La declaración de Pablo:
"He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación", es una gran verdad, pero se toma tiempo para aprenderla. Y no se aprende sólo de rodillas, ni en el seminario o la escuela, ni en un año, o dos, ni veinte. Sólo mediante la gracia de Dios puede uno desarrollar la capacidad para estar solo por largas temporadas. No es fácil. Mas tampoco lo es ninguna de las cumbres del espíritu.
Desde luego que el evangelista no es el único que paga este enorme precio de separación y soledad por causa de su labor. La esposa y la familia también lo pagan. Sólo que el evangelista es más consolado por los demás, aunque no lo merece; realmente la familia es la que merece ser más consolada.
¿Me concedéis el privilegio de decir algo sobre mi esposa Durante todos estos largos años como evangelista -de los cuales más de quince ha pasado sola con los hijos -ni una sola vez me ha sugerido que me ocupe de otra cosa y no de cumplir lo que creo que es la voluntad de Dios para mí. Eso prueba irrefutablemente no sólo su amor hacia mí, sino su amor, su consagración y dedicación a Dios y a su voluntad. Estoy profundamente agradecido a ella. Y a mis dos hijos también, que ahora son jóvenes y quienes han sido muy comprensivos y jamás han ni siquiera insinuado que quisieran que yo me ocupara en otra tarea. Para ellos toda mi gratitud.
Por esto, cuando usted vea a un evangelista, piense en la esposa y los hijos que se quedaron en casa, y guarde para ellos la mayor medida de su consuelo y comprensión, por la soledad y la separación a que se ven sujetos.
Otro motivo por el que no quisiera ser evangelista es por la falta de seguridad. El evangelista carece por completo de seguridad material, con la sola excepción de la ofrenda que las iglesias determinen darle por sus servicios. ¿Qué sucede en tiempos de enfermedad, o cuando se cancela una campaña No hay entradas. Cualquiera otro obrero cristiano recibe un estipendio seguro, por pequeño que sea, ya fuere pastor, misionero, profesor de instituto bíblico o de seminario, pastor ayudante,. aun el guardatemplo.
Si el pastor, el profesor de seminario o el guardatemplo enferman, el sueldo continúa. La casa pastoral y los gastos ordinarios no le preocupan. Y con mucha frecuencia, la congregación y la denominación proveen otros beneficios adicionales en tiempos de estrechez económica. Pero si el evangelista enferma no hay salario, nadie cubre el gasto de las cosas que su familia necesita ordinariamente, ni la renta de la casa, ni nada más. En otras palabras: el obrero más humilde en cualquier iglesia local disfruta de mayor seguridad económica y más beneficios adicionales, que cualquier evangelista.
Además, ¿qué sucede cuando una iglesia decide cancelar una campaña Confieso que no puedo hablar sobre esto con lujo de experiencia, porque en todos mis años de servicio solamente catorce veces me ha sucedido, pero es el caso que en ninguna de las ocasiones, ni siquiera por cortesía, la iglesia mencionó hacer lo posible por reparar la pérdida económica sufrida por la cancelación. Gracias a Dios que en todos los casos pude hacer arreglos, y nunca he tomado unas "vacaciones por fuerza", pero todavía pudiera suceder, y el pobre evangelista vive con esa incertidumbre.
Consideremos aun otra faceta de este problema de la inseguridad. Si el evangelista es fiel a su llamado, le resulta imperativo predicar sobre asuntos que a veces son sumamente delicados. Al hacerlo corre el riesgo de enfadar a quienes pudieran ser una fuente de sostén y ayuda en el futuro.
El evangelista no permanece el tiempo suficiente, como el pastor, para demostrar a la gente que en realidad es un tipo agradable, y que los demás deben y pueden aceptar su personalidad y ministerio. El dura en la iglesia unos cuantos días, y si quiere ser fiel a Dios, a su conciencia y a la congregación que lo ha llamado, debe entonces hablar francamente de temas que sin duda herirán e incomodarán a miembros influyentes o acomodados. Es, verdaderamente, una situación injusta: el hombre que depende más del beneplácito de los cristianos, es el mismo que, por la naturaleza de su llamamiento, debe hablarles con mayor claridad y franqueza de los asuntos más hirientes.
¡A mi no me gustaría ser evangelista!
Sigamos adelante. Tampoco me gustaría ser evangelista debido a la falta de estímulos humanos. Uno de los deseos humanos más legítimos es el de ascender, de alcanzar niveles más elevados de triunfos que todos reconozcan como evidencias de éxito. Este deseo no siempre es carnal; es más bien una aspiración que Dios nos dio para que nos esforcemos por lograr el mayor rendimiento de nuestros talentos, y que los demás lo reconozcan.
El problema es que al evangelista no hay quien le ponga delante el proverbial palo con una zanahoria que lo incite a logros más prominentes. Esto acontece sobre todo si el evangelista quiere permanecer fiel a sus convicciones bíblicas. Hay muchos grupos denominacionales e independientes que no creen en un evangelismo claro, bíblico, de santidad.
Hace algunos años estábamos sentados en casa a la mesa para la cena de Navidad. A mi derecha estaba mi hermano, a quien poco antes nombraran deán de una universidad en California. A mi izquierda estaba mi cuñado, ascendido recientemente a gerente regional de una famosa compañía nacional de maquinaria para construcción. Ambos recibieron sendos aumentos de sueldo, y me sentí sinceramente contento por aquellos éxitos alcanzados. Pero fue muy natural que de pronto pensara: "Bueno, aquí estás tú; tienes veintiún años de ser evangelista, y eso es exactamente lo que serás dentro de otros veintiún años, si acaso vives, y sin esperanza de que nadie te conceda un aumento de salario". Pronto, no obstante, deseché tales pensamientos, y pude decir: "A ver, por favor pásenme el pavo".
Pero algunos no han podido desechar esos pensamientos. Cierto prominente evangelista dijo a un pastor amigo mío: "Tengo ya diez años de evangelista y he predicado en casi todas las iglesias grandes. Si sigo, sólo haré recorrer de nuevo el mismo camino. Creo que mejor dejaré el campo del evangelismo". Ahora es pastora de una numerosa congregación.
Por supuesto que es fácil ser evangelista cuando se tienen sólo veinte años de edad. El entusiasmo de la juventud está en su vigor. Y tampoco es muy difícil ser evangelista a los treinta y cinco años. Pero, ¿a los cincuenta
Durante los primeros años hay algo fascinante en el evangelismo; el encanto de nuevas experiencias y nuevos éxitos, el placer de viajar, el sentido muy legítimo de la satisfacción que viene cuando cierta aura de fama comienza a formarse alrededor de nuestro nombre, y las iglesias solicitan más insistentemente nuestros servicios. Pero si esas son todas las causas por las que somos evangelistas, pronto entra el aburrimiento. Para escapar, el evangelista abandona entonces su ministerio, o se enreda "en los negocios de la vida". Tal proceder daña tanto al evangelista como a la iglesia, es un reproche para el evangelismo, y deja una mancha indeleble en la reputación del evangelista.
Aparte de la ausencia de incentivos humanos, existe la penosa verdad de que aun algunos colegas ministeriales consideran la obra del evangelismo como un anacronismo en la actualidad. Ven con menosprecio y desdén el oficio de evangelista. Cierto pastor me preguntó recientemente: "¿Eso es todo lo que esperas ser en la vida ¿Un evangelista " La evidente sinceridad de sus palabras hizo mucho más inquietantes sus preguntas.
¿Por qué causa tanta sorpresa en los seminarios que algún estudiante al ministerio anuncie su propósito de dedicarse a la evangelización Muchos se quedan boquiabiertos porque alguien invertirá su vida en lo que consideran una tarea sin consecuencia. Muchos jóvenes en nuestras escuelas y seminarios, que han sentido el llamamiento al evangelismo, "pierden la visión" al correr de los años, y triste evidencia de ello es que de los cientos de alumnos graduados de uno de nuestros más grandes seminarios, sólo seis dan hoy todo su tiempo al evangelismo.
Muchos creen que el campo del evangelismo es el refugio de payasos y excéntricos, de imbéciles, simplones, bobos y otros que sólo quieren ocuparse en algo fácil mientras se abre una "mejor oportunidad". ¡Con razón no hay muchos jóvenes que quieran ser evangelistas! Nadie quiere ofrendar su vida en aras de lo que sus amigos y colegas juzgan inferior. Por eso, a menos de que el llamado de Dios sea tan profundo y claro que clame "¡Ay de mí si no hago la obra de evangelista!" el joven no entrará al campo del evangelismo, o pronto lo abandonará.
Con todo, aunque los inconvenientes del evangelista- no disfrutar de vida de hogar, falta de seguridad y escasos alicientes humanos, -parezcan obstáculos insuperables, no son nada comparados con las recompensas que acarrea el saber de cierto que él está haciendo la voluntad de Dios para su vida. Muy poco valen las desventajas, las presiones y la inseguridad cuando se equiparan con el privilegio de ver noche a noche a los hombres logrando nuevas alturas sublimes de vida; cuando estrechan su mano y le dicen: "¡Cuántas gracias doy a Dios por usted!" Galardón supremo es verificar frecuentemente que Dios le está usando como instrumento para redimir almas inmortales.
¿Qué son, al lado de eso, las comodidades del hogar, los honores de una posición de prestigio, la membresía en unos cuantos comités o juntas, las críticas y burlas, las casas pastorales y todos los beneficios adicionales
No se compadezca usted del evangelista. Recibe remuneraciones que, aunque no tangibles, son muy reales, satisfactorias y positivas. Tan satisfactorias, de hecho, que un hombre del calibre de Juan R. Mott, evangelista de una generación anterior que se codeó con los grandes y los poderosos del mundo, y pudo haber dejado honda huella en muchos distintos campos de acción, dijo: "Estas palabras deseo por epitafio: 'Fue un evangelista'."
Billy Graham ha dicho: "Mientras el mundo exista habrá pecadores, y mientras haya pecadores se necesitarán evangelistas que les proclamen el evangelio; y mientras Dios quiera que yo sea un evangelista, consideraré un gran privilegio, un elevado honor, y un tremendo desafío, ser uno".
"Si Dios te llama a ser un evangelista", aconsejó Lord Beaverbrook, "no te rebajes a ser rey."
Cuando concluí veinticinco años en el evangelismo, escribí este resumen:
--He viajado más de 1,350,000 kilómetros.
--He tenido 653 campañas de evangelización y avivamiento.
--He predicado, con intérpretes, a congregaciones que hablan el francés, el español, el alemán, el danés, el sueco, el italiano, el japonés, el samoano, y varios idiomas y dialectos hindúes.
--No he tenido que tomar una sola vacación a fuerza.
--Por más de quince años he recibido cinco invitaciones, por término medio, cada semana, a tener campañas.
--Nunca he faltado a un servicio por razones de enfermedad, excepto cuando me operaron de cáncer.
-- Nunca he llegado tarde a un servicio excepto en Glasgow, Escocia.
--He conocido a miles y establecido amistad con cientos de predicadores y laicos.
--Todos los años el Señor me ha dado lo suficiente para pagar mis cuentas y solventar mis gastos, y que me quede un poquito.
--He visto miles arrodillarse en el altar, cientos de ellos alcanzar la salvación, de los cuales muchos ya han arribado al cielo y otros están en camino.
Al considerar todo esto, y a pesar de todas las horas de soledad, todos los errores, fracasos y flaquezas, puedo con mayor gratitud y convicción asentir a las palabras del himno: "Qué bueno es servir a Jesús." ¡Gracias a Dios!
SEGUNDA PARTE
SISTEMAS
3. COMO PREPARAR UNA CAMPAÑA DE EVANGELISMO.
El evangelista depende de que lo inviten. Casi ninguna denominación tiene un departamento encargado de asignar campañas a los evangelistas. El no es como un agente de ventas contratado por una firma comercial y asignado a cierta área. El evangelista dice con Juan Wesley: "El mundo es mi parroquia."
Aunque algunos superiores eclesiásticos y amigos pastores le ayuden a conseguir campañas al principio de su ministerio, en fin de cuentas el evangelista mismo crea la demanda de sus servicios. En la mayoría de las denominaciones es el pastor local quien sugiere a la junta oficial, o de administradores, de diáconos o de ancianos, uno o varios nombres de evangelistas que pueden invitar. La regla general es que la junta, a su vez, conceda al pastor entera libertad para escoger al evangelista; pero si algunos se oponen, el pastor tendrá la sabiduría de no crear un problema y sugerirá otros nombres.
Cierta junta de oficiales discutía nombres de posibles evangelistas para una campaña local, y a todos los nombres mencionados, uno de los oficiales decía:
-No, ese no. No me cae bien.
Por fin, otro oficial, enfadado, le dijo:
-El problema con usted, hermano, es que nada le cae bien, ¡todo se le resbala!
Si fuera indispensable obtener el voto unánime de los oficiales de la iglesia para llamar a un evangelista, probablemente ninguna iglesia podría llamarnos, porque es imposible satisfacer a toda la gente todo el tiempo.
Una vez tomada la decisión de llamar a un evangelista, el pastor es quien le escribe invitándolo. Yo prefiero que me escriba el pastor y no el secretario de la junta de oficiales. En su carta, el pastor debe sugerir dos o tres fechas adecuadas para la campaña, y mencionar si ya tiene otros avivamientos planeados, en qué fechas y con cuál evangelista. También puede extender una invitación "abierta," es decir, dejando a elección del evangelista la fecha más conveniente.
También creo muy justo que se informe al evangelista de todos los detalles pertinentes, por ejemplo: si están haciéndose arreglos para tener música especial, un cantante o grupos que canten, el tamaño aproximado de la concurrencia, el lugar donde se hospedará, y -algo que considero de importancia particular para un evangelista que se ha lanzado al incierto vivir del predicador itinerante- la cantidad económica mínima con que la iglesia espera remunerar sus servicios.
Por supuesto que el evangelista no decidirá aceptar o no la invitación basándose únicamente en esta información. Todo evangelista eleva sus ojos al cielo para recibir órdenes sobre a dónde dirigirse, pero esos datos evitarán muchos contratiempos. Y las iglesias deben tomar muy en cuenta que muchas veces un evangelista no puede aceptar una invitación, no porque no quiera, ni porque se considere demasiado importante como para aceptarla, sino porque ya está invitado a otros lugares y ha formulado planes con anterioridad. Recuerden las congregaciones que muchos evangelistas tienen su itinerario programado hasta con años de anticipación.
Cuando fuere necesario suspender una campaña, si la iglesia la suspende lo correcto es que envíe al evangelista siquiera la mitad de los honorarios que se habían fijado, pues que los gastos de él y su familia seguirán haciéndose y sin duda será demasiado tarde para arreglar otra campaña. Si es el evangelista quien la suspende, él debe preguntar a la iglesia cuánto se gastó en propaganda, comunicaciones, etc., y reembolsar ese dinero. Ambos deberán esforzarse por fijar una nueva fecha para la campaña, si es posible.
En todos estos arreglos, comunicaciones, planes, etc., debe siempre prevalecer el más amplio criterio de comprensión y caridad cristianas. Sobre todo, la causa de Jesucristo debe colocarse en primer lugar y dársele toda prioridad, más que a los deseos de la congregación o las ideas del evangelista.
4. EL SERVICIO DE EVANGELISMO.
Desde luego que un servicio de evangelismo no puede serlo de adoración. Los pecadores no pueden adorar, a menos que estén en el proceso de arrepentirse y tener fe. El propósito del servicio de evangelismo es alcanzar los corazones que no han resuelto el problema del pecado.
Es de gran urgencia que comprendamos la diferencia entre "avivamiento" y "evangelismo." Un servicio de avivamiento no es, estrictamente hablando, un servicio de evangelismo, pues su objetivo es reavivar y renovar a los cristianos; pero sí tiene consecuencias evangelísticas, puesto que los corazones reavivados de los cristianos se lanzarán a ganar almas con pasión intensa.
No obstante, en este capítulo usaremos ambos términos al referirnos a "el servicio de evangelismo."
El Canto
El servicio de evangelismo es más informal, particularmente en el canto. Por regla general, a la gente no le gusta entonar selecciones corales, y, además, el servicio de avivamiento no es la ocasión de dar al público una lección de música, ni debe aprovecharse para crear el gusto musical, y mucho menos para pasar el tiempo mientras llegan los retrasados.
Uno de los propósitos importantes del canto es crear el espíritu de unanimidad; integrar una congregación unida en espíritu, en propósito y en actitud receptiva. Nada obtiene mejor este fin que el canto congregacional. Y sucede no sólo en la iglesia, sino también en reuniones patrióticas, en clubes, en reuniones sindicales, etc. El canto público une las mentes y, en las iglesias, los corazones.
Si se echa mano, sin embargo, de himnos y cantos desconocidos, es difícil lograr aquello. Algunas personas censuran los himnos que testifican de una experiencia espiritual definida, pero el caso es que si poseemos una experiencia espiritual, ¿por qué no podemos expresarla acompañada por una melodía Esta es precisamente la razón de que los cristianos convencidos de la experiencia espiritual en Jesucristo, prefiramos cantar. Por el contrario, los que juzgan que una experiencia personal profunda con Cristo es un engaño, rechazan el canto espiritual alegre.
Juan Wesley advirtió repetidamente a sus iglesias que si perdían el uso del canto espontáneo, perderían algo vital y atractivo en todo el movimiento. Esa es una verdad aplicable a cualquier movimiento que haga énfasis en la experiencia del corazón. Jamás abandonemos el canto congregacional espontáneo, informal, alegre, bajo falsas pretensiones de supuesta "cultura."
Por supuesto que eso no significa que el canto en un servicio de evangelismo no deba ser reverente y bien ejecutado. Además, es necesario insistir en que quienes canten himnos especiales lo hagan para ensalzar a Cristo y alcanzar los corazones, y jamás para lucirse. El solista de las campañas de Billy Graham, el señor Beverly Shea, podría muy bien cantar himnos de música clásica, pero invariablemente canta los más sencillos himnos evangelísticos, y lo hace con profunda reverencia y perfección. La consecuencia es que Jesucristo es levantado ante las multitudes.
Yo tengo por costumbre dirigir el canto en mis campañas. No lo hago porque crea que nadie lo puede hacer mejor, pues soy testigo de muchos otros que me superan. Pero así obtengo más rápidamente un sentido de comunión directa con el auditorio y para cuando comienzo a predicar, ya somos "viejos amigos."
Algunos se asombran de que aunque dirijo el canto y predico, mi garganta no ha sufrido. La razón es que uso mi garganta, no la abuso. Me esfuerzo en respirar debidamente, y usar la voz correctamente durante el canto de los himnos, y cuando llega la hora de predicar, mi garganta está "al punto."
También me gusta tocar el trombón, y cuando hay un pianista demasiado lento, o demasiado rápido, o alguien en la congregación que quiere marcar el tiempo con su vozarrón, dirijo el trombón en su dirección, y ¡yo le marco el tiempo!
El Sermón
La diferencia entre el servicio de evangelismo y el de adoración no se limita al canto. También debe existirla entre el contenido, el estilo y la presentación del sermón.
También aquí conviene establecer comunión con el auditorio. Casi todos los presentes han pasado el día trabajando y están conscientes de las noticias locales, nacionales y mundiales. Por eso es buena idea comenzar el sermón refiriéndose a algún acontecimiento de actualidad que atrape la atención y haga pensar a todos que el predicador quiere hablarles de algo contemporáneo y útil.
Y en cuanto al contenido, debe presentarse en forma clara, directa y sencilla. No se engañe usted, hay que sudar mucho para reducir a expresiones llanas conceptos misteriosos como el amor, el pecado, la deidad, la redención, el juicio, etc. ¿De qué sirve que el sermón sea profundo, o bien documentado, o de urgente importancia, si la gente no tiene idea de lo que se le está diciendo, o, peor aún, no logramos que tome una decisión
El Maestro comprendía claramente los misterios más hondos y los conceptos más profundos, pero los exponía de la manera más llana Y diáfana. Se ha dicho que nadie puede entender a fondo un concepto sino hasta que pueda decir, "por ejemplo." Y ¿no era precisamente eso lo que Jesucristo hacía cuando anunciaba: "El reino de los cielos es semejante a." Estaba diciendo: "Por ejemplo."
Por esto debemos incluir muchas ilustraciones en nuestros mensajes. Cuando estamos presentando una conferencia, sí caben las citas sonoras y las expresiones rimbombantes. Pero el objetivo del sermón es distinto: se trata de persuadir, de ganar, de provocar a la acción. El famoso predicador Barrett Baxter dijo: "El único propósito de la predicación es influir sobre los hombres. La prueba definitiva de la eficacia de la predicación es ésta: ¿ Qué cambios han ocurrido en la vida de las personas que me han escuchado predicar"
El sermón evangelístico debe establecer comunicación directa con cada oyente. Para ello necesita ser sencillo, directo, presentado con tono de urgencia, y dirigido no sólo a la cabeza, sino también al corazón y a la voluntad.
El evangelista no debe olvidar que su propósito es persuadir, no impresionar. Si quiere ganar almas tiene que descender a ellas. Nadie puede impresionar a la gente con su brillantez intelectual y al mismo tiempo ganarla para Cristo. El Señor debe tener la preeminencia y la gloria.
Recuerdo de una campaña celebrada en los terrenos de un campamento, cuando no llamaron a ningún evangelista, sino que varios de los predicadores de las iglesias locales tomaron a su cargo la predicación. Primero ocuparon el púlpito varios pastores prominentes y famosos, y predicaron mensajes muy elocuentes, pero sin consecuencias. Al final le tocó a un predicador laico, un hombre sencillo y humilde. Cuando terminó de predicar el altar se llenó de penitentes, y aun las primeras bancas del auditorio se llenaron. Alguien preguntó entonces al laico su secreto; ¿cómo era que los primeros grandilocuentes sermones no habían obtenido fruto, y su sencilla homilía sí El hombre contestó: "Lo único que puedo decir es que oré pidiéndole al Señor que les diera a ellos la gloria, pero a mí me diera las almas."
Nadie será un buen predicador evangelístico si carece de esa actitud. No todos podemos llegar a ser grandes predicadores, pero sí podemos llegar a ser predicadores eficaces. Y juzgue usted si será mejor aparecer en las listas de los "grandes predicadores," o en las de los grandes ganadores de almas.
En fin de cuentas, el predicador no es más que un mensajero. Su misión es entregar un mensaje. La diferencia no la hace el mensajero, sino el mensaje. El nuestro es el mensaje del amor de Dios; de lo que sucede cuando aceptamos ese amor, o de las consecuencias de rechazarlo. Ningún evangelio está completo si no incluye la promesa y la advertencia.
El Llamamiento al Altar
Es probable que en ninguna otra parte del servicio de evangelismo se presente con más fuerza la tentación a pensar que el fin justifica los medios, como en el llamamiento al altar. Se presta para todos los trucos del profesionalismo, la manipulación de emociones, y el más descarado engaño. Con razón hay tantos desilusionados, o aun descreídos, de esta parte del servicio.
Las críticas no son contra el llamamiento al altar, sino contra algunas formas poco escrupulosas de hacerlo. Es obvio que no todo lo malo se debe a métodos censurables, porque es probable que algún evangelista demasiado apasionado tome medidas que después le avergüencen. La tremenda presión del servicio, y su propia pasión por las almas, a veces lo harán cometer errores.
Pero aquí, como en el canto de los himnos y en la predicación, es muy importante no perder de vista el propósito. Si el fin es ver cuántos podemos hacer venir al altar, entonces pueden usarse muchos trucos. Y si el predicador conoce algunos principios sicológicos, o tiene cierto "don de gentes", pronto puede mostrar estadísticas impresionantes de todos los cientos, y aun miles, de almas que ha "ganado."
No estoy diciendo que todo llamamiento al altar en que pasan muchos sea espurio ni falso. De ninguna manera. Hay maneras legítimas de crear una atmósfera espiritual conducente a la convicción. Y a veces la diferencia entre lo legítimo y lo truculento es tan leve, que algunos la confunden y no pueden comprender a un evangelista extraordinariamente susceptible a la dirección del Espíritu Santo, usado por El para lograr que los pecadores se arrepientan.
Pero si el predicador no es susceptible, o si es de los que creen que el sermón es la parte más importante del servicio, entonces, sencillamente, no es un buen evangelista.
Un escritor, el señor Whitsell, dice que hay cuando menos sesenta y cinco maneras distintas de hacer un llamamiento al altar, pero yo creo que el mejor método es el más sencillo, más claro y más directo. Lo hago, simplemente, sobre esta base: Si quieres a Cristo y su voluntad para tu vida, ven al altar; pero si no estás interesado en ser lo que Dios quiere que seas, entonces este llamamiento al altar no es para ti.
Este método es el mejor para mí, no el mejor que exista. Cuando Dios llama a un hombre a predicar, se propone obrar a través de la personalidad única de ese hombre. Por eso todos los días le ruego al Señor que bendiga los esfuerzos de otros evangelistas y les dé fruto, pues no estamos edificando una reputación, ni una iglesia, sino el Reino. Otros evangelistas usan otros métodos con mayor eficacia, y pueden alcanzar almas que yo jamás alcanzaré con mi método.
El Servicio en el Altar
El objetivo del servicio de evangelismo no es conseguir que la gente pase al altar, sino que arregle sus cuentas con Dios. Cuando la gente pasa al altar todavía no se gana la batalla, de hecho, apenas empieza. Al diablo no le importa que alguien se acerque mucho a una victoria espiritual, mientras no le dé el "sí" final y decisivo a Dios.
Otra convicción inalterable que tengo es que la única manera que hay de que un alma obtenga victoria absoluta, es que ore hasta obtener esa victoria. El solo hecho de salir del asiento y encaminarse al altar, es admisión de que esa persona no está bien con Dios y necesita ayuda, y desea que se le ayude. Ese es, precisamente, uno de los valores más elevados del llamamiento al altar en público.
¡Cuánto daño hace, por consecuencia, el que apenas espera que alguien se arrodille en el altar para acercarse y comenzar a hablarle! El penitente no pasó al altar para hablar con otra persona, sino con Dios. Y muchos obreros de altar, aun con la mejor intención, han destruido por completo la obra del Espíritu Santo por apresurarse a hablarle al penitente.
La crisis espiritual interna debe intensificarse hasta que el corazón esté dispuesto a reunir todas las condiciones de arrepentimiento y perdón que Dios ha puesto. Dios nos perdone todas las veces que hemos deshecho su obra con nuestra palabrería. Acontece muchas veces que el pecador se levanta con la cabeza llena de nuestras ideas, pero con el corazón todavía lleno de sus pecados, y vacío de la gracia de Dios. Esa no es victoria espiritual.
No estoy diciendo que no se deba instruir espiritualmente al penitente, sino que nuestras palabras a él no deben estar cargadas de conceptos doctrinales y teológicos de manera que se evapore el sentido de pecado, de arrepentimiento y de contrición.
Es mucho más fácil hablar o cantar en el altar, que orar. Mas el caso es que lo importante allí es orar. Un pecador arrepentido puede alcanzar victoria completa sin hablar y sin cantar, pero no sin orar. En ocasiones, cuando el pecador se halla en un momento difícil, se le puede hablar, y aun cantar con él, pero sólo como el preludio a más oración.
Algunas almas que pasen al altar, no alcanzarán victoria en ese servicio de altar, y mucho daño se ha causado obligando a las personas a afirmar que han alcanzado algo que todavía no obtienen. Es preferible hacerles prometer que seguirán orando hasta que alcancen la victoria anhelada.
Y si el propósito del servicio de altar es obtener la victoria espiritual en los corazones, cuán insensato es dejar el altar lleno de penitentes y ponerse a platicar con los amigos, o regresar a la plataforma y ocuparse en otros asuntos. ¿Cómo puede afirmar alguien que es cristiano, y dejar un altar lleno de pecadores clamando la misericordia de Dios El que de veras ama a Dios desea que otros lo encuentren, y siempre que haya la oportunidad de ayudar a alguien en el altar, se aprovechará. Y su deseo intenso será estarse con aquella persona hasta que obtenga la victoria completa.
TERCERA PARTE
SERMONES
Por vía de explicación:
Estos sermones se prepararon para ser predicados y así aparecen aquí, excepto algunos pasajes no incluidos para ahorrar espacio. Esto explica algunas expresiones y referencias que no se acostumbran en un sermón preparado para publicación.
No se presentaron estos sermones en el orden aquí ofrecido, pero representan una noche típica de una campaña, y expresan el desarrollo normal de una campaña de "avivamiento" a "evangelismo"; un orden progresivo inevitable cuando el Espíritu Santo dirige.
Con el fin de hacer esta sección tan práctica como sea posible, estoy incluyendo sugestiones para noches "especiales" que llevan el propósito secundario de obtener la mayor asistencia posible de personas. Desde luego que el fin primordialmente buscado es que enlistando a todos los miembros de la iglesia, y mediante ellos a otros, se obtenga un período de avivamiento y evangelismo que resulte en el avance de la causa de Jesucristo y la glorificación de su nombre.
LA NOCHE DEL MIERCOLES
Primera noche de la campaña
Pasaje Bíblico: Juan 4: 35
¿DONDE ESTAN LOS CAMPOS
Eran los primeros días de enero y el Señor cruzaba Samaria rumbo a Galilea. Había estado hablando con una samaritana, revelándole su pasado y observando en ella un corazón hambriento. Al comprender que la samaritana representaba una sed universal de vida nueva, Jesús les habló a sus discípulos sobre la cosecha que urgentemente les llamaba.
Pero los discípulos, conscientes sólo de las realidades naturales y no de las espirituales, le recordaron que la época de la siega no llegaría sino hasta principios de mayo. Jesús entonces, divisando las multitudes que presurosas se acercaban desde los villorrios samaritanos, les dijo: "¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la siega He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega."
Desde luego, el Señor se refería a la gente y no a los granos. No hablaba de semillas germinando en la tierra, sino del evangelio germinando en los corazones, y listos ya para ser segados. Me parece que lo más natural haya sido que los discípulos le preguntaran: "¿Cuáles campos ¿Dónde están los campos blancos para la siega" Y nosotros, habitantes del Siglo Veinte, podemos hacer la misma pregunta: "¿Dónde están los campos" Yo les aseguro que la pregunta es mucho más urgente que lo que a primera vista parece.
La pura verdad es que la respuesta llega demasiado tarde en cuanto a los países bajo la bota comunista, y para otros países y regiones del mundo en donde el cristianismo es casi sinónimo de colonialismo y explotación. Uno de los mayores peligros de nuestros tiempos es que las muchedumbres que por millones están emergiendo, rechacen no sólo nuestros sistemas políticos varios, sino a nuestro Cristo y nuestro cristianismo.
Juan Wesley dijo: "El mundo es mi parroquia." Por supuesto, estaba en lo correcto. Pero mucho antes que él, Cristo dijo: "Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura." Y "que el arrepentimiento y la remisión de pecados se predicase en su nombre en las naciones." Y también: "Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega."
Indudablemente, uno de los campos a que el Señor Jesús se refería son:
I. LAS NACIONES-EL MUNDO DE DIVISIONES POLITICAS.
Todos los días escuchamos y leemos sobre el tremendo incremento de la población mundial. No fue sino hasta 1830 que el mundo llegó a tener mil millones de habitantes. Pero luego, en sólo 100 años llegó a los dos mil millones. Mas he aquí que ahora en sólo treinta y cinco años ha llegado a los tres mil millones.
Es difícil comprender esta "explosión" humana. Y más difícil aún comprender el desafío que nos presenta a los cristianos.
Para ayudarnos un poco, permítame relatarle lo que Henry Leppert dice para ilustrar estas cifras astronómicas. El sugiere que mentalmente reduzcamos la población del mundo a un pueblo de mil habitantes. De estos mil, 330 serían clasificados como cristianos. Menos de 100 serían protestantes y como 230 serían católico-romanos. De esos mil habitantes, unos 80 serían comunistas fanáticos, y 370 vivirían bajo la férula comunista. De los mil, 303 serían blancos, y 697 de otras razas. La mitad de ellos nunca habrían escuchado el nombre de Cristo, y menos aún sus enseñanzas, mientras que más de la mitad sabrían quienes fueron Lenin y Marx.
La verdad es que los cristianos estamos perdiendo terreno en el mundo. Aunque casi una tercera parte se clasifica como cristiana, el hecho triste es que la población cristiana está aumentando sólo una tercera parte de lo que aumenta la población mundial, y que en los países donde el cristianismo es más reducido, el aumento de la población es más intenso.
¡Cómo es urgente que alcemos los ojos! Que los alcemos de nuestros intereses materialistas, de nuestros libros y revistas seculares, de nuestro progreso económico, de nuestras riñas por niñerías, de nuestros sueños de grandeza, y que veamos los millones y millones de seres en el mundo sin Cristo y sin esperanza. Una gigantesca ola de humanidad se alza sobre nosotros, y tenemos que hacer en ella un impacto en favor de Cristo, o ella nos sumergirá y ahogará.
La hora es avanzada, y quizá en algunas partes del mundo ya sea demasiado tarde.
Hace poco tuve el privilegio de dirigir unas campañas de evangelismo en África del Sur. El ambiente estaba cargado de tensiones y cambios. Casi diariamente recibíamos noticias de luchas entre razas y crueles combates en el norte. Parecía que medio continente estaba en llamas. El miedo y la desconfianza casi se respiraban, y todo África parecía a punto de estallar. Esos millones, y otros muchos millones alrededor del mundo están sobre la marcha. No están seguros de su destino pero han emprendido la marcha. No saben a dónde van, pero sí saben que no volverán a su estado anterior.
Esta condición no se limita a un continente. Todo el mundo está en transición. Ha roto con el pasado y se halla en el umbral de una nueva era. Si el espectáculo de casi ochocientos millones de chinos vueltos al comunismo, y de más de quinientos millones en India que han cerrado las puertas y las mentes al cristianismo, y de más de trescientos millones en África que han roto sus lazos al pasado, y de otros cientos de millones que afrontan el futuro con odio mezclado con esperanza. si ese espectáculo no nos estremece y nos mueve a la acción, entonces algo anda muy mal en nuestra cabeza, en nuestro corazón, o en las dos partes.
Cristo nos llama con urgencia, diciendo: "Alzad vuestros ojos y mirad; mirad y haced algo por redimir a los millones hambrientos, consumidos por el odio, llenos de esperanza, antes que ellos, y vosotros también, seáis aniquilados, y vuestro planeta se vuelva un páramo donde sólo se hallen los cráteres formados por las bombas, y sea un desierto cubierto con polvo atómico."
Otro campo al que Jesucristo indudablemente se refería, es:
II. LA IGLESIA-EL MUNDO RELIGIOSO.
Si alguno piensa que no debería mencionar la Iglesia como un campo necesitado, permítame recordarle lo que E. Stanley Jones ha dicho: "Hoy día la iglesia se ha vuelto un campo de evangelización en vez de una potencia evangelizadora."
Con mucha frecuencia los pastores me dicen: "Si en esta campaña no alcanzamos a ninguna persona nueva, suficiente será que tengamos tal avivamiento que todos los miembros de la iglesia se aviven y renueven sus votos de consagración y devoción." La razón es que cualquier pastor sabe que en los servicios regulares de su iglesia pueden gozar frutos evangelísticos, si tan sólo la iglesia es avivada y el pueblo cristiano recobra el espíritu de evangelismo. Esa es la tarea primordial de pastores y evangelistas; no sólo predicar sermones evangelísticos, sino causar una iglesia evangelizadora.
Porque, al fin y al cabo, la Iglesia no tiene sino una misión: redimir al mundo. La ganancia de almas debe tener prioridad en el programa eclesiástico. El evangelismo no es una actividad al margen: no es un programa opcional; no, sino que es la función primordial de la Iglesia. Como dijera Willard Sperry: "La tarea más importante de la Iglesia es lograr que Cristo sea real a cada generación."
Si, pues, el evangelismo es la tarea fundamental de la Iglesia, fracasar en ello es fracasar por completo-no importa cuanto éxito alcancemos en todo lo demás. Si fallamos allí, somos un fracaso para Dios, un fracaso para la humanidad perdida, y un fracaso en nuestro propósito y nuestra misión.
No hay manera de compensar por el fracaso en el evangelismo. El aumento en las finanzas no ocultará ese fracaso, ni tampoco el construir mejores templos, ni el aumentar la asistencia a la escuela dominical, ni crecer en membresía. Tener mejor prestigio no disimulará el fracaso, ni ser más cultos. No hay nada, absolutamente nada que compense por el fracaso en la tarea fundamental de la Iglesia: ganar a los perdidos para Cristo Jesús.
Tampoco podemos compensar como individuos por ese fracaso. Aunque mejoremos la educación cristiana, aunque cantemos mejor, aunque prediquemos más elocuentemente, aunque perfeccionemos la administración, aunque incrementemos las finanzas. Cristo no dijo: "Pagad," sino "Id por todo el mundo." Quizá usted diga: "Es que yo no puedo ir al África, ni a India." No, es cierto, pero sí puede ir a cada rincón del lugar donde vive, a su vecindario, a su escuela, a su tienda, y hablar de lo real que Cristo es para Usted. Usted puede alzar sus ojos y ver los campos a su derredor, y entonces arrodillarse y orar hasta que su alma se sature de la pasión por redimir a los perdidos que lo rodean.
¡Cuán urgente es que levantemos la vista! Que la levantemos de nuestros planes para construir, de nuestros esfuerzos por levantar más dinero, de nuestra propaganda y campañas de asistencia, y veamos los miles y miles dentro de la iglesia que están fríos, indiferentes, secos a la causa eterna que en realidad nos concierne.
Las iglesias están de moda hoy, pero no por el éxito de su misión redentora, sino por sus planes de unirse, de levantar más fondos, de edificar más templos, de tener más miembros, de lograr mejores asistencias, y, por supuesto, de volverse "ecuménicas."
Todo eso es importante, pero no esencial. Serían esenciales si se tratara de establecer una institución, pero es el caso que se trata de establecer un reino, el Reino de Dios.
La religión hoy es popular en muchas partes. ¡Qué tragedia! Porque cuando la religión es popular, cesa de ser redentora. Hoy día la iglesia tiene más dinero y más miembros, pero menos influencia y menos poder. Hemos olvidado que no sólo debemos consolar a los afligidos, sino también despertar a los dormidos. Y perdemos el tiempo entonando canciones de cuna a los que duermen en las bancas del templo, mientras el mundo afuera se convence más y más de que la Iglesia no tiene un mensaje para el atribulado mundo de actualidad. ¡Qué tragedia: el mundo está en revolución y la Iglesia duerme!
Sin embargo, no olvidemos que otro campo al que Jesús se refería es:
III. EL INDIVIDUO-EL MUNDO DE LAS NECESIDADES PERSONALES.
El campo, en fin de cuentas, es cada hombre y mujer, cada joven y señorita, cada niño y niña, que están sin Cristo.
Madame Curie dijo: "Los científicos debemos interesarnos en las cosas, no en las personas". Ese pudiera ser un buen lema para los científicos-quizá lo fuera antes de la era atómica-pero nunca para el cristiano. Más bien, "El cristiano debe interesarse profundamente en los individuos."
Comencé este mensaje con una samaritana: permítame terminarlo con la historia que Cristo relató sobre un samaritano, una historia tan conocida que me temo haya perdido su efecto perturbador.
Por supuesto, usted la recuerda bien: Iba un hombre camino de Jerusalén a Jericó cuando unos bandidos lo asaltaron dejándolo maltrecho y sangrante. Un sacerdote pasó, lo vio, pero siguió su camino. ¿Por qué Alguien sugirió que el sacerdote iba a Jericó a predicar un gran sermón sobre el evangelismo personal, y no tenía tiempo de detenerse y ayudar a aquel pobre hombre abandonado. Temía llegar tarde al servicio.
Después pasó un levita, y cuando vio al malherido, también se fue de largo. Un "levita" de hoy sería un oficial de la iglesia, o un miembro del coro, o un maestro de escuela dominical. Quizá el levita iba a Jericó a una reunión misionera, o a una junta oficial, o a un ensayo del coro. El hecho es que se pasó de largo, esquivando la angustiosa condición del viajero asaltado. Estaba demasiado ocupado en la iglesia para distraerse en otras cosas. En una revista reciente se publicó el caso de una mujer que fue asaltada en la noche, mientras un buen número de personas oían sus gritos de auxilio y sus quejidos, pero nadie hizo nada por ayudarla, ni siquiera por llamar a la policía. El escritor dijo que el hombre moderno cree firmemente en "la política de la no intervención."
Al leerlo, pensé: "Dios mío, cuántos cristianos creen también en esta 'política de la no intervención'. Ven hogares destruyéndose, vidas haciéndose pedazos, mentes volviéndose locas, almas cayendo en la condenación pero se pasan de largo porque no quieren intervenir."
Mas luego el Señor contó de un samaritano; uno a quien ni siquiera se le consideraba religioso; también se dirigía a Jericó, pero cuando él vio al herido se detuvo, tuvo compasión de él y acudió en su auxilio. Observad los pasos: (1) primero lo vio- no sólo la sangre y la ropa rasgada, sino al hombre; (2) tuvo compasión de él-qué palabra tan extraña en un mundo tan egoísta donde nos codeamos con tanta gente pero tocamos tan pocos corazones; (3) se acercó a él; no se pasó de largo sino que estuvo dispuesto a intervenir, a involucrarse; y (4) lo auxilió-no dijo: "Cuando llegue a Jericó voy a avisar para que manden una ambulancia para que vengan y lo recojan." ¡No! El lo ayudó. Estuvo dispuesto a molestarse, a ensuciarse, para ayudar a restaurar a aquel pobre.
Todos nosotros estamos en un camino a Jericó, y hay miles y miles de hombres y mujeres fracasados, asaltados, heridos, hambrientos, cargados de pecado, sangrando por los golpes de la vida, en su mente, su cuerpo y su espíritu. Que Dios perdone nuestro egoísmo cuando nos rehusamos a detenernos, a molestarnos, a ayudar, y nos pasamos de largo.
Que Dios nos ayude a levantar nuestros ojos de todo lo que es trivial, superficial, secundario, y ver bien los campos. Entonces caeremos sobre nuestras rodillas hasta que seamos llenos del poder de su Espíritu Santo, y nos levantaremos e iremos a hacer nuestra parte por redimir al mundo.
LA NOCHE DEL JUEVES
Segunda noche de la campaña
Pasaje Bíblico: Hechos 1: 4-8, 4: 31
¡HAY PODER, SIN IGUAL PODER!
Uno de los términos más comunes hoy es "poder". Lo oímos en todos los círculos de la vida diaria. El estadista habla de poder político en el mundo, y ciertamente una de las interpretaciones más inteligentes de los tremendos acontecimientos mundiales de la actualidad, es la aparición del tremendo poder político en distintas regiones del globo.
Los científicos hablan del poder nuclear. Los militares hablan del poder de los vehículos espaciales. Los sicólogos hablan del poder de la personalidad humana que puede ejercitarse cuando el individuo queda libre de los conflictos neuróticos. Vivimos, sin duda alguna, en un siglo obsesionado con el poder, consciente del poder y mareado de poder.
Cuán placentero es ver entonces, en esta clase de mundo, al Señor Jesús acercarse al oído de este siglo y decir a todo el que quiera escucharle y obedecerle: "Recibiréis poder". ¡Cuán práctico es el evangelio cuando se predica en su totalidad! ¡Cómo son de actualidad las palabras del Maestro! Son tan frescas, tan "al día," que sentimos deseos de salir a la calle gritando: "¡Extra! Extra!"
I. ¿A QUIEN SE PROMETE ESTE PODER
¿Lo prometió a todos, sin condiciones No. El poder del Espíritu de Dios se promete sólo a quienes conocen a Jesucristo personalmente, A los pecadores se promete perdón: Isaías 55: 7. Pero la promesa del Espíritu Santo se dio a los discípulos, a quienes ya habían comenzado a seguir a Jesús y habían roto con el "mundo". "Vosotros -los discípulos-vosotros recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo."
II. ¿CUAL ES EL PROPOSITO DE ESTE PODER
Desde los días de Simón el mago los hombres han pretendido poseer poder especial de Dios para explotar a sus prójimos. Algunos han pretendido tener poder de Dios para explotar la curiosidad ajena. Es sorprendente cuántos creen en esas esferas de cristal donde pueden ver, según ellos, el futuro. Su fortuna, desde luego, está en que la gente olvida sus predicciones fallidas.
Pero si alguien anuncia un asunto profético sensacional, todos lo escuchan, y si es astuto, hasta consigue seguidores. Como dijo alguien, hay gente que está dispuesta a pasar días y semanas discutiendo qué significa el dedo chiquito del pie izquierdo de la "bestia," pero que no quiere usar sus dos pies para ganar a otros al Señor.
La naturaleza humana no cambia. Los discípulos mismos de Cristo tenían curiosidad y le preguntaron cuándo sucederían todas las cosas que El anunciaba. Cristo les respondió que no era negocio de ellos saberlo (Hechos 1: 7), que su negocio era recibir poder.
El Maestro hizo lo que todo pastor tiene que hacer a menudo: llamar a la gente de la periferia de la curiosidad al meollo de la verdad espiritual, de la experiencia espiritual, del desafío espiritual. En otras palabras, dijo el Señor: "A ustedes no les concierne saber las cosas que están al margen, en la circunferencia, lo que les concierne es recibir poder cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros."
En la vida, aun en la vida religiosa, hay fuerzas que tienden a desparramar que tiran hacia afuera, hacia el margen, hasta que nos vemos llenos de religión, pero vacíos del Espíritu. Nos volvemos muy ocupados con lo marginal, pero perezosos en lo central. Es entonces que alguien debe llamarnos a volver al centro de la realidad y la experiencia espirituales.
También ha habido algunos que han pretendido tener este poder del Espíritu Santo para explotar a los enfermos, y a los lisiados. Hace poco se publicó el artículo de un "sanador" que regresaba a su casa en avión. A poco de despegar, la sobrecargo observó que la maleta de este hombre estaba llena de dinero. Sospechosa de que fuera un asaltante de bancos, pusieron sobre alerta a la policía de la ciudad donde el avión aterrizaría pronto. Cuando bajaron, la policía detuvo al individuo y lo llevó a una oficina exigiéndole que explicara la posesión de tanto dinero en monedas y billetes de banco.
¿Cuánto dinero cree usted que llevaba aquel "evangelista de sanidad divina" ¿Mil dólares ¿Siete mil Hombre, ¡hay que tener más fe! Llevaba ¡setenta mil dólares recogidos en ofrendas de aquella "campaña de sanidad divina."
No sé qué piense usted, pero mi Dios nunca prometió el poder del Espíritu Santo para que alguien viviera a costa de la enfermedad, el dolor y los defectos físicos del prójimo.
Me preguntará usted: Pero ¿qué no cree usted en la sanidad divina ¡Por supuesto que sí! Y tengo poderosas razones para saber que cuando los doctores han dicho la última palabra, Cristo todavía puede agregar algo más, y en sus palabras hay salud cabal.
¿Cuál es, pues, el propósito de este prometido poder espiritual El Señor lo dijo claramente: "Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos. hasta lo último de la tierra." No sólo poder para ser testigo, pues que se puede ser testigo de una causa política, de una posición doctrinal, o de una norma ética sin que se necesite poder de Dios para ello. "Me seréis testigos." Testigos no sólo de cierta iglesia o cierta doctrina, de cierto predicador o de ciertas normas de vida. Testigos de la realidad conmovedora y del significado de Cristo en el corazón. Si Jesucristo no es el objeto fundamental de nuestro testimonio, no estamos bien.
Pero para ser buenos testigos de Cristo se requiere más que habilidades humanas, talentos especiales, energías físicas o facilidad de palabra-se requiere el poder del Espíritu Santo. ¿Será esta la razón de tanto servicio cristiano estéril Mucho del esfuerzo de la iglesia se desperdicia porque echamos mano de las fuerzas humanas y no del poder del Espíritu Santo.
No precisa tener poder espiritual para caer bien, para asistir a la iglesia, para dar el diezmo ni para invitar a otros al templo. Pero para dar testimonio de Jesucristo, y glorificar su nombre, y de veras ganar a los perdidos... entonces se requiere un poder de arriba, sobrenatural: el poder del Espíritu Santo.
III. ¿CUAL ES EL PRECIO DE ESTE PODER
El precio, por un lado, es muy reducido, puesto que pagamos tan poco y recibimos tanto. Cierto, tenemos que dar todo lo que poseemos, pero ¿es mucho A veces casi me da risa al ver cómo algunos creen que Dios debe felicitarse a Sí mismo por recibir a una persona tan valiosa como la que se está consagrando. Y sería divertido si no fuera tan abominable. Porque por mucho que poseamos en talentos, personalidad, educación, dinero, etc., es un privilegio y una ganga darlo todo para recibir lo que Dios quiere darnos.
Mas por el otro lado, el precio parece fantásticamente elevado: hay que entregarlo todo, absolutamente todo. Sin embargo, antes de amedrentarnos, recordemos lo que a Dios le costó poder ofrecernos ese poder, y ya el precio no parecerá tan elevado, aunque sea un precio que se paga continuamente.
La pureza es algo constante, pero el poder es variable. No hay grados de pureza; el corazón es puro, o no lo es, y la Palabra de Dios dice claramente eso (I Juan 1: 7). Pero el poder es variable, tiene flujos y reflujos. Es un postre en la vida de santidad. En el corazón verdaderamente santificado el nivel del poder jamás descenderá abajo de la línea de la pureza: en otras palabras, la vida de santidad nunca carece por completo de poder espiritual. Pero el peligro es que nuestro nivel de poder descienda tanto que el único testimonio de nuestras vidas sea que somos muy simpáticos, decentes, corteses y religiosos. Sin embargo, se puede ser todo eso y estar ayuno del poder de Dios.
Un ateo puede ser simpático también. Cualquier vecino puede ser atento y cortés. Y hay miles que siguen siendo religiosos aunque han perdido la realidad de Dios en sus vidas.
Dios, sin embargo, demanda mucho más que urbanidad y buenas maneras, más que moralidad y buena reputación. El demanda influencia y fruto, y nadie puede tener estas cosas sin el poder del Espíritu Santo.
¿Cómo se obtiene más poder ¿Pidiéndoselo a Dios No. ¿Orando más No. ¿Provocando más nuestras emociones No. No hay que implorárselo a Dios porque El está ansioso de darlo; ni necesitamos estar "de buen humor" para recibirlo. La pregunta no es "¿Quiere Dios darme este poder" sino "¿Quiero yo permitir a Dios que me lo dé" ¿Estoy dispuesto a cumplir las condiciones Si las cumplimos, lo recibimos. De hecho, tenemos todo el poder que permitimos a Dios que envíe a través nuestro.
Jamás olvidemos que no somos recipientes, sino canales. Dios nunca envía su poder a nosotros, sino a través nuestro. Sin embargo un canal puede llenarse de basura y taparse, y eso es lo que ha sucedido en muchas vidas. ¿Cómo se tapa un canal ¿Con objetos muy grandes A veces, pero no por lo general. Es la basura pequeña lo que los vuelve inservibles.
Así sucede en nuestra vida. Hay odios profundos, pecados enormes, que pueden inutilizarnos, pero generalmente son los malos entendimientos insignificantes, las amarguras infantiles, los sentimientos heridos por niñerías, los pleitos por chiquilladas. Esas cosas impiden que por nuestro canal fluyan corrientes abundantes de poder, sólo un "chorrito" apenas visible. Suficiente para ser "simpáticos," pero nunca para ser dinámicos.
En todas partes hay cristianos buenos, sinceros, salvos y santificados, que han permitido que sus vidas se vuelvan canales llenos del sedimento de pequeñeces, al grado que Dios no puede ni bendecirlos ni usarlos. Oran pidiendo más poder, pero impiden que Dios se los conceda porque estas insignificantes impurezas han formado una enorme barrera, han estrechado y limitado los conductos, de manera que no hay paso para la corriente de poder.
Entendamos bien que la responsabilidad de Dios no es quitar del canal estas pequeñeces; su responsabilidad es enviar su poder una vez que el conducto esté limpio y libre. ¡Cuán absurdo es pedirle a Dios más poder cuando nos rehusamos a preparar el canal!
Supongamos que deliberadamente nos rehusemos a cumplir las condiciones para recibir este poder espiritual ¿Qué sucederá Lo que aquí me hace reaccionar a mí inmediatamente es comprender que Dios me va a juzgar responsable no sólo del bien que he podido hacer, sino del bien que pude haber hecho, si tan sólo hubiera estado dispuesto a pagar el precio para recibir el poder indispensable para hacer todo ese bien.
En el día final, cuando rinda cuentas a Dios, se nos enseñará todo lo que pudimos haber hecho si no hubiéramos sido tan duros de cabeza, tan egoístas, tan dado a comparar mi devoción con la de otros, tan propenso a buscar la comodidad. El me juzgará por mi disposición a pagar el precio demandado por obtener todo el poder que necesito para dar mucho fruto. Esto es lo que me ha hecho decir "Perdóneme," muchas veces cuando he herido a alguien, y me ha hecho escribir cartas pidiendo perdón a quienes he ofendido con mis palabras.
El abismo entre lo que estoy haciendo y lo que pudiera hacer por Dios, si tan sólo estuviera dispuesto a pagar el precio. Esto es lo que me tiene inquieto.
¿Y usted ¿Está usted pagando el precio, continuamente, para que por su vida corra sin impedimento el río caudaloso del poder del Espíritu Santo La Palabra de Dios nos informa que los apóstoles recibieron este poder varias veces después del Pentecostés. Muchos años después del Pentecostés Pedro testificaba que su corazón había sido purificado en ese día, pero él, con los demás discípulos recibió vez tras vez una nueva unción de poder después del Pentecostés.
Un bautismo, pero muchas unciones; un bautismo, pero muchas experiencias de ser lleno de nuevo: un bautismo, pero muchas experiencias de recibir nuevamente el poder del Espíritu Santo.
La necesidad más urgente hoy no es mejores templos, ni más organización, ni más educación, ni mayores asistencias. La más urgente necesidad es una limpieza decidida de nuestros "canales" y una poderosa avenida de poder del Espíritu Santo que fluya a través nuestro y nos haga llevar mucho fruto.