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La Doctrina Wesleyana de la Perfección

“La reconstrucción wesleyana de la ética cristiana de la vida,” asevera George Croft Cell, “es una síntesis original y peculiar de la ética protestante de la gracia, con la ética católica de la santidad.” En el pensamiento de Wesley se combinan el énfasis característicamente religioso de la tradicional doctrina protestante de justificación por la fe y el interés especial del pensamiento y la piedad católicos, y resultan en el ideal de la santidad y la perfección evangélica. Esta combinación sucede primero, desde luego, en las páginas del Nuevo Testamento.1

Cell presenta argumentos muy convincentes para demostrar que esa “nostalgia por la santidad,” el anhelo de ser como Cristo que capturó la imaginación de Francisco de Asís, constituye “el meollo de la cristiandad.” Fue precisamente es­te “énfasis perdido de la cristiandad” lo que fue despertando menos y menos interés en la primera etapa del protestantismo. Cell cita la observación de Harnack, y está de acuerdo con ella, de que el luteranismo, en su comprensión puramente religiosa del evangelio, menospreció demasiado el problema moral, el Sed santos porque Yo soy santo. “Es en este preciso punto,” continúa Cell, “donde Wesley se alza a la altura de un picacho. Él restauró la menospreciada doctrina de la santidad a su sitio merecido en la comprensión protestante del cristianismo.”2

Por lo tanto, desde la perspectiva de la cristiandad histórica, la doctrina wesleyana de la perfección cristiana no es un provincialismo teológico. Al fundir la justificación y la santificación, el pecado original y la perfección cristiana, restauró el mensaje del Nuevo Testamento a su plenitud original. Wesley “había vislumbrado la unidad básica de la verdad cristiana de la que compartían tanto la tradición católica como la protestante.”3

Así comprendió Wesley su mensaje. En su sermón titulado “La Vid de Dios”, él dice:

Frecuentemente se ha hecho la observación de que muy pocos han desarrollado una idea clara en cuanto a la justificación y la santificación. ¿Quién escribió más hábilmente sobre la justificación por la fe solamente, que Martín Lutero ¿Y quién era más ignorante de la doctrina de la santificación, o más confundido en sus conceptos sobre ella... Por otro lado, cuántos escritores católicos (como Francisco de Sales y Juan Castiniza, en particular) han escrito categóricamente y con fundamen­to bíblico sobre la justificación, y sin embargo ¡desconocían completamente la naturaleza de la justificación! Tanto así que todo el cuerpo de sus teólogos en el Concilio de Trento... completamente confundió la santificación y la justificación. Pero plugo a Dios el darles a los metodistas un conocimiento cabal y claro de ambas, y la amplia diferencia entre las dos.

Sabemos, desde luego, que al mismo tiempo que un hombre es justificado la santificación propiamente principia, puesto que cuando es justificado es “nacido de nuevo”, o “nacido del Espíritu”, lo cual, aunque no es (como algunos suponen) todo el proceso de santifica­ción, es sin duda alguna, la puerta a ella. De esto también Dios ha querido darles a los metodistas una comprensión cabal...

Éstos declaran, con igual celo y diligencia, la doctrina de una justificación gratuita, cabal y presente, y la igualmente importante doctrina de entera santificación tanto de corazón como de vida; son tan tenaces en cuanto a la santidad interior como cualquier místico, pero tan interesados en lo externo como cualquier fariseo.4

El genio de la enseñanza wesleyana, afirma el doctor Cell, es que ni confunde ni divorcia la justificación de la santificación, sino que “les da igual importancia a una y a otra"

A             LA ENUNCIACIÓN WESLEYANA

La doctrina completamente desarrollada de Wesley es postulada en su libro Una clara explicación de la perfección cristiana, que fue publicado por primera vez en 1766. Su cuarta edición, publicada en 1777, representa la declaración definitiva de su posición. La perfección cristiana (título abreviado con que se conoce esa obra), incluye las declaraciones completas de casi todo lo que Wesley escribió sobre el tema antes de la publicación de ese libro. Aquí está la doctrina de la perfección tal como él la proclamó y la defendió. Al leer La perfección cristiana uno debe recordar que aquí Wesley está delineando el progreso de su propio pensamiento, y que las declaraciones de las primeras secciones no siempre representan su posición final. Es en la parte final del libro donde descubrimos la comprensión madura de Wesley en cuanto a la perfección cristiana.

El resumen de once puntos, que Wesley da y que aparece casi al fin del libro, es una presentación condensada de la doctrina:

1. Existe la perfección cristiana, porque es mencionada vez tras vez en las Escrituras.

2. No se recibe tan pronto como la justificación, porque los justificados deben seguir adelante a la perfección (He. 6:1).

3. Se recibe antes de la muerte, porque San Pablo habló de hombres quienes eran perfectos en esta vida (Fil. 3:15).

4. No es absoluta. La perfección absoluta pertene­ce, no a hombres, ni a ángeles, sino sólo a Dios.

5. No hace al hombre infalible; ninguno es infalible mientras permanezca en este mundo.

6. ¿Es sin pecado No vale la pena discutir sobre un término o palabra. Es “salvación del pecado”.

7. Es amor perfecto (1 Jn. 4:18). Esta es su esencia; sus frutos o propiedades inseparables son: estar siempre gozosos, orar sin cesar, y dar gracias en todo (1 Ts. 5:16).

8. Ayuda al crecimiento. El que goza de la perfección cristiana no se encuentra en un estado que no pueda desarrollarse. Por el contrario, puede crecer en gracia más rápidamente que antes.

9. Puede perderse. El que goza de la perfección cristiana puede, sin embargo, errar, y también perderla, de lo cual tenemos unos casos. Pero no estábamos completamente convencidos de esto hasta cinco o seis años ha.

10. Es siempre precedida, y seguida por una obra gradual.

11. Algunos preguntan: “¿Es en sí instantánea o no”... A menudo es difícil percibir el momento en que un hombre muere, sin embargo hay un instante en que cesa la vida. De la misma manera, si cesa el pecado, debe haber un último momento de su existencia, y un primer momento de nuestra liberación del pecado.5

Estos son los puntos sobresalientes de la enseñanza wesleyana. Pero la doctrina tiene una historia demasiado antigua y continua, como hemos visto, para ser clasificada meramente como una doctrina wesleyana. Juan Wesley sería el primero en repudiar tal cosa. Como Cell anota, Wesley encontró la verdad de la perfección “en la urdimbre de la tela” de las Escrituras. Su búsqueda inmediata fue estimulada por la lectura de cuatro libros: La imitación de Cristo, de Tomás de Kempis; Rules and Exercises of Holy Living and Dying por el obispo Jeremy Taylor; Christian Perfection, y A Serious Call to a Devout and Holy Life, de William Law. Pero mucho tiempo antes de Wesley, y antes de que estos escritores místicos despertaran su deseo de tener la santidad, los padres griegos y latinos habían presentado la doctrina en largas exposiciones, como hemos procurado demostrar en esta obra. Al formular su doctrina de la perfección, Juan Wesley se nutrió en las corrientes más ricas y profundas de la tradición cristiana. La conclusión que el doctor Flew hace es enteramente justa:

La doctrina de la perfección cristiana —entendida no como una declaración de que la meta final de la vida cristiana pueda alcanzarse en esa vida, sino como una declaración de que un destino sobrenatural, un logro relativo de la meta que no excluye el crecimiento, es la voluntad de Dios para nosotros en esta vida y que es asequible— yace no meramente sobre los caminos de la teología cristiana, sino sobre el camino que conduce hacia arriba.7

Pero también es cierto que Juan Wesley le dio a la doctrina un molde enteramente nuevo. La originalidad de Wesley se ve principalmente en la forma en la que él situó la verdad de la perfección en el centro mismo de la comprensión protestante de la fe cristiana. También, libró la doctrina de cualquier noción de mérito, y la presentó completamente como el don de la gracia de Dios. El amor perfecto es asequible ahora mismo, por la fe.

El hecho de que Wesley vio esto con tanta claridad lleva a Colin W. Williams a poner en tela de duda la declaración, antes citada, de Cell de que la teología de Wesley “es una síntesis... de la ética protestante de la gracia, con la ética católica de la santidad”.8 La ética católica le atribuye mérito a la santidad, pero Wesley enteramente separó la doctrina, del nivel u orden de mérito, y la ubicó en el orden de gracia. Su concepto de santificación es por la fe solamente. Esto, afirma Gordon Rupp, es lo que le dio al evangelio wesleyano su forma y su coherencia.9

Para Wesley, el mero centro de la perfección es el agape—el amor de Dios para el hombre. Su “foco ardiente” es la expiación. “El amor perdonador está en la raíz de todo ello.”10 Uno de los versículos que Wesley cita con más frecuencia es esa frase de 1 Juan: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.” El amor a Dios no es el amor natural de eros, sino el amor del hombre que responde al amor previo de Dios. La santificación, para Wesley, como la justificación, es desde principio hasta el fin la obra de Dios. La justificación es lo que Dios hace por nosotros mediante Cristo; la santificación es lo que Él hace en nosotros mediante el Espíritu Santo. “Todo... proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo” (2 Co. 5:18). Este teocentrismo definitivo y saturador libra su doctrina de la perfección, de todas las tendencias místicas y humanísticas que se encuentran en la mayoría de las enunciaciones católicas de ella.

Lo que es más, Wesley ha vencido los aspectos objecionables de la doctrina agustiniana del pecado original. En su Perfección cristiana, Wesley afirma: “Adán cayó, y su cuerpo incorruptible se volvió corruptible; y desde entonces es un peso para el alma, y estorba sus operaciones.”11 Pero en esta frase está enteramente ausente la idea platónica de un cuerpo malo, así como el énfasis agustiniano en la concupiscencia, con su identificación concomitante de la naturaleza humana y la naturaleza pecaminosa. De acuerdo a Wesley, el significado de la carne en Romanos 7 es “todo el hombre tal como él es por naturaleza”,12 (o sea, aparte de Cristo), e incluyendo ambas cosas: “un poder motivador interior de inclinaciones malas, y apetitos del cuerpo.”13 La esencia del pecado original no es la lujuria sino “el orgullo, por el cual le robamos a Dios su derecho inalienable, y usurpamos idolátricamente su gloria”.14 “Los pecados de la carne son los hijos, no los padres del orgullo; y el amor a sí mismo es la raíz, no la rama, de todo mal.”15

Esta interpretación hebraica del pecado es la perspectiva controladora de Wesley en su tarea de desarrollar su enseñanza de la santificación. Si la quintaesencia del pecado es una relación pervertida con Dios, la quintaesencia de la santidad es una relación correcta y restaurada por la gracia. De modo que para Wesley, toda santidad o perfección está en Cristo, y sólo en Cristo, puesto que sólo a través de Él somos restaurados al compañerismo con Dios. El pecado que se ha extendido como una lepra por toda el alma del hombre caído, es sanado por la gracia mediada por Cristo.

Tenemos esta gracia, no sólo de Cristo sino en Él, pues nuestra perfección no es como la de un árbol, que florece por la savia que deriva de su propia raíz, sino... como la de una rama la cual, al estar unida a la vid, tiene fruto, pero la que, si es separada de ella, se seca y se marchita.16

La declaración más elocuente de la posición de Wesley la encontramos en la parte final de la Perfección Cristiana, y dice así:

El más santo de los hombres necesita aún a Cristo como su profeta, como “la luz del mundo”. Porque Él no les da luz sino de momento a momento; desde el instante en que Él se retira de nosotros, todo es tinieblas. Necesitan aún a Cristo como su Rey, pues Dios no les da un depósito de santidad. De no recibir una provisión de santidad a cada instante, no quedaría otra cosa que impureza. Necesitan aún a Cristo como su Sacerdote, para por medio de Él presentar lo santo y consagrado de ellos a Dios. Aun la santidad perfecta es sólo aceptable a Dios por medio de Jesucristo.17

Así que Williams interpreta correctamente a Wesley al escribir: “La ‘santidad sin la cual nadie verá al Señor’, de la que Wesley habla, no es una santidad juzgada por normas morales objetivas, sino una santidad en términos de una relación ininterrumpida con Cristo el Santo. El cristiano perfecto es santo, no porque se ha elevado a cierta norma moral requerida, sino porque vive en este estado de compañerismo ininterrumpido con Cristo.”18

Esta es una doctrina protestante de la perfección. La fe es la perfección. Pero la perfección no es meramente imputada, sino que también es impartida. Merced a la fe santificadora el creyente experimenta el ser lleno con el amor de Dios por el don del Espíritu Santo (véase Ro. 5:5), y por ese mismo acto su corazón es purificado (Hch. 15:8-9). Wesley recalcó: “La entera santificación no es ni más ni menos que el amor puro, el amor que expulsa al pecado y que gobierna ambos, el corazón y la vida.” Y es lo mismo que él predicó: “Es el amor excluyendo al pecado; es el amor llenando al corazón, abarcando toda la capacidad del alma... puesto que en tanto que el amor llene todo el corazón, ¿qué lugar hay allí para el pecado”19 Su insistencia sobre esta verdad llevó a Wesley a separarse de Zinzendorf. La fe perfeccionada en amor mediante la plenitud del Espíritu es la esencia de la doctrina wesleyana de la perfección cristiana.

Wesley dijo que esta doctrina “era el gran depósito que Dios había almacenado en el pueblo llamado metodista”. Philip Schaff la llama “la doctrina final y culminante del metodismo”. Y Frederic Platt la identifica como “la doctrina preeminentemente distintiva del metodismo.”

En su libro titulado Understanding the Methodist Church, Nolan B. Harmon escribe:

La doctrina de la perfección cristiana ha sido la contribución doctrinal específica que el metodismo hizo a la iglesia universal. Juan Wesley la llamó: “La doctrina peculiar que se nos ha encomendado.” En todo lo demás hemos sido, como debemos ser, seguidores alegres y dinámicos en la corriente principal de la creencia cristiana. Pero en esta doctrina nos erguimos solos y declaramos una enseñanza que asciende sin temor, y que llega hasta el mismo cetro de Dios.20

Empero otro autor metodista, John L. Peters, reconoce lo siguiente: “Sin embargo, si queremos ser cándidos, difícilmente podemos mantener que en la enseñanza y la predicación de la iglesia (metodista) esta doctrina tiene hoy siquiera un lugar parecido al lugar tan significativo que le dio Wesley.”21 Si bien hay multitudes de metodistas que atesoran la doctrina wesleyana de la perfección cristiana, la proclamación de este mensaje ha pasado casi enteramente a las denominaciones del movimiento contemporáneo de la santidad. Este movimiento incluye a la Iglesia Wesleyana, la Iglesia Metodista Libre, el Ejército de Salvación, la Iglesia de Dios (Anderson, Indiana), y la Iglesia del Nazareno, además de varios grupos más pequeños que incluyen algunas organizacio­nes de la Sociedad de Amigos (los cuáqueros). Desde la década de 1860, la Asociación Cristiana de Santidad ha sido la expresión interdenominacional de la doctrina wesleyana. “Su propósito principal siempre ha sido la propagación del mensaje de la perfección cristiana y sus aplicaciones prácticas en los campos de las misiones, la educación y las necesidades sociales.”22

B.           HACIA UNA TEOLOGÍA DE LA PERFECCIÓN CRISTIANA

En las páginas finales de esta obra deseo sugerir un bosquejo para una doctrina contemporánea de la perfección cristiana. Teniendo presente el sendero que hemos tomado a través de la historia del pensamiento cristiano, hay varias normas finales que nos parecen justificadas:

1.                En primer lugar, una teología de perfección cristiana debe principiar con una definición lúcida del pecado. El pecado no puede tener significado alguno aparte del abuso de la libertad humana. J. S. Whale ha escrito:

La esencia del pecado es la egocéntrica repudiación del hombre de su naturaleza distintiva. Su base final es el orgullo que se rebela contra Dios y rechaza su propósito. Su manifestación activa es el amor del hombre a sí mismo, que “cambia la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible”. La libertad del espíritu filial, la libertad del hombre para Dios y en Dios, es pervertida al grado que termina siendo libertad de Dios. Imago Dei se interpreta como que quiere decir: “Seréis como Dios.”23

Si la teología wesleyana ha de ser bíblica, debe repudiar la interpretación agustiniana del pecado innato, como una concupiscencia que permanece. La depravación moral puede sólo entenderse como una consecuencia del pecado más básico, y previo, del orgullo (véase Ro. 1:18-25). El orgullo guía al hombre a buscar satisfacción en la criatura en vez de buscarla en el Creador glorioso. “Es en la obsesión indebida del hombre en lo finito donde los apetitos sensuales de la más baja clase principian a elevarse y a demandar dominarlo.”24

La gracia santificadora debe sanar al hombre en el centro de su ser; debe crucificar su orgullo ambicioso y presuntuoso. Cuando esto se logra, la sanadora gracia de Dios se extiende a todos sus afectos y deseos, haciendo de él una persona completa y sana.

2.                En segundo lugar, la doctrina de la perfección cristiana debe evitar el error de hacer de la experiencia un asunto mágico y sin implicaciones morales. Claro que una formulación clara del pecado del hombre ayudará mucho a la solución de este error. Desde luego que la purificación que el Espíritu santificador obra va más profundamente que nuestra conciencia. Sin embargo, nosotros debemos siempre insistir en que la perfección cristiana tiene su principio, en el lado humano, en una crisis moral, a la que Wesley llamó muerte al pecado, y que continúa en una relación mantenida de confianza obediente.

Wesley vio esto claramente cuando su pensamiento alcanzó madurez, y entonces nos advirtió:

¿No tiende a desviar a los hombres el hablar de un estado justificado o santificado, al guiarlos casi naturalmente a confiar en lo que fue hecho en un momento En vez de lo cual estamos agradando o desagradando a Dios, de momento en momento, de acuerdo a nuestra actitud presente y conducta exterior presentes.25

Aquí Wesley protege su posición en contra de la acusación que algunos le han hecho, y es, de que él tiende a hablar del pecado como si fuera algo, una cantidad, un objeto o cosa, como un diente cariado que es necesario sacar. El pecado no es una cantidad; es una cualidad. No es una sustancia; es una condición. El pecado es como la oscuridad; sólo puede ser expulsada por la luz. Wesley también habló del pecado en términos de enfermedad, y de Cristo como el Médico divino. Así que la santidad es la salud espiritual restaurada, pero si hemos de permanecer sanos tenemos que obedecer las leyes de Dios, que rigen el bienestar moral y espiritual. Estos son los términos dinámicos con los cuales debemos pensar en el pecado y la santidad. La entera santificación no es un acto mágico que cambia la sustancia de nuestras almas; es una crisis moral que nos restaura a una existencia cristocéntrica.

La entrada a esta vida plena y libre del pecado presupone lo que Wesley llama “el arrepentimiento de los creyentes”, que representa su convicción de que el pecado ha quedado en ellos después de la justificación. El creyente justificado, gracias a la convicción fiel del Espíritu Santo, llega a estar dolorosamente al tanto de su pecado innato, su egocentrismo y su doblada mente que le plagan. E. Stanley Jones lo explica de la manera siguiente:

La crisis de la conversión trae una liberación de los pecados crónicos, y señala la introducción de una vida nueva. La conversión es una libertad gloriosa, pero no es una libertad completa. Los pecados crónicos han desaparecido, pero las raíces de la enfermedad todavía están allí. La nueva vida ha sido introducida, pero no reina completamente. La vida vieja ha sido derrotada, pero no se ha rendido.26

El cristiano que anhela la santidad personal no puede estar satisfecho con esta condición de una mente doble. Tiene hambre y sed de justicia. Necesita traer todo el asunto a una crisis, mediante un rendimiento completo de sí mismo a Dios (véase Ro. 6:19). Esta “muerte al pecado” lo lleva a un nivel más profundo que el que alcanzó merced a su rendimiento inicial a Cristo en busca del perdón y de la vida nueva. Su motivación, para este segundo rendimiento, es una convicción profundiza­da de la naturaleza saturadora de la autoidolatría. Es una admisión franca y contrita de la pequeñez, la mezquindad, la lujuria, la ambición, el orgullo y el egoísmo de uno, así como una muerte consciente, voluntaria al yo, en amor de Dios. Al hacerlo cumplimos lo que Pablo pide al escribir: “Presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia” (Ro. 6:13).

Está muerte al pecado es ambas, gradual e instantánea, tal como Wesley explicó en la forma siguiente:

Un hombre puede estar agonizando por mucho tiempo; sin embargo, no está muerto propiamente hablando, hasta el instante en que el alma se separa del cuerpo; y en ese instante pasa a la eternidad. De la misma manera uno puede estar agonizando por algún tiempo en cuanto al pecado; sin embargo no está muerto al pecado hasta que éste sea quitado de su alma, y en este instante pasa a vivir la plena vida de amor. Y así como es diferente el cambio que se opera cuando el pecado es quitado del alma. Este cambio trascendental y sublime no puede ser comprendido hasta haberlo experimentado. No obstante esta transformación incomparable, él continúa creciendo en gracia, en amor, y en el conocimiento de Cristo, reflejando la imagen de Dios, y continuará creciendo ahora y por la eternidad.27

3.                Si bien el arrepentimiento del creyente, y su muerte al pecado deben preceder a su entera santificación, la condición indispensable es la fe. “Pero, ¿cuál es la fe por la que somos santificados, salvados del pecado y perfeccionados en amor” Meditemos cuidadosamente en la respuesta de Wesley.

Es una evidencia y una convicción divinas. En primer lugar, de que Dios lo ha prometido en las Santas Escrituras. Hasta que no estemos enteramente persuadidos de esto, no hay necesidad de pasar al siguiente escalón. Y uno pensaría que no se necesita una frase más para satisfacer a un hombre razonable en cuanto a esto, que la antigua promesa: “Circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas.” ¡Cuán claramente expresa esto el ser perfeccionado en amor! ¡Cuán fuertemente implica el ser salvado de todo pecado! Puesto que, en tanto que el amor ocupe todo el corazón, ¿qué lugar queda allí para el pecado

Es la evidencia divina y la convicción divina, en segundo lugar, de que lo que Él ha prometido, tiene poder para cumplir... Si Dios habla, será hecho. Dios dijo: “¡Sea la luz!” y fue la luz.

En tercer lugar, es una evidencia divina y una convicción divina de que Él es capaz y está dispuesto a hacerlo ahora. Y, ¿por qué no ¿No es acaso un momento para Él como mil años Él no puede carecer de tiempo para lograr cualquier cosa que sea su voluntad. Ni puede carecer, o esperar más dignidad o capacidad en las personas a quienes Él se digna honrar. Por lo tanto nosotros podemos decir audazmente, en cualquier momento o punto de tiempo: “¡Hoy es el día de salvación!”

A esta confianza, de que Dios es tanto capaz como que está dispuesto a santificarnos ahora mismo, necesita añadirse algo más: una evidencia divina y una convicción divina de que Él lo hace. En esa hora es hecho: Dios le dice al alma en su sitio más íntimo: “¡Sea hecho contigo de acuerdo a tu fe!” Entonces el alma es pura de cualquier mancha de pecado; es limpiada de “toda injusticia”. El creyente entonces experimenta el profundo significado de esas palabras: “Si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.”28

El amor perfecto siempre es un don, para ser recibido en cualquier momento, por la fe sencilla. Dios obrará en el creyente justificado su obra final de purificación. De modo que entonces, estrictamente hablando, ésta no es algo que el hombre logre, sino un regalo de Dios. ¡Crea, y posesiónese!

4.                Por ende, una doctrina bíblica de la perfección cristiana declara que la entera santificación es la acción de Dios, quien, por el Espíritu Santo, libra al alma del pecado e inaugura un nuevo dechado de devoción interior.

Es el ministerio de Dios Espíritu Santo “entrar en los recónditos del espíritu humano y obrar desde adentro de la subjetividad del hombre”. Desde adentro de nuestro ser, el Espíritu vitaliza, santifica y fortalece. La obra del Espíritu por la cual somos sanados y completados sucede

…porque la gracia de Dios no sólo es algo fuera de nosotros, manifestado en la muerte y pasión de Jesucristo, sino que (también) es un poder obrando dentro de nosotros, dirigiendo su impacto en la mismísima ciudadela de nuestra voluntad. Esta gracia interior de Dios está obrando personalmente en nuestro interior. Es Dios Espíritu Santo.29

Es muy atinada la observación del doctor Cell sobre este particular: “La santidad es el tercer término de la revelación triuna de Dios. Esta es la posición más alta imaginable para la doctrina de la santidad en la fe cristiana y su interpretación.” A continuación cita el siguiente comentario de Wesley:

El título Santo tal como se aplica al Espíritu de Dios no sólo denota que Él es santo en su propia naturaleza, sino también que nos hace santos; que Él es la gran fuente de santidad para su iglesia. El Espíritu Santo es el principio de la conversión y de la entera santificación de nuestros corazones y vidas.30

La razón, las Escrituras y la experiencia nos dan la audacia para declarar, por lo tanto, que cuando el creyente confiesa su pecado innato, entrega su corazón en amoroso rendimiento, y confía en las promesas de Dios, el Espíritu Santo se posesiona del templo interior de su alma, lo limpia, y llena todo su ser con el amor de Dios.

P. Pero, ¿cómo es que uno llega a saber que está santificado, salvo de la corrupción innata

R. No se puede saber por otro modo sino por el mismo por el cual sabemos que somos justificados. “En esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado” (1 Jn. 3:24). Lo sabemos por el testimonio y los frutos del Espíritu. Primero, por su testimonio. Como, cuando fuimos justificados, el Espíritu dio testimonio a nuestro espíritu de que nuestros pecados eran perdonados, así cuando fuimos santifica­dos Él dio testimonio de que eran quitados.31

Esta es la plena certidumbre de fe. Lycurgus Starkey comenta: “El saber interiormente que el templo ha sido limpiado por Dios, quien permanece en la plenitud de su Espíritu como su consagración, eso es el significado y el contenido de la plena certidumbre.”32

5.                Un aspecto final de una teología de la perfección es un reconocimiento franco de su naturaleza relativa. Se trata de perfección evangélica. En lugar de la ley mosaica Dios ha establecido otra ley a través de Cristo, que es la ley de la fe. Tal como Wesley nos recuerda: “No es todo aquel que hace, sino todo aquel que cree, el que recibe la justicia... o sea, el que es justificado, santificado y glorificado.”

P. ¿Es el amor el cumplimiento de esta ley

R. Indudablemente que sí. Toda la ley, bajo la cual estamos, se cumple en el amor: Romanos 13:9-10. La fe que ahora obra animada por el amor es todo cuanto Dios exige del hombre, pues Él ha reemplazado la perfección angelical por el amor.

P. ¿Por qué es el amor el fin del mandamiento

R. Porque es el fin de cada mandamiento de Dios. Pues es el centro al que se dirige todo y cada parte de la institución cristiana. Su fundamento es la fe, purificando el corazón; el fin es el amor, preservando una buena conciencia.

P. ¿Qué amor es este

R. El amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, nuestra mente, alma y fuerza; y el amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, como a nuestras propias almas.33

W. E. Sangster cree que “amor perfecto” es el verdadero nombre para la doctrina de Wesley.34 Este nombre recalca la naturaleza positiva y social de la santidad. Wesley mismo no quiso usar el término “perfección sin pecado”,[1]35 puesto que el más santo de los cristianos “quedan cortos de la ley del amor” tal como es expuesta en 1 Corintios.36 Debido a su ignorancia, los que han sido perfeccionados en amor son culpables de lo que Wesley llama “transgresiones involuntarias”37 de la ley de Dios. “Por lo tanto aun los más perfectos, por esta misma razón, necesitan la sangre expiatoria, aun por sus transgresiones externas, y pueden decir tanto para sus hermanos como para sí mismos: ‘Perdónanos nuestras deudas.’”38 Añade: “Nadie siente su necesidad de Cristo tanto como ellos; nadie depende tan enteramente en Él, pues Cristo no le da vida al alma aparte de Él, sino en Él y con Él mismo.” Luego cita las palabras de Jesús: “Sin (o aparte de) mí nada podéis hacer.”39

De modo que de esta manera Wesley presenta dos conceptos limitadores. Primero, la perfección cristiana no es absoluta sino relativa para nuestra comprensión de la voluntad de Dios. Por lo tanto, el hombre enteramente santificado siente profundamente sus imperfecciones y sus lapsos de la ley perfecta del amor, y conserva un espíritu penitente y susceptible, que le salva del fariseísmo. Nunca olvida que es justificado, no por las obras, sino por la gracia, y por ende descansa completamente en el Señor. Segundo, sabe que el amor perfecto que es el don de Dios a él a través del Espíritu, es un impartimiento “de momento en momento” de Cristo a su alma. Tal persona se apropia de la confesión de Pablo y declara: “Y yo sé que en mí, o sea en mi carne (en mí mismo aparte de la presencia de Cristo quien habita), no mora el bien” (Ro. 7:18). No hay lugar alguno para la jactancia, excepto en la gracia de Cristo, quien derrama el agape de Dios en mi ser.

La base escritural de esta posición de “perfección imperfecta” se encuentra en Filipenses 3:11-15 y en Romanos 8:17-28. Aunque por la gracia de Dios nosotros hayamos sido llevados a una edad adulta espiritual (el amor hecho perfecto), todavía somos, usando la frase de E. Stanley Jones, “cristianos en proceso”. Todavía no hemos alcanzado la meta de esa semejanza final a Cristo para la cual Dios nos alcanzó por medio del evangelio; pero sí tenemos esa exclusividad de propósito que le permite al Espíritu llevarnos hacia esa meta con firmeza (véase He. 6:1).

Al estudiar Romanos recordamos que nuestra existencia cristiana en el Espíritu es una existencia en el “tiempo entre los tiempos”, o sea, en “este tiempo presente” entre el Pentecostés y la Parousia. Por la gracia de Dios podemos vivir, ya no “en la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en” nosotros (Ro. 8:9). Pero todavía estamos en un cuerpo que no ha sido redimido, y tenemos que sufrir las “flaquezas de la carne”, que son los efectos raciales del pecado en nuestros cuerpos y mentes, las cicatrices de nuestras prácticas pecaminosas del pasado, nuestros prejuicios que estorban los propósitos de Dios, nuestras neurosis que producen depresiones emotivas y que nos hacen actuar de vez en cuando en forma que no va de acuerdo a nuestro carácter, nuestras idiosincrasias emotivas, nuestras limitaciones humanas, nuestra tendencia a preocuparnos, y mil faltas más de las que nuestro barro humano es heredero. “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (2 Co. 4:7).

Una doctrina cabalmente desarrollada de la perfección cristiana necesita ubicar la verdad de la santidad dentro del cuadro de “esta edad presente”, que es caracterizada precisamente por “estas flaquezas de la carne”. Es por esto que Pablo declara que hemos sido “en esperanza... salvados” (Ro. 8:25), la cual es la esperanza de ese golpe final de la gracia soberana que traerá a su consumación esa gran tarea de santificación que principió cuando nos convertimos. Esta es la esperanza de la resurrección. Wesley habría estado de acuerdo con Karl Barth en su declaración sobre ese versículo de Romanos: “Si el cristianismo no es completamente una escatología inquieta, no queda en él relación alguna con Cristo.”40 Nuestra teología es verdaderamente una “teología de esperanza”.

Hay personas que se burlan de tal doctrina de “perfección imperfecta”. Pero el negar la posibilidad de ser santificados por el Espíritu, y de conocer el amor perfecto de Dios, sólo porque somos criaturas finitas sujetas a las limitaciones de una existencia terrena, es perder algo que es parte vital del cristianismo del Nuevo Testamento. Por lo tanto nosotros decidimos enarbolar la paradoja wesleyana de la perfección cristiana. La verdad cabal no se gana al eliminar la tensión entre los dos polos (“perfecto” y “todavía no perfeccionado”), sino al apegamos a ambas verdades con igual énfasis. Sólo entonces puede la vida cristiana desplegar su flor, que es el ser como Cristo.

 

Devotamente creemos que Dios nos ha encomendado a nosotros los que nos consideramos wesleyanos, “el gran depósito” de esta enseñanza nuevotestamentaria de la santidad de corazón. Si cesamos de “gemir” y de “buscar” esta perfección en Cristo, si dejamos de hacer que éste sea el énfasis de la verdad de salvación que enseñamos y predicamos, si no nos apropiamos, con un espíritu contrito y susceptible de la bendición cabal del Pentecostés en nuestra vida individual, y en la vida de la iglesia, perderemos nuestra primogenitura como los seguidores de Juan Wesley. Lo más trágico de todo será que le fallaremos a Dios, quien nos ha comisionado para “pregonar y extender la santidad bíblica” a todos los confines de la tierra.

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[1]Sinless perfection

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