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Los Dones y el Fruto

Hay que considerar un punto más. Puesto que los dones para el servicio son tan importantes para la vitalidad del cuerpo (la iglesia), y porque son dones del Espíritu Santo, hay una tendencia de considerar los dones como medidas de la espiritualidad.

El apóstol Pablo hace distinciones entre el hombre “na­tural,” el hombre “carnal”, y el hombre “espiritual” (1 Co­rintios 2:14—3:3). El hombre natural carece por completo de vida espiritual: “no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura” (1 Corintios 2:14). Está “muerto(s)... en vuestro(s) delito(s) y pecado(s)” (Efesios 2:1). Los “carnales” son niños en la fe cuya vida personal y en la iglesia están dañadas por celos y riñas (1 Corintios 3:3).

El hombre espiritual es todo lo contrario: representa la cristiandad en su norma nuevotestamentaria. Entiende y discierne las cosas del Espíritu. Vive la vida no tan sólo a base del juicio humano, sino de acuerdo con la mente de Cristo (1 Corintios 2:14-15). Así es la persona que ha hecho suya la promesa de Jesús: “Si me amáis, guardad mis man­damientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de ver­dad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (Juan 14:15-17). Esta prome­sa, como ya hemos visto, es tanto personal como dispensa­cional, puesto que cuando Jesús pidió el Consolador al Padre, dijo: “Mas no ruego solamente por éstos, sino tam­bién por los que han de creer en mí por la palabra de ellos” (Juan 17:20).

Pero, ¿cuáles son las marcas del cristiano espiritual ¿Hay alguna medida de espiritualidad en el Nuevo Testa­mento Si la hay, ¿se encuentra en uno o aun en varios de los dones para el servicio cristiano

Las respuestas son: Sí, hay en efecto características y medidas de la vitalidad espiritual en el Nuevo Testamento. Pero, no, el criterio de la espiritualidad no se basa en uno, ni en muchos de los dones del Espíritu Santo. Se encuentra en las enseñanzas en el Nuevo Testamento respecto a cómo es el Espíritu Santo y en lo que Pablo llamó “el fruto del Es­píritu."

I. SEMEJANTES AL ESPÍRITU

Cuando el Nuevo Testamento dice “espiritual,” la pala­bra es literalmente “ser como el Espíritu” (pneumatikos). Tiene que ver con la actitud, el genio, las cualidades del carácter, y con los móviles, todos acondicionados por la presencia moradora del Santo Espíritu. El cristiano espiritual todavía es netamente humano. No puede alegar perfección de personalidad ni de acción. Su semejanza al Espíritu Santo está lejos de ser completa. Más bien la semejanza está cre­ciendo y progresando. Pero la medida de la plenitud del Espíritu Santo es una semejanza creciente a El.

¿Cómo es el Espíritu Santo Es descrito diversamente en la Biblia como el Espíritu de Cristo, de la santidad, de com­pasión, del amor y del buen juicio (Romanos 1:4; 8:9; 2 Ti­moteo 1:7). Pero la descripción del Espíritu Santo que es más expresiva se da en la promesa de Jesús que vimos en Juan 14:16: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consola­dor, para que esté con vosotros para siempre.”

La verdad se destaca mucho más en el Nuevo Testa­mento griego que en el nuestro. En griego hay dos vocablos principales que expresan el concepto de “otro”. Heteros quiere decir otro de una clase diferente. Por ejemplo hablamos de la doctrina falsa como “heterodoxia”, o “doctrina de otra clase diferente.” El segundo vocablo es allos. Quiere de­cir otro de la misma clase. Jesús dijo: “Yo rogaré al Padre, y os dará allos parakletos,” otro Consolador, Ayudador, o Consejero, Uno de la misma clase, Uno como Yo, literal­mente, “otro Jesús.”

Cuando queremos saber cómo es Dios, miramos a Jesús. “El que me ha visto,” dice Jesús “ha visto al Padre” (Juan 14:9). Exactamente en la misma manera, cuando queremos saber cómo es el Espíritu Santo, debemos también mirar a Jesús: “El Padre os dará Otro como Yo.”

El significado es obvio. El cristiano espiritual es aquel que se parece a Cristo. La primera medida y el primer rasgo de la espiritualidad en el Nuevo Testamento es la semejanza a Cristo. Ninguna persona es verdaderamente espiritual si no se parece a Jesucristo. Crecer en espiritualidad signi­fica aumentar en nuestra semejanza a El. “Más cual mi Cris­to” significa ser más profundamente espiritual.

II. EL FRUTO DEL ESPÍRITU

Este mismo concepto de la semejanza a Cristo adquiere nueva profundidad de sentido al considerar la lista de gracias que Pablo llama sencillamente “el fruto del Espíritu”. Des­pués de describir las obras de la carne, Pablo hace un nota­ble contraste y escribe: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedum­bre, templanza…" (Gálatas 5:22-23).

Jesús mismo había subrayado la importancia del “fru­to.” El no sugirió nunca: “Por sus dones los conoceréis.” Pero sí hizo dos veces la distinción entre lo verdadero y lo falso, diciendo: “Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:16, 20). De igual modo que la parra produce uvas y la higuera, higos, el buen árbol produce buena fruta, y el árbol malo lleva fruta mala (véase vv. 16-18).

Jesús nunca sugirió que su Padre el Hortelano “corta toda rama” de la vid que no está dotada abundantemente de dones. Pero sí dijo: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto... el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada po­déis hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden” (Juan 15:1-6).

El fruto, pues, es el indicador decisivo de la calidad de la vida interior. “En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos” (Juan 15:8). La calidad del fruto es lo que marca la calidad interior de la vida, y mucho fruto glorifica al Padre.

Pero la gramática del Apóstol en Gálatas 5:22-23 (espe­cialmente en las versiones antiguas) es extraordinaria, pues él dice: “Mas el fruto del Espíritu es”, y luego procede a hacer la lista de gracias o cualidades del carácter: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza.” La forma gramatical de esa frase parece deman­dar que se diga: “Los frutos del Espíritu son: caridad,” etc.

Hay dos posibles explicaciones de la forma que usó Pablo.

1. Un racimo indivisible

Es posible que el Apóstol esté diciendo que el fruto del Espíritu es un racimo indivisible de gracias que pertenecen unidas y que no se separan. No son cualidades separables ni gracias que se puedan dividir, es decir, cuando están presentes en una persona como resultado o fruto del Espíritu Santo.

Aquí está la diferencia notable entre el fruto del Espí­ritu y los dones del Espíritu. Como ya vimos, Pablo insiste repetidas veces en que el Espíritu Santo reparte los dones distintamente a diferentes personas así como las diferentes partes del cuerpo tienen distintas funciones (1 Corintios 12:7-11, 14-27, 29-30). El fruto del Espíritu es exactamente lo opuesto. No ocurre que un cristiano tenga la gracia del amor, mientras que otro tenga gozo; otro tenga paz; otro, la paciencia; otro, la benignidad, etc., aunque sí es cierto que las gracias se realizan de acuerdo con el carácter y el tem­peramento individuales. Más bien, en conjunto, amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedum­bre, y templanza son, unidas e indivisibles, el fruto del Es­píritu Santo.

2. Una descripción del amor que se semeja a Cristo

Hay otra explicación posible de la gramática de Gálatas 5:22-23. Se ve en la posibilidad de que Pablo haya querido decir: “El fruto del Espíritu es AMOR, amor gozoso, sereno, paciente, benigno, bueno, fiel, manso y templado.” S. D. Gordon dijo una vez que el gozo es el amor cantando, la paz es el amor que descansa, la paciencia es el amor soportando, la benignidad es el amor que comparte, la bondad es el carácter del amor, la fidelidad es la costumbre del amor, la mansedumbre es el toque tierno del amor y la templanza es el amor que controla el timón.

Debe notarse que el contexto de cada lista de los dones para el servicio cristiano es la expresión del amor. Pedro dice: “Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados. Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones. Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administrado­res de la multiforme gracia de Dios” (1 Pedro 4:8-10).

Inmediatamente después de dar su lista de los dones para el servicio cristiano en Romanos 12, Pablo añade: “El amor sea sin fingimiento... Amaos los unos a los otros con amor fraternal…" (vv. 9-10). En el capítulo siguiente, proclama el amor como el cumplimiento de la ley. Menciona lo que dicen los mandamientos y concluye: “... cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (13:9).

En su pasaje menos comprendido, el Apóstol recalca la importancia clave del amor, más que en cualquier otro pasa­je. Concluye su discusión de las carismata en 1 Corintios 12 con estas palabras: “… Mas yo os muestro un camino aun más excelente” (v. 31). Es su preludio al gran “Himno del Amor,” en 1 Corintios 13. Aun el capítulo 14, con su com­paración desfavorable entre hablar lenguas extrañas y hablar a otros “para edificación, exhortación y consolación” (v. 3), empieza con las palabras: “Seguid el amor; y procurad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis” (v. 1).

Nada puede compensar por la falta de amor. “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sir­ve” (1 Corintios 13:1-3).

El usar la presencia o la ausencia de dones como la base para juzgar la espiritualidad de otro es abusar de los dones y no comprender en absoluto su propósito o su significado. El amor es el fruto y el amor es la medida, y ninguno de los do­nes ni todos los dones juntos significan nada en cuanto a la espiritualidad, si hace falta el amor.

¿Cómo puedo yo medir la dimensión espiritual de mi vida Es solamente la medida en que manifiesto el amor de Dios, su amor gozoso, sereno, paciente, benigno, bueno, fiel, manso, y autocontrolado.

“El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envi­dia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño. Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido. Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor” (1 Co­rintios 13:4-13).