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Los Dones de Lenguaje

No es necesario dar una apología para hacer un exa­men de los dones de lenguaje en el Nuevo Testamento. Desde luego reconocemos que el espacio que le damos a este tema en este libro es ciertamente mucho mayor de lo que normalmente merecería, de acuerdo a la importancia que le da Pablo en comparación a los otros dones. Pero el énfasis que este siglo le ha dado a este aspecto específico de los dones espirituales, la carismata, no sólo justifica sino que demanda un examen cabal de lo que incluye “hablar en lenguas.”

Hay un punto que debe mencionarse desde el princi­pio. Por muchos años el autor enseñó cursos universitarios en lógica, los principios y la práctica del pensamiento crítico. Una de las falacias que amenazan el claro pensamiento es el intento ilógico de refutar una teoría al atacar los motivos, o de juzgar el carácter de los que creen tal teoría. El nombre técnico de esa falacia es argumentum ad hominem. Siem­pre es incorrecto hacer tal cosa.

Hay un error paralelo, y es el que supone que la discu­sión de una teoría significa un ataque personal a los que sos­tienen tal teoría. Nada podría distar más de la verdad. Hay cristianos que son mejores que su credo y otros que, por otro lado, no se alzan a la altura cabal de sus creencias. En todo caso, el credo puede ser examinado aun críticamente, si es necesario, sin denotar ninguna crítica ni del carácter, ni de la persona que sostiene tal creencia.

Al considerar los dones de lenguaje, es imposible evitar las diferencias de interpretación. Puesto que es necesario diferir con nuestros sinceros y amados hermanos cristianos que sostienen otras teologías, lo debemos considerar como una especie de desacuerdo intestino, algo así como una riña familiar.

No debemos alzar garrotes contra aquellos cuyo culto al Señor es diferente del nuestro ni tirarles piedras. Tampoco nos conviene pasar por alto los asuntos creados por estas teorías diferentes. Es menester que todos probemos nuestras teorías de acuerdo a las Escrituras. La Biblia tiene que tener la primacía en todos los asuntos de la fe y la práctica. Lo que nos conviene hacer es averiguar individualmente “lo que dice el Señor.”

I.  GLOSOLALIA

De la misma manera que la palabra griega carismata ha viajado del Nuevo Testamento, hasta el idioma moderno en el vocablo “carismático,” así se ha establecido también el vocablo glossolalia. Glossa significa ambas cosas, “lengua”, como el órgano del habla que está en la boca, y “lenguaje”. Lalein significa “hablar”. De allí que glossolalia ha venido a ser el vocablo técnico que se usa para describir el “hablar en lenguas.. Aunque este término ha sido extendido por el uso popular hasta incluir también lenguas extranjeras no apren­didas, éstas se llaman técnicamente xenoglossa. El sentido de glosolalia típico y más cuidadoso describe el hablar un idio­ma que ni el que habla ni el que oye comprenden, a menos que éste tenga el don paralelo de la interpretación.1

El cristiano contemporáneo tiene que enfrentarse con dos puntos respecto a la glosolalia. Uno es la interpretación doctrinal o teológica que se le da: que el hablar en lenguas es la evidencia necesaria, inicial, y bíblica del bautismo con el Espíritu Santo. El otro punto es todo ese sistema de pie­dad que ha surgido alrededor de la idea de lenguas desco­nocidas como un lenguaje especial para la oración y la ala­banza.

Estos dos puntos suscitan preguntas serias y aun deci­sivas que no pueden resolverse por la acumulación, por cuantiosa que sea, de opiniones o testimonios en pro o en contra. Estas preguntas se resuelven solamente al considerar la plena enseñanza de las Sagradas Escrituras. La experiencia puede confirmar pero no puede controlar la interpretación bíblica. Es menester que la Palabra de Dios tenga la autori­dad decisiva en todos los asuntos que atañen a la vida cris­tiana.

II. LA ASERCIÓN PENTECOSTAL

El énfasis contemporáneo en la glosolalia es un aconte­cimiento estrictamente de nuestro siglo (siglo 20). La aserción de que este don es de importancia céntrica, y de que es la evidencia física, inicial, y esencial de la plenitud del Espíritu, fue pro­puesta por primera vez por Charles F. Parham en conexión con la aparición de la glosolalia en 1901, en su pequeña escuela bíblica en Topeka, Kansas.

Anteriormente habían ocurrido casos documentados de glosolalia, tanto cristiana como no cristiana. Los montanis­tas, herejes de los primeros siglos cristianos; los albigenses en Italia; los jansenistas de Port-Royal, Francia; los irvingistas de la Inglaterra del siglo XIX; también los mor­mones y los shakers (una pequeña secta) en los Estados Uni­dos; todos estos grupos practicaron la glosolalia. Pero no se había llegado a ninguna conclusión teológica basada en esta práctica. El historiador más reciente del movimiento pente­costal en los Estados Unidos le atribuye a Parham la honra de ser el “padre del pentecostalismo moderno.”2

Por el mero hecho de ser algo “nuevo,” hay razón para sospechar de cualquier novedad teológica fundamental. Cla­ro que la teología puede aumentar su comprensión de las Escrituras y de la manera en que Dios obra con los hombres. Pero este crecimiento del conocimiento no cambia en forma alguna las verdades básicas del evangelio. Es correcto el di­cho conocido de Juan Wesley: “En la fe cristiana, todo lo que es nuevo no es verdad, y lo que es verdad no es nuevo.”

¿Qué encontramos en la Biblia cuando examinamos las aseveraciones en pro de la glosolalia de hoy día

III. EVIDENCIA INDIRECTA

Primero hay lo que podría llamarse evidencia indirecta de la Biblia respecto a ello. Los lenguajes aparecen primero en la Biblia como barreras de separación entre un hombre y otro. En la torre de Babel (Génesis 11), los diferentes len­guajes fueron parte del juicio de Dios sobre la soberbia peca­minosa del hombre. Los lenguajes humanos de hoy día, tan diferentes entre sí, tuvieron su origen como resultado de lo que ocurrió en Babel. La palabra misma, “Babel,” ha venido a significar confusión o habla incomprensible.

Más tarde, en el Antiguo Testamento, todas las carac­terísticas esenciales de la época del Espíritu Santo fueron profetizadas ampliamente sin mención alguna de lenguas o de idiomas en relación con ella. Isaías, Ezequiel, Joel, Zaca­rías y Malaquías hablan de la productividad y bendición, la purificación por fuego, la libertad en la oración, la ley de Dios escrita en el alma, y la gracia y la visión que habían de venir. Pero no dicen ni una palabra respecto a una señal o evidencia esencial y física, como se dice que es la glosolalia.

El verso 11 del capítulo 28 de Isaías no es excepción a lo dicho: “Porque en lengua de tartamudos, y en extraña len­gua hablará a este pueblo.” Este verso que Pablo cita en 1 Corintios 14:21, se refiere a los juicios que caerían sobre Efraín a mano de los asirios, y más tarde de los babilonios; ambos eran idiomas extraños, y al oírlos, uno creía estar oyendo a un tartamudo. Este pasaje es importante para nues­tro entendimiento de 1 Corintios 14.

La evidencia indirecta en el Nuevo Testamento también es significativa. Juan el Bautista fue el primero que habló en el Nuevo Testamento respecto a la venida inminente del bautismo con el Espíritu. Los cuatro evangelios incluyen el contraste que él hizo entre su bautismo con agua y el bau­tismo con el Espíritu que daría Cristo (Mateo 3:11-12; Mar­cos 1:7-8; Lucas 3:16-17; Juan 1:33). Fue citado por Jesús (Hechos 1:5) y por Pedro (Hechos 11:16). Sin embargo, Juan no mencionó de ninguna manera una señal física inicial que confirmara el bautismo.

Es notable que la Biblia no nos dice ni una sola vez que Jesucristo, a quien el Padre dio el Espíritu sin medida (Juan 3:34), haya hablado en lengua que no fuera la lengua natural aramea de Palestina.

Más que cualquiera otra persona en el Nuevo Testa­mento, Jesús formuló la doctrina definitiva respecto al Es­píritu Santo en sus discursos acerca del Paracleto en la última cena (Juan 14:16). Sin embargo no hizo una sola mención de señal lingüística alguna que sirviera de confirmación. Ninguna doctrina puede considerarse, esencial, y ni siquiera importante, en la cristiandad que no tenga sus raíces en las enseñanzas personales de Jesucristo.

Por lo menos en una ocasión, los discípulos le rogaron a Jesús que les enseñara a orar (Lucas 11:1). Su respuesta no contiene nada respecto a una “lengua de oración” que pu­diera expresar sus deseos a Dios mejor que su habla ordina­ria. El les enseñó a orar en las palabras claras, lúcidas y absolutamente comprensibles del Padrenuestro (vv. 2-4).

La única referencia a nuevas lenguas en el Evangelio de Marcos se encuentra en una sección que no se halla en los manuscritos más antiguos y acertados (16:9-20). Aun así, las nuevas lenguas no se refieren al bautismo con el Espíritu. Se refieren a una de las señales generales que “acompañarán a los que creen”, una lista que incluye tomar serpientes en las manos y beber algo venenoso sin daño. Las palabras “los que creen,” relacionan este pasaje a la fe en la salvación y no específicamente al bautismo con el Espíritu. Además, es justo notar que “nuevas lenguas” no significa necesaria­mente “lenguas desconocidas.”

Debe admitirse que el “argumento del silencio” no es totalmente conclusivo. Pero tampoco carece de importancia. Si Jesús, con su ejemplo y con sus enseñanzas recalcó el bautismo o la plenitud del Espíritu sin decir palabra alguna respecto a otros idiomas o lenguas, es inconcebible que éstos sean la única evidencia inicial y física de ese bautismo, ni que sean esenciales a la piedad cristiana. Todo aquello que es de grande importancia para la fe y la vida cristianas, está nota­ble y consistentemente presente a través de las Escrituras y definitivamente en las enseñanzas de Jesús.

IV.  EVIDENCIA DIRECTA

La evidencia directa concerniente a la glosolalia se en­cuentra en dos libros: Hechos y I Corintios.

1.  En el libro de Los Hechos

El libro de Los Hechos es un relato de la experiencia de la iglesia primitiva, tanto al principio de la época del Espíritu Santo, como en su desarrollo posterior.

A veces se da la impresión que el hablar en lenguas era un fenómeno universal en los primeros días de la cristian­dad. Un examen detenido del libro de Los Hechos revela solamente tres instancias de hablar en lenguajes que la perso­na involucrada no había aprendido, y éstas estuvieron muy separadas temporal y geográficamente. La primera fue en el primer Pentecostés cristiano (Hechos 2). La segunda ocurrió cinco años más tarde en Cesarea (Hechos 10). La tercera fue en Éfeso, diecinueve años más tarde. Cuando menos pode­mos decir que el relato histórico no demuestra que hubiera ni una práctica esparcida ni interés especial en hablar en otros lenguajes.

Aquí es importante notar otro punto de la cronología del Nuevo Testamento. Aunque leemos primero el libro de Los Hechos, la Primera Epístola a los Corintios fue escrita alrededor de ocho o nueve años antes de Hechos. Lucas fue el autor de Los Hechos, y por años fue el compañero y “mé­dico amado” del apóstol Pablo. Cabe poca duda de que él fuera la persona enviada por Pablo como se menciona en 2 Corintios 8:18. Es seguro que tanto su asociación cercana con Pablo, como su conocimiento directo de la iglesia en Corinto, le familiarizaron con las condiciones descritas en 1 Corintios 14 respecto a la práctica de hablar en lenguas.

A la luz de todo esto, la descripción que Lucas da de los lenguajes en el Día de Pentecostés tiene una importancia decisiva. En Hechos 2, Lucas da una cuidadosa lista de los lenguajes hablados por los recién bautizados con el Espíritu Santo (vv. 9-11). El evangelista menciona dos veces el asom­bro de la multitud congregada de que “cada uno” oyera “hablar en nuestra lengua en la que hemos nacido” (v. 8). Y repite: “Les oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestras lenguas” (v. 11). Es muy posible que esta sea la manera de Lucas de decirles a todos los que pudieran haber oído del fenómeno en Corinto: “Esto es lo que el don de lenguajes del Nuevo Testamento verdaderamente es.”

En todo caso, no hay duda acerca de la naturaleza del fenómeno del Pentecostés en Jerusalén. Fue la capacidad inspirada por el Espíritu de contar las obras maravillosas de Dios en lenguajes que los apóstoles no habían aprendido, pero que eran comprendidos perfectamente por personas que sí hablaban esos lenguajes.

Pero, ¿en qué consistió el milagro de lenguajes en Pen­tecostés ¿en hablar esos idiomas no aprendidos, o en oír en esos lenguajes lo que se estaban diciendo Ciertamente, Lucas parece decir que los discípulos estaban hablando los lenguajes y los dialectos de las regiones que menciona. Pero sea que fuera milagro de oír o de hablar, seguramente fue un gran milagro de comunicación. Hubo deliberaciones que fueron entendidas por los oyentes sin interpretación alguna.

No hubo, por lo tanto, lenguas o lenguajes descono­cidos en el Día de Pentecostés. El hecho es que el don que se otorgó en esa ocasión fue dado precisamente para evitar que hubiera lenguas desconocidas. El lenguaje materno de los discípulos galileos (Hechos 2:7) era una forma del arameo con un acento que se reconocía fácilmente a través de Pales­tina (Mateo 26:73). Pero los de Partia, de Media, de Elam, de Mesopotamia, de Judea, de Capadocia, del Ponto y de Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de los lugares de África, que están más allá de Cirene, de Creta, Roma y Arabia, todos oyeron en su propio lenguaje o dialecto. Si los discípu­los hubieran hablado en su propio lenguaje materno, hubie­ran usado un lenguaje extraño para muchos en esa multitud cosmopolita.

No hay indicación en el libro de Los Hechos que el don que fue dado en Pentecostés haya sido una capacidad perma­nente para la extensión misionera. Sí era una señal. No una señal a los creyentes de que habían sido llenos con el Espíri­tu, sino que era como dijo Pablo acerca de la práctica de lenguas en Corinto: “Son... señal... a los incrédulos” (1 Corintios 14:22), de que el evangelio anunciado allí era, en verdad, para todas las personas, en todas partes, cuales­quiera que fueran sus idiomas.

Aquí estaba un testimonio elocuente de que Dios estaba revocando el resultado de aquella soberbia pecaminosa del hombre en Babel. Era una señal para todas las edades de que Cristo y su evangelio estaban derrumbando las barreras entre las naciones. Era un testimonio extraordinario de la universalidad del mensaje evangélico a los hombres de toda lengua y de toda región.

Si hoy día, como se han informado, hay casos de per­sonas que en realidad hablan otros lenguajes, no habría razón de negar que sea obra de Dios. Pero el lenguaje que no pueden comprender ni el que lo habla, ni los demás, a menos que alguien tenga el don paralelo de la interpretación, dista mucho del milagro del Pentecostés. El identificar los len­guajes del Pentecostés con las “lenguas desconocidas,” es abusar tanto de la razón como de las Escrituras y sólo puede resultar en una confusión completa.

Los otros dos casos en Los Hechos de los Apóstoles donde los creyentes hablaron otros lenguajes no son descri­tos detalladamente (Hechos 10:19). No habría por qué supo­ner que el fenómeno fuera diferente del que hallamos en Hechos 2. En el caso de Cornelio, los discípulos que estaban con Pedro, de acuerdo a la expresión literal del Nuevo Testa­mento griego, “les oyeron hablando lenguajes y glorificando a Dios” (Hechos 10:46), con la implicación de que se les entendió. De igual manera los discípulos de Éfeso “habla­ron lenguajes y profetizaron” (Hechos 19:6, traducción lite­ral del griego), y aquí también hay la implicación de que fue reconocido lo que se dijo.

Verdaderamente, en el caso de Cornelio, si el don lin­güístico fuera en alguna manera una evidencia del bautismo con el Espíritu Santo, es inexplicable que Pedro haya guar­dado silencio acerca de ello en las dos ocasiones en que relató lo ocurrido (Hechos 11 y 15). Lo que se disputaba cuando Pedro dio su informe a la iglesia en Jerusalén (Hechos 11), y más tarde al concilio en Jerusalén (Hechos 15), era si los gentiles en verdad habían recibido la plenitud del Espíritu. Pedro sólo hubiera tenido que mencionar el fenómeno lin­güístico para convencerlos, si en verdad las lenguas eran una evidencia. Pero Pedro no lo mencionó sino que más bien basó su argumento en el hecho de que el Espíritu Santo había purificado “también sus corazones por la fe” (Hechos 15:8-9).

Debemos notar que los tres casos del uso de lenguajes que encontramos en el libro de Los Hechos ocurrieron en épocas de transición críticas en el avance de la promulgación del evangelio.

1. En el Pentecostés, el evangelio surgió más allá de los límites del judaísmo palestino hasta alcanzar a hombres devotos dispersos por toda la región mediterránea.

2. En Cesarea, el evangelio avanzó más allá del círculo de la primogenitura judaica hasta incluir a los gentiles pro­sélitos.

3. En Éfeso, el evangelio rebasó todos los límites racia­les, o las previas conexiones con el judaísmo e incluyó a los que habían salido del más absoluto paganismo al creer en Jesucristo.

En cada uno de estos casos, hubo personas de diferen­tes naciones y lenguajes presentes. El hablar en otros lengua­jes era la señal más natural y patente de que había ocurrido un avance espiritual de importancia.

La evidencia del libro de Los Hechos no está completa hasta que se hayan considerado los muchos casos en los que hay referencias a la plenitud del Espíritu, o a recibir el Espíri­tu, pero sin que haya mención directa o indirecta de ha­blar en lenguas o idiomas. Estas referencias incluyen: Hechos 1:5, 8; 4:8, 31; 5:32; 6:3, 5; 8:15, 17-19; 9:17; 11:15-16, 24; 13:9, 52; y 15:8.

2.  Las lenguas en Corinto

Cuando pasamos de Los Hechos de los Apóstoles a la correspondencia de Pablo a los corintios, inmediatamente nos encontramos con dificultades de interpretación. No hay duda razonable respecto al uso de lenguajes extranjeros en situaciones en que fueron reconocidos y entendidos sin necesidad de interpretación alguna. En todo esto no había ni rasgos de alguna lengua desconocida que no comprenden ni el que la habla ni el que la oye, a menos que éste tenga el carisma, o don, paralelo de interpretación. Es digno de aten­ción que los vocablos carisma y carismata no aparecen en el libro de Los Hechos.

El Nuevo Testamento relata abusos del don de lenguas solamente en Corinto. Como ya hemos visto, la lista de carismata del Espíritu Santo que Pablo pone en el capítulo 12 de Romanos no incluye el hablar en lenguas. Tampoco lo men­ciona ningún otro escritor del Nuevo Testamento.

Esto mismo crea problemas de interpretación. Como hemos visto, la iglesia en Corinto tenía muchos problemas serios. Era la menos ejemplar de todas las iglesias descritas en el Nuevo Testamento, aun incluyendo las iglesias de Galacia. Sin embargo, sólo en Corinto hay indicaciones de la existencia de hablar en lenguas.

Un segundo problema de la interpretación de estos datos se encuentra en la divergencia de opinión, honda y casi completa, entre eruditos bíblicos de igual habilidad y devoción, sobre qué estaba ocurriendo en Corinto.

Una de las interpretaciones principales es que los len­guajes de Corinto eran como los que fueron hablados en Jerusalén: idiomas humanos hablados bajo la inspiración directa e inmediata del Espíritu Santo. Si bien estos lenguajes no siempre fueron entendidos en Corinto, hubieran sido inteligibles para la persona que hablara esos lenguajes.

Los eruditos que sostienen este punto de vista dicen que exactamente tal como debemos interpretar el simbolismo del Apocalipsis a la luz de lo que se dice claramente en los Evan­gelios y las Epístolas en vez de viceversa, así debiéramos interpretar 1 Corintios, y especialmente su capítulo 14, a la luz de Hechos 2 y no viceversa.

La otra interpretación principal, que se ha aceptado extensamente en este siglo, es que las lenguas de Corinto eran expresiones extáticas, sin significado alguno ni para quien las hablaba ni para los oyentes, a menos que hubiera un don correspondiente de la interpretación.

Los eruditos liberales que interpretan las lenguas de Corinto como verdaderamente “desconocidas”, lo hacen basados en su opinión de que los cristianos corintios habían traído a la iglesia las prácticas que habían observado o expe­rimentado en algunas de las religiones misteriosas del primer siglo, en las que se hablaba en lenguas desconocidas. A la vez, un buen número de eruditos conservadores, tanto den­tro como fuera del círculo de la práctica pentecostal, consi­deran las lenguas como un don genuino del Espíritu Santo.

Parte de esta diferencia de opinión sobre lo que real­mente aconteció en Corinto surge de la posibilidad de que allí haya habido ambos, lenguas desconocidas y lenguajes extranjeros. Esto se sugiere a base de la diferencia de tono y terminología entre los capítulos 12 y 14, y también por el tacto de Pablo en el capítulo 14, al tratar una situación que él evidentemente consideraba problemática.

En 1 Corintios 12:1, Pablo anuncia su intención de tra­tar el amplio tema de la pneumatika, vocablo cuyo distinti­vo significado está oculto si se traduce “dones espirituales”, como hace la versión de Cipriano de Valera, o “las capaci­dades que el Espíritu da a cada uno” como dice la Versión Popular, como si tuviera un significado equivalente a caris­mata. Pneumatika significa literalmente “espirituales” o fenómenos espirituales. La referencia inmediata (vv. 2-3) al culto o adoración gentil de ídolos mudos, y la posibilidad de que una persona bajo el dominio de un espíritu que no fuera el Espíritu Santo pudiera maldecir a Jesús, indica que pneumatika incluía dones verdaderos y falsos.

A través del resto del capítulo 12, Pablo trata teológica­mente con todo el rango de las carismata más espectacula­res, como si fueran verdaderos dones del Espíritu (vv. 4-31). Su énfasis, como ya hemos visto, está en la diversidad de los dones y la unidad de su fuente y sus resultados.

Los cristianos deben procurar recibir de Dios “los mejo­res dones” (v. 31) “mas” dice Pablo, “yo os muestro un camino aun más excelente.” Ese “camino aun más excelente” es más que una mera transición entre el capítulo 12 y el 14. Es la regla y la prueba del amor por el cual tiene que ser juz­gado todo lo que se logra y cada don que se dice tener.

Pablo aplica la prueba del amor a cuatro de los dones que él nombró en el capítulo 12. Empieza con el último y el más controversial: el de las lenguas. Incluye también la pro­fecía, el conocimiento y la fe. Además, compara el entendi­miento de todos los misterios, la liberalidad llevada hasta los extremos imaginables, y aún el martirio mismo, con la exce­lencia sobrepujante del amor (13:1-3). Sea que se trate de seudo-dones, o de dones verdaderos con los que se queda la persona después de perder la gracia, todos ellos pueden ser poseídos y utilizados sin la presencia del Espíritu Santo. Pero el amor de Dios ha sido derramado en nuestros cora­zones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5). El que no tiene amor no posee el Espíritu Santo.

Solamente el amor nunca falla. Una vez más, Pablo es­coge tres de las carismata para indicar que su función es, a lo sumo un valor humano transitorio. Las profecías fallarán; las lenguas callarán; y el conocimiento se desvanecerá (v. 8). El conocimiento y la profecía representan lo incompleto. Cuando se haya alcanzado lo completo, lo parcial dejará de ser. El habla y el entendimiento del niño ceden paso a la ma­durez del adulto (vv. 9-11). Lo mejor que podemos hacer es ver las cosas a través de un cristal que tiende a alterar la realidad. Pero vendrá un tiempo cuando todas las alteracio­nes pasarán y “veremos todo claramente” y conoceremos como somos conocidos (v. 12). Quedan tres valores tras­cendentales: la fe, la esperanza y el amor. “Pero el mayor de ellos es el amor” (v. 13).

V.  1 CORINTIOS 14

El fundamento teológico está plantado firmemente y se ha anunciado el principio: todo debe juzgarse a la luz del tierno amor de Dios en 1 Corintios 12 y 13. Ahora Pablo se enfrenta a ciertos problemas prácticos que él ve en la iglesia de Corinto.

En 1 Corintios 14, el Apóstol se enfrenta en su capaci­dad de administrador, a uno de los asuntos críticos de una iglesia enfermiza. Es necesario reconocer que se dedicó todo un capítulo a la glosolalia, no porque fuera de tanta bendi­ción sino porque era un problema de tal gravedad.

1. Diferencias entre dos capítulos

Hay diferencias notables entre los capítulos 12 y 14. En primer lugar el vocablo carismata que se usó cinco veces en el capítulo 12, no aparece en el 14. En lugar de eso, Pablo vuelve al vocablo pneumatika, término inclusivo con el que empezó la discusión (12:1 y 14:1) y que incluye manifesta­ciones tanto verdaderas como falsas.

Segundo, el Espíritu Santo, a quien se menciona diez veces en el capítulo 12, no es mencionado ni una vez en el 14. Nótese que el espíritu que se menciona en los versículos 14, 15, y 16, es escrito correctamente con letra minúscula, y el uso de la mayúscula en 14:2 no tiene justificación pues aquí no se alude al Espíritu Santo.

Tercero, la palabra desconocida respecto a lenguas no aparece aquí en el Nuevo Testamento griego. Nótese que en la versión de Cipriano de Valera aparece en letra bastardilla para denotar que fue agregada por los traductores aunque no aparecía su equivalente en el original. Hay mucha razón para creer que el adjetivo “extraña” (v. 4) como usa la revisión reciente (1960) es más adecuada.

Cuarto, lo que estaba pasando en Corinto, fuese lo que fuese, a Pablo no le complacía. El no escribió para estimular lo que pasaba sino para corregirlo. El Apóstol establece restricciones que jamás le habría impuesto a una manifesta­ción directa e inmediata del Espíritu Santo.

Es posible que nuestra falta de comprensión del capí­tulo 14 se deba a que Pablo sabía que en Corinto había len­guajes y también lenguas. Algunos estaban hablando en los cultos usando lenguajes que serían comprendidos si perso­nas educadas venían entre ellos. Tres veces se habla de las personas que no podrían comprender, y se les llama “sim­ple” o “indoctos” y esto parece confirmar esa idea (vv. 16; 23-24). Otros quizás estaban expresando oralmente emocio­nes religiosas sin comprenderlas ellos mismos, ni ser com­prendidos a menos que hubiera quien interpretara.

Es tan erróneo recomendar el capítulo 14 de Corintios como una pauta para las devociones cristianas normales, pú­blicas o particulares, como sería postular el capítulo 7 de Romanos como la norma de la vida cristiana. La norma para las devociones cristianas se encuentra en 1 Corintios 13, así como la norma para la experiencia cristiana se encuentra en Romanos 8.

2. ¿Lenguajes desconocidos o extraños

La evidencia que tenemos en la Biblia es demasiado es­casa y en ciertas partes muy ambigua para permitirnos el lujo de ser excesivamente dogmáticos acerca de las pronun­ciaciones de Corinto, y decidir si eran en verdad lenguas desconocidas o lenguajes extraños. Sin embargo, es posible leer todo el capítulo 14 como si se tratara de lenguajes extranjeros en lugar de lenguas desconocidas.

A través del capítulo 14 el contexto es el culto de ado­ración de un grupo específico. Cuando en tal grupo, alguien habla en un lenguaje extraño, nadie de los presentes le com­prende y entonces él habla solamente a Dios, “aunque en espíritu hable misterios” (v. 2). Nótese que aquí, “espíritu” no tiene el artículo definido el y no se refiere al Espíritu Santo. En Colosenses 1:36, “misterio” significa las verdades que han sido reveladas en el evangelio.

El que habla misterios (lo que Dios le ha comunicado) se edifica a sí mismo (v. 4), lo que no podría decirse de la persona que expresa lo que él mismo no comprende.

Cuando Pablo dice: “Así que, quisiera que todos voso­tros hablaseis en lenguas, pero más que profetizaseis… (o sea, que dieseis a los hombres mensajes de edificación, exhortación y consuelo), no se está retractando de lo que escribió en 12:30, que reza: “¿Hablan todos lenguas” No se está contradiciendo sino que está usando (v. 5) una forma de hacer comparación (muy usada en el Nuevo Testamento) y que consiste en expresar dos alternativas como absolutas. Nótese que Jesús usó esta forma, por ejemplo en Juan 6:27 que dice: “Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece...” El Señor no es­taba prohibiendo el trabajo para ganarnos la comida coti­diana. Simplemente estaba expresando en una escala compa­rativa de valores, el valor mayor del alimento espiritual que el físico. En otra ocasión Pablo le dijo a Timoteo: “Ya no be­bas agua, sino usa de un poco de vino por causa de... tus f re­cuentes enfermedades… (1 Timoteo 5:23). Pablo no esta­ba prohibiendo el uso del agua. Estaba comparando, en el caso de Timoteo, el uso de agua que entonces frecuente­mente era impura.

Puesto que el hablar en lenguas comprensibles es esen­cial para el provecho de los que escuchan, Pablo recalca el valor sobresaliente de “palabras bien comprensibles” (vv. 6-9). Hay, por cierto, “tantas clases de idiomas en el mundo” (v. 10). Pablo dice: “Pero si yo ignoro el valor de las pala­bras, seré como extranjero para el que habla, y el que habla será como extranjero para mí” (v. 11).

Puesto que los corintios anhelan celosamente tener pneumatika, les convendría buscar en todo la edificación de la iglesia. Los que hablan lenguajes que no son generalmente comprendidos, deben orar para poder interpretar o traducir­los para los otros. Es frecuente el caso de que una persona que habla bien un idioma encuentre difícil expresarse en otro.

Los versículos 14 y 15 han sido la fuente de mucha “mi­tología.” Algunos han creído que Pablo dijo: “Si yo oro en una lengua desconocida, mi espíritu ora, pero mi mente no comprende lo que digo.” Esto es creer que la palabra griega akarpos que traducimos “sin fruto” significa “no compren­der”, o “no entender.” La Versión Popular lo traduce: …no estoy sacando provecho con mi entendimiento… pero esto no es lo que la palabra significa. Akarpos quiere decir: “sin fruto,” o “que no le da nada a otros.” 3 Kenneth Wuest traduce la frase: “Mi intelecto no confiere provecho alguno a otros.”4 No es que el que habla en lenguaje ex­traño no comprenda lo que dice. Más bien, el hecho de que él entienda no le sirve de provecho alguno a nadie más.

Por lo tanto, Pablo escribió: “¿Qué, pues Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento; cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento” (v. 15). En este contexto tales palabras sólo pueden signifi­car: “Siempre que yo ore o cante, será en palabras que puedan ser entendidas.”

El entendimiento típico de los que se dicen ser “caris­máticos” de los versículos 14-15 presupone una separación entre nous (la mente o el entendimiento), y pneuma (el espí­ritu o alma), que no tiene base en las Escrituras. La mente y el espíritu no se presentan en la Biblia como funciones se­parables. La psiquis humana es una unidad indivisible. “Espíritu, alma y cuerpo” (1 Tesalonicenses 5:23) y “cora­zón,” “alma,” “mente,” y “fuerza” (Marcos 12:30) son ex­presiones de totalidad o entereza, no catálogos de partes o funciones separables.

Tampoco obra el Espíritu Santo en el hombre aparte de su nous o mente. Es la mente controlada por el Espíritu la que lleva a la “vida y paz” (Romanos 8:6). Es “por la reno­vación de vuestro entendimiento” (Romanos 12:2) y “en el espíritu de vuestra mente” (Efesios 4:23) que se lleva a cabo la obra transformadora del Espíritu Santo. El blanco a cuya altura aspira todo cristiano es que “haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:5). El Espíritu Santo es el Espíritu “... de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).

El interés de Pablo respecto al uso de palabras inteligi­bles es que cualquiera persona que pueda estar en las re­uniones de los cristianos en Corinto, y que sea “indocta”, pueda, sin embargo decir “amén” de lo que oye. El Apóstol vuelve a usar esta palabra (“indocta”) en los versos 23 y 24 de 1 Corintios 14. La Versión Popular lo expresa así: “Entonces, cuando toda la iglesia se encuentra reunida, si todos están hablando en lenguas y entran algunos que son in­cultos o que no creen, ¿no van a decir que ustedes se han vuelto locos Pero si todos están comunicando mensajes re­cibidos de Dios, y entra alguno que no es creyente o que es inculto, se va a convencer de su pecado y él mismo se va a examinar, al oír lo que todos están diciendo.”

Parece evidente que hay sólo una razón por la cual se señaló de esta manera a los incultos o indoctos, y es que una persona educada podría por lo menos identificar uno o más de los lenguajes usados. Tanto los creyentes educados como los incrédulos necesitan escuchar la profecía (que Pablo mis­mo aclara, significa el hablar “a los hombres para [su] edi­ficación, exhortación y consolación” v. 3), y no hablar pala­bras desconocidas. Tales personas no aprovecharían nada y los incrédulos llegarían a concluir que los cristianos estaban locos, si los oyeran hablar palabras incomprensibles.

Otro versículo de este capítulo que se ha traducido de manera que causa confusión es el 18, que dice: “Doy gracias a Dios que hablo en lenguas más que todos vosotros.” Una traducción que daría mejor el sentido del griego original se­ría: “Doy gracias a Dios que hablo más lenguajes que todos ustedes.” Pablo aquí usa precisamente la misma palabra, mallon que se traduce “más,” en Gálatas 4:27:

Regocíjate, oh estéril, tú que no das a luz;

prorrumpe en júbilo y clama, tú que no tienes

dolores de parto;

porque más son los hijos de la desolada,

que de la que tiene marido.

Aquí el sentido de más es “mayor en número” y no mayor en “grado.”

Aunque Pablo sabía bien varios lenguajes dijo: “Pero en la iglesia prefiero hablar cinco palabras con mi entendi­miento, para enseñar también a otros, que diez mil palabras en lengua desconocida” (v. 19).

En este capítulo hay una clara referencia a los lenguajes humanos. “En la ley está escrito: En otras lenguas (heterais glossais, exactamente los vocablos griegos en Hechos 2:4) y con otros labios… (v. 21). Tanto Isaías 28:11-12 que es lo que Pablo cita aquí, como Hechos 2:4, muestran que estas lenguas eran lenguajes no comunes en Palestina pero cierta­mente no eran “desconocidos”. El pasaje de Isaías se refiere a la conquista de la tierra por los asirios y los babilonios. El pueblo se había negado a escuchar a sus profetas que les hablaban en los idiomas que ellos podían escuchar. Por lo tanto, escucharían la palabra de juicio por boca y en el idio­ma de sus conquistadores, idioma que ellos no conocían.

Pablo prosigue: “Así que, las lenguas son por señal, no a los creyentes, sino a los incrédulos; pero la profecía, no a los incrédulos, sino a los creyentes” (v. 22). Como vimos al estudiar Hechos 2, el declarar el evangelio en lenguajes des­conocidos no tiene valor alguno como una señal para los creyentes de que son llenos del Espíritu Santo. Es más bien una señal para los que no creen, de que el evangelio es para ellos, y no sólo para quienes les han traído la Palabra y cuyo idioma es un idioma extranjero. El hacer, o considerar, que hablar en lenguas sea la evidencia a los creyentes del bautis­mo con el Espíritu es darle el sentido precisamente contrario a lo que dijo Pablo.

El Apóstol también aclara que esta práctica de hablar en lenguas que estaba causando tantos problemas en la iglesia de los corintios no era necesariamente la inspiración inme­diata del Espíritu Santo. Sería difícil creer que el Apóstol se atreviera a limitar o prohibir la expresión del Espíritu Santo. Pero en vez de ello, Pablo dice: “Y los espíritus de los pro­fetas están sujetos a los profetas” (v. 32). Lo que tiene ori­gen en el espíritu humano debe ser controlado por el espí­ritu humano, “pues Dios no es Dios de confusión…" (v. 33).

Ha recibido mucha atención el mandato de Pablo en la traducción común del verso 39, que reza: “Así que, her­manos, procurad profetizar, y no impidáis el hablar len­guas.” Sin embargo, Pablo prohíbe el hablar en lenguas (o en idiomas desconocidos) si dos, o a lo más tres, ya han hablado (v. 27), si no hay intérprete presente (v. 28), o si la persona que quiere hablar es mujer (v. 34).

Parece, por lo tanto, que la traducción de las palabras de Pablo en el verso 39 es errónea. Tal como está, se encuentra en contradicción casi directa y completa de todo lo que se había dicho. El hecho es que nadie en Corinto estaba dis­puesto a prohibir el uso de lenguajes extraños. Parece que era más bien un motivo de orgullo entre esos cristianos tier­nos. La palabra que se ha traducido impidáis, normalmente quería decir prevenir, o poner obstáculos. Una traducción que daría unidad de sentido a todo el pasaje es: “Por lo tanto, hermanos míos estad listos a profetizar y no pongáis obs­táculos al hablar en lenguas: todo debe hacerse decente­mente y con orden” (vv. 39-40).5

Podría decirse mucho más, pero cuando menos debe ya ser evidente que no hay nada en el Nuevo Testamento que justifique la doctrina de que hablar en lenguas descono­cidas sea la evidencia esencial, inicial y física del bautismo con el Espíritu. También debiera ser evidente que hay poco que justifique el énfasis exagerado que muchos ponen en la glosolalia hoy día.

En cierto sentido el conocimiento, la profecía y los len­guajes dejarían de ser (1 Corintios 13:8-10). Muchos erudi­tos creen que esto quiere decir que al completarse el Nuevo Testamento ya no se necesitarían estos dones del Espíritu.

Es, sin embargo, muy posible que haya dones genuinos de lenguaje hoy día como los ha habido en otras épocas de la historia de la iglesia. Por todo el mundo, hay misioneros que cuentan las obras maravillosas de Dios en los lenguajes de sus oyentes. Estos misioneros no obtuvieron estas lenguas en un rapto instantáneo de inspiración. Pero en centenares de casos han podido comunicar el evangelio mucho más pronto y con más eficacia de lo que se esperaría si sólo hubieran tenido estudios o talentos humanos.

El hecho es que la mayoría de los dones en ambas listas, la de Romanos, y la de Corintios, están relacionados a las habilidades humanas. Están sujetos a su desarrollo y creci­miento bajo el poder del Santo Espíritu. Es rarísimo que la capacidad de hablar a los hombres para hacerlos crecer espi­ritualmente, para exhortarlos y para consolarlos (“la palabra de sabiduría” y “la palabra de conocimiento”) nos sea dada instantánea y completamente desarrollada. Servir, enseñar, estimular, dar o compartir, y dirigir, todos éstos incluyen habilidades adquiridas tanto como poderes impartidos divinamente.

Aun algunos milagros de sanidad divina son casos, a menudo, en que el proceso sanador se acorta maravillosa­mente. No siempre son instantáneos. Nos pasa como el caso del muchacho de quien dicen los evangelios: “Desde esa hora empezó a sanar.” Había pasado la crisis. Había empe­zado la sanidad.

            Dios es el Dios de lo sobrenatural. Pero no siempre viene por medio del terremoto, el trueno o los relámpagos. A menudo, viene por medio de una voz de silbo apacible y delicado. Es tan importante reconocerle cuando viene en el terremoto, el trueno, o el relámpago como cuando viene por la voz de silbo apacible y delicado.