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La Perfección Cristiana en la Teología de la Reforma

La contribución más decisiva de la Reforma al concepto de la perfección cristiana fue la recuperación de la enseñanza nuevotestamentaria de que la vida cristiana cabal puede ser la posesión de cualquier persona, en cualquiera de las vocaciones de la vida. La Confesión de Augsburgo expresa tal verdad en su artículo sobre ese asunto, de la siguiente manera:

La perfección cristiana es esto, temer a Dios sinceramente, y también, concebir una gran fe, y confiar que por causa de Cristo, Dios se ha pacificado hacia nosotros; pedir, y con certidumbre esperar la ayuda de Dios en todos nuestros asuntos, de acuerdo a nuestro llamamiento; y mientras tanto hacer buenas obras visibles diligentemente, y dar atención a nuestro llamamiento. En estas cosas consiste la perfección verdadera y el verdadero culto a Dios; no consiste en el celibato, o en la mendicidad o en una apariencia vil.1

Aludiendo al trabajo de la sirvienta que cocina, y limpia la casa, y hace otras tareas domésticas, Lutero escribe: “Puesto que el mandato de Dios está allí, hasta una tarea pequeña o humilde debe ser alabada como un servicio a Dios, que sobrepasa considerablemente la santidad y el ascetismo de todos los monjes y las monjas.”2 Declaraciones como ésta se encuentran frecuentemente en los sermones de Lutero. Melanchton expresa algo muy similar: “Todos los hombres, sea cual fuere su vocación, deben buscar la perfección, o sea, crecer en el temor de Dios, en fe, en amor fraternal, y en virtudes espirituales similares.”3

A.           MARTIN LUTERO

La convicción de la santidad en la vida cotidiana del creyente cristiano fue una consecuencia directa para Lutero, de su redescubrimiento del evangelio. Para este reformador Jesús era todo. Dos verdades nuevotestamentarias controla­ron su pensamiento: la humanidad de nuestro Señor y lo céntrico de su tarea salvadora.

En primer lugar, Lutero colocó la humanidad de Jesús en el mero centro de la devoción cristiana. Muy atinadamente observa Flew: “Aparte de los evangelios y la Epístola a los Hebreos, no hay nada en la literatura cristiana antes de Lutero que se compare a su vividez, y su sentimiento profundamente religioso hacia la vida humana de Jesucristo. Es allí en esa vida humana, donde Lutero encuentra a Dios.”4 Si, como ya vimos, Bernardo desertó al Señor encarnado en las etapas más elevadas de la contemplación,5 Lutero declara lo siguiente acerca del Jesús del Nuevo Testamento:

Cuando así me imagino a Cristo, logro verlo verda­dera y atinadamente... y entonces abandono todos los pensamientos y las especulaciones acerca de la Majestad y la gloria divinas, y me apego y me adhiero a la humanidad de Cristo... y así aprendo a conocer al Padre a través de Él. De esta manera brota tal luz y conocimiento dentro de mí que me es posible conocer con certidumbre lo que Dios es, y lo que Él quiere.6

Sería difícil exagerar la importancia de este cambio radical de foco para la piedad cristiana que Lutero efectuó. Hay que recordar que la devoción medioeval consideraba que la más alta expresión de la vida espiritual era el conocimiento y el amor de Dios que se descubrían o lograban en la contemplación. Pero para Lutero el conocimiento de Dios no era un descubrimiento humano logrado mediante la contemplación, sino la revelación hecha por Dios de Sí mismo, y el don a través de Jesucristo.

Nadie experimentará a la Deidad a menos que Él quiera ser experimentado; y así quiere Él que sea, o sea, que lo podremos ver en la humanidad de Cristo. Si tú no encuentras así a la Deidad, jamás descansarás. Por lo tanto, deja que los demás sigan con sus especulaciones y hablando de la contemplación, y de cómo todo es un enamoramiento de Dios, o de cómo nosotros constante­mente estamos teniendo un anticipo de la vida eterna, y de cómo las almas espirituales principian su vida de contemplación. Pero yo te amonesto a que tú no aprendas así a conocer a Dios.7

Hay que señalar otra diferencia entre la piedad romana y la luterana. A pesar de su ideal de la contemplación intelectual de Dios, la piedad católica era intensamente ética: la perfección cristiana significaba amor perfecto, o sea amar a Dios por Sí mismo, y al prójimo en Dios. Para Lutero la experiencia religiosa del perdón de los pecados era el centro luminoso de la piedad.

Pues así como el sol brilla e ilumina con igual fulgor cuando yo cierro mis ojos, asimismo este trono de gracia, o este perdón de los pecados, siempre está allí, aunque yo caiga. Y tal como yo veo el sol otra vez cuando abro los ojos, así también yo tengo el perdón de pecados una vez más cuando miro a Cristo y regreso a Él. Por lo cual no debemos medir el perdón tan estrechamente como los necios sueñan.8

¿Cómo entonces nos hace santos la fe En primer lugar, todos los creyentes disfrutan de una perfección “por posición” o imputada. Un intérprete contemporáneo de Lutero lo explica de esta manera:

Puesto que la fe recibe y acepta el don de Dios y así es como los hombres se vuelven santos a través de la fe, “santo” se vuelve el equivalente de “creyente”. Los santos son los creyentes, y “hacer santo” significa “ser hecho un creyente”. En la explicación que Lutero da, el énfasis pasa de la santidad y del proceso de hacer santo, a la fe y al ser traído a la fe, excepto que realmente no hay diferencia entre los dos.9

En esta interpretación, la fe es la perfección. Sin embargo esto no es lo mismo a decir que Lutero no le atribuye poder santificador a la fe. En su prefacio a la Epístola a los Romanos, él explica cómo “sólo la fe (nos) hace justos y cumple la ley”. Escribe:

Pues del mérito de Cristo (la fe) nos trae el Espíritu, y el Espíritu hace al corazón alegre y libre como la ley requiere que sea. Sin embargo, la fe es una obra divina dentro de nosotros. Nos cambia y nos hace que nazcamos de nuevo de Dios (Jn. 1); mata al viejo Adán y nos hace hombres enteramente nuevos y diferentes, en corazón, espíritu, mente y capacidades, y trae consigo al Espíritu Santo. ¡Oh, esta fe es algo viviente, activo, dinámico y poderoso, y por lo tanto es imposible no hacer buenas obras incensantemente! No pregunta si hay obras buenas que se puedan hacer, sino que, antes que alguien haga la pregunta, ya las ha hecho, y está hacién­dolas siempre... Es tan imposible separar las obras, de la fe, como es imposible separar el calor y la luz, del fuego.10

En su ensayo titulado Sobre la libertad cristiana, Lutero se aproxima al asunto de la fe santificadora de otra manera. En primer lugar, las virtudes cristianas se vuelven la posesión del alma del creyente “tal como el fierro entre las brasas brilla como el fuego, debido a su unión con éste”. En segundo lugar, la fe le tributa honor a Dios al adscribirle la gloria de ser fiel a sus promesas. Al hacer tal cosa el alma se entrega a sí misma para que Dios haga con ella como le plazca. “La tercera gracia incomparable de la fe es que une al alma con Cristo, como la esposa es unida al esposo, misterio por el cual, como el Apóstol enseña, Cristo y el alma son hechos una sola carne. Todo lo que le pertenece a Cristo el alma puede demandar. Cristo es todo gracia, vida y salvación. Que la fe dé un paso hacia adelante, y así habrá la posibilidad dichosa de redención y de victoria.”

Así es cómo el alma creyente, al depositar su fe en Cristo, se vuelve libre de todo pecado, sin temor de la muerte, a salvo del infierno, y dotada con la justicia, la vida y la salvación eternas de Cristo, su esposo.11

Aquí Lutero llega al umbral mismo de la doctrina nuevotestamentaria de la perfección. Pero por apegarse a la doctrina agustiniana del pecado original, como una lujuria que permanece, o concupiscencia,12 el reformador se inhibe de declarar, con Pablo, la posibilidad de una liberación presente del pecado. Y por lo tanto escribe: “Los remanentes del pecado se aferran todavía hondamente a nuestra carne: por lo tanto, en lo que toca a la carne, somos pecadores, y esto aún después de que hemos recibido el Espíritu Santo.”13 En otro lugar escribe: “El pecado todavía está presente en todos los hombres bautizados y santos de la tierra, y ellos deben luchar contra él.”14

El pecado original, después de la regeneración, es como una herida que principia a cerrarse; aunque es una herida con vías a sanar, todavía fluyen humores de ella, y todavía está adolorida. Asimismo el pecado original permanece en los cristianos hasta que mueren, y empero ese pecado es mortificado, y muere, continuamente. Su cabeza está hecha pedazos, así que no puede condenarnos. 15

Lutero se cuida del antinomianismo. Aunque el pecado sigue siendo “sentido” en “una vida verdaderamente cristiana”, no debe ser “favorecido”. “Por lo tanto hemos de ayunar, orar y trabajar, para dominar y suprimir la lujuria... En tanto que la carne y la sangre perduren, asimismo el pecado perdurará; por lo cual siempre es algo contra lo que hay que luchar.”16 Por lo tanto, la “novedad de vida” que tenemos a través de Cristo, “sólo principia en esta vida, y jamás puede ser perfeccionada en esta carne”.17 Sin embargo, el Espíritu Santo continúa llevando adelante su obra santificadora en nosotros, si nosotros luchamos fielmente contra el pecado. “Así es como nosotros hemos de crecer constantemente en santificación, y ser más y más, ‘una nueva criatura’ en Cristo.”18

Es claro que lo que lisia la enseñanza de Lutero sobre la santificación e impide la posibilidad de una doctrina luterana de que haya una perfección evangélica presente, es la identificación que Lutero hace de la doctrina paulina de la carne con la naturaleza humana.

B.           JUAN CALVINO

La naturaleza evangélica de la teología de Calvino no admite ni la menor duda. Para él, “una verdadera conversión de nuestra vida a Dios” consiste “en la mortificación de nuestra carne y del hombre viejo, y en la vivificación del Espíritu”.19 Esto es efectuado por nuestra participación en Cristo:

Pues si participamos verdaderamente de su muerte, nuestro viejo hombre es crucificado por su poder, y el cuerpo de pecado expira, de modo que la corrupción de nuestra antigua naturaleza pierde todo su vigor (Ro. 6:5, 6). Si somos partícipes de su resurrección, somos resucitados a una novedad de vida, que corresponde a la justicia de Dios.20

“Así que, por lo tanto, los hijos de Dios son librados por la regeneración, de la servidumbre del pecado.”21 La vida del cristiano ha de ser una vida de santidad. “¿Con qué mejor cimiento puede principiar”, se pregunta Calvino, “que el de la amonestación de las Escrituras de que debemos ser santos porque nuestro Dios es santo” (Lv. 19:2).

Cuando se nos hace mención alguna de nuestra unión con Dios, debemos recordar que la santidad debe ser el ligamento de ella, no porque hayamos alcanzado la comunión con Él por el mérito de la santidad... sino porque es una propiedad muy peculiar de su gloria no tener relación alguna con la iniquidad y la impureza.22

Sin embargo, Calvino hace todo lo necesario para rechazar la idea de que está abogando por una doctrina de perfección cristiana:

Sin embargo yo no insistiría en ello como si fuese una necesidad absoluta de que la conducta de un cristiano exhale sólo el evangelio perfecto; lo cual, empero, debería ser tanto nuestro deseo como aquello a lo que aspiramos. Pero yo no requiero la perfección evangélica tan rigurosamente como para no reconocer como cristiano a esa persona que todavía no la ha alcanzado, puesto que en tal caso todos quedarían excluidos de la iglesia, ya que no se puede encontrar hombre alguno que no esté a gran distancia de esa meta.23

No es difícil descubrir la razón por la que Calvino limita la santidad cristiana asequible. Exactamente como Agustín y Lutero, Calvino ve al creyente irremisiblemente atrapado por la carne. “Nosotros afirmamos”, reitera Calvino, “que el pecado siempre existe en los santos hasta que son despojados del cuerpo mortal, puesto que su carne es la residencia de esa depravación de concupiscencia que es repugnante a toda rectitud.”24

Usando copiosamente los argumentos de Agustín, Calvino basa su pesimista posición en su comprensión de Romanos 7, y declarando con mucha seguridad: “Pablo está hablando aquí de un hombre regenerado.”25 Efectivamente, este es “el conflicto entre la carne y el espíritu que él experimentó en su propia persona”.26 En un pasaje en que cita a Platón por nombre, Calvino explica la doctrina paulina de la carne en términos platónicos: “En tanto que habitemos en la prisión de nuestro cuerpo tendremos que mantener un conflicto incesante con los vicios de nuestra naturaleza corrupta.”27

Aceptando tal concepto platónico del cuerpo, Calvino tiene que menospreciar las oraciones en las que Pablo pidió por la perfección de los creyentes; citando 1 Ts. 3:13 escribe:.

Efectivamente los celestinos antiguamente pervir­tieron estos pasajes para demostrar una perfección de justicia en la vida presente. Creemos que será suficiente contestar muy brevemente, como Agustín, “que todos los hombres piadosos deben, desde luego, aspirar a este objetivo, o sea, el aparecer un día sin culpa y sin mancha delante de la presencia de Dios; pero puesto que la excelencia suprema en esta vida no es nada más que un progreso hacia la perfección, nunca lo alcanzaremos hasta que, despojados en un instante de la mortalidad y del pecado, nos adheriremos al Señor”.

Sin embargo, yo no discutiré pertinazmente con cualquier persona que escoja atribuirles a los santos el carácter de la perfección, siempre y cuando también lo defina con las palabras del mismo Agustín, quien dice: “Cuando calificamos la virtud de los santos como perfecta, a esa perfección misma también le pertenece el reconocimiento de la imperfección, tanto de verdad como en humildad.”28

Históricamente, el calvinismo ha sido el enemigo declarado de cualquier doctrina de perfección cristiana. Sin embargo, muchos calvinistas han aceptado una doctrina de santidad práctica mediante la experiencia de ser llenos con el Espíritu Santo. De modo que, aunque estos maestros niegan la posibilidad de la destrucción del pecado, sin embargo abogan por la posibilidad de una vida de victoria sobre la vieja naturaleza que ha quedado en el creyente para aquellos que se ponen bajo la dirección y el control del Espíritu que mora. Pero, reiteran con insistencia, en tanto que los cristianos habiten en este cuerpo mortal, tendrán que contender con la vieja naturaleza de pecado. Desde nuestro punto de vista, el error de esta posición se debe a que acepta una identificación tácita del cuerpo mismo con el pecado. Tal posición es platónica, y no paulina.