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La Santidad Bíblica Obtenida por la «Ruta de Muerte,» L. S. Boardman

L.S. Boardman

10255 Stagecoach Rd.

Flagstaff, AZ 86004

<dd> Impreso en

Old Paths Tract Society, Inc.

Shoals, Indiana 47581 EEUUAA

2002 Dedicatoria

            A nuestra Trinidad adorable: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; y a mis esposas tan fieles y devotas, a Sarah Ethel, que está ahora en la gloria, y a Mattie, que está todavía conmigo en la tierra, a las dos, quienes han contribuido más a mi ministerio y a mi gozo que lo que las palabras jamás podrían expresar; a ellas siempre quedaré endeudado, por ahora y por toda la eternidad; y a estas personas se dedica humilde y cariñosamente este esfuerzo débil.

 

 

 

 

La Convicción Acerca De La Propiedad Literaria

            Mientras contemplaba la publicación de este tomo, el Espíritu Santo me aclaró que, así como con el libro EL PROGRESO DEL PEREGRINO, Dios no quería que este libro tuviera límite de derechos de la propiedad literaria. Es el deseo de Dios que cualquier editor del mundo, y en cualquier idioma, se sienta libre para reproducir este libro (se espera que se haga sin mutilación) y distribuirlo a las regiones más lejanas del mundo hasta el fin de los tiempos. Se produce este libro con el solo motivo de dar este mensaje importante a las multitudes hambrientas y engañadas del mundo. Por lo tanto, cualquier editor que desee hacerlo, puede sentirse libre para reproducir esta obra y tratarla según le guié el Señor. No hay condiciones.

—L.S.B.


 

 

 

 

Explicación

            Existen en el mundo de hoy en día muchos diversos grupos de personas que creen en la santidad. Hay sólo una clase de gente santa. La verdadera gente santa es la que ha experimentado la erradicación de la naturaleza carnal con la purificación del corazón por el amor santo. Creen esta verdad porque la Biblia la enseña claramente, y porque ellas mismas han pasado por ese camino por experiencia propia. No creen que la supresión es el plan ideal de Dios para tratar con la naturaleza carnal en el hombre. Sí, practicaban la supresión antes de ser santificadas por completo (por lo menos esperamos que la hayan logrado suprimir) pero cuando llegaron a ser santificadas ya no tuvieron ese problema carnal, es decir, mientras caminaban con Dios y retenían la bendición de un corazón puro.

            Al enfrentar este trabajo, se descubrió que existe muy poco material sobre este aspecto importante de la experiencia cristiana. Pudimos, sin embargo, encontrar declaraciones y alusiones breves, algunas de las cuales hemos incorporado en este tomo. Las Escrituras fueron nuestra fuente mayor de ayuda. Nos preguntamos, ¿no es extraño que un tema que la Biblia trata tan clara y enfáticamente se tome tan ligeramente Perdóneme, si en mi lectura habré pasado por alto algunas obras detalladas que tal vez existan sobre este tema importante.


Agradecimiento

            Sólo Dios sabe cuánto deba yo a los queridos amigos que han dado una crítica constructiva con interés profundo y consejos valiosos en la preparación de este manuscrito.

El Rvdo. Parker Maxey, decano de Teología en el BIBLE MISSIONARY INSTITUTE, se ha dado tiempo en su horario tan ocupado una y otra vez, para estudiar el manuscrito y dar sugerencias útiles.

            El Rvdo. Kenneth Fay, con su esposa, Eleanor, amigos y colaboradores de nosotros durante toda la vida, han estudiado el manuscrito con sumo cuidado, y han sido muy útiles.

            El Rvdo. William (Bill) Meek también merece las gracias muy especiales por su ayuda.

            Nuestros hijos preciosos, Charles y Arlene Boardman, han sido de una ayuda inestimable con las horas que han pasado en escrutinio esmerado, en estudiarlo, en corrigirlo y en escribirlo en máquina.

            También, nuestro querido amigo, M.E. (Wally) Walrath, fundador y director de THE SHEPHERD'S FOLD en Santa Cruz, California, ha sido de mucha ayuda para que este libro esté presentable.

            Numerosas cartas de ánimo, que estimamos mucho, vinieron de pastores, evangelistas, y amigos misioneros alrededor del mundo.

            Nuestra gratitud profunda de corazón también abarca a una multitud de amigos, quienes en conferencias, en convenciones, y en campañas de avivamiento y visitas de amistad, han mostrado un interés profundo en este proyecto, y cuyas palabras amables han sido de mucho ánimo. Dios está llevando las cuentas, y todos los que hayan ayudado de alguna capacidad, especialmente en la oración, recibirán su recompensa.

Por último, mi querida esposa, Mattie Boardman, ha tenido una influencia profunda y mano controladora al través de la composición del manuscrito—a ella, por esto y por su influencia en general sobre mi vida y ministerio, le quedaré siempre endeudado.


 

 

 

 

Palabras Amables De Nuestros Revisadores

            Este capítulo sobre «la ruta de muerte» fue excelente y muy necesario. Dios le bendiga a usted y su esfuerzo —Rvdo. L. P. Roberts.

            Yo digo un «Amén» con todo mi corazón. He creído en la ruta de muerte durante todos los sesenta y cuatro años que he vivido para Dios —Evangelista C. Helen Mooshian.

            Gloria a Dios por la ruta de muerte que enseña la Biblia

—Rvdo. John Spivey.

            No comprendo cómo un predicador o laico puede leer el capítulo seis de Romanos y negar la existencia de la ruta de muerte —Rvdo. Wendell Dozier.

            ¡Gloria al Señor! Funcionó para mí en el 1939. ¡Completamente! Muerto a A.G. y a sus planes. ¡Sólo Cristo! ¡Completamente! —Rvdo. A.G. Weiss.

            Me gusta mucho su capítulo sobre la ruta de muerte. Fue suficientemente claro. Recuerdo haber pasado por ese mismo camino como alumno en B.M.I. Le doy gracias a Dios porque alguien tuvo la presencia de Dios suficiente como para predicar la verdad a mi alma indigna. ¡Gloria al Señor! —Rvdo. Randy Lucas, misionero a Japón.

            Yo fui una de aquellas personas a las cuales se les aconseja que «digan tener la santidad» o que «confíen» solamente. Yo hice mucho esfuerzo, pero la carnalidad nunca fue quitada y nunca había pasado por la ruta de muerte al yo. Sin embargo, el Dios fiel que no me dejaba ser engañado me mostró mi corazón carnal y me ayudó a hacer la oración de la ruta de muerte y Él limpió mi corazón de todo el pecado que quedaba. ¡Bendito sea Su Nombre para siempre! Él mora hoy en la plenitud de la bendición del Evangelio de Cristo —Rvdo. Paul Pumpelly.

Creo que este capítulo acerca de la «ruta de muerte» es absolutamente la cosa mejor que jamás he leído. Cuánto agradezco el tiempo que usted se dio para compilarlo.... Es un mensaje fuerte, lleno de interés y de poder —Rvdo. Kenneth Fay.


El Reconocimiento Del Autor

            Es difícil creer que una persona que trata de servir a Dios pueda sufrir más bajo el látigo de la carnalidad que lo que sufrí yo. A veces esta cosa odiosa era muy dolorosa, pero por años no comprendía el secreto de la curación. No sabía «morir» al yo carnal ni tener un corazón santificado. Muchas veces pensé que era santificado, pero había otras ocasiones en las cuales sabía que no lo era. Había orado acerca de ello en secreto muchísimas veces durante los dieciséis años en los cuales serví a Dios. Durante la mitad de ese tiempo pastoreaba una iglesia de santidad. Creía en la santidad bíblica, y la predicaba; pero nunca la había experimentado. En el tiempo en que fui alumno en un instituto bíblico en el cual se enseñaba la santidad estudié la doctrina de la «entera santificación», y aprendí a recitar sus preceptos; pero todavía me hacía falta tener la experiencia en mi corazón. Gracias a Dios, dos años después del tiempo que pasé en el instituto, un evangelista que predicaba la «ruta de muerte», H.B. Huffman, fue a la iglesia que pastoreaba yo en Saratoga Springs, Nueva York, y L.S. Boardman, ese pastor carnal por fin «murió», oró hasta obtener la victoria y fue santificado. Esa fue la primera vez que esta convicción por la carnalidad, y el hambre por la santidad de corazón llegaron a estar tan intensas que estuve dispuesto a pasar al frente delante de todos, a confesar mi estado carnal, y a buscar a Dios en público. Después de varios días de «examinarme» y «morir para mí», por fin llegué a terminar con el «yo» orgulloso, carnal y terco, y Dios santificó mi corazón. Por primera vez en mi vida, tuve el verdadero descanso de mi alma y la paz del Consolador que vivía dentro de mí. Un relato más detallado de mi experiencia se encuentra en el capítulo dieciséis.


 

 

Paloma Divina

            Mientras viajaba desde Des Moines, Iowa a Conway, Arkansas el día 2 de mayo de 1985, y hablando solo en voz alta, dije:

            —¿No sería maravilloso si Dios me diera una poesía hoy

            El Espíritu Santo debió haber escuchado lo que dije porque casi inmediatamente Él puso en mi mente el primer verso de esta poesía. Escribí las primeras cuatro líneas e hice el intento de escribir más, pero no pude. Entonces oré:

            —Santo Espíritu, sé que hay más de esta poesía que lo que me has dado. ¿Tendrías la bondad de darme el resto de ella

            Apenas me salieron las palabras cuando Él comenzó a derramar en mi mente los demás versos. Sin que yo parara mi coche, las palabras se me vinieron tan pronto como podía escribirlas en un bloc de papel a mi lado. Al cerrar este testimonio breve, deseo honrar al dulce Espíritu Santo al incluir esta poesía que Él inspiró y puso en mi mente en aquella ocasión.

                Tú, preciosa Paloma de la Trinidad,

                                abogado del amor santo,

                Consolador, por la gracia divina,

                                ¡y al pensar que eres mío!

 

                Tú, que haces real a nuestro Salvador.

                                Con una Presencia que podemos sentir—

                Intercesor muy divino—

                                ¡todo el cielo conmueve este corazón mío!

 

                Te honramos, nuestro bendito Huésped—

                                dulce Espíritu de Dios; dulce Espíritu Santo.

                Sobre todas las cosas del tiempo y de la tierra,

                                desde que encontramos el nuevo nacimiento.

 

                Y Tú, Paloma que descendió

                                de la sala del trono de Dios, en lo alto—

                a este corazón carnal mío;

                                haciéndolo puro y enteramente Tuyo.

 

                Quitas mi tendencia al pecado—

                                pones la santidad de Dios por dentro—

                prendes un fuego que arderá para siempre,

                                por toda la eternidad.

 

                Mi lealtad Tú la tendrás,

                                con el vaivén de las edades,

                Santo Espíritu, Paloma Divina—

                                estoy contento porque mío eres.1

            A lo largo de estos casi cuarenta años maravillosos, en los cuales he gozado de la liberación del alboroto interno, y aun pasé por las sombras y los ataques furiosos de Satanás, el dulce Espíritu Santo ha sido mi Intercesor, mi Consolador, y mi Guía hasta esta hora de mi vida. Él hace que Cristo sea real y vibrante dentro de mí, dándome el contentamiento en medio de muchas tristezas, me dio poder en medio de la debilidad humana, y me libró de las vacilaciones persistentes. Sin Él no podría yo haber conocido a Jesús, ni podría haber tenido los beneficios de la expiación, ni ninguna esperanza del cielo. Mas en Él, tengo todo esto.


 


Contenido

Capítulo                                                                              Página

        I.    Testimonios Oportunos de la Liberación

                  Por Medio de la «Ruta de Muerte»...................... 13

       II.    La Base Bíblica de la «Ruta de Muerte».................. 29

      III.    Ejemplos Bíblicos de la «Ruta de Muerte».............. 36

      IV.    No Es Ni Necesaria Ni Deseable la

               Uniformidad de la   «Ruta de Muerte» .................. 40

       V.    El Pretexto del Lenguaje Defectuoso....................... 46

      VI.    Se Engañan Solos Los Que Tratan de

               Evadir la «Ruta de Muerte»..................................... 49

    VII.    La Muerte Hasta lo Profundo de la

                      Depravación...................................................... 57

   VIII.    Cuando Muere la «Ruta de Muerte»...................... 65

      IX.    La Erradicación Es Esencial .................................... 72

       X.    El Corazón Tiene Hambre de la Santidad.............. 77

      XI.    La Firmeza o la Inestabilidad de la Fe..................... 82

     XII.    ¿Habrá Bálsamo, o Habrá Lamentación .............. 92

   XIII.    El Humanismo—El Schullerismo—Un Camino

                  a la Apostasía........................................................ 98

   XIV.    El Resultado de Rechazar la «Ruta de Muerte»... 102

    XV.    Una Apelación Ardiente........................................ 111

XVI.       ¡Es Real!................................................................... 114



 

 

 

 

Capítulo Uno

 

Testimonios Oportunos de la Liberacion

Por Medio de «la Ruta de Muerte»

Se debe entender desde el principio lo que significa el término «ruta de muerte». Las personas nunca estarán de acuerdo sobre ningún tema si definen sus términos de maneras distintas. Algunas de las oposiciones más fuertes contra el cristianismo de la «ruta de muerte» vienen de personas que se equivocan acerca de lo que queremos decir con este término.

Ciertamente es lamentable que se rebaje una enseñanza bíblica tan vital como lo es la santidad de la «ruta de muerte», y es triste que se cause un daño incalculable a la causa de la verdadera santidad, simplemente porque no se entiende lo que significa el término.

Al decir «ruta de muerte» queremos decir el mantenerse firme en contra de la carnalidad y el entregar al Espíritu Santo cada característica carnal revelada para que sea crucificada. Las  características carnales, sin embargo, no son crucificadas una por una. Ellas son entregadas (muere uno para ellas) una por una, bajo la luz penetrante del Espíritu Santo, cuando se busca la santificación. Entonces, cuando el Espíritu Santo da el golpe mortal a la naturaleza corrupta, todas las características carnales son destruidas en un solo golpe de poder divino. Así, el corazón es purificado y hecho perfecto por el santo amor de Dios que el Espíritu Santo derrama en el corazón (Ro. 5:5). Sólo la gente muerta vive completamente–muerta al yo y viva para Dios.

Nuestro hijo, Charles R. (Chuck) Boardman dice:

–Por veinticinco años he definido la «ruta de muerte» como el camino divino por el cual Dios guía al alma que busca la santidad.

Rompe el yugo del pecado innato,

y pon mi espíritu en completa libertad;

no puedo descansar hasta estar puro por dentro,

hasta estar completamente perdido en Ti.

Tal vez no haya mejor manera de aclarar lo que queremos decir con el término «ruta de muerte» que relatar el testimonio del Rvdo. Lyle Potter, pues él describe gráficamente el trauma por el cual pasó cuando «murió» a su propio yo carnal y fue santificado por completo.

 

Rvdo. Lyle Potter Murió al Yo1

A mí me gusta predicar acerca de Eliseo. Tengo muchas cosas en común con él. Cuando Eliseo tomó aquel camino, decidido a obtener todo lo que Dios tenía para él, y eso satisfacía el anhelo profundo de su corazón sin importar lo que le costara, pude ver a Lyle Potter que hizo exactamente lo mismo.

Sí, yo me preparé en un buen instituto. Pasé algún tiempo trabajando en el mundo comercial. Dios puso Su mano sobre mí y me llamó al ministerio. Y recuerdo que un día, después de haber predicado en la Iglesia del Nazareno como pastor por cuatro años, estaba orando, pidiendo a Dios que enviara un avivamiento a nuestra iglesia. Ahora, aquel era un lugar en especial en donde pastoreaba. Yo era un pastor joven, con poca experiencia, y hacía mi mejor esfuerzo (Dios me había ayudado–era mi segundo pastorado). Estaba orgulloso de ver la manera en que aparentemente se movían las cosas. Pero dije para mí: Si sólo tuviéramos un avivamiento del Espíritu Santo al estilo antiguo en esta iglesia, esto es lo que necesitamos. Y me puse de rodillas y comencé a orar. Estaba bombardeando el cielo y haciendo todo lo posible. El Señor esperó que yo llegara al momento de cansarme porque Él quería hablarme. Pero sólo hablaba yo. Se me acabó el aire y me detuve brevemente y el Señor dijo:

–Un momento, hijo.

Dijo:

–Hijo, antes de que Yo pueda enviar un avivamiento al estilo antiguo a esta iglesia necesito enviar un avivamiento al estilo antiguo a tu corazón. Hijo, has estado predicando ya por muchos años, pero tendrás que confesar que muchísimas veces has tenido dudas acerca de si mi Espíritu Santo esté en tu vida o no. Hijo, me gustaría calmar todas esas dudas para que puedas ser un testigo eficaz para mí.

–¡Ay! pero, Señor, un momento. Tú sabes, Señor, que estoy dispuesto a hacer todo lo que quieras que haga. Señor, Tú sabes cuántas veces hice una consagración, y cuántas veces he orado acerca de este asunto. Y, Señor, sabes que fui con Fulano de Tal, y con cierto evangelista, y con cierto pastor y les dije: –Esta es mi situación. ¿Crees que estoy bien

Dije:

–Señor, Tú sabes que dijeron que yo estaba perfectamente bien. Sabes, Señor, que siempre que yo he predicado un mensaje acerca de la santidad y que algunas personas han pasado al altar, y cuando he ido para tratar de ayudarles a buscar la santifición, la duda se ha levantado de nuevo en mi alma: ¿Estás seguro de que Él ha venido a tu vida También, Señor, Tú sabes que me he ido a casa y he orado casi la mitad de la noche, y me he asegurado de que todo estaba sobre el altar y me he sentido bien y me dije a mí mismo: Seguramente todo está bien; y Tú sabes que yo he durado así hasta que se predicara el siguiente mensaje ardiente acerca de la santidad y he estado de nuevo bajo presión.

El Señor dijo:

—Hijo, te tengo algo mucho mejor que esa duda acerca de tu relación conmigo, y quiero que lo decidas en esta campaña. Quiero que te pongas a buscar la santidad. [HAY MULTITUDES QUE SE HACEN PARA ATRÁS EN ESTE PUNTO]

—Ay, Señor—, dije, —pero soy el pastor aquí, Padre. ¿Qué va a pasar cuando confiese que no tengo la experiencia que debo tener Señor, no puedo pagar este precio. No puedo hacerlo por el bien de la iglesia; yo no puedo hacerlo.

Dije:

—Señor, ¿qué va a pasar si me pongo a confesar que tengo una necesidad espiritual, y que no estoy firme en mi experiencia

Y así es, amigo. Por dieciséis años había sido salvo, pero nunca había orado hasta tener la victoria y la seguridad de que el Espíritu Santo había limpiado mi corazón. Dije:

—Señor, si confieso ahora que nunca he recibido la victoria sobre la carnalidad, voy a quedar en la ruina.

El Señor dijo:

—Hijo, ya estás arruinado.

Dije:

—Señor, comienza a parecer así. Señor, si confieso que no estoy como debo estar el próximo domingo por la mañana, tal vez me digan en mi iglesia que ya quieren que yo sea su pastor. Y tendrían buena razón. [AL VIEJO HOMBRE POR NADA LE GUSTA MORIR.]

Dije:

—Señor, allí está el Dr. Sanner. El ha sido mi Superintendente de Distrito por cuatro años. Señor, ¿sabes lo que oí el otro día El le dijo a alguien que yo era uno de los predicadores jóvenes más sobresalientes del distrito.

Me gustaba pensar en eso. Le dije:

—Señor, ¿qué pasará si él llega a saber que no estoy establecido ni en mi propia experiencia Señor, jamás me dará otro lugar en dónde predicar. Señor...permíteme hallar otra manera de salir de este problema. No puedo.

El Señor dijo:

—La única cosa que hacer, hijo, es tomar el camino que Eliseo tomó. Deja que se queden en las orillas los que quieran, pero tú tienes un hambre en tu corazón que quiero saciar. Has estudiado la Teología de la santidad, pero nunca la has recibido verdadera, definitiva, y positivamente, sin duda alguna en tu corazón. Hijo, esta cosa es real—la cosa más real que te puede acontecer. Quiero quitar las dudas. Quiero arreglar el asunto.

Para entonces yo estaba debajo de la banca. Cuando comencé a orar, golpeaba la banca desde arriba, pero cuando el Señor terminó de hablar conmigo, sólo gateaba yo. Estaba muy abajo. Me sentía lo más bajo posible.

Dije:

–Señor, ayúdame; estoy en una condición terrible. Quería que vinieras para ayudar a mi gente, y me tocaste a mí. ¿Qué voy a hacer

El Señor dijo:

–Hijo, hay sólo una cosa que hacer. Has estado predicando durante estos años que si Dios pone luz en tu camino, tendrás que caminar en ella, porque si no lo haces, empezarás a caminar en las tinieblas.

Enfrenté ese asunto aquel día.

Dije:

–Señor, nunca predicaré otro sermón. Señor, si nunca me llaman a otra iglesia; si el nombre de Lyle Potter, que es en verdad conocido a través de nuestro distrito y a través de varios distritos–si ese nombre queda fuera de circulación y es olvidado desde ahora–voy a arreglar este asunto, aunque me muera al hacerlo.

Sé lo que se siente al saber que mis hermanos en el ministerio me miren mientras salgo de mi asiento y confieso una necesidad espiritual. Pensé que iba a morir. Y les confieso que dentro de los próximos tres días, yo morí en verdad. Pero el morir era la cosa que no quería hacer–morir a mí mismo, y morir a mis ambiciones, y morir a mis planes, dejándolo todo. Esas son las cosas que no quería hacer; y luché y batallé con ello por dieciséis largos años. Pero desde aquel momento dije:

–Señor, no probaré bocado hasta no determinar este asunto en mi vida.

Y dejé de comer. Tomaba un poco de leche cuajada para mantener mi fuerza, y por tres días estuve orando.

¿Qué quieres decir ¿Orabas todo el tiempo

Oh, no. Dormía de noche; tenía que hacerlo para poder seguir orando de día. Continué con mi trabajo pastoral, pero oraba en dondequiera que tuviera la oportunidad. Fui a las montañas a orar. Fui a la recámara a orar. Oré en el altar de la iglesia. Fui al salón multiuso de la iglesia (había allí un cuarto pequeño para los niños) y en este cuarto me ponía a orar. Examinaba mi corazón.

Dije:

–Oh, Dios, quiero que Lyle Potter deje de existir. Quiero que vengas, Señor, y que me examines por completo hasta lo profundo, hasta saber que mi corazón está limpio y que has venido a morar en mí.

Dije:

–Señor, he comenzado ya y no voy a detenerme hasta no estar seguro de ello.

Muchas veces había hecho consagraciones. Muchas veces había orado largamente, y había dicho: Creo que todo está bien. He hecho todo lo que puedo. Pero el Señor me preguntaba:

–¿Recibiste el Espíritu Santo cuando creíste

Y, sí, recibí algo–de alguna manera hubo una fe que se extendió y recibió una confirmación que yo nunca había tenido. Y mientras no la tenía, iba flotando con la corriente. No sabía exactamente en qué condición me encontraba. En cuanto a una seguridad positiva y definitiva–una seguridad de que era míaCno la tenía.

Cierto día pasaba yo por el plantel del instituto y oí cantar a los jóvenes en la capilla. Cantaban de corazón: «Oh, jamás olvidaré la experiencia del poder pentecostal». Me dije a mí mismo:

–Es un canto maravilloso. Tiene mucha emoción, el único problema es que es demasiado positiva.

Pensé en mis experiencias anteriores y dije:

–No ha habido ninguna ocasión en la cual el fuego haya caído, pero todavía sé que estoy consagrado. Sé que pertenezco a Dios. Y no creo que exista tal cosa como para insistir en que la gente tenga una seguridad positiva y definitiva de que el Espíritu Santo ha venido a morar en el corazón.

Tal vez usted pregunte:

–¿Cómo obtuviste una teología como esa

Le diré en dónde la recibí. Fue mi experiencia. Y era la experiencia de muchas otras personas que yo conocía.

Dije:

–Mientras muchas otras personas estén en la misma situación, todo debe estar bien.

Hay un canto que dice: «Es real, es real. Oh, yo sé que es real». Ese canto era demasiado definitivo en mi opinión. Dije para mí: Sé que uno puede saber que está consagrado. Puede saber que se ha entregado a Dios. Pero tocante al saber definitiva y positivamente que Él ha aceptado la consagración y que el Espíritu Santo ha entrado a vivir en el corazón, me pregunto si realmente esa es la cosa en la que debemos insistir.

Yo había leído libros. Siempre buscaba el último capítulo en donde hablaba acerca del testimonio del Espíritu, y veía que muchas personas estaban confusas, y dije para mí: No estoy solo en el movimiento de santidad, y creo que tendré que seguir con esta posición. [QUÉ TRAUMA CUANDO UNO ESTÁ FRENTE A SU EJECUCION.]

Pero Dios comenzó a hablarme y empecé a examinar mi corazón. Insistentemente dije:

–Señor, seguramente no tengo que pasar la vida con una incertidumbre acerca de esta experiencia en mi propio corazón. Y seguí así los próximos tres días, y ustedes dirán: Hermano Potter, ¿por qué te dejó Dios orar tres días Porque yo era muy terco. Uno no tiene que orar ni un minuto si está dispuesto, literalmente y sin reserva, a dejar que el Señor haga Su voluntad. Pero yo tenía una teología que necesitaba ser reconstruida.

Bud Robinson dijo:

–Cuando estamos buscando la santificación, el Señor prende el fuego y lo deja que hierva. Y mientras hierve todas las impurezas salen a flote y el Señor las quita. Bud Robinson dijo que cuando él buscaba ser santificado, el Señor prendió el fuego. Él quitó todas las impurezas. Y a su manera inimitable, dijo:

–Yo pensaba que me iba a convertir en escoria.

Les digo, amigos, que yo pensé durante esos tres días que me iba a convertir en escoria. Estaba asombrado de cuánto del yo había en mi corazón. Estaba asombrado también al ver las ambiciones que yo tenía las cuales estaban fuera de la voluntad perfecta de Dios. Estaba maravillado de cuánto existía de Lyle Potter, y de lo poco que había del Espíritu Santo. Dije:

–Oh, Dios, quiero que esto sea el fin de mis esfuerzos hasta que puedas literalmente tomar el control.

Sucedió al tercer día por la tarde. Estaba yo en la capilla pequeña, en el altar para los niños, en una de las bancas chicas, orando. Era una banca pequeña. Estaba arrodillado al lado de ella. Una banca para niños es casi de mi tamaño de todos modos.  A espaldas mías, en el altar de los niños, oraba de rodillas Reuben Bridgwater, el evangelista que estaba con nosotros en la campaña. Mientras oraba yo le decía a Dios que quería que Él limpiara mi corazón. Estaba confesándole a Él, pero había esa incertidumbre y esa duda.

Decía:

–Quiero llegar al punto de no poder hacer nada más.

Mientras oraba, Reuben Bridgwater, detrás de mi, comenzó a cantar, y en su rica voz de tenor–la puedo oír ahora–«Oh, límpiame, oh, límpiame. Mis ojos han visto Tu santidad. Oh, manda esa ardiente llama purificadora; y límpiame en el nombre de Jesús».

Mientras él cantaba dije:

–Dios, eso es lo que yo quiero. Eso es lo que estoy esforzándome por alcanzar. Ese es el deseo de mi alma. Voy a morir si no lo obtengo.

Y mientras él cantaba, de alguna manera vi una promesa. Hay muchas promesas en el Libro [de Dios]. El Señor dijo:

–«Si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo Su Hijo nos limpia de todo pecado».

Dije:

–Señor, he estado caminando en la luz por tres días. Señor, hice exactamente lo que hizo Eliseo. No sé qué más hacer.

El Señor respondió:

–Hijo, hay una promesa para ti. Has hecho todo lo que puedes hacer y has llegado al fin de tus propias fuerzas. ¿Por qué no te afianzas de una promesa y te lanzas y confías en Mí para que te santifique por completo

Dije:

–Oh, Dios, tengo miedo hacerlo. ¿Qué pasará si no sucede nada ¿Qué pasará si sigo con estas dudas

Él respondió:

–Hijo, sólo hay un paso que tienes que dar ahora que llegaste al fin de tus propias fuerzas. Quita tus ojos de tu consagración, y mírame a Mí con fe, creyendo; toma Mi Palabra por la fe, creyendo, y te santificaré, y te haré saber que la obra está hecha.

–Oh, Señor–, dije, –tengo miedo hacerlo.

Él dijo:

–Más vale que lo hagas, hijo; es la única manera.

Entonces Reuben Bridgwater llegó al coro. Comenzó a cantar:

–Me limpia a mí. Me limpia a mí. Mis ojos han visto Su santidad.

Dije:

–Señor, voy a afianzarme de Tu promesa y a lanzarme.

–Y sabe usted lo que hice Confié en una promesa de Dios. Me solté de todas las cosas del mundo, y dije:

–Señor, creo en Ti ahora para que limpies mi corazón.

–Gloria a Dios! Algo me aconteció. Les diré lo que pasó: Llegué al final de los esfuerzos de Lyle Potter.

Tal vez usted pregunte: ¿Sentiste algún toque eléctrico No sentí nada. Dirá Ud.: Yo pensé que había mucha emoción en esto. Escuche, mi amigo, no sentí nada, pero, le diré una cosa: Yo sabía que había llegado al fin de mi orar. Si hubiera habido otra oración que hacer, no habría sabido formar las palabras...llegué al final de las fuerzas de Lyle Potter al punto hasta donde Dios había estado tratando de hacerme llegar desde hacía dieciséis años. Me agarraba de mi reputación, y me agarraba de mi posición, y simplemente no me atrevía a soltarlas.

Dios quería que yo llegara al final de mis esfuerzos. Y allí en aquella pequeña capilla de niños, en la tercera tarde, llegué al final. Me levanté. Extendí mi mano y dije:

–Reuben, creo que Él ha venido. No hubo ninguna manifestación, no hubo ninguna emoción exterior. Yo sabía en mi corazón que había orado hasta llegar al final.

Tal vez usted pregunte: ¿Gritaste en alabanza a Dios No, mi esposa todavía es quien alaba a Dios en voz alta. Tal vez pregunte: ¿Brincaste una de esas bancas No quiero jactarme, pero podría haber brincado tres de ellas fácilmente, pero no brinqué ninguna cosa. Estaba muy quieto ese día. Tenía la seguridad en mi corazón de que lo que yo no había querido hacer por dieciséis años, por fin lo había hecho–oré hasta obtener la victoria, y toqué el borde de Su manto. Vino un Espíritu a mi vida aquel día que nunca había tenido anteriormente. Es una seguridad que nunca me ha dejado. Desde aquel día hasta la fecha he atravesado los valles profundos. He pasado por la oscuridad sin poder ver a dónde iba. He estado por los suelos cuando parecía que no tenía la salvación, pero yo sabía que había hecho una consagración. Sabía que había entregado algo en Sus manos y Él me lo guardaba fielmente. Nunca he dudado desde aquel momento hasta el presente que Dios aceptó mi consagración y que mi corazón fue limpio.

Nada de lo que el diablo me dijo sucedió. Y todo lo que él me dijo que no iba a suceder, sí, sucedió. Desde aquel día hasta la fecha he tenido más oportunidades de testificar para Él. He tenido más invitaciones a predicar. Han estado más personas en el altar buscando a Dios. Desde aquel día hasta la fecha relaciono todo con lo que me sucedió hace quince años y medio, cuando por fin oré hasta alcanzar la victoria.

Qué Dios nos dé más personas como Eliseo. ¿No está usted cansado de las dudas ¿No está cansado de escuchar mensajes de santidad y de anhelar en su corazón que así fuera Escuche, amigo, podemos orar hasta obtener la respuesta acerca de todo lo demás del mundo. ¿Por qué no oramos hasta obtener la respuesta en eso también No nos llevará tres días, no nos llevará tres horas y no nos llevará tres minutos si estamos dispuestos a que Dios haga Su voluntad, y si le mostramos pruebas de que estamos decididos desde lo profundo de nuestra alma. Dios quiere que estemos decididos.

            Así termina el testimonio de Lyle Potter que explica muy claramente lo que queremos decir con tomar la «ruta de muerte» hasta la crucifixión del yo y ser santificado «enteramente».

Este pequeño verso majestuoso acerca de la «ruta de muerte», de la pluma del santo Bedome tocará una campana en su alma si usted tiene la realidad de esta experiencia de la santificación o si tiene la santidad en su vida.

Y ¿deberé yo separarme de mí mismo,

mi amado Señor, por Ti

Es lo justo, pues Tú has hecho

mucho más que eso por mí.

 

E.E. Shelhamer Tomó la «Ruta de Muerte»2

Ahora, este testimonio adicional de la experiencia del Rvdo. E.E. Shelhamer revela muy clara y enérgicamente el hecho de que los esfuerzos humanos de la consagración y la crucifixión divina del yo carnal no son la misma cosa. Uno puede consagrar todo lo que quiera sin experimentar la erradicación de la naturaleza carnal, de otro modo uno podría santificarse meramente por hacer una consagración. La consagración hará posible la crucifixión porque recibe el consentimiento de uno mismo y causa que uno esté dispuesto a recibir el golpe mortal para la corrupción carnal del corazón.

Aquí está el testimonio del Rvdo. Shelhamer acerca de su santificación.

Recuerdo muy bien mi propia experiencia cuando era un predicador joven. Me di cuenta del hecho de que aunque había tenido yo cierto éxito en ganar almas, en ocasiones dudaba si todo el mal genio había desaparecido o no. Cuando se lo dije a mis hermanos, ellos trataron de calmar mis temores diciendo que fue una tentación o la debilidad. Dijeron que yo tenía demasiado alta la norma. Durante seis años dije haber recibido la bendición (de santidad] varias veces. Pero veo ahora que mis consejeros me desviaron. Tenían buenas intenciones, pero en lugar de enseñarme que la santidad del corazón era una experiencia, una crucifixión interior, ellos creían, como muchos hoy en día, que era una gran bendición. Fui enseñado a hacer una consagración completa, poner todo sobre el altar y creer que el altar santificaba la ofrenda. Pero este no era mi problema–la falta de consagración y del abandono a Dios. ¡No! Yo estaba totalmente entregado a Dios y me gozaba en hacer Su voluntad. No buscaba una bendición. Quería la pureza. Mis buenos hermanos me desviaron de mi problema interior hacia una bendición y más actividad por fuera.

Por fin, oí a un poderoso hombre de Dios contar su experiencia–él había predicado y testificado de la santidad por veinticinco años sin tenerla. Pero cuando el Espíritu Santo le reveló su depravaciónCla profundidad del orgullo, la voluntad propia y el infierno (así como lo enseñaba Wesley), él clamó:

–¡QUIERO MORIR! ¡QUIERO MORIR!

Dijo que por tres días él confesó y aborreció la carnalidad, y de repente el fuego refinador de Dios le purificó de todo a todo. Cuando supe esto, dije inmediatamente:

–Esta es la ruta bíblica–la ruta de muerte.

El Espíritu Santo me llevó paso a paso hasta que llegué al final de mís propios esfuerzos, y fue dado el golpe mortal y el testimonio claro fue recibido de que la Sangre preciosa, sí, limpiaba AHORA MISMO de todo pecado. ¡Gloria a Su Nombre!

 

El Testimonio Oportuno de Bradford Henshaw3

Apreciable lector, permítame otro testimonio vivo que ilustre claramente la crisis santificadora al final del proceso de la «ruta de muerte». Nuestro amigo *Brad+ estuvo *muriendo+ por algún tiempo. Había llegado al punto de estar decidido. Dejaremos que él lo cuente en sus propias palabras:

Al fin llegué al punto en que el único problema que yo tenía para ser santificado era el de tener la fe. El evangelista E.E. Michael estaba predicando en una campaña de avivamiento en la iglesia de Davenport, la iglesia local a la cual asistía yo, y yo había pasado al altar todas las noches; toda la oración ya se había hecho y la ruta de muerte había quedado atrás. Estaba consagrado, me había puesto sobre el altar, y había muerto hasta el grado en que un hombre podría morir. Pero la «ruta» no santifica. La crucifixión de la naturaleza carnal es un acto de Dios. Tenía yo que confiar en Dios para que me santificara por Su verdad; yo tenía que confiar en Su palabra.

Además, de predicar cada noche en la Iglesia de Davenport, el hermano Michael también predicaba todos los días en el culto de capilla del instituto. Una mañana, entré a la capilla y algo extraño estaba sucediendo; todo la gente estaba parada en silencio y temor reverente. Ni los maestros, ni el hermano Michael había entrado todavía, pero Dios estaba presente tan fuertemente que nadie podía sentarse. En el pasillo fuera de la capilla había un alboroto y caos con el cambio de clases; pero en cuanto los estudiantes entraban a la capilla, cada uno se impresionaba inmediatamente con una reverencia santa. Todo era quieto y glorioso, el piano y el órgano comenzaron a tocar suavemente. Alguien en la congregación comenzó a cantar y todos nos unimos en el canto de alabanza y adoración. Pronto llegó todo el personal del instituto y el presidente (director), B.M. Loftin, pasó al púlpito. Todo calló.

–No necesitamos hacer ninguna otra cosa en esta mañana. Dios está aquí, –sonrió él. –Si usted tiene una necesidad en su corazón, este es un buen momento para que ore hasta obtener la victoria.

Los asientos de la capilla comenzaron a vaciarse cuando los estudiantes se encaminaron a los pasillos y hacia adelante. Un treinta por ciento del cuerpo estudiantil trataba de buscar lugar alrededor del área del altar para orar. Para cuando llegué al frente, la plataforma y el altar estaban llenos con gente que buscaba a Dios. Las primeras dos filas estaban llenas y cada espacio disponible estaba ocupado con un alumno arrodillado. Decidí que tendría que acostarme debajo del piano siendo que era el único espacio vacío que yo pude encontrar.

–Señor, –dije, –estoy aquí porque quiero que me santifique. –Y eso fue todo. Cualquier otra oración hubiera sido demasiado. Yo me había puesto completamente sobre el altar y ahora lo demás le correspondía a Dios. Yo esperaba.

Dios estaba presente poderosamente, pero después de unos pocos momentos, me di cuenta de que Él estaba debajo del piano de una manera especial. Él había descendido a donde yo estaba y acampaba sobre mi misma alma.

–Es el Espíritu Santo, –me dije a mí mismo. Cuando Le reconocí, Él posó sobre mí. –Es el Espíritu Santo. Está aquí mismo sobre mí.

–¡No! –gritó el diablo, –¡No es el Espíritu Santo!

–Sí, es el Espíritu Santo, y Él ha venido para santificarme.

–¡NO! ¡NO! –gritó Satanás. –¡NO ES ÉL! ¡ÉL NO TE VA A SANTIFICAR!

–Por supuesto que es Él, –contesté. El decir otra cosa hubiera sido mentira.

–Él no te va a santificar, –gritó el adversario.

–Pues, sí, lo va a hacer, –respondí positivamente. –Es por eso que Él está aquí. En aquel momento el Espíritu de Dios entró quietamente a mi corazón.

Satanás murmuró algo que no se entendía y se fue.

Seguí acostado allí por un largo minuto y por fin Dios preguntó: –¿Te santifiqué

–Sí, Señor.

–¿Estás seguro ahora –preguntó dulcemente.

–Sí, Señor. Estoy seguro.

–Pues, –pareció decir, –¿por qué no te sales de debajo del piano

Comencé a levantarme, pero antes de que yo pudiera sacar mis pies, la gloria de Dios tocó mi alma, y tuve que agarrarme de las esquinas del piano por miedo de saltar por el área llena del altar. Nunca podría describir lo que sentí, pero lo que sentí no era tan importante como la obra que se hizo. Mi corazón fue limpio del pecado innato. En un instante, debajo del piano, fue cambiada mi naturaleza por medio de la venida del Espíritu Santo de Dios. El cuerpo de pecado fue erradicado y el Espíritu Santo vino a morar en mi corazón. En el vaso que una vez clamaba por la plenitud de Dios, ahora estaba una armonía resonante mientras la criatura y el Creador se hicieron uno solo.

*     *     *     *     *

            El Rvdo. Walter Smith tenía la comprensión correcta de la «ruta de muerte», de la crucifixión del yo, cuando nos dio esta pequeña joya siguiente. Debe ser el lloro del corazón de cada alma humana del mundo que tiene hambre y sed de la experiencia de tener un corazón puro.

Lávame, Tú, por fuera y por dentro,

o limpia con fuego si así debe ser;

no importa cómo, si sólo el pecado

se muere en mí, se muere en mí.

La Sorprendente Necesidad Espiritual

de los Líderes

A la luz de estos testimonios uno se pregunta a cuántos de los líderes de la iglesia, con sus seguidores, no les habrá hecho falta morir para sí mismos desde lo profundo de su corazón, y llegar a ser santificados por completo­. El reto de San Pablo en 1 Ts. 5:23 y 24 debe encender un fuego en cada corazón humano de un deseo irresistible de ser lo mejor que pueda ser para Dios. Escuche el desafío de Pablo: «Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os llama, el cual también lo hará».

En ocasiones en las cuales los líderes de la iglesia no poseen una experiencia pura y blanca, no importa lo sinceros que sean, su influencia carnal y no santificada seguramente apagará el tono espiritual de su iglesia. Dios quiera que mientras preparemos a nuestros jóvenes para el futuro liderazgo de la Iglesia, seamos diligentes al orar y trabajar en el altar y les enseñemos a enfrentar su naturaleza carnal hasta que obtengan la victoria definitiva, y hasta que sean santificados enteramente. Pero ¿cómo puede suceder esto cuando los que instruyen a los que buscan a Dios (a veces el pastor o el evangelista) no tienen un corazón puro y santificado Si ellos mismos nunca han tomado la «ruta de muerte», ¿cómo pueden entenderla, o instruir inteligentemente a los que la buscan No hay otra cosa que sea más dañina a la vida espiritual y al poder de una iglesia que el tener líderes que no conocen actualmente la crucifixión del yo, y el bautismo igualmente radical del Espíritu Santo y fuego.

Si usted es líder, u oficial, de cualquier nivel en la iglesia, sea local u otra cosa, hay quienes le siguen a usted, y están bajo su influencia. Mi amigo, ¿no le asusta este pensamiento o por lo menos ¿no se levanta en usted la solemnidad del día del juicio

Si Cristo va a vivir y reinar en mí,

debo morir;

con Él debo ser crucificado;

debo morir;

Señor, encájame los clavos, no hagas caso a mi gemir,

mi carne puede retorcerse y clamar,

pero de esta manera y sólo así

debo morir.

 

Cuando esté muerto, querido Señor, para Ti

viviré;

Mi tiempo, mi fuerza, mi todo a Ti

lo daré.

Qué el Hijo de Dios me libre ahora.

Aquí, Señor, Te entrego todo;

por el tiempo y para la eternidad.

Viviré.

 

El Secreto del Trabajo Santo de Müller

Cuando alguien le preguntó a George Müller el secreto de su trabajo, éste contestó:

–Hubo un día en que morí a George Müller;–y mientras hablaba, se dobló más y más hasta casi tocar el suelo–a sus opiniones, a sus preferencias, a sus gustos y a su voluntad; morí al mundo, a su aprobación y a su censura; morí a la aprobación y a la culpa de aún los hermanos y amigos. Desde entonces he procurado presentarme aprobado  solamente a Dios.4

Las demandas de Dios son razonables;

el precio del pecado es peor.

Dame la santidad de Dios de la *ruta de muerte+

en lugar de la maldición carnal.


 

 

 

 

Capítulo Dos

 

La Base Bíblica de la «Ruta De Muerte»

 

            Necesitamos examinar la Palabra de Dios para ver si nuestros términos e interpretaciones están de acuerdo con ella. Los siguientes versículo contienen muchas referencias directas al cristianismo de la «ruta de muerte»; y así identifican a todos los verdaderos cristianos con Cristo mismo. Cristo afirmó:

 

                «Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo» (Lc. 14:27).

 

            El autor de la epístola a los Hebreos insistió:

 

            «Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio» (He. 13:13). (Fuera del campamento quería decir a la crucifixión.)

 

            Los que NO se identifican así con Cristo tampoco pueden identificarse con Él en ninguna otra manera. Recuerde, estimado lector, el cristianismo de la «ruta de muerte», con el destronamiento total de la voluntad propia y la entronización total de Cristo, es el único cristianismo verdadero. Este es el cristianismo que Cristo fundó, y es el único que los apóstoles predicaban y practicaban. Ninguna cosa que sea menos que «la muerte» al viejo yo carnal es genuina. Note los pasajes siguientes escritos por el apóstol Pablo:

«Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gá. 2:20).

 

«Porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis» (Ro. 8:13).

«¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte» (Ro. 6:3).

 

«Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo...» (Ro. 6:4).

 

«Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección» (Ro. 6.5).

 

«Sabiendo esto, que NUESTRO VIEJO HOMBRE FUE CRUCIFICADO JUNTAMENTE CON EL,7 para que el cuerpo del pecado [la carnalidad] sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado» (Ro. 6:6).

 

«Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Ro. 6:11).

 

«Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios» (Col. 3:3).

 

«Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros...» (Col. 3:5).

 

«A fin de conocerle...y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte» (Fil. 3:10).

 

«Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo» (Gá. 6:14).

 

«En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos» (Ef. 4:22).

 

«Palabra fiel es esta: Si somos muertos con él, también viviremos con él» (2 Ti. 2:11).

 

La Revelación del Diario Morir

                «Llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús...Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús...» (2 Co. 4:10-11).

 

                «Cada día muero» (1 Co. 15:31).

 

            El «diario morir» del cual hablaba Pablo quiere decir llevar la vida cristiana en una entrega total a Jesucristo, con el yo destronado, y Cristo entronado; con el yo fuera del trono, y Cristo exaltado.

Morir juntamente con Cristo;

                                es éste el fin de la contienda.

Sepultarme juntamente con Cristo;

                                                es ésta la puerta de la vida.

            Los que están inclinados a menospreciar la «santidad de la ruta de muerte» insistirán en que el «diario morir» solamente quiere decir que cuando los cristianos de la iglesia primitiva decían delante de la gente que era cristiana, enfrentaban cada día la muerte física.

            Es muy cierto que esos primeros discípulos, después del Pentecostés, sí enfrentaban la posibilidad de la muerte física cada vez que se reunían con los creyentes. Pero ellos tenían que mantener su entrega de muerte al yo cada día para poder enfrentar a diario las persecuciones mortales a las cuales estaban expuestos. Los que no permanecieron muertos al yo en forma diaria, se hicieron para atrás así como lo hizo Demas, y abandonaron las filas de los discípulos fieles (2 Ti. 4:10).

            En la cita mencionada anteriormente de 1 Corintios 15:31, Pablo remachó el clavo del «diario morir» en el versículo 31 al decir «Cada día muero», y afirma la misma verdad en el versículo 34 al decir que los que no creen lo que él dice acerca del diario morir, «...no conocen a Dios». Y es muy cierto. En el tiempo de Pablo era un asunto de o ser MÁRTIR o ser TRAIDOR. Sinceramente, ¿será muy diferente hoy ¿No es todavía una decisión entre el reino de Cristo y la trampa sorprendente del diablo

 

 

La Crucifixión Constante de Carvosso2

            Muy pocas personas, con la tremenda influencia sobre los demás que mantuvo William Carvosso a través de mucho tiempo como un líder de clase en la iglesia Metodista, han preservado un mejor espíritu humilde. Él experimentó con mucho éxito una rara pobreza del espíritu hasta el fin de su vida. Dejó este testimonio: «Tal vislumbre tan humillante de mí mismo, mucha pobreza de espíritu que jamás había sentido antes». Estas son temporadas provechosas cuando mi alma queda vacia del yo, y llena con la plenitud divina».

            Este laico precioso, una joya rara en verdad, uno de los líderes de clase más importantes de todos los tiempos en la Iglesia Metodista, convencería al liderazgo atontado de nuestros tiempos de su culpa cuando dijo: «Cómo humillan mi alma estas cosas hasta el polvo. Con un corazón profundamente afectado con mi propia insignificancia, caigo dulcemente a los pies de Jesús».

 

Dios Necesita de Mártires que Hayan Muerto al Yo

                Dios necesita de mártires—pocos están dispuestos;

uno entre millones cumple los requisitos,

falsamente acusados—nunca exonerados;

otros viven, pero estos tienen que morir.

Mueren, pero no por el proceso de la naturaleza,

pisoteados—pisoteados en la tierra;

sobre una cruz o sobre la leña ardiente.

Pero, ¿quejarse—Ni una palabra.

Moisés ayudó a su pueblo para que recobrara el ánimo,

les guió con la visión que tenía,

pero él no ganó los laureles.

Dios quiso que mejor muriera.

Esteban, el mártir más fiel de Dios

se arrodilló en medio de las pedradas,

vio abiertos la tumba y el cielo,

y él pasó por el camino solo.

Las manos tiernas sepultaron su cuerpo,

pero su espíritu se elevó hacia el cielo,

mientras el Salvador se paró a saludarle,

y recibirlo en su hogar para siempre.

 

Juan el Bautista, el que «preparó el camino»,

predicó la verdad y el precio pagó;

prefirió menguar—Dios lo había deseado,

pero él la vida eterna ganó.

Cristo trabaja mejor con los mártires fieles,

el necesita de tales personas para marcar el alto;

pocos correrán el riesgo—mucho menos quedarse con ello,

pero con ellos Él, sí, mora.

En el Reino eterno allá,

cuando se entreguen los premios,

habrá algunas grandes sorpresas,

y sin duda asombro también.

Porque los fieles que fueron pisoteados

bajo la desaprobación del tirano,

temblarán allá—sin esperar nada,

recibirán la corona de mártir.

—L. S. B.—

 

Muerto al Mundo

            El verdadero cristiano mantiene una actitud diaria de muerte al MUNDO y a todo lo del mundo que es contrario al Espíritu del Trino Dios y a las Santas Escrituras. Desde el inicio de la vida cristiana de Pablo en el Camino a Damasco, hasta su conclusión por el edicto de César en Roma, el insistió: «...el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo» (Gá. 6:14). El amor hacia el mundo en el corazón DEBE morir, porque si no, Cristo se verá obligado a salirse de ese corazón. El espíritu mundano y el Espíritu Santo nunca pueden reconciliarse el uno con el otro.

 

Muerto al Pecado

            El verdadero cristiano mantiene un rechazo al PECADO en su vida. «Así también vosotros consideraos muertos al pecado...» (Ro. 6:11). También: «Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado» (Ro. 6:6). «...los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él» (Ro. 6:2).

 

Muerto al Yo

            Además, el verdadero cristiano mantendrá una actitud de muerte hacia el YO. El capítulo once de Hebreos contiene una gran lista de personas dignas, quienes murieron totalmente al YO. El relato llega a su punto culminante con este elogio majestuoso: «Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra» (He. 11:37 y 38).

            La gran mayoría de los que dicen ser cristianos, aun en las filas de la santidad, cuando se enfrentan cara a cara con su propio estado carnal y su propia ejecución, se han hecho atrás y han buscado un camino más fácil. Hicieron una pequeña consagración superficial, derramaron unas pocas lágrimas fingidas, lo tomaron por la fe y siguieron profesando una experiencia de gracia que nunca fue real en sus propios corazones. No experimentaron realmente la muerte total de su yo carnal, ni el bautismo con el Espíritu Santo y fuego. Es un camino amargo y una muerte dolorosa del yo, pero no hay ninguna dulzura más grande que la que por fin se culmina en la experiencia gloriosa del amor perfecto, el amor de Dios que fue derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo (Ro. 5:5).

La Cita Con la Muerte

Tuve una cita con la muerte

En una campaña mucho ha;

El yo carnal fue crucificado.

Y recibió por fin el golpe mortal

Mi amigo, ¿has pasado por esta muerte

¿O faltaste a tu cita

 

Tuve una cita con Dios;

Padre, Hijo y Espíritu Santo;

Este Trino Ser ahora tiene el control,

Él era mi Invitado, pero ahora me invita Él a mí.

Mi amigo, ¿gobierna Él totalmente en tu vida

¿O faltaste a tu cita

 

Tuve una cita con la muerte—

Al mundo, al yo y al pecado me atreví a morir;

Abrí de par en par la puerta de mi corazón vacío;

Y le permití entrar, para crucificar al yo.

Mi amigo, ¿es real esta muerte en ti

¿O faltaste a tu cita

 

Pronto habrá otra alegre cita con Cristo,

Pues, el rapto de la iglesia se acerca ya;

En las nubes, cuando se dé la «hora cero»,

Así como el relámpago parte el cielo, Él aparecerá.

Mi amigo, tu lámpara entonces debe estar llena y ardiendo

Porque si no, a tu cita para siempre faltarás.

 

—L.S.B.—


 

 

 

 

Capítulo Tres

 

Ejemplos Bíblicos de la «Ruta de Muerte»

 

            Los hombres muertos valen lo indecible. Las Escrituras abundan en ejemplos de grandes almas del pasado que tomaron la «ruta de muerte» hacia su subyugación completa, y la entronización total de Dios en su vida.

            Job, de antaño, tuvo la experiencia de morir al yo con Dios. Él declaró: «Aunque él [Dios] me matare, en él esperaré» (Job 13:15). Job acababa de perder su salud y toda su gran riqueza. También perdió a sus diez hijos. Terminaba de cavar diez sepulturas nuevas y llevar a cabo un funeral múltiple. Si él no hubiera muerto a su familia, a sus posesiones, a su salud y aún a la vida misma, y también a la dirección de Dios que es difícil de entenderse, nunca habría manifestado con tanto triunfo un espíritu valiente en medio de la pena que partía su alma. Multitudes de almas más débiles siguieron el consejo de su esposa o de su esposo y maldijeron a Dios y murieron (Job 2:9).

            Cuando Dios le dijo a Abraham que ofreciera a Isaac en holocausto, le hablaba a un hombre muerto. Si el Abram carnal de antaño hubiera estado vivo todavía, se habría resistido. Tal vez hubiera preguntado a Sara acerca de ello, y ella tal vez le habría convencido de no hacerlo. Duró Abraham tres días y tres noches en aquel viaje al Monte de Moriah para ofrecer a Isaac. Hubo suficiente tiempo como para pensarlo y volverse atrás, pero estaba resuelto. Abraham no siempre había estado completamente muerto al yo. Había fallado y echó a perder las cosas bastantes veces, pero para esta hora se había establecido y Dios podía confiar en él.

            Difícilmente se encuentran fuera de las Escrituras palabras más profundas que éstas de la pluma de un poeta anónimo:

Así en Tus brazos de amor, Oh, Dios, reposo,

Perdido, para siempre perdido para todo menos para Ti.

Mi alma contenta, desde que aprendió a morir,

Ha encontrado vida nueva en Tu infinidad.

            San Pablo era un hombre muerto—completamente muerto. Estaba muerto cuando sus más íntimos amigos lloraron y se prendieron de él, rogándole que no subiera a Jerusalén. Ellos sabían que él iba a ser encarcelado y tal vez asesinado, y que jamás volverían a ver su cara en este mundo. Él respondió con palabras que han resonado a través de los siglos: «¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón Porque yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, mas aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús» (Hch. 21:13).

            Esteban era un hombre muerto cuando predicó aquel sermón memorable registrado en Los Hechos, capítulo siete, y pagó por ello con su vida. Estaba muerto mucho antes de que lo mataran. Había experimentado su propia crucifixión personal, y estaba lleno del Espíritu Santo y de fe (Hch. 6:5).

            Volvemos de nuevo al tiempo del Antiguo Testamento: Daniel era un hombre muerto. También lo eran los tres jóvenes hebreos que no adoraron a la imagen del rey (Dn. 3:16 a 18).

            Jonás no era un hombre muerto. Obedeció por fin a Dios, pero le llevó tres días en el estómago del pez, con la certeza que debía someterse a Dios, porque si no, nunca saldría de aquella prisión. Aun después de que obedeció de mala gana, las cosas no sucedieron como él deseaba, así que tuvo un ataque carnal, y puso mala cara, y dijo que ya no quería vivir (4:1 a 3). La naturaleza carnal es odiosa. Con razón Martín Lutero dijo: «Temo más al papa del yo que al Papa de Roma».

            Tampoco Balaam era un hombre muerto; ni Demas, ni el Rey Saúl, ni millones de otros parecidos a ellos. Dijo G.D. Watson: «Recuerde, la conversión es un nacimiento y la santificación es una muerte».1 El yo carnal debe morir. La única manera en que uno puede llegar a vivir por completo para Dios es por medio de la muerte al yo. Predíquémoslo, hermanos. Ninguno de nosotros vale nada para Dios hasta no estar muerto—completamente muerto. Las únicas personas con quienes Dios puede contar son las personas muertas.

                Si todo el reino de la naturaleza fuera mío.

                                Sería un regalo demasiado pequeño;

                Amor tan maravilloso, tan divino.

                                Demanda mi alma, mi vida, mi todo.

 

Cristo Nuestro Modelo Por Excelencia

            En el compromiso de la «ruta de muerte», Cristo es nuestro campeón escogido. San Lucas dice de Él: «Cuando se cumplió el tiempo en que él había de ser recibido arriba, afirmó su rostro para ir a Jerusalén» (Lc. 9:51).

            San Juan alcanzó a oír a Cristo orando, y transmitió Sus palabras de resignación de la «ruta de muerte» así: «Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré  ¿Padre, sálvame de esta hora Mas para esto he llegado a esta hora» (Jn. 12:27).

            De nuevo, Cristo dijo a Pedro: «,..la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber» (Jn. 18:11). Años después, Pedro confesó a Cristo como nuestro modelo por excelencia, animándonos para que le siguiéramos a Él fielmente, quien «...padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas» (1 P. 2:21).

            El Padre Celestial, en el principio del ministerio terrenal de Cristo, nos aseguró que Él tenía complacencia en Su Hijo (Mr. 1:11).2 Sin embargo después de mirar el desarrollo humano de Cristo, y de ayudar con Sus milagros, y de escuchar Su predicación poderosa, y de sentir que Su corazón se quebrantaba de tristeza por los pecados del mundo, el Padre no podía estar satisfecho por completo hasta que vio la «...aflicción de su alma...» y hasta que Él [Cristo] había «...derramado su vida hasta la muerte...» (Is. 53:11 y12).

            El Padre Celestial siente lo mismo acerca de nosotros. Él vio las «obras» de todas las siete iglesias del Asia, y, sin embargo, halló defectos en ellas, con la excepción de la iglesia de Filadelfia, y mostrando así que Él no estaba satisfecho sólo con las obras.

            En el tiempo en que vivimos, las iglesias ponen gran énfasis en las «obras», y dan gran importancia a la «fe», pero ni el Padre, ni el Hijo, ni el Espíritu Santo estarán satisfechos por completo con nosotros hasta que no hayamos derramado nuestra alma hasta la muerte. No como mártires, porque eso no es suficiente. No como un sacrificio para los pecados. No hay eficacia en nuestra sangre. Pero, en lugar de eso LA MUERTE AL YO CARNAL SIMPLEMENTE QUIERE DECIR QUE SE QUITA DE NUESTRO CORAZÓN TODA RESISTENCIA A TODAS LAS DEMANDAS DE JESUCRISTO SOBRE NUESTRAS VIDAS. Nuestra muerte no es expiatoria, ni es un sacrificio meritorio, pero, sí, es una sumisión voluntaria a la crucifixión total del yo carnal y voluntarioso, y la entronización de Jesucristo en todas las áreas de nuestra existencia terrenal.

 

Muéstrame según soporte mi alma,

la profundidad del pecado innato;

declárame toda la incredulidad,

y el orgullo que obra por dentro.


 

 

 

 

Capítulo Cuatro

 

No Es Ni Necesaria Ni Deseable la Uniformidad de la «Ruta de Muerte»

 

            Al hablar de la «ruta de muerte» no estamos diciendo de un modo estereotipado por el cual toda persona que busca la santidad tiene que hacerlo. Sería imposible que toda la gente siguiera el mismo modelo a causa de las extensas diferencias en las personalidades, en lsucrianza, en su temperamento, en sus debilidades y en las variaciones heredades de la carnalidad. Las principales características de la carnalidad no son las mismas en toda la gente. Unas personas batallan sobre un punto y otras personas batallan sobre otro. Lo importante es que todas las almas recorran el mismo terreno empezando con la condición en que estaba su corazón cuando Dios le convenció por primera vez de su carnalidad, hasta llegar al momento de la ejecución del yo, en el cual quedó muerta su naturaleza rebelde contra Dios y contra Su voluntad, y su corazón fue purificado—y lleno con el perfecto amor santo. Nadie jamás llegará a ser santificado por completo si trata de obtener la santidad de la misma manera por la cual la alcanzó otra persona. El Espíritu Santo no sigue modelos fijos en estos asuntos.

            Por ejemplo, Tom Bly, un laico que estaba en nuestro tercer pastorado y lleno del Espíritu Santo, fue santificado cuando iba en camino a su casa en su carretón sin muelles después de un culto de la noche, después de buscar la santidad en el altar de la iglesia todas las noches durante tres semanas y de no alcanzar la victoria.

            Él dijo:

            —Cayó el Espíritu Santo sobre mí; pensé que me iba a quemar por completo.

            Fairy Chism, que fue misionera en África, fue santificada cuando iba a pie a su casa después de un culto de la noche. Ella buscó fiel y desesperadamente durante dos años. Se levantó del altar en esa noche sin alcanzar la victoria—casi en el punto de la desesperación. Duró dos años para morir a sí misma, a Fairy Chism. El Espíritu Santo cayó poderosamente sobre ella en esa noche—con un poder que reposó sobre ella durante los muchos años de su ministerio distinguido, como misionera en África y como evangelista cuando llegó otra vez a los Estados Unidos.

            Reuben A. (Bud) Robinson fue santificado en una milpa en donde trabajaba con el azadón. El tío Bud, así como se le decía con cariño, fue considerado el evangelista más amado de su generación.1

            Nuestro querido amigo y hermano pastor, Hubert Terry, fue santificado cuando estaba acostado boca abajo en el piso debajo una mesa en un aula de la escuela dominical. Él tenía tres días de estar buscando la santidad y de morir a sí mismo.

            El Dr. Finees Bresee predicaba una campaña en su propia iglesia donde pastoreaba, y al darse cuenta de que su experiencia de la salvación no satisfacía sus necesidades, pasó al altar para buscar a Dios y Él le santificó. El doctor Bresee llegó a fundar la Iglesia del Nazareno, y sin duda fue uno de los predicadores de la santidad más grandes que jamás haya vivido.2

            C.B. Jernigan, que después surgió entre los grandes de los predicadores de la santidad, cargaba con un arado sobre los hombros, oraba y lloraba cuando descendió el fuego del cielo y Dios lo santificó. Perdió el arado y la naturaleza carnal al mismo tiempo, pero recibió la bendición de un corazón santificado.3

            El Dr. H.C. Morrison, otro grande entre los predicadores de la santidad, al leer la carta que le escribió un amigo, sintió mucha convicción acerca de su carnalidad. Inmediatamente se puso a orar hasta que Dios le santificó. Sin embargo, al hacer caso a un consejo equivocado, Morrison perdió la experiencia, pero después de una lucha tremenda, la alcanzó nuevamente. El Dr. Morrison perdió su experiencia de la santidad de corazón porque se le persuadió que no debía testificar de que la tenía, aun cuando el hacerlo honoraba al Espíritu Santo. La segunda bendición de la santidad no fue popular en esos tiempos y le era fácil a uno guardar silencio sobre el asunto para evitar la persecución. Pero la persecución es exactamente lo que necesitan los cristianos, y su testimonio ungido es lo que Dios requiere y también lo honra y lo recompensa (Ap. 12:11).4

            Para hablar de las variaciones, el Dr. A.M. Hills, después de morir al yo carnal, siguió con hambre y sed de la bendición de la santidad. Tenía 25 años de caminar en el «desierto» de la condición de no ser santificado. Antes de levantarse por la mañana en un día de invierno, sintió que debía confiar en que ya era santificado. Él escribió lo siguiente: «Empecé a hacerlo, y en eso, rápidamente vino el Espíritu Santo a dar testimonio de que ya se había hecho. Un inundación de gozo llenó mi alma y clamé:

            —¡Bendito sea el Señor! ¡Gloria al Señor! Él, sí, ha venido y llena mi alma».

            Recibió el testimonio del Espíritu Santo y nunca lo perdió durante toda su carrera poderosa en el ministerio.5

            En contraste, el Dr. J.B. Chapman, que por muchos años fue superintendente general de la Iglesia del Nazareno, fue salvo bajo una enramada en Septiembre del 1899, y fue santificado a la noche siguiente. Después de cuarenta y siete años él testificó claramente que todavía tenía la experiencia.6 La santidad es la gracia establecedora. Ayuda mucho para prevenir el retroceso (1 Ts. 3:13); Ro. 1:11; He. 13:9; 2 P. 1:12).

            El Dr. S.A. Keen relata su experiencia de buscar y obtener la santidad de corazón. Él dice:

–Luché contra la duda, vislumbré la santidad, y después solté la confianza y volví al desierto del legalismo—el de haz lo mejor que puedas y ocúpate de tu salvación con temor y temblor, en donde anduve por casi once años.

Después de graduarse de la Universidad Wesleyana de Ohio (Ohio Wesleyan University) en el 1868, él empezó su pastorado en Chilicothe, Ohio. Aquí dice él:

—Nuevamente llegué a estar en vistas de la tierra de Canaán. Tenía hambre de probar sus frutas generosas. El primer trimestre de mi cargo pastoral sentí un gran anhelo de librarme del pecado en mi alma.

A principios de enero inició una campaña extendida en su iglesia, en la cual, aunque aumentó la asistencia, no hubo convertidos. Cuando salió del púlpito el domingo por la noche, el día 3 de enero de 1869, el Espíritu Santo le habló y le dijo:  ¿Cómo puedes esperar que los pecadores actúen de acuerdo a sus convicciones cuando tú no actúas de acuerdo a las tuyas»

—Ese flechazo me mató, —dice el Dr. Keen. —Yo vi en un instante lo que estorbaba para que no hubiera un avivamiento. El problema era el mismo predicador. Se quebrantó mi corazón. En ese mismo momento empecé a buscar a Dios lo mejor que pude. Clamé:

—Señor, soy completamente Tuyo—palabras que yo había dicho cien veces,—pero esta vez llevaban este pensamiento: Señor, soy Tuyo para que hagas esta obra en mí.

Apenas me acabaron de salir las palabras cuando llegó una paz inexplicable a mi corazón. Me levanté de rodillas, pues se había terminado la oración.

 No reconocí que se había hecho la obra de la santificación. Lo único que sabía era que había llegado a mi alma una bendita paz. Seguí con el trabajo del pastorado, mis pasos fueron ligeros y alertas, mi corazón estaba lleno de gozo....La paz se profundizó más. Dormí profundamente. Llegó el domingo por la mañana. Me levanté y nuevamente me arrodillé a orar, pero lo único que podía decir era: Señor, soy Tuyo, completamente Tuyo. Después hubo una sensación aun más dulce de reposo en mi alma.

Cuando terminé de prepararme para predicar como a los diez minutos para las once, me arrodillé para pedirle a Dios que me ayudara a predicar, no para pedirle que me diera la plena salvación. En cuanto mis rodillas tocaron el piso fue dado el testimonio del Espíritu a mi alma, diciendo:

—Ya se hizo la obra.

Entonces me dí cuenta de que por dieciocho horas yo había estado limpio, lleno, plenamente salvo y no lo sabía. Mi corazón saltaba de alegría, mi alma que naturalmente ardía rompió en una llama de éxtasis y mi cabeza se hizo una fuente de lágrimas. El río Jordán quedaba atrás. Ya había alcanzado la tierra de Canaán que anhelaba durante mucho tiempo. Ese día muchos pecadores se entregaron a Dios y en unas cuantas semanas más de 160 personas se habían convertido. Desde ese día, ni en el verano ni en el invierno me ha dejado el Señor sin que hubiera benditos avivamientos penetrantes. El día 10 de enero de 1869 empezó una nueva época en mi vida espiritual. La característica de mi experiencia desde entonces ha sido el reposo, la libertad y un calor santo en mi alma.7

 

*        *        *        *

 

El Dr. S.A. Kean fue un predicador muy inteligente que daba discursos muy cultos, pero éstos no tenían el toque vital del Espíritu Santo. En el transcurso de su ministerio él anunció una campaña evangelística en la cual hubo buena asistencia en varias reuniones, pero durante ese tiempo nadie buscó al Señor. Después de la séptima noche, el Dr. Kean se fue a su casa y le dijo a su esposa:

—Algo está mal en mí. Si yo estuviera bien con Dios, no podría predicar sin tener resultados.

Así empezó una plática entre él y su esposa, en la cual ella afirmó que él nada más estaba desanimado y deprimido, pero él sintió que no era así y dijo:

—No es así. Si yo estuviera bautizado con el Espíritu Santo, la gente se estaría entregando a Dios.

A lo cual la señora Kean respondió:

—Si tú necesitas esto, entonces yo también. Busquemos juntos el bautismo del Espíritu Santo.

Durante las próximas siete noches el Dr. Kean siguió con la campaña, pero a la conclusión de cada culto, él y su esposa se arrodillaban solos en el altar y le pedían a Dios que los santificara por completo con el bautismo del Espíritu Santo. El séptimo día Dios derramó de Su Espíritu sobre S.A. Kean. En esa noche cuando él predicaba como siempre en la iglesia, la gloria del Señor descendió con ternura sobre la gente y muchas personas cayeron de rodillas en el altar. De allí en adelante durante los próximos treinta años él llegó a ser famoso como un predicador inteligente, ganador de almas y predicador de la santidad bajo cuyo ministerio miles de personas obtuvieron la bendición de la santidad.9

 

            (Favor de ver la lista de referencias al final de este libro para ver las pruebas bíblicas de que esa santificación es definitivamente una segunda obra de la gracia.)

            El Dr. S.A. Kean daba como fecha del principio de su poder espiritual ese séptimo día de buscar a Dios cuando clamó:

            —¡Ya vino! ¡Él ha venido! Yo sé que estoy lleno con el Espíritu Santo.

            El Dr. S.A. Kean es famoso por sus libros: Tratado Sobre el Pentecostés y Tratado Sobre la Fe.

Hay un enemigo de poder oculto

que el cristiano debe temer.

Es mucho más sútil que el pecado externo

y para el corazón es más amado.

Es el poder del egoísmo,

el yo orgulloso y voluntarioso;

y antes de que el Señor pueda reinar en mí,

el YO tiene que morir.


 

 

 

 

Capítulo Cinco

 

El Pretexto del Lenguaje Defectuoso

 

            Algunos de nosotros estuvimos vivos en los tiempos en que las iglesias de santidad empezaron a evitar ciertos términos que caracterizaban el vocabulario del movimiento moderno de la santidad desde su inicio. Para frenar esta tendencia fatal, el Dr. J.B. Chapman, el superintendente general, escribió lo que unas personas consideraban el libro más importante que jamás escribió él. Le dio como título «THE TERMINOLOGY OF HOLINESS» (LA TERMINOLOGÍA DE LA SANTIDAD). Uno de los términos por el cual luchaba el Dr. Chapman fue la «erradicación» según se aplica a la naturaleza carnal en el hombre. El libro sin duda marcó el alto a esta tendencia liberal por algún tiempo, pero aparentemente nada más era un retraso temporal. Las personas que observaban con cuidado se fijaron que cuando se hicieron a un lado los términos significativos, la realidad del significado de esos términos recibió cada vez menos énfasis, hasta que fueron completamente abandonados o por lo menos casi lo fueron.

            Muchas personas murieron al yo y fueron santificadas por completo sin comprender que seguían una terminología o un modelo doctrinal en especial. Pero tenían mucha hambre de poseer un corazón puro y un amor perfecto y simplemente obedecieron la dirección del Espíritu Santo, por la fe, hasta llegar a la crucifixión total del yo carnal. Recibieron la bendición de la santificación, en algunos casos, sin haber oído decir de ella, o sin saber cómo se llamaba.

            El Rvdo. Parker Maxey relata de una pareja de edad avanzada a quien él conoció cuando era un pastor joven. Dice:

                Durante los tiempos de los pioneros una pareja joven de antecedencia irlandesa estaba trabajando en el estado de Colorado para sacar un terreno para sí. Ellos se habían convertido maravillosamente, y estaban llenos del gozo del Señor. Pero, por supuesto, estaban batallando contra la naturaleza carnal, y no conocían el remedio. En ocasiones se metían en discusiones y perdían el gozo. En otras ocasiones, cuando trabajaban en el rancho, los caballos se pasaban por encima de los tirantes y se enredaban éstos. Él se enojaba y los golpeaba sin misericordia. Después cuando sentía la convicción por su enojo, soltaba los caballos y se metía a la casa para hablar con su esposa acerca de ello. Juntos oraban hasta que recibía la victoria.

                Al fin en una de estas ocasiones, él se metió y cogió su Biblia, y dijo:

                —Yo sé lo que Dios hizo en mí. Voy al bosque para ver si Dios tiene algo mejor.

                Ya en el bosque, él primero oró hasta obtener la victoria y recibió el gozo nuevamente. Después él empezó a buscar las promesas de Dios en la Biblia. Dios le indicó Lucas 1:74 y 75 en donde Dios prometió “...Que, librados de nuestros enemigos, sin temor le serviríamos en santidad y en justicia delante de él, todos nuestros días”. Luego abrió su Biblia a la promesa en Santiago 3:17 de: “Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía”. Después vio la promesa en Santiago 1:5, “Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada”.

                Mientras que suplicaba a Dios que lo libertara, su fe se afianzó de la promesa y le vino una paz maravillosa. volvió a su casa y testificó a su esposa de lo que le había sucedido. Ella respondió que iba a observarlo para ver si era cierto. Él llevó una vida tan dulce que en unas cuantas semanas ella sintió una convicción profunda. Ella buscó y encontró la misma experiencia.

                Después de unos dos o tres años, llegó a su región en una carpa,  una campaña de la santidad. Asistieron a los cultos y oyeron la predicación acerca de la santidad. Él dijo:

                —Eso fue lo que nos pasó a Mamá y a mí hace dos o tres años.

Tómanos, Señor, tómanos en verdad,

  nuestra mente, alma, corazón y voluntad.

Vacíanos y límpianos por completo,

  después llénanos con toda Tu plenitud.

 

El Que Rechaza La «Ruta»

            Algunas personas dicen que de la «ruta de muerte» sólo se oponen a la palabra «ruta». ¿Qué tiene de malo la palabra «ruta» La vida cristiana es un viaje, ¿no Juan Bunyan entendía que iba a ser un viaje desde la puerta de entrada en el camino hasta la entrada final en la Ciudad Celestial.

            El profeta Isaías dijo que el camino de la santidad era una «calzada» y un «camino» (Is. 35:8). Los cristianos de la iglesia primitiva decían que eran peregrinos (He. 11:13). Pedro les llamó extranjeros y peregrinos (1 Pedro 2:11). ¿Por qué oponerse al término «ruta» referente al buscar y acercarse al punto de recibir un corazón santificado Está en completa armonía con todas estas susodichas referencias.

            Otras personas dicen que se oponen al término «ruta de muerte» porque no viene en la Biblia. Pero la palabra no tiene que venir en la Biblia si es que allí está la idea—y así es. La palabra «trinidad» tampoco viene en la Biblia, pero, sí, se encuentra la idea, de modo que la aceptamos sin ningún escrúpulo. La palabra «sacramento» tampoco viene en la Biblia, pero ¿quién sugeriría que debemos deshacernos del bautismo con agua y de la Cena del Señor simplemente porque no viene la palabra «sacramento» en la Biblia No, mi amigo, esa oposición es simplemente un pretexto. No debemos deshacernos del término «ruta de muerte» ni por esa razón ni por ninguna otra.

            Con algunas personas tal vez no sea el término que les molesta, sino todo el asunto de llegar al punto de la muerte al yo carnal. El oponerse a un término puede ser una cortina de humo destrás de la cual se esconde la persona que rechaza a la muerte.

            La crucifixión del yo es el precio que millones de personas no quieren pagar para obtener la experiencia más profunda de un corazón enteramente santificado. Por lo tanto, nunca reciben la bendición de la santidad—la pureza, «sin la cual nadie verá al Señor» (He. 12:14).

                                Desciende, oh pecador, a la tristeza.

                                  Tu día de la esperanza ya acabó;

                                La luz jamás te volverá a visitar,

                                  La vida con sus sueños optimistas ya terminó,

                                La vida no llegó hasta aquella playa terrible;

                                  Se ha puesto para siempre tu sol.


 

 

 

 

Capítulo Seis

 

Se Engañan Solos los que Tratan de Evadir la Ruta de Muerte

 

            No tiene nada de nuevo el que los líderes carnales (ya sean oficiales o no oficiales—elegidos o autonombrados) en las iglesias de santidad, traten de correr a los pastores y también al Espíritu Santo, a causa de su odio terrible de la verdadera santidad de la «ruta de muerte». Cuando la predicación empieza a molestar a las personalidades controladoras, y tienen miedo sentir la convicción y que se les descubra. Se sabe inmediatamente que nunca han arreglado el asunto de la crucifixión y la santificación de sus propios corazones.

 

Los Temores del Asalariado

            Sin embargo, cambia todo el cuadro cuando los miembros oficiales retroceden hasta el punto de que sus predicadores traten de evitar la persecución y tienen cuidado de nunca descubrir a nadie y de nunca abrumarlos con la convicción así como lo hacían anteriormente. La oposición más fuerte que ha venido a un verdadero predicador de la santidad, viene de aquellos que nunca pagaron el precio para obtener un corazón verdaderamente santificado y no tienen ninguna intención de hacerlo. San Pablo enfrentó este problema al tratar con la iglesia en Galacia, porque les preguntó: ¿Me he hecho, pues, vuestro enemigo, por deciros la verdad (Gá. 4:16). Todo predicador que se expresa clara y fuertemente contra los pecados y contra las características de la carnalidad de los cuales es culpable la gente de su congregación, sufrirá persecución de manos de las personas que rechazan la luz. Los predicadores que han aprendido a aplacar y a calmar la carnalidad están en la lista de pago del diablo y no de Cristo.

            T.E. Verner decía la verdad cuando escribió:

–Mientras que un pastor sea fiel a Dios, él es el hombre más bueno en la tierra. Pero cuando él falla y no mantiene en alto la bandera de la justicia, él es un enemigo de Dios y del pueblo.... Yo sé que un predicador que no tiene al Espíritu Santo es un fracaso.1

 

Los Engañadores Mortíferos

            El predicador en la tierra que predica una santidad falsa, que niega la muerte del yo, es un enemigo de la verdadera santidad bíblica, así como lo es el que niega rotundamente y por completo la doctrina de la santidad. Y, además, si no cree en la crucifixión del yo, es una prueba clara de que no tiene la experiencia de la verdadera santidad bíblica en su propio corazón. Nunca fue crucificado, que es la única manera bíblica por la cual uno puede ser santificado por completo. Si tuviera la bendición de la santidad, no se opondría a la manera bíblica de obtenerla.

            Todos los ministros que se oponen a la crucifixión del yo están predicando un evangelio perverso, bajo la bandera de Cristo, pero bajo la supervisión de Satanás. Definitivamente son ministros de Satanás. ¿Qué dice la Palabra de Dios Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras (2 Co. 11:13 a 15).

 

Los Devotos del Diablo

            San Pablo y los corintios tenían problemas con los ministros de Satanás que trastornaban al pueblo con un evangelio pervertido. Pablo le dijo al pueblo de la iglesia que no se sorprendiera cuando los ministros de Satanás hacen lo que hizo Satanás—transformarse a sí mismos en apóstoles de Cristo y de esta manera engañar a la gente.

            Pablo tuvo los mismos problemas con los cristianos en Galacia. Parece sorprenderse de que ellos se alejen tan pronto del verdadero evangelio para abrazar un evangelio pervertido (Gá. 1:6 y 7). En el versículo ocho queda claro que alguien está predicando un evangelio pervertido y desvían a la gente. Pablo les dijo en el versículo diez que él no podía predicar para agradar a los hombres y a la vez ser siervo de Cristo. En otras palabras, si él fuera tan malo como para predicar con el fin de agradar a la gente carnal y pecadora, él no podría ser siervo de Cristo, y por lo tanto, llegaría a ser siervo de Satanás—uno de los predicadores de Satanás.

            Esto quiere decir que todos los predicadores en el mundo que a sabiendas y a propósito evitan la «ruta de muerte» bíblica están predicando un evangelio pervertido, para agradar a la gente carnal, y ellos mismos son ministros de Satanás.

            Como esto es la verdad, Satanás siempre ha tenido muchos más ministros que predican su interpretación pervertida del evangelio, que los que tiene Cristo que predican la verdad. Sin lugar a duda habrá muchos más predicadores en el infierno que en el cielo (Mt. 7:13 y 14).

 

El Temor a la Muerte

            Las personas que evitan la muerte se encuentran en todos las posiciones de la vida. Alguien, al referirse a la muerte física dijo riéndose:

            —Si yo supiera en dónde me iba a morir, nunca me acercaría a ese lugar.

            Uno puede reírse de eso, pero hablando en serio, eso es exactamente lo que han hecho la mayoría de los laicos, predicadores, oficiales, ejecutivos, de alta posición y de baja posición, que dicen ser cristianos, con respecto a su propia muerte al yo. Se han alejado de su propia ejecución. Se parecen a Pedro antes de que fuera santificado en el Día del Pentecostés. Estaba muy contento en el monte de la Transfiguración (Mt. 17:4), pero simplemente al pensar en la crucifixión se hizo a un lado (Mt. 16:21 a 23).

 

Los Miembros Malignos

            Hace casi cuarenta años visitamos una iglesia para ver si nos quedábamos de pastores. Después de que prediqué en los cultos de la mañana y de la tarde, se reunieron los miembros de la iglesia, y alguien impidió yo fuera pastor allí. Unos cuantos días después el superintendente del distrito les convenció y cambiaron de opinión, y me llamaron unánimemente. Pasaron casi tres años cuando en una tarde se puso en pie para testificar el miembro controlador, y nos recordó de aquella noche en que no me llamaron de momento. Él dijo:

            —Dios me dijo que yo debía confesar que yo fui la persona que impidió su venida.

            Continuó:

            —Dios también me dijo que debía divulgar la razón por la cual lo hice.

            Entonces reconoció:

            —Cuando Ud. predicó ese domingo por la mañana, su mensaje fue muy claro sobre la santidad y tuve miedo no soportar su predicación.

            Después él llegó a sentir convicción por la manera en la cual había maltratado a su pastor anterior. Me dijo que necesitaba ir a pedirle disculpas a ese pastor por haber tratado de organizar la oposición y correrlo de ese lugar. Unos pocos días después le pregunté cómo le había ido. Me respondió:

            —No muy bien. Nos pusimos a discutir quién tenía más culpa en el asunto.

            El joven mencionado arriba fue un evitador típico de «la ruta de muerte». Al fin, buscó a Dios un poco, pero nunca lo hizo con ganas y nunca oró hasta obtener la victoria. Pobrecito. Falló su corazón cuando tenía más de cuarenta años y él salió al encuentro con Dios así como estaba—rechazando la santidad, indispuesto a enfrentar el asunto de la muerte al yo, y a pagar el precio por obtener la verdadera santidad de corazón.

            Nos preguntamos cuántas veces ciertos evangelistas son rechazados por los pastores y por la gente por la misma razón. ¿No será muy posible que más son rechazados porque alguien tiene temor de que se le descubra o de sentir la convicción que por cualquier otra razón Si tuvieran la experiencia del «amor perfecto» de un corazón santificado, no tendrían temor, porque «En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor» (1 Jn. 4:18). ¿No le suena conocido eso

            ¿No será que muchas personas que dicen ser santificadas sienten más inclinación a orar para que los pecadores se salven que a arreglar ellas mismas las cosas malas que han hecho ¿No dijo Pedro que el juicio debe comenzar por la casa de Dios (1 Pedro 4:17).

            Multitudes de personas que dicen ser santificadas están más dispuestas a ir al juicio, y de allí al infierno en lugar de ir con las personas a las cuales han perjudicado para arreglar con ellas. ¿Se les olvidará que la Palabra de Dios dice: «Los pecados de algunos hombres se hacen patentes antes que ellos vengan a juicio, mas a otros se les descubren después» (1 Ti. 5:24) ¿Qué tendrá la gente que prefiere esperar hasta llegar al juicio en donde no hay perdón—sólo castigo, con el destierro—en lugar de enviar los pecados por delante, pedir perdón de ellos, y que se pongan bajo la sangre preciosa de Cristo ¿Será que la enseñanza bíblica, que nosotros, por la gracia de Dios, podemos vivir sin pecar, cause que algunos no estén dispuestos a confesar que en ciertas ocasiones fallaron y no alcanzaron la norma bíblica ¿Será que simplemente esperan que Dios lo pase por alto y que olvide que ellos han pecado ¡No! Él, sí, lo está anotando (Ap. 20:12). Sin embargo, Dios, sí, borra un error de nuestra cuenta a causa de Cristo, nuestro abogado (1 Jn. 2:1). Pero aun los errores llegan a ser pecado si los repetimos a sabiendas. Y Dios quitará esos pecados de nuestra cuenta sólo cuando nos arrepentimos (Col. 2:13 y 14) y de allí en adelante ya no los volvemos a cometer (Jn. 5:14).

 

Los Ojos Fueron Vendados por un Ciego

            En cierta ocasión un señor se fue a vivir a otro lugar después de haber estado implicado en una insurrección motivada por el pecado y en contra de su pastor. Después de unos cuantos meses, Dios le convenció de su maldad, y él sintió condenación y culpa. Rápidamente le llamó al pastor por larga distancia y dijo:

            —Estoy tratando de arreglar cuentas en mi vida, y le estoy llamando para decirle que me siento mal por mi manera de lastimarlo a Ud. y a la iglesia cuando estaba allá, y quiero que me perdonen.

            Por supuesto se le perdonó al señor rápidamente, e inmediatamente llenó el corazón de aquel pastor un cariño hacia aquel hermano.

            Sin embargo, la ironía de la historia es la siguiente: Los ojos de este joven arrepentido fueron vendados y él fue implicado por la fuerza por un miembro tramposo de la iglesia que ayudó a planear la insurrección. Ese miembro vendó los ojos del hermano inocente y lo metió en el papel impío que hacía (Gá. 5:10). Aunque la persona tramposa fue culpable de una maldad mucho más grande, él se encogió de hombros y respondió:

            —No he hecho nada malo.

            Parece haber una sola manera de explicar la razón por la cual sintió la culpa, la condenación y la convicción del Espíritu Santo de la persona cuyos ojos fueron vendados y que fue metido por la fuerza al pecado. Sin embargo, la persona responsable de haberle vendado los ojos y de haberlo metido al pecado terrible, parece no sentir nada de culpa, ninguna condenación y nada de convicción. Tampoco sintió la necesidad de pedir disculpa por su papel en el asunto. ¿Qué será la respuesta

            Podría ser doble: primero, la persona más culpable puede tener la conciencia cauterizada (1 Ti. 4:2) por la racionaliza­ción repetida, hasta que Dios no podía alcanzarlo con la convicción. Segundo, puede ser que él se haya decidido que era mejor esperar y dejar que su pecado lo siguiera al juicio, sin ser perdonado, en lugar de confesarlo ahora y pedir perdón para que sea borrado (Hch. 3:19), y que sea enviado por delante al juicio. Es difícil entender porqué las personas inteligentes pueden tomar una decisión muy tonta y ocultar sus pecados hasta el día del juicio, pero la carnalidad en su corazón causa que lo hagan. Prefieren perder el cielo y no enfrentar la humillación de confesar su pecado y morir a su propia voluntad terca.

            Será más tolerable en el día del juicio para los paganos del mundo que no tienen luz, que para los líderes corruptos y retrocedidos de la iglesia. Los que pierden su alma después de haber ocupado posición en la iglesia, recibirán mayor condenación, por su estado retrocedido y sus costumbres corruptas, porque Cristo dijo: «...en el juicio será más tolerable el castigo para Tiro y Sidón, que para vosotras» (Lucas 10:14). También Santiago amonestó: «Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación» (Stg. 3:1).

            Jesús señaló a aquellos de Su tiempo que eran muy RELIGIOSOS ARTIFICIALMENTE y que buscaban los asientos más importantes en la sinagoga, y los asientos principales en las fiestas (sagradas), y para mostrar lo justos que eran en su propia opinión, hacían oraciones largas en público—recibirían mayor condenación (Lc. 20:46 y 47).

            ¡La eternidad! ¡La eternidad! ¿Dónde pasaremos la eternidad!

            ¿Cómo puede haber un despertar más sorprendente que el del alma que esté delante de Dios en el día del juicio y reciba su «pena de muerte» eterna (Mt. 22:13 y 14) simplemente porque rechazó «el requisito de la ruta de muerte» de Dios Voluntaria­mente se hizo para atrás, negándose a pagar el precio para tener un corazón limpio. Todas las almas responsables y alumbradas tendrán que enfrentar la «muerte al yo» aquí en este mundo, o «la pena de la muerte eterna» en el juicio, y no hay otra opción. Para nosotros se necesita ya sea la muerte al yo carnal aquí ahora, o, bien, la muerte de nuestra alma para siempre. Puesto que Dios ha provisto la limpieza y la pureza para nuestra naturaleza sucia y depravada, no tenemos excusa.

 

Las Consecuencias de Evadir la Crucifixión

                Y alguien le dijo: Señor, ¿son pocos los que se salvan Y él les dijo: Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán. Después que el padre de familia se haya levantado y cerrado la puerta, y estando fuera empecéis a llamar a la puerta, diciendo: Señor, Señor, ábrenos, él respondiendo os dira: No sé de dónde sois. Entonces comenzaréis a decir: Delante de ti hemos comido y bebido, y en nuestras plazas enseñaste. Pero os dirá: Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de mí todos vosotros, hacedores de maldad. Allí será el llanto y el crujir de dientes,...(Lucas 13:23 a 28).

            En este caso la palabra «evadir» significa el escaparse de una responsabilidad indeseable. Jonás, por ejemplo, trató de evadir la obediencia a Dios cuando Él le dijo que fuera a predicar a la ciudad de Nínive. (Jonás 1:2).

            Cuando yo estaba buscando sinceramente la santidad, un líder de la iglesia trató de convencerme que no debía hacerlo. El hombre reconoció que su propia esposa tuvo convicción de buscar la santificación en una campaña de avivamiento anterior, y que estaba buscando la santidad, y que él la convenció que no la buscara. Por lo que veo, él también se había convencido solo a no buscarla. Después él se implicó inmoralmente con la esposa de otro ministro y se le obligó que entregara sus licensia. Si él hubiera hecho todo lo necesario para caminar en la «ruta de muerte» y si hubiera recibido y retenido una experiencia de la santificación, y si hubiera animado a su esposa a hacer lo mismo, nunca habría sucedido la tragedia en su propia vida, en su matrimonio y en su ministerio.

El Dios de Elías todavía vive

y espera con gran deseo;

y a los que cumplen los requisitos

Él responde todavía con fuego.

 

Una Desilusión Deplorable

            Hace muchos años que el Dr. Purkiser relató lo siguiente en un campamento en Virgina del Oeste. Fue relatado después por otro evangelista. Aquí lo tiene Ud.:

                Él se levantó y leyó su texto lema: «No contenderá mi Espíritu con el hombre para siempre». Y después con un texto maravilloso—un sermón maravilloso. Hubo tres divisiones: el apagar al Espíritu, el entristecer al Espíritu y el rebelarse en contra del Espíritu. (¿Estás escuchando hoy) Llegó al clímax de su mensaje—la conclusión, y dijo: Mi padre fue un ministro presbiteriano y era un buen predicador y un buen hombre [hasta donde yo lo sabía], pero no era santificado enteramente. Yo pastoreaba una iglesia pequeña y de alguna manera la hice para que mi padres asistiera a varios cultos de esta campaña de avivamiento. Mi padre se sentó allí noche tras noche con la boca abierta y al fin pasó al altar. Oró muy bien la primera noche, y la segunda noche y varias veces. Una noche vi que repentinamente se quedó inmóvil. Dijo: —Mi padre—lo ví que se hizo para atrás. Vi que cambió de expresión, lo ví cuando sacudió su cabeza—y se levantó y se sentó sobre una banca. Se salió esa noche, se fue a su casa al día siguiente, y llegó a ser el hombre más malo que yo he conocido. Murió y se fue al infierno, borracho, con una condición cardíaca y se está quemando en el infierno en esta noche, porque [éstas son sus palabras] él no quiso tomar el camino de la «ruta de muerte» y morir al yo para obtener un corazón santificado.

Hoy está la misericordia dulce,

mañana tal vez venga la muerte

a tocar con los dedos helados

Tu corazón. No perdona a nadie.

Arrepiéntete, mientras ruegue el amor,

y la misericordia está en la puerta;

mientras Cristo esté intercediendo—

mañana tarde será.2


 

 

 

 

Capítulo Siete

 

Morir hasta lo Profundo de la Depravación

 

            Muchas de las personas de la santidad de antaño creían en la «ruta de muerte». Hace como cincuenta años recordamos haber oído a un hombre testificar. Él dijo:

            —Nací dos veces; morí una vez, y espero vivir para siempre.

            De los últimos tres himnarios que la Iglesia del Nazareno ha publicado, el primero de los tres se llamaba GLORIOUS GOSPEL HYMNS (Himnos Gloriosos y Evangélicos) y tiene como fecha el año 1931, y contiene el himno siguiente que se titula: «Quiero Morir».

Dios, mi corazón Te anhela a Ti,

quiero morir, quiero morir;

ahora pon mi alma en libertad,

quiero morir, quiero morir;

Todas las cosas triviales de la tierra,

ahora me valen muy poco;

Mi Salvador me llama a mí, tengo que ir,

quiero morir, quiero morir.

Tu poder de matar demuéstralo en mí,

quiero morir, quiero morir;

tengo que estar muerto día tras día,

quiero morir, quiero morir;

al mundo y a su aprobación,

a todas las costumbres, la moda y las reglas,

de aquellos que aborrecen la cruz humilde,

quiero morir, quiero morir.

debo morir al escarnio y a la burla,

quiero morir, quiero morir;

necesito ser libre de la esclavitud del temor,

quiero morir, quiero morir;

quiero estar tan muerto que no surgirá ningún deseo

de parecer ser bueno, o grande, o sabio,

a los ojos de nadie más que a los del Salvador.

quiero morir, quiero morir.

—Jeanette Palmiter        

            A.W. Tozer dijo esto acerca de la crucifixión del yo: «Tenemos que hacer algo acerca de la cruz, y podemos hacer una de dos cosas—huirla o morir sobre ella».

 

La «Ruta de Cabeza» vs. la «Ruta de Corazón»

            Es posible que uno pase por la «ruta de cabeza» en lugar de pasar por la «ruta de corazón» y nunca llegar a la realidad de la experiencia del amor perfecto. Millones de personas han caído en esta trampa de Satanás y se han conformado con un conocimiento mental de la doctrina de la santidad sin obtener la experiencia en su corazón.

            Un joven que conocimos hace muchos años contrajo leucemia. Tan pronto se dio cuenta del diagnóstico, él fue a una biblioteca de la localidad y aprendió todo lo que pudo acerca de su enfermedad. Estudió sus síntomas en las diferentes etapas del desarrollo de la enfermedad. Sin embargo, su conocimiento adquirido de la enfermedad no le salvó la vida. Tampoco resuelve el problema de la carnalidad del corazón el conocimiento mental de la santidad de la «ruta de muerte» ni hace que uno esté preparado para ir al cielo. A través de un acta de la voluntad, se tiene que confesar el yo, se le tiene que despreciar y se le tiene que renunciar por completo antes de que el Espíritu Santo pueda crucificar al «viejo hombre» (Ro. 6:6) del yo carnal, purificar el corazón de uno y asumir el gobierno de su vida.

 

La Entrega de los Derechos

            El Dr. A.M. Hills explica el significado más profundo del yo crucificado, de esta manera:

 

                Cuando nos hemos entregado a Dios de esta forma, ya no nos pertenecemos a nosotros mismos. Cuando el israelita traía una ofrenda, él entregaba todos sus derechos a aquello. Así es con el cristiano que se consagra a Dios para obtener la bendición de la santidad. Él entrega todos sus derechos de sí mismo. El intelecto, su voluntad, sus afectos, sus deseos, sus posesiones, su influencia—todos éstos le pertenecen a Dios y ya no los debemos retirar del altar.1

 

La Fe que no Falla

            En buscar la santidad de corazón, se tiene que implicar la fe en todo. Por la fe nos afianzamos de la promesa de poder obtener un corazón santo; por la fe buscamos la santidad; por la fe pagamos el precio; por la fe la obtenemos. «...Es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan» (He. 11:6).

            Sin embargo, debemos entender que la verdadera fe no puede operar para traer la victoria final, a menos que primero estemos dispuestos a llevar el yo carnal hasta el lugar de su ejecución. El amado hno. H.B. Huffman, ya fallecido, lo expresó de esta forma:

Se les dice que reciban la santidad por la fe, y, sí, es por fe. No puede uno llegar a ninguna parte si no tiene la fe. No puede uno siquiera empezar sin tener la fe. Puede uno golpearse la cabeza contra aquel poste de fierro hasta que esté ciego, y no puede llegar a ninguna parte sin tener la fe. Pero quiero decirle, que cuando paga uno el precio completo, su fe, así como el termostato en la pared, se encajará en su posición y esa persona sabrá que el Espíritu Santo ha venido a morar en su ser. Gloria al Señor.

            Sin embargo, si el Espíritu Santo no purificó el corazón de Ud. de su carnalidad—entonces, no lo santificó. Muchas personas que han buscado la santidad han sido engañadas y han pensado que fueron santificadas sólo porque Dios las bendijo y sintieron mucha felicidad, pero descubrieron después que todavía tenían por dentro al viejo hombre.

 

El Sacrificio del Yo y el Éxito Espiritual

            Cristo aclaró el hecho de que un grano de trigo debe ser sembrado en la tierra y debe morir porque de otra manera quedará solo (Juan 12:24). Se dice que cuando abrieron la tumba del Rey Tut Anj Amón encontraron un jarro lleno con trigo que había estado allí enterrado por treinta y tres siglos, hasta que murió el germen de la vida y huyó. ¿Se puede Ud. imaginar cuánto trigo habría en el mundo si todo ese trigo se hubiera sembrado, y después si se hubiera vuelta a sembrar, y si el proceso se hubiera vuelto a hacer durante tres mil trescientos años No cabe duda de que habría suficiente trigo en el mundo para cubrir toda la tierra hasta una profundidad de varios pies, si toda la cosecha se hubiera vuelto a sembrar en su totalidad. Es inconcebible. Incomprensible. Sin embargo, esto ilustra lo muerto que está un cristianismo falso que está muy lejos de la realidad así como habría estado nuestra salvación si Cristo hubiera hecho caso a Satanás de no ir a la cruz. Todos nosotros entonces estaríamos muy lejos de la vida eterna así como estaba el trigo en la tumba del rey Tut Anj Amón, de la vida actual. El trigo que no fue sembrado se hizo estéril y lo mismo sucede a los cristianos cuando el germen de la vida espiritual se ha ido de ellos.

            El grano del trigo que no cayó a la tierra y no murió, así como Dios tenía planeado, se hizo estéril. La esterilidad de un grano de trigo se puede comparar con la apostasía en un corazón humano. Muchos pobres humanos entenebrecidos se han hecho estériles espiritualmente hasta el punto en que ya no pueden recobrar la vida espiritual. Así el trigo de la tumba del rey Tut Anj Amón no crecería si se sembrara hoy en día.

            Las almas humildes de Dios que no desean que les suceda esta tragedia apóstata, han hecho una entrega completa a Cristo así como lo hizo aparentemente el autor desconocido de este pequeño verso hermoso.

Reina sobre mí, Señor Jesús;

Haz de mi corazón Tu trono.

Será Tuyo para siempre

Será solamente Tuyo.

            Querido lector, por favor entienda que el consentimiento mental con la crucifixión del yo carnal no garantiza que uno necesariamente vaya a orar hasta ser santificado enteramente, pero, sí, abre la puerta a la experiencia del corazón puro y hace que sea posible la entrada.

La Validez del Verso2

            ¿No expresó perfectamente la muerte al yo Theodore Monad en este pequeño poema clásico Noblemente hizo hincapié en la muerte del yo desde «todo para el yo y nada para Ti» hasta llegar a «nada para el yo y todo para Ti».

Qué dolor y pena tan amargos

al pensar que pudo haber un tiempo,

en que dije orgullosamente a Jesús:

Todo para el yo y nada para Ti.

            Este segundo verso revela el yo muy terco que tambalea bajo el bombardeo constante del amor apasionado de Cristo y la invitación persistente del Espíritu Santo.

Sin embargo, me encontró;

lo vi que sangraba en una maldita cruz;

y mi corazón ansioso dijo suavemente:

Quiero una parte para el yo, y una parte para Ti.

            El tercer verso describe el yo terco en el cual se está debilitando su fuerza, que ruega para que se haga un arreglo en lugar de tener que experimentar una expulsión total.

Día tras día su misericordia tierna

sanaba, ayudaba, era plena y gratuita,

me humilló, y dije en voz baja:

quiero menos del yo y más de Ti.

            En este último verso, el yo queda completamente rechazado, y Cristo es entronizado cariñosamente dentro del baluarte entregado del corazón, por todo el tiempo y por toda la eternidad. ¡Aleluya!

Más alto que los cielos altos,

más profundo que el mar profundo,

Señor, por fin Tu amor ha vencido:

No quiero nada del yo y quiero todo de Ti.

 

El Tiempo de la «Ruta de Muerte»

            Por favor no entienda Ud. mal el periodo de tiempo que se necesita para completar el viaje de la «muerte a sí mismo». El asunto no es el periodo de tiempo que se lleve para que uno muera al yo. Se ha sabido que algunos fueron salvos una noche y fueron santificados a la siguiente. Otras personas batallan para morir al yo. Muchas personas no entienden al principio. Algunas personas batallan durante varias semanas, algunas durante meses, y otras duran años. El Dr. Godbey, que llegó a ser uno de los más grandes predicadores de la «ruta de muerte» de todos los tiempos, después de que por fin murió al yo y fue santificado, confesó acerca de su batalla de diecinueve largos años con la carnalidad. Él dijo:

                Me suponía que el pecado había muerto y que yo estaba libre, pero para mi tristeza pronto sentía que la muerte se movía en mí. Acudía a Dios y Él me bendecía, pero seguía la guerra con el  pecado interior. Tuve la experiencia de algunos de los gálatas: «El deseo de la carne es contra el Espíritu, y del Espíritu es contra la carne, para que ya no hagáis lo que quisiéreis». Mi vida alternaba entre día y noche.

                Cuatro años después de que fui convertido empecé a predicar. Mientras tanto el conflicto interno se hacía cada vez más fuerte. Anduve en el desierto por diecinueve años, durante quince de los cuales prediqué el evangelio, y mi corazón sin cesar fue la escena de una guerra civil. Realicé algunas grandes victorias en el desierto y con frecuencia era muy feliz. Muchas veces platiqué con cristianos, predicadores y laicos, los dos, con referencia al mal interior, el cual con dolor reconocí en mí, pero no encontré ningún consuelo. Me dijeron que sólo la muerte me podía libertar.3

            Es triste decirlo, pero multitudes de otras personas lucharon y batallaron con la naturaleza carnal durante toda la vida, y nunca aprendieron a ser crucificado con Cristo, y como resultado, nunca llegaron a ser santificados. Tampoco descubrieron el camino de crucifixión para llegar a una vida más profunda de pureza y santidad.

 

Satanás, el Persuasivo

            Satanás trató de convencer a Cristo de la idea de que no le era necesario sufrir la ignominia de la crucifixión para realizar Su misión en el mundo. Satanás le señaló lo que llamó un camino más fácil. Siempre hace eso. Simplemente arrodíllese ante él y acepte la santidad por la fe. Por el propósito engañoso de Satanás, parecía ser muy sencillo (Mt. 4:1 a 11). Si Cristo hubiera caído en la trampa de la tentación de Satanás, Él habría cerrado el camino para que el mundo no fuera salvo de los escombros de la raza caída, porque no habría existido la expiación del pecado. (¿No será lógico que la persona que trata de escapar la crucifixión del yo está cayendo en la misma tentación que Satanás le presentó a Cristo) ¿Cómo podremos nosotros identificarnos con Cristo cuando Él estuvo dispuesto a ser crucificado por nosotros, si nosotros no estamos dispuestos a ser crucificados con Él Pablo creía que debíamos ser «...plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte» si es que queremos tener esperanza alguna de nuestra resurrección (Ro. 6:5).

            Uno puede morir a la carnalidad una vez para todas y experimentar la erradicación de la cosa odiosa, pero todavía tiene su humanidad y tendrá que luchar con ella mientras esté en este mundo. Por ese razón, habrá crisis que requieren de una muerte más profunda a la humanidad y una fe más heroica. La muerte más profunda y la fe más fuerte se necesitarán conforme a que vaya encontrando uno nueva luz, nuevos riesgos, nuevas crisis y nuevas batallas en la vida. Siempre surgirán cosas nuevas a las cuales uno debe morir y por las cuales uno debe confiar en Dios. La muerte de uno tendrá que llegar a nuevas profundidades y su fe tendrá que ascender a nuevas alturas conforme a que vayan sucediendo pruebas más severas y tempestades más grandes. Es fácil entender porqué San Pablo tuvo que morir diariamente. G.D. Watson en su libro ORO PURO toma esta posición.

 

La Lealtad Es Por Vida

            Sin embargo, le doy esta amonestación: El morir hasta el extremo no garantiza que uno PERMANEZCA MUERTO. El «viejo hombre» puede revivir si uno vuelve al pecado o si pasa por alto el freno del Espíritu. Uno no puede permanecer ni salvo ni santificado si vuelve a construir lo que ya había destruido (Gá. 2:18).

            En la introducción a UN RECORDATORIO DEL SR. GUILLERMO CARVOSSO, aquel gran líder de clase en la Iglesia Metodista al final del siglo 18 y a principios del siglo 19, dijo que uno «...puede nuevamente perder su confianza, y sentir el regreso de la carnalidad; porque está firme sólo un momento a la vez, y en ese momento sólo por la fe, cuya vida depende de nuestra constancia al velar en la oración» (p. 15). Dice Pablo: «Así que el que piensa estar firme, mire que no caiga» (1 Co. 10:12).

            El Espíritu Santo nunca deja a nadie hasta no lo deje a Él primero la persona. Cuando uno se siente capaz en sí—que puede con todo—que es adecuado—que sí, sabe hacerlo—que tiene muchos recursos—entonces, Dios ya no se necesita y no se le consulta. Cuando los cristianos llegan a estar en esa condición, crean una brecha entre ellos y el Espíritu, y esa brecha se abre más y más hasta que el Espíritu Santo llegue a ser un desconocido para ellos y ya no le están siguiendo. Entonces ya no tiene otra opción más que retirarse. En 2 Crónicas 15:2 leemos: «Jehová estará con vosotros, si vosotros estuviereis con él; y si le buscareis, será hallado de vosotros; mas si le dejareis, él también os dejará». Muchas personas se van a la deriva tan despacio, que ellas, así como Sansón, no se dan cuenta que el Espíritu de Dios se ha apartado de ellas (Jueces 16:20).


 

 

 

 

Capítulo Ocho

 

Cuando Muere la «Ruta de Muerte»

            Cuando el énfasis de la «ruta de muerte» murió en el movimiento de la santidad, la costumbre intensa de la oración y ayuno que caracterizaba muchas personas del movimiento de santidad de antaño, tuvo la tendencia de morir junto con él. Se nos relata que aquella gente de santidad de antaño, como costumbre sistemática, ayunaba dos días por semana hasta después de las tres de la tarde. Después, cuando los esfuerzos de tener un avivamiento llegaran a fallar, ellos ayunaban dos días completos como grupo, y después comían por dos días. Seguían ese modelo, con la intensa oración intercesoria algunas veces por varias semanas hasta que el Espíritu empezó a conmover a los pecadores por toda el área con una tremenda convicción del Espíritu Santo, y resultaban avivamientos. Multitudes de los pecadores más duros (así como por ejemplo «Bulldog» Charley Wireman) se convirtieron bien y fueron santificados gloriosamente en las campañas de avivamiento. Muchos de los convertidos llegaron a ser poderosos predicadores de la santidad, y ardientes ganadores de almas.

            ¿Por qué será que nosotros que somos del movimiento de santidad de hoy en día habremos abandonado el modelo para el avivamiento que nuestros antepasados utilizaron con mucho éxito ¿No será principalmente porque la mayoría de nuestros pastores y laicos (tanto los líderes como los seguidores) nunca han muerto al yo, y sólo tienen la doctrina de la santidad en su cabeza, pero no tienen la experiencia en su corazón Aun cuando son sinceros y tratan de ser honrados, cometerían menos errores que lastiman al reino de Dios si fueran guiados por el Espíritu utilizando el juicio de Dios en lugar del juicio de ellos mismos.

 

La Idea Astuta de Kipling

            ¿No habrá perdido algo vital nuestro cristianismo cuando la adoración del yo toma el lugar de la adoración de Cristo, y cuando nuestra estima propia repone la humillación propia que Cristo enseñaba y practicaba Cuando nuestra vida es controlada por el amor y adoración de nosotros mismos, de nuestros intereses, de nuestras posesiones, de nuestras amistades mundanas y de nuestros seres queridos que no son santificados—entonces no somos seguidores de Cristo, y el llamarnos cristianos es un nombre falso (Lc. 14:26).

            Lamentó Rudyard Kipling: Algo está perdido. Vé a buscarlo. Vé a buscar más allá de la sierra—hay algo perdido más allá de la sierra. Está perdido y te espera a ti. Vé.

            Nuestro corazón clama:

            —¿A dónde podremos ir para buscar lo que perdimos de nuestro cristianismo básico ¿A dónde podremos ir más que a nuestro propio calvario—a nuestra propia crucifixión del yo y después a nuestro propio Pentecostés personal El cristianismo falso es todo lo que podemos esperar realizar a menos que busquemos lo que hemos perdido hasta encontrarlo. Cuando nos gobierna el amor de poder controlar a la gente y el amor del dinero, hemos perdido algo. Cuando el yo gobierna la motivación en nuestra vida, en lugar de Dios, por Cristo, administrado por el Espíritu Santo, hemos perdido algo. La analogía podía seguir más y más, pero el cuadro no puede mejorar hasta que la crucifixión llegue a ser real para nosotros así como lo fue con ÉL (Cristo)—Su crucifixión, sí, pero la nuestra también.

            Si es un fuego que se ha vuelto puras brazas, se debe atizar. Si es una fe, enterrada, se debe resucitar. Si es un amor por Cristo que se ha debilitado, se debe revivir hasta que sobrepase todos los demás amores. Si es lo que hemos perdido—debemos buscar más allá de la sierra del humanismo, del materialismo, del racionalismo y del egoísmo hasta encontrarlo. Se necesitará mucho más que un placebo religioso para curar nuestra enfermedad espiritual, porque nuestros problemas no son psicológicos, sino morales. Todos nuestros problemas tienen un solo origen, y ese origen no es la ignorancia—es la depravación. No es que necesitemos más estudios; necesitamos ser crucificados. Si no estamos muertos, entonces vale más que Dios esté muerto, por lo que nos corresponde.

 

Una Retirada Lamentable

            Una perdida trágica es la de la reunión de clase de los metodistas de antaño. Era un movimiento de laicos, y ayudó mucho para que la iglesia mantuviera su vida y su fuego durante un siglo. Después se inició humana y carnalmente la reunión de «banda». La reunión de clase fue una reunión de confesión. La reunión de banda fue una de acusación. La reunión de banda, así como la hierba mala en un huerto, mató la reunión de clase.2 Como resultado, murieron las dos, dejando muy pocas esperanzas que la reunión de clase, con su eficacia original, jamás resucitara. Ha habido, en años recientes, unos cuantos intentos endebles de revivir la reunión de clase, con su modelo y su poder originales, pero con pocos resultados. Otro golpe fatal al corazón de la reunión de clase fue el aumento del número de líderes de clase retrocedidos que trataban de levantar a los demás espiritualmente cuando ellos mismos estaban mal. Los púlpitos llegaron a tener la maldición de la misma enfermedad maligna, y todavía la tienen.

            La escasez de verdaderos intercesores también ha resultado en la disminución de la convicción del Espíritu Santo en estos tiempos. ¿No será que la escasez de los verdaderos intercesores se debe en gran parte a la falta de una muerte completa al yo de parte de las personas que dicen ser de la santidad Mucha gente conoce poco acerca de la persona compasiva e intercesoria del Espíritu Santo o, bien, no conoce nada acerca de Él.

            Dios nunca puede bendecir una iglesia que echa para afuera de sus púlpitos, de su programa o de su literatura el énfasis en la «ruta de muerte», o que abandona sus campañas de avivamiento de la «ruta de muerte» y tiene unas llamadas campañas breves y superficiales, motivadas por la emoción y sin convicción, que empiezan muertas, no reviven nada, y terminan con un poco de emoción en el altar al último. No producen nada de sustancia que se pueda reconocer unos pocos días después.

            El profesor Beet, al cual cita Gregory Mantle, reconoció el hecho de que no podría haber libertad del pecado mientras que el yo estuviera sentado en el trono de nuestra vida. Él dijo: Nunca estaremos libres del pecado hasta que nuestras fuerzas no estén dedicadas a Dios. Porque el pecado surge de la erección del yo en el poder supremo dentro de nosotros. El yo reinará hasta que UNO MÁS PODEROSO ocupe el trono que el yo ha usurpado.3 La crucifixión del yo tiene que preceder a la entronización de Cristo en nuestro corazón. Los dos no puede gobernar al mismo tiempo.

 

La Tendencia Trágica del Tiempo

            En años recientes, la tendencia es de hacer pequeñas campañas de avivamiento, muchas de las cuales duran desde el miércoles o desde el viernes por la noche hasta el domingo por la noche. Estas campañas son muy distintas a las que se acostumbraban entre el pueblo de santidad hace unos cuantos años. Los resultados de estas campañas breves también normalmente son de mucho menos alcance. Ni a los líderes carnales, ni a sus seguidores que son igualmente carnales se les permite tiempo para que sientan suficiente convicción profunda y para que examinen adecuadamente sus propios corazones, o para que se sientan mal con la convicción del Espíritu Santo, y para que mueran completamente al yo. Sólo unas cuantas personas pueden ver las profundidades terribles de la corrupción de su propio corazón carnal claramente en una campaña de avivamiento breve como para llegar a estar dispuestas a enfrentar su propia crucifixión.

            Una de las grandes debilidades de las campañas de los tiempos modernos se debe a que muchos pastores y laicos por igual prefieren sentarse a disfrutar los servicios y a orar por los pecadores mejor que examinar sus propios corazones. No quieren confesar su propio retrocedimiento, hacer sus propias restituciones, sacar a la luz su propia carnalidad para llegar a ser santificadas enteramente.

            Cuando se considera más importante añadir nuevos miembros a la iglesia mejor que se santifiquen los miembros que ya hay, entonces los ministros y los laicos, los dos, tiene todo el orden del avivamiento al revés. Cristo quiere que todos los convertidos que primero han nacido de nuevo esperen hasta que sean«...investidos de poder desde lo alto» (Lc. 24:49), antes de salir para ser testigos al mundo (Hch. 1:4 y 8).

            Cuando las llamadas campañas modernas y breves de avivamiento tienen como fin el contentar en lugar de convencer, entretener en lugar de exponer el pecado y la carnalidad—entonces, tanto el pastor como la congregación se desvía. Caen en el hoyo y o se vuelven mundanos por un lado o legalistas por el otro lado.

 

El Problema Peligroso del Pueblo Consentido

            Cuando llega el momento en una iglesia de santidad en el cual el PUEBLO ya no quiera tener campañas extendidas de la «ruta de muerte» a causa del tiempo largo que se requiere, así como del gasto adicional o porque temen la convicción y que se exponga su pecado—esa iglesia con el tiempo estará llena de personas que no fueron crucificadas al yo y no fueron santificadas. Cuando ocurre esta tragedia, resulta el manejo humano y carnal de los negocios de la iglesia. Por lo tanto, Satanás se contenta y Dios se entristece, y la enfermedad maligna de la depravación en el corazón del pastor y del pueblo permanece sin remedio. Cuando se les abandona a las campañas de avivamiento del tipo «ruta de muerte», la iglesia llega a ser como un árbol hueco—descompuesta en el corazón, y sólo existe un exterior delgado, hasta que viene una tempestad carnal y la derriba.

 

El Efecto Tolerante del Evangelista

            Cuando el evangelista le huye al tipo de campañas de avivamiento «ruta de muerte» por temor al tiempo que duren o al promedio bajo de su salario, o por temor al trastornar a la gente, sus campañas dejarán de exponer la carnalidad del pastor o de los laicos. Pronto él entristecerá al Espíritu Santo el cual se apartará de su ministerio evangelístico. Cuando él se va de iglesia en iglesia, tal vez esté engañada la gente y pense que tuvieron un avivamiento. En realidad todo lo que tuvieron fue unos pocos sermones que disfruta la gente carnal. Cuando el Espíritu Santo se aparta de un evangelista y empieza a gobernar lo humano, entonces él tiene que recurrir al emocionalismo y a los trucos sicológicos en lugar de depender de la santa unción y la confianza total en la convicción genuina del Espíritu Santo. En su desesperación de lograr que las personas busquen a Dios y para que se vean resultados grandes, él aprende que el evangelista que logre que más personas pasen al altar y que cree más emoción, naturalmente recibe más llamadas a tener campañas. Por lo tanto, la cantidad de personas que busquen a Dios llega a ser más importante que el número de personas que encuentren a Dios. Qué tentaciones más sútiles hay de tener un ministerio profesional.

 

La Situación Peligrosa del Pastor

            Cuando los pastores no quieren tener campañas de avivamiento del tipo «ruta de muerte», puede ser por una de varias razones. Tal vez su iglesia carnal esté funcionando muy bien y comprende el peligro de que sus miembros controladores se trastornen algo con la convicción y que no enfrenten su pecado y mueran al yo para orar hasta alcanzar la victoria. Su congregación llegaría a ser como un enjambre agitado de avispas, y en fin de cuentas todo el enjambre puede estar detrás de él.

            Por otro lado, algunos pastores o saben que ellos mismos no tienen la bendición de un corazón puro y santificado o temen no tenerla, y no están dispuestos a correr el riesgo de descubrirse delante de su congregación. Por esta razón, ellos tienen cuidado de evitar a los evangelistas que puedan apuntar la necesidad de su propio corazón. Por eso, muchas veces a los evangelistas de la «ruta de muerte» no les llaman para que prediquen campañas de avivamiento.

            Mientras las campañas breves y superficiales de avivamiento con un poco de emoción en el altar—aceptando la santidad por la fe—sin tener una base adecuada de la fe—sean el modelo aceptado en las filas de la santidad, uno puede esperar tener mucha gente que busque a Dios y poca gente que lo encuentre respecto a la santidad genuina del corazón y de la vida.

            Cuando a los evangelistas de la «ruta de muerte» no se les permite que trabajen en el evangelismo, el verdadero énfasis de la «ruta de muerte» pronto deja de existir en su iglesia. Esta tendencia es trágica. El primero éxodo o salida será del mismo Espíritu Santo entristecido.

 

El Camino de la Confianza

            Podemos decir con seguridad que aquellos que se adhieren a la verdadera santidad bíblica de la «ruta de muerte» en su doctrina y en la experiencia nunca se enrederán en el arrastramiento fatal y nunca llegarán a ser liberales en sus creencias, mundanos en sus costumbres ni tibios en su amor.

            El interés propio y la autopreservación frecuentemente llegan a ser trampas ocultas para los pies de los siervos de Dios muy bien intencionados. Pero Cristo ofrece la protección contra las tragedias ministeriales cuando dice: «El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará» (Mt. 10:39). Por lo tanto, la única salvaguardia con la cual podemos proceder, es que no estamos trabajando para nosotros mismos, sino para Dios. Estamos promoviendo el reino de Dios y no el de nosotros.

Qué vano es todo bajo los cielos,

qué transitorio es todo goce terrenal;

qué débiles son los vínculos más queridos

y nos amarran a un mundo como éste.


 

 

 

 

 

Capítulo Nueve

 

La Erradicación Es Esencial

            Centrado en Cristo o centrado en sí mismo. «Escogeos hoy a quién sirváis» (Jos. 24:15).

 

La Convicción de Catherine Marshall

            En su libro, MÁS ALLÁ DE NOSOTROS MISMOS, Catherine Marshall enseñó que «No hay madurez ni satisfacción de la personalidad del hombre fuera de la muerte del egocentrismo». Entonces continúa: «Fue mencionado que había muerto es un verbo en tiempo pluscuamperfecto; se señala un punto definitivo en tiempo pasado. Por eso el asunto de deshacerse del tirano del yo es un paso deliberado». La Sra. Marshall sigue adelante y dice: «Aceptamos por la fe el hecho de que Dios nos ha escuchado; que la siguiente acción será de Él. Consideramos por la fe que Él en verdad ha llevado a cabo la ejecución».1

            Parece que ella entiende claramente que el tirano del yo debe ser crucificado. También entiende que debemos por la fe someternos a la muerte, y que Dios es el que mata, pero sólo con nuestro consentimiento. Ella une la «muerte del yo» y el «factor de la fe» en una sola operación, que es muy adecuado y definitivamente bíblico. Sin embargo, no parece haber pruebas de que ella entendía la santificación como una segunda obra definitiva de la gracia, ni que trataba de obtenerla.

            Es en verdad humillante descubrir que una persona como Catherine Marshall, que no formaba parte de las filas de la santidad, creía en la muerte al yo carnal; y a la vez muchas almas engañadas ADENTRO de las verdaderas filas conservadoras de la santidad creen sólo el aspecto positivo de la santidad. Es una tragedia espiritual por los dos lados que esta mujer haya entendido el aspecto negativo de la santidad; cuando, por el otro lado, los que recomendan fuertemente la santidad experiencial caigan en el peligro contrario, pues, niegan y rechazan el aspecto negativo—la muerte a su propia naturaleza carnal—una posición que anula por completo los aspectos positivos de la pureza en su propia vida.

 

La Creencia Básica de H.A. Baldwin

            H.A. Baldwin escribió:

                En estos tiempos de relajamiento y libertinaje todo se prefiere más que la muerte. Se pide un camino más fácil, un tipo de camino de cloroformo en el cual la persona que busca la experiencia se puede dormir y despertar en Canaán, o extender las alas y pasar por arriba del Jordán. La carne se rebela contra la destrucción. No importa cuánto el buscador de la santidad desee estar limpio, la disolución de la vida del yo necesariamente se acompaña del dolor. La vida es dulce. El hombre muere difícilmente. De la misma manera, la carnalidad se niega a morir hasta que sea llevada por la fuerza a la cruz.2

            (Note en esta cita de Baldwin, las dos referencias al «camino» o «ruta» que se consideran junto con la muerte a la carnalidad. De allí viene el término «ruta de muerte». El término «ruta de muerte» es de uso más o menos reciente, pero la idea que representa existe casi desde el principio del mundo.)

 

Rhoda nos Recuerda que la Depravación Es Desastrosa3

            Rhoda Sacra, misionera a Alaska, enfatiza fuertemente la suma importancia de sacar del corazón la carnalidad terrible que corrompe la vida y destruye el alma. Dijo: «Es bueno ser regenerado. Lo necesitamos. Necesitamos ser levantados de una vida de pecado, pero nunca podremos estar en pie ante el juicio de Dios y salir bien si tenemos esa cosa carnal en el corazón». Es probable que la tragedia más grande en la vida de un cristiano es que anule el aspecto positivo de la santidad en su propia vida al rechazar el aspecto negativo de la muerte a la naturaleza carnal. En la siguiente cita, Rhoda nos muestra lo totalmente desastrosa que puede ser la naturaleza carnal en la vida de un cristiano cuando se le permite permanecer allí. Ella dice:

            «Corazón que no es santificado, ¿quiere Ud. sentir un alivio Ud. nunca puede estar firme con esa cosa carnal en su corazón. Me gustaría llevar a Ud. a un tiempo hace varios meses. Yo estaba en una campaña en Pennsylvania, y un hombre se me acercó y me dijo:

            —¿Quiere Ud. ir con nosotros para platicar con nuestra hija Ella está en la cárcel.

            Fuimos a ver a esa muchacha al día siguiente. Viajamos en carro unas 700 millas. Fuimos a verla y hablamos con ella, oramos y ya estábamos por salir. Sus padres de ella se subieron al carro. Ya se habían ido y yo me estaba arreglando para salir en mi próximo viaje. El guarda salió y me dijo:

            —¿Quiere Ud. pasar Ella quiere platicar con Ud. a solas.

            Entré y él me dijo:

            —El tipo de delito no se debe revelar a otras personas.

            Firmé los papeles. Le pregunté después de que él me dijo cual era su delito, si estaba bien que yo estuviera sola con ella en el cuarto. Él me respondió:

            —Bueno, vamos a estar viéndolas en todo momento, pero no oiremos lo que ella dice.

            Entré al lugar donde estaba la muchacha. Ella es un año mayor que yo. Ví una persona completamente diferente a la que ví la primera vez cuando entré con sus padres. Se estaba retorciendo, y decía una y otra vez:

            —¡Ay! Mi naturaleza carnal.

            Entonces me di cuenta de su historia.

            Ella dijo:

            —¿Sabe Ud. que yo era salvo cuando surgió esta cosa en mí ¿Sabe que nunca en toda mi vida, que yo recuerde, he robado nada

            Ella empezó a mencionar sus virtudes.

            —Fui maestra de la escuela dominical. Yo era maestra de la escuela dominical y salva cuando cometí este delito.

            —Tuvimos una campaña de avivamiento y el Señor trató conmigo acerca de mi naturaleza carnal—y no hice nada, y, ahora, aquí estoy tres semanas después de la campaña. Mi naturaleza carnal lo causó. Si yo hubiera sabido, habría permitido que el Señor la quitara de mi corazón.

            Siguió ella hablando más y más. Yo sentí que estaba parada en los escalofríos del infierno. Le pregunté:

            —¿No cree Ud. que debemos orar Ella respondió:

            —Está muy obscuro y de nada sirve orar. Está muy negro. Creo que el infierno sería un alivio del tormento que estoy sufriendo.

            Habló ella más y más. Me dijo:

            —Cuando Ud. vaya viajando por todo el país, por favor, dígales a los jóvenes—dígales a las personas grandes que permitan que Dios trate con su naturaleza carnal.

            Quiero que Uds. sepan que esto me impresionó. Es bueno ser regenerado. Necesitamos hacerlo. Necesitamos levantarnos de una vida de pecado, pero nunca podremos estar en pie ante el trono de Dios con esa cosa carnal en el corazón.

            Quisiera yo saber en esta mañana quién en esta congregación está protegiendo esa cosa en su corazón. Pero quiero que sepa que el toque del Maestro puede limpiar su corazón de todo.

            Si Ud. pudiera escuchar a los jóvenes que claman a mis oídos cuando voy viajando por todo el país:

            —Cómo quisiera yo haber actuado de otra forma.

            Y esos son los jóvenes.

            —Cómo quisiera haber actuado de otra forma.

            Y si pudiera Ud. escuchar la voz de los padres que me dicen:

            —Estamos resbalando. Estamos resbalando y lo sabemos, pero parece que no podemos remediarlo.

            ¿Quiere Ud. el toque de la mano del Maestro Pongámonos en pie.

De todos los enemigos que encontramos,

                                ninguno tan seguido desvía nuestros pies—

ninguno nos traiciona para hacernos pecar,

                                como el enemigo que mora adentro.

 

La Cita Clásica de Clarke

            «¿No está Ud. cansado de esa carnalidad que es enemistad con Dios ¿Puede Ud. estar contento sin ser santificado...¿Puede amarle Ud. en cambio de Su amor...¿Puede Ud. amarle un poco sin desear amarle más ¿No siente Ud. que su felicidad aumenta en proporción su amor y su sumisión a Él ¿No desea Ud. ser feliz ¿No sabe Ud. que la santidad y la felicidad son tan inseparables así como lo son el pecado y la miseria ¿Puede uno tener demasiada santidad y demasiada felicidad ¿Puede uno ser hecho puro y feliz demasiado pronto ¿Está Ud. cansado de tener un corazón lleno de pecado ¿No serán para Ud. una fuente de miseria y dolor sus malos humores, el orgullo, el enojo, la irritabilidad, la avaricia y las varias pasiones sucias que muchas veces agitan al alma ¿No puede Ud. estar dispuesto a que se les destruya Levántese, pues, y sacúdese del polvo y clame a su Dios. No se ha agravado Su oído para oír; Su mano no se ha acortado para salvar....4

Un poco más de placer, un poco más de alegría,

                                estás doblando tu tienda para irte;

un poco más de sembrar discordia en la tierra,

                                estás doblando tu tienda para irte.

Un poco más de jugar, un poco más de escarnecer,

                                estás doblando tu tienda para irte,

un poco más de obscuridad y amanecerá el juicio,

                                estás doblando tu tienda para irte».


 

 

 

 

 

Capítulo Diez

 

El Corazón Tiene Hambre de la Santidad

 

            Uno de los requisitos más importantes de la Biblia para obtener un corazón verdaderamente santificado es tener un hambre en el alma. El hambre de tener un corazón puro y de poseer la Persona del Espíritu Santo debe ser muy fuerte hasta el grado en que uno no quiere que se le niegue, no importa lo que cueste. De la misma manera, el Dr. J.O. Peck afirma:

                Dios nunca me dejó ni un solo año sin tener una recompensa graciosa en la cual muchas almas fueron dadas como un sello de mi ministerio...pero en el verano de 1872 se empezó a sentir un hambre profunda en mi corazón que nunca había sentido...no sabía ni qué anhelaba. Me examiné a mí mismo y oré más sinceramente, pero el hambre de mi alma se hizo más autoritaria. No fui lanzado a la obscuridad ni fui consciente de la condenación, pero el deseo interior aumentó.1

            En el servicio de un campamento aproximadamente en el 1960, el Dr. L.B. Hicks le dijo a congregación:

                Si uno tiene suficiente hambre, está dispuésto a morir al pecado...y si no tiene suficiente hambre, no está dispuesto a morir....Si tiene el hambre suficiente va a proponerse a obtener la santidad....Ud. llegará a ser santificado si se decide hacerlo...se quedará en el altar hasta obtener la santidad. Quédese allí hasta que se encaje el último clavo y se corte el epitafio en la tumba del hombre viejo».2

            Sheridan Baker, uno de los más grandes de los predicadores de la santidad y un ardiente ganador de almas de tiempos pasados, cuando buscó a Dios para que le diera un corazón limpio, dijo:

            —«Mi hambre y sed de justicia llegaron a ser tan intensas que lo único que podía hacer era orar a Dios para que me diera un corazón limpio....No puede existir una verdadera confianza ni reposo del alma mientras que haya algo en el corazón que sea contrario al amor, mientras que haya algún sentido de impureza».3

            Muchas personas han testificado que el hambre de tener la santidad en su corazón se ha vuelto tan fuerte que con gusto pagarían el precio que fuera para obtenerla. D.L. Moody, por ejemplo, rogó a su congregación: «Qué sea el clamor de su corazón de día y de noche....Jóvenes, llegarán a ser santificados cuando busquen la santificación más que todas las cosas....Yo tuve que llegar a ese punto. Creo que habría muerto físicamente si no hubiera alcanzado la santificación.

 

El Evangelio de los Gemidos Según Wesley

            La historia relata que muchos de los predicadores de Wesley, en los tiempos primitivos del movimiento moderno de la santidad, obedecieron el mandato de Wesley de buscar la santidad con gemidos. Hay pruebas de que la profundidad de la verdadera santidad empezó a hacerse más superficial en proporción con la desaparición del énfasis en los «gemidos». Por esta razón, gran parte del poder y la pureza de la verdadera santidad bíblica se ha perdido del movimiento de santidad, y nunca ha vuelto a su estado original.

 

Un Anhelo que Perdura

            Hannah Whitall Smith divulga lo siguiente: «Empecé a anhelar la santidad; empecé a gemir bajo la esclavitud del pecado en el cual todavía era preso. Todo mi corazón anhela ardientemente una completa conformidad con la voluntad de Dios y una comunión libre con Él».6

Vivía otro hombre dentro de mí,

hijo de la tierra y de Satanás era él;

pero lo clavé a la cruz de Jesús,

y ahora ese hombre no tiene nada conmigo.

Ahora otro hombre vive en mí;

y Su bendita vida es mía;

he muerto con Él a toda mi propia vida,

he resucitado a toda Su vida divina.

            Muchos cristianos famosos han testificado que Dios ha puesto dentro de ellos, por medio de la influencia del Espíritu Santo, un deseo profundo, un hambre, una sed, un ansia de tener la experiencia de la entera santificación.

            El Dr. R.A. Torrey afirma: «Nadie jamás obtuvo esta bendición de la santidad si pensaba que podía vivir sin ella». El Dr. Torrey clamó de la profundidad de la desesperación al buscar esta experiencia: «No puedo yo dar ningún paso más en el servicio cristiano hasta no saber que soy bautizado con el Espíritu Santo.

            Cuando le falta profundidad a la convicción del Espíritu Santo, acompañada del hambre de tener la santidad, entonces faltan los resultados. Si uno no tiene suficiente convicción y hambre de tener la santidad, debe pedir a Dios que las aumente. Puesto que Dios está más dispuesto a dar al Espíritu Santo que lo que están los padres terrenales a dar buenas dádivas a sus hijos (Mt. 7:11), seguramente estaría dispuesto a aumentar el hambre de tener la santificación si uno se la pide.

En un abrir y cerrar de ojos

Dios mi Señor puede santificar.

            Muchas personas han testificado que una revelación a su alma de lo terrible que es la naturaleza carnal ha producido un hambre profunda de tener la limpieza y la plenitud del amor perfecto(Mt. 5:6).

 

Se Aborrece la Depravación

            El Sr. David Uptegraph, un ministro santificado de gran poder espiritual, con relación a su búsqueda de un corazón limpio, dice:

                Aborrecí el orgullo, la ambición, los malos humores, y los pensamientos vanos, pero los tuve, con todo eso, y formaban parte de mí. No eran hechos de los cuales uno debe arrepentirse y ser perdonado, sino que eran disposiciones que causaban los hechos, y formaban parte del «viejo hombre» e eran inseparables de su presencia en el ser. Empecé a pedirle a Dios, con una medida de fe, que lo echara fuera. Junto con este deseo había una gran hambre y sed de ser «lleno de toda la plenitud de Dios». Deseaba tener un corazón limpio y un espíritu constante.8

            Respecto a esta misma conexión, Adán Clarke afirmó: «Esto es, en verdad, la totalidad de la religión de Jesucristo. Hemos participado de una naturaleza terrenal, sensual y diabólica; el propósito de Dios, por Cristo, es de quitar esto, y de hacernos participantes de la naturaleza divina, y de salvarnos de toda la corrupción que hay en todo el mundo, en principio y en hecho.9

Rompe el yugo del pecado innato,

y libra mi espíritu por completo.

No puedo descansar hasta no estar puro por dentro,

hasta no perderme por completo en Ti.

Hay que Pagar el Precio

            Amanda Smith, la evangelista de color de renombre internacional, nos dice que cuando Dios, derramó Su luz en su corazón para revelarle su necesidad de la entera santificación, bajo la enseñanza de John Inskip, ella reconoció que debía hacer una consagración total y eterna. Al ver en su derredor, ella se dio cuenta que todo lo que tenía era ella misma y su lavadero con su tinaco. Ella consagró estos a Dios y Él la santificó. Ella dice: «Debe uno hacer una consagración completa, y uno debe hacer que esa consagración sea eterna. Le dí todo a Dios. Todo lo que tenía era yo misma y mi lavadero con el tinaco; pero se los dí todos, y el Espíritu vino y santificó mi alma.10

Levántate, hermano; levántate, hermana.

Busca, sí, busca, este santo estado.

            Amy Carmichael, una mujer de gran aprecio y renombre, dijo: «Si me niego a ser un grano de trigo que caiga en la tierra y muera...entonces, no sé nada del amor del Calvario.

            Importa poco si uno le llama «la ruta de muerte» o «el viaje de muerte» o «la marcha de muerte» o «el golpe de muerte». Lo esencial es que todo el mundo debe buscar una experiencia más profunda de la santidad, debe morir por completo—morir al yo, morir al mundo, morir a toda característica carnal; morir al pecado; morir a todo el mundo y a todo; al pasado, al presente y al futuro, si uno quiere ser santificado, con el amor de Dios derramado en el corazón por el Espíritu Santo (Ro. 5:5). La muerte negativa tiene que preceder la pureza positiva para que la pureza sea válida.

            Un poeta, desconocido para nosotros, aparentemente sabía por la experiencia lo que estaba diciendo:

Mi vida era incompleta;

en parte amarga; en parte dulce;

hasta que permití que muriera el viejo hombre.

 

La Decisión Diligente

            Sin embargo, la gente que se convierte realmente debe sentir un hambre en su corazón de purificarse, y de que more adentro el Consolador, hasta el grado en que no deje de buscar a Dios, bajo ningunas circunstancias, hasta no obtener esta experiencia. Los corazones tímidos nunca llegarán a alcanzarla.

            Fuera del temperamento básico de la misma persona, no es fácil entender la razón por la cual algunas personas oren rápidamente hasta obtener la santidad en un tiempo corto, mientras que otras personas batallen mucho por largo tiempo. El espíritu de decisión y de desesperación es de tremenda importancia al buscar la santidad. Uno que es indiferente y de poco entusiasmo en su búsqueda nunca podrá orar hasta alcanzar y obtener un corazón santificado.

            El autor de este poema significativo claramente conocía el lenguaje de la vida crucificada.

Crucificado estoy con Cristo,

y Él vive y mora en mí;

he cesado todas mis luchas,

ya no soy yo, sino Él.

Toda mi voluntad está rendida a Él,

y Su espíritu reina por dentro,

su sangre preciosa cada momento

me limpia y me libra del pecado.


 

 

 

 

 

Capítulo Once

 

La Firmeza o la Inestabilidad de la Fe

 

La salvación que Dios le ha dado al hombre se recibe por la fe. Somos salvos por la fe. Somos guardados por la fe. No somos salvos por las obras ni por algún mérito personal. «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (Ef. 2:8 y 9). Esta es una fe en las promesas y la bondad de Dios y no es una fe en nuestras propias obras, ni en nuestra búsqueda ni en nuestro morir al pecado. Dios nos da un objetivo doble de nuestra fe in He. 11:6 «...es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan». Primero, debe haber una fe en Su misma naturaleza, y segundo, debe haber una fe en Su disposición de suplir nuestra necesidad en respuesta a la búsqueda diligente.

            Pero, recuerde, la verdadera fe es un don de Dios. Aunque debemos ejercitar la fe, la capacidad de hacerlo es un don gratuito, del amor y directo de Dios. Así como el pecador no tiene la capacidad en sí mismo, con la cual arrepentirse, sin embargo, él debe enfocar su voluntad en el hacerlo, con la ayuda gratuita de Dios. Por lo tanto, el que recibe la regeneración o la santificación por la fe, debe ejercitar esa fe según Dios lo capacite para hacerlo.

            En las palabras del hno. Parker Maxey: «Cuando se cumplen las condiciones, Dios empieza a dar la capacidad de creer a la persona en el interior de su corazón. No le suelta esa capacidad hasta que no se cumplan las condiciones». Esta verdad vital se confirma en Ro. 12:3 - «...conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno».

            Cuando nos hemos entregado completamente a Dios para que nos crucifique, entonces viene la fe natural y espontáneamente. Esto, nuevamente, resulta del hecho de que es un don de Dios. La santificación es Su voluntad (1 Ts. 4:3), y, sin tardar, él empezará a ayudar a nuestra fe, y dará la respuesta cuando creemos.

            Cuando se cumplen todas las condiciones, la fe viene tan naturalmente como el amanecer sigue de la noche, pero no tan automaticamente. Aun con la ayuda de Dios y el ánimo que él da, algunas veces lo humano y lo carnal pueden tardar en soltarse y en confiar plenamente. Satanás estará allí, tratando de detener a la persona para que no dé el último paso de la fe.

            ¿Cómo podremos describir el acto humano de ejercitar la fe Todo el mundo tiene una experiencia diferente. Uno puede llegar hasta el final de su búsqueda, y después experimentar una verdadera lucha de la fe. Uno puede estar parado a la orilla del Río Jordán, y se le dificulta dar el paso de la fe. Puede empezar a expresar la fe, aun en términos claros, así como por ejemplo: «Señor, creo que me santificas ahora mismo», aun cuando la fe vacila y la victoria todavía no viene. Él puede repetir esta declaración varias veces, aun cuando la lucha sigue. Pero, gracias a Dios, Él no deja a uno sin consuelo. Él honra y fortalece la fe de uno hasta que reposa en Dios, y Dios hace la obra. Esa alma TIENE QUE ejercitar la fe.

            Otra persona que busca la santidad puede salir repentinamente a la luz del sol y saber espontáneamente que quedó hecha la obra de tal manera que a duras penas se da cuenta que ejercitó la fe. Cuando el último ídolo se pone sobre el altar, y la persona se rinde sobre el último punto, la paz y el alivio pueden ser muy dulces. Dice simplemente: «Ya fue hecho», o, «Él ya vino», o «Gloria a Dios, es real», o, «He deseado esto desde hace mucho tiempo». Puede ser que haya verbalizado conscientemente su fe en un esfuerzo de recibir la bendición de la santidad, pero, de todos modos, ejercitó la fe.

Uno o irá al cielo o irá al infierno,

debe ser uno de los dos, y allí morirá;

Cristo vendrá, y rápidamente también,

todos deben encontrarlo, así lo debes hacer tú,

entonces uno llorará y querrá estar

contento en la eternidad.

 

Una Fe Inestable

            Ahora, se dan los dones de Dios bajo las condiciones de Dios. Así como Dios no concede la fe salvadora a un pecador no arrepentido, tampoco da la fe santificadora a una persona que no está dispuesto a consagrar su todo y morir completamente a su naturaleza carnal. Cuando uno está dispuesto a soltar al yo, Dios no va a santificar su corazón por la fe. Dios nunca hará nada contrario a Su naturaleza, a Su voluntad o a Su sabiduría. Ciertamente, Él no va a dar la fe para obtener Su don, a menos que cumplamos con Sus condiciones.

            He dicho que se tiene que ejercitar esta fe, pero eso no se puede hacer sin la ayuda de Dios. Aquí muchas personas se ponen en peligro. Se ponen a luchar para creer, pero no pueden porque el yo carnal aún no ha muerto, y Dios no puede capacitar su fe para que opere. Tal vez otras personas, también sin base adecuada, traten de aceptarlo «por la fe», y salen engañadas porque piensan que recibieron la bendición de la santidad de corazón. Esto lleva a la profunda desilusión y al caos de la confusión.

            El hno. A.L. Turner, que ahora está en el cielo, fue uno de los hombres más santos que he conocido, dejó este legado hermoso al pueblo de la santidad:

            —La ruta de muerte es lo que hace que la fe se active. No hay fe suficiente en todo el mundo como para santificar a una sola persona que se niegue a aceptar la «vía dolorosa» de su propia crucifixión.1

            Las personas que nunca pasaron por la «ruta de muerte» nunca en verdad pasaron por la «ruta de la fe». Lo que ellas pensaban que era la fe, en realidad, era la suposición, porque no estaba de acuerdo a la Palabra de Dios. Estos engañados se fueron por la «ruta de la presunción» y los llevó a un callejón sin salida a la neblina de la confusión interminable. Es totalmente imposible llegar a ser santificado por la presunción. Pero, recuerde—los que tratan de aceptarlo por la fe se parecen al tren que trata de seguir andando después de que se brincó de la vía.

 

La Fe se Vuelve Necedad

            Si uno quiere viajar a una ciudad lejana, ¿no querra un mapa para planear su viaje Seguramente no se sube simplemente a su coche y lo echa a andar, aceptándolo «por la fe». Sin tener un mapa de la carretera, la fe es una necedad.

            Cuando Abraham salió «sin saber a dónde iba», Dios, que, sí, sabía el camino, estaba con él, y eso fue todo lo que se necesitaba. Nadie necesita un mapa cuando hay alguien con él que sabe el camino. Así es cuando uno busca a Dios para que le dé un corazón puro. Dios le guía paso a paso hasta llegar a la tierra prometida de la ENTERA santificación. «Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os llama, el cual también lo hará» (1 Ts. 5: 23 y 24).

            Cuando uno busca la santidad, si trata de aceptarla por la fe, pero rechaza el elemento de la «muerte al yo», será como el acumulador de su coche cuando tiene conectado sólo el terminal positivo. Si el terminal positivo de su acumulador pudiera hablar y le dijera al terminal negativo: Yo soy el que tiene la electricidad; no te necesito. ¿Hasta dónde llegaría Ud. Los dos terminales son absolutamente indispensables, tanto el terminal negativo de la «muerte al yo» y el terminal positivo de la «fe». Aun después de que uno fue santificado, si se corta la conexión de cualquier terminal, se pierde el poder santificador del Espíritu Santo y Su presencia. Muchas personas nunca se recuperan de esta caída.

            Si Cristo no podía salvarnos y santificarnos por SU fe sin que fuéramos obedientes hasta la muerte (Fil. 2:8), tampoco podemos ser salvos y santificados por nuestra fe sin nuestra obediencia hasta la muerte, porque las Escrituras demandan que «Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio» (He. 13:13). Además, debemos ser «semejantes a él en su muerte» (Fil. 3:10). Nuevamente, en Col. 3:3 dice Pablo: «Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios».

 

Los Engañados Llegan a Ser Engañadores

            Todas las personas que buscan la santidad que «no mueren» a la carnalidad en su corazón, si piensan que obtienen la bendición de la santidad, son engañados y salen con una experiencia falsa y con el corazón igualmente carnal como siempre. Parece que eso es lo que pasó con uno de los evangelistas de la televisión más famosos de nuestros tiempos. Él parecía no reconocer ninguna liberación de su naturaleza carnal ni de sus manifestaciones. Él parecía ni siquiera creer que fuera posible suprimir bien sus características carnales a las cuales él les llamaba sus «debilidades». Él dijo: «Todos y cada uno de nosotros tiene algún área de debilidad contra la cual batallamos diariamente. Ya sea la malicia, la envidia, los celos, el enojo, nos encontramos, una y otra vez, volviendo con Dios y pidiéndole perdón por las mismas cosas».

            Nos preguntamos en qué servirá la santidad de este hombre. Él dice que tiene el poder tremendo del Espíritu Santo—pero, ¿qué de la pureza Pedro dice que cuando el Espíritu Santo santificó a los gentiles, sus corazones fueron purificados (He. 15:9). ¿De qué servirá un don o una manifestación como, por ejemplo, el hablar en una «lengua» desconocida, si uno no tiene la obra de la limpieza de corazón y la pureza

            Este evangelista dijo que tenía problemas, aun con la malicia, la envidia, los celos y el enojo, todos los días. Eso seguramente no es el conformarse a la imagen de Cristo (Ro. 8:29). Un corazón carnal y una vida sin victoria no glorifican ni a Dios, ni al Espíritu Santo, ni a Cristo, ni a Su Iglesia. Hay pecadores en el mundo que nunca fueron salvos que no batallan ni con la malicia, ni con la envidia, ni con los celos, ni con el enojo todos los días.

            Una vida que está derrotada carnalmente no es digno de Cristo y es un insulto a Su sangre preciosa. La Palabra de Dios lo aclara: «...la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado», y «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad». (1 Juan 1:7 y 9). No debemos sostener un corazón contaminado y corrupto mientras invoquemos el nombre de Cristo, por miedo de representarlo equivocadamente. Cristo vino a este mundo y derramó Su sangre para prepararnos para la vida y para el cielo al limpiarnos de todos los elementos carnales, como, por ejemplo, la malicia, la envidia, los celos y el enojo. Debemos deshacernos de estas características impías, porque no pueden entrar al cielo. Se tienen que quitar el orgullo carnal, la terquedad y todas las demás características parecidas.

            Sí, les tenemos lástima a los seguidores de este evangelista si ellos también tienen que luchar con las peores características internas de la carnalidad todos los días, y nunca sabremos lo que se siente al ser limpio de tanta vileza por la sangre preciosa de Cristo.

            Pero, seamos honrados, nosotros mismos. ¿No tenemos muchas personas entre las filas del movimiento conservador de la santidad que no están gozando de todos sus privilegios en el evangelio, y que no viven mejor que el susodicho evangelista o sus seguidores Mi petición ante Dios es que todas las personas que lean este libro y descubran su corazón carnal busquen el poder limpiador y purificador de la sangre de Cristo y que encuentren la liberación total por medio del ministerio del Espíritu Santo.

            Nosotros, de las filas de las iglesias del movimiento de la santidad, tenemos personas desde las posiciones más altas del liderazgo hasta los seguidores más desconocidos, que batallan diariamente con su carnalidad, algunas veces suprimiéndola con algo de éxito, pero nunca fueron liberados. Con frecuencia se acostumbran tanto a sus arrebatos carnales que no piden perdón ni a Dios ni a las personas a las cuales han ofendido. Si uno sigue a este modelo corrupto, no puede de ninguna manera retener la primera obra de la gracia. Esta es una de las razones grandes por la cual hay muchas personas entre las filas de la santidad que no son santificadas.

            Cristo dijo de tales personas: «Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad» (Mt. 7:23). Estas personas engañadas se suponían que eran de los mejores cristianos que había en la tierra porque ellos hicieron milagros y echaron fuera a los demonios en el Nombre de Cristo, hasta que Cristo anunció su castigo. La purificación de sus propios corazones de la carnalidad es mucho más importante que el echar fuera a los demonios de otras personas.

Arde, arde, oh amor, dentro de mi corazón,

arde fuertemente de noche y de día,

hasta que toda la escoria de los amores terrenales

se acabe de consumir por completo.

 

Cuando la Fe Funciona Fervientemente

            El apóstol Pablo dijo: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí....» (Gá. 2:20). Las palabras no pueden expresar la bendición de experimentar la muerte al yo y la fortaleza de la persona santificada. Qué gloria, cuando la fe se afirma y se fortalece, y el alma experimenta el gran alivio de la esclavitud de la carnalidad. Algunas personas se refieren a esta experiencia como «paz como un río»; otras personas le dicen «el dulce reposo»; pero lo único que yo puedo decir es que «mi corazón carnal y feo fue purificado; Cristo está entronizado, y el Espíritu Santo vive en mí. ¡Aleluya!

            No se le necesita ni rogar ni coaccionar al Espíritu Santo para que entre al corazón que está completamente rendido y preparado. Cuando la fe se afirma y cae el fuego de Dios, la persona que busca la santidad alcanzará la victoria como la cosa más natural en el mundo. Cuando llega a estar consciente de la presencia del Consolador, el Espíritu Santo, su fe aumenta y opera libremente, sin llamar la atención a sí mismo. Es la razón por la cual las «enfermeras del altar» están completamente fuera de orden cuando insisten que acepte la experiencia «por la fe» la persona que busca a Dios, cuando no se ha entregado completamente a Dios.

            El Rvdo. C.B. Jernigan habla del Rvdo. J.D. Scott que alcanzó la victoria cuando oró «...entre la paja, en un altar de antaño cuando no había pensamientos de decirle a alguien que lo aceptara por la fe, sino que debían orar hasta que sucediera algo». El Dr. J.B. Chapman dijo: «La fe llega a ser tan natural como la respiración cuando destronizamos nuestros ídolos».

            He visto que muchas veces una persona lucha en un altar, tratando de creer y al fin se rinde y confiesa que ha estado batallando con algo que no quería entregar a Dios. Cuando al fin cae el fuego del Espíritu Santo, no es necesario forzar a la persona para que crea. Cuando Dios todavía no está listo para enviar el fuego del Espíritu Santo, es una tontería tratar de provocar la fe suficiente para que suceda. Parece ser mucho más sencillo y menos doloroso «aceptar la santificación por la fe» y es una tentación muy grande tratar de hacerlo. Sin embargo, es peligroso y engañoso.

¿Hasta dónde voy yo con la corriente

¿Quién puede predecir mi destino

¿Hasta dónde voy yo con la corriente

A la obscuridad de la eternidad.

 

El Pago de la Indecisión

            El pueblo de la santidad de antaño se acostumbraba a insistir que los nuevos convertidos buscaran la santidad sin tardar. La verdadera conversión debe causar que la gente tenga un deseo de seguir adelante a la experiencia de la santificación hasta que sepa sin lugar a duda que ya se hizo la obra. La incredulidad no permitió que los israelitas carnales y rebeldes entraran a la tierra de Canaán (He. 3:19). La incredulidad causa que la gente de nuestros tiempos no piense que su necesidad sea tan grande como lo describe Dios, y que la santidad no es completamente necesaria, y que el mandato de Dios: «Sed santos» (1 Pedro 1:15 y 16), no es una orden. Esas personas son indiferentes a las amonestaciones de Hebreos 3 y 4 y morirán en el desierto espiritual.

            Cualquier tardanza innecesaria en obtener la santificación siempre lleva un riesgo. Cuando Dios convence a uno de su carnalidad, esa persona debe empezar inmediatamente a buscar la santidad. Cualquier tardanza innecesaria es peligrosa porque el sentido de la urgencia se acabará mientras se enfríe el asunto. Mientras tanto, Satanás aprovecha hasta lo máximo la carnalidad del corazón de uno, y la utiliza para que la persona salva se sienta derrotada, para que se desanime y se dé por vencida. Así la tiene el diablo en sus manos. La indecisión tiene su peligroso día de pago.

            El pueblo de santidad de antaño hablaba de «morir como un perro amarillo abajo del porche trasero». Con esa expresión querían decir que el «morir al yo» fuera sin dilación, que se realizara rápidamente, y con una finalidad parecida a la muerte de un perro. El pueblo de la verdadera santidad siempre ha creído en la crucifixión del sí, y cualquiera que no creyera en ella era considerado hereje.

            Dios nunca asume el gobierno de la vida hasta que uno lo entregue incondicionalmente a Cristo. Al yo no le gusta hacer eso. Dios estiraría para un lado y el yo estiraría para el otro. Dios nunca acepta ese tipo de juego. Dios es un caballero y no le quita a uno nada que uno no le quiera entregar, ni tampoco insiste que uno acepte algo que no quiera. El único recurso seguro es el de morir en una entrega completa, y hacerlo sin dilación.

 

La Espiritualidad Robada

            Las personas que se oponen a la «ruta de muerte» le dicen a uno que recibieron la santificación «por la fe». Cuando se mueve la terminología, toda la estructura doctrinal de la experiencia cristiana cambia también. Si somos santificados, recibimos la santificación por la fe, no la recibimos sin la crucifixión del yo. El omitir los términos que se han usado por mucho tiempo, conducirá a la omisión de un énfasis necesario, que a su vez causará que muchas personas no obtengan la experiencia de la santidad. Lleva la idea de conseguir la mercancía sin pagar el precio—son rateros de tiendas. Eso sería parecido al ver algo en la tienda y cogerlo «por la fe» y salir sin pagar el precio. La «ruta de muerte» le cuesta a uno todo. La ruta de tomar la santidad «por la fe», así como algunas personas recomiendan, no le cuesta a uno nada—sólo aceptarla e irse. Toda la idea de buscar la manera de escapar la entrega del yo a su propia crucifixión está fuera de los principios básicos del cristianismo. La «ruta de la fe» es un convenio que se hace cuando se rechaza la «ruta de muerte».

            Las únicas personas que han llegado a ser santificadas por completo sin notar un proceso de muerte son aquellas que ya habían completado su «muerte». Cuando uno ya pagó el precio, tal vez no tenga que esperar ni un minuto para que caiga el fuego del cielo en su alma. Es un hecho muy evidente que a las personas que cruzan a la tierra de Canaán y son santificadas por completo muy pronto después de ser salvas, normalmente se les facilita «morir» al yo. Salieron detrás de la carnalidad cuando estaba en su mayor debilidad. Pero si no siguen adelante en el tiempo oportuno, pueden andar errados en el desierto hasta que la carnalidad se haga más fuerte y más difícil de crucificar. Wesley se acostumbraba a animar a las personas salvas para que empezaran de una vez a buscar la santidad. No hay consejos mejores que estos.

            Otras personas, porque tienen más luz, tal vez se consagraron y «murieron» cuando fueron salvas. Esto sucede especialmente con las personas retrocedidas después de haber sido santificadas. Por lo tanto, tal vez estas personas tengan que luchar menos para lograr morir al yo. Estos ejemplos de ninguna manera desprecian la necesidad de que uno muera al yo hasta que pueda ejercitar la fe.

 

Son Burlados los Burladores

            La gente que la acepta «por la fe», que desprecia la «ruta de muerte» está tomando la misma posición que tomaron los burladores cuando retaron a Cristo para que bajara de la cruz (Mt. 27:40 y 42). Lo que algunas personas le llaman fe no es nada más que la presunción porque se niegan a rendirse a las condiciones de la verdadera fe santificadora, que implica la crucifixión del yo. Cuando la fe de uno no tiene base, su santificación es espuria. Nadie llega a un destino específico por viajar en el sentido contrario. Los viajeros pueden ser felices hasta el extremo mientras que piensan que van bien, pero nunca llegarán al lugar a donde deseaban llegar.

            Uno se puede preguntar porqué no se hizo mención ni de «morir» ni de la «fe» cuando vino el Espíritu Santo en el día de Pentecostés y nuevamente sobre los pequeños grupos de cristianos de la iglesia primitiva, según se registra en el libro de los Hechos. Creemos que los discípulos que fueron santificados en el día de Pentecostés murieron al yo carnal durante los varios días en los cuales se examinaron mientras esperaban en el aposento alto la «promesa del Padre» (Hechos 1:4)—el derramamiento del Espíritu Santo. Después en otras ocasiones, como, por ejemplo, en Hechos 4:31; 8:17; 10:44; 11:15 y 19:6, bien puede ser que se les derramó una y otra vez sobre algunos de los que primero recibieron la bendición de la santidad el día de Pentecostés. También personas nuevas fueron santificadas por completo porque murieron por completo, y poseían una fe muy fuerte y una decisión bajo la presión de la severa persecución y la amenaza constante del martirio violento, que cuando ocurrieron los sucesivos derramamientos, estaban completamente preparados. Tuvieron la fe suficiente como para recibir el bautismo del Espíritu Santo y fuego, sin necesidad de más preparación.

 Abre el ojo interior de mi fe,

manifiesta Tu poder desde lo alto,

y todo lo que soy se hundirá y morirá

perdido en el asombro y en el amor.


 

 

 

 

Capítulo Doce

 

¿Habrá Bálsamo, o Habrá Lamentación

 

            Un amigo laico, después de revisar un manuscrito, se preguntaba acerca del «bálsamo de Galaad». Obviamente se refería a Jeremías 8:22. El profeta después preguntó porqué no hubo medicina. Multitudes de personas que dicen ser cristianas, muchos de ellos oficiales de alto rango, vivieron y murieron en la tierra en donde no hubo medicina, simplemente porque no querían pagar el precio, «morir» a su propia naturaleza carnal y obtener un corazón santificado. No hay bálsamo para aquellos que rechazan la luz de la santidad de «la ruta de muerte».

            No había bálsamo para los israelitas quienes le erraron en Cades-barnea. Enterraron un promedio de más de cien personas cada día durante cuarenta años en el desierto, y ninguno de los mayores de veinte años, que le erraron en Cades-barnea fue permitido a entrar en la tierra de Canaán (Dt. 1:39 y 40). Cuando acamparon dos días en un solo lugar, dejaron por lo menos trescientos sepultados como testimonio mudo a la luz rechazada y la desobediencia voluntaria. Da miedo, ¿verdad Nunca «murieron» a su decisión voluntaria de salir con la suya. Cuando Dios les dijo que pasaran a poseer la tierra, se negaron a hacerlo. Después, cuando Dios les dijo que no pasaran, se propusieron a hacerlo (Dt. 1:43). Pasaron, pero volvieron derrotados, desanimados y humillados (vv. 44 y 45).

            No hubo bálsamo para el Faraón y sus ejércitos cuando dieron el paso fatal de rebelión y cayeron en la trampa mortal del Mar Rojo y fueron inundados por las aguas que volvieron (Éx. 14:28).

            No hubo bálsamo para el rey Herodes que hizo a un lado a Dios, y tomó la gloria para sí y fue comido de gusanos hasta que murió (Hch. 12:23).

            No hubo bálsamo para Pilato quien declaró en público: «Ningún delito hallo en este hombre» y después lo castigó y lo entregó al gentío para que lo crucificara (Lc. 23:4).

            No hubo bálsamo para las cinco vírgenes insensatas cuando, a la medianoche se oyó el clamor: «Aquí viene el esposo, salid a recibirle». Las insensatas se llenaron de terror y clamaron: «Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan» (Mt. 25: 1 a 13). Pero se asustaron muy tarde. La puerte estaba cerrada.

            No hubo bálsamo para Ananías y Safira quienes mintieron al Espíritu Santo se fueron al infierno sin más oportunidad de arrepentirse (Hch. 5:1 a 11). Ellos dos debían haber estado en el aposento alto con los demás creyentes en el día de Pentecostés cuando vino el Espíritu Santo y purificó los corazones (Hch. 15:9). Sabemos que no estaban cuando cayó el fuego porque la Palabra de Dios dice de los que estaban presentes, que TODOS fueron llenos del Espíritu Santo (Hch. 2:4). Si Ananías y Safira hubieran sido salvos, por no decir santificados, no habrían conspirado así como lo hicieron, ni habrían mentido a Pedro y al Espíritu Santo. No murieron a su egoísmo, a sus posesiones, a su engaño, a su deseo de parecer ser mejor de lo que eran y a su mala influencia el uno sobre el otro.

            ¿No podremos viajar a través de la Biblia y por los siglos de la historia de la iglesia y encontrar muchos ejemplos semejantes Pero el punto es claro. No, no hay ningún bálsamo para el apóstata. Él perdió su derecho a la expiación y ya no le queda sacrificio por el pecado (He. 10:26), y ya no hay capacidad de arrepentirse (He. 12:17).

 

El Legado Perdido

            Multitudes de almas perdidas siguen pecando abiertamente y sin conciencia después de haber recibido luz, hasta que llegan al punto en que la luz se apaga y Dios ya no escucha sus oraciones. El rey Saúl llegó hasta ese punto. Otras personas llegan al punto triste en que les es imposible tener fe en Dios. San Juan dijo que había personas que NO PODÍAN CREER (Juan 12:39). Después citó a Isaías diciendo que la razón por la cual no podían creer era porque «Él [Dios] cegó los ojos de ellos, y endureció su corazón; para que no vean con los ojos, y entiendan con el corazón, y se conviertan y yo los sane» (Versículo 40). ¿Dios cegó sus ojos Sí, así es.

 

El Peligro que Endurece el Corazón

            Dios endureció el corazón de Faraón en Egipto. Seis veces declaró Moisés que Dios endureció el corazón de Faraón (Éx. 7:13; 9:12; 10:1, 20 y 27; 14:8). ¿A qué se deberá eso No es difícil entender cómo Dios endureció el corazón de Faraón al mismo tiempo que ablandó el corazón de Moisés. El mismo sol que suaviza la cera endurece el barro, y el sol no tiene la culpa de las dos reacciones contrarias. La luz de Dios que brilló sobre Moisés lo suavizó; la misma luz que brilló sobre Faraón lo endureció. Dios no tiene la culpa cuando Su luz, Su verdad y Su convicción endurece el corazón de la persona rebelde. Mi amigo, si hay el punto más mínimo de rebeldía en nuestro corazón en contra de la obediencia a Dios, nos debemos aterrar, porque cada vez que el Espíritu Santo nos habla o nos ofrece una propuesta, nos endurecemos si lo rechazamos, hasta llegar al punto en que el corazón se endurezca mucho y uno no pueda ni orar ni creer.

            Las filas de los justos están llenas de almas miserables y marchitas que han desobedecido la luz durante mucho tiempo y están engañados y se han desviado del camino de la verdad. Hace tiempo que están así y hay muy poca posibilidad de que vuelvan al camino. Cuando lleguen al estado deplorable en el cual no pueden tocar a Dios en la oración y no pueden creer, ¿qué esperanza tienen ¡Absolutamente ninguna! a menos que sea por medio del arrepentimiento profundo. Por la misericordia de Dios, ellos pueden todavía ablandarse y su fe se puede volver a encender. Sin embargo, las Escrituras aclaran muy bien que muchas almas se alejan para nunca volver.

            Muy bien. ¿En qué punto le erraron Le erraron cuando primero chocó su voluntad con la voluntad de Dios, y establecieron en su vida la tendencia hacia la desobediencia en su vida. Querían salir con la suya, y se decidieron gobernar su propia vida. Se negaron a «morir al yo» y a la voluntad de Dios, y a permitir que Él dirigiera su vida. Cogieron su vida en sus propias manos, y se la llevaron a la neblina—después a las tinieblas y al fin a las regiones del infierno. Dios no quiere detener a ninguna persona en contra de su voluntad.

 

Se Asume la Autoridad Anormal

            Parece que a muchos miembros de la iglesia se les olvida que el Espíritu Santo es el Ejecutor de la Trinidad y el Administrador de esta dispensación, y toman el control de la iglesia en sus propias manos. En lugar de trabajar humildemente con Dios, pronto funcionan con el juicio humano, y lo que es peor todavía, con la carnalidad. Cuando hacen esto, cogen el mismo camino que tomaron los apóstatas desahuciados de años pasados y de hoy en día. No aceptan el reto que se presenta en estos renglones de un poeta y filósofo desconocido, que rogó:

Levántate, hermano; levántate, hermana.

Busca, sí, busca, este santo estado.

Sólo los santos pueden entrar

por la puerta pura y celestial.

¿Puedes soportar la idea de perder

todos los goces que hay arriba

No, mi hermano; no, mi hermana,

Dios te perfeccionará en el amor.

            Hay un bálsamo por este lado del punto moral y espiritual de no regresar, pero no hay bálsamo por el otro lado. Hay un bálsamo para todos los «Pedro» que salen y lloran amargamente (Mt. 26:75). En verdad se lamentan los males que han hecho. Pero no hay bálsamo para los «Judas» que se pasan de la raya en asumir el control de las cosas, traicionando y crucificando al Ungido de Dios (Mt. 27:5). El rico en Lc. 16:19 a 31 no tuvo lástima del pobre hombre enfermo que estaba en su puerta lleno de llagas. Después, en el infierno, levantó sus ojos estando en tormentos, pero no había bálsamo para él.

            La única manera en que se pueden producir más personas como Pedro y menos personas como Judas es tener campañas de avivamiento al estilo «ruta de muerte» que examinen nuestro corazón hasta sacar la naturaleza carnal de los corazones depravados. Después llegan a ser como Pedro, que fue restaurado, y recibió el bautismo con el Espíritu Santo, en lugar de terminar como Judas que se suicidó y se fue al infierno.

            Al parecer las personas que tienen mucho tiempo de ser cristianos tienden a ser más vulnerables a las tentaciones más sútiles y más susceptibles al rendirse bajo presión que los nuevos convertidos. Muchos de ellos se han endurecido mucho y no sienten vergüenza cuando hacen la maldad. Jeremías vio este suceso en su día. Él les hizo una pregunta y después la contestó: «¿Se han avergonzado de haber hecho abominación Ciertamente no se han avergonzado, ni aun saben tener vergüenza...» (Jer. 6:15; 8:12).

 

Unos Asesinos Maliciosos

            Mi amigo, ¿ha asesinado Ud. a algunos de los profetas de Dios En una campaña de avivamiento hace unos años un ancianito muy amado pasó al frente y volvió a ver la congregación. Las lágrimas literalmente corrían por sus mejillas. Él temblaba como una hoja de álamo y confesó:

            —Hermanos, en estos últimos diecisiete años, yo, personalmente, he forzado que salgan de su pastorado a once pastores, pero ya terminé con ese negocio para siempre».

            Después, él habló a su pastor para que pasara al frente. Le dio un abrazo y llorando amargamente, prometió:

            —Nunca voy a luchar en su contra.

            Tal vez la razón por la cual Dios tuvo misericordia de este ancianito sería porque no lo hizo con malicia, sino en ignorancia, pensando que hacía lo bueno y lo necesario. Un superintendente de distrito tramposo lo metió en esa posición, y en cuanto vio el ancianito la luz, miró el mal que había hecho y se arrepintió. Así como Pedro, él lloró amargamente (Mt. 26:75). Sí, hay misericordia para aquellos que SE ARREPIENTAN y CONFIESEN y ABANDONEN su maldad. Hay bálsamo para aquellos que no se hayan pasado de los límites, y este ancianito encontró el bálsamo. He visto a ese ancianito varias veces desde aquel día, y le aseguro que él ha permanecido fiel a esa promesa. Ya nunca fue cruel con ninguno de los ungidos de Dios. Sí, encontró el bálsamo. Pero los que han asesinado a propósito a los ungidos de Dios, con malicia, egoísmo y odio, y se han negado a descubrirse y a CONFESAR su pecado y crueldad—no encontrarán ningún bálsamo ni en este mundo ni en el mundo venidero (Mt. 12:31 y 32).

 

La Reacción sin Bálsamo

            Cuando un cristiano de cualquier nivel de responsabilidad ve que tiene que someterse al elemento carnal para sobrevivir—si se deja llevar y rinde sus convicciones para mantener una seguridad para con los hombres, llegará a perder su seguridad para con Dios. Camina rumbo al desierto espiritual en el cual no hay bálsamo. Muchas personas, así como el rey Saúl y Judas, han llegado a esa condición desahuciado antes de salir de este mundo (He. 3:19).

            Los hijos de Judá se rebelaron hasta que ya no había aplacamiento para ellos con el aceite del Espíritu Santo (Is. 1:5 y 6). No había bálsamo para ellos porque no quisieron arrepentirse del mal que habían hecho—ni quisieron cambiar su manera de vivir para vivir bien. «Por lo tanto, el ser salvo de la lepra del pecado es lo mismo que ser salvo de la lepra del yo».1

            La persona que lee los capítulos de este libro puede pensar que algunas de las declaraciones son muy severas, y tal vez se pregunten: «¿No habrá bálsamo» ¿Qué cosa será más trágica que la soledad de la casa desierta (Mt. 23:38). Así como no hubo bálsamo para el Israel de la antigüedad cuando se rebeló en contra de Dios, tampoco habrá bálsamo para nosotros si no entramos a la vida de la verdadera santidad (He. 4:1). Piense Ud. en la angustia y la tortura cuando un alma perdida al fin comprende que está encerrada eternamente y sin esperanza en el infierno y exiliada de Dios para siempre. (He. 6:3 al 6). Cuando llegamos al punto en que estos versículos ya no nos asustan, tenemos problemas grandes, porque «El principio de la sabiduría es el temor de Jehová» (Pr. 1:7). ¿Dónde está el temor de Jehová cuando los miembros retrocedidos de la iglesia pueden seguir desvergonzadamente por el camino de la apostacía, ignorando advertencia tras advertencia Muchas personas buscarán la respuesta a esa pregunta por toda la eternidad, en aquel mundo en  «...donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga» (Mr. 9:44).

            Llega el momento en la rebeldía humana en el cual ya es tarde para que haya bálsamo, porque el cáncer moral y espiritual ha avanzado hasta el grado en que no hay curación. No hay bálsamo ni aplacamiento para aquellos que han permitido que ese montruo del infierno en su corazón (la carnalidad) se pase de la raya en resistir al Espíritu Santo. «Porque el ocuparse de la carne es muerte» (Ro. 8:6).

La muerte entra, y no hay defensa,

nadie puede predecir su tiempo;

en un momento te llamará,

Sea al cielo o al infierno.


 

 

 

 

 

Capítulo Trece

 

El Humanismo—El Schullerismo—Un Camino a la Apostacía

            Lo que sea menos que la crucifixión del yo, es, en esencia, la rebeldía contra Dios, porque o Cristo, o el yo gobierna en cada vida. Cuando el yo demanda gobernar, entonces Cristo se hace para atrás (Lc. 14:26). Él no quiere ocupar el segundo lugar. El yo entronizado es el humanismo—la adoración de sí mismo. El humanismo, que, en esencia, es la rebeldía contra Dios, lleva directamente a la brujería y al ocultismo, porque Samuel dijo: «Porque como pecado de adivinación es la rebelión...» (1 S. 15:23). Para llevar esta analogía un paso más adelante: el espíritu de la adoración de sí mismo, que se pone a sí mismo primero que Dios, es el espíritu del anticristo. Cuando se eleva el yo, se le da menos importancia a Cristo.

            De este modo, la carnalidad conduce de la rebeldía al humanismo; del humanismo a la brujería; de la brujería a la apostasía, y de la apostasía a la condenación eterna. Esto coincida con el razonamiento que dirigió a los predicadores del movimiento primitivo de la santidad para que predicaran que si uno no sigue adelante a ser santificado, se irá al infierno—un énfasis que no quieren aceptar las personas más liberales que recomiendan la santificación.

            El humanista dice: «Todo lo puedo por medio de las fuerzas latentes que hay dentro de mí, ya que se suelten esas fuerzas». El cristiano dice: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Fil. 4:13). Por lo tanto, la crucifixión del yo es la única salvaguardia absoluta contra el humanismo, la adivinación y por fin contra la apostacía. Cuando uno huye voluntariamente de la crucifixión del yo, invita la adoración de sí mismo y está en el camino abierto al humanismo, a la adivinación, a la apostacía y finalmente a una eternidad en el fuego del infierno, sin Dios y sin esperanza para siempre.

Cómo aborrezco estos malos deseos míos,

que crucificaron mi Dios;

estos pecados que penetraron

y clavaron su carne al madero fatal.

 

Sí, mi Redentor, y ellos morirán,

mi corazón así lo ha decretado;

tampoco perdonaré a aquellas cosas

que hicieron sangrar a mi Salvador.

 

Con un corazón derretido y quebrantado

a mi Señor asesinado veo,

levantaré la venganza contra mis pecados,

y mataré a los asesinos también.

 

La Subversión Espíritual de Schuller

            Puede ser que no haya una voz más fuerte contra la «ruta de muerte» en la iglesia electrónica de hoy en día que la de Robert Schuller, pastor de la famosa Catedral de Cristal en Garden Grove, California. Se dice que su programa de la televisión THE HOUR OF POWER, la Hora de Poder, es el programa religiosa más frecuentado en el mundo, y que está levantando a multitudes de personas que creen en la «estima propia». Su doctrina de la estima propia es completamente lo contrario a la renunciación, que se supone ser la convicción controladora de todos los verdaderos cristianos respecto al yo. Su tipo de estima propia es el orgullo carnal que Cristo no tolera en ninguno de Sus seguidores. ¿Por qué no comprenderá el Sr. Schuller que si uno exalta a sí mismo, está usurpando el lugar de Dios Alguien ha dicho: «El DEIFICAR al hombre es igual al DESAFIARSE a Dios».

 

La Estima Propia, el Saboteador de la Santidad

            ¿No será la levadura de la autoimportancia, de la autoestima y de la autoelevación la más formidable y destructiva que jamás fermentó en una organización cristiana, en lugar de la autorrenunciación que debe caracterizar todos sus miembros (Mt. 16:25; Lc. 14:26; Fil. 3:7 y 8). El cristianismo básico del Nuevo Testamento no puede considerar que los líderes y seguidores no crucificados y no santificados sean ejemplos a los cuales uno debe aceptar y seguir.

            Los cristianos que nunca fueron crucificados, y por lo tanto, no son santificados, todavía están en las etapas iniciales de la experiencia cristiana. En Hebreos 6:1 se nos amonesta que no debemos conformarnos con el permanecer en una estado inmaduro, sino que debemos dejar las etapas iniciales de la experiencia cristiana, y seguir adelante a la perfección. En este pasaje se nos dice que no sigamos echando «otra vez el fundamento de arrepentimiento de obras muertas». En otras palabras, nosotros, como cristianos, no debemos seguir pecando y arrepintiéndonos continuamente, sino que mejor debemos dejar el estado de niño lactante (1 Co. 3:2) y seguir adelante a la perfección.

            No hay tragedia que atrofie más a la iglesia cristiana que la que sucede cuando sus miembros no mueren al yo carnal y no llegan a ser santificados por completo. ¿No será más lamentable que los líderes y oficiales eclesiásticos más prominentes, que tienen más influencia gobernante en el rebaño, son los mismos a los cuales se les hace difícil obtener o mantener un espíritu de abandono de sí mismo, especialmente cuando la tendencia a la autoimportancia es una atracción persistente Aumenta el peligro cuando unas personas reciben la alta estima de los demás, son alabadas y sienten la sensación elevatoria de tener poder sobre la gente. La oposición del Sr. Schuller a la crucifixión del yo, bajo el disfraz del cristianismo, encuentra su complemento aun en los grupos de la santidad conservadora, cuando los miembros retrocedidos de la iglesia dan pruebas de que se han sometido a un espíritu de autoimportancia. Cuando se sigue a esos llamados cristianos, se influye el rebaño por el mismo lado, y no puede mantenerse profundamente espiritual. La única salvaguardia es que todos los cristianos en las filas se abandonen totalmente al Espíritu Santo.

Completamente abandonado al Espíritu Santo,

buscando Su plenitud a toda costa;

dejando toda atracción al pecado, lanzándose a lo profundo

de su poder—Él es fuerte para salvar y guardar.

Completamente abandonado al Espíritu Santo,

qué inundación hasta que se pierda el yo

hasta que la copa vacía esté sumisa a Sus plantas;

esperando que Su llenura complete la obra.

 

La Estima Esencial

            El cristianismo, con su «humildad y mansedumbre» (Ef. 4:2), huye de la glorificación de sí mismo y amonesta a sus seguidores que no se eleven, sino que más bien «denuncien al yo», y mueran a sí mismos. Donde la ESTIMA cabe en la vida de un verdadero cristiano no es un estimar a sí mismo, sino que, así como dijo Pablo: «...estimando cada uno a los DEMÁS como superiores a él mismo» (Fil. 2:3). Todo el llamado «humanismo cristiano», es todo lo contrario al verdadero cristianismo porque tiende a adorar a lo creado en lugar de adorar al Creador (Ro. 1:25).

            Pablo concluyó toda la proposición cuando dijo: «Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno» (Ro. 12:3).

 

Cristo, Nuestro Paladín

            Toda la estima propia y arrogante debe caerse en el polvo ante nuestros pies cuando se nos recuerda que Cristo, nuestro Salvador, «...se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Fil. 2: 7 y 8). ¿No se nos manda tomar nuestra cruz y seguir en pos de Él (Mt. 16:24). Además, la Palabra de Dios nos enseña que puesto que Cristo «...padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que [sigamos] sus pisadas» (1 P. 2:21). Ademas de todo esto, Cristo dijo de Sí mismo: «...soy manso y humilde de corazón...» (Mt. 11:29).

«Sobre una cruz, mi buen Señor,

su sangre derramó

por este pobre pecador

a quien así salvó».

            Fue la estima propia que cambió a Lucero, «hijo de la mañana» (Is. 14:12 a 15) en el diablo (Ap. 12:9), y todos los que adopten la arrogancia de Satanás sufrirán el destino de Satanás: «Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos» (Ap. 20:10).


 

 

 

 

Capítulo Catorce

 

El Resultado de Rechazar la «Ruta de Muerte»

 

            Se aclaró en el capítulo uno la diferencia entre la mera consagración y la total crucifixión del yo con los testimonios de Lyle Potter y E.E. Shelhamer, y regresamos a un oponente más serio que el simple entender mal lo que queremos decir con el término «ruta de muerte». Nos referimos ahora a la persona que entiende bien el término y sin embargo hace todo lo que pueda por deshacerse tanto del término como de la realidad que representa. Este oponente pronto se da cuenta de lo imposible que es oponerse a la «ruta de muerte» sin también oponerse a las personas que tratan de promoverla, así como al Dios que originó el plan y lo puso en la Biblia.

            En Hebreos 4:1, se nos amonesta del peligro de no alcanzar el reposo del alma. Sabemos que este «reposo del alma» se refiere a la santidad porque el versículo nueve dice que es nada más para el pueblo de Dios. Cuando Cristo oró para que los discípulos llegaran a ser santificados, Él dijo que el mundo no puede recibir esta bendición (Juan 14:17).

            Muchas personas que rechazan la «ruta de muerte» se han opuesto amargamente al predicador bajo cuya influencia y predicación se fueron por la «ruta de muerte», casi hasta terminar, vieron el precio de la crucifixión y se hicieron a un lado. Con frecuencia hay una amargura que causa que uno pase años tratando de destruir la influencia y el ministerio del hombre que dio la predicación que le hizo sentir la profunda convicción en primer lugar. En muchos casos esa amargura contra la «ruta de muerte» es muy fuerte y se dirige contra TODOS los que promueven la «ruta de muerte». Este oponente no parece comprender que cuando trata de destruir la influencia de un predicador de la santidad de la «ruta de muerte», está haciendo guerra contra el mismo Espíritu Santo. Este es un pecado del cual Cristo dijo que no había perdón (Mt. 12:31 y 32). Esta interferencia llega a ser un asunto muy serio, pues en el día del juicio y la eternidad nos enfrentan a todos.

 

La Catástrofe de la «Ruta del Asesinato

            ¿Nunca se ha fijado Ud. que muchas veces las personas que rechazan la «ruta de muerte» toman la «ruta del asesinato» Muchas veces tratan de destruir el énfasis de la «ruta de muerte» y la influencia de sus seguidores leales. Las abejas asesinas no producen miel. A dondequiera que van, se acaba el negocio de la producción de miel. Las abejas de miel trabajan muy bien hasta que lleguen las abejas asesinas con su influencia perjudicial. Lo mismo puede suceder cuando un elemento carnal entra a una iglesia espiritual. Por favor, piense en esto la próxima vez que Ud. sienta la tentación de traer su espíritu de abeja asesina a las filas de los justos.

 

Las Personas Propensas a los Problemas

            ¿Se ha fijado Ud. que las personas que enfrentan la profunda convicción de la «ruta de muerte», si la rechazan, con frecuencia llegan a ser personajes problemáticos en su iglesia, en su hogar y en dondequiera que trabajan o tienen negocios Su carnalidad se vuelve más sensible y amarga que lo que era antes de que rechazaran la luz de la «ruta de muerte».

            Parece que también las personas pueden ser más difíciles y desagradables después de haber retrocedido de un estado de gracia puro y santificado. Mateo 12:43 a 45 puede iluminar un poco este misterio. Este pasaje declara que cuando se echa fuera un espíritu inmundo de una persona, ese espíritu inmundo es muy triste hasta que regresa y encuentra que el corazón en donde vivía anteriormente está desocupado, barrido y adornado. Parece que el Espíritu Santo dice que «desocupada, barrida y adornada» significa que el Espíritu Santo y Sus frutos se han ido y dejaron el corazón vacío. El espíritu inmundo entonces vuelve a entrar al corazón, trayendo consigo siete de sus compañeros, causando que la persona sea siete veces más impía que lo que era al principio.

            En esta conexión, Adán Clarke dice lo siguiente:

                «El postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero». Su alma, que anteriormente estaba bajo la influencia del Espíritu de Dios, aumentada y dilatada bajo sus influencias celestiales, llega a ser más capacitada de la iniquidad más refinada, pues su fuerza tiene más capacidad que la que tenía anteriormente. Los hábitos malos se forman y se fortalecen con las recaídas, y las recaídas se multiplican, y llegan a ser más incurables, con los nuevos hábitos. «Así también acontecerá a esta mala generación». Y así fue: porque empeoraron más y más, así como si se abandonaron a la influencia diabólica; hasta que por fin la escoba de la destrucción los barrió a ellos y barrió por completo sus privilegios, los nacionales y los religiosos. Qué destrucción tan terrible de un estado de apostasía se contiene en estos versículos. Qué él que lea entienda.1

            Pedro también sondea las profundidades de este misterio en palabras que deben suavizar al corazón más duro. Él declaró:

                «Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado» (2 P. 2:20 y 21).

            Algunos de los que rechazan la «ruta de muerte» se saldrán de la iglesia, y puede llegar a ser imposible lograr que regresen. Otras personas permanecen dentro de la iglesia por años, pero parecen tener más inclinación a crear los problemas de personalidad que lo que hicieron antes de ser salvos. La carnalidad, cuando recibe un golpe amenazador, y no muere por completo, o tal vez después reviva, parece estar más alerta y más celoso de su fortaleza que en los años antes de que fuera perturbada. Por esa razón, es muy peligroso que uno llegue a enfrentar el asunto de la verdadera santidad de la «ruta de muerte» y la rechazar. Después puede acomodarse en un estado carnal y decidir permanecer así. Es igualmente peligroso orar hasta obtener la victoria, recibir esta experiencia maravillosa de la santidad, y después perderla por la desobediencia o el descuido. Al volver de ella, se le opone.

            Se ha hecho notorio algunas veces, que las personas que eran muy sensibles en hacer restituciones cuando primero se convirtieron, cuando después retrocedieron, llegaron a implicarse en los pecados más terribles adentro de la iglesia, contra el ungido de Dios, y ya no estuvieron dispuestos a arrepentirse y hacer confesiones y restituciones de su maldad. Muchas veces no reconocen haber retrocedido. Siguen funcionando en la iglesia en su capacidad anterior. Aun cuando el pastor o el evangelista predica acerca de la restitución tan fuerte y claro como sea posible, ellos pueden llegar a ser más rebeldes y más reaccionarios, pero no sienten ni la convicción ni la culpa que antes sentían. Algunas personas se refieren a este caso como el de estar endurecidos por el evangelio, o de tener la conciencia cauterizada (1 Ti. 4:2). De cualquier modo, es peligroso caer en esa condición (Mt. 12:45).

 

Confederaciones Carnales

            Muchas personas han seguido a las personalidades fuertes, y se han salido de la voluntad de Dios. Algunas veces forman acuerdos fuertes que crean choques de frente entre las personalidades, que dañan seriamente la obra de Dios, desafían al Espíritu Santo y quebrantan el corazón de las personas llenas del Espíritu Santo y de las personas concienzudas. La única manera de cuidarse de no quedar atrapado en esta condición apóstata es morir completamente a la última huella de la carnalidad y obtener un corazón purificado (santificado).

            Cuando se dañan o se destruyen las amistades cariñosas y santas con los choques de personalidades, sólo el Espíritu Santo puede curar la condición leprosa en la iglesia y en la vida de las personas afectadas—y entonces, sólo cuando los culpables se humillen, se arrepientan y rectifiquen la maldad. Siempre les es más fácil a los inocentes buscar la reconciliación que a los culpables. Sin embargo, los que rechazan todas las peticiones de reconciliación y que se niegan a arrepentirse de su influencia impía no tienen ninguna esperanza del cielo así como no la tenía Esaú al cual Dios aborreció (Ro. 9:13) o Efraín que fue «dado a ídolos» (Os. 4:17). Ningún cristiano jamás caería en esta condición lamentable si permitiera que Dios crucificara su carnalidad, purificara su corazón y dirigiera sus pasos.

            La gente santificada siempre se entristece cuando el diablo utiliza la carnalidad en la iglesia para causar la división y la ruína. Anhelan la curación y están dispuestos a hacer todo lo que puedan para realizarla, según el Señor les guíe. Cristo enseñó que «...si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda» (Mt. 5:23 y 24).

            Aun los malos entendidos menos intencionales algunas veces hacen enfriar las amistades íntimas. Sin embargo, cuando las dos partes implicadas están verdaderamente santificadas por completo el remedio que Cristo recomendó en Mt. 18:15 al 17 funciona maravillosamente. Sin embargo, no funciona cuando cualquiera de las dos partes es terca e implacable.

 

Los Que Rechazan Son los que Pierden

            Es sorprendente, pero es verdad: si uno voluntariamente rechaza la crucifixión de su yo carnal cuando ve la luz, automáticamente rechaza y pierde los beneficios de la crucifixión de Cristo y Su expiación. Mientras que nuestras reacciones sean carnales, el viejo hombre no está muerto. Las Escrituras piden: «Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio» (He. 13:13). El llevar Su vituperio, que significa la crucifixión, es un requisito para todos los verdaderos seguidores de Cristo. Así como Cristo tomó Su «ruta de muerte» para PROVEER nuestra santificación (He. 13:12), debemos tomar nuestra «ruta de muerte» para poder RECIBIR la santificación (v. 13). Cristo requiere la crucifixión de todo nuestro yo orgulloso, terco, egoísta y carnal antes de entrar a la sala de control de nuestro corazón para tomar el control. Esta «ruta de muerte» es el único camino bíblico que lleva desde la corrupción del yo carnal hasta llegar a tener la pureza de nuestro corazón en Cristo. Las personas que se oponen a la «ruta de muerte» están destruyendo al verdadero cristianismo. Se ha sabido que envíen cartas a todos los miembros de las juntas oficiales, a los cuerpos gobernantes junto con otros oficiales importantes, censurando amargamente la «ruta de muerte» y han tenido éxito en quitar una porción del énfasis de la «ruta de muerte» de la literatura oficial de la denominación. Este es un golpe mortal contra la verdadera santidad en el mero corazón de la iglesia de santidad, a través de su departamento de publicaciones. No se sorprenda cuando los movimientos que son espiritualmente vigorosos de este modo pierdan el poder del Espíritu Santo. ¿No deberán todo los cristianos ser responsables de la preservación de la heredad bíblica y espiritual ¿No deberán ponerse en pie en su defensa, cuando son amenazadas las guías antiguas de la santidad ¿No será de la peor burla, cuando las personas que tienen posiciones de responsabilidad en una iglesia de santidad luchan contra la verdadera santidad y promueven un sustituto de otro tipo

 

Cuando los Líderes Retroceden

            Una tragedia terrible se presenta en la vida de aquellos que  en un tiempo tomaron la «ruta de muerte» hasta el terminal, y fueron gloriosamente santificados, pero ya no tienen la experiencia. Muchos de ellos alcanzaron un alto nivel de poder e influencia en la iglesia, pero entristecieron al Espíritu Santo y se corrompieron políticamente en el manejo de los negocios de la iglesia. Hay muchas personas que creen en la crucifixión del yo, y que la predican en teoría, pero ellas mismas ya no son crucificadas, ni tampoco llevan la vida santificada así como lo hacían anteriormente. Su problema es que el viejo hombre no PERMANECIÓ muerto. El mantener la santidad en su teología parece ser un modelo más o menos constante para muchos de los líderes de la iglesia, si pasan un tiempo regular en el liderato, y después llegan a ser carnales en su espíritu y en sus tratos.

Él ya no me responde,

mi orgullo ha cerrado la puerta;

he jugado con Dios y con la convicción,

y ya no me responde.

            Los líderes retrocedidos que dicen ser cristianos son unos de los ayudantes más importantes del diablo en el robar la iglesia del verdadero cristianismo. El propósito general de este libro es el de crear un deseo sobrecogedor en los retrocedidos y en otras almas perdidas que están en camino al infierno para que vuelvan a Dios y se preparen para ir al cielo; de advertir a los descuidados que empiezan a resbalar que si no se detienen se perderán sus almas eternamente; y de insistir que los llamados cristianos en todo nivel de influencia obtengan y retengan la mejor experiencia cristiana que esté disponible para ellos, por amor a su propia esperanza eterna y su tremenda influencia sobre los demás. Ahora y siempre qué nos vaciemos de nosotros mismos y nos llenemos de Dios.

Vaciado del yo, y lleno de Ti,

Espíritu de Dios, mora en mí;

ayúdame a morir al yo y al pecado,

Espíritu divino, entra, sí, entra.

 

La Influencia Infame no Tiene Excusa

            Tal vez la persona que no comprende la crucifixión del yo tenga excusa hasta cierto punto, pero el que, sí, la entiende y la rechaza y trata de destruirla y quitarla de la iglesia, es a la vez anticristo y anti-Espíritu Santo. Hay esperanza para la persona que no la entiende, si mantiene su corazón abierto delante de Dios y camina en toda la luz que Dios le dé. Pablo confesó que persiguió a la iglesia y que trató de destruirla, pero lo hizo ignorantemente en incredulidad (1 Ti. 1:13).

            El fiel Espíritu Santo revelará la verdad de la santidad de la «ruta de muerte» a toda persona que no tenga cerrada la mente. Si Dios puede lograr que Saulo de Tarso entienda el paso inicial de esta verdad vital después de que él estuvo destruyendo a los cristianos, debe poder hacer que cualquier persona que tenga la mente abierta y que sea honrada, lo entienda (Hch. 9:1 a 9).

Ayúdame a velar y orar,

y a depender de Ti,

asegurado de que si no soy fiel a mi cargo,

para siempre moriré.

 

La Calamidad del Juego de Ajedrez del Clero

            Cuando las personas de más influencia en la iglesia llegan a ser muy ambiciosas tienden a funcionar como el juego de ajedrez, utilizando a los súbditos humanos como peones. Muchas de sus víctimas fueron hombres ungidos por Dios, pero el egoísmo de los carnalmente ambiciosos causó que la tentación de sacrificarlas no se pudiera resistir. Hay mucha diferencia entre el tratar humildemente de promover la causa de Cristo y el tratar ambiciosamente de promoverse a sí mismo, a costillas de los demás. Cualquier llamado cristiano que ha tomado la «ruta de muerte» a la crucifixión del yo carnal, queda libre de todas las ambiciones egoístas y carnales.

            La distancia que pueda ir uno por ese camino con los ojos bien abiertos y todavía tener la esperanza de volver a Dios—sólo Dios lo sabe. El hecho de que algunas personas parecen ya no tener convicciones contra las maldades mortales que les han hecho a los demás y no tienen el deseo que Dios da de rectificar las maldades, es una prueba concluyente que todo el decir que son cristianos es fraudulento.

            El poder de predicar grandes sermones no necesariamente comprueba nada acerca del estado espiritual de la persona que predica. La razón de esto es que Dios honra a Su Palabra, y que «...irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios» (Ro. 11:29). Este pasaje quiere decir que Dios no revocará ningún don o llamamiento que Él haya concedido aun cuando la persona que recibió lo mismo, haya recaído en el pecado, y que se haya descalificado y ya no puede responder a su llamado y utilizar su don. Uno puede perder su unción, pero sus dones y el llamado de Dios no se le quitarán, aun cuando la persona los abuse o los abandone.

            No cabe duda de que muchos predicadores, con sus dones y llamados de Dios, hayan predicado por muchos años en un estado de retroceso, encubiertos, y sin embargo Dios honra Su Palabra y se salvan las almas. Sinceramente, uno debe reconocer el hecho solemne de que el registro de los predicadores desde el día de Pentecostés hasta la actualidad incluye millones de almas engañadas que nunca verán las puertas del cielo, porque su corazón y su vida están llenos de pecado, y se han convencido a sí mismos de que todo va muy bien. El ministro, o el oficial de alta posición en la iglesia es igual al laico más humilde en la iglesia en cuanto a su relación con Dios. Debe arrepentirse y ser salvo, así como cualquier otra persona. También debe «morir al yo» y ser santificado así como cualquier otra persona. Y debe llevar una vida recta si quiere mantener esa experiencia. Es posible que un predicador del evangelio llamado por Dios retroceda y peque contra la luz por mucho tiempo y hasta el grado en que se pase del límite y llegue al punto del cual no se puede regresar, y que no se da cuenta de esa verdad (He. 10:26 al 29).

Hay una línea invisible para nosotros

que cruza por todos los caminos;

es el límite oculto entre

la misericordia de Dios y Su ira.

 

El Hombre con el Corazón Quebrantado

            El corazón de Cristo fue quebrantado literalmente cuando clamó: «¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! He aquí vuestra casa os es dejada desierta» [Abandonada por Dios] (Mt. 23:37 y 38).

            Cristo llora por cada alma perdida. Él «...no [quiere] que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento» (2 P. 3:9).

Ví la sangre que goteaba de Sus manos,

ví el sudor sobre Su frente;

sus ojos moribundos se fijaron en mí—

tengo que amarle ahora.


 

 

 

 

Capítulo Quince

 

Una Apelación Ardiente

 

            Oh, hermano predicador—usted que ejerce la influencia sobre multitudes de personas—le ruego, por favor, establece para siempre la crucifixión de su corazón por la «ruta de muerte». Sólo entonces puede Cristo gobierna en su vida. Sólo entonces puede salvar su alma y las almas de las personas que le siguen (1 Ti. 4:16). No se vaya flotando río abajo con la muchedumbre que en un tiempo tuvieron al Espíritu Santo en su vida, pero que ahora andan en el desierto espiritual. Muchas personas están en el ocaso de la vida y el Espíritu Santo se ha apartado de ellas, y en algunos casos hace mucho que se les fue. Por favor, no siga hasta la eternidad a aquellos que no alcanzaron a obtener un corazón santificado (purificado), y están perdidos para siempre. Rompa de una vez y para siempre, mi amigo, con aquellos usurpadores tramposos y manipuladores, que se han alejado del verdadero camino, y han dejado al Espíritu Santo y a Cristo muy atrás en el camino, aunque, en muchos casos, todavía dicen ser cristianos. Le suplico a Ud. que huya de la ira de Dios que será derramada sobre los hijos de la desobediencia (Ef. 5:6; Col. 3:6). Qué nunca seamos como el predicador asalariado (Juan 10:12 y 13) que «suaviza el texto duro para los oídos sensibles, y oculta la condenación».1

Apártate, alma perdida, para derramar tus lágrimas,

tus lágrimas que nunca se enjugarán;

para dar el suspiro que nunca termina,

para elevar el clamor sin respuesta,

al cielo callado que no contesta,

cuyo silencio se burla de tus temores.

 

Millones de Personas se Han Perdido

            Todos los miembros carnales de la iglesia son simbolizados en el hombre que fue a la Cena de Bodas que relató Cristo sin estar vestido de boda (Mt. 22:11 a 14). Este hombre se identificaba con la gente santificada, pero no era santificado. Cristo ordenó que se le atara de pies y de manos y que fuera echado a las tinieblas de afuera, para lamentar en profunda angustia y crujir los dientes con el dolor. De este relato entendemos que ninguna persona que tenga la carnalidad será permitido en la Cena de Bodas del Cordero. Por lo tanto, ninguna persona que dice ser santificada, pero que todavía tiene el pecado en su vida, y la carnalidad en su corazón, será apto para el Arrebatamiento de la Iglesia.

            Se verifica, además, en 1 Juan 3:3 el hecho de que ninguna persona que tenga la carnalidad estará presente en el arrebatamiento de la Iglesia, que dice: «Y todo aquel que tiene esta esperanza en él [la esperanza de estar para siempre con Cristo—versículo 2], se purifica a sí mismo, así como él [Cristo] es puro».

            La única manera por la cual Dios puede purificar el corazón carnal es por medio del bautismo del Espíritu Santo, así como lo recibieron los creyentes en el día de Pentecostés (Hch. 15:9). Por favor, no lo pierda, mi amigo.

El yo es la única prisión que pueda atar al alma;

Cristo es la única persona que pueda las puertas abrir.

Y cuando Él venga a librarte, levántate y síguelo rápidmente.

Su camino puede atravesar las tinieblas, pero lleva a la luz al fin.

            La enemistad carnal del corazón nunca se someta a Dios. No se le puede aplacar, ni se le puede coaccionar, ni se le puede sobornar, ni se le puede restringir, ni se le puede asustar para que se someta a Cristo (Ro. 8:7). Reina celosamente en el centro y el asiento de control en la vida con su voluntariosidad, su terquedad, su odio, su contrariedad, su insubordinación y su malicia. No hay otra manera para caminar más que andar como Cristo anduvo (1 Juan 2:6), o ser como Él es en el mundo (1 Juan 4:17) o estar conforme a su imagen (Ro. 8:29), con ese elemento terrible y carnal en el corazón, que no se someterá completamente a Cristo (Lc. 14:33). Es enteramente extraño a Su misma naturaleza. «Sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo» (1 P. 1:15 y 16).

            «Escogeos hoy a quién sirváis» (Jos. 24:15); o al yo o a Cristo. No hay punto intermedio. Sí, hay un cercado, pero no hay nadie que puede estar en los dos lados al mismo tiempo. Un hermano bien dijo: «Cristo y el yo no pueden estar elevados los dos al mismo tiempo. Debemos enfrentar ya sea a la muerte al yo carnal o a la muerte eterna de nuestras almas inmortales. La decisión es inescapable.

            A menos que el «viejo hombre» esté muerto y sepultado, Cristo nunca puede tener primer lugar en nuestra vida. Qué todos nosotros sepamos que la crucifixión del yo llegue a ser una viva realidad dentro de nosotros, y que el viejo hombre esté muerto y sepultado. Qué Cristo reine sin rival en todas las facetas de nuestra vida, por todo el tiempo y para toda la eternidad.

            Gregory Mantle nos da el modelo ideal para vaciarnos del yo y para que el Espíritu Santo llene nuestro corazón. Él escribió:

Tómanos, Señor, sí, tómanos en verdad,

nuestra mente y alma, corazón y voluntad.

Vacíanos, y límpianos completamente,

y después llénanos de Tu plenitud.

            A.W. Tozer, un escritor ampliamente conocido y muy respetado del siglo veinte, sondeó las profundidades de la única relación válida que el hombre puede tener con Cristo. Tozer hizo esta pregunta penetrante: «¿Cuándo aprenderán los cristianos.que para aceptar a Cristo es necesario rechazar al yo» (Convention Herald, enero, 1982).


 

 

 

 

Capitulo Dieceséis

 

¡Es Real!

            Nunca hubo un predicador más carnal. Me convertí maravillosamente cuando iba a cumplir catorce años, atrás del montón de heno, en la granja de mi tío en el estado de Vermont, Estados Unidos de América. Dios definitivamente me llamó a predicar y estaba yo haciendo planes de completar mis estudios.

            Después de salir de la granja y de terminar mis estudios secundarios en una universidad de santidad, entré al pastorado—empezando en un templo abandonado en el norte del estado de Vermont. Después de seis años en este pastorado y un año en otro, volví a la misma universidad, de la cual me gradué después de cuatro años, y nuevamente entré al pastorado.

            Muchas páginas se pueden ofrecer aquí para convencer al lector que mi consagración a Dios era tan perfecto como yo lo sabía hacer. No vamos a dar muchos detalles respecto a los sacrificios de los primeros años en el ministerio. No parecía haber límite de lo que yo estaba dispuesto a hacer en mis labores por Dios y el ministerio.

            Parece que tenía un solo problema—la carnalidad. Se demostraba en mi casa. Se demostraba en el mundo comercial. Se demostraba en la iglesia. Las explosiones, muchas veces enteramente inesperadas, se disparaban como una pistola. Cada vez que sucedía, yo tenía que orar pidiendo perdón, antes de poder volver al púlpito para predicar.

            Yo había estudiado la teología de la santidad en la universidad. Gradué con honores y salí con mi diploma. Tenía la doctrina de la santidad y las Escrituras en mi cabeza, pero no tenía la experiencia en mi corazón. Yo creía enteramente en la santidad, pero no podía yo hacer que funcionara en mi propia vida.

            Pasé por muchas campañas de avivamiento durante mis años escolares, así como muchos años de pastorado en una denominación de santidad. Sentí la convicción cientos de veces (sin exagerarle) cuando otras personas predicaban mensajes fuertes acerca de la santidad, y cuando yo mismo predicaba acerca del tema. Las explosiones carnales algunas veces me hacían sentirme enfermo durante dos o tres días. Fui al bosque a orar, fui al granero a orar, fui al coche a orar y fui a la iglesia a orar. Siempre me sentía mucho mejor, sabía que Dios me había perdonado. Me maravillaba de Su paciencia. Cientos de veces me perdonó. Estaba yo dispuesto a sacrificar todo lo que fuera necesario para quedarme libre de la tortura terrible de aquel monstruo odioso en mi corazón. No lo podía controlar, y no sabía dejar el problema con Dios para que Él lo matara. Batallé con él durante todos aquellos años y no avanzaba absolutamente nada en gobernarlo y ni siquiera mejoraba la situación. Sólo Dios sabe cuánto sufrió mi esposa durante las rabietas y la siguiente depresión y silencio.

            Al fin, en la primavera del año 1951, a recomendación de otra persona, ocupé a un evangelista para que predicara una campaña en mi iglesia en Saratoga Springs, N.Y. Hasta entonces yo nunca había visto a H.B. Huffman, ni había oído decir de él.

            Ese sábado por la tarde fui por él a los autobuses. Él inmediatamente empezó a caminar para arriba y para abajo en la sala de mi casa, diciendo una y otra vez:

            —Hno. Boardman, hay muy pocos predicadores que en verdad tienen al Espíritu Santo en su corazón—. Para cuando él dijo eso unas tres o cuatro veces, yo sentí una convicción terrible. Era un tipo convicción más profunda y diferente a lo que jamás sentí en mi vida, y ya le tenía miedo a él. Sentí que él sabía lo que yo tenía por dentro. Yo sabía que necesitaba cuidarme muy bien, porque, de otro modo, él me iba a estar apuntando en los mensajes y exponerme y avergonzarme delante de mi congregación.

            Después él sugirió que fuéramos al templo a orar. Nos arrodillamos en el altar en la obscuridad y él dijo:

            —Hermano Boardman, ore Ud.

            Yo no quería para nada hacer eso—no quería que él escuchara mi oración. Pero yo estaba arrinconado, de modo que dije para mí mismo: Esta oración tiene que impresionarle. Tengo que convencerle que estoy bien. Oré en voz alta, grité lo más fuerte posible y golpeé el altar, y pensé que encubrí muy bien mis temores. Pero a través de los años, «Doc» Huffman había visto a cientos de predicadores carnales tratar de engañar a la gente cuando sentían la convicción por no haber tomado la «ruta de muerte», y no se le pudo engañar. Cientos de oraciones como esa sólo hubieran empeorado la situación para mí.

            Al día siguiente por la mañana, el domingo, él predicó un mensaje maravilloso. A la noche hizo lo mismo. Ahora yo creía que él era el predicador más maravilloso que yo había escuchado en mi vida y se quitó el miedo que yo le sentía. Las lágrimas corrían por sus mejillas cuando predicaba. Estaba yo muy emocionado. Me gustó mucho.

            El lunes por la noche, se le habían secado sus lágrimas. Metió el arado para excavar, describiendo la carnalidad como yo nunca había escuchado predicar de ella, y me fui a mi casa con convicción. Parecía que él tenía información acerca de mi vida, y que sólo pensaba en mí cuando gritaba a voz en cuello: ¡LA CARNALIDAD! ¡LA CARNALIDAD!, y la pintaba de un color muy negro. Yo estaba muy enojado. Pero encubrí mi sentir, sonreía y mantuve la fachada hasta donde fuera posible.

            Después me dio una idea. Le dije:

            —Hermano Huffman, quiero que Ud. pase a oficina a escuchar uno de mis sermones.

            Escogí lo que se me hacía una de las mejores grabaciones. Pensé para mí: Cuando me oiga predicar, se va a convencer de que estoy santificado y ya no me va a molestar. Después va a tratar de ayudar a mi gente. Sin embargo, apenas empezó la predicación y él se levantó de un salto, se fue por la puerta y dijo:

            —Apague esa cosa—¡Habla y habla y habla!

            Si él hubiera tratado de consentirme, nunca habría yo logrado alcanzar la victoria.

            Estaba enojadísimo. ¡Furioso! En mi corazón me dije: Él no es justo. Ni siquiera esperó hasta llegar a la parte buena de mi mensaje en donde estaba el mero jugo. No me dio oportunidad.

            Durante las próximas noches, cuando predicaba acerca de la carnalidad, se elevaba ese terrible enojo carnal hasta que odiaba los mensajes y a él también. No entendía porqué predicaba acerca de la carnalidad todas las noches. Y parecía conocer la carnalidad y su modo de ser mejor que ningún otro predicador que yo había oído. Cuando él la comparaba con un guajolote, me hizo sentir que yo era la persona más mala sobre la tierra, y yo tenía el guajolote en mi corazón.

            Después hice otro engaño. Me fui en el coche hasta un estanque abajo de unos árboles frondosos y me senté allí en mi carro la mayor parte del día, examinando mi corazón y anotando las pruebas de la santificación que había en él. Más tarde en el día le mostré mi lista. Tenía tres o cuatro pruebas que yo pensaba eran muy convencedores. Él miró la lista y dijo:

            —Bueno, hermano Boardman, mantenga su corazón abierto y Dios se lo mostrará.

            Yo sabía que los engaños ya no iban a funcionar.

            Pero me estaba quebrantando. Yo me había decidido, pero nada funcionaba. Sabía que me iba a ir mal.

            Al día siguiente volví al pequeño estanque y otra vez examiné mi corazón todo el día, y anoté todas las pruebas de la carnalidad que encontré en mi corazón. Creo que fueron treinta y siete. A la tarde le enseñé mi lista al hermano Huffman y él dijo:

            —Está mejor.

            Después se inició el sitio en verdad. Todos los engaño se terminaron. Empecé a buscar a Dios.

            Yo sabía que se había terminado mi engaño, y por la primera vez en mi vida llegué al punto en que estaba dispuesto a descubrirme y a empezar a buscar a Dios. Le rogué al hermano Huffman que me permitiera pasar al altar para buscar a Dios. Él dijo:

            —No. Eso echaría a perder todo. Todavía no está suficientemente enfermo.

            —¡Qué si estoy enfermo! Me siento tan enfermo como para morir.

            Él insistió:

            —No. Nada más tiene un poco de convicción de cabeza. Si Ud. pasara al altar ahora, oraría un poco, y tal vez lloraría un poco, se sentiría un poco mejor y tal vez pensaría que Dios lo había santificado y perdería toda la convicción.

            Entonces fuimos a una reunión de pastores en Albany y el superintendente del distrito quería saber cómo nos iba en la campaña.

            Le respondí:

            —Oh, me siento muy mal.

            Me amonestó:

            —Hermano Boardman, no diga eso. El hermano Huffman le hace eso a todos los que pueda. Él predica hasta que pierdan su fe. Él predicó una campaña hace unos cuantos años y le hizo eso a mi esposa, pero yo la aplaqué, y después de la campaña, ella se compuso.

            Le dije:

            —Hermano, tengo mucha convicción y no me puedo hacer para atrás. Tengo que acabar lo que empecé. Sé que tengo la carnalidad, y ahora sé que hay remedio. Nunca reposaré hasta que Dios me santifique.

            Él se disgustó conmigo, pero yo seguí buscando a Dios.

            Pasaron varios días más. Hice unas cuantas restituciones. Pero todas las noches antes de que él tuviera oportunidad de terminar de describir la carnalidad tan negra como el abismo del infierno, y tan fuerte como un trueno para mi alma, yo me sentaba allí y me enojaba hasta más no poder. Muchas personas que buscan la santidad nunca se enojan cuando están muriendo al yo carnal, pero yo, sí, lo hice.

            Por fin, mi esposa y yo y nuestro evangelista de canto nos pusimos de acuerdo, y en cuanto entró el hermano Huffman por la puerta a la casa pastoral, le cerramos la puerta con llave, y pasamos al altar. Él vino y llamó fuertemente a la puerta, pero hicimos caso omiso a sus toquidos y seguimos orando.

            Yo ví más carnalidad en mi corazón en esa noche que nunca antes. Las terribles ambiciones mundanas, los deseos de ser un predicador de importancia, los móviles más sútiles y odiosos—todo salió a la luz. Cerca de las dos de la mañana, parecía haber una puerta en el fondo de mi corazón que abría y en las profundidades ocultas de mi ser las características más sútiles y terribles estaban escondidas, y las confesé todas. No puedo describir el alivio que sentí. Estaba seguro de que por fin había llegado y Dios me había santificado.

            Juntos, mi esposa y yo fuimos al cuarto del hermano Huffman y le tocamos la puerta. Él prendió la luz y nos invitó que pasáramos. Yo le dije que había orado y que el Señor me había santificado. Él solamente respondió:

            —Mantenga su corazón abierto, y Dios se lo mostrará.

            En cuanto salimos del cuarto, le dije a mi esposa:

            —Parece que no lo creyó, ¿verdad

            —No. No lo creyó—. Y le puso énfasis.

            Yo estaba disgustado.

            Al día siguiente por la mañana yo estaba en el subterráneo de la iglesia orando en voz baja cuando el hermano Huffman entró al templo en el piso arriba de mí y empezó a orar. Oí que oró así:

            —Señor, el hermano Boardman pensó que fue santificado anoche, pero no alcanzó la victoria.

            Cuando oí eso, la ira oculta que se había fingido muerta se levantó en mi corazón y me enojé muchísimo. Otra vez me dije a mí mismo: De nada sirve orar hasta alcanzar la victoria mientras que esté aquí el hermano Huffman. De todas formas nunca lo aceptaría. Voy a esperar hasta que él se vaya, y después oro y me establezco.

            En esa noche me decidí no enojarme cuando él predicaba. Me dije a mí mismo: Me voy a estar sentado y sonrío y lo apoyo cuando predique, y mantengo un rostro dulce y alegre. Sin embargo, yo tenía algo por dentro que yo no podía controlar, y antes de que él hubiera predicado quince minutos, ya estaba yo mucho muy enojado. Permanecí en ese humor casi hasta el final del sermón, cuando de repente salí por el otro lado de la ira que se había explotado por años. Salí como de un cuarto obscuro a la luz del sol. Yo sabía que las tempestades carnales me quedaban atrás. ¡Supe que el hombre viejo había muerto!

            Con una sensación de finalidad fui a un pequeño cuarto que había en la torre de la iglesia, puse llave a la puerta y le dije a Dios:

            —Me quedaré en este cuarto y no me saldré por siete días y siete noches si fuera necesario para ser santificado. Pero cuando salga, si no soy santificado, me retiraré del ministerio para siempre. Simplemente no puedo seguir en esta condición.

            Después de unos cuantos minutos mi esposa le dio vuelta a la perilla de la puerta, y al saber que tenía llave, pidió permiso de entrar. Al principio le dije:

            —No. Tengo que estar solo.

            Después, con un patetismo que nunca le había escuchado, ella dijo:

            —Pero quiero entrar.

            Inmediatamente y con impulso me levanté y quité la llave a la puerta.

            Ella dijo:

            —Siéntate. Quiero hablar contigo. Tengo que hacer una confesión. El diablo me dijo que si te confesara, tú me dejarías y nunca volverías. Tengo que confesarte que he cometido contra ti el peor pecado que una mujer pueda cometer contra su esposo.

            Mi mente se turbó toda, pero yo sabía nuevamente que el hombre viejo había muerto. Sabía que no importaba cuál fuera su pecado, no me podía enojar.

            Entonces ella explicó:

            —Este es el pecado que he cometido contra ti: Tú has sido el hombre más malo que yo he visto, y yo tengo la culpa de ello.

            —¿Por qué tienes la culpa tú

            —Tengo la culpa porque te he consentido, te he mimado, te he justificado, he dicho que tu problema era la «naturaleza humana» en lugar de la «naturaleza carnal», y yo tengo la culpa de que estés en la condición en que te encuentras.

            —Bueno, oremos.

            Perdí las fuerzas. Nos arrodillamos allí en la obscuridad y oramos unos dos o tres minutos para cuando vino el Espíritu Santo a mi corazón, y yo supe que Él había venido. Juntos nuevamente tocamos la puerta del hermano Huffman. Él prendió la luz. Me estuve parado muy calmado, y le dije:

            —Hermano Huffman, el Espíritu Santo ha venido.

            No tuve ninguna emoción sobresaliente, más que una paz que fluyó como un río profundo y quieto. El hermano Huffman inmediatamente se rió y lloró al mismo tiempo. Él también sintió el testimonio del Espíritu Santo. Mi guerra con la naturaleza carnal terminó. El diablo fue derrotado. El viejo hombre fue crucificado. El Espíritu Santo vio el sacrificio que estaba en el altar, y quedó satisfecho. Vino a vivir. Vino a reinar. Hace treinta y seis años que sucedió eso, y todavía vive en mi corazón. Se podría escribir un tomo grande acerca de algunas de las tempestades terribles que he pasado desde aquella noche memorable cuando vino el Espíritu Santo y santificó mi corazón, pero Él nunca me ha fallado.

            Con tres años más de edad que los que Dios les da a los hombres, me acerco al crucero del río de la muerte, pero nunca he lamentado ese viaje doloroso de la «ruta de muerte» que me llevó a la crucifixión de esa naturaleza carnal terrible que me tuvo constantemente en derrota por muchos años. Si Dios no me hubiera librado, esa naturaleza habría condenado mi alma en el infierno. Desde esta hora a un millón de años, todavía estaré dándole gracias a Dios por aquella campaña de avivamiento de «la ruta de muerte» durante la cual oré hasta obtener la victoria y fui santificado enteramente.

            Desde aquella noche en la torre de la iglesia de Saratoga Springs1 he pasado por muchas campañas de avivamiento de «la ruta de muerte» y he predicado en muchas de ellas. Esta es la clase de campañas que yo apoyé durante diecisiete años en evangelismo, así como muchos años en el pastorado. Sólo la eternidad revelará cuántas almas oraron hasta obtener la victoria en esas campañas, inclusive algunos de los mejores predicadores de la santidad que existen hoy en día, y predican la santidad de «la ruta de muerte» y muchas personas son santificadas bajo su ministerio.

 

Un Milagro Moderno

            A este joven le vamos a llamar «José», aunque ese no era en verdad su nombre. A la edad de treinta y tres años José era un alcohólico y adicto a los cigarrillos, con antecedentes del uso de drogas en su juventud y de otros delitos mayores. Durante años él anheló tener a Dios en su vida. Varias veces fue salvo, pero el deseo del alcohol y de la nicotina era muy intenso y no aguantó. Cuando esta historia empieza él estaba a la orilla de la desesperación completa. Su hogar y su matrimonio estaban derrumbándose. Estaba por perder el trabajo. Su futuro estaba completamente sin esperanza. Cuando tomaba, se portaba muy mal, y su esposa apenas lo soportaba, y tomaba muy seguido, especialmente los fines de semana. Ya tomaba en el trabajo—manejaba un camión y tomaba en la carretera. Todo se estaba desbaratando; ya no aguantaba la vida. Había dejado de asistir a los cultos. Su vida se estaba acabando. Sería sólo cuestión de tiempo.

            Una noche acudió a la casa de nosotros en un mandado de prisa. Lo saludé como a un amigo. Me asombré al verlo. Su cara estaba roja e hinchada. Estaba deprimido y quería huir. Estaba desesperado. Parecía haber un solo paso entre él y el punto de nunca volver.

            Le dijimos:

            —José, hace muchos años que Ud. tiene hambre de Dios, pero estos deseos son muy intensos y no puede Ud. mantener una experiencia de salvación.

            Él indicó que así era.

            Entonces le hablamos de varios hombres que fueron alcohólicos por muchos años, pero ahora eran predicadores llenos del Espíritu Santo, pastoreaban iglesias y se habían recuperado sólo porque Dios los sanó y purificó su sangre y quitó los deseos del alcohol. Él parecía tener interés.

            Le reté:

            —José, ¿por qué no pasa ahora mismo, se sienta en una silla en nuestra sala y permite que le unjamos con aceite así como dice la Biblia, y si Dios le sana y purifica su sangre, nunca volverás a desear ninguna de las toxinas que lo han arruinado

            Él consintió en hacerlo.

            Le presionamos aún más:

            —José, ¿estás dispuesto a venir a nuestra casa todas las tardes para que le unjamos y oremos por Ud. hasta que Dios haga este milagro, no importa que lleve semanas o meses —Él prometió hacerlo.

            Él fue ungido con aceite. No oramos más que tres o posiblemente cuatro minutos cuando Dios lo sanó instantáneamente, purificando su sangre y se quitaron por completo los deseos de usar el alcohol y la nicotina. Siguieron los ungimientos y las oraciones por otras seis noches hasta que sentimos que ya no era necesario. Los deseos del alcohol—aun la acumulación subconsciente de años—fue quitado completamente. José había pasado a un mundo nuevo, pero todavía no era salvo. Pasaron unas cuantas semanas. No fue muy fácil lograr que José volviera con Dios y se convirtiera.

            Sin embargo, unas cuantas semanas después Dios puso en el pensamiento de José un pueblo pequeño que estaba a casi 200 millas (320 kilómetros) de distancia—un lugar que él nunca había visto. El domingo por la tarde él fue en coche hasta ese pueblo con su esposa y su hijo. Al consultar el directorio telefónico, Dios lo dirigió a un predicador de santidad. Él fue a ese culto y pudo sentir el movimiento del Espíritu Santo. En esa noche él pasó al altar y Dios lo salvó.

            Las restituciones que siguieron durante unas cuantas semanas, llegando a los años terribles de su juventud, causaron que José se acercara más y más a la experiencia de la limpieza de corazón, por el bautismo del Espíritu Santo y fuego. En ese punto José leyó el manuscrito de este libro que todavía no se publicaba y dijo:

            —Esto me llegó al corazón y me sometió a una convicción terrible de la necesidad de pasar por la «ruta de muerte». Entonces él pidió permiso de venir a nuestra casa todos los días por la tarde para orar, para examinarse y para confesar sus características carnales y morir para todas ellas, y lo hizo.

            Dios le dio a José un hambre inmensa de tener la santidad. Nos preguntó:

            —¿Podríamos venir a la casa de Uds. todas las noches hasta que Dios me santifique por completo Durante las próximas quince noches siguió esta vigilia de examinarse a sí mismo, de morir a las características carnales y de enfrentar asuntos traumáticos.

            Llegó un domingo por la noche memorable en la cual José fue al culto de nuestra iglesia local. Un predicador que estaba de visita predicó un mensaje ungido y poderoso acerca de los requisitos para obtener la santificación (o la santidad de corazón). Dios vino sobre ese culto. José pasó al altar y en unos pocos minutos dio el salto de la fe y el Espíritu Santo aprobó la entrega de José de la «ruta de muerte» y santificó su corazón. El testimonio del Espíritu Santo era inconfundible. Todas las personas en el cuarto lo sintieron. Muchos asuntos fueron decididos y este derramamiento del Espíritu Santo lo confirmó todo.

            Se podrían mencionar y explicar muchos otros detalles acerca de lo que hizo José cuando pasó por el camino obscuro y solitario de la «ruta de muerte» a su propia crucifixión, pero sería mucho meterlos en este relato.

            José podía haberlo aceptado por la fe muchísimas veces sin penetrar hasta la profundidad, sin clavar el yo carnal a la cruz, y sin poseer la dulce unción del Espíritu Santo que él disfruta hoy.

            Concluimos este relato al decir que toda la personalidad de José fue cambiado radicalmente. Al morir, Dios le dijo que nunca debía defenderse, ni pelear sus propias batallas, ni tomar sus propias decisiones. Dios insistió en que SU mano gobernara y José asintió para toda la eternidad. Por eso cantamos—

 

«Es real, es real,

¡Oh! yo sé que es real,

No tengo ni una duda

Pues yo sé que es realidad».

            En los días antes de que José fuera santificado, Dios puso en su corazón escribir tres tratados evangelísticos: «¿Estás Satisfecho»—«Los Problemas de la Juventud»«¿Todavía se te Hace Divertido Tomar y gran parte de su tiempo libre se pasa repartiendo folletos y hablando a la gente de lo que Dios ha hecho en él. ¡Gloria a Dios para siempre! ¡A Él sea toda la gloria!

 

En Conclusión

            Mi llamado al ministerio de la santidad a la edad de catorce años sucedió hace cincuenta y nueve años. Ahora he entrado al ocaso de la vida, anticipando un tiempo breve y una eternidad muy larga.

            Creí en la santidad bíblica y la prediqué por varios años antes de conocer su realidad en mi propio corazón. Desde entonces he visto a muchas personas tomar la «ruta de muerte» y ser salvas gloriosamente de su naturaleza carnal, y ser bautizadas con el Espíritu Santo, «purificando por la fe sus corazones» (Hch. 15:9).

            Quiero pasar el tiempo que me quede de mi peregrinaje terrenal con nuestra casa abierta para todo aquel que tenga hambre de Dios y quiera orar o preguntar acerca de la santidad de la «ruta de muerte». Mi esposa Mattie y yo deseamos sinceramente que Ud. ore por nosotros—después todos compartiremos juntos las recompensas cuando lleguen los santos al cielo.

¡PORQUE ÉL VIVE!


Notas de Referencia

Prefacio

1. Poesía, Paloma Divina, con explicación del autor.

Capítulo Uno

            1. El testimonio de Lyle Potter; dado en la Primera Iglesia del Nazareno en Niagara Falls, New York, cerca de 1952. La libertad de estilo es por el tipo de grabación.

            3. E.E. Shelhamer, Sermons That Search the Soul, (Sermones que Examinan al Alma), páginas 124 al 127.

            4. Bradford Henshaw, The Rocks Cry Out, (Claman las Rocas), páginas 189 a 191.

            5. George Muller, el famoso hombre de oración y de fe del asilo de huérfanos. Véase Springs in the Valley, enero 11.

Capítulo Dos

            1. El énfasis con mayúsculas es por el autor.

            2. A Memoir of Mr. William Carvosso, (Una Memoria del Sr. William Carvosso), páginas 71 y 72.

Capítulo Tres

            1. G.D. Watson, The Heavenly Life, (La Vida Celestial), p. 10.

            2. También, Mt. 3:17 y Lc. 3:22.

Capítulo Cuatro

            1. J.B. Chapman, Bud Robinson, A Brother Beloved, (Bud Robinson, Un Hermano Amado), páginas 35 y 36.

            2. Holiness in Doctrine and Experience, (Paraphrased and condensed), (La Santidad en Doctrina y Experiencia, Parafraseado y condensado), páginas 27 y 28.

            3. Ibid., páginas 41 a 43.

            4. Ibid., páginas 43 a 47.

            5. Ibid., páginas 63 a 66.

            6. Ibid., página 74

            7 y 8. Las fotografías del Dr. S.A. Keen y del Dr. S.A. Kean aparecen en Echoes of the General Holiness Assembly of 1901 (Recuerdos de la Asamblea de 1901). El Dr. S.A. Keen cuya fotografía aparece en la página frente a la página 89, murió a una temprana edad. Él falleció antes de que el libro fuera publicado. El Dr. S.A. Kean, cuya fotografía en donde aparece junto a su esposa se encuentra frente a la página 56, llegó a vivir un tiempo normal. S.A. Kean fue el autor de muchos escritos acerca de la santidad, inclusive Faith Papers (Tratado Sobre la Fe) y Pentecostal Papers (Tratado Sobre el Pentecostés). Los relatos distintos respecto a su experiencia de la santificación aparecen en Holiness in Doctrine and Experience, (Santidad en Doctrina y Experiencia), páginas 66 a 68, y 172 y 173. El nombre del Dr. S.A. Kean está escrito mal en Holiness in Doctrine and Experience, (Santidad en Doctrina y Experiencia), páginas 172 y 173. Este libro escribe los dos nombres de la misma manera, que según las fotografías en el libro Echoes (Recuerdos) es incorrecto.

            9. Hay varios errores respecto a la santidad bíblicas, cuatro de los cuales son muy engañosos. Satanás trata de convencer a la gente de estas enseñanzas erróneas para que no busquen la bendición de la santificación.

            Un error es que la santificación nada más era para los apóstoles de la antigüedad, pero que no es para nosotros hoy en día. Sin embargo, Pedro declaró en Hechos 2:38 y 39: «...y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare». Además de esto—Cristo no oró para que sólo sus discípulos fueran santificados, sino que fueran santificados todos los que creyeran en Él (Juan 17:20).

            Un segunda error es que los cristianos tienen que esperar para recibir la bendición de la santidad hasta salir de este mundo. Lucas dijo: «Que...le serviríamos en santidad y en justicia delante de él, todos nuestros días» (Lc. 1:74 y 75).

            Un tercer error es que la santificación viene poco a poco por medio del crecimiento. Sin embargo, unos términos como «bautizar», «recibir», «llenar», «limpiar», «despojaos» y «vestíos» describen una experiencia de crisis y no describen un crecimiento progresivo.

            Sheridan Baker dice que la obra de la santidad es una obra de restar—una limpieza, lo contrario al crecimiento. (THE HIDDEN MANNA, p. 36) (EL MANÁ ESCONDIDO). Uno no puede hacer que crezcan los pecados hasta que salgan de su corazón, así como no puede uno hacer que crezcan la hierba mala al grado que se quite de su huerta. La hierba de la huerta, así como el pecado carnal del corazón, sólo se puede quitar por medio de una destrucción radical.

            Un cuarto error sobresaliente es que esta bendición de la santidad se recibe a la hora de ser salvo, todo al mismo tiempo. Sin embargo, no hay siquiera un solo caso en la Biblia en el cual las personas fueron salvas y santificadas al mismo tiempo.

            Los samaritanos fueron convertidos bajo la predicación de Felipe (Hch. 8:5 a 12), y fueron santificados después bajo la predicación de Pedro y Juan (Hch. 8:14 a 17).

            El apóstol Pablo encontró a Cristo y se le rindió en el camino a Damasco (Hch. 9:1 a 7), y, según su propio testimonio, se convirtió en ese momento (Hch. 26:12 a 20). Él fue santificado tres días después cuando Dios envió a Ananías para que Saulo recibiera su vista y fuera lleno del Espíritu Santo (Hch. 9:17 y 18).

            Cornelio y los de su casa se convirtieron bien (Hch. 10:1 a 6, 30 y 31). Fueron santificados después (Hch. 10:44 a 47).

            Los efesios eran verdaderos discípulos (Hch. 19:1). Todavía no eran santificados (versículo 2). Después fueron santificados cuando Pablo les instruyó y puso sus manos sobre ellos (Hch. 19:6).

            Los romanos tuvieron una fe muy fuerte que fue conocida a través de todo el mundo (Ro. 1:8). Fueron llamados a ser santos (versículo 7). No eran completamente establecidos (versículo 11). Pablo oró por ellos para que se establecieran (Ro. 16:25).

            Los corintios estaban en Cristo (1 Co. 1:30). Eran todavía carnales (1 Co. 3:1 a 3). Pablo les exhortó que siguieran adelante a la perfección en la santidad (2 Co. 7:1; 13:9).

            Los tesalonicenses estaban en Cristo (1 Ts. 1:1). Siguieron a la vez a Cristo y a Pablo (versículo 6). Volvieron de los ídolos a servir al Dios vivo (versículo 9); todavía no eran santificados (1 Ts. 5:23 y 24).

            Los discípulos de Cristo recibieron al Espíritu Santo el día de Pentecostés. Basil Miller dijo: «Nacieron de Dios (Juan 1:11 a 13). Dejaron todo por seguir a Cristo (Mt. 19:27). Sus nombres fueron escritos en el cielo (Lc. 10:20). Tenían paz por medio de Cristo (Juan 14:27). Todavía no eran santificados (Juan 17:17). Después fueron santificados en el día de Pentecostés...(Hch. 2:1 a 4). Recibieron la primera obra de gracia antes del día de Pentecostés y la segunda en el día de Pentecostés». (Basil Miller, BIBLE READINGS ON HOLINESS, [Lecturas Bíblicas Sobre La Santidad] p. 11).

            Los pecadores no pueden recibir el poder santificador del Espíritu Santo (Juan 14:16 y 17). Primero, deben convertirse a Cristo. Nunca se les ofrece la santificación a los seguidores de Satanás. Por esta razón, la santificación debe ser subsecuente a la conversión.

            Cuando Cristo oró: «Santifícalos» (Juan 17:17), Él aclaró que no hizo esta oración por los inconversos del mundo (17:9), sino por aquellos que le pertenecían (17:11). Recibieron la primera obra de gracia, y Cristo estaba orando para que ellos recibieran la segunda obra de gracia. Cristo padeció para santificar a Su pueblo con Su sangre (Ibid.). Tuvieron que llegar a ser Su pueblo para poder recibir la santificación. Por lo tanto, la santificación tuvo que ser una segunda obra de gracia.

            Los hebreos eran niños en Cristo (He. 5:12). Se les exhortaba que siguieran adelante a la perfección (6:1).

            La primera obra de gracia capacita a uno para obtener la santidad. La segunda obra lo santifica (1 Pedro 1:14 a 16). Sólo la gente que anda en la luz hasta ser completamente convertida, puede esperar ser limpia del pecado interior adentro de sus corazones (1 Juan 1:7).

            La Biblia enseña dos limpiezas. La primera, limpia de los pecados cometidos (Ap. 1:5). La segunda, limpia del pecado innato (1 Juan 1:7 a 9).

            La primera limpieza se llama la justificación (Lc. 18:13 y 14). La segunda limpieza se llama la santificación (1 Ts. 5:23 y 24).

            Finalmente, Santiago exhortó a los pecadores para que limpiaran sus manos, y a los de doble ánimo que purificaran sus corazones (Stg. 4:8). Después de que los pecadores obedecen el primer mandato y se despojan de sus pecados, entonces llegan a tener doble ánimo y necesitan que se les purifique a sus corazones. La primera limpieza es para los pecadores; la segunda es para los creyentes. Por esta razón, hay dos obras de gracia.

            Es un truco del diablo hacer que la gente crea que fue santificada enteramente a la hora de ser salva. La gente no busca la santificación si cree que ya la recibió cuando fue salva. El diablo está dispuesto a hacer todo con tal de que la gente no busque la santificación. Él aborrece esa palabra.

Capítulo Seis

            1. T.E. Verner, A Retrospective of the Carnal Mind Versus the Holy Ghost, (Un Retrospectivo de la Naturaleza Carnal versus el Espíritu Santo), páginas 1 y 26.

            2. Poesía de The Man in Black, (El Hombre Vestido de Negro), p. 37.

 

Capítulo Siete

            1. A.M. Hills, Holiness in the Book of Romans, (La Santidad en el Libro de Romanos), p. 79.

            2. Poesía de Beyond Humiliation, (Más Allá de la Humillación) Gregory Mantle, página 191. La parte en prosa es mía, —L.S.B.

            3. W.B. Godbey, Holiness in Doctrine and Experience, (La Santidad en Doctrina y Experiencia), páginas 24 y 25.

Capítulo Ocho

            1. Rudyard Kipling, The Explorer, (El Explorador), 1903

            2. Rvdo. Dennis Barber, (Fallecido)

            3. Gregory Mantle, Beyond Humiliation, (Más Alla de la Humillación), p. 57.

Capítulo Nueve

            1. Catherine Marshall, Beyond Ourselves (Más Allá de Nosotros Mismos), p. 186.

            2. H.A. Baldwin, The Carnal Mind (La Naturaleza Carnal), páginas 180 y 181.

            3. Es parte de la transcripción de un mensaje grabado, predicado en North Pole, Alaska, cerca de 1960.

            4. Se le atribuye a Adán Clarke. No se pudo localizar la fuente.

Capítulo Diez

            1. J.O. Peck, Holiness in Doctrine and Experience (La Santidad en Doctrina y Experiencia), p. 40.

            2. Dr. L.B. Hicks, evangelista fallecido de la Iglesia del Nazareno.

            3. Sheridan Baker, The Hidden Manna (El Maná Oculto), p. 24.

            4. Holiness in Doctrine and Experience (La Santidad en Doctrina y Experiencia), Beacon Hill Press, p. 13.

            5. Ibid., p. 48.

            6. Ibid., p. 147.

            7. Ibid., p. 47.

            8. Ibid., p. 56.

            9. El Dr. Adán Clarke, Christian Holiness (La Santidad Cristiana), p. 27.

            10. Holiness in Doctrine and Experience (La Santidad en Doctrina y Experiencia), p. 61.

Capítulo Once

            1. «Vía Dolorosa»—Este era el camino de salida de Jerusalén. Se supone que Cristo se fue por este camino cargando Su cruz cuando iba al Gólgota para ser crucificado.

            2. Jimmy Swaggart, The Evangelist (El Evangelista), septiembre, 1979.

            3. C.B. Jernigan, Pioneer Days (Los Días Pioneros), p. 61.

Capítulo Doce

            1. Gregory Mantle, Beyond Humiliation, (Más Alla de la Humillación), p. 57.

Capítulo Trece

            1. Robert H. Schuller, Self Esteem, The New Reformation,  (La Estima Propia, La Nueva Reforma).

            2. Poesía, Utterly Abandoned to the Holy Ghost (Completamente Abandonado al Espíritu Santo), [Incompleto—Autor desconocido].

Capítulo Catorce

            1. El Comentario del Dr. Adán Clarke sobre Mt. 12:45—«El postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero».

Capítulo Quince

            1. H.A. Baldwin, The Carnal Mind (La Naturaleza Carnal), p. 173.</dd>