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Perfección Monástica

En tiempos apostólicos, indudablemente la iglesia se concebía como que estaba formada exclusivamente por cristianos nacidos de nuevo. Había en la iglesia algunos que necesitaban la disciplina, tal como sale a la luz al leer las epístolas del Nuevo Testamento, pero el ideal de la iglesia era “que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante”.

Pero el crecimiento del cristianismo a través del imperio diluyó este concepto de una iglesia santa. Cuando el tercer siglo llegó a sus últimas décadas ya había muchas personas en la iglesia cuyos padres, o sus ancestros más remotos, habían experimentado la gracia salvadora, pero quienes ahora meramente acudían a los cultos públicos, y eran nada más cristianos de nombre.

Durante los siglos tres y cuatro la iglesia creció rápidamente y con la misma rapidez se volvió mundana. Conforme la práctica cristiana se fue volviendo menos y menos severa, en la mente de los creyentes serios el ascetismo fue ganando lugar. El Didakhé, uno de los más antiguos textos de la literatura cristiana, redactado alrededor de la primera mitad del segundo siglo exhortaba a sus lectores con estas palabras: “Si tú eres capaz de llevar todo el yugo del Señor, serás perfecto; pero si no eres capaz, haz lo que puedas hacer.”

La tendencia hacia una separación entre la vida cristiana superior, y la inferior recibió considerable ímpetu por una distinción trazada claramente por Tertuliano y Orígenes, entre el “consejo” y los “requisitos” del evangelio. Si bien los requisitos eran obligación, todos los cristianos estaban obligados a cumplir los requisitos, el consejo era sólo para aquellos que verdaderamente querían ser santos.

Cristo le dijo al joven rico: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo.”1 El Señor también declaró que había “eunucos que a sí mismos se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos”,2 y que “en la resurrección ni se casarán, ni se darán en casamiento”.3 Pablo escribió: “Digo, pues, a los solteros y a las viudas, que bueno les fuera quedarse como yo.”4 Estas declaraciones de la Biblia fueron aceptadas literalmente por todos aquellos que anhelaban la verdadera santidad; empero, es obvio que la pobreza voluntaria y el celibato voluntario se consideraron consejos que la mayoría de los cristianos no podían acatar. Como veremos, estos pasajes se volvieron los cimientos, las piedras sobre las que se levantaron el monasticismo y el ascetismo cristianos.

La conversión de Constantino y el reconocimiento del cristianismo como la religión oficial del imperio le abrieron las puertas de la iglesia a grandes números de miembros paganos, y esto, a su vez produjo una excesiva valorización de la vida ascética, de parte de los cristianos serios. Cuando terminó la época de los martirios, la vida ascética quedó como el logro más elevado al que podía aspirar un cristiano. El mundo estaba lleno con espectáculos y costumbres que ofendían la conciencia cristiana, de todo lo cual parecía ser que lo correcto era huir. Además, la manera de pensar de la antigüedad favorecía la práctica de la contemplación por sobre la vida activa. Pero lo que fue aun de mayor importancia fue que el formalismo del culto público que se desarrolló hacia las postrimerías del tercer siglo produjo un deseo de una manera más libre e individual por la que el cristiano se pudiera acercar a Dios.

Estas parecen haber sido las poderosas fuerzas que le dieron nacimiento al movimiento monástico. En el corazón del monasticismo estaba el anhelo de recobrar la pureza y el poder perdidos de la fe cristiana, y de darle atención seria y suma al llamado de Cristo a la perfección. El doctor R. Newton Flew declara que “el monasticismo es el esfuerzo organizado más audaz para alcanzar la perfección cristiana en toda la larga historia de la iglesia”.5

A.                PRINCIPIOS DEL MONASTICISMO

Antonio (Abad), el padre del monasticismo, nació en Coma, aldea de Alto Egipto. Cuenta Atanasio que Antonio iba camino a la iglesia, y se sintió afligido por su propia indignidad, en comparación a los apóstoles, que lo habían dejado todo para seguir a Cristo. Resultó que la porción del evangelio que fue leída ese día incluía la exhortación del Señor Jesús al joven rico: “¡Si quieres ser perfecto…! La hora de Antonio había llegado. Vendió todo lo que tenía y compró su libertad “de las cadenas del mundo”. Eso sucedió alrededor del año 270. Al principio Antonio adoptó la vida ascética en su propia aldea, pero quince años después se retiró a vivir en la soledad, como monje. “Confirmó su propósito de no retornar a la casa de sus padres, ni a ser recordado por sus familiares; sino a conservar y usar todas sus energías y todo su deseo para perfeccionar su disciplina.”6

Indudablemente el suelo del monasticismo fue preparado por muchos movimientos ideológicos, tales como el razonamiento de que la vida física es intrínsicamente mala, el ideal de la vida de contemplación como algo superior a la vida de acción, y el anhelo neo-platónico de la visión beatífica, pero la semilla misma del monasticismo es discernible fácilmente. Y “fue sembrada por los que estaban sumamente atareados en el huerto de la iglesia”.

La meta de Antonio era alcanzar la perfección. Él se propuso adquirir las virtudes que había observado en otros, y, mediante una vida constante de oración lograr la verdadera comunión con Dios. Al leer los otros documentos producidos en esa primera etapa del monasticismo uno encuentra exactamente la misma búsqueda de la perfección. Los grandes líderes del movimiento monástico —Pacomio, Basilio, Benedicto y Francisco de Asís, quien vino mucho tiempo después— oyeron el mismo llamado a la perfección.

B.           LOS IDEALES MONÁSTICOS

El monje cristiano vivía de acuerdo a dos únicas realidades: Dios y su propia alma, su propia alma y Dios. El monasticismo era la religión del alma solitaria con su Dios.

Uno de los textos básicos de Antonio era: “El reino de Dios está entre vosotros.” Otros escritores ensancharon la idea, diciendo que la meta de la vida espiritual es el reino de Dios, lo que significa pureza de corazón. Para llegar a ser perfecto uno debe renunciar al mundo, combatir contra la carne, y trabar combate contra el pecado hasta la muerte; pero la cúspide de la perfección es la oración, la oración sin cesar.

Pero si bien la vida de contemplación y de comunión se volvió el ideal del monasticismo, muchos de sus seguidores vieron que la vida solitaria hacía posible que el monje desarrollara al mismo tiempo una vida de servicio a su prójimo. Basilio fue un paso más adelante, al oponerse a la idea de la vida solitaria como si fuese un fin deseable en sí misma:

La forma del amor de Cristo no permite que cada uno de nosotros busque sólo su propio bien, puesto que leemos que “el amor no busca lo suyo”. Ahora la vida solitaria tiene un solo propósito: satisfacer las necesidades de quien vive tal clase de vida. Pero tal cosa está en obvio conflicto con la ley del amor, que el Apóstol cumplió cuando buscó, no su propio bienestar, sino el de muchos, para que pudieran ser salvos.7

En oposición a Basilio (350-435), Casiano abogó por la superioridad de la vida solitaria. Con el trabajo de Tomás de Aquino (1225-1274), el concepto de la vida solitaria finalmente triunfó como el valor superior y se volvió dominante en la Iglesia Católica Romana. Pero Crisóstomo y el célebre Jerónimo (340-420), en la iglesia oriental, siguieron el ejemplo de Basilio.

Otra marca del ideal monástico es la cruz. El monje tomaba su cruz para seguir a Jesús. La actitud de Basilio hacia la renuncia involucrada al tomar la cruz es típica. Después de citar Mateo 17:24 y Lucas 14:33 y 26, Basilio escribe:

De acuerdo a esto, la renuncia perfecta consiste en que un hombre alcance la impasibilidad en lo que toca a la vida cotidiana, y en tener “la sentencia de muerte”, al grado de que no ponga su confianza en sí mismo. Si bien el principio de esto consiste en la separación de las cosas externas, tales como las posesiones, la vanagloria, las costumbres comunes de la vida, o apego a cosas inútiles… de modo que todo aquel que esté dominado por el deseo vehemente de seguir a Cristo ya no puede estar interesado en tener mucho que ver con esta vida.

Pero Basilio ofrece una corrección y enseña claramente que la meta final de la renuncia es conocer y ganar a Cristo. Cita, dando evidencia de que las comprende, las palabras de Pablo: “por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo.” Basilio comenta: “Lo más grande de todo es que la renuncia es el principio para que nuestro ser llegue a ser como Cristo.” La meta es “ese amor hacia Dios que logra ambas cosas, acicatearnos para cumplir los mandamientos de Dios, y a su vez es preservado por ellos permanente y seguramente”.8

La demostración más convincente del deseo de entrar en comunión con el Cristo crucificado es el sentimiento que se desprende de las secciones finales de la Moralía:

¿Cuál es la señal de un cristiano El ser purificado de toda contaminación de carne y de espíritu, en la sangre de Cristo…

¿Cuál es la señal de los que comen el pan y beben el vaso del Señor Conservar en perpetua memoria a quien murió por nosotros y ascendió otra vez.

¿Cuál es la señal de los que conservan tal recuerdo Que ya no viven para sí mismos, sino para Aquel que murió por ellos y ascendió otra vez.

¿Cuál es la señal de un cristiano Que su justicia debe abundar en todo, más que la de los escribas y los fariseos, de acuerdo a la medida de la enseñanza del Señor en los evangelios.

¿Cuál es la señal de un cristiano Amarse los unos a los otros, así como Cristo nos amó.

¿Cuál es la señal de un cristiano Ver al Señor siempre delante de él.

¿Cuál es la señal de un cristiano Velar cada noche y cada día en la perfección de agradar a Dios para estar listo, sabiendo que el Señor viene en la hora en que nadie lo espera.9

No puede haber duda alguna de que Basilio creía que en esta vida el corazón puede ser purificado de pecado, y los mandamientos del amor observados.10 W. K. Lowther Clarke escribe lo siguiente refiriéndose a Basilio: “Cree intensamente en la santificación. En el Espíritu y por el Espíritu, el cristiano que vive en las condiciones favorables de un monasterio, puede evitar el pecado.”

En las reglas de Basilio y de Benedicto el ideal de la perfección fue socializado. Es injusto juzgar el monasticismo por unas cuantas expresiones individuales extremistas, o pensar en él sólo en función de las formas degeneradas a las que los reformadores protestantes se opusieron tan intensamente.

No debemos olvidar que los benedictinos se convirtieron en los misioneros de Europa. En las formas más maduras del monasterio, la misión ideal de los monjes fue idéntica a la del remanente en el Antiguo Testamento: ayudar a la iglesia en su tarea de purificarse a sí misma y de evangelizar el mundo. Paul Tillich ha observado muy atinadamente: “El monasticismo representa una negación a prueba de claudicación del mundo, pero esta negación no fue de naturaleza quieta. Fue una negación acoplada con actividad dirigida hacia la transforma­ción del mundo, en el trabajo, la ciencia, otras formas de cultura, arquitectura eclesiástica, poesía y música. Fue un fenómeno muy interesante, y tiene muy poco que ver con el monasticismo deteriorado contra el cual combatieron los reformadores y los humanistas. Por un lado fue un movimiento radical de renunciación o separación del mundo; pero, por el otro, no cayó meramente en una forma mística de ascetismo; se dedicó a la transformación de la realidad.”11

C.                "MACARIO EL EGIPCIO"

En las Homilías de Macario el egipcio12 “la doctrina de la meta de la vida cristiana puede ser aceptada como representativa del monasticismo”.13 Es sorprendente que Macario sea tan poco conocido, pero sus homilías han tenido influencia en la historia de la perfección cristiana. William Law admiró esa obra en gran manera, y Juan Wesley publicó extractos de ella en el primer volumen de su “Biblioteca Cristiana”, que fue una serie de libros diseñada para que los primeros metodistas se nutrieran con los mejores productos de los santos. Wesley hace la siguiente anotación en su Diario durante una tempestad cruzando el mar: “Leí a Macario y canté.”

Macario enseñó que en su perfección original, el hombre estaba vestido con la gloria de Dios como si fuese una túnica. El pecado le había hecho perder esa gloria, pero ahora le era restaurada a los santos. En el último día esta gloria los cubrirá, por así decirlo los vestirá, y los transportará al cielo.

Es la Encarnación lo que le da a Macario la base de su confianza. Puesto que Dios ha venido a nosotros en Cristo, no hay región del progreso del alma que no encuentre en Cristo.

El alma ha sido nombrada el templo y la habitación de Dios, pues la Escritura declara: Habitaré en ellos y caminaré en ellos. Así le agradó a Dios, puesto que Él descendió de los cielos santos y abrazó tu naturaleza razonable, la carne, la que es de la tierra, y la mezcló con su Espíritu divino, a fin de que tú, el terreno, pudieras recibir el alma celestial. Y cuando tu alma tiene comunión con el Espíritu y el alma celestial entra en tu alma, entonces tú eres un hombre perfecto en Dios, y un heredero, y un hijo. 14

Macario fue un místico, pero, usando la frase de Buber, la comunión de la que él habla es siempre una comunión de “Yo y Tú”. Él nunca fue más allá del lenguaje de Pablo en Gálatas 2:20, para describir la unión del alma con Dios. En el mero corazón de su misticismo estaba el Jesús crucificado. “El meramente abstenerse del mal no es la perfección”, recalcó Macario, y añadió: “la pureza de corazón no puede ser ganada en ninguna otra forma sino a través de Aquel que fue crucificado.”

Usando palabras muy parecidas a las de Pablo en 2 Corintios 3:18, Macario escribe que la vida cristiana es una contemplación larga de Cristo, quien imprime su propia imagen en el corazón de quien así lo contempla.

Así como un pintor pone sus ojos en el rostro del rey y luego pinta, y cuando el rey torna su rostro hacia él, el pintor puede pintar fácilmente y bien... de igual manera Cristo, el buen artista, para aquellos que creen en Él y que lo contemplan fijamente, inmediatamente pinta a la semejanza de su propia imagen un hombre celestial… Por lo tanto nosotros debemos contemplarlo, creyendo y amándolo, tirando aun lado todo lo demás, y dándole a Él nuestra atención, a fin de que Él pueda pintar su propia imagen celestial y enviarla a nuestras almas, y así, al estar vestidos de Cristo, podamos recibir la vida eterna, y aun aquí podamos tener completa certidumbre y gozar de des­canso.15

D.                GREGORIO DE NISA

En el tiempo de Wesley generalmente se aceptaba que las homilías de Macario eran efectivamente el trabajo de “Macario el egipcio”. Las investigaciones eruditas de años recientes han establecido un eslabón significativo entre los escritos de Macario y Gregorio de Nisa. Werner Laeger ha demostrado que el autor de lo que se ha llamado las Homilías de Macario no fue un “padre egipcio del desierto”, del siglo cuatro, sino más bien un monje sirio del siglo cinco, ¡quien había derivado su interpretación de la vida cristiana casi exclusivamente de Gregorio de Nisa! De modo que en los escritos que Juan Wesley leyó, creyendo que representaban el pensamiento de “Macario el egipcio”, él realmente estaba en contacto con Gregorio de Nisa, “el más grande de todos los maestros cristianos de la rama oriental de la iglesia, en lo que toca a la búsqueda de la perfección”.16

Gregorio en efecto escribió dos tratados sobre ello, titulados, “Lo que Significa que Uno se Llame Cristiano”, y “Sobre la Perfección”. Para Gregorio, Cristo es el Prototipo de la vida cristiana, y el subtítulo de su segundo tratado es “Sobre lo que Es Necesario para que un Cristiano Sea”. Virginia Callahan piensa que un mejor título para el tratado habría sido: “Cristo, el Modelo de la Perfección”, puesto que la parte central del mismo consiste de un análisis detallado de treinta referencias, más o menos, de Pablo a Cristo; Gregorio “creía que Pablo sabía más que cualquier otra persona quién es Cristo verdaderamente, conocimiento que lo llevó a transformar su propia alma en imitación de Cristo”.17

Entre los pasajes paulinos que Gregorio considera significativos para el cristiano en búsqueda de la perfección están los que declaran que Cristo es el “poder de Dios, y sabiduría de Dios” (1 Co. 1:24), “paz” (Ef. 2:14), “luz inaccesible” en la que Dios mora (1 Ti. 6:16), “santificación y redención” (1 Co. 1:30), “el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia” (He. 1:3), “alimento espiritual” (1 Co. 10:3), y “la misma bebida espiritual… la roca espiritual” (1 Co. 10:4), “la cabeza del cuerpo que es la iglesia” (Col. 1:18), “el primogénito de toda creación” (Col. 1:15), “el primogénito entre muchos hermanos” (Ro. 8:29), “el primogénito de entre los muertos” (Col. 1:18), “mediador entre Dios y los hombres” (1 Ti. 2:5), “unigénito Hijo de Dios” (Jn. 3:18), y “Señor de gloria” (1 Co. 2:8).18

La tesis de Gregorio es: “Es necesario… que los que se aplican a sí mismos el nombre de Cristo, en primer lugar se vuelvan lo que el nombre implica, y luego, que se adapten a ese título.”19 Las características que no podemos imitar las adoramos y les damos reverencia. “Por ende, es necesario que la vida cristiana ilustre todos los términos interpretativos que significan a Cristo, algunos por medio de la imitación, otros por la adoración, si es que ‘el hombre de Dios ha de ser perfecto’, como dice el Apóstol.”20

En el desarrollo de su tema Gregorio hace la advertencia, no sea que el cristiano siga siendo una persona “de doblado ánimo, un centauro que combina razón y pasión”, y esgrime la pregunta de Pablo, “¿qué comunión tiene la luz con las tinieblas” como un argumento de que la persona que tenga ambos elementos opuestos en si misma se volverá su propia enemiga, “y estará dividida en dos, entre la virtud y el mal”, y por ende “tendrá una línea de antagonismo de un extremo a otro de su persona”.21 Gregorio se refiere varias veces a esta “guerra civil” que sólo puede ser resuelta mediante “la muerte de mi enemigo”, o sea el pecado que permanece. 22

Refiriéndose a Cristo como “el poder de Dios y la sabiduría de Dios”, Gregorio observa que una persona que ora, se recoge a si misma y fija su mirada en Cristo (“quien es poder”), y “es ‘fortalecida con poder en el hombre interior’, como escribe el Apóstol, y la persona que invoca la sabiduría que el Señor es... se vuelve sabia”.23

Cristo se vuelve “nuestra paz” no sólo cuando nos reconcilia “con aquellos que luchan contra nosotros exteriormente, sino también cuando reconcilia los elementos que chocan entre sí dentro de nosotros, a fin de que ‘la carne ya no luche contra el Espíritu… ni el Espíritu contra la car­ne’”.24 “Puesto que la definición de paz es la armonía entre partes discordantes, una vez que la guerra civil de nuestra naturaleza ha sido expulsada, entonces nos volvemos paz, y revelamos el hecho de que tomamos el nombre de Cristo como algo veraz y auténtico.”25

“Conociendo a Cristo como ‘la luz verdadera’, es necesario que nuestras vidas también sean iluminadas por los rayos del... ‘Sol de justicia’, que refulge para iluminarnos.” “Y si reconocemos a Cristo como nuestra ‘santificación’, demostremos con nuestra vida que nosotros mismos estamos firmes... con el poder de su santificación.”26

Expresiones como estas son típicas de la enseñanza de Gregorio sobre la perfección. Para él, la vida santa es una vida en la que la carne “que es hostil a Dios y que no se sujeta a la ley de Dios”, ha sido mortificada en la consagración de “un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios”, y que la mente ha sido transformada, “para que comprobemos cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.27 Así que la vida perfecta es, “vivir en la carne, pero no ‘de acuerdo a la carne’”.

Aunque el tema de Gregorio es el de la imitación de Cristo, él ve también muy claramente la verdad más profunda de la participación en Cristo. Tal comprensión es obvia en su exposición de Cristo como la Cabeza del cuerpo (en el que “las diversas partes” viven “mediante su comunión con la cabeza”), así como en el desarrollo que Gregorio hace de Cristo como el Primogénito de toda criatura (quien “ha formado nuestra vida”). En conexión con esta última imagen, Gregorio nos recuerda que los que hemos sido “renacidos ‘por agua y el Espíritu’ “y por ende “nos hemos vuelto hermanos del Señor”, hemos de reflejar a nuestro Hermano mayor en nuestra vida diaria. Escribe: “Pero, ¿qué hemos aprendido de las Escrituras en cuanto a lo que es el carácter de su vida Lo que hemos dicho muchas veces, y es, que ‘nunca hizo maldad, no hubo engaño en su boca’. Por lo tanto, si vamos a portarnos como hermanos de Aquel que nos dio vida, la victoria sobre todo pecado en nuestra vida[1] será una evidencia de nuestra relación con Él.”29

Finalmente, Gregorio comenta sobre la figura de Cristo como la Roca espiritual:

Bebiendo de Él, como de un manantial puro y sin contaminación, una persona manifestará en sus pensa­mientos tal parecido a su Prototipo como el que existe entre el agua que corre en el riachuelo y el agua que es sacada del riachuelo y que ahora llena el cántaro. Pues la pureza en Cristo y la pureza que se observa en la persona que tiene parte en Él son la misma; una está en el cauce, y la otra ha salido de él.30

“Esta es, por lo tanto, la perfección en la vida cristiana... la participación del alma, la manera de hablar y de ser de uno, en todos los nombres con que se hace referencia a Cristo, de modo que la santidad perfecta, de acuerdo al panegírico de Pablo, es algo que uno toma sobre sí mismo ‘en todo (el) ser, espíritu, alma y cuerpo’, protegiéndose continuamente en contra de mezclarse con el mal.”31

La vida cristiana que está siendo perfeccionada es esa vida en la que el cristiano está (constantemente) cambiando “gloria por gloria, haciéndose más grande mediante un crecimiento diario, continuamente perfeccionándose a sí misma, y sin jamás llegar con demasiada rapidez al límite de la perfección. Pues esto es verdaderamente la perfección, el jamás dejar de crecer hacia lo que es mejor, y jamás poner límite alguno a la perfección.”32

Sea que esto se derivó de “Macario el egipcio”, o de Gregorio de Nisa, esta es la visión de la perfección que incendió la imaginación de Juan Wesley, y que encontró una expresión nueva y vigorosa en el pensamiento y la enseñanza del reformador inglés.


[1] Sinlessness of our life, literalmente, vidas en las que no hay pecado. N. del t.