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El Ministerio del Pastor Consejero, Caps. VI-X

LA NATURALEZA DE LA ENTREVISTA

El pastor debe tratar de recabar tanta información como sea posible de su aconsejado y de su problema. Esto se hace primordialmente en una entrevista. La técnica de la entrevista es ya vieja, pero no conocemos una técnica más fundamental y valiosa.1 Por cuanto uno de los más grandes propósitos de la entrevista de consejo es ayudar al aconsejado a desarrollar mejores planes para el futuro, es importante que el pastor se dé cuenta de que en efecto, está ayudando a modelar el futuro de sus aconsejados. Tendrá que darle mucha atención a cómo se relaciona él mismo con la tarea de la entrevista, dándose cuenta de que ésta afectará las acciones futuras de su feligrés. Paterson, Schneidler y Williamson dicen:

La entrevista continúa siendo el aspecto más subjetivo del procedimiento en diagnosticar. Sin embargo, a pesar de sus limitaciones, es un paso indispensable en el programa de guiar. Su propósito es triple. Incluye el reunir todos los he­chos pertinentes disponibles, hacer un diagnóstico sobre la base en la evidencia y formular un plan apropiado de acción de acuerdo con el diagnóstico.2

La entrevista, en su estado más refinado, es semejan­te al arte-una destreza desarrollada del entrevistador, la cual se manifestará en su forma diestra de escuchar, de observar y de hablar.

Generalmente, es mejor que el pastor le dé a su acon­sejado un poco de tiempo para que se oriente a la relación de consejo antes de principiar a hablar de su problema. Esto se puede obtener principiando la entrevista con una referencia acerca del juego de pelota reciente, o haciendo una observación acerca del tiempo, o hablando sobre algu­na cosa de interés o algún pasatiempo del feligrés. Este ele­mento de la entrevista no debe tomar mucho tiempo; así que después de darle atención breve al tema introductorio, la entrevista debería proceder lenta y naturalmente al problema que confronta el aconsejado.

El pastor consejero principiante debe tener cuidado de no dar por hecho que el problema presentado (la expresión inicial del problema) es en verdad el problema o que es todo el problema. Algunas veces el consultante usa el pro­blema, tal como él lo presenta para examinar al consejero. En estos casos puede ser un intento premeditado de ver cómo reacciona el pastor, o también puede ser una manera del feligrés para ver cómo responde el pastor. A veces, el problema presentado es un intento premeditado para es­conder del pastor un problema más profundo. Sin embar­go, en la mayoría de los casos no es intencional, sino in­consciente.

El pastor necesita saber que el problema expuesto quizá sea como una montaña flotante de hielo, de la que sólo una séptima parte está al descubierto y las otras seis sép­timas partes están sumergidas. Si el pastor ataca el proble­ma tal como se presenta al principio nunca confrontará el problema completo. Cuando pasa esto, el feligrés se irá todavía frustrado y el pastor creerá falsamente que ya re­solvió el problema.

Es importante darle al aconsejado todo el tiempo que necesite. Esto permitirá expresar completamente su pro­blema y en el proceso, proveerá un descanso emocional necesario. Si se le permite al aconsejado esta clase de ex­presión libre, él sentirá que el pastor no lo está forzando. Esto también le ayudará a sentir que puede confiarle. Si lo está apurando o forzando, el aconsejado quizá se calle y el problema no sólo no se resolverá sino que se hará más profundo. Si el aconsejado cae en un período de silencio, el pastor no debe alarmarse o preocuparse por la falta de progreso. Muchos escritores han dicho que este silencio puede ser un modo de forzar el problema a que salga a la superficie. Por tanto, los períodos de silencio, y los momen­tos que le siguen inmediatamente, pueden ser una parte muy significativa de la entrevista.

Una vez que el problema ha sido adecuadamente pre­sentado y los dos están convencidos que es el verdadero problema, pueden trabajar juntos hacia la solución. La técnica básica que se necesita en el consejero es la capaci­dad de hacer preguntas pertinentes y con sentido, cuyas respuestas den las causas del problema del aconsejado. La entrevista tiene que tener una meta. "Si queremos lograr mucho, se necesitará una clasificación de los objetivos, de otra manera la entrevista caerá en un período de conver­sación inútil."3

Hacia el final de la entrevista, es conveniente y nece­sario un resumen del progreso adquirido. Este resumen será iniciado y dirigido por el pastor, pero en realidad hecho por el aconsejado. Esto dará mayor claridad a ambos sobre lo que se ha hecho y lo que falta por hacer.

Shostrom y Brammer sienten que la parte más impor­tante de la entrevista es la etapa de hacer síntesis.4 Esta etapa es la que cristaliza toda la información recibida en la entrevista en un plan de acción definido. Erickson está de acuerdo, y añade que el aconsejado debe irse con algu­nos planes para acción y con alguna decisión de llevar a cabo estos planes en su programa de acción.5 El aconsejado debe irse con un sentido de satisfacción sabiendo que su consejero lo ha ayudado, tanto a ver su problema objeti­vamente como a encontrar la solución.

Erickson concibe la técnica de la entrevista como un servicio profesional muy delicado.6 Esta técnica se obtiene solamente con un cuidadoso estudio y mucha experiencia. El pastor necesita desarrollar flexibilidad y como las per­sonas son distintas, también las técnicas de la entrevista serán distintas. El consejero que desarrolla esta cualidad de adaptación (a la diversidad de situaciones) habrá domi­nado su problema principal en su entrevista de éxito.

Hahn y MacLean dicen: "A pesar de que la entrevista es tan antigua en la historia profesional, ha sido sujeta relativamente a poca investigación de tipo crucial."7 Con el desarrollo continuo en la investigación y metodología de la entrevista, tal vez esta información abrirá áreas des­conocidas e inexploradas hasta ahora en el campo de acon­sejamiento, que ayudará inmensamente al pastor en su función de ministerio de aconsejamiento.

EL LUGAR PARA CONSEJO

Aunque el sitio para el aconsejamiento es un asunto importante, no es de primordial importancia. Mucho se ha escrito acerca del lugar ideal, dando al lector la impresión de que si no se puede conseguir lo ideal, la relación de con­sejo no podrá ser efectiva. Aunque el ideal es de desearse, está muy lejos de ser lo necesario. Hay dos factores pri­mordiales que recordar: (1) debe haber una situación pri­vada hasta lo máximo posible, un "máximo de aislamien­to" y (2) debe haber un mínimo de interrupción. "El máxi­mo de aislamiento" quiere decir que las cosas que se están discutiendo, las oyen solamente el consejero y el aconseja­do. "El mínimo de interrupción" quiere decir que el pro­ceso de aconsejamiento debe proceder sin intrusiones abruptas que hagan difícil para el aconsejado hablar libre­mente y para el consejero escuchar libremente.

Es posible establecer una relación de consejo en varios lugares, como el estudio del pastor o en otra parte del tem­plo, en la casa del aconsejado o del pastor, en un automó­vil, en un restaurante o en el campo.

1.            En el estudio. De acuerdo a las dos consideraciones arriba mencionadas, es posible que el mejor lugar para el aconsejamiento sea el cuarto de estudio del pastor. Aunque no hay garantía de que éste ofrezca un máximo de aisla­miento y un mínimo de interrupciones, la posibilidad de ambos factores allí es mayor que en cualquier otro lugar debido al factor de control.

Si un visitante llama a la puerta, el pastor puede tra­tar el asunto en unos cuantos segundos o, si no, simple­mente decir: "Estoy en conferencia en este momento. ¿Po­dríamos hablar después" Del mismo modo, si su teléfono suena durante la entrevista de consejo, esa interrupción se puede resolver rápidamente. En los casos en que tiene se­cretaria, ésta puede interceptar a los visitantes y las lla­madas por teléfono, para que el proceso de aconsejamiento continúe en completo aislamiento y sin interrupciones.

2.            En la iglesia. El consejo pastoral se puede hacer en la iglesia misma, pero hay siempre la posibilidad de ser interrumpido por una maestra que llegue a arreglar su cuarto para la próxima lección del domingo, o la orga­nista o pianista que viene a practicar, el conserje a hacer sus faenas, o un repartidor que trae los materiales de la iglesia. Por el otro lado, el feligrés siente que otras gentes, además del pastor están oyéndolo, por cuanto está en un edificio público, abierto a cualquiera y en cualquier tiem­po.

3.            En el hogar. El consejo pastoral se puede hacer en el hogar del feligrés, pero aquí también hay las posibilida­des de falta de aislamiento y de interrupciones. En cual­quier momento pueden llegar otros miembros de la fami­lia, o puede sonar el teléfono o un vecino llegará de visita, o un vendedor llamará a la puerta. Donde hay niños pe­queños se vuelve extremadamente difícil para una relación de consejo sin interrupciones.

4.            En la casa pastoral. Esta ofrece un lugar posible para la entrevista de consejo, pero muchas personas no quieren ir allí, particularmente las mujeres, porque sienten que están entrando en el dominio privado de otra mujer. Además, si se han de discutir asuntos que debe saber sola­mente el pastor, el feligrés quizá no se sienta libre para "explayarse completamente" aún si los miembros de la familia del pastor no están en el cuarto, sino en otras par­tes de la casa.

5.            En un automóvil. El aconsejamiento se puede ha­cer también en un automóvil, pero no ofrece el mejor lugar para una buena relación de consejo. Se está a la vista de todos y las posibilidades de interrupción son enormes. Además, estos lugares de consejo son adecuados solamente a miembros del mismo sexo del pastor pues de otro modo creará sospecha, reflejando dudas sobre el carácter del pas­tor y del feligrés.

6.            En un restaurante. El consejo pastoral puede ha­cerse en un restaurante, o en otro edificio público, pero hay desventajas grandes en hacerlo, precisamente por las razones ya mencionadas.

7.            En un campo. Mucho se ha dicho en favor de dar consejo pastoral cuando el pastor va de cacería o de pesca o en alguna otra clase de excursión con alguno de sus adul­tos o jóvenes. Generalmente, el consejo puede continuar con calma bajo las condiciones de aislamiento e intimidad. Sabio es el pastor que pueda convertir un tiempo de placer en una actividad genuina de relación de ayuda a sus feligreses.

FACTORES FISICOS

Suponiendo que el pastor elija hacer la mayoría de sus consultas en su estudio, puede lograr mucho a muy poco costo, para que el lugar de consejo sea agradable. Si el pastor participa de la construcción y los planes de su estudio, debe darle atención a varias cosas: (1) la puerta del estudio debe ser puesta de modo que al abrirse, no re­vele al consultante que está dentro; y (2) el cuarto debe estar a prueba de ruido de ser posible, (con alfombras y cortinas, si se puede); (3) no debe ser ni muy grande, ni muy pequeño; (4) y debe arreglarse de tal manera que el pastor pueda sentarse en otro lugar que no sea atrás de su escritorio durante la consulta; (5) las sillas deben ponerse de modo que ni el pastor ni el feligrés tengan enfrente la luz del sol; (6) la iluminación debe ser un poco baja y arregla­da para que ni al pastor ni al feligrés les dé directamente; y (7) el estudio debe tener una entrada fácilmente identifi­cada y accesible desde la calle. Si la iglesia tiene secretaria y una oficina para ella, la oficina debe estar situada de tal manera que sea un cuarto de recepción para el estudio del pastor.

El pastor debe darle atención también a las sillas en las que sus consultantes se sentarán. Deben ser cómodas, de preferencia con brazos, y un tanto erectas y rígidas.

La oficina o estudio debe estar en orden y limpio. El escritorio del pastor debe estar limpio de papeles, cartas y libros para que el feligrés no sienta que está interrumpiendo el "trabajo" del pastor. (El aconsejar es su trabajo como cualquier otra cosa que él haga). En fin, el estudio debe estar bien arreglado y amueblado, la atención del pastor y su actitud deben ser tales como para sugerirle al feligrés que es bienvenido y que tiene "derecho" a una en­trevista de consejo.

FACTORES PSICOLOGICOS

Si ha de obtenerse una relación[1] en las situaciones de aconsejamiento, el pastor debe darse cuenta de los factores psicológicos presentes en la relación de consejo. El pastor debe recordar que en muchos casos el consultante viene con timidez. Esto tal vez sea una característica de su per­sonalidad, o a un sentido de temor, o a la falta de informa­ción sobre "lo que le pasará" o "qué será lo que el pastor hará." Quizás sea sólo cuestión de vergüenza debido a que, en realidad, el hecho de que está aquí ante el pastor, es evidencia de su incapacidad para enfrentarse a su proble­ma. Estos elementos deben enseñarle al pastor la nece­sidad de crear una condición de amistad y sin restricciones que reduzcan la tensión, el temor y la ansiedad del feligrés.

Cuando dos personas se encuentran por primera vez, for­mulan su propia opinión la una de la otra, opiniones que son alteradas o aprobadas más tarde. Si en la reunión inicial el aconsejado forma opiniones contrarias, el proceso de consejo irá más lento hasta que se establezca una relación de trabajo. Le será de ayuda al consejero examinarse el mismo al princi­pio de cada entrevista para que haya el mínimo de obstáculos de opinión.8

El feligrés debe recibir la impresión de que su proble­ma es el trabajo más importante, y el único trabajo del consejero en este momento. Esto le ayudará a entrar en un intercambio saludable de ideas y pensamientos. Hahn y MacLean ven el establecimiento de relación* como una responsabilidad mutua del consultante y del consejero.

Dicen:

De parte del consultante incluye el desarrollo de un sentido de quietud nacido de una confianza creciente en la competen­cia, interés, conocimiento y destreza del consejero, y en un sentido de libertad para revelar tantos eventos y hechos como emociones. De parte del consejero significa tratar al consul­tante como un adulto responsable y ser considerado en cuanto a sus actitudes y sentimientos.9

La mayoría de los pastores no consideran necesario tomar notas durante la sesión de consejo. Aunque esto se hace regularmente en las clínicas o centros de aconsejamiento, no se recomienda a los pastores consejeros. Esto es por varias razones; (1) la mayoría de pastores consejeros conocen a sus feligreses y sus problemas tan bien, que no necesitan tomar notas, (2) algunos feligreses no quieren que sus pastores conserven los aspectos íntimos de sus vi­das en forma escrita; y, (3) el tomar notas puede distraer tanto al pastor como al feligrés. Sin embargo, si el aconse­jamiento del pastor es mucho y variado, y su memoria es tan raquítica, que crea necesario tomar notas durante la entrevista, puede hacerlo pero sin intentar hacerlo "a es­condidas" del consultante.

En muchos casos el pastor puede escribir sus datos después de la entrevista, evitando así los aspectos negati­vos de tomar notas ya mencionadas. Cuando se toman no­tas de una entrevista, el pastor debe conservarlas cuida­dosamente, y estar seguro de que él es el único que tendrá acceso a ellas, excepto cuando tenga la aprobación escrita de la persona implicada para su divulgación.

Lo que se ha dicho acerca de tomar notas también se puede decir acerca de cintas grabadas en una entrevista. Muchos pastores no considerarán necesario o conveniente el conservar sus entrevistas en cintas. Si embargo, si algún pastor lo hace, debe hacerlo sólo con el conocimiento y consentimiento del feligrés y debe tenerse un gran cuidado de conservar la anonimidad y el secreto del individuo.

Aunque el lugar de consulta es importante, es necesa­rio que se entienda que la cosa más importante es la rela­ción de consejo. Si la relación entre el pastor y el feligrés es fuerte y positiva, puede celebrarse una sesión fructífera aún en las circunstancias más adversas. Por el otro lado, si la relación no está caracterizada por un entendimiento franco de relación y confianza, el resultado será de muy poco valor aunque la consulta se lleve a cabo en un lugar ideal. Aunque el pastor no logre hacer su aconsejamiento bajo condiciones ideales, siempre puede crear un clima de interés, y esta es la circunstancia que de veras importa.

LO QUE NO SE SABE ACERCA DE ACONSEJAR

Aunque hay muchas cosas que sabemos acerca de aconsejar, hay algunas cosas que no sabemos. Estas son algunas de ellas:

1.            No sabemos exactamente qué es lo que ayuda a las personas a resolver sus problemas. Estamos seguros que no es la técnica que el consejero usa. A medida que uno lee la literatura de aconsejamiento y aprende los varios estilos y técnicas que se están empleando, se puede ver que hay un amplio campo de métodos. La mejor deducción a la que uno puede llegar es que la razón por la cual la persona reci­be ayuda es la relación que ella establece con el consejero. La mayoría de libros sobre este campo que uno lee afirma­rá esto, pero debe señalarse que esto no puede probarse científicamente.

2.            No se sabe por qué la persona cambia. Es proba­ble que sus heridas lo fuercen a buscar una existencia ca­racterizada por menos dolor y más placer. Esto parece ser una deducción válida, pero es sólo una suposición.

3.            Tampoco se sabe cómo la persona cambia. ¿Hay al­guna forma de mecánica de cambio que reside en el interior de la persona A esto, tampoco encontramos respues­ta.

4.            Y no se sabe si debemos abordar un caso dado pri­mordialmente mediante una modificación de la conducta o por una modificación del medio ambiente. Aunque en muchos casos será necesario el cambio de los dos, el pro­blema es saber cuál de éstos debe seguirse primero y en qué área recibirá la mayor atención durante el proceso de acon­sejamiento.

5.            No se sabe por adelantado qué tan directo o indi­recto debe ser el consejero en un caso dado. La literatura de este campo sugiere que las personas jóvenes, las menos maduras y con menos conocimientos recibirán mejor ayu­da por un aconsejamiento más directo, en tanto que una persona de más edad, madurez o educación, responderá mejor al método indirecto. Sin embargo, todo consejero con experiencia sabe que esta teoría no siempre da buen resultado. Esto quiere decir, entonces, que la relación precede a la técnica y que la sesión de consejo misma dic­tará cuál es la mejor técnica, con una persona dada en un tiempo dado.

6.            No se sabe si hay una correlación directa entre la cantidad y el tipo de preparación del consejero y su éxito en el consejo. Por supuesto, se cree que hay tal correlación directa, y este libro ha sugerido que tal correlación existe. Sin embargo, no hay una verdadera forma de probar que sea así. Los estudios han demostrado que han obtenido mucho éxito esas personas designadas como "consejeros laicos", cuya preparación es limitada.

Por cuanto hay tanto que no se sabe acerca del acon­sejamiento, la empresa debe abordarse con mucha modes­tia. No debemos aferrarnos a opiniones preconcebidas; al contrario, uno debe estar dispuesto a despojarse de ellas en cualquier tiempo cuando la evidencia haya demostrado que no son correctas.

ALGUNAS COSAS QUE EL PASTOR CONSEJERO NO DEBE HACER

1.            No apure al consultante.

2.            No pida inmediatamente una aclaración en algún punto si el consultante está hablando libremente. El asun­to puede aclararse después.

3.            No dé por hecho que la razón es más fuerte que la emoción en la persona que está pasando por una crisis.

4.            No busque información que no es necesaria o que no será usada.

5.            No se muestre escandalizado con ningún problema que se le presente.

6.            Procure no probarle al consultante que él está co­rrecto o equivocado.

7.            No intente forzar al consultante a que acepte cier­tos valores éticos o morales.

8.            No dé por sentado ni diga que usted sabe la solu­ción de todos los problemas que le traigan.

9.            No dé por sentado que se espera que usted sepa la solución de cada problema que le presentan.

10.          No tenga miedo de recomendar al consultante algún consejero profesional si usted no puede ayudarle.

ALGUNAS COSAS QUE EL PASTOR CONSEJERO DEBE HACER

1.            Recuerde que el consultante le ha ofrecido una invitación de intimidad que requiere que usted aborde su problema con tanto tacto y competencia como se pueda.

2.            Reconozca que usted nunca debe traicionar la con­fianza que ha depositado esa persona en usted.

3.            Debe ser comprensivo, compasivo, e interesado en el consultante.

4.            Escuche mucho y hable poco.

5.            Debe estar atento a lo que se dice y a lo que no se ha dicho.

6.            Recuerde que la frustración de su feligrés ha cau­sado en él una subjetividad que tiene que ser diluida por la objetividad de usted.

7.            Usted debe creer que su consultante es normal has­ta que se convenza de que no lo es.

8.            Debe creer en la capacidad de usted de ayudarlo hasta que se compruebe lo opuesto.

9.            Busque conceptos torcidos acerca de Dios que su consultante pudiera tener.

10.          Mantenga un punto de vista bíblico del hombre.

11.          Debe estar alerta de los medios divinos que tanto usted como su consultante pueden usar.

VII

Aconsejamiento Pre-marital

No podemos aceptar ya más, como lo hemos hecho en el pasado, que el querer casarse constituye el mayor requi­sito para el éxito en el matrimonio. ¡Que tontería la de pensar que el matrimonio, la más compleja de las relacio­nes interpersonales, puede tener éxito simplemente porque dos personas están enamoradas y quieren vivir juntas!

Parece que nuestra sociedad y también la iglesia han escogido el ignorar la realidad asombrosa de lo que está pasando a la institución del matrimonio en nuestros tiem­pos. No hay necesidad de mencionar la sombría estadísti­ca que nos da el número de divorcios y separaciones que ocurren diariamente. Sólo es necesario que admitamos que esto existe para tomar pronto la posición de que algo ten­drá que hacerse para parar el momentum del creciente concepto de inutilidad del matrimonio que amenaza aplas­tar nuestra sociedad.

Los expertos en ciencias sociales nos han estado di­ciendo por décadas que no hemos tomado en serio la prepa­ración para el matrimonio. Su mensaje ha sido en gran parte ignorado, hasta hace poco. Lentamente hemos prin­cipiado a oír lo que nos han estado diciendo, y, como so­ciedad, estamos haciendo algunos débiles esfuerzos hacia una mejor preparación de las personas para el matrimo­nio.

Por lo general, la iglesia no tiene un historial en este campo del cual pueda estar orgullosa. Ha llegado la hora de que la iglesia deje de razonar que "ha estado haciendo su parte" meramente con proveer personas (pastor, músi­cos, y otros más) que tomen parte en las ceremonias de matrimonio, y los sitios en que puedan efectuarse la boda y la recepción. La iglesia tiene que tomar en serio la prepa­ración para el matrimonio e iniciar programas y medios de ayuda a las personas que están para casarse, a fin que au­menten las posibilidades de éxito.

PREGUNTAS QUE TIENEN QUE CONTESTARSE

El pastor a veces tiene que responder algunas pregun­tas de sentido moral-ético respecto al propuesto matrimo­nio de ciertas personas. A medida que se atarea en acon­sejamiento pre-marital con personas antes desconocidas para él, se encontrará con situaciones que le harán pensar profundamente y orar con fervor para decidir si debe ofi­ciar en ciertos matrimonios. Algunas de estas decisiones ético-morales tienen que ver con preguntas como: (1) ¿De­be casar a personas que no son cristianas (2) ¿Debe casar a una persona cristiana con otra que no lo es (3) ¿Debe casar a personas con credos muy diferentes (4) ¿Debe casar a personas menores de edad cuyo matrimonio no está aprobado por los padres de ambas y (5) ¿Debe casar a personas divorciadas (6) ¿Debe casar a personas con defi­ciencia mental (7) ¿Debe casar a personas de distintas razas (8) ¿Debe casar a personas a quienes no ha aconse­jado

Claro que algunas de estas preguntas no son ético-mo­rales en sí mismas, pero pueden dar lugar a implicaciones ético-morales. Cada pastor tendrá que hacer su propia de­cisión a la luz de su propia conciencia y razón, así como por la guía del Espíritu Santo y la Biblia y, en cierto sen­tido, por las direcciones de su propia denominación.

DIFERENCIAS ENTRE CONSEJO MARITAL Y PRE-MARITAL

Aunque hay mucha semejanza entre aconsejar a los matrimonios, y a los que quieren casarse, hay también al­gunas diferencias muy marcadas. Algunas de éstas son:

1.            El aconsejamiento pre-marital lo inicia general­mente el pastor, mientras que el aconsejamiento a los ca­sados lo inicia el feligrés. Algunos expertos no creen que el aconsejamiento pre-marital deba llamarse "aconsejar" porque uno de los mayores elementos del consejo no está presente, es decir, el sentido de necesidad de parte del consultante. La mayoría de los que vienen buscando conse­jo pre-marital no sienten que lo necesitan. La verdad es que la mayoría de las parejas están en un estado de tal deleite que la idea de herirse o de hacerse sufrir les es ente­ramente remota. El pastor tendrá que darse cuenta de que esta actitud militará en contra de la efectividad de su tarea de aconsejamiento. Muchas parejas verán el consejo pre­marital como un estorbo para los planes de la boda que tienen que terminarse. Esta actitud no debe detener al pastor en su trabajo. Es de vital importancia, aunque no lo consideren así muchos de los aconsejados.

2.            El aconsejamiento a los comprometidos recalca el aspecto cognitivo en tanto que aconsejar matrimonios recalca la dimensión afectiva. Debido a que muchos de los que vienen por consulta antes de casarse no están sufrien­do (como las personas casadas y con problemas críticos) se sigue que las sesiones de consejo enfocan más bien el área de lo cognoscitivo-racional. En una crisis matrimonial, lo afectivo (los sentimientos, las emociones) militan contra lo cognoscitivo (la percepción, la razón); por lo tanto, es menester que el cambio de sentimiento preceda al cambio de manera de pensar. En el aconsejamiento pre-marital, generalmente no está presente la dimensión negativa afec­tiva, lo cual quiere decir que las sesiones pueden proceder sobre una base más razonable y real.

3.            El aconsejamiento pre-marital emplea el método directo más de lo que se usa en el consejo marital. Cuando el pastor aconseja a los solteros, toma una parte activa en el proceso. Tiene ciertas metas que desea lograr y tiene métodos específicos que emplea para alcanzarlas. El hace casi toda la plática. En situaciones pre-maritales él pre­senta un programa, mientras que en el consejo marital lo deja aparecer. En las consultas con los futuros esposos el pastor es, primero que nada, un maestro (uno que da información); y con los casados es, al principio, un alumno, (uno que recibe información).

METAS PARA CONSEJO PRE-MARITAL

Es menester que el pastor tenga metas generales y específicas para sus consultantes en la consulta pre-mari­tal. Las metas generales incluyen lo siguiente: (1) Un en­tendimiento de lo que el matrimonio quiere decir dentro del cuadro de la verdad bíblica y la teología cristiana; (2) un entendimiento de los problemas que afectan a los casa­dos en la cultura contemporánea; y, (3) un entendimiento del concepto cristiano del valor de la personalidad huma­na. A medida que el pastor trata con estos amplios concep­tos, trata de ampliar la perspectiva del consultante sobre la importancia del matrimonio a la luz de sus raíces bíbli­cas e históricas, de las presiones especiales impuestas sobre los matrimonios en nuestro tiempo, y del punto de vista del cristianismo sobre el valor de las personas. Todas estas metas son de vital importancia para edificar una filosofía sana del matrimonio.

Las metas específicas tienen su centro en las siguien­tes áreas: (1) Un entendimiento de la percepción del papel de cada cónyuge, en el matrimonio futuro; (2) un enten­dimiento de lo que cada cónyuge espera que el papel del otro sea; (3) un entendimiento de cómo cada uno de los novios evalúa los puntos fuertes y débiles del otro; (4) un entendimiento de los puntos fuertes y débiles potenciales del matrimonio propuesto; y, (5) un examen cuidadoso de los problemas particulares que pueden resultar.

La meta esencial y práctica de todo consejo pre-mari­tal es doble: (1) Capacitar a las parejas a resolver algunos de sus problemas maritales antes que éstos principien; y (2) dar a las parejas un conocimiento y experiencia en el arte de comunicación tan necesario en la formación de una relación satisfactoria.

LOS VALORES DEL ACONSEJAMIENTO PRE-MARITAL

Hay muchos valores en el aconsejamiento pre-marital si el pastor lo hace cuidadosa y constantemente. Uno de estos valores es la satisfacción que le atrae a él personal­mente. Siente que ha hecho algo para elevar la institución del matrimonio en una sociedad que hoy día considera tan despreocupada y descuidadamente. Claro que no hay pas­tor que por sí solo pueda cambiar esta actitud de la socie­dad, pero cada uno puede experimentar la satisfacción interna de saber que ha hecho su parte para cambiar esta actitud. Y tendrá también la satisfacción de saber que ha jugado una parte vital para ayudar a las parejas con las cuales trabaja, a formar sus matrimonio sobre un fundamento más fuerte que lo que ellos solos podrían hacer de otro modo.

Los valores del consejo pre-marital son muchos para lo futuros matrimonios. Uno de estos valores es la adquisi­ción de un mejor punto de vista de la naturaleza de la ins­titución del matrimonio, y de lo que significa el matrimo­nio dentro de la tradición cristiana. Desafortunadamente, muchas personas que están por casarse no han tomado el tiempo para estudiar el significado de esta relación, ni han evaluado seriamente las exigencias que el matrimonio hará de ellos. Y como hemos notado antes, la mayoría de las parejas en vías de casarse están al tanto sólo de dos cosas: (1) De que están enamorados; y (2) de que quieren pasar sus vidas juntos. Y aunque estos dos aspectos ten­drán que estar presentes si el matrimonio va a tener éxito, estos dos factores no garantizan por sí solos ese éxito. El considerar las implicaciones del matrimonio con una ter­cera persona permitirá a la pareja acercarse al matrimonio en una forma más apegada a la realidad.

Otro valor del consejo pre-marital es que le permite a cada cónyuge captar un mejor entendimiento de él mis­mo. Esto resulta cuando el pastor los ayuda a evaluar su propia personalidad, en términos de móviles, actitudes y carácter. Si se hace bien, el consejo pre-marital puede ser para cada cónyuge, un proceso de revelación propia con­forme su pastor le ayude a confrontar los niveles más pro­fundos de su propio ser. Y aunque este proceso puede ser doloroso, no tiene que amenazar al individuo, si éste sabe que su pastor está en verdad interesado en su bienestar, en el de su compañera y de su futura relación.

Un valor de gran importancia es el conocimiento que cada uno de los futuros cónyuges gana acerca del otro en el proceso de aconsejamiento. El pastor tiene que ayudar a ambos a adquirir un mejor entendimiento de los moldes de pensamiento de cada uno. Ellos quedarán sorprendidos de lo poco que saben de ellos mismos. Algunas parejas sienten que conocerse incluye sólo saber las fechas biográfi­cas de cada uno. Pero el perímetro de la persona va más allá de esta información real. Es posible saber todo acerca de la persona sin conocerla. En realidad, las dimensiones más grandes de lo que significa una persona están más allá de los límites de los datos biográficos. A través del examen experto, pero delicado, del pastor, los novios prin­cipiarán a ganar una mayor claridad de los límites de la personalidad del otro.

Otro valor práctico del consejo pre-marital es que las parejas pueden ver el valor del arte de la comunicación y experimentarla. Esto es la técnica que ambos tendrán que desarrollar si el matrimonio va a sobrevivir.

Y otro valor qué considerar es que esto ha puesto a la pareja en una mejor condición de evaluar su futuro matri­monio. En muchos casos, las parejas pronostican su futuro sobre bases de información incompleta o incorrecta. Pero al ayudar a las parejas a extender su caudal de conoci­miento de cada uno de ellos y de lo que es la relación del matrimonio, el pastor les permite establecer mejores bases sobre las cuales vaticinar cómo resultará su matri­monio.

Finalmente, un gran valor en el consejo pre-marital es que ayuda a las personas a determinar si en realidad están haciendo una buena decisión en cuanto a su matri­monio. Algunos quizás piensen que el consejo pre-marital viene muy tarde para impedir que se lleve a cabo un matri­monio infeliz. Sin embargo, en algunas ocasiones sí logra impedirlo, y lo hace mediante un proceso doble: (1) se pos­pone la boda, y después (2) se cancela el matrimonio.

Aunque no es la tarea del pastor el hacer cambiar a los novios de opinión en cuanto a casarse, sí es su deber ayudarles completamente a determinar si están listos para el matrimonio. Si después de su ayuda experta y gentil las personas ven que todavía no tienen una base adecuada para establecer un matrimonio, el pastor les ha salvado de indecible dolor y ansiedad.

A través del proceso de conversación con un consejero comprensivo, la persona puede descubrir los temores es­condidos acerca de su compañero, que principian a salir. Comienza a ver a su novio o novia más objetivamente. Cierta joven, quien después decidió no casarse, encontró que en el proceso de conversación, algunos temores acerca de su novio principiaron a "salir". Notemos la forma en que los descubrió.

-El no es persona orientada hacia individuos (ella sí lo era) sino hacia "cosas".

-Me asusta porque es tan "voluble."

-Es tan independiente que tal vez no me necesite.

Aunque no puede decirse que no hubiera tenido esta intuición sin el consejo, es probable que el proceso de acon­sejamiento le haya ayudado a ver lo que de otro modo no hubiera visto, y que la capacitó para cambiar su decisión a tiempo.

LIMITACIONES DEL CONSEJO PRE-MARITAL

Aunque hay muchos valores del consejo pre-marital, no hemos de dejar de mencionar algunas de sus limitacio­nes. Una de las más serias es que muchas personas están tan ciegas por el amor (o lo que ellas creen que es amor) que no pueden entrar en consejo pre-marital con el menor sentido, de objetividad. A las personas que están atrapa­das en esta "leve psicosis" no se les puede ayudar gran cosa, no le hace qué tan grande sea el grado de técnica o capacidad del pastor-consejero.

Los dos factores de tiempo y momento adecuado afec­tan seriamente el valor del consejo pre-marital en cual­quier situación dada. Quizás el pastor no tenga el tiempo que necesita adecuadamente para la consulta adecuada con los futuros esposos. Y quizás esto sea por su mucho trabajo, o porque quizás las personas implicadas no le dan suficiente tiempo para aconsejarlas adecuadamente antes de la boda. El momento oportuno es otra cosa importante. Esto de ser oportuno tiene que ver con el punto preciso de la relación en que el pastor principia como consejero. Si la fecha se ha fijado, las invitaciones han sido enviadas, y los familiares que viven lejos están ya en camino para la boda, ¡es seguro que el pastor ya no puede hacer un tra­bajo serio en este caso! Y de seguro es muy improbable que ocurra la cancelación de la boda bajo estas circunstancias, aún si ambas partes tienen hondas dudas acerca del matri­monio. Se espera que la selección del tiempo para el conse­jo pre-marital se haga con bastante tiempo de anticipa­ción, para que el trabajo sea adecuado y pueda obtenerse bajo las circunstancias más ideales.

Otra limitación del consejo pre-marital, es que tiene tan poco valor para las personas que carecen de madurez. (La falta de madurez no se calcula por los años de vida. Hay personas que son jóvenes sólo una vez y otras que tie­nen falta de madurez toda la vida). Estas personas son incapaces para ver el matrimonio (o cualquier otra cosa) objetivamente. Cualquier problema que se les presente, rápidamente se lo quitan con la actitud y respuesta de "nosotros podemos arreglarlo". (Un pastor sensible quizá tenga que determinar si ha de endosar una boda con su participación, cuando en los dos hay evidencias de falta de madurez).

METODO DE PROCEDIMIENTOS

El pastor que desea hacer un trabajo satisfactorio de aconsejamiento pre-marital debe pensar cuando menos en tres sesiones: (1) Una con la mujer; (2) una con el hombre; (3) una con los dos. En cada una de las sesiones el pastor desarrollará cuatro funciones principales: (1) Escuchar, (2) preguntar, (3) analizar, y (4) enseñar.

1.            Escuchar. Como en otros tipos de consulta, el pas­tor necesita oír lo que se dice y lo que no se dice. Solamen­te oyendo cuidadosamente, el pastor puede tener una vista interior válida acerca de los verdaderos sentimientos y re­laciones personales de su consultante con su futuro compa­ñero. Aunque el pastor quizás haga toda la conversación en esta situación, es imperativo que cuando él escucha, lo haga con tanta pericia que pueda obtener una información adecuada de datos precisos. Estos serán usados después al llevar a cabo la función de analizar.

2.            Preguntar. La destreza en hacer preguntas permite al pastor el tipo de información que necesita para ayudar a las personas a prepararse para el matrimonio. Las pre­guntas se dirigirán a los dos amplios campos de realidades y sentimientos. El campo de realidades tendrá que ver con aspectos como los de cómo se conocieron, qué tanto tiempo tienen de conocerse, qué tanto tiempo tienen de ser novios y cuándo planean casarse. Las preguntas entonces podrán cambiar a un nivel más profundo de sentimientos. Este campo tiene que ver con cuestiones como las verdaderas sensaciones del consultante acerca del matrimonio, las de­mandas de éste, su percepción acerca de su compañero como marido o esposa, y sus sentimientos acerca de su capacidad de ser compañero idóneo en el matrimonio.

El pastor no debe vacilar en preguntarles a sus consul­tantes cómo se sienten acerca de cada aspecto de la rela­ción matrimonial, incluyendo cosas tales como dónde vivi­rán, en qué clase de casa, qué tantos niños quieren y a qué iglesia asistirán, si la esposa trabajará fuera del hogar (por cuánto tiempo, qué tanto ganará, y qué clase de trabajo tendrá), cómo usarán su tiempo libre, en dónde encontra­rán sus amistades, cómo desarrollarán sus relaciones socia­les y qué piensan ellos acerca del trabajo de su compañero, y si tienen planes para seguir estudiando. Debe también examinar la actitud del futuro cónyuge hacia los familiares políticos, el dinero y el sexo. Y conforme el pastor escudri­ña los niveles profundos de los sentimientos de sus feligre­ses, obtiene la cantidad y tipo de información que necesita para proceder al análisis.

3.            Analizar. Después de que los datos se han seleccio­nado y analizado, el pastor está listo para una sesión combinada (o sesiones) con las parejas. En algunos casos habrá diferencia sobre cómo cada uno de los novios percibe ciertos aspectos de su futuro matrimonio. Estos son cam­pos a los que hay que darles una atención cuidadosa, du­rante la sesión combinada. Es en este tiempo cuando los dos necesitan que se les enseñe la importancia de la comu­nicación. Y también proveerá una oportunidad para que ellos principien a desarrollar un nuevo y mejor modo de comunicarse sus sentimientos el uno al otro.

4.            Enseñar. Finalmente, el pastor principia la función de la enseñanza. La cantidad y el tipo de enseñanza que ha de hacerse, serán determinados por lo que el pastor ha descubierto en sus sesiones individuales de consejo. Los campos más amplios cubiertos en su enseñanza, incluirán el punto de vista cristiano del matrimonio, la condición del matrimonio en la cultura contemporánea, el uso respon­sable del sexo, las diferencias básicas entre la hombría y la feminidad (muchos sienten que entienden el sexo opuesto, pero en verdad no), y el arte de la comunicación. Como parte de su función de enseñanza el pastor debe prepararse a recomendar y prestar libros y artículos en áreas en que los futuros esposos necesitan entendimiento. Es también importante que el pastor señale el valor de un examen médico para la futura esposa, y tal vez para los dos.

CONCLUSION

Un trabajo completo en consejo pre-marital quizás abarque más de tres sesiones, pero esto es el mínimo. Aun­que esto lleva mucho tiempo y es agotador, es menos que el aconsejamiento a los casados. Si el pastor hace bien su trabajo de consejero pre-marital, quizás se esté ahorrando ya sea para él o para algún otro consejero, otras sesiones de trabajo y aconsejamiento de matrimonio, más tarde. Por supuesto, el mayor significado de todo esto es que el consejo pre-marital ayuda a las parejas a formar la clase de relaciones que sean sólidas y satisfactorias.


VIII

Aconsejamiento Matrimonial

Al pastor contemporáneo se le busca para varios tipos de aconsejamiento: religioso, social, personal, vocacional, educacional, pre-marital. Muchos ministros principiantes se molestan al darse cuenta de que el tipo de consejo para el cual están bien preparados-el religioso-no es el tipo de consejo para el cual son llamados más frecuentemente. Probablemente descubran que se les busca más para dar consejo en problemas matrimoniales y familiares que de cualquier otro tipo. Y esto les preocupa, porque ni su experiencia ni su educación los ha equipado para ministrar efectivamente como consejeros en estas áreas. No pocos desearán haber tenido sus títulos en psicología o sociología y aún los que recibieron esos títulos desean haber oído mejor y haber estudiado más. Con frecuencia sus ex-maestros en el seminario o universidad les oyen la queja: "¡Nunca soñé que las gentes tuvieran tantos problemas y que sus problemas fueran tan complejos! ¡Necesito ayu­da!"

Este capítulo tratará con algunos de los aspectos prin­cipales de esta clase de consejo. Se espera que le dé al lec­tor cierta intuición e información al tratar con este tipo de aconsejamiento tan difícil pero que al mismo tiempo trae tantas recompensas.

PRESIONES DE LA SOCIEDAD SOBRE EL MATRIMONIO

De todas las relaciones interpersonales el matrimonio es la más compleja. Y lo es porque la dimensión efectiva de la personalidad está relacionada más en el matrimonio que en ninguna otra relación. No es una cosa sencilla para dos personalidades separadas y distintas el volverse una, al mismo tiempo que mantienen su identidad. El tratar de hacerlo en una sociedad que, por su misma naturaleza y valores, pone enormes presiones a las relaciones de matri­monio, complica más el problema. Estas fuerzas externas tienen su modo de introducirse en las relaciones de matri­monio, complicando así una situación de por sí tan delica­da y compleja. Algunas de estas presiones sociales son:

1.            El desgaste de los valores morales. Ya no hay una definición universal bien clara de moralidad. Hemos llega­do a un período como el de los jueces bíblicos cuando "cada uno hacía lo que bien le parecía" (Jueces 21:25). Para mi­llones de personas en la sociedad contemporánea, cosas como el adulterio, la homosexualidad, el aborto, y el divor­cio son asuntos sobre los que ellas tendrán que decidir-y su evaluación es final-si son correctos o no. Para ellos no hay normas universales y externas que gobiernen la con­ducta.

2.            La importancia que se le da al materialismo. Peter Marshall llamó al materialismo, "el anzuelo con la carnada de seguridad". Emerson dijo: "El problema con el dinero es que cuesta mucho". Parte de ese costo es la pérdida de la vida de un matrimonio que desesperadamen­te pero sin éxito insiste en pagar algo para lo cual nunca tuvo dinero y no debió comprar. La búsqueda de seguridad y el deseo por las cosas puede hacer que las personas den su atención y pongan valores en las cosas que pueden des­truir la relación matrimonial en vez de conservarla. Al matrimonio debe acercarse uno cualitativa y no cuantita­tivamente.

3.            La confusión de roles entre esposos. Esto es un re­sultado de que ya no hay una distinción bien clara entre el trabajo del hombre y el trabajo de la mujer. En millones de hogares hay dos que traen el "pan a la casa" en lugar de uno. Esto quiere decir que lo que una vez fue claramente el trabajo (y por tanto la autoridad y responsabilidad) de uno se ha convertido en la tarea compartida de ambos. Esto da por resultado que las parejas no saben el verdadero papel de cada uno y los niños no saben la verdadera actua­ción de sus padres.

4.            El valor que se le ha concedido a la juventud y a la atracción física. El hogar moderno está siendo continua­mente bombardeado por la prensa a través de los ideales gemelos de la sociedad: la juventud y la atracción física. El mensaje que transmite es que la persona "vieja" (mayor de 30 años de edad) y el feo (menos que bien parecido) no son deseables. Esto es lo que nos comunican los periódicos, revistas, carteleras, radio, televisión, y está afectando a los matrimonios modernos más de lo que ellos reconocen.

FUNCIONES DEL CONSEJERO MATRIMONIAL

1.            La primera función del consejero matrimonial es oír las angustias que los consultantes están sintiendo. En muchos casos estos dolores son intensos, de larga duración, y no se han expresado a una tercera persona. La razón por la cual el consejero necesita oírles, es que el consul­tante siente que su compañero no le ha oído verdadera­mente. Los intentos de ser oído por su cónyuge no han dado resultado, y esto añade a su ansiedad y frustración. Cuan­do siente que su consejero está captando su mensaje y siente como él y con él, el consultante experimenta la ca­tarsis[2] que necesita para tratar su problema en forma más apegada a la realidad.

2.            Otra función del consejo matrimonial es la de cla­rificar los problemas. La mayoría de las personas que vie­nen al aconsejamiento, se dan cuenta de sus síntomas, pero no entienden que es lo que los produce. Una mujer casada y turbada me dijo: "Mi problema es que no sé cuál es mi problema". A través del proceso de consejo se dio cuenta de su problema marital y cómo se había desarrollado.

3.            Una tercera función consiste en ayudar a entender los papeles de los cónyuges. En muchos casos de crisis marital, hay una zanja entre la percepción y la actuación del rol o papel de cada cónyuge, así como que hay también una zanja entre la expectación y la actuación de esos roles. La zanja entre la percepción del rol y la actuación del mis­mo es la diferencia entre como uno se ve a sí mismo y como actúa. La zanja entre expectación del rol y la actuación del mismo es la diferencia entre cómo piensa uno que su cónyuge debe actuar y cómo él se conduce de hecho. Por cuanto es difícil que uno vea la zanja entre su percepción de sí mismo y su conducta, siente que es mal interpretado si su cónyuge le señala esta discrepancia. Cuando los dos están así criticándose, ambos se sienten maltratados y frustrados.

4.            La cuarta función del consejo matrimonial es la de facilitar la comunicación. En vista de que el asunto de comunicación será discutido después en este capítulo, no trataremos de él aquí, excepto para mencionar que en la base misma de muchos desacuerdos maritales hay un pro­blema de comunicación.

5.            Una quinta función es la de estimular el cambio en percepción y conducta. No es suficiente que el consejero escuche quejas, que aclare problemas, que ayude en el entendimiento de actuaciones y ayude a facilitar la comu­nicación. También debe ayudar a motivar a las parejas tanto para pensar en una nueva forma de conducirse, como en una nueva forma de pensar. La motivación generalmen­te se obtiene, al menos en ciertos grados, cuando los senti­mientos se han expresado, cuando el problema se ve en una perspectiva clara y las líneas de comunicación se han abierto.

LA GUERRA Y EL CAMPO DE BATALLA

El matrimonio que principia como una conspiración para vencer el aislamiento y la soledad a través de un mu­tuo rendimiento, con frecuencia se deteriora en una guerra a fuego abierto. En los conflictos maritales es importante que el consejero distinga entre la guerra y el campo de ba­talla. Muchas cosas: el sexo, el dinero, los familiares po­líticos, la disciplina de los niños-pueden convertirse en campo de batalla, pero quizás ellos no sean la base del conflicto. Pueden ser las ocasiones, pero no las causas del conflicto marital. El porqué de la batalla tendrá que sepa­rarse de el dónde de la batalla. En la Segunda Guerra Mundial algunas de las batallas más feroces fueron pelea­das en islas que eran de poco valor en sí mismas. Las fuerzas opositoras estaban peleando, pero en realidad no por esas islas. Lo mismo pasa con frecuencia en los con­flictos maritales.

La mayoría de las parejas no saben la diferencia entre el conflicto básico y lo que ha causado la tensión. Y mientras ambos asuntos se confundan, no habrá ninguna solu­ción al problema. Una de las mayores tareas del pastor es ayudar a los dos a entender por qué hay un conflicto. Mientras la pareja y el consejero están examinando el cam­po de batalla no les será posible que puedan entender las razones de la guerra. Las razones de una guerra marital pueden ser limitadas, pero los campos de batalla en que están peleando son ilimitados.

EL PROBLEMA DE LA COMUNICACION

La causa más grande del conflicto marital es la falta de comunicación. Una y otra vez el consejero matrimonial escucha este tema: "No podemos hablarnos". Hay muchas estrofas en este canto tales como:

"Ella nunca me dice lo que piensa."

"El nunca me dice cómo se siente."

"Yo no puedo entenderla. En realidad no la conozco."

"Todo lo que me da es su silencio."

"No nos entendemos."

Una comunicación efectiva incluye tanto el envío co­mo la recepción de mensajes. Pero la comunicación en los matrimonios debe ser profunda: debe ser también el envío y la recepción de sentimientos. En otras palabras, la comu­nicación tiene que ser racional y emocional. Cuando la co­municación incluye los hechos y los sentimientos facilita el entendimiento entre las dos personas. Una comunica­ción exacta servirá dos funciones básicas: (1) Revela "la posición" de las personas, y (2) facilita la adaptación al revelar la distancia entre ambas.

Siempre hay una zafia entre dos personas que han entrado en relaciones. El hueco se resuelve cuando las dos personas están decididas a hacerlo. A esto se le llama "ajuste". El vacío puede cerrarse menos efectivamente cuando solamente una de las dos decide hacerlo. A esto se le llama "sumisión".

La sumisión es con frecuencia sólo racional en natu­raleza. Por cuanto no es ambas, racional y emocional, es de poca duración; o si lo resiste, lo hace a costa de cierto grado de pérdida de la dignidad de su persona de parte de quien es sumiso. Uno siente que está jugando un papel y su corazón no está en ello.

Es como aplaudir con una mano; es una frustración silenciosa.

La sumisión o condescendencia, por virtuosa que sea, no puede sustituir al ajuste. El ajuste se obtiene cuando las dos partes ven la distancia o zanja (porque en verdad se han comunicado), los dos ven la razón de la zanja, am­bos desean que ésta disminuya y los dos deliberada y gus­tosamente principian a acercarse el uno al otro. Así que los elementos de ajuste son dobles: racional (viendo la necesi­dad de un ajuste) y afectivo (queriendo ajustarse).

Lo siguiente describe la naturaleza de la falta de co­municación en el matrimonio. Imaginemos a una pareja en un gimnasio, en una noche obscura, con todas las luces apagadas, cada uno con calcetines o medias y con una mor­daza en su boca. Seguramente, estas personas podrían pasarse toda la noche procurando encontrarse, y fracasan­do completamente en su intento. O si se "encuentran," bien podría resultar en una dolorosa colisión. Algunos ma­trimonios operan sobre esta base. Los resultados son la frustración y la angustia.

Continuando con la ilustración, la comunicación "en­ciende la luz," revelando el lugar exacto de cada uno, re­velando así la dirección que cada uno debe tomar para encontrarse. Una comunicación saludable no sólo revela la dirección que cada uno debe tomar, sino que también de­termina una distancia razonable que cada uno debe viajar para reunirse. La expresión, "el matrimonio es una pro­posición en que dos personas tienen, cada una, el cincuen­ta por ciento," suena bien en teoría pero en su operación es defectuosa. Algunas veces el matrimonio será un 100 a 0, o 90 a 10, o 20 a 80, o 40 a 60. Las personas que gozan una relación de confianza no tienen necesidad de reunir o superar estadísticas de direcciones, y distancias.

Las necesidades emotivas duales de amar y ser amado son como el acto de inhalar y exhalar. Así como la vida físi­ca no puede sostenerse a base de inhalar solamente o exha­lar, la vida emocional no puede sostenerse sólo con amar o ser amado. El proceso mutuo de enviar y recibir sensacio­nes positivas (amar y necesitar ser amado) forma personas fuertes y matrimonios sólidos. La cantidad de palabras no es un factor importante de la comunicación; lo que vale es la naturaleza y la calidad de la revelación de uno mismo.

Los problemas de comunicación pueden tomar varias formas: (1) Comunicación defectuosa, (2) comunicación negativa, (3) comunicación engañosa, (4) comunicación en un solo nivel, y (5) falta de comunicación (silencio).

1.            La comunicación defectuosa quizá resulte, ya sea por hablar sin claridad, u oír sin claridad. Algunas veces es el resultado de ambos. Un consultante le dijo a su con­sejero: "Mi esposa y yo no podemos comunicarnos. Nos enviamos mensajes pero no son oídos con exactitud." El estaba en lo correcto a medias pues ninguno estaba ha­blando exactamente. Este problema de comunicación dual obró una crisis en su matrimonio, y los llevó con un conse­jero. Otra pareja, cuyo problema superficial era financiero, por la apuración de tener que pagar $160 en pagos mensua­les de casa con un salario de sólo $360, sufrió una crisis por una comunicación inexacta. Ninguno había querido com­prar la casa, pero ambos habían pensado que el otro la quería. Las ilustraciones sobre esta clase de problema de comunicación son interminables.

2.            Una forma seria del problema de comunicación es la comunicación negativa. Esto quiere decir que el hablar tiene como objeto destruir o lastimar a la otra persona.

Algunas veces las palabras se usan como cinceles para qui­tar algo de la personalidad de otra. El ser lastimado trae el deseo de vengarse. Por lo tanto se convierte en una pauta que tiene en sí las semillas de su propio fracaso. Este estilo de comunicación es en extremo difícil de cambiar y en muchos casos traerá la relación a un grado de crisis del cual quizás nunca se recupere. Generalmente, un cambio en este estilo de comunicación incluye un cambio de moti­vación, una hazaña que es muy difícil de llevar a cabo, aún bajo la dirección de un consejero hábil.

3.            La comunicación engañosa es un intento delibera­do de esconder los verdaderos sentimientos con mentiras, por ejemplo: hablando de amor, cuando no hay amor. Las personas que practican esta forma de comunicación pue­den hacerlo por varias razones, tales como: (1) Miedo de lastimar al otro; (2) miedo de enfrentarse a los problemas que resultan por la franqueza; y, (3) deseo de mantener el matrimonio intacto a la vez que se participa en una rela­ción ilícita. No todas las comunicaciones revelan; algunas ocultan. Esta forma de problema de comunicación es uno de los más serios porque le da al cónyuge datos incorrectos con los cuales trabajar. Cuando se revela la verdad, causa mucho daño porque la confianza, que es el cemento de una relación, se desintegra y el matrimonio se destruye.

4.            La comunicación de un solo nivel trata sólo con asuntos superficiales de naturaleza impersonal. Este es el tipo de comunicación que está presente en muchos, si no en casi todos los matrimonios. Las parejas quizá platiquen pero su plática nunca revela cómo se sienten en verdad, particularmente el uno con el otro. Un consejero le dijo a dos cónyuges cuando se retiraban de la oficina: "Un día de estos quizá lleguen a conocerse". Cuando regresaron una semana después, la esposa dijo: "He pensado toda la sema­na acerca de lo que usted nos dijo cuando estábamos sa­liendo. Me doy cuenta de que en verdad usted tenía razón-nosotros todavía no nos conocemos uno al otro." Sus diez años de matrimonio se habían caracterizado por mu­cha plática, que nada decía. Su comunicación de un solo nivel se había centralizado en lo externo e impersonal. El nivel más profundo de comunicación trata con asuntos de naturaleza personal e interna. A través de esta última uno se demuestra, se descubre uno mismo al otro, al revelar sus sentimientos. El pastor necesita enseñar a sus consul­tantes cómo participar en un nivel más profundo de comu­nicación.

5.            La falta de comunicación o incomunicación (silen­cio) es una forma de comunicación que bien puede ser pa­siva o agresiva. El silencio de incomunicación puede "de­cir" muchas cosas tales como: (1) "Yo no puedo hablarte"; (2) "tengo miedo de hablarte"; o (3) "no quiero hablarte." Estas no son comunicaciones saludables. Las parejas que no se hablan están viviendo juntas como en una celda de incomunicados. Viven juntos y separados. Quizás vivan bajo el mismo techo, duerman en la misma cama, y coman a la misma mesa, pero esto es solamente un compañerismo geográfico. Y conforme las capas del silencio se acumulan más y más altas, las parejas se conocen menos y se quieren menos. En la pared de la oficina de cierto consejero hay un anuncio que dice: "Las Personas se sienten solas porque hacen paredes en lugar de puentes."

El mejor servicio que un pastor puede rendir a perso­nas en conflicto marital es ayudarlas en el proceso de una comunicación adecuada. Necesitará enseñarles el calor de la franqueza y ayudarlos a experimentar algunas de las recompensas de la franqueza. Hay una clase de franqueza sin limitaciones que no es deseable; aun la franqueza nece­sita direcciones. Estas direcciones son: (1) Propósito (el objeto de franqueza en una situación dada); (2) modo (el método que se ha de usar para obtenerse el propósito); y (3) el tiempo oportuno (el tiempo apropiado para usar la franqueza respecto al asunto). Cuando la franqueza se gobierna por estos tres criterios resultará en una relación más y más satisfactoria.

METODO DE PROCEDIMIENTO

Cuando ambos cónyuges en un matrimonio desean buscar aconsejamiento, el pastor tiene varios caminos que puede escoger en cuanto al procedimiento: (1) Puede ver a los dos juntos; (2) puede verlos individualmente; o (3) también puede verlos usando una combinación de ambos. Hay algunas situaciones que hacen necesario que las entre­vistas sean separadas, pero hay mucho de ventaja en el uso del método de comunicación. Un caso típico de aconsejamiento matrimonial incluyendo digamos, seis sesiones para cada uno, puede ser como sigue: en la primera y la última sesión el pastor verá a los dos cónyuges juntos; en las sesiones dos hasta la quinta debe verlos separados. Este método le ayuda a ver (en la primera sesión) cómo ha afectado la crisis a cada uno, cómo se relacionan y reaccio­nan el uno al otro, quién es más dominante y quién es más pasivo, quién puede comunicarse mejor y quién puede oír mejor.

Al ver a los cónyuges por separado, el pastor reúne nuevos datos que analiza a la luz de la primera reunión en que los vio juntos. A medida que el aconsejamiento conti­núa, el pastor se vuelve más activo en el proceso, dando información, compartiendo intuiciones, ofreciendo suge­rencias y evaluando el progreso de cada uno.

Cuando se ve a los dos cónyuges juntos en la última reunión, el pastor ya puede juzgar el adelanto que han he­cho y también notar las áreas débiles que necesitan toda­vía su atención. Reforzará las ganancias y ofrecerá direc­ción en las áreas que necesitan ser fortalecidas. Viéndolos juntos en la última reunión le da también la oportunidad de ver cómo se están relacionando y comunicando entre sí.

El proceso de aconsejamiento marital se vuelve muy complicado si el pastor sólo puede ver a un cónyuge. (Algu­nas veces uno de los dos rehúsa buscar consejo). En tal situación, el pastor no ve todo el cuadro del problema ma­rital porque está viendo solamente un lado de él. El nece­sita darse cuenta de que el cónyuge que busca aconsejamiento, inconscientemente si no es forma consciente, presenta un punto de vista deforme de lo que sucede en su matrimonio. El pastor debe también aclarar al cónyuge consultante, debido a esta circunstancia, que él debe hacer lo mejor de su parte para efectuar un cambio.

Algunas veces un compañero recalcitrante cambiará de opinión respecto a recibir aconsejamiento, si ve que su compañero es sincero en hacer que su matrimonio mejore. Esto es especialmente cierto cuando ve que suceden algu­nos cambios de actitud y conducta en su esposo o esposa. Algunas veces, un cónyuge que no quiere recibir consejo puede ser animado por su pastor para buscarlo. Quizás una visita personal o una llamada por teléfono sea todo lo que él necesita para ayudarle a ver su necesidad de tal ayuda. Si el pastor se presenta ante la persona como un amigo interesado y no como una persona de autoridad, estará en mejor condición de recibir la cooperación que busca. Sin embargo, el pastor debe tratar el caso de tal manera que el cónyuge encuentre fácil aceptar o rechazar el ofrecimiento de sus servicios.

CONCLUSION

Algunos problemas maritales son como un apéndice inflamado, capaz de matar, pero relativamente sencillo para operar. Habrá otros problemas de tanta profundidad y tan severos que el pastor no podrá tratarlos. Esto quiere decir que necesitará recomendarlos a un consejero profesional, un psicólogo, o un psiquiatra. El pastor necesita reconocer esta ayuda y no sentirse fracasado por su incapa­cidad para ayudar a ciertas personas. Y si esto le da algún consuelo, debe darse cuenta de que algunos problemas ma­ritales, están aún más allá de la técnica de los mejores profesionistas. Por tanto, aunque quizá se sienta triste de que no pudo ayudar en algún caso, no debe avergonzarse por esta incapacidad. Estos fracasos deben de animarle a continuar estudiando acerca del consejo, para que sus conocimientos se amplíen y su destreza aumente.


IX

Aconsejando a la Juventud

Para aconsejar a los adolescentes no se necesita la aplicación de un juego especial de técnicas; sino más bien, la adquisición de algo que podemos describir como un jue­go especial de entendimientos. La diferencia está en el punto de conocimiento, no pericia o destreza. Antes de que un pastor pueda ayudar a los adolescentes debe entender­los. Este conocimiento se centraliza en la naturaleza y características de la adolescencia. La secuencia para acon­sejar a la juventud es: (1) Entenderlos; y (2) relacionarse con ellos; y (3) ayudarles.

PROBLEMAS DE LA JUVENTUD

Hay algunos problemas principales que el adolescente tiene al hacer su transición de la falta de madurez a la madurez; algunos de ellos, peculiares a nuestro día. El pas­tor debe tener entendimiento de estos problemas. Algunas de las situaciones más grandes a las que se enfrentan los jóvenes al dejar atrás la infancia y entrar a la edad adulta, son:

1.            Ganando su independencia del hogar. La emanci­pación del hogar es muy dura, tanto para los padres como para los adolescentes. En un grado u otro, cada joven lucha por su independencia. Esto es lo que quiere más que nin­guna otra cosa y está dispuesto a pagar cualquier precio para ganarla. Sin embargo, no se mueve en un constante progreso hacia la independencia. De hecho, el joven que en una ocasión es extremadamente independiente, de un mo­mento a otro retrocede a un modo de conducta dependien­te.

Un joven quiere ser tratado como adulto aunque no se porte como tal. Algunas veces los jóvenes asumen actitu­des irrazonables y actúan en forma también irrazonable para afirmar su independencia. En fin, quizá hasta asu­man una actitud rebelde. Generalmente, la rebeldía sirve dos propósitos: (1) Convence al mundo adulto de que el joven es independiente; (2) convence al joven mismo de que es independiente. Una persona joven pondrá a prueba los límites de la autoridad. Consciente o inconscientemen­te procurará fijar los límites dentro de los cuales él tendrá que vivir.

Lo más interesante del asunto es que los jóvenes res­petan la autoridad contra la cual protestan. Aunque a la mayoría de los jóvenes no les gusta vivir bajo autoridad, se sienten inseguros si la autoridad no está allí. Un joven que cursaba su primer año en la universidad, y quien per­tenecía a una familia con trece hijos, expresó su frustración de que no tenía metas algunas que alcanzar impuestas por sus padres. Los hijos podían hacer lo que quisieran, ir don­de quisieran, y observar las horas que quisieran. Esto le dio un gran sentido de inseguridad y confesó que envidiaba a sus amigos cuyos padres ponían límites en su conducta. Dijo: "¡Si tan sólo mis padres me hubieran dicho no a mí!" Pero por extraño que parezca, este mismo joven que desea­ba esa clase de autoridad, habría protestado y se habría opuesto a ella si hubiese existido.

El pastor tiene que aprender a confiar en los jóvenes. Si no confía en ellos, en alguna forma ellos se darán cuenta de este sentimiento de desconfianza, y al mismo tiempo entenderán que él los ve como niños, y no como adultos. Encontrará que es más sabio hablar sobre los asuntos con los jóvenes, en vez de simplemente decirles qué hacer. El hablar con ellos los hace sentirse adultos; el decirles les hace sentirse niños.

La lucha por la independencia es una crisis por la que los jóvenes tienen que pasar y es una lucha con la que tie­nen que tratar. Esto quiere decir que sus modos de ser y su carácter cambiarán rápida y drásticamente. El pastor que quiere relacionarse con el joven necesita entender sus ca­prichos, aceptarlos y no ser indebidamente fastidiado por ellos.

2.            Ganando posición en el grupo. La aceptación de sus compañeros, para el adolescente, es más importante que la aceptación de cualquier otro grupo. Para el adoles­cente sólo un grupo vale la pena: el de sus compañeros. Esto, a veces desespera a los padres, a los maestros, a los obreros en la iglesia, y a los pastores. Los jóvenes están de tal manera preocupados por la aprobación de sus amigos que tratan de hacer todo lo que puedan para recibir su aceptación. Hablará como ellos hablan, se vestirá como ellos y actuará como ellos. El joven siente constantemente que necesita la aprobación social, y se esfuerza por obte­nerla. Si no la obtiene, se opondrá al grupo porque siente que el grupo lo ha rechazado. Cuando se separa del grupo puede tomar varios pasos: (1) Tal vez se retire de todas las relaciones sociales; (2) quizá tome una actitud de indi­ferencia-"no me importa"; o (3) tal vez adopte una con­ducta demasiado agresiva.

El ser aceptado por el grupo tiene beneficios muy específicos. Le da seguridad al joven y un sentido que allí "pertenece". Le ayuda a desarrollar técnicas sociales. Le da un refugio del mundo adulto, que él considera opresivo, injusto y hostil. Algunas veces la actuación del pastor será ayudar a los jóvenes a aprender técnicas sociales, para que tengan la satisfacción de ser aceptados por su grupo. Algunas ocasiones puede ayudar a los jóvenes a vencer características que su grupo rechaza. Además, si el pastor sabe qué tan importante es el grupo para sus jóvenes, hará todo esfuerzo posible por desarrollar un clima de interés en ellos que los atraiga a su iglesia. Una demostración de interés en ellos traerá muchos jóvenes nuevos a la amistad del grupo y conservará a los que ya están en él. El pastor o el director de jóvenes evitará que se principien a desarro­llar "grupitos" que excluyan a los recién llegados. Forma­rá un grupo fuerte de jóvenes en su iglesia que se volverá el grupo más importante para cada uno de los jóvenes en su iglesia.

3.            Usando el tiempo de ocio. Los jóvenes algunas ve­ces tienen más tiempo de lo que necesitan y del que pueden usar sabiamente, especialmente durante las vacaciones. Necesitarán ver el valor de participar en pasatiempos ade­cuados o en actitudes de recreación sana, o desarrollar intereses nuevos, y usar su tiempo para servir a Dios y a la iglesia. Si los jóvenes están inactivos, se fastidiarán. Esto les da oportunidad de usar el tiempo mal y abre las puertas para que participen en actividades indeseables. Si la igle­sia insiste en que la juventud evite esta conducta-y debe hacerlo-tendrá también que asumir la obligación de ayu­dar a proveer substitutos adecuados y alternativas atrac­tivas para sus jóvenes.

Pero hay algunas implicaciones que resultan de esto: (1) La iglesia tiene que proveer oportunidades adecuadas de recreación bajo la dirección de líderes de la juventud interesados y dedicados; y (2) debe también proveer opor­tunidades de servicio cristiano para sus jóvenes. Los jóvenes pueden ayudar invitando, visitando la comunidad, dis­tribuyendo literatura, y trabajando en las escuelas bíblicas vacacionales. También pueden ayudar en proyectos de trabajo en la iglesia. La iglesia debe ver estas actividades de sus jóvenes como un ministerio, y no meramente como algo para mantenerlos ocupados. La meta no es simple­mente evitar que los jóvenes se metan en dificultades; también hay que ayudarles a ser parte del ministerio de la Iglesia de Jesucristo. La iglesia debe también estimularles a compartir en los programas de campamentos de verano e institutos.

4.            Ganando independencia financiera. No es fácil pa­ra algunos jóvenes hacer la transición de una persona que recibe dinero a una persona que lo gana. Algunos nunca hacen esta transición. Sin embargo, todos quieren hacerlo y tarde o temprano ganan su independencia financiera, pero no antes de experimentar muchos conflictos tanto ellos mismos como con sus padres. Generalmente, la inde­pendencia financiera que los jóvenes obtienen viene más tarde de lo que los padres desearían. El ganar la indepen­dencia financiera tiene que ver mucho con las metas de uno. Un joven que nunca ha demostrado mucho interés en trabajar, de un momento a otro principia a hacerlo si tiene cierta meta específica, tal como desear sacar a una señori­ta, comprar un automóvil, ahorrar para su educación o querer casarse.

5.            Seleccionando una vocación. La selección de una vocación es una meta de largo alcance en que los jóvenes necesitarán ayuda. Ellos se ven forzados a pensar en su vocación futura por las presiones de los adultos, especialmente en el hogar y en la escuela. El deseo de emancipa­ción del hogar demanda que piensen en cómo prepararse para una vocación. También, el deseo de casarse los obliga a pensar en esta forma.

Escoger una vocación es una decisión tremenda. ¿Qué trabajo haré ¿Qué tal me gustará ¿Qué tanto me paga­rán y, ¿Me ascenderán ¿Es importante ¿Estaré satis­fecho ¿Es ésta la voluntad de Dios para mi vida Todas estas preguntas, y muchas más, crean una especie de crisis de identidad en el joven, porque no puede pensar en su futuro vocacional sin pensar en términos de su concepto de sí mismo. Y mientras examina las muchas alternativas que ante él se presentan teóricamente, tiene que evaluar sus propios talentos y habilidades, para decidir si algunas de estas alternativas le están automáticamente veladas. Esto crea una gran crisis para las personas jóvenes. En el proceso de llegar finalmente a escoger una vocación o pro­fesión, tendrán que haber hecho muchas decisiones previas y temporales.

El pastor tiene que ayudar a sus jóvenes a ver que aunque no hayan sido llamados a ser ministros, misioneros o profesores en algún instituto bíblico, Dios todavía es el dueño de sus vidas y ellos deberían considerar su deci­sión de vocación basados en lo que sea la voluntad de Dios para ellos.

6.            Preparándose para el matrimonio. La adolescencia es el tiempo cuando los jóvenes desarrollan sus intereses hetero-sexuales. La pubertad viene más temprano en las niñas que en los niños, y socialmente las jovencitas madu­ran también más pronto que los muchachos. En este tiem­po (de la pubertad) ambos sexos manifiestan más interés por el sexo opuesto. Quieren estar juntos pero no saben cómo relacionarse entre ellos. La adolescencia por tanto, es un campo de preparación para relaciones hetero-sexua­les y un período de preparación para el matrimonio. A medida que se desarrolla el interés entre el joven y la señorita, los jóvenes tienen muchos "amores." Esto quiere decir que experimentan muchas alegrías y muchos dolores.

La iglesia necesita estar alerta a la gran transición por la que los jóvenes pasan durante el tiempo de la adoles­cencia. Puede hacer una gran contribución a los jóvenes y a sus padres al ofrecer programas sólidos de educación sobre lo que es la vida de la familia. La iglesia necesita también enseñarle a sus jóvenes el punto de vista cristiano del sexo, que completa el cuadro del sexo biológico que ellos reciben en las escuelas públicas. La iglesia también necesita hacer todo lo que pueda por formar hogares cris­tianos sólidos para que los jóvenes vean una demostración de lo que quiere decir vivir juntos en un amor verdadero bajo la soberanía de Cristo.

7.            Llegando a una filosofía. Una filosofía para la vida tiene que ver con los valores principales que la juventud adquiere. Y éstos se convierten en el centro alrededor del cual giran sus vidas. Usando otra imagen, una filosofía de vida se vuelve un cuadro en el cual el joven pone el retrato de su vida. Y la iglesia puede y debe hablar sobre este im­portante tema. La iglesia debe desafiar a los jóvenes para que sean cristianos verdaderos en sus actitudes y reaccio­nes, tanto como en experiencia personal religiosa. Tiene la responsabilidad de revelarles a los jóvenes la realidad de Dios, el deseo de El de trabajar en ellos, de sus planes para ellos y los derechos de Cristo sobre ellos.

CARACTERISTICAS DE LOS ADOLESCENTES

1.            Son sensibles. Esto quizá sea por varias razones, muchas de ellas relacionadas con características físicas tales como: manchas en la cara causadas por el cambio de la química del cuerpo; cierta brusquedad de movimientos que se debe a que han crecido más rápidamente que la capacidad de sus músculos de coordinar los miembros del cuerpo, y por la falta de desarrollo o el desarrollo demasia­do rápido del cuerpo. A través de la prensa y otros medios de comunicación, la juventud recibe el concepto cultural de un cuerpo ideal, con el cual compara el suyo. La diferen­cia entre lo ideal y lo real es devastador para muchos jóve­nes, y los hace extremadamente sensibles.

Los jóvenes son también sensitivos porque saben que les falta destreza interpersonal. Sus compañeros, espe­cialmente los del sexo opuesto, son más importantes para ellos pero no saben qué hacer para ganar su aprobación.

Los jóvenes son también sensitivos porque no se com­prenden a sí mismos. No sólo son un enigma para los adul­tos; son un crucigrama para ellos mismos. Los cambios en su cuerpo, en sus emociones, y en sus ideas han sucedido tan rápidamente que ellos se dan cuenta de que viven con un yo que ya no conocen.

Todo esto quiere decir que frecuentemente es muy di­fícil entender a los jóvenes, y por lo tanto es difícil saber cómo relacionarse con ellos.

2.            Son impulsivos. Los jóvenes están experimentando grandes cambios emocionales así como físicos. Se inclinan a abordar la vida emotiva y no racionalmente. Esto quiere decir que su conducta será un tanto irregular y voluble, porque reaccionan demasiado pronto a lo inmediato. Su inseguridad les hace adelantar conclusiones. No están se­guros de lo que creen, pero lo que sea que creen en ese mo­mento, lo creen con mucha convicción. Sin embargo, una creencia firme de un día es descartada al siguiente día por otra de la que se sienten tan seguros como con la anterior.

3.            Son idealistas. Su idealismo les hace desear un mundo perfecto, un gobierno perfecto, una escuela perfec­ta, una iglesia perfecta y un hogar perfecto, todos éstos dirigidos por autoridades también perfectas. En fin, los jóvenes desean una vida perfecta y personas perfectas. Cualesquier cosa que no sea perfección la clasifican como "falso". Los adolescentes rechazan lo que es o parece ser falso. Desilusionados por la realidad, frecuentemente vi­ven o participan en fantasías más aceptables a su sentido de idealismo.

4.            Se sienten inseguros. Por cuanto un adolescente no sabe por que se siente de ese modo, o por qué obra de ese modo, experimenta una enorme inseguridad. Su búsqueda de identidad personal ha sido un desastre; así que los lími­tes de su ser están opacos. En pocas palabras, no sabe quién es él. Esto le produce ansiedad, y lo hace sentirse más inseguro. El quizás se ponga muchas máscaras para esconder su inseguridad, tales como presunción, orgullo, atrevimiento, extremada agresividad, e indiferencia, pero detrás de la máscara hay un espíritu asustado, en busca de un yo.

George Lawton ha captado la actitud adolescente y expresado la esperanza del adolescente en las siguientes normas:

1.            Queremos a alguien a nuestro lado, no encima de nosotros.

2.            Hacednos sentir que somos amados y que nos ne­cesitan.

3.            Preparadnos para la vida mediante una firmeza cariñosa.

4.            Criadnos de tal modo que no os necesitemos siem­pre.

5.            Tratad de que vuestras palabras y vuestras accio­nes digan lo mismo.

6.            Procurad no hacernos sentir inferiores.

7.            Decid, "¡qué bien!" cuando hacemos algo bien hecho.

8.            Demostrad respeto por nuestros deseos aún cuán­do no estéis de acuerdo con ellos.

9.            Dad respuestas directas a las preguntas directas.

10.          Demostrad interés en lo que hacemos.

11.          Tratadnos como si fuéramos normales, aún cuan­do nuestra conducta os parezca un poco rara.

12.          Enseñadnos mediante vuestro ejemplo.

13.          Tratadnos a cada uno como Una persona diferen­te.

14.          No esperéis que seamos jóvenes demasiado tiem­po.

15.          Necesitamos diversión y compañerismo.

16.          Hacednos sentir que nuestro hogar nos pertenece.

17.          No os riáis de nosotros cuando usamos la palabra "amor".

18.          Tratadnos como asociados jóvenes en una empre­sa.

19.          Haced de vosotros un adulto con el cual un niño puede vivir.

20.          Preparadnos para vivir nuestras vidas y no las vuestras.

21.          Dadnos el derecho de una voz principal en las decisiones de nuestras vidas.

22.          Dejadnos cometer nuestros propios errores.

23.          Permitidnos los fracasos o yerros de hijos norma­les-así como nosotros permitimos vuestros fra­casos o yerros, como padres normales.

Si el pastor entiende los problemas que los jóvenes confrontan así como las características de la personalidad adolescente, tendrá las bases para entenderlas y relacio­narse con ellos que de otra manera no tendría. El pastor que desea dar una dirección adecuada a la juventud de su iglesia, debe tratar de aprender más acerca de la adoles­cencia en general, y más cerca de sus jóvenes en particular. Tratará de mantenerse a sí mismo y a su iglesia en contac­to con las necesidades de los jóvenes, nunca asumirá una actitud de condescendencia hacia ellos. Frecuentemente se reirá con ellos pero nunca de ellos. Tratará de proveer un modelo tal de liderismo, tanto en él como en sus obreros laicos jóvenes, que los jóvenes respeten y quieran imitar. Debe ver a los jóvenes como un segmento vital de su igle­sia, y tratará de traerlos a una relación personal con Cristo. Utilizará la energía y los recursos de sus jóvenes en el cum­plimiento de la misión de la iglesia.

Las siguientes son hipótesis que ameritan una consi­deración seria del pastor que quiera entender a sus jóvenes y relacionarse con ellos.

Hipótesis No. 1: Los jóvenes, en todas las capas so­cio-económicas, toman mucho más en serio la búsque­da de su fe de lo que nosotros hemos dado por sentado.

Hipótesis No. 2: El ministrar hacia otros, la vida y obra de servicio, es de mucho más valor para los jóve­nes de lo que nosotros suponemos.

Hipótesis No. 3: En nuestra sociedad cambiante y fluctuante, se necesitan nuevas y más flexibles formas y áreas de ministerio juvenil.

Hipótesis No. 4: Hay mucho más interés de parte de la juventud de comunicarse con los adultos (inclu­yendo a los padres) y de cooperar con ellos de lo que se ha creído.

Hipótesis No. 5: Aunque los jóvenes son la iglesia en misión, tienen necesidades especiales que la iglesia no debe menospreciar.1

Como dijimos al principio de este capítulo, el acon­sejar a los adolescentes no requiere la aplicación de un juego de técnicas. Más bien, requiere la adquisición de una comprensión profunda de la naturaleza de la adolescencia. Si el pastor demuestra tal entendimiento, sus jóvenes lo sentirán, lo apreciarán y vendrán a él buscando dirección y consejo.

Al pastor que entiende a sus jóvenes, ellos le concede­rán el desafío y la responsabilidad de ayudarlos a hacer lo que se llamaría las tres más grandes decisiones de la juventud- una misión, un cónyuge y un Amo: algo que hacer, alguien a quien amar, y Alguien a quien servir.


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Cuándo y Cómo Acudir a un Profesional

No es posible que el pastor tenga respuestas para to­dos los problemas que se le presentan durante el curso de su ministerio pastoral. Feliz es el pastor que reconoce que no se avergüenza por su falta de entendimiento, porque los muchos dilemas que su gente confronta son muy amplios y variados. El pastor que acepta sus limitaciones sin sentirse derrotado por ellos es una persona madura que está libre de la formidable labor de procurar ser lo que no es. El pastor maduro puede admitir ante una persona que él no tiene todas las respuestas a su problema sin sentir vergüenza o un sentido de inferioridad.

Aunque no se espera que el pastor tenga todas las res­puestas a los problemas humanos, se espera que sepa cómo ayudar a sus feligreses a encontrar la solución de sus problemas. A veces hará esto al recomendarles que acudan a otra persona. Este es el proceso de proveer a los feligreses información acerca de dónde encontrar ayuda y poner los medios para que la reciban. En todas las comunidades hay medios disponibles que pueden ser de una gran ayuda a las personas que la necesitan.

Algunas de las personas a quienes se les puede reco­mendar son: médicos, licenciados, consejeros, psicólogos, psiquiatras y trabajadores sociales. Cada uno de estos es un experto en su campo y sus conocimientos y técnica de­ben ser utilizados cuando sea necesario. Otros medios de ayuda son agencias de la ciudad, del municipio y del esta­do, agencias de servicio social, clínicas y hospitales. El pastor debe conocer los recursos de la ciudad, de la provin­cia, región y del estado disponibles para sus feligreses, para que sus servicios sean utilizados cuando se necesiten.

Muy al principio de cualquier pastorado el ministro debe hacer un inventario de los recursos de referencia dis­ponibles, para que así pueda hacer las recomendaciones en forma inteligente cuando sea necesario.

En la mayoría de los casos el asunto de hacer recomen­daciones es más o menos sencillo, siendo que los problemas de los feligreses, aparte de los de índole religiosa, pertene­cerán más bien al campo de otra persona profesional, tal como un médico o un licenciado. Sin embargo, dada la naturaleza compleja de la enfermedad mental, esto no es así en lo que se refiere a una recomendación a un psiquia­tra. Y en vista de que esta es decisión difícil que lleva en sí muchas implicaciones profundas, le daremos a este asunto atención especial y cuidadosa.

LAS REFERENCIAS A UN PSIQUIATRA

La siguiente es una definición representativa y des­criptiva de una referencia al psiquiatra por los pastores, que generalmente sería aceptada por escritores en el cam­po de aconsejamiento pastoral:

La recomendación debería ser la iglesia buscando ayuda especializada en su ministerio a la persona como un todo. Es enteramente obvio que en el proceso de terapia. el papel de la religión como una fuerza positiva se vuelve algo intensa­mente pertinente mientras el ministro y la iglesia toman su lugar en una relación vital con el psiquiatra y con el hospital respectivamente.1

Esta definición de referencia ve a la persona como un todo, reconoce que el pastor es incapaz por sí solo, de ayu­dar a la persona, que el psiquiatra se vuelve un aliado de la iglesia, y que la relación pastor-feligrés continúa duran­te y después del tratamiento del psiquiatra. Hay que tener presente esta definición de referencia mientras continua­mos con esta discusión.

Sin duda alguna, el pastor ocupa una posición clave en relación al asunto de la enfermedad mental. La pregun­ta no es si tiene un papel que jugar en este problema; por lo contrario, es asunto de qué tan bien lo ejecuta. El pastor, por la misma naturaleza de su actuación, entra en las más importantes situaciones en la vida de muchos de sus feli­greses-al nacer, casarse, en la muerte, así como en otros eventos cruciales. Esto incluye también la crisis de enfer­medad mental, que muchos confrontan hoy día.

Laycock dice que el clérigo quizá tenga un papel en ayudar a la persona enferma mentalmente a aceptar la necesidad de un tratamiento, confiar en las autoridades bajo cuya responsabilidad ha sido admitida y entender algo de la naturaleza del tratamiento que se le da.2 Muchas veces el pastor funciona como consejero a los familiares del enfermo, más que con el futuro paciente. Cuando esto su­cede, el aconsejamiento pastoral su vuelve más bien asun­to de dar información. Laycock sugiere que en este caso los familiares necesitan ayuda en darse cuenta de lo si­guiente:

(a) que la enfermedad mental es una enfermedad como cualquiera otra, y que afecta a más personas que la totalidad de las que son víctimas del polio, las enfermedades de cora­zón, y el cáncer; (b) que la enfermedad mental no es una sola enfermedad, y que se expresa en muchas formas; (c) que la en­fermedad mental no se hereda necesariamente, y que los fac­tores constituyentes de la enfermedad mental no son bien co­nocidos; (d) que la enfermedad mental no ataca sin previo avi­so-que, aunque quizá sea precipitada por una crisis tal co­mo un revés financiero o la pérdida de un ser querido, esto es sólo el tiro de un gatillo; (e) que la enfermedad mental puede tener un tratamiento, y que el número de los que han sido da­dos de alta en los hospitales mentales ha estado creciendo rá­pidamente con los nuevos métodos de tratamientos; y (f) que la enfermedad mental no es ya más una desgracia o vergüen­za para el individuo y la familia, como tampoco lo es cuando un miembro de la familia se enferma de pulmonía, del corazón o de cáncer.3

Clinebell dice:

En relación a una persona psicótica su actuación (del mi­nistro) es la de: (a) Reconocer la dificultad como enfermedad mental; (b) dar auxilio a la persona para encontrar ayuda de un psiquiatra; (c) mantener una relación de apoyo pastoral durante el tratamiento como paciente externo; (d) y mantener una relación estrecha y estar disponible para aconsejamiento durante el período de ajustamiento que sigue al tratamiento.4

Ese autor dice que, como hay muchas gentes que con­fían en el criterio del ministro y vienen a él espontánea­mente cuando los atacan sus problemas, él está en una posición estratégica para ayudarlos a encontrar ayuda competente y especializada. Añade que "una recomen­dación sabia es uno de los servicios más significativos que pueda darle a un feligrés que está sufriendo."

Y sea que el ministro trate con un futuro paciente mentalmente enfermo o con la familia de esa persona, el pertinaz problema que se le presenta es el de saber cuándo recomendarlo para recibir ayuda psiquiátrica. Indudable­mente, si la persona ha perdido contacto con la realidad, es un peligro para sí misma y una amenaza para los demás, la decisión de recomendarlo es sencilla.5 Sin embargo, hay muchos casos cuando el asunto de enfermedad mental no está tan arraigado así. Es en relación con esto último que el ministro tendrá que meditar profundamente sobre la decisión de una recomendación. Laycock dice que esta decisión dependerá de cinco cosas: (a) El grado de prepa­ración general que el clérigo tiene en su técnica de aconse­jamiento; (b) la clase y calidad de preparación especial que el ministro ha tenido para tratar en este campo específico de aconsejamiento; (c) la naturaleza del problema; (d) la seriedad del problema; (e) los recursos disponibles para el feligrés. Laycock afirma que en último análisis el bienestar final o superior del paciente debe ser lo que defina el asun­to.6

Pero esta advertencia no es fácil de seguir cuando menos por dos razones: (1) Un ministro dado quizá no esté equipado por una preparación profesional para hacer una evaluación adecuada respecto a lo que es "el bienestar fi­nal o superior" del paciente; y (2) el ministro con frecuen­cia se confunde por las múltiples advertencias de los "ex­pertos," de mantenerse al margen del diagnóstico del psi­quiatra.

Los estudios han enseñado claramente que la prepara­ción de muchos pastores no les ha capacitado para sentirse con confianza en tratar con problemas de aconsejamiento con profundas raíces psicológicas. Blizzard analizó cuida­dosamente programas de entrenamiento de ochenta semi­narios y los comparó con las experiencias de los graduados. Encontró que la mayoría de estos hombres no estaban ca­pacitados para funcionar adecuadamente en el campo de las relaciones humanas. Su conclusión fue que se necesi­taba una mayor y mejor preparación en los campos de la "conducta."7 Un estudio en la Universidad de Denver reveló que los problemas de enfermedades mentales eran los problemas que los ministros se sentían menos capacitados para tratar.8 Un estudio por el Proyecto sobre Religión y Salud Mental de la Universidad de Harvard de 100 mi­nistros de Boston, encontró que: (1) Solamente el 10 por ciento de los problemas traídos a los ministros tratan de cuestiones religiosas; (2) los problemas de tensión psico­lógica por lo que toca a frecuencia, eran menores solamente a los problemas de matrimonio y de familia; y (3) los mi­nistros se sentían menos capacitados para tratar con pro­blemas de tensión psicológica.9

Algo más que complica el problema es que la literatu­ra de aconsejamiento pastoral abunda en recomendar pre­caución al pastor para que se refrene de hacer diagnosis de psiquiatría y de intentar un tratamiento psiquiátrico.

Las siguientes advertencias son representativas de esas:

El ministro no debe determinar si una persona tiene una enfermedad mental; ésta es la responsabilidad de un médico.10

Aquí debe darse una palabra de precaución a todos aque­llos ante quienes vienen personas enfermas en busca de acon­sejamiento. La determinación de una enfermedad mental está en las manos de un psiquiatra.11

Excepto en el caso de un desorden leve de personalidad, el ministro debe hacer cuanto esté de su parte para ayudar a sus feligreses a obtener la ayuda experta que necesitan. Debe es­tar al tanto de sus propias limitaciones y evitar involucrarse en un diagnóstico psiquiátrico y en el tratamiento correspon­diente. 12

El ministro no debe intentar diagnosticar la naturaleza es­pecífica de la dificultad. Esto es la jurisdicción y responsabili­dad del psiquiatra.13

Se ha sabido de algunos ministros que desanimaron a sus feligreses cuando éstos querían buscar la ayuda necesaria de un psiquiatra. Todas las personas en depresión psicológica son candidatos potenciales al suicidio. Al menospreciar el tra­tamiento que podría haber dado un psiquiatra, el clérigo po­dría ser indirectamente responsable de una tragedia que pudo haberse evitado.14

Se vuelve patente cuando uno lee la literatura sobre el aconsejamiento pastoral que el ministro no debe, él mis­mo, tratar con enfermedades mentales. Tal estudio de­muestra que el ministro ha sido preparado para saber "qué hacer mientras que llega el psiquiatra", en vez de ayudarle a tratar personalmente con una persona trastornada men­talmente. Mowrer siente que esta es una situación lamen­table y cree que esto refleja "una manera en que la iglesia ha procurado hacer la paz con las profesiones de sani­dad."15 El duda que esta "división de trabajo" esté en armonía con la realidad. También pone en tela de duda la costumbre de tachar a la enfermedad mental como una en­fermedad, en vez de pecado.16 Dice:

Ahora que los psicólogos están principiando a desconfiar de abordar los desórdenes de la personalidad como si fueran una enfermedad y ahora que principian a demostrar un interés más benigno y respeto hacia ciertos preceptos morales y reli­giosos, los religiosos mismos han sido capturados y hechizados por el mismo sistema inadecuado de pensamiento como aquel del que nosotros los psicólogos estamos principiando a recupe­rarnos.17

Mowrer cree que la explicación bioquímica de las en­fermedades mentales es un intento de mantenerlas bajo el dominio de la medicina; lo cual eximiría al ministro de esta responsabilidad.18 Cree también que por cuanto se les ha recordado continuamente sus "limitaciones", les falta la confianza para tratar con problemas de enfermedades mentales.19

Sea cual fuere el concepto de la actuación del pastor en relación con la enfermedad mental, hemos de recordar que comparativamente hablando, Mowrer es la "voz de uno que clama en el desierto"; que la preponderancia de consejo a los ministros es que se abstengan de intentar un tratamiento para el enfermo mental.

El hecho de que los pastores se sientan intranquilos en situaciones de presión psicológica, además de las ya men­cionadas "advertencias" en la literatura de aconsejamien­to para ministros, puede hacer que muchos de ellos le re­comienden a un feligrés que vaya con un psiquiatra cuando tal recomendación quizá no sea necesaria. El ministro que hace una recomendación innecesaria, debe darse cuen­ta de ciertos resultados que pueden originarse de tal reco­mendación.

ALGUNAS CONSIDERACIONES QUE AFECTAN LA RECOMENDACION AL PSIQUIATRA

1.            La decisión de recomendar puede basarse primor­dialmente sobre evaluaciones de otros acerca de enferme­dades mentales. Mechanic dice que hay diferentes defini­ciones de enfermedad mental que se han hecho desde va­rios puntos de la estructura social.20 Por ejemplo, el pa­ciente quizá defina su propia enfermedad sobre la base de cómo se siente; su patrón tal vez lo juzgue enfermo porque actúa independientemente del grupo; y su familia quizá lo considera enfermo basándose en la actitud que profesa o su conducta en ciertas situaciones.

Y puesto que no hay una definición universalmente aceptada de enfermedad mental, es muy posible que un ministro pueda ser indebidamente forzado por otros a aceptar la definición de enfermedad mental. Si acepta y actúa sobre la evaluación de otros, tal vez esté prestando su influencia que facilite el futuro tratamiento de una persona, sea que lo necesite o no. Esto no quiere decir que el pastor deba ignorar las manifestaciones de la enferme­dad mental; por el contrario, en vista de que con frecuencia no se le permite ver completamente la conducta de un paciente dado, quizá, lamentablemente, haga su decisión de recomendación basado en lo que se le ha informado en vez de basarse en cómo la persona se está conduciendo de hecho.

Tal recomendación quizá facilite a los familiares el deshacerse de una persona que no quieren y quien de hecho no esté enferma mentalmente. Hemos de suponer que el ministro, siempre concede valor a la dignidad de la personalidad humana. Siendo esto así, no puede concien­zudamente contribuir a un proceso que milite contra la dignidad y derechos de un individuo. Sin embargo, si basa su decisión de recomendación primordial, si no exclusiva­mente, en la evaluación de otros, quizá esté actuando en contra de los mejores intereses de dicho individuo.

El ministro no debe nunca dar por sentado, o concluir que su evaluación o la de otros, sobre enfermedad mental, no son decisivas. Mechanic dice:

El laico generalmente considera que su concepto de enfer­medad mental no es una definición importante porque el psi­quiatra es el experto y se entiende que él hace la decisión fi­nal. Pero al contrario, personas de la comunidad son traídas al hospital sobre la base de definiciones de los laicos, y una vez que llegan, su sola apariencia es considerada como evidencia suficiente de la enfermedad.21

Tal recomendación puede poner en movimiento un proceso que es innecesario e indeseable. Mechanic agrega también que la decisión básica acerca de la enfermedad mental casi siempre se hace por los miembros de la comu­nidad y no por personas profesionales, y que el psiquiatra que practica en centros grandes de tratamiento debe con frecuencia también dar por hecho la enfermedad del pa­ciente. Dice que aunque las personas que indudablemente están enfermas generalmente se hallan en hospitales men­tales, hay algunas personas que están tan enfermas como ellas y no son atendidas mientras las que reciben trata­miento sólo están moderadamente enfermas. "Esta selec­ción", dice, "claramente se basa en un criterio social, y no en una opinión del psiquiatra".23 Si Mechanic está correc­to en su análisis, resulta patente que un ministro, sin querer, se convierta en cómplice inocente en la iniciación de tratamiento para personas que quizá no lo necesiten.

2.            La recomendación es casi equivalente a una hospi­talización ya sea que la persona esté enferma mentalmen­te o no. Mechanic estudió dos hospitales de enferme­dades mentales por un período de tres meses e informó que nunca observó un caso en que el psiquiatra le dijera al paciente que no necesitaba tratamiento. Por el contrario, todos los que llegaban al hospital se consideraban ya como pacientes.24 No se puede dar por hecho que lo que Mecha­nic encontró es lo que sucede universalmente, pero la evi­dencia es muy importante y de peso como para pensar que esto no suceda con frecuencia. El ministro debe darse cuenta, entonces, de que con recomendar, de hecho está recetando hospitalización, cuando en realidad sólo intenta ayudar a la persona a obtener una diagnosis profesional. Así que su opinión de "laico" se convierte en efecto, en una diagnosis profesional.

Wiesbauer, caracterizando la actitud adecuada del pastor acerca de la hospitalización de una persona con en­fermedad mental, dice: "Su función es muy difícil pues consiste en ser compasivamente neutral."25 Uno se pregun­ta cuál es en realidad la extensión de esta neutralidad.

3.            Recomendar puede resultar en paralizar al indi­viduo en su capacidad de trabajo después de que ha "sana­do" de su enfermedad mental. Regresar a su empleo con frecuencia se vuelve muy difícil si el patrón se da cuenta que el solicitante ha tenido problemas mentales. Olshans­ky, Grob, y Malamud encontraron que las empresas pre­fieren no dar empleo a una persona cuando se enteran de que ha tenido alguna enfermedad mental. Dice: "Una evi­dencia más de esta preferencia es que solamente cinco supervisores entrevistados expresaron que estaban dis­puestos a considerar darle empleo a algún ex-paciente mental, por capacitado que estuviera, en un futuro inme­diato" 26 Estos patrones objetaron especialmente por las razones siguientes: (1) miedo de violencia, (2) miedo de que el empleado sea "incompatible," y (3) miedo de una conducta extraña.

Además se encontró que los patrones tenían la tenden­cia a creer que los ex-pacientes mentales sólo podrían hacer cierta clase de trabajo, sin mucha técnica y que no les pusiera en "tensión," o trabajos de "responsabilidad," o trabajos "peligrosos" o muy "difíciles." Es muy claro que el ex-paciente mental es considerado un riesgo por los pa­trones. El ministro que está buscando un psiquiatra para recomendar a alguien debe pensar en esto. Si su recomen­dación no es justificada, bien puede contribuir a un proce­so que haga muy difícil que el paciente encuentre trabajo, o, en algunos casos, forzar al paciente a hacer un trabajo más bajo que lo que su preparación debe darle. Esto va de acuerdo con la proposición de Scheff de que "Los que lle­van la etiqueta de desviados son castigados cuando inten­tan regresar a su papel convencional"27. El doctor Robert C. Hunt, del Hospital "Hudson River" en Pughkeepsie, Nueva York, dice:

El hombre que logra recuperarse de un ataque de enfer­medad mental con todo su talento vocacional o profesión in­tactos, y al que después le niegan empleo, está tan incapaci­tado en su vocación, como si su capacidad intrínseca de traba­jo hubiera sido totalmente destruida.28

Linn y Schwarz advierten contra lo que ellos llaman una "recomendación prematura". Al informar sobre un estudio por el Departamento de Salud de la Universidad de Yale dijeron que había una ola grande de temor de los psiquiatras entre el cuerpo estudiantil. Creían que esto se debía en parte al proceso de ponerle etiquetas a las perso­nas, etiquetas que después los descalificaría de ciertos puestos, sin consideración de sus habilidades. Concluye­ron que muchos estudiantes que necesitaban y aún que­rían, ayuda del psiquiatra, la evadían.29

4.            La recomendación quizá resulte una desorganización del proceso mental de la vida diaria de una persona por el hecho de su hospitalización. No es extraño que la hospitalización de un enfermo mental se extienda por un período de muchos años. Estamos de acuerdo en que algu­nos, quizá muchos, necesitan ser hospitalizados por largos períodos de tiempo, pero es de dudar que esto sea necesario para todos los que están en estos hospitales mentales. Se han hecho investigaciones cuyos resultados demuestran que hay una relación entre el nivel económico y el tiempo de estancia en el hospital. White, citando al bien conocido estudio de Hollingshead y Redlich dice,

El 93% de los pacientes de la clase pobre en los hospi­tales del estado, estaban hospitalizados todavía 10 años des­pués de su admisión. Los psiquiatras se preguntan por qué los pobres resisten la psicoterapia, y atribuyen su resistencia a la ignorancia o la predisposición. La verdadera razón es que los pobres ven que la enfermedad mental les lleva a hospitales de enfermedades mentales, lo cual consideran como una de las peores catástrofes que pueda caer sobre cualquier persona.30

Hollingshead y Redlich notan una asombrosa diferen­cia de clase en el diagnóstico psiquiátrico y el tratamiento. Descubrieron que lo que se llama neurosis si la persona tiene dinero, se le llama psicosis si no lo tiene, y el que tie­ne dinero es tratado con psicoterapia individual o de grupo, mientras que el pobre es hospitalizado.

5.            La recomendación quizá resulte en un costoso tratamiento psiquiátrico que está más allá de los recur­sos económicos de muchas personas. Si hubiera amplia evidencia para creer que tal costo resultara en alivio para el enfermo mental, el costo estaría fácilmente justificado. Sin embargo, es bien sabido que el tratamiento psiquiatra puede ser lento y costoso y que con frecuencia produce muy poco beneficio. Mucho de lo que se promete como "éxito" del tratamiento psiquiatra se basa en la necesidad de una relación de largo tiempo. Las personas con pocos o limi­tados medios, con frecuencia abandonan el tratamiento porque no ven resultados rápidos, así que terminan su tratamiento prematuramente. Esto tiende a prejuiciarlos contra la psiquiatría y los excluye de recibir los beneficios que pudieran haber resultado de un tratamiento de larga duración.

6.            La recomendación quizá resulte en iniciar un pro­grama de tratamiento del que derive muy poco beneficio. Y como Mowrer ha observado, los resultados del trata­miento psiquiátrico están lejos de elogiar a la psiquiatría. Sugiere que los que "sanan" no son solamente limitados en número sino que aun algunos psiquiatras admiten li­bremente su falta de éxito.31

7.            La recomendación quizá resulte en que la persona sea "marcada" por causa de un tratamiento psiquiátrico. Hay una aguda diferencia entre lo que los libros dicen de lo que debe ser la actitud de la sociedad hacia la enferme­dad mental y lo que en realidad la sociedad piensa del enfermo mental. Aunque la sociedad no debe considerar la enfermedad mental como una desgracia para el individuo o para su familia, el hecho es que esto es exactamente lo que la sociedad hace. Tal como Biddle dice, "Los que han sufrido enfermedad mental no han cometido un crimen, pero ¡cuán frecuentemente la sociedad los rechaza cuando regresan a la vida de la comunidad!"32 Goffman, en su li­bro intitulado Stigma: Notes on the Management of Spoi­led Identity, trata ampliamente con el asunto del estig­ma que acompaña al enfermo mental. Lo caracteriza como "la situación del individuo que está descalificado para ser aceptado por la sociedad."33 Así pues, toda persona mar­cada como enfermo mental, corre el riesgo de ser estigma­tizado por sus amigos. Esto complica su problema en que lo último que esta persona necesita es sentir que nadie lo acepta. El ministro tiene que tener mucho cuidado de no hacer una recomendación innecesaria que pueda dar por resultado que el feligrés se enfrente con los efectos debili­tantes del estigma social.

8.            La recomendación al psiquiatra quizá dé por resul­tado que el paciente sea dislocado de su orientación reli­giosa. Algunos psiquiatras, particularmente los de la es­cuela freudiana, no son solamente anti-religiosos sino que identifican la religión como parte del problema del pacien­te. Si un psiquiatra cree seriamente que esto es la verdad, considerará su "deber" despojar a su paciente de su "reli­gión neurótica" a fin de efectuar una sanidad de la perso­nalidad. Fairbanks dice que un psiquiatra raramente "re­gresa" a un paciente-feligrés al ministro que lo recomendó. De hecho es un interesante fenómeno que muchos hospita­les y muchos médicos procuran proteger a sus pacientes del ministro y de la religión.34 A una persona con orien­tación religiosa, esta negación de la validez de la religión puede serle devastadora.

CUANDO DEBEN HACERSE LAS RECOMENDACIONES

Las recomendaciones a otras personas profesionales o agencias deben hacerse bajo las siguientes circunstancias:

1.            Cuando es bien claro y evidente que el problema del feligrés está más allá del alcance de la capacidad del pastor para ayudar.

2.            Cuando hay personas competentes en la comuni­dad o en el área que están capacitadas para ayudar.

3.            Cuando el pastor pueda hacer tal recomendación con la conciencia clara de que la fe de su feligrés no será destruida o sus futuras relaciones sociales puestas en en­tredicho.

4.            Cuando él puede desligarse del problema pero se­guir sosteniendo al feligrés en una relación de apoyo.

DIRECCIONES PARA HACER RECOMENDACIONES

1.            Conozca a la persona profesional o agencia más capacitada para ayudar al feligrés con su problema.

2.            Tenga confianza en la competencia e integridad de la fuente recomendada.

3.            Apoye a la persona profesional o agencia en el curso que se está persiguiendo hacia la solución del problema del feligrés a menos de que haya una evidencia clara de que no lo beneficia.

4.            Continúe una relación de apoyo al feligrés durante la recomendación y después de ella.


Notas de Referencia

CAPITULO 1

1.            Seward Hiltner, Religion and Mental Health (New York: The Macmillan Co., 1943), p. 173.

2.            William E. Hulme, How to Start Counseling (New York: Mc­Graw-Hill Book Company, Inc., 1945), p.14.

3.            Murray H. Leiffer, In That Case. (Chicago: Willett, Clark and Company, 1938), pp. 1-2.

4.            Russell L. Dicks, Pastoral Work and Personal Counseling (New York: The Macmillan Co., 1949), p. 7.

5.            Thomas Holman, "The Church's Work with Individuals", The Church at Work in the Modern World, William Clayton Bower, ed. (Chicago: The University of Chicago Press, 1935), p. 134.

6.            Leland Foster Wood, "The Training of Ministers for Marriage and Family Counseling", Marriage and Family Living 12, No. 2 (spring, 1950), 46.

7.            John Sutherland Bonnell, Psychology for Pastor and People (New York: Harper and Brothers, 1948), p. 173.

8.            Sidney E. Goldstein, Marriage and Family Counseling (New York: McGraw-Hill Book Company, Inc., 1945), p. 14.

9.            Hulme, op. cit., p. 14.

10.          Carroll A. Wise, Pastoral Counseling, Its Theory and Practice (New York: Harper and Brothers, 1951), p. 40.

11.          Ibid.

12.          John Sutherland Bonnell, Pastoral Psychiatry (New York: Harper and Brothers, 1938), p. 227.

13.          Ibid., p.20l.

14.          Seward Hiltner, The Counselor in Counseling (New York: Abing­don-Cokesbury Press, 1952), p. 10.

15.          Karl L. Stolz, The Church and Psychotherapy (New York: Abing­don-Cokesbury Press, 1943), p. 234.

16.          Bonnell, Pastoral Psychiatry, p. 55.

17.          Wise, op. cit., p. 40.

18.          Hiltner, The Counselor in Counseling, p. 7.

19.          James J. Cribbin, Catholic Educational Review 53 No. 2 (Feb. 1955), 58.

CAPITULO 2

1.            G. Bromley Oxnam, The Ethical Ideals of Jesus in a Changing World (New York: Abingdon-Cokesbury Press, 1941), p. 15.

2.            Ibid., p. 16.

3.            Phillips Brooks, The Influence of Jesus (New York: E. P. Dutton and Co., 1880), p. 112.

4.            Oxnam, op. cit., p.56.

5.            Ernest F. Scott, The Ethical Teaching of Jesus (New York: The MacMillan Co., 1927), p. 58.

6.            Ibid., p.83.

7.            Emory S. Bogardus, The Development of Social Thought, (New York: Longmans, Green and Co., 1947), p. 150.

CAPITULO 4

1.            J. H. Jowett, The Preacher: His Life and Work (New York: George H. Doran Co., 1912), p. 23.

2.            Jack Gullege, "Preachers' Changing Image" Arkansas Baptist, Dec. 3, 1964.

3.            William E. Hulme, Your Pastor's Problems (Garden City, N. J.: Doubleday and Co., 1968), p. 20.

4.            Paul E. Johnson, Person and Counselor (Nashville: Abingdon Press, 1967), p. 30.

5.            Oswal Sanders, Spiritual Leadership (Chicago: Moody Press, 1967), p. 70.

6.            Ibid., p.25.

7.            Samuel M. Shoemaker, With the Holy Spirit and with Fire (New York: Harper and Brothers, 1960), p. 88.

8.            Howard J. Clinebell, Basic Types of Pastoral Counseling (Nash­ville: Abingdon Press, 1966), p. 15.

9.            Alvin J. Lindgreen, Foundations for Purposeful Church Admi­nistration (Nashville: Abingdon Press, 1965), p. 90.

10.          Clinebell, op. cit., p. 14.

11.          Maxie D. Dunnam, Gary J. Herbertson, and Everett L. Shostrom, The Manipulator and the Church (Nashville: Abingdon Press, 1968), p. 91.

12.          Edgar N. Jackson, A Psychology for Preaching (New York: Channel Press, Inc., 1961), p. 178.

CAPITULO 5

1.            Wise, op. cit., pp. 18-19.

2.            Stolz, op. cit., p. 11.

3.            Wise, op. cit., p. 11.

4.            Rollo May, The Art of Counseling (New York: Abingdon Cokes­bury, 1939), p. 11.

5.            Wise, op. cit., p. 115.

6.            Ibid., p. 103.

7.            Hiltner, The Counselor in Counseling, p. 133.

8.            Bonnell, Pastoral Psychiatry, p. 227.

9.            Ibid., p55.

CAPITULO 6

1.            Milton E. Hahn and Malcolm S. MacLean, Counseling Psycho­logy (New York: McGraw-Hill Book Company Inc., 1955), p. 81.

2.            Quoted by Hahn and MacLean, ibid.

3.            Clifford E. Erickson, The Counseling Interview (New York: Pren­tice-Hall, Inc., 1950), p. 57.

4.            Everett L. Shostrom and Lawrence M. Brammer, The Dynamics of the Counseling Process (New York: MacGraw-Hill Book Company Inc., 1952), p. 126.

5.            Erickson, op. cit., pp. 8, 90.

6.            Ibid., p. 45.

7.            Hahn and MacLean, op. cit., p. 78.

8.            Erickson, op. cit., pp. 59-60.

9.            Hahn and MacLean, op. cit., p. 83.

CAPITULO 9

1.            Marvin J. Taylor, An Introduction to Christian Education (New York: Abingdon Press, 1966), pp. 187-91.

CAPITULO 10

1.            Wayne E. Oates, Religious Factors in Mental Illness (New York: Association Press, 1955), p. 155.

2.            Samuel R. Laycock, Pastoral Counseling for Mental Health (New York: Abingdon Press, 1961), p. 59.

3.            Ibid.

4.            Howard J. Clinebell, Jr., Mental Health Through the Christian Comunity (New York: AbingdonPress, 1965), pp. 242-43.

5.            Thomas W. Klink, "Clergymen's Guide in Recognizing Serious Mental Illness", pamphlet, The National Association for Mental Health, Inc., (página sin número).

6.            Laycock, op. cit., pp. 24-25.

7.            Samuel W. Blizzard, "The Roles of the Rural Parish Minister, the Protestant Seminaries, and the Sciences of Social Behavior", Reli­gious Education, Vol. 50, Nov.-Dec., 1955.

8.            James D. Hamilton, "An Analysis of Professional Preparation for Pastoral Counseling" (unpublished doctoral dissertation, University of Denver, Denver, Colo., 1959).

9.            Hans Hoffman, The Ministry and Mental Health (New York: Association Press, 1960), p. 225.

10.          Klink, op. cit., (página sin número).

11.          Ernest E. Bruder, Ministering to Deeply Troubled Persons (En­glewood Cliffs, N. J.: Prentice-Hall, Inc., 1963), p. 26.

12.          Laycock op. cit., p. 96.

13.          Clinebeli, Mental Health Through the Christian Community, p. 244.

14.          W. E. Biddle, Integration of Religion and Psychiatry (New York: The MacMillan Co., 1955), p. 125.

15.          0. H. Mowrer, Crisis in Psychiatry and Religion (Princeton, N.J.: D. Van Nostrand Co. 1961), p. 32.

16.          Ibid., p.49.

17.          Ibid., p. 52.

18.          Ibid., p.44.

19.          Ibid., p.45.

20.          David Mechanic, "Social Factor in Identifying and Defming Mental Illness", Mental Higiene, Vol. 46, Jan., 1962

21.          Ibid.

22.          Ibid.

23.          Ibid.

24.          Ibid.

25.          Henry H. Wiesbauer, "Pastoral Help in Serious Mental Illness" (pamhlet, The National Association for Mental Health, Inc., página sin número).

26.          Simon Olshansky, Samuel Grob, and Irene T. Malamud, "Em­ployers' Attitudes and Practices in the Hiring of Ex-mental Patients", Mental Hygiene, Vol. 42, July, 1958.

27.          Thomas Sche{f, "The Role of the Mentally III and the Dynamics of Social Disorder", Sociometry, Vol. 26, December, 1963.

28.          Olshansky, Grob, and Malamud,op. cit.

29.          Lows Linn and Leo Schwarz, Psychiatry and Religious Expe­rience (New York: Random House, 1958), p. 274.

30.          Dale White, "Mental Health and the Poor", Concern, October 15, 1964.

31.          Mowrer, op. cit., pp. 76, 83, 121, 137.

32.          Biddle, op. cit., p. 150.

33.          E. Goffman, Stigma: Notes on the Management of Spoiled Iden­tity (Englewood Cliffs, N.J.: Prentice-Hall, 1963).

34.          Rollin J. Fairbanks, "Cooperation Between Clergy and Psychia­trists", Pastoral Psychology 2, No. 16 (Sept., 1951), 211.



[1] Rapport; véase el capítulo 3 para una definición de este importante término.

 

[2]Término psicológico, que significa purificación, eliminación de elementos psicológicos negativos.