El apóstol Pablo nos ofrece dos listas de dones especiales o dones para el servicio. La primera aparece en Romanos 12:6-8:
“De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe; o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación; el que reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia, con alegría.”
Aquí tenemos siete dones.
1. Comunicar la voluntad de Dios
“Profetizar,” como lo llaman las versiones más antiguas, aparece también en la lista que ofrece la Epístola a los Corintios. Es uno de los dones que con mayor facilidad crea confusión. Para el oído moderno, “profetizar” sugiere predecir o pronosticar el futuro. Por supuesto que puede incluir esta acepción.
Pero en el Nuevo Testamento, profetizar significa más que predicción. Pablo lo define en 1 Corintios 14:3, como “hablar a los hombres para edificación, exhortación y consolación”. Más que predecir, profetizar significa compartir la Palabra de Dios con los que necesitan oírla. El vocablo griego es profeteia, de pro (hacia adelante) y femi (hablar). En la época del Apóstol se le utilizaba para hacer referencia al que proclamaba un mensaje o interpretaba los oráculos (mensajes generalmente muy ambiguos) de los dioses, y cuando los cristianos lo usaban, significaba mensajes del único Dios verdadero.
Mientras que el don de la profecía es una característica muy natural de los que predican el evangelio, debemos advertir que es el don que Pablo recomienda sobre todos los demás a todos los creyentes: “Seguid el amor; y procurad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis” (1 Corintios 14:1). Todo el capítulo catorce presenta un contraste entre el don de la profecía y la práctica de hablar en idiomas desconocidos. El hablar a los hombres para su “edificación, exhortación y consolación” es el uso más sublime posible del idioma.
La frase de Pedro, “Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios” (1 Pedro 4:10-11), define la acción como un don espiritual. En términos actuales, esta forma de hablar representa la predicación dirigida con la unción del Santo Espíritu, la enseñanza, y los testimonios de los creyentes. Al hablar de esta manera, las palabras del ser humano llegan a constituirse en la palabra de Dios, que trae convicción y luz a los oyentes. Millares de hombres y mujeres en cada época de la iglesia utilizan el don de la profecía con eficacia notable.
Tal forma de hablar le será dada a cada uno según su propia fe (véase Romanos 12:6). Al igual que el sembrar la semilla, el hablar la Palabra de Dios es un acto de fe. Es con fe, y por la fe, que la palabra logrará aquello que agrada a Dios y será “prosperada en aquello” para lo cual Dios la envió (Isaías 55:11).
La fe puede tener un significado secundario, tomada como la comprensión del individuo del contenido del evangelio. El griego dice literalmente “la fe” (tes pisteos). Hablamos, enseñamos y testificamos sólo hasta donde alcanza nuestro entendimiento de la verdad. Dios provee la unción; a nosotros nos toca ofrecer algo que pueda ser ungido, por medio de nuestro estudio, meditación y oración.
2. Servir
Servir es el segundo don en la lista que aparece en Romanos. Es la traducción del vocablo diakonia en el Nuevo Testamento griego. La versión antigua lo traduce como “ministerio.” De esta palabra se derivan hoy día diácono y diaconisa. Generalmente se refiere al ministerio de las necesidades físicas de la gente, como por ejemplo, donde habla del repartimiento diario de alimentos y el servicio de las mesas en Hechos 6:1-2.
Pedro también menciona la capacidad para el servicio: … si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo… (1 Pedro 4:11).
La persona que sirve a otros movido por un don del Espíritu a veces hace casi las mismas cosas que otros harían por motivos humanitarios. Pero hay sin embargo, dos diferencias notables. El don espiritual resulta en una eficacia exaltada por el poder infundido del Espíritu. Y el motivo será, como indicó Pedro: “... para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo…”
Un hombre que visitaba una misión en un leprosario se detuvo para observar a una misionera enfermera que limpiaba y vendaba las llagas horribles de sus pacientes.
“Eso no lo haría yo ni por un millón de dólares,” dijo.
“Tampoco yo,” respondió la misionera. “Yo no lo haría por un millón, pero sí lo hago por el amor de Cristo.”
Así es el don de servir a otros. Tiene que usarse. “Que sirva.” La mayoría de los cristianos se sienten bajo condenación no por las cosas que hacen, sino por lo que dejan de hacer. La frase de condenación en el día del juicio será: “Por cuanto no lo hicisteis” (Mateo 25:45, versión antigua). Stephen Winward escribe: “No podemos concluir que nuestras vidas carezcan de culpa sólo porque no hayamos hecho lo malo. Es posible que nuestro pecado consista en no haber hecho nada. Los pecados más graves que cometemos son muchas veces de omisión; aquella palabra de estímulo que no hablamos, la oportunidad que no aprovechamos, la obra descuidada, la tarea evitada, o una ayuda que no damos.”1
Hay una bendición especial en el don de servicio. Jesús mismo dijo: “Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve” (Lucas 22:27) y “el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20:27-28).
En el reino de Dios, el servicio a otros no es el peldaño que conduce a la fama. Es en sí mismo la mayor nobleza porque el que sirve llega a parecerse al Maestro. Toyohiko Kagawa lo expresó muy bien al decir:
Leí
en un libro
que un hombre llamado Cristo
iba por todas partes haciendo el bien. Me estorba muchísimo
pensar
que estoy tan satisfecho
con sólo
ir por todas partes.2
3. Enseñanza
El tercer don en la lista que ofrece Romanos es el de la enseñanza —didaskon en el griego. Este don consiste en instruir y establecer a otros en la verdad. Otros dones tales como “el hablar con sabiduría” y “hablar con profundo conocimiento”, que encontramos en la lista del libro de los Corintios, están estrechamente relacionados con la instrucción.
La instrucción es de tal importancia en el trabajo de la iglesia, que sólo la superan la profecía o la predicación. Aunque existen áreas en común en el significado de estas dos capacidades o dones, la distinción que se hace por lo general es que la predicación pide o espera causar acción, el propósito de la enseñanza es instruir. Los estudios del Nuevo Testamento distinguen a menudo entre kerygma, la proclamación del evangelio a todo el mundo, y didaqué, la instrucción de los que ya se han convertido.
La instrucción es tarea del púlpito, de la escuela dominical y del hogar cristiano. Consiste en exponer detalladamente lo que se proclama en la predicación. Este don incluye los poderes de la comprensión, la explicación, la analogía y la aplicación práctica, poderes que deben ser dados por el Espíritu Santo si se quiere que haya fruto espiritual.
La enseñanza no se limita a las palabras, sino que incluye el ejemplo y la influencia sutil del carácter. Arthur Guiterman decía:
Ni la imprenta, ni el altavoz, ni el libro
enseñan al joven su mejor destino
con tal brillo conductor
cómo la vida del instructor.
Una maestra de escuela dominical, enfermera graduada, escribió el Voto del maestro adaptado del Voto hipocrático, juramento que hacen los doctores de medicina al graduarse, y del Voto de Florence Nightingale de las enfermeras. Valdría la pena que todos los que quisieran desarrollar su capacidad de instrucción lo consideraran:
Solemnemente me prometo a mí mismo, ante Dios y en la presencia de esta asamblea pasar mi vida en pureza y practicar fielmente el cristianismo. Me abstendré de todo lo que sea perjudicial o dañino, haré todo lo que pueda para transformarme tanto a mí como a mis alumnos en verdaderos hijos de Dios. Haré todo lo que esté en mi poder para mantener y mejorar las normas de la instrucción de Cristo y reputaré de gran valor a cada alma que sea encomendada a mi cuidado. Compartiré toda la inspiración y la experiencia que logre recibir en la práctica de mi vocación. Con lealtad trataré de ayudar al pastor y a los líderes en la obra. Me dedicaré a la edificación del reino de Dios.
Aun cuando la instrucción está incluida en la lista de los dones del Espíritu, debe notarse que las capacidades y el conocimiento humanos que se emplean para ella requieren educación y desarrollo. Acerca de este particular el Apóstol escribió: “El que enseña, en la enseñanza.” Es decir, que enseñe verdaderamente y bien, proveyéndose de todo lo que necesita, dentro de sus posibilidades, para enseñar efectivamente.
El verdadero maestro es el primero entre los estudiantes de su grupo. Jesús dijo: “Por eso todo escriba docto en el reino de los cielos es semejante a un padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas” (Mateo 13: 52). Para sacar cosas nuevas y viejas, es menester estar continuamente metiendo cosas nuevas en el almacén del entendimiento y la memoria. Si se deja de hacer eso, muy pronto, ¡uno sólo tendrá cosas viejas que sacar!
En este respecto, la enseñanza cristiana es como la predicación. Su eficacia depende de la energía del Espíritu a través de ella. El Santo Espíritu verdaderamente trae a la mente las verdades que deben impartirse, pero es importante saber que El funciona a través de la memoria. “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que os he dicho” (Juan 14:26). Las cosas que Jesús ofreció están a nuestro alcance en los evangelios. Pero el Espíritu no puede recordárnoslas a menos que las hayamos aprendido de su Santa Palabra.
4. Animar
La exhortación o el estímulo es el siguiente don servicial que señala el Apóstol. El vocablo griego para eso es paraklesis, y de la misma raíz tenemos la palabra parakleto, que significa Consolador. Literalmente quiere decir “ir al amparo de otro,” cualquiera que sea la ayuda que éste necesite. Algunos traducen esta frase como “el estimular la fe.”
El animar o consolar es la aplicación de este don al pasado, “dando corazón” a los que han sufrido una derrota o una pérdida o que están pasando por pruebas. Parakaleo, la forma verbal de donde tenemos “animar”, significa literalmente “llamar al lado,” es decir, estar con alguien para ayudarle.
Es posible animar por medio de la presencia misma o por las palabras expresadas. Cuando hay tristeza o pérdida de algún ser querido, se hace necesario que los otros miembros de la comunión cristiana ejerciten este don de consuelo. El que anima, ministra esa “gracia en el desierto” que vemos en Jeremías 31:2, a los que se encuentran en un desierto de soledad, de sufrimiento, de luto o de dudas. En un mundo como éste, el don de animar o consolar siempre se necesitará en abundancia.
La exhortación, por otro lado, es la aplicación de este don al futuro, como un desafío a la gente para que haga algo. Tal vez esta acción sea una entrega a Cristo, bien en arrepentimiento o en consagración —de allí que la palabra tenga también el sentido de exhortar. Esta exhortación puede ser un llamado al servicio, a ciertos ideales de conducta, o a mayor cuidado en la vida cotidiana del cristiano.
La verdadera predicación cristiana, según la entendemos hoy día, siempre incluye este don en abundante medida. El predicador de hoy, como los profetas del Antiguo Testamento tiene la doble responsabilidad de “confortar a los afligidos” y “afligir a los que se sienten cómodos.” Como vimos en relación a la enseñanza, la predicación se distingue de la instrucción porque tiene ese llamado esencial a la acción. El don de la exhortación beneficia a los que rodean al que lo ejerce. Les amplía los horizontes de su fe, los profundiza en su consagración y purifica sus propósitos.
5. Compartiendo para los necesitados
“Compartiendo para las necesidades” de otros, dar o compartir, es el siguiente carisma que menciona el Apóstol. Esto significa más que dar por un sentido filantrópico. Significa dar con un corazón lleno de amor que sólo viene de Dios. Cuando damos, llegamos a ser más como el Maestro que “dio su vida” por su iglesia (Efesios 5:25); y como el Padre que “dio a su Hijo único” (Juan 3:16).
Los tres últimos dones mencionados en Romanos tienen cada cual una palabra de dirección. “El que reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia, con alegría” (Romanos 12:8). Es posible dar de mala gana y mezquinamente. El dar como producto de un don espiritual ha de ser en forma liberal.
Este don va más allá de la práctica de la mayordomía cristiana. La mayordomía no requiere un don espiritual. Es parte del discipulado cristiano y la practican todos los verdaderos seguidores del Señor Jesús, cualesquiera que sean las diferencias de significado o de detalle que tengan sus denominaciones.
El don de dar incluye las capacidades de ganar y dar dinero para el avance de la obra de Dios con tal sabiduría y tan grande gozo que los recipientes son fortalecidos y bendecidos. El dar a otros puede ser irresponsable y aun dañino, pero el dar como carisma del Espíritu Santo es fortalecedor y de ayuda permanente.
Así como la instrucción incluye el dominio de las materias que se enseñan, dar incluye la facilidad de adquirir lo que se da. Dios ha bendecido a ciertas personas con lo que podría considerarse el “toque de Midas”, que hace que todo lo que tocan se vuelva oro. Muchas de estas personas tienen a la vez el don espiritual de dar su abundante riqueza al reino de Dios de buena voluntad y con sabiduría.
En toda la historia de la iglesia, pocos han mostrado mejor el don de dar que Juan Wesley. Aunque siempre tuvo mucho cuidado de no aceptar nada como sueldo de las muchas sociedades metodistas que él dirigía, recibió y regaló miles de libras esterlinas recibidas de sus muchas publicaciones. Sentía tan profundamente su deber de dar a los demás lo que tenía, que declaró que el mundo podría condenarle como ladrón si al morir le encontraran más de unos cuantos chelines[1] en el bolsillo.
Estos dadores no dan sólo de su abundancia; el don espiritual les conduce hasta el punto del sacrificio gozoso. El dar debe ser “con liberalidad,” y la liberalidad sólo empieza en el momento de hacer sacrificios. No es liberal el dar lo que no nos hará falta. Tampoco es liberal el dar a otros aquello que nosotros jamás vamos a necesitar.
Es muy probable que esta capacidad sea la que está sólo latente en más creyentes que cualquier otro don espiritual. Ciertamente menos personas parecen “desear” este don, en comparación con los que desean algunos dones más espectaculares. Nos convendría a todos cultivar esta capacidad más de lo que se practica actualmente. Aun hoy día, “más bienaventurado es dar que recibir” como dice Pablo, repitiendo una bienaventuranza del Señor Jesús que de otro modo no conoceríamos (Hechos 20:35). Si al fin de cuentas, alguien se acuerda de nosotros, no será por lo que hayamos recibido, sino por lo que hayamos dado,
6. Presidir
Presidir o gobernar es el siguiente don en la lista que Pablo ofrece a los romanos. Literalmente significa hacerse cargo de la dirección de las actividades de un grupo. Es indudable que algunos líderes nacen con esta capacidad. Otros llegan a ser líderes en asuntos espirituales por dotación especial del Santo Espíritu de Dios.
La palabra que Pablo usa para calificar el don de la dirección o la administración es el término solicitud (a veces se traduce diligencia), es decir, seriamente, celosamente y de manera muy formal. Aunque a menudo la dirección está en función del oficio o de la posición, posiblemente tal oficio sea asignado porque se ha reconocido que esa persona tiene la capacidad administrativa.
La iglesia todavía tiene una urgente necesidad de más personas que ejerzan un liderazgo auténticamente espiritual. Un aspecto alentador actualmente es el reconocimiento del papel importante que pueden jugar los líderes laicos en las actividades espirituales. Hace más de una generación, el Dr. J. B. Chapman escribió: “Casi todos los grandes movimientos espirituales a través de la historia de la iglesia han sido notables por el gran papel que ‘el pueblo’ ha desempeñado en los cultos y en las actividades generales de la iglesia; y es notable que al disminuir la espiritualidad del movimiento, el pastor y los oficiales tienen que hacerlo todo.”
El liderazgo requiere visión, paciencia, objetivos consistentes, y el poder para seguir adelante cuando otros tienen deseos de abandonar la obra. Todas estas cualidades tienen una dimensión espiritual. El líder tiene que ser, como dijo Wilson Lanpher, “tanto el que sueña como el que le pega al tambor.” Tiene que vislumbrar los objetivos que hay que alcanzar y a la vez establecer el ritmo de trabajo para sus colaboradores. ¡Bienaventurada la iglesia que no apaga el don de la dirección en sus miembros sino que más bien los apoya en sus esfuerzos de poner su don en acción!
7. Tener compasión
El último de los dones serviciales que aparecen en la lista del libro de Romanos se traduce “hacer misericordia.” Es la compasión, el interesarse o la bondad para con otros. Algunos lo traducen como “sentir simpatía.” Es precisamente esa habilidad de reconocer los sentimientos y las emociones de otros que sólo ocurre cuando nos situamos en el lugar de otro, o cuando nos imaginamos qué sería “andar en los zapatos del prójimo.”
Tal vez nos extrañe que uno de los dones en la lista sea una cualidad o actitud que se le requiere a todo creyente. El Nuevo Testamento señala repetidas veces que la misericordia que recibimos de Dios está en proporción directa con nuestra misericordia hacia otros. De “los que tienen compasión de otros” la Escritura dice que “Dios tendrá compasión de ellos” (Mateo 5:7). Es cierto lo que dice el coro:
A menos que me mueva la compasión
¿cómo morará tu Espíritu en mí
En palabra y en acción
necesito santa unción
de amor que sólo hallo en ti.
Pero en esta época de “ojos que no lloran, narices respingonas y pies que no caminan,” es necesario ver hoy ejemplos visibles y notables de la compasión. Esta capacidad es la que Pablo menciona en la lista de los dones espirituales. Las lágrimas sin oraciones y las oraciones sin lágrimas son igualmente vanas. La compasión es “tu dolor en mi corazón.” El Espíritu Santo no nos cierra el corazón; más bien nos lo rasga para dejarlo abierto a las necesidades de aquellos que nos rodean.
De igual manera que en los demás dones espirituales, hay un gozo auténtico en el ejercicio de la misericordia. Los ojos secos no tienen arco iris. Recordemos estas líneas de Shakespeare:
La cualidad de la misericordia no se diluye,
cae cual suave rocío desde el cielo,
a lugares bajos. Es de doble bendición;
bendice al que da y al que recibe:
Es más poderosa en los más poderosos
y más le luce al monarca entronado que su corona…
Es un atributo de Dios mismo.
Así como el que reparte debe hacerlo con liberalidad y el que preside, con solicitud, “el que hace misericordia,” debe hacerlo “con alegría.” La palabra alegría en la forma griega, hilarotes, aparece sólo aquí en el Nuevo Testamento. El adjetivo hilaros también aparece sólo una vez (en 2 Corintios 9:7. “Dios ama al dador alegre”). De estos vocablos griegos se deriva la palabra “hilaridad,” que tiene el sentido opuesto de los términos mala gana, tristeza o hacerlo todo a la fuerza.
Hay una compasión tristona que deprime. Lo que hace el don de la compasión es traer consuelo y alegría, no a fuerza de pasar por alto las realidades de los problemas del necesitado, sino al llenar su escenario con la luz de la fe y la esperanza.
<dd> [1] Moneda inglesa que equivalía a doce centavos de libra esterlina </dd> |