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La Lista en 1 Corintios

La segunda lista principal de los dones (carismata) se encuentra en 1 Corintios 12:7-11, que dice: “Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho. Por­que a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia, según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu.

“A otro el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, dis­cernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de len­guas; y a otro, interpretación de lenguas.

“Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espí­ritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere.”

Son aparentes algunas diferencias notables entre esta lista y la que está en Romanos. El único don que aparece en las dos listas es el de profecía, del que Pablo dice (en 1 Co­rintios 14) que él estima sobre todos los demás. Algunos han supuesto que la lista de Romanos considera los dones espi­rituales como parte de la vida cotidiana de la comunidad cris­tiana. Por otro lado, la lista de Corintios incluye aquellos dones que son más excepcionales, más transitorios y menos universales. El mismo hecho de que las listas son tan dife­rentes, nos muestra que los dones espirituales abarcan un rango de capacidades mucho más amplio de lo que general­mente pensamos.

Es posible que las diferencias entre las dos listas sean un reflejo de las diferencias que existían entre las dos iglesias a las que las cartas respectivas iban dirigidas. Parece que la iglesia en Roma era una comunidad muy estable y fuerte espiritualmente. No estaba dañada por luchas intestinas ni herejías doctrinales. El Apóstol honró a esta iglesia escri­biéndole el tratado más completo del evangelio en todo el Nuevo Testamento.

La iglesia de Corinto, por el contrario, era la más pro­blemática de esa época. Estaba dividida en facciones conten­ciosas (1 Corintios 1:10-3:23); se rebelaba contra la autori­dad de Pablo (4:1-21); estaba manchada por la inmoralidad (5:1-13) y por litigios intestinos (6:1-8); sus ágapes se ha­bían convertido en borracheras y glotonerías (11:18-34); y sus miembros toleraban doctrinas heréticas hasta el punto de negar la resurrección de Cristo (15:1-58). Mejoró un poco la situación en el intervalo entre la Primera Epístola a los Co­rintios y la Segunda, pero estaba aún muy lejos de ser una iglesia estable (2 Corintios 13:1-10).

Parece que los corintios estaban encantados con los do­nes espirituales especializados o sobresalientes. Pablo anhe­laba que ellos reconocieran que, si bien “hay diversidad de dones,... el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de mi­nisterios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo” (1 Corintios 12:4-6). Todos los dones de Dios son importantes y no hay ninguno que carezca de significado. Pero lo que se nos pide que notemos es que mientras los do­nes, los servicios, y las obras son variables, el Espíritu, el Señor y Dios que nos los provee es el Dios triuno —Espíri­tu, Hijo y Padre.

1.  La capacidad de hablar con sabiduría

“La capacidad de hablar con sabiduría” es la primera carismata en la lista de 1 Corintios. La expresión traducida “palabra de sabiduría”, es, en el original griego, logos sofias. A la par de este don está la “palabra ciencia,” el segundo don de la lista.

Estos dos primeros dones de la lista corintiana están en estrecha relación con la enseñanza y la profecía, o sea “ha­blar a los hombres para edificarlos, exhortarlos y conso­larlos.” Jesús enseñó que el Santo Espíritu sería nuestro maestro y que nos guiaría a toda verdad (Juan 14:26; 16:15). Por lo tanto El es la fuente de toda sabiduría y conocimiento espirituales.

Esto no quiere decir que el Espíritu funcione indepen­dientemente de nuestras habilidades y capacidades, pero éstas en su estado natural no pueden hacer mucho por sí solas en el área del discernimiento y conocimiento espiritua­les sin estos dones del Espíritu (1 Corintios 2:7-16).

Estas dos capacidades, de hablar con sabiduría y de hablar con conocimiento revisten especial importancia, y por lo tanto tienen amplísimo campo de acción. Por toda la igle­sia, los pastores, maestros de escuela dominical, líderes de la juventud, estudiantes de la Biblia que comparten sus nuevos conocimientos en pequeños grupos, hermanos laicos en su testimonio, y en fin, hombres y mujeres que nunca se con­siderarían dotados de capacidades, están hablando “la palabra de sabiduría” y “la palabra de ciencia” o conoci­miento.

Con respecto a la “palabra de sabiduría”, tanto logos como sofia son términos con muchas acepciones. Logos sig­nifica indistintamente “palabra, discurso, enseñanza, doc­trina, mensaje, comunicación.” Sofia se define como “discer­nimiento, entendimiento, juicio, buen sentido, cordura, ha­bilidad de comprender la verdadera esencia de las cosas, ‘llegar al meollo,’" por así decirlo.

La Biblia tiene mucho que decir acerca de la sabiduría y la necesidad que el hombre tiene de ella. “El temor de Jehová es el principio de la sabiduría” (Proverbios 9:10). Uno puede tener mucho conocimiento, en el sentido de hechos aprendi­dos, y carecer de sabiduría. Se ha dicho que hay suficientes doctores de filosofía en cada penitenciaría para formar el grupo docente de una pequeña universidad. El aprender mu­cho no les ha hecho sabios. “Algunos,” según Peter Forsyth, “son demasiado mañosos pero jamás son sabios.”1

Un teólogo contemporáneo recuerda el comentario he­cho al principio del movimiento científico moderno: “Bajo el nuevo método científico, aumentará la ciencia, pero la sabi­duría disminuirá.” Por sabiduría este teólogo quería implicar el entendimiento de los principios que determinan la vida y el mundo. Sus palabras fueron proféticas, pues la ciencia casi ha conquistado a la sabiduría y el mucho conocimiento de hechos casi ha eliminado al discernimiento.2

Los conceptos más fuertes que Pablo escribe acerca de la sabiduría se encuentran en 1 Corintios 1:17—2:16. Dios ha enloquecido “la sabiduría del mundo” (1:20). “Pues lo in­sensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres” (1:25); “Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios” (1:24); y la sabiduría de Dios que es insondable para la mente tenebrosa, nos es revelada por su Santo Espíritu (2:6-16).

A menudo la capacidad de “hablar palabra de sabi­duría” es el don dado a personas que no tienen entrena­miento formal en teología ni en disciplinas bíblicas. Frecuen­temente brota de labios de personas humildes y sin educa­ción. La iglesia de Cristo ha sido ricamente bendecida por medio de este don espiritual empleado por multitudes in­numerables, tanto de laicos como de ministros.

2.  La capacidad de entender y comunicar el conocimiento

El segundo don en la lista que encontramos en Corin­tios es la capacidad de hablar la “palabra de ciencia”. Esto no es un caso de una repetición inútil de la misma cosa con palabras distintas. La frase griega es logos gnoseos. Gnosis significa la comprensión de hechos, el reconocimiento de la verdad, o el llegar a conocer. Se traduce como “el poder de expresar conocimiento”; y como “la habilidad de hablar in­teligentemente.”

El captar conocimiento y el comunicarlo están rela­cionados en gran manera con lo que podría identificarse como inteligencia o habilidad mental. Pero esta capacidad va más allá de la inteligencia natural. Es un engrandecimiento sobrenatural de los poderes de comprensión y de comunica­ción por medio de la energía del Espíritu Santo.

Así como hay una sabiduría mundana que se contrasta con la divina, hay una clase de conocimiento que lleva al orgullo. Es la clase de “conocimiento que envanece” (1 Co­rintios 8:1). El conocimiento que es la base de logos gnoseos, por otro lado, es conocimiento que contribuye a la humildad genuina. La persona que comparte el conocimiento que tiene como origen la instrucción del Espíritu, está segura de lo que sabe, pero a la vez está al tanto de lo mucho que no sabe.

El conocimiento y el conocer —como se usan en las San­tas Escrituras— siempre hacen referencia a la experiencia personal. Hay una cualidad directa e inmediata en el cono­cimiento espiritual que está estrechamente relacionada a la intuición; la misma palabra griega que significa “yo conoz­co”, tiene relación gramatical con el verbo “yo veo”, o “he visto”. En el Antiguo Testamento el vocablo más antiguo para profeta era”vidente” (1 Samuel9:9) en la acepción literal de “el que ve.”

“El conocimiento,” en el uso bíblico del término impli­ca desde luego, el concepto de participación personal, pero también incluye las ideas de que es impartido como un incentivo y guía para la acción, y nunca meramente para proporcionar información. El conocimiento espiritual es ins­trumental: es un medio para lograr que la vida y el servicio del Cristiano sean agradables a Dios.

El conocimiento cristiano final es conocer al “único Dios verdadero y a Jesucristo” a quien Dios envió (Juan 17:3). En un párrafo de hermosura inolvidable, el escritor inglés Norman Snaith dice:

Esta es una clase de certeza que yo, por lo menos, tengo acerca de Dios. No es contraria a la razón, y dadas sus propias premisas, es tan lógica como las otras. Pero tiene sus propias premisas y son las que tienen su base en la experiencia de una Persona. Nadie me persuadió por argumentos y estoy seguro que nadie me disuadirá por argumentos. Yo jamás dependí en ese tipo de ar­gumentos. Si alguien me preguntara cómo es que estoy seguro de Dios, no podría darle más respuesta excepto que es de la misma manera en que estoy seguro de mi esposa. Exactamente cómo estoy seguro, no lo sé. Esta certeza ha sido reforzada, por las intimidades y la con­fianza mutua de los años, pero ¿cuándo principió... El creyente está listo a dar razones por la fe que en él hay, pero esa fe no depende de esas razones.3

3. La fe

El tercer carisma en la lista corintiana es la fe. La pala­bra fe tiene varios significados en el Nuevo Testamento. Se utiliza para describir la confianza obediente con que res­ponde el creyente al mensaje del evangelio. En este sentido no es uno de los dones —pero sí lo es en el sentido de que toda capacidad humana proviene de Dios. Algunas veces se ha interpretado que Efesios 2:8-9 significa que la misma gra­cia salvadora es un don directo de Dios: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no es de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que ninguno se gloríe.” Pero aquí el significado es que la gracia es el don de Dios. Por medio de la fe salvadora recibimos el “don de gracia” de la vida eterna (Romanos 6:23).

Las Escrituras también usan la palabra fe como sinóni­mo del requisito necesario para recibir el don de Dios de un corazón puro. Al informar del bautismo con el Espíritu que vino sobre Cornelio y su familia, Pedro dijo: “Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros; y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones” (Hechos 15:8-9). Cristo le dio a Pablo la misión de evangeli­zar a los gentiles: “Te envío, para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, remisión de pecados y herencia entre los santificados” (He­chos 26:16-18, cursivas del autor).

La fe también es usada en el Nuevo Testamento con el significado de fidelidad, o ser fidedigno. Así es usada en Gálatas 5:22-23, en donde se describe el fruto del Espíritu, que incluye “fe, mansedumbre, templanza.”

Pero la fe como un don del Espíritu no corresponde a ninguna de éstas. Es más bien la fe que describió el Señor Jesús en Mateo 17:20 —“fe como un grano de mostaza”— una fe que puede mover las montañas de dificultad. A tra­vés de la iglesia, muchas personas cuyos nombres quizás no aparezcan en ninguna lista de líderes cristianos sobresalien­tes, están empleando el don espiritual de la fe al enfrentarse al desafío de sus circunstancias.

El don de la fe es importante para alcanzar las respues­tas extraordinarias a la oración. La Palabra de Dios produce la fe cristiana básica. La fe para lo extraordinario viene como un don directo del Santo Espíritu. Esta fe que logra resul­tados es, en verdad, una de las capacidades mayores que cada uno de nosotros debería “procurar” (1 Corintios 12:30).

Hay dos puntos más que deben mencionarse acerca del don de la fe:

a.       En un sentido, la fe es la veta subyacente de todas las carismata. Así lo indica Romanos 12:3, 6 donde Pablo habla de hacer algo “según la fe que Dios ha dado” a cada uno, y habla del uso del don de la profecía “según la medi­da de la fe.”

b.       También puede implicarse que todos, hasta cierto grado u otro, pueden ejercer el don de la fe, y que todos de­ben ser animados a hacerlo. Si recordamos que la fe que lo­gra resultados no fue dada para que nosotros pudiéramos al­canzar todo lo que se nos dé la gana tener, sino para alcanzar lo que Dios quiere que tengamos, todavía podríamos apro­vechar lo que dijo William Carey: “Esperen grandes cosas de Dios; traten de hacer cosas grandes para Dios.”

Si fuera más sencilla nuestra fe

confiaríamos en su palabra fiel.

Nuestra vida florecería a la luz

de la dulzura del Señor Jesús.

4. Dones de sanidades

El cuarto don de la lista en el libro de Corintios ha sido ampliamente mal interpretado. Muchas de las versiones mo­dernas han pasado por alto el hecho obvio que en las tres veces que se menciona (1 Corintios 12:9, 28, 30) en el ori­ginal, tanto la palabra “dones” (carismata) como “sanida­des”, (iamaton) aparecen en el plural. No se trata de un “don generalizado de sanidad” que pueda aplicarse en beneficio de cualquier enfermo, y de todos los enfermos que pudieran acudir. Más bien, se trata de capacidades específicas para instancias específicas de sanidad.

La carta de Pablo está exactamente de acuerdo con San­tiago 5:14-15: “¿Está alguno enfermo entre vosotros Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pe­cados, le serán perdonados.” El hecho parece ser que la fe para una sanidad específica se dará (o se negará) cuando los creyentes oren respecto a la necesidad que tengan por de­lante.

Lo que Pablo escribe está de acuerdo con la experiencia de la iglesia a través de los siglos en su énfasis en los “dones de sanidades”. Que han ocurrido y que ocurren, aún, sani­dades milagrosas e inexplicables desde el punto de vista de los médicos es innegable. Pero es igualmente innegable el hecho de que hay veces que la sanidad ha sido negada.

Pocos estuvieron más generosamente dotados con do­nes de sanidades que el apóstol Pablo mismo. Sin embargo a veces él mismo no pudo echar mano de ellos. Tuvo que dejar a Trófimo, colaborador estimado, enfermo en Mileto (2 Timoteo 4:20). Rogó encarecidamente a Timoteo que se cuidara el estómago que frecuentemente le molestaba (1 Ti­moteo 5:23). Oró tres veces por “un aguijón en mi carne” (seguramente se trataba de un malestar físico del Apóstol), pero en vez de ser sanado recibió una bendición mayor que la sanidad física, la gracia suficiente de Cristo (2 Corintios 12: 7-10).

El hecho de que haya dones de sanidades no quiere decir que el trabajo consagrado de los doctores y las enfermeras deba rechazarse. Sólo el fanatismo rechazaría las medici­nas eficaces, y disponibles. El cristiano devoto reconoce la mano sanadora de Dios en toda curación, aunque sea una “masa de higos” que se ponga (Isaías 38:21), o se apliquen aceite y vino (Lucas 10:34). El padre de la cirugía moderna, Ambroise Paré dijo: “Yo cuidé al enfermo; Dios le sanó.” Dios sana mediante la creación cuyos secretos apenas empe­zamos a saber, y también por medio de Cristo.

Estos “dones de sanidades” son otorgados y usados a través de la iglesia en muchas maneras que no siempre son obvias. No debemos, como dice E. Stanley Jones, “permitir que los estrafalarios echen a perder” lo bueno que tenemos. Hay charlatanes y engañadores, y muchos abusos del sufri­miento humano en campañas que anuncian sanidades has­ta de la carie dental y que adornan sus tiendas de campaña con muletas y sillas de ruedas. Pero a la vez hay un grupo numeroso y creciente de cristianos devotos que están pre­dicando y practicando la sanidad divina. Muchos de ellos provienen de las denominaciones antiguas, como la epis­copal, la metodista o la presbiteriana. Sobresale en este cam­po el doctor Alfred Price, cuyo servicio semanal para sani­dad divina en la Iglesia Episcopal de San Esteban en la ciudad de Filadelfia, Pennsylvania, Estados Unidos de Amé­rica, ha llegado a ser una institución establecida con un his­torial intachable de buenos resultados. La Orden de San Lucas el Médico incluye a doctores, ministros, y laicos que por lo general proceden de las denominaciones tradiciona­les, y que ahora están dedicados al ministerio de la sanidad dentro de la iglesia.

Todo esto es excelente. Necesitamos reconocer que la sanidad física no es algún antojo cualquiera “agregado” al evangelio. Es una parte auténtica del plan de Dios para su­plir todas nuestras necesidades humanas de acuerdo con su voluntad. Esto nos desafía a tomarlo en serio y a recalcar más lo que siempre ha sido parte de nuestra herencia. Nos con­viene predicar, practicar, creer y exigir el ministerio de la sanidad divina.

Pero no debemos hacerlo de modo de atrapar a los que de otra manera están desinteresados en asuntos espirituales, ni como un anzuelo para los curiosos o los buscadores de lo sensacional. Debemos utilizar este don de sanidades como una parte verdadera e importante de la provisión de Dios en Cristo para suplir todas nuestras necesidades conforme a sus riquezas en gloria. En el ejercicio de la oración, la fe y la obediencia, “los dones de sanidades” son dados para la gloria de Dios el Padre.

5. Hacer milagros

El “hacer milagros” es el quinto carisma en la lista de Corintios. La frase griega es energemata dunameon. Ener­geia es la fuente etimológica de nuestra palabra energía, y dunamis es la raíz de los vocablos dinamo y dinamita. Los traductores han usado “habilidad, abundancia, hecho, fuer­za, milagro, potencia, poder y trabajo” para traducir dunamis. Han traducido energeia como “función, obra u opera­ción."

En todo el Nuevo Testamento el término dunamis es usado para describir resultados que no podrían producirse por agentes ni medios naturales. Hay muchos milagros fí­sicos descritos en el Nuevo Testamento. Muchos de éstos fueron reconocidos como señales o evidencias que autenti­caban la misión de Cristo y de los apóstoles. Juan, por ejem­plo, describe la transformación del agua en vino como archen ton semion (“principio de señales” o milagros, Juan 2:1-11); y a través del cuarto Evangelio, los milagros de Cristo se definen como “señales” (véase: 2:11, 23; 3:2; 4:54; 6:2, 14, 26; 7:31; 9:16; 11:47; 12:37; 20:30).

Aunque las señales que imparten autenticidad ya no son ni necesarias ni dadas (nótese el tiempo pasado en Hebreos 2:4), todavía se le dan a la iglesia poderes milagrosos. Uno pierde la paciencia con ese énfasis en lo milagroso que enfoca en superar con otro a cada relato milagroso, y que nos lleva casi a una atmósfera de circo en la que cada persona que ofrece algo parece decir: “¿Cómo puedes hacer tú más” Hay muchos testimonios de acciones milagrosas, dientes an­tes cariados que ahora ya están bien, piernas alargadas que antes no habían caminado nunca, pero el hecho es que por fantásticos que sean, son niñerías en comparación al poder milagroso que transforma las vidas.

Continuamente y por toda la iglesia, estamos viendo resultados que no pueden atribuirse solamente al elemento humano. Los milagros genuinos no son sólo físicos sino también sicológicos y espirituales. La mente y las tendencias de la gente se cambian cuando Dios obra milagrosamente en las vidas humanas. Gálatas 3:5 extiende el sentido de milagro hasta incluir aquellas transformaciones del carácter que son en verdad milagros de gracia. Fue un milagro el que colocó las estrellas en las extensiones del espacio; pero se requiere un milagro aún mayor para establecer el orden en el caso de una vida desordenada, hacer brillar la luz de Dios por ella (2 Corintios 4:6), y hacerla una persona nueva (2 Corintios 5:17).

6. La profecía

Profeteia, que significa hablar a los hombres “para edi­ficarles, animarles y consolarles,” es, como ya hemos nota­do, el único don espiritual que aparece en ambas listas, la romana y la corintia. En su Epístola a los Corintios, Pablo hace un comentario adicional que merece notarse. La evalua­ción de Pablo es que este es el más alto y el más deseable de todos los dones (1 Corintios 12:31; 14:1). Este don ya se discutió al tratar la lista de los dones que aparece en Ro­manos 12.

7. El discernimiento de espíritus

“Distinguir entre los espíritus falsos y el Espíritu ver­dadero” es como la Versión Popular traduce diakrisis pneumaton. Diakrisis significa “decisión, separación, dis­criminación, determinación,” todos los cuales son aspectos del discernimiento. Pneuma es el vocablo griego para aliento, respiración, aire, espíritu o el Espíritu, y también se traduce “vida” y “espiritual” en ciertos contextos en las Es­crituras. “La capacidad de distinguir entre los espíritus” es el título que Pablo le da a la capacidad que usa el cristiano cuando hace caso a las palabras de Juan: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; por­que muchos falsos profetas han salido por el mundo” (1 Juan 4:1).

Posiblemente haya una razón por la que Pablo pone “la capacidad de distinguir entre los espíritus” en este sitio cerca de los últimos dos dones o carismata en la lista corintiana. La confusión moderna sobre los dones de lenguas (a favor y en contra) es suficiente razón para la necesidad de tener poderes extraordinarios de discernimiento. El discernimien­to de los espíritus nos permite distinguir entre la obra del espíritu humano y la obra del Espíritu Santo.

8. Diferentes clases de idiomas

El octavo don o carisma en la lista del libro de los Co­rintios es gene glosson, que es traducido: “diversos géneros de lenguas,” o “don de hablar varios idiomas” (Torres Amat).

En nuestro título de esta sección hemos usado el voca­blo “idiomas” en lugar del vocablo más conocido de “len­guas,” a propósito y con razón. Hoy día el vocablo “len­guas” se ha asociado tan estrechamente al uso de “lenguas desconocidas” que es casi imposible escapar de esta conno­tación. Sin embargo, cuando se hicieron las traducciones del Nuevo Testamento al español, a fines del siglo dieciséis y a principio del diecisiete, la palabra “lenguas” significaba lo que ahora significa “idiomas”. Jesús le habló a Pablo en el camino a Damasco en el idioma (o en la lengua) hebreo (Hechos 26:14), y cuando Pablo habló a la multitud violen­ta en Jerusalén les habló en “la lengua hebrea,” que equi­vale a decir, idioma hebreo (Hechos 21:40). Juan vio “una gran multitud... de todas naciones y tribus, y pueblos y lenguas” (Apocalipsis 7:9); es obvio que aquí también es sinónimo de idiomas.

9. La interpretación de idiomas

El don compañero del don de “hablar en diferentes lenguas o idiomas” es el don de “explicar lo que se ha dicho en esas lenguas,” o sea la interpretación de lenguajes. La frase griega es hermeneia glosson. Hermeneia, de donde se deriva la palabra hermenéutica, significa “interpretación o traduc­ción.” Quiere decir expresar el sentido de algo que está en un idioma, en otro idioma. Traducir de un idioma a otro.

Puesto que ha habido amplio interés en los dones de lenguas, especialmente en lo que se llama hablar “en otras lenguas,” volveremos a este tema para examinarlo más de cerca en el capítulo siguiente. Sin embargo, y hasta enton­ces, podemos hacer aquí un repaso de los dones para el ser­vicio, combinando lo que aparece en ambas listas, la de Romanos y la lista de Corintios. Al hacerlo, encontramos un panorama maravilloso de las capacidades necesarias para que el cuerpo de Cristo funcione completamente:

1. Hablar a otros para hacerlos crecer espiritualmente, para animarlos y para consolarlos (1 Corintios 14:3).

2. Servir. El ministerio a las necesidades humanas.

3. Enseñar. El establecer a otros en la fe.

4. Animar o exhortar. Estimular la fe de otros cris­tianos.

5. Dar o compartir liberalmente.

6. Dirigir. Tomar la iniciativa en actividades manco­munadas con otros.

7. Compasión o interés. Sentir con otros.

8. Hablar con sabiduría.

9. La capacidad de adquirir conocimiento y de comu­nicarlo.

10. Fe como el grano de mostaza.

11. Dones de sanidades.

12. Milagros; especialmente, milagros de gracia.

13. Discernimiento de espíritus.

14. Diferentes clases de idiomas.

15. Interpretación de idiomas.

            Cada uno de nosotros debe reconocer con gratitud los dones que han estado obrando en nuestra vida. Nos convie­ne también procurar “los dones mejores” (1 Corintios 12:31) que todavía no vemos obrando en nosotros, o si no los vemos obrando tan abundantemente como requieren nuestras circunstancias o nuestras responsabilidades. Aun­que el Espíritu soberano se ha reservado a Sí mismo la dis­tribución de sus dones, El nos anima a desear los dones de mayor importancia.