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Conozca la Iglesia Primitiva, Caps. IV-VI

Bernabé y Saulo (caps. 13:1-15:35)

Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado (13:2).

En los primeros siete capítulos de Hechos tenemos la historia de lo que sucedió en Jerusalén o sus alrede­dores. El suceso más importante de esa porción y en rea­lidad de todo el libro, es el Pentecostés. En los capítulos del ocho al doce vemos el evangelio extendiéndose por toda Judea y Samaria. El suceso principal de esta par­te-y el segundo en importancia en el libro-es la con­versión de Saulo. Se nos da también la historia de los principios de la Iglesia Cristiana en Antioquía de Siria. Así, ya estaba listo todo para el tercer suceso de impor­tancia, la inauguración de las misiones extranjeras. La evangelización del mundo es la empresa magna de la his­toria humana.

I.             EL PRIMER VIAJE (capítulos 13-14)

1.            Apartadme a Bernabé y a Saulo (13: 1-3)

Cada gran movimiento espiritual ha empezado en un servicio de oración. Las misiones extranjeras de los Estados Unidos principiaron en el famoso "servicio de oración junto a una era" en Williamstown, Massachu­setts. Unos cuantos estudiantes universitarios buscaron refugio a la sombra de unos manojos de paja durante una tempestad. Allí discutieron la necesidad de llevar el evan­gelio a los inconversos de tierras lejanas. Con una carga en el corazón oraron que Dios enviara obreros a su viña. Y sus oraciones fueron contestadas con muchos miles de misioneros que desde entonces han rodeado el mundo con el mensaje de salvación.

Así fue en el principio del primer esfuerzo misione­ro. Cinco ministros ("profetas") y maestros esperaban en oración y ayuno. El líder era Bernabé, hombre de gran corazón, que vino originalmente de Chipre. Estaba también Simón, el negro ("Niger" quiere decir "negro"), probablemente del África. Estaba Lucio de Cirene, en el norte del África. El cuarto era Manaén, el hermano de crianza de Herodes Antipas. El último era Saulo. Berna­bé y Saulo no se identifican aquí, puesto que los dos han sido mencionados antes en los Hechos.

El Espíritu Santo habló a los corazones de los que oraban: "Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado." Dios pidió los mejores obreros de la iglesia local para los campos extranjeros. Muchas ve­ces algunos piensan que necesitan los de más capacidad en las iglesias locales. Pero un estudio de la historia de las misiones revela que Dios llama a hombres capacita­dos para encabezar las conquistas de continentes.

La iglesia de Antioquía obedeció la voz del Espíritu. Después de más ayuno y oración los dos misioneros esco­gidos fueron separados para este servicio especial por la imposición de manos.

Aquí hay un ejemplo claro del plan de Dios. El Espí­ritu llamó; la iglesia reconoció el llamamiento; los hombres fueron "despedidos" por la iglesia (v. 3) y a la vez "enviados por el Espíritu Santo" (v. 4). Esta coope­ración Divina y humana aseguró el éxito de la nueva aventura.

Dios no solamente escogió a los hombres; también seleccionó la ciudad. La iglesia de Jerusalén tenía una perspectiva judaica demasiado limitada. Así que Antio­quía de Siria vino a ser el centro local para la evangeliza­ción del mundo gentil. La descripción de Hechos 11: 19­27 nos revela la razón. Los cristianos de Antioquía esta­ban libres del nacionalismo estrecho y énfasis legal que caracterizaba a la iglesia de Jerusalén. Antioquía suce­dió a Jerusalén como el segundo gran centro del cristia­nismo.

2.            La Puerta de la Fe Para los Gentiles (13:4-14:28)

a.            Chipre (13:4-12). Llevando al joven Juan Mar­cos como "ayudante," los dos misioneros "descendieron a Seleucia." Este era un puerto en el Mediterráneo, a 16 millas de distancia. De allí "navegaron a Chipre," una distancia de 130 millas.

Chipre, a sólo 60 millas de la costa de Siria, es la ter­cera isla en tamaño en el Mediterráneo, como de 150 millas de largo y 40 de ancho. Era famosa por la fertilidad de su tierra y por los depósitos de cobre, de donde recibió su nombre de Chipre.

Las razones para ir primeramente a esta isla son obvias. La iglesia de Antioquía había sido fundada en parte por los de Chipre (11:20). Era también, original­mente la casa de Bernabé, el líder designado del grupo.

Los misioneros desembarcaron en Salamina, en la costa del este de la isla. Aquí "anunciaban la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos" (v. 5). Bernabé y Saulo eran más afortunados que la mayoría de los misione­ros de hoy que tratan de evangelizar un nuevo país. En casi cada ciudad donde entraron encontraron un púlpito y una congregación ya preparada. Como judíos devotos, enseñados en las Escrituras, podían hablar en cualquiera sinagoga judía. ¡Nunca han encontrado misioneros puer­ta más abierta-aunque en muchos casos pronto se cerró de golpe ante su rostro!

Bernabé y Saulo hicieron un viaje misionero por la isla, probablemente predicando el evangelio en sus mu­chos pueblos. Al fin llegaron a Pafo, en la costa del oeste. Aquí sucedieron varias cosas. Primeramente, fueron in­vitados a predicar ante Sergio Paulo, el procónsul ro­mano de la isla, quien tenía allí su oficina. Un mago ju­dío llamado Barjesús-Bar es el aramaico por "hijo," la etimología de Elimas (v. 8) es incierta-se opuso a la predicación de los dos misioneros, procurando retener su poder sobre el gobernador. Pero Saulo, "lleno del Espíri­tu Santo" (v. 9), les profetizó su castigo por su cegue­ra en luchar contra Dios. El resultado fue que el pro­cónsul aceptó la fe cristiana (v. 12).

Un cambio significativo tuvo lugar en este punto. Saulo dejó su nombre judío adoptando su nombre ro­mano, Pablo (v. 9). Como ciudadano romano viviendo entre los gentiles de ahora en adelante, era mejor que lo conocieran por su nombre romano. Además, llegó a ser el líder del grupo misionero. Cuando salieron de Chi­pre, era "Pablo y sus compañeros" (v. 13). De aquí en adelante es por lo general "Pablo y Bernabé" en vez de "Bernabé y Saulo," como antes.

b.            Perge (13:13). Saliendo de Pafo, el grupo na­vegó como ciento setenta millas a Perge de Panfilia, en el continente de Asia Menor, que ahora es Turquía. Aquí su joven ayudante, Juan Marcos, los dejó y volvió a Je­rusalén. Probablemente tuvo varias razones por su triste fracaso. Puede ser que extrañara mucho a su madre. Tal vez sintió resentimiento de que Pablo tomara el lugar de su primo Bernabé como líder del grupo. Tal vez tenía miedo del viaje difícil y peligroso sobre las montañas del interior, O puede ser que haya enfermado de malaria en la tierra baja de la costa. Hay razón para creer que un ataque de paludismo fue lo que causó a Pablo decidir de pronto que debían ir por las montañas.

c.            Antioquía de Pisidia (13:14-52). Es "Antioquía de Pisidia" y no "Antioquía en Pisidia" porque Antio­quía estaba fuera de la frontera de Pisidia, aunque cerca de ella. Estaba situada como cien millas al norte de Per­ge y tenía una altitud de casi cuatro mil pies sobre el ni­vel del mar.

Pablo y Bernabé fueron a la sinagoga el sábado. Des­pués de que se leyeron las lecciones regularmente asig­nadas de "la ley" (el Pentateuco) y los profetas, los prin­cipales de la sinagoga invitaron a los misioneros a que hablaran. Pablo aprovechó de la oportunidad y dio su primer sermón registrado en los Hechos.

Empezó con una referencia breve al éxodo de Egip­to (v. 17), la conquista de Canaán (v. 19), el período de los jueces (v. 20), y los reinos de Saúl (v. 21) y de David (v. 22). Entonces pasó por alto varios siglos hasta el Hijo de David, "Jesús por Salvador a Israel" (v. 23). Juan el Bautista lo había profetizado (vrs. 24-25); los gobernado­res judíos lo habían profetizado (vrs. 26-29) mas Dios lo había resucitado (vrs. 30-37). Sólo por medio de él se recibe la salvación (vrs. 38-39). El sermón terminó con una amonestación breve (vrs. 40-41) citada de Ha­bacuc 1:5.

Después del servicio "muchos judíos y convertidos devotos al judaísmo" (versión moderna) pidieron que Pablo les predicara otra vez el siguiente sábado (v. 42-43). Había tanto interés que el siguiente sábado "se jun­tó casi toda la ciudad para oír la palabra de Dios" (v. 44). Pero los principales de los judíos tenían celo al ver la po­pularidad de los apóstoles-como lo habían tenido más antes en el caso de Jesús-y se opusieron a la predica­ción (v. 45). Esto hizo que Pablo y Bernabé declararan: "he aquí, nos volvemos a los gentiles" (v. 46). Dos re­sultados se siguieron: muchos gentiles aceptaron a Cristo (v. 48), pero los judíos celosos levantaron un tumulto y expulsaron a los misioneros del pueblo (vrs. 49-50). Estos sacudieron el polvo de sus pies (véase Mateo 10:14) y se fueron a Iconio, unas ochenta millas por el camino ro­mano al este. Pero no estaban desanimados. El relato dice: "Y los discípulos estaban llenos de gozo por ser llenos del Espíritu Santo.

d.            Iconio (14:1-7). En esta ciudad principiaron de nuevo en la sinagoga. Aquí "hablaron de tal manera que creyó una gran multitud de judíos, y asimismo de grie­gos." Mas otra vez los judíos que "no creían" o que "no obedecían" (versión moderna) -la palabra griega tiene los dos significados-reunieron a los gentiles en contra de los apóstoles. Aunque los misioneros continuaron, pre­dicando por "mucho tiempo" (v. 3), al fin las cosas lle­garon a su punto culminante. Judíos y gentiles, juntos, trataron de apedrearlos (v. 5). Los apóstoles tuvieron que huir a Listra (v. 6), unas veinte millas al sur.

e.            Listra (14:8-20). En Listra, Pablo sanó a un hombre que había sido cojo desde su nacimiento (vrs. 8-10). En su excitación la gente habló en su lengua nativa licaónica-que los apóstoles no podían entender-dicien­do: "Dioses bajo la semejanza de hombres han descen­dido a nosotros" (v. 11). Llamaron a Bernabé Júpiter (latín) o Zeus (griego). A Pablo lo llamaron Mercurio (latín) o Hermes (griego). Evidentemente esto se debió a que Bernabé era más grande e impresionante en su pa­recer, en tanto que Pablo era más joven y activo. Inci­dentalmente, se dice que Hermes era atractivo y joven. Esto no está de acuerdo con la leyenda frecuentemente repetida de que Pablo era jorobado y que tenía una nariz aguileña pero corva en medio y las piernas encorvadas.

Cuando los apóstoles vieron al sacerdote de Zeus alistarse para ofrecerles sacrificio, de pronto lo detuvie­ron. "Rasgaron sus ropas"-una expresión típica orien­tal de aflicción-y se lanzaron entre la gente protestando que no eran dioses (vrs. 14-17).

Pero la popularidad pronto cambió a oposición. Los judíos de Antioquía e Iconio, no satisfechos con haber expulsado a los misioneros de aquellas dos ciudades, los siguieron hasta Listra. Pronto la gente que había tratado de hacer un sacrificio a Pablo lo apedrearon, y lo arras­traron fuera de la ciudad dejándolo como muerto. Pero evidentemente sólo estaba inconsciente. Rodeado por discípulos tristes, Pablo se levantó y volvió a la ciudad. El siguiente día se había recobrado lo suficiente como para poder acompañar a Bernabé hacia Derbe, cuarenta millas al este por el camino romano.

f.             Derbe y el regreso (14:21-28). Solamente se hace una mención breve a la predicación en Derbe (v. 21a). El grupo misionero ya había llegado al punto más lejano de su primer viaje misionero. El camino más corto de regreso a Antioquía habría sido por tierra-por los puer­tos de Cilicia, por Tarso, el pueblo natal de Pablo, y dan­do la vuelta del Mediterráneo. En efecto ya habían venido como una tercera parte de la distancia que había entre Antioquía de Pisidia y Antioquía en Siria. El curso más fácil y más sencillo habría sido seguir el camino romano hacia el este y al sur.

Pero con Pablo siempre era otra cosa lo que deter­minaba sus decisiones, y a saber: ¿Qué es lo mejor para el reino de Dios Con este móvil, los misioneros volvie­ron por Listra, donde habían apedreado a Pablo, de allí a Iconio y Antioquía, donde sus vidas habían sido ame­nazadas por las multitudes enemigas. Pablo merece ser nombrado entre los grandes héroes de todos los tiempos.

El propósito del regreso era para confirmar "los ánimos de los discípulos, exhortándoles a que permane­ciesen en la fe, y diciéndoles: Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios" (v. 22). ¡Este último punto ciertamente era la norma en estas ciudades!

El versículo 23 es importante pues indica la forma más antigua de gobierno para la iglesia local. Los apósto­les "constituyeron ancianos en cada iglesia." Listra y Derbe son dos de las muy pocas ciudades en que Pablo pre­dicó en donde no se menciona una sinagoga judía. Pero aún allí fueron fundadas congregaciones de convertidos.

Volviendo hacia la costa, los misioneros predicaron en Perge, situada a unas cuantas millas de allí por un río. Luego descendieron al puerto de Atalía. De allí na­vegaron a Antioquía de Siria, donde informaron a la igle­sia. La noticia principal fue que Dios "había abierto la puerta de la fe a los gentiles" (v. 27).

II.           EL CONCILIO EN JERUSALEN (capítulo 15)

1.            Si no Os Circuncidáis (15:1-5)

En medio del regocijo de la conversión de los gen­tiles llegaron unos judaizantes de Jerusalén. Lanzaron una negra nube sobre el cielo resplandeciente con la declaración: "Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos" (v. 1). ¡Pero los cristianos gentiles en Antioquía eran salvos y lo sabían!

Pablo y Bernabé, en su viaje misionero reciente, ha­bían visto a muchos gentiles ser salvos sin la circunci­sión. Así que protestaron en contra de esta doctrina ju­daizante. Por fin la iglesia de Antioquía decidió enviar a los dos apóstoles a Jerusalén para pedir de los ancianos una decisión del asunto (v. 2). En su camino testificaron que Dios estaba salvando a los gentiles, lo cual causó gran gozo entre los cristianos (v. 3).

Al llegar a Jerusalén fueron recibidos por la iglesia, e informaron sobre cómo Dios había bendecido sus es­fuerzos en Chipre y en Asia Menor (v. 4). Pero unos fa­riseos convertidos-que sin duda todavía practicaban los requisitos del judaísmo-declararon: "Es necesario cir­cuncidarlos, y mandarlos que guarden la ley de Moisés" (v. 5). En otras palabras, querían que Pablo y Bernabé pidieran la circuncisión de todos sus nuevos convertidos gentiles, enseñándoles a guardar la ley judía. Esto habría hecho del cristianismo sólo una secta del judaísmo y habría impedido efectivamente que llegara a ser una gran religión mundial, adaptada igualmente a todas las naciones e individuos. Este era el argumento más crucial que hasta ahora había confrontado la Iglesia de Jesucris­to.

2.            Pedro Se Levantó (15:6-11)

Después de la discusión en la reunión pública de la Iglesia (vrs. 4-5), los apóstoles y ancianos se reunieron en una sesión más secreta para decidir esta pregunta im­portante. Cuando el debate continuó por algún tiempo, Pedro se levantó. En cuanto a él, ya la pregunta había si­do decidida en la azotea de la casa en Jope (10:9-16). Recordó a sus oyentes que Dios le había escogido para abrir la puerta de la salvación para los gentiles, en la casa de Cornelio (v. 7).

Hechos 15:8-9 presenta una combinación significa­tiva. Pedro declaró que en la casa de Cornelio Dios dio el Espíritu Santo a los gentiles, lo mismo que a los judíos en el día del Pentecostés. Entonces declaró que en los dos casos la venida del Espíritu Santo resultó "purificando por la fe sus corazones." La conclusión clara, entonces, es que cuando la gente está llena del Espíritu Santo sus corazones están purificados de todo pecado (véase 1 Juan 1:7).

Pedro terminó con una pregunta y una declaración. La pregunta: "¿Por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar" (v. 10). La declara­ción: "Creernos que por la gracia del Señor Jesús sere­mos salvos, de igual modo que ellos" (v. 11). La manera en que un judío podía ser salvo era la misma que para un gentil--por medio de la fe en Jesucristo. La ley no era un medio de salvación.

3.            Jacobo Respondió (15: 12-21)

El discurso de Pedro hizo callar a los judaizantes. Ya estaban listos para escuchar a "Bernabé y a Pablo"- esto es la orden natural en Jerusalén, donde tenían a Ber­nabé en más estima-cuando informaron acerca de su misión gentil.

Cuando terminaron, Jacobo-el hermano de Jesús y principal de la iglesia de Jerusalén-dio el veredicto. Dijo: "Yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios, sino que se les escriba que se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre" (vrs. 19-20). Luego agregó (v. 21) que si uno quisiera seguir la ley judía podría asistir a la sinagoga y oírla allí. El objetivo de la Iglesia era predicar a Cristo Jesús.

4.            Ha Parecido Bien Al Espíritu Santo y a Nosotros (15:22-29)

Los apóstoles y los ancianos, con toda la Iglesia, es­cogieron a Judas y a Silas para acompañar a Pablo y a Bernabé a Antioquía. Con ellos enviaron una carta diri­gida a los cristianos gentiles "en Antioquía, en Siria y en Cicilia" (v. 23). Lo primero que hizo la carta fue negar que los judaizantes que habían causado la dificultad fue­ron comisionados por la iglesia de Jerusalén (v. 24). También elogiaba a "Bernabé y Pablo" y daba palabras de estímulo a Judas y a Silas. Después vino la gran de­claración: "Ha parecido bien al Espíritu Santo, y a noso­tros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias" (v. 28). A esto siguieron los "edictos" del Concilio en Jerusalén. Los gentiles deberían de abstener­se de carne ofrecida a ídolos, de sangre, de animales aho­gados y de fornicación. Pero estaban libres de la obliga­ción de la circuncisión y la observación de la ley de Moisés.

Esta era una gran decisión. Si el elemento judaizan­te hubiera triunfado, el cristianismo hubiera sido ahogado desde sus principios por los esfuerzos del judaísmo. Con lo que resultó, la nueva fe estuvo libre para "rodear al mundo con la salvación."

5.            Se Regocijaron (15:30-35)

Pablo y Bernabé volvieron de prisa a Antioquía, juntaron a la iglesia, y entregaron la carta. Fue una hora de gran triunfo para ellos y de justificación del evangelio que predicaban. Cuando los cristianos en Antioquía oye­ron la carta, "se regocijaron por la consolación" (v. 31). Judas y Silas se unieron a ellos en el regocijo y añadie­ron su palabra de exhortación (v. 32). Entonces fueron despedidos para volver a Jerusalén (v. 33).

PREGUNTAS

1.            ¿Quiénes fueron los dos primeros misioneros nombrados

2.            ¿A dónde fueron en su primer viaje

3.            ¿Qué pasó en Pafo

4.            ¿Qué se nos dice de la obra en Antioquía de Pisi­dia

5.            Describa lo que sucedió en Listra.

6.            ¿Cuál fue el propósito del Concilio de Jerusa­lén, y a qué decisión llegaron

CAPITULO V

A Macedonia (caps. 15:36-21:16)

Pasa a Macedonia y Ayúdanos (16:9).

I.             VOLVAMOS (15:36-39)

Pablo era de tal espíritu pionero, que no podía que­darse mucho tiempo en un lugar. Así que un día sugirió a Bernabé que empezaran otra vez y visitaron de nuevo las iglesias que habían fundado en su primer viaje.

Entonces vino un conflicto. Bernabé quería llevar con ellos a su primo Juan Marcos. Pero Pablo no tenía paciencia para quien les había desertado antes. Su per­sonalidad agresiva no vio excusa alguna para tal con­ducta.

Bernabé no quería ir sin Marcos, y Pablo no se de­cidía a ir con él. Había sólo una solución para el proble­ma. Bernabé llevó a Marcos y volvió a Chipre, un terri­torio natal. No oímos más de él. Pablo escogió a un nuevo compañero, Silas, y visitó otra vez el Asia Menor.

¿Quién tenía razón Todo lo que sabemos es que más tarde Pablo escribió: "Toma a Marcos y tráele contigo, porque me es útil para el ministerio" (II Timoteo 4: 11). El joven al fin justificó la fe que Bernabé puso en él.

II.           EL SEGUNDO VIAJE (15:40-18:22)

1.            Asia (15:40-16: 10)

a.            Siria y Cilicia (15:40.41). Estos dos países for­maban una provincia romana en ese tiempo. No hay re­gistro en el Nuevo Testamento de la fundación de estas iglesias que Pablo ahora confirmó. Probablemente resultaron de sus esfuerzos evangelísticos durante los seis años transcurridos entre su salida de Jerusalén y su lle­gada a Antioquía (véase Gálatas 1:21).

b.            Derbe y Listra (16:1-5). Es probable que Pablo visitara su pueblo natal, Tarso, y después haya ido al norte por las Puertas de Cilicia a las montañas Taurus y de allí a la parte central de Asia Menor. Vino primera­mente a Derbe, que era el último lugar de su viaje mi­sionero anterior.

En Listra se les unió un ayudante joven llamado Ti­moteo, cuya madre era judía cristiana, pero cuyo padre era griego pagano. Pablo lo circuncidó, probablemente para estar seguro de que sería aceptable a los judíos, en­tre los cuales regularmente principiaba su obra en una nueva ciudad. Esto no tenía nada que ver con la salva­ción de Timoteo. Simplemente fue un sabio plan mi­sionero.

Aunque la carta del concilio en Jerusalén había sido dirigida específicamente a los gentiles cristianos en An­tioquía, Siria y Cilicia (15:23), Pablo anunció las orde­nanzas a las iglesias gentiles que había fundado en Gala­cia. Estas estaban situadas en Derbe, Listra, Iconio, y Antioquía de Pisida. El resultado fue una firmeza a la vez que un aumento en las iglesias de allí (v. 5).

c.            Troas (16:6-10). En realidad Antioquía estaba en Frigia "hacia Pisidia." La provincia romana de Galacia incluía Pisidia y parte de Frigia (lo demás estaba en la provincia de Asia). Si "Galacia" (v. 6) quiere decir la provincia o solamente la parte del norte donde los ga­los antiguos habían morado en el tercer siglo A.C. no se puede determinar. "Asia" puede referirse a la sección costera de la provincia de aquel nombre, pues los misio­neros tenían que pasar por allí para llegar a Troas. Pero el significado bien pudo haber sido que fueron prohibi­dos de "hablar la palabra en Asia" aunque podían pasar por allí.

Cuando llegaron cerca de Misia (en el noroeste de la provincia de Asia) quisieron dar vuelta para el norte a Bitinia, una provincia junto al Mar Negro al norte de Asia. Pero "el Espíritu de Jesús" (así dice en los manus­critos griegos más antiguos) no se los permitió. Así que no había otra cosa que hacer que tomar el camino del oeste a Troas. El viaje de Antioquía de Pisidia era co­mo de cuatrocientas millas. Se tomaría tres o cuatro se­manas de viaje.

Troas era el extremo de la tierra. Más allá estaba el Mar Egeo-y Europa. Cerca estaban las ruinas de la anti­gua Troas. Pero Pablo no tuvo tiempo para ellas. Busca­ba territorio para evangelizar. Tal vez las prohibiciones en contra de predicar en Asia y Bitinia lo hubieran de­jado un tanto frustrado. Sin duda pidió sinceramente la dirección divina para el siguiente paso. Al fin llegó- una visión en la noche. Pablo vio a un hombre rogándole: "Pasa a Macedonia y ayúdanos" (v. 9).

Algo nuevo se introduce en el versículo diez. Por primera vez en el libro, el autor escribe en primera per­sona. Esto es el principio de lo que se llama "los pasajes del sujeto nosotros," donde el escritor participó en los sucesos.

Evidentemente Lucas se reunió con el grupo de Troas. Tal vez Pablo, al llegar a la costa otra vez, haya sufrido un relapso de paludismo y haya tenido que con­sultar a un médico. Si así fue, éste era el doctor Lucas. De todos modos acompañó a los misioneros a Filipos. Puesto que el relato cambia otra vez a "ellos" en 17:1, pensamos que Lucas se quedó en Filipos, probable­mente como pastor, por unos seis años hasta que Pablo regresó en su tercer viaje. Entonces el "nosotros" se usa de nuevo (20:6).

2.            Europa (16:11-18:22)

a.            Filipos (16:11-40). El grupo misionero navegó de Troas, en Asia, y después de parar una noche en la isla de Samotracia llegó a Neópolis ("Nueva Ciudad") en Europa. De este puerto anduvieron diez millas para el interior hacia Filipos. Nombrado en honor de Felipe de Macedonia, el padre de Alejandro el Grande, Filipos era una colonia romana. Estas colonias, de las cuales una parte de los habitantes gozaban el codiciado privilegio de ciudadanía romana.

Aquí no había sinagoga judía. Pablo encontró a unas cuantas mujeres reunidas en un servicio de oración un sábado junto al río cercano. Se juntó con ellas y les ha­bló acerca de Jesús, el Salvador. Lidia, vendedora de púrpura de la ciudad de Tiatira (provincia de Asia), fue la primera convertida mediante el ministerio de Pablo en Europa. Ella insistió en que los misioneros se que­daran por un tiempo en su casa (v. 15).

En la ciudad había una muchacha que tenía espíritu de adivinación. Siguió a los misioneros gritando que eran "siervos del Dios Altísimo" (v. 17). No le gustó a Pablo el testimonio de una persona tal, así que echó fuera el espíritu (v. 18). Los dueños de la muchacha se enojaron por haber perdido su ganancia y llevaron a Pablo y a Silas ante los magistrados. Aquí los acusaron de ser ju­díos que "alborotan nuestra ciudad, y enseñan costum­bres que no nos es lícito recibir ni hacer, pues somos ro­manos" (vrs. 20-21). Esta fue una acusación seria para traer ante una corte romana.

La acusación, por supuesto, era falsa. Mas el engaño evidentemente tuvo éxito en un medio ambiente antise­mita de esta colonia romana. Pablo y Silas fueron azota­dos con varas y echados en el calabozo de más adentro de la cárcel, poniendo sus pies en el cepo.

Sin poder dormir a causa del dolor y de la posición incómoda, "a media noche, orando Pablo y Silas, canta­ban himnos a Dios" (v. 25). Un terremoto abrió las puer­tas de la cárcel y las prisiones de todos se soltaron. El car­celero, despertado por el terremoto, vio las puertas abiertas. Pensando que los presos se habían escapado, se iba a matar, porque era ley romana que en caso de esca­parse los prisioneros el guarda tendría que sufrir el cas­tigo que merecían los criminales bajo su cuidado. Pero Pablo lo detuvo con la seguridad de que todos los presos estaban allí.

Cuando el carcelero temblando preguntó: "¿Qué es menester que yo haga para ser salvo", Pablo y Silas res­pondieron: "Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo" (v. 31). Esta expresión ha sido citada muchas veces en forma superficial como prueba de que todo lo que uno ne­cesita hacer para ser salvo es "creer en Jesucristo." Pero tenernos que equilibrarlo con la respuesta de Pedro, "Arrepentíos" (2: 38; 3: 19). Una aceptación meramente intelectual de la verdad del evangelio no salva a nadie.

D. L. Moody definió la fe salvadora como "asentir, con­sentir y tornar." La aceptación mental tiene que ser se­guida por el consentimiento de la voluntad a obedecer a Dios a fin de que uno sea verdaderamente salvo. Evi­dentemente el carcelero se arrepintió. Creyó y fue bau­tizado esa misma noche.

La mañana siguiente los magistrados enviaron algua­ciles con el recado de que se soltara a los misioneros. Pero Pablo rehusó salir de la cárcel hasta que los magis­trados vinieran y lo exoneraran públicamente de culpa. Cuando los magistrados entendieron que habían azotado y encarcelado a ciudadanos romanos sin ser condenados (v. 37), vinieron con múltiples excusas. Este era un cri­men serio, por lo cual podrían sufrir duro castigo.

¿Por qué hizo Pablo tal cosa No fue por orgullo personal. Sabiamente demandó que la nueva iglesia cris­tiana en Filipos quedara libre de la mancha de haber sido principiada por criminales.

Cuando salieron de la cárcel los misioneros visitaron el hogar de Lidia. Evidentemente "los hermanos" se ha­bían reunido allí (v. 40). ¿Habían pasado la noche en oración por los prisioneros, como hizo el grupo en la casa de la madre de Juan Marcos (12:12) De todos modos la casa de Lidia, probablemente construida alrededor de un patio grande, proveyó el lugar para las reuniones de la iglesia en Filipos. Según los registros, Lidia tuvo el honor de tener en su casa la primera congregación cris­tiana en Europa. ¡Qué historia tan preciosa salió de aque­llos pequeños principios!

b.            Tesalónica (17: 1-9). De Filipos los misioneros caminaron-posiblemente a caballo-algunas treinta mi­llas a Apolonia, y finalmente casi cuarenta millas a Te­salónica. Si los dos lugares mencionados primeramente fueron paradas de noche probablemente fueron a caba­llo, puesto que la distancia que uno podía ir a pie en un día sería como veinte millas. Evidentemente no predi­caron en este viaje de cien millas a lo largo del gran Ca­mino Ignaciano.

Tesalónica era la capital de Macedonia. Situada al extremo del golfo Málico. Era entonces un centro co­mercial de importancia y todavía lo es hoy. De aquí en adelante Pablo trabajó casi exclusivamente en las gran­des metrópolis del imperio.

Como era su costumbre, Pablo principió en la sina­goga. Por tres sábados "disputó con ellos de las Escritu­ras, declarando y proponiendo, que convenía que el Cris­to padeciese, y resucitase de los muertos; y que Jesús, el cual yo os anuncio, decía él, éste era el Cristo" (vrs. 2-3). Esto nos da un resumen excelente de cómo Pablo trató con los judíos. Primero tenía que demostrarles que sus Escrituras (nuestro Antiguo Testamento) enseñaban que el Mesías tendría que sufrir (véase Isaías 53). Después podía presentar al Cristo crucificado como el Mesías.

El resultado de la predicación de Pablo fue que "al­gunos" de los judíos creyeron, pero "de los griegos pia­dosos gran número" y "no pocas" de las esposas de per­sonas de buena posición en la ciudad (v. 4). Esto va de acuerdo con I Tesalonicenses 1:9, donde se implica claramente que la mayoría de los cristianos tesalonicen­ses eran gentiles.

Los judíos envidiosos juntaron a un grupo de gente y arremetieron contra la casa de Jasón, buscando a los misioneros. Cuando no los hallaron, llevaron a Jasón y a otros cristianos ante los gobernadores de la ciudad. Di­jeron de Pablo y Silas: "éstos que alborotan el mun­do." Contra ellos se presentó una acusación. Una acusa­ción política seria: "Todos estos contravienen los de­cretos de César, diciendo que hay otro rey, Jesús" (v. 7). Esta acusación falsa-semejante a la de Filipos-era su­ficiente para hacer enojar a cualquiera corte romana.

c.            Berea (17:10-15). Habiendo tenido su aviva­miento y alboroto acostumbrado, Pablo tuvo que huir de Tesalónica. El y Silas escaparon de noche hacia Berea, cin­cuenta millas más al oeste, por el Camino Ignaciano. Allí encontraron una sinagoga.

Los de Berea eran más nobles que los judíos de Tesa­lónica porque "recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras, para ver si estas co­sas eran así" (v. 11). El resultado fue que "creyeron ellos" (v. 12).

Pero los judíos de Tesalónica siguieron a Pablo tal como habían pasado en Galacia en el primer viaje (14:19), y organizaron oposición en Berea. Así que Pablo, centro de la agitación, fue enviado a otro lugar en tanto que Silas y Timoteo se quedaron para continuar la obra. Algunos amigos acompañaron a Pablo hasta Atenas- unas cuatrocientas millas por mar o sea un viaje de tres semanas por tierra-para estar seguros de que llegara con bien. Con ellos él envió un mensaje para Silas y Timoteo de que le siguieran lo más pronto que pudieran (v. 15).

d.            Atenas (17:16-34). En Atenas, Pablo proseguía un ministerio de dos aspectos. Los días sábado disputaba en las sinagogas con los judíos y prosélitos y durante la semana disputaba con los que se reunían en la plaza.

Fue hallado por unos epicúreos, quienes creían que el bien supremo era el placer, y estoicos, que creían que el bien supremo era la virtud. Burlándose de él, decían: "¿Qué quiere decir este palabrero (literalmente, 'pizca­dor de semillas')" (v. 18) Lo trajeron al Areópago. Es­te era el juzgado que originalmente se reunía en el Ce­rro de Marte, pero que ahora tal vez se reunía cerca del agora o mercado.

Ante la corte del Areópago-quizá en el cerro de Marte-Pablo habló a los ciudadanos reunidos. Su obser­vación de que eran "más supersticiosos" (v. 22), se tra­duce mejor en "muy religiosos." Lo anterior no era de buen tacto para empezar. Entonces se refirió a un al­tar que había visto con la inscripción: "AL DIOS NO CONOCIDO." Procedió a identificar a este Dios no co­nocido como el Creador, quien ahora denuncia a todos los hombres que se arrepientan y se preparen para el juicio. La resurrección de Jesucristo es la garantía de este juicio (vrs. 23-31).

La mención de la Resurrección causó burla. Sola­mente unos pocos creyeron, aunque uno de ellos era miembro de la corte reverenciada del Areópago. No oímos de una iglesia en Atenas hasta el segundo siglo, aunque sin duda los pocos creyentes formaron un compañerismo.

e.            Corinto (18:1-17). Si Pablo fue a pie a Corinto, la distancia habrá sido como setenta millas-lo suficiente para permitirle juzgar su ministerio en Atenas, con sus pocos resultados, y decidir cómo principiar en Corinto. Resulta significativo que más tarde escribiera a los Co­rintios: "No me propuse saber algo entre vosotros, sino a Jesucristo, y a éste crucificado" (I Corintios 2:2).

Evidentemente Pablo llegó en Corinto casi sin dine­ro, porque buscó la calle de los que hacían tiendas. Allí encontró empleo y un lugar para vivir con Aquila y Priscila. Aquila era un judío que había nacido en Ponto (en Asia Menor). Había ido a Italia, pero había sido ex­pulsado de Roma por el emperador Claudio.

Durante la semana Pablo trabajaba en su oficio. Ca­da sábado "disputaba en la sinagoga" (v. 4). Cuando Silas y Timoteo al fin llegaron de Macedonia (Tesalónica y Berea), Pablo "estaba entregado por entero a. la palabra (v. 5) y predicó más urgentemente a los judíos que Jesús era el Mesías. Como casi siempre-Berea era la excepción-los judíos se le opusieron. Otra vez (véase 13:46) Pablo declaró: "Desde ahora me iré a los gentiles" (v. 6).

Se estableció un nuevo centro de predicación junto a la sinagoga en la casa de Justo. Aquí el apóstol conti­nuó su ministerio por año y medio (v. 11) -la estancia más larga de que se tenga noticia en cualquier lugar hasta ahora.

Cuando Galión llegó a ser procónsul de Acaya (Gre­cia) en el verano de 51 A.C., los judíos aprovecharon su venida y llevaron a Pablo a la corte. La acusación que presentaron contra él fue: "Este persuade a los hom­bres a honrar a Dios contra la ley" (v. 13). Lo que im­plicaron fue que era contra la ley romana. Mas Galión vio su duplicidad. Con justicia penetrante les dijo que si fuera un caso civil ("agravio") o un caso criminal ("cri­men enorme") lo juzgaría. "Mas," continuó, "si son cues­tiones de palabras, y de nombres, y de vuestra ley, vedlo vosotros." Eliminó el juicio de la corte. No tenía nada que ver con la ley romana.

Crispo, el prepósito de la sinagoga, había sido salvo antes (v. 8). Ahora el nuevo prepósito de la sinagoga, Sóstenes, fue azotado (v. 17). Tal vez esto haya ayudado a su conversión (véase I Corintios 1:1).

f.             Éfeso y el regreso (18:18-22). Cuando Pablo sa­lió de Corinto llevó consigo a "Priscila y Aquila"-evi­dentemente ella tenía más habilidad que él. El apóstol había hecho un voto-probablemente un voto nazareo- en Cencreas, puerto del este de Corinto. De allí navega­ron al este unas doscientas cincuenta millas por el Mar Egeo a Éfeso. Pablo dejó a sus compañeros allí y navegó a Cesarea. De allí "subió a Jerusalén, y después de salu­dar a la iglesia, descendió a Antioquía" (v. 22) para ha­cer su informe.

III.          EL TERCER VIAJE (18:23-21:16)

1.            Asia (18: 23-19: 41)

Evidentemente Pablo empezó en la misma direc­ción como en su segundo viaje, yendo al norte a Siria y Cilicia y luego al oeste por Asia Menor. En su camino vi­sitó las iglesias de Galacia.

El último párrafo del capítulo 18 nos habla del mi­nisterio de Apolos en Éfeso. Este era un judío natural de Alejandría, Egipto, centro de la segunda universidad en tamaño en aquel tiempo. Elocuente y bien enseñado en las escrituras del Antiguo Testamento, sin embargo sa­bía solamente las verdades elementales de Jesús. Priscila y Aquila le enseñaron más y decidió pasar a Corinto. Su ministerio consistió principalmente en probar a los judíos por medio de sus escrituras que Jesús era el Me­sías.

a.            Éfeso (capítulo 19). Pasando por las regiones su­periores, Pablo llegó a Éfeso. Esta era una ciudad prin­cipal de la provincia de Asia, una gran metrópoli co­mercial, pero hoy día en ruinas. Aquí, el apóstol pasó tres años (véase 20:31), el período más largo que en cualquier otro lugar.

Pablo encontró aquí una docena de "discípulos." Evidentemente, algo les faltaba a ellos. Así que les pre­guntó: "¿Recibisteis el Espíritu Santo habiendo creído" (literalmente, según el griego). Dijeron que no habían oído del Espíritu Santo. Sorprendido, Pablo preguntó: "¿En qué pues fuisteis bautizados" La respuesta fue: "En el bautismo de Juan." Pablo les habló de Jesucristo, quien Juan había anunciado como el Mesías. Luego estos doce aceptaron a Jesús como Salvador y "fueron bauti­zados en el nombre del Señor Jesús" (v. 5), y por pri­mera vez llegaron a ser miembros de la comunidad cris­tiana. Después de esto Pablo les impuso las manos sobre ellos y recibieron el Espíritu Santo (v. 6). Estos discípu­los de Juan el Bautista fueron convertidos a Cristo y también llenos del Espíritu Santo bajo el ministerio del apóstol. Estas dos experiencias de crisis se distinguen aquí con claridad.

Como en Corinto, el ministerio de Pablo tuvo dos fases. Por tres meses disputó con los judíos en la sina­goga (v. 8). Cuando ellos resistieron su mensaje se cam­bió a la escuela de Tyranno, donde enseñó diariamente por dos años. De este centro el evangelio se extendió por la provincia de Asia-a Colosas, Laodicea, y las otras ciudades mencionadas en el segundo y el tercer capítu­los de Apocalipsis.

Hubo una gran hoguera de "libros" (v. 19) -rollos mágicos de papiro. Muchos rollos semejantes se han ha­llado por los arqueólogos. El valor total de las materias supersticiosas quemadas fue como de 10,000 dólares.

Pablo tenía el propósito de hacer un viaje por Mace­donia a Acaya, navegar a Jerusalén, y entonces visitar Roma (v. 21). Envió a Timoteo y a Erasto a Macedonia, mientras se quedó en Éfeso ("Asia") un poco más (v. 22). ¡No había tenido todavía el tumulto ordinario!

Pero pronto llegó. Como en Filipos, la persecución resultó por razones monetarias. Demetrio juntó a los di­rigentes de los plateros que hacían templecillos de Diana y les avisó que el éxito del evangelismo de Pablo ponía en peligro el futuro de sus ganancias. Pronto los plateros estaban gritando: "Grande es Diana de los Efesios" (v. 28). De repente se juntó un tumulto y arrebataron a dos de los compañeros de Pablo, llevándolos al gran teatro, donde cabían como veinte y cinco mil personas. Aquí, por dos horas (v. 34) el gentío loco gritó desatinadamen­te, la mayoría de ellos sin saber por qué se habían jun­tado (v. 32). Al fin, el escribano apaciguó la multitud (v. 35).

El gran templo de Diana en Éfeso era una de las sie­te maravillas del mundo antiguo. Había sido construido para cuidar "la imagen venida de Júpiter" (v. 35). Es­to probablemente era un meteorito negro el cual los ancianos superticiosos creían que había venido de los dioses y por lo tanto poseía poderes mágicos.

2.            Europa y el Regreso (20:1-21:16)

a.            Macedonia y Grecia (20: 1-5). Ya que había su­cedido un alboroto, Pablo salió del pueblo. Anduvo por Macedonia-Filipos, Tesalónica, y tal vez Berea-hasta que llegó a Corinto ("Grecia"). Aquí pasó tres meses con esta iglesia que le había preocupado tanto (véase I y II Corintios). Estando para navegar a Siria (Palestina), se dio cuenta de que le fueron puestas acechanzas por los judíos-probablemente pensaban lanzarlo del barco a la mar-así que volvió por tierra por Macedonia. Llevó consigo representantes de las iglesias de Berea, Tesaló­nica, Derbe, Listra (Timoteo) y Éfeso ("Asia"). Estos fueron delante de él a Troas.

b.            Troas (20:6-12). En la primavera ("pasados los días de los panes sin levadura"), cuando podían navegar otra vez con seguridad, Pablo y Lucas ("nosotros" v. 6), navegaron de Filipos a Troas. Esta vez tomó cinco días, en comparación con dos en el viaje anterior (16:11). Esto se debió a los vientos contrarios.

Pablo se quedó una semana en Troas. Tenemos men­ción significativa por primera vez en los Hechos, del "primer día de la semana" (v. 7) como el nuevo día cris­tiano para el servicio de adoración, tomando el lugar del sábado el último día de la semana de los judíos (véase Apocalipsis 1:10). Los discípulos se reunieron pa­ra un servicio de comunión ("a partir el pan") y Pa­blo predicó hasta la media noche. Para entonces un oyen­te se había dormido-había muchas lámparas encendidas en el aposento alto-y se había caído de la ventana. ¡Impávido, Pablo lo pronunció vivo, y siguió su dis­curso hasta el alba!

c.            Mileto (20:13-38). Después de predicar toda la noche Pablo prefirió andar a pie todo el día las veinte mi­llas o más a Asón. Evidentemente habían tenido un via­je duro desde Filipos-cinco días-y quería un paseo quieto. En Asón-unas cuarenta millas por mar-o to­maron el barco y navegaron treinta y cinco millas a Mitilene, donde pasaron la noche. Al día siguiente nave­garon sesenta millas y se quedaron cerca de Chio, una isla a cinco millas de la costa y famosa por ser el lugar donde nació Homero, el primer escritor griego. Al día si­guiente navegaron unas setenta millas a la isla de Samos, suelo nativo del filósofo Pitágoras. Según algunos de los manuscritos griegos se detuvieron en Trogilio, en la cos­ta de Asia Menor. Debido al deseo de Pablo de estar en Jerusalén el día de Pentecostés (v. 16), y tal vez por causa de vientos noroestes, no entraron a Éfeso pero siguieron a Mileto, unas treinta millas de Samos.

Es interesante notar que cuando Lucas está con el grupo, los apuntes del viaje son más completos y con más detalles. Esto es natural y una prueba contingente de la autenticidad del relato. También se refleja aquí el interés de Lucas en la literatura griega y en la filosofía, cuando menciona estos lugares de nacimiento. Era un gran viajero y conservaba cuidadosamente un diario de navegación de sus viajes. Probablemente Lucas haya leído y viajado más que la mayoría de los cristianos del primer siglo-era un caballero griego con múltiples deberes y una personalidad generosa.

De Mileto, Pablo envió un recado a Éfeso, treinta y cinco millas distante-y casi doble esa distancia por tierra o mar-y pidió a los ancianos de la iglesia de allí que vinieran. Les recordó su sufrido ministerio entre ellos, en público y en las casas (vrs. 18-21). Había testificado "a los judíos y a los gentiles arrepentimiento para con Dios, y la fe en nuestro Señor Jesucristo" (v. 21). Estas dos actitudes-el arrepentimiento para con Dios y la fe en Jesucristo-son exactamente lo que se necesita para ser salvo.

Pablo les impartió sus presentimientos de lo que le acontecería en Jerusalén (vrs. 22-23), mas declaró: "Pe­ro de ninguna cosa hago caso" (v. 24). El anuncio triste era que ya no los vería más (v. 25). Había cumplido fiel­mente su ministerio en Éfeso (vrs. 26-27). Ahora amones­ta a los ancianos: "Por tanto mirad por vosotros, y por todo el rebaño" (v. 28). Esta es la orden apropiada de énfasis para todos los obreros cristianos; lo que somos es más importante que lo que decimos. Pablo sabía bien que los lobos amenazarían el rebaño (v. 29). Todavía peor, algunas de las ovejas se convertirían en cabras (v. 30). Lo único que el apóstol podía hacer era decir: "Os en­comiendo a Dios, y a la palabra de su gracia: la cual es poderosa para sobreedificaros, y daros herencia con todos los santificados" (v. 32). Les recordó otra vez de su mi­nisterio generoso en Éfeso (vrs. 33-35). El versículo 35 cita un dicho de Jesús que se encuentra en los Evange­lios: "Más bienaventurada cosa es dar que recibir"-una verdad hermosa que Pablo ejemplificó en su vida. En­tonces se puso de rodillas e hizo una oración de despe­dida con estos ancianos.

d.            Tiro (21: 1-6). Saliendo de Mileto, el grupo mi­sionero navegó "Con rumbo directo a Cos" unas sesenta millas de allí. Al día siguiente el barco cubrió las ochenta millas más o menos a la famosa isla de Rodas. Después de otro día de unas setenta millas llegaron a Pátara, en la costa de Licia. Allí hallaron un barco que pasaba a Fe­nicia y fueron en él. (Todavía se consideraban los barcos de Fenicia como los mejores). Navegaron unas cuatro­cientas millas (como cuatro días) a Tiro, la ciudad prin­cipal de Fenicia. Allí pasó Pablo una semana con los cristianos.

El cuarto versículo contiene una frase extraña. Los discípulos en Tiro "decían a Pablo por el Espíritu, que no subiese a Jerusalén." ¿Desobedeció el apóstol al Espíritu Santo cuando siguió Parece que la mejor manera de in­terpretar este versículo es que el Espíritu reveló a los cristianos que la vida de Pablo estaría en peligro en Je­rusalén. Naturalmente le aconsejaron que no fuera. Pero él sintió que era la voluntad de Dios, y así siguió adelante.

e.            Tolemaida (21:7). Este pueblo estaba como vein­te y cinco millas al sur de Tiro por la costa. Es la ciudad moderna de Acre, la última plaza fuerte de las cruzadas y al otro lado de la Bahía de Acre de la actual ciudad de Haifa.

f.             Cesarea (21:8-16). Treinta millas más adelante, y por la costa, estaba Cesarea, cuartel general del gobierno romano en Palestina. No se dice si el grupo anduvo o na­vegó; es probable que haya navegado. Herodes el Grande había construido un enorme muelle haciendo de éste, el mejor puerto en la costa de Palestina. Hoy Cesarea está en ruinas y Haifa es el puerto principal.

El grupo misionero se quedó en la casa de "Felipe, el evangelista," quien era "uno de los siete" (véase 6:5). Sus labores evangelísticas descritas en el capítulo ocho, le habían ganado este título singular. También tenía cua­tro hijas solteras que eran predicadoras.

Mientras los misioneros estuvieron allí el profeta Agabo (véase 11:28) advirtió a Pablo otra vez la pena se­vera que esperaba al apóstol de Jerusalén. Como en Tiro, los discípulos le rogaron que no siguiera. Pero Pablo esta­ba listo "a morir en Jerusalén por el nombre del Señor

Jesús" (v. 13). Así que fue. El y sus compañeros subieron a Jerusalén, unas sesenta y cinco millas de distancia. Evidentemente se detuvieron de noche en la casa de Mnasón en Antipatrios o Jope, porque le llevaría dos días al menos para hacer el viaje.

PREGUNTAS

1.            ¿Quiénes fueron los compañeros de Pablo en su segundo viaje misionero

2.            ¿En qué nuevo territorio entró Pablo

3.            Describa lo que sucedió en Filipos.

4.            ¿Dónde principió Pablo su ministerio en Tesa­lónica y cómo fue recibido

5.            Describa el ministerio doble de Pablo en Atenas.

6.            Relate lo que sucedió en Corinto, Éfeso y Mileto.


CAPITULO VI

Jerusalén-Cesarea-Roma (caps. 21:17-28:31)

Llegamos a Jerusalén (21: 17); llegaron a Cesarea (23:33); llegamos a Roma (28:16).

I.             JERUSALEN (21:17-23:35)

1.            Cuando Llegamos a Jerusalén (21:17-40)

a.            Pablo entró. a Jacobo (21:17-26). Pablo y su compañía fueron bien recibidos por la iglesia de Jerusa­lén (v. 17). Al día siguiente habló a la junta directiva de la iglesia ("todos los ancianos") acerca de su ministerio entre los gentiles (v. 18). El informe fue recibido con gratitud; pero entonces se hizo una proposición fatal. Los miles de cristianos judíos todavía estaban guardando los reglamentos del Antiguo Testamento. Circulaba el ru­mor de que Pablo enseñaba a los judíos de la Dispersión a no observar la ley. Para acabar con esta crítica se su­girió que se reuniera con otros cuatro hombres que te­nían voto-probablemente un voto nazareo-para pro­bar que "tú también andas. guardando la ley" (v. 24). En cuanto a los cristianos gentiles, ya habían sido librados de la obligación a la ley por los decretos del concilio en Jerusalén (v. 25). Conforme a su voluntad de hacerse "a todos de todo" (I Corintios 9:22), Pablo se unió con los hombres en el voto.

b.            ¡Mátale! (21:27-40). Los siete días de la purifi­cación del voto (véase Números 6:9) casi habían ter­minado cuando unos judíos de Asia-donde habían odiado a Pablo (14:19) -reconocieron al apóstol en el Tem­plo. Inmediatamente le echaron mano, acusándole de ha­ber contaminado el lugar santo por traer griegos allí (v. 28). Basaron su acusación en que habían visto a un cris­tiano gentil de Éfeso con Pablo en Jerusalén. Traer a un gentil dentro del templo-que no fuera el Patio de los Gentiles-era un crimen capital. En el museo de Estanbul hay una inscripción griega que antes estaba en la pared entre el Atrio de los Gentiles y el Atrio de las Mujeres. Dice: "A ningún extranjero se le permite entrar dentro de la balaustrada y la parte que rodea el Santuario. Quien sea sorprendido allí se hace acreedor al castigo de muerte que inevitablemente sucederá." ¡La cosa irónica es que hoy día ningún judío puede entrar en ese lugar! Es un sitio sagrado de los mahometanos.

Cuando la multitud quiso matar a Pablo, el tribuno de la compañía romana en Jerusalén lo salvó. La gente estaba tan enfurecida que los soldados tuvieron que lle­varle por la escalera que subía a la "fortaleza" (Torre de Antonia). Pero antes de ser puesto dentro de la fortale­za, el apóstol pidió permiso para hablar a la gente. El tri­buno estaba sorprendido de que Pablo hablara griego, pensando que era un revolucionario egipcio (vrs. 37-38). Pablo contestó con orgullo que era judío de Tarso, "ciu­dadano de. ciudad no obscura" (v. 39). Cuando se le dio el permiso de hablar a la gente, les habló en aramai­co ("hebreo").

2.            Oíd la Razón (capítulo 22)

a.            Soy judío (22:1-5). Primeramente Pablo descri­bió su vida como judío. Nacido en Tarso, había sido edu­cado en Jerusalén a los pies de Gamaliel, uno de los ra­binos principales de ese día. El, tanto como sus oyentes, era celoso de Dios (v. 3). En efecto, había "perseguido este camino hasta la muerte" (v. 4). El príncipe de los sacerdotes podría comprobar que Pablo había recibido cartas del Sanedrín ("todos los ancianos") dándole autoridad de prender a los cristianos judíos en Damasco y traerlos presos a Jerusalén para ser castigados (v. 5).

b.            Me rodeó mucha luz del cielo (22:6-16). No fue culpa de Pablo que no haya cumplido esta comisión. Je­sús lo había detenido en el camino de Damasco y deman­dó su rendición. Obedeciendo el mandamiento de Dios, se había convertido a Cristo y había sido bautizado (v. 16).

Esta es la segunda descripción de la conversión de Saulo (véase capítulo 9). Una diferencia en detalle en los dos relatos merece una palabra de explicación. En el relato anterior dice que los compañeros de Saulo oyeron una voz (9:7). Aquí leemos: "no oyeron la voz de él que hablaba conmigo" (v. 9). Pero en el primer pasaje "voz" quiere decir "sonido" (véase Juan Wesley: "sonido"). Los viajeros compañeros de Saulo oyeron un sonido pero no entendieron las palabras habladas.

c.            Yo te tengo que enviar. a los gentiles (22:17-21). Pablo relató que en una visita a Jerusalén más tarde Dios le había hablado en el templo. Cuando objetó, el Señor dijo: "Ve, porque yo te tengo que enviar lejos a los gentiles" (v. 21). Esta declaración enfureció a la multitud.

d.            Este hombre es romano (22:22-30). La reacción de los judíos al discurso de Pablo fue tan violenta (v. 22-23) que el tribuno tuvo que mandar que lo metieran al cuartel ("fortaleza"). Por si fuera un criminal peligro­so, ordenó a los soldados que lo examinaran con azotes (v. 24). El azote romano consistía en tiras largas de cue­ro con pedazos de metal en los cabos. Muchos morían bajo estos latigazos.

Pablo no vio ninguna razón para sufrir esto. Así que dijo al centurión: "¿Os es lícito azotar a un hombre ro­mano sin ser condenado" (v. 25). La libertad del azote era uno de los derechos de la ciudadanía romana. Inme­diatamente el centurión informó al tribuno, el cual vino de prisa. "Dime, ¿eres tú romano" Pablo le aseguró que no solamente él, sino que su padre también había si­do ciudadano romano-un honor que el tribuno no podía pretender (v. 28). El tribuno ya le había hecho mal a Pablo al atarlo (v. 29). Decidió llevar al apóstol ante el Sanedrín para ver qué tenían los principales de los ju­díos en contra de él (v. 30).

3.            Clamó en el Concilio (23:1-10)

a.            Yo con toda buena conciencia he conversado (23:1-5). El apóstol inmediatamente declaró su inocen­cia. El sumo sacerdote, Ananías, exasperado, mandó a los que estaban delante de él que le hirieran en la boca. El apóstol respondió con una amonestación de juicio: "Dios te golpeará a ti, pared blanqueada" (v. 3).

Muchas veces se ha hecho la pregunta de cómo es que Pablo podía decir que no reconoció al sumo sacerdo­te (v. 5). Puede ser que éste no estuviera en su silla acos­tumbrada a la cabeza del Sanedrín, o posiblemente la vis­ta de Pablo ya era tan mala que le impidió ver quien fue él que habló.

b.            Yo soy Fariseo (23:6-10). Cuando Pablo notó que el Sanedrín estaba compuesto de fariseos y sadu­ceos, decidió dividirlos. ¡Que pelearan unos en contra de los otros en vez de todos en contra de él! Así pasó. Ya los fariseos estaban a favor de él (v. 9). Cuando pa­reció otra vez que estos airados religiosos despedaza­rían a Pablo, el tribuno lo llevó otra vez a la fortaleza.

4.            Que le Llevasen en Salvo a Félix (23:11-35)

a.            Esta conjuración (23:11-22). La noche después de la reunión del Sanedrín el Señor consoló a Pablo y le aseguró que vería Roma como había deseado (v. 11). Necesitaba este consuelo, porque el día siguiente cua­renta judíos hicieron voto de que no comerían ni bebe­rían hasta que hubieran matado a Pablo. Le matarían cuando lo trajeran otra vez ante el Sanedrín.

Felizmente un sobrino del apóstol oyó las asechan­zas e informó a su tío en la fortaleza (v. 16). Pablo lo en­vió al tribuno (v. 17).

b.            Llegaron a Cesarea (23:23-35). Con mucha alar­ma, el tribuno tomó precauciones extraordinarias. ¡Pa­blo fue favorecido con una escolta de cuatrocientos sol­dados de a pie y setenta de a caballo! Salieron de noche, a las nueve, con órdenes de llevarle "en salvo a Félix, el gobernador" (v. 24). El tribuno escribió una carta a Fé­lix, en la cual ocultaba la verdad, diciendo que él pri­meramente salvó a Pablo porque sabía que era romano (v. 27). Los soldados acompañaron a Pablo hasta Anti­patris-como la mitad del camino a Cesarea-y luego dejaron que los de a caballo lo llevaran hasta Cesarea. Así que Pablo llegó a Cesarea a salvo.

II.           CESAREA (capítulos 24-26)

1.            Félix (capítulo 24).

a.            Príncipe de la secta de los nazarenos (24:1-9). Cinco días después de que Pablo llegó a Cesarea, el su­mo sacerdote y los ancianos descendieron de Jerusalén para presentar sus acusaciones a Félix. Trajeron consigo un orador Tértulo para actuar como abogado contra Pa­blo.

Tértulo empezó su discurso con mucha adulación típica. En este caso fue notoriamente insincera porque en vez de "grande paz" y "muchas cosas. bien gober­nadas" (v. 2), el reino de Félix había estado marcado por tumulto constante y crueldad sin piedad. En reali­dad, la condición inestable de la nación se demostraba gráficamente por el tamaño de la escolta militar que acompañó a Pablo de Jerusalén. Los judíos desprecia­ban y aborrecían a Félix, mas su odio por Pablo permi­tió no hacer caso de esta adulación mentirosa.

Tértulo entonces presentó la acusación. El prisionero era "una plaga y promotor de sediciones entre todos los judíos por todo el mundo, y cabecilla de la secta de los nazarenos" (v. 5). Peor que todo-ante los ojos ju­díos-había profanado el Templo. Los judíos lo hubieran juzgado, mas Lisias "con gran violencia" (¡) lo quitó de sus manos. Los judíos todos se unieron en un coro de común acuerdo (v. 9).

b.            Ni pueden probar (24:10-21). Las primeras pa­labras de Pablo en su defensa presentan un contraste no­table con las de Tértulo. Habló sencillamente y con ver­dad: "Porque se que desde hace muchos años ha eres juez de esa nación con buen ánimo haré mi defensa" (v. 10). No dijo qué clase de gobernador había sido Fé­lix. Pero le ayudaría a Pablo que el gobernador supiera la situación de los judíos.

El apóstol declaró que solamente doce días habían pasado después de que llegó a Jerusalén de Cesarea (vé­ase 21:27; 24:1). En la breve semana en Jerusalén no ha­bía tiempo para levantar una insurrección. Entonces negó completamente sus acusaciones: "Ni te pueden probar las cosas de que ahora me acusan."

En su discurso el apóstol hizo una gran declaración de su fundamento básico de vivir: "Procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y los hombres" (v. 16). Continuó diciendo el propósito de su visita a Jerusa­lén (v. 17). Los judíos de Asia, que lo habían alborotado, debían ser los que conducían la persecución (vrs. 18-19). Entonces desafió a los judíos de Jerusalén a que cita­ran una sola cosa que él había hecho mal (v. 20). La única cosa que posiblemente podrían mencionar era su alegación ante el Sanedrín (v. 21).

c.            Mas en teniendo oportunidad (24:22-27). Félix, "estando bien informado de este camino" (v. 22) -es de­cir, consciente del conflicto entre el cristianismo y el ju­daísmo-propuso una decisión. Pablo tenía razón en su expresión de placer de que Félix había sido gobernador lo suficiente para entender la situación en Palestina. Al apóstol le fue dada considerable libertad (v. 23).

Unos días más tarde Félix vino con su esposa judía, Drusila, y pidió a Pablo que les hablara más de la nueva fe cristiana (v. 24). A los dieciséis años de edad esta biz­nieta de Herodes el Grande había encantado a Félix tanto con su belleza que la indujo a dejar a su esposo, el rey Aziz. No era de extrañar que el gobernador tem­blara cuando el apóstol disertó "de la justicia, del do­minio propio, y del juicio venidero" (v. 25). Mas no es­taba listo a confesar sus pecados. En vez de hacer eso, dijo: "Pero cuando tenga oportunidad te llamaré."

Pero su hora del arrepentimiento nunca llegó. Se­guía hablando con Pablo, esperando un cohecho. ¡Un hombre que podía traer una ofrenda grande de Grecia, Macedonia y Asia Menor a los santos pobres en Jerusa­lén ciertamente podía pedir dinero para su libertad! Cuando no hubo tal cohecho, Félix dejó a Pablo preso, aunque sabía que merecía la libertad. Esperaba así ganarse el favor de los judíos. Pero cuando más tarde mató a un gran número de judíos en una insurrección en Ce­sarea, la nación demandó que lo regresaran a Roma. Festo tomó su lugar.

2.            Festo (capítulo 25)

a.            Vinieron los principales de los judíos contra Pablo; y le rogaron, pidiendo gracia contra él (25:1-5). Tres días después de que Festo llegó a Cesarea como go­bernador de Judea, visitó a Jerusalén. Aquí los principales de los judíos le presentaron el caso de Pablo y solicitaron que Festo hiciera que el prisionero fuese traído a Jeru­salén. Pensaban matarle en el camino (v. 3). Pero Festo sabiamente respondió que Pablo quedaría en Cesarea y que "los que de vosotros puedan" (v. 5), debían ir allí para hacer sus acusaciones.

b.            A César apelo (25:6-12). Cuando el tribunal se abrió de nuevo en Cesarea, con el nuevo gobernador co­mo juez, los judíos presentaron "contra él muchas y graves acusaciones, las cuales no podían probar" (v. 7). La respuesta de Pablo era aún más específica que en el primer tribunal (24:11-13). Ahora declaró: "Ni con­tra la ley de los judíos, ni contra el templo, ni contra Cé­sar he pecado en nada" (v. 8).

Festo, queriendo congraciarse con los judíos, pre­guntó a Pablo si quisiera ir a Jerusalén. Pero el apóstol le recordó que él sabía que era inocente (v. 10). Sabiendo qué destino le esperaba en Jerusalén, aprovechó de su derecho como ciudadano romano y exclamó: "A César apelo" (v. 11). Esto inmediata y automáticamente quitó el juicio de las manos de Festo y lo transfirió al tribunal de Roma.

c.            Agripa y Bernice (25:13-27). Herodes Agripa II era el hijo de Herodes Agripa I, cuya muerte se describe en el capítulo doce, y por tanto, el biznieto de Herodes el Grande. Drusila, la esposa de Félix, era su hermana, como también lo era Bernice. Había bastante escándalo sobre las relaciones de Agripa con su hermana. "Mucha pompa" (v. 23) era muy característica de los Herodes.

Festo le habló a Agripa sobre el caso de Pablo. Igno­rante de las costumbres judías, no podía comprender preguntas hechas "acerca de su superstición" (v. 19). Cuando Agripa expresó su deseo de ver a Pablo, Festo consintió en tener una audiencia con solamente los tri­bunos militares y principales hombres de la ciudad (v. 23). Festo indicó su deseo de que le ayudaran a formu­lar una carta para mandar al emperador (v. 26), puesto que él no sabía de ningún crimen real del que acusaban a Pablo (v. 27).

3.            Agripa (capítulo 26)

a.            He vivido fariseo (26:1-5). Pablo empezó ex­presando su placer de tener el privilegio de defenderse ante Agripa, quien sabía "todas las costumbres y cues­tiones que hay entre los judíos" (vrs. 2-3). Los Herodes, aunque originalmente edomitas, eran en parte judíos a causa del casamiento con la familia macabea.

Pablo afirmó que todos los judíos sabían su forma de vida desde su niñez. Sabían bien que había vivido fariseo (v. 5), la secta más rigurosa de la religión judía.

b.            Cuando los mataron, yo di mi voto (26:6-11). Como Fariseo, Pablo había considerado su deber castigar a los cristianos. Esto hizo, no solamente en Jerusalén, sino "hasta en las ciudades extrañas" (v. 11). Cuando eran muertos, "yo di mi voto" (v. 10). Esta traducción correcta del griego sugiere que Pablo podría haber sido miembro del Sanedrín.

c.            Vi una luz del cielo (26:12-18). Este es el tercer relato de la conversión de Saulo (véase capítulos 9, 22), uno de los sucesos más importantes del primer siglo. Esta era la única, aunque suficiente, razón que Pablo podía dar por haberse convertido del judaísmo al cristianismo.

Era la comisión de Pablo abrir los ojos de los genti­les, para que recibieran dos cosas: "por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados" (v. 18).

d.            No fui rebelde a la visión celestial (26:19-23). Pablo inmediatamente fue tan celoso en propagar el cristianismo como había sido en perseguirlo. El progreso rápido de su ministerio se indica: "en Damasco, y Jeru­salén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles" (v. 20). Fue por esto que los judíos querían matarlo (v. 21). Pero no predicaba más que lo que los profetas y Moisés profetizaron (v. 22).

e.            Por poco me persuades (26:24-32). Para Festo la mención de la resurrección de Cristo era una tontería. A gran voz dijo: "Estás loco, Pablo; las muchas letras te vuelven loco" (v. 24). Pablo negó esta acusación, y entonces se volvió de Festo y apeló directamente al rey Agripa.

El tono de la respuesta de Agripa no se puede acla­rar bien en el griego. Puede traducirse: "Por poco me persuades a ser cristiano;" "Con poca persuasión me ha­rías cristiano" o "¡En poco tiempo piensas hacerme cris­tiano!" Es probable que Agripa fuera más cínico que sin­cero, aunque puede ser que haya sentido profunda con­vicción.

Con esto terminó la audiencia. El rey se levantó in­mediatamente como señal de despedirlos. ¡No quería más llamada al altar! Pero en conferencia aparte estaba de acuerdo con Félix en que Pablo era inocente y podría ser librado si no hubiera apelado a César (v. 32).

III.          ROMA (capítulos 27-28)

1.            Habíamos de Navegar Para Italia (27:1-28:15)

a.            Cesarea a Creta (27: 1-8). Pablo y otros prisio­neros fueron puestos bajo el cuidado de Julio, un cen­turión de la compañía Augusta. Salieron de Cesarea en una nave de Adrumentina, ciudad portuaria cercana a Troas. Aristarco de Tesalónica estaba en el grupo. El uso de "nosotros" muestra que Lucas también acompañó a Pablo en este viaje determinado por Dios. Durante los dos años que el apóstol pasó encarcelado en Roma, Lucas probablemente había pasado el tiempo en Palestina jun­tando los materiales necesarios para su Evangelio y la primera parte de los Hechos.

La nave se detuvo en Sidón, unas sesenta y cinco millas de Cesarea por la costa. Allí le fue permitido a Pa­blo visitar sus amigos (v. 3). Entonces navegaron al este de Chipre. A causa de los vientos contrarios quedaron junto a la costa de Cecilia y Panfilia hasta que llegaron a Mira, puerto de Licia. Allí se cambiaron a una nave Alejandrina de grano que iba para Italia.

Parece extraño que una nave que iba de Alejandría, Egipto, a Roma pasara por Asia Menor. Pero hacían esto regularmente a causa de los vientos del este que prohi­bían que navegaran directamente a Italia. Evidentemen­te había estos vientos del oeste, porque la nave tuvo dificultad en costear las doscientas millas a Gnido, en el cabo suroeste de Asia Menor. De allí navegaron des­pacio por el sur de Creta y a lo largo de la costa hasta Buenos Puertos, cerca de la ciudad de Lasea.

b.            Pablo amonestaba (27:9-12). Habían perdido mucho tiempo, y ya era bastante tarde para navegar con seguridad. "El ayuno"-Día de la Expiación, en oc­tubre-había pasado y toda navegación en el Mediterrá­neo cesaba desde el primero de noviembre hasta media­dos de febrero. Pablo les amonestó: "Veo que la na­vegación va a ser con perjuicio y mucha pérdida" (v. 10). Pero la mayoría de la gente en la nave quería seguir para llegar al puerto más cómodo de Fenice, unas sesenta millas más al oeste junto a la costa.

c.            Siendo atormentados de una vehemente tem­pestad (27:13-20). Cuando soplaba el austro- ¡qué pa­labras significativas!-empezaron, quedándose junto a la costa de Creta. Pero de pronto un viento violento del noreste les azotó, y se encontraron forzados al mar pro­fundo sin poderlo impedir. Así es con los que salen del puerto seguro del hogar y de las normas del Nuevo Testa­mento, tentados por los vientos suaves con sus placeres seductivos del mundo sólo para encontrar que sus bar­quillos frágiles son arrebatados por los ventarrones tem­pestuosos del noreste que les llevan inexorablemente por el mar de la vida, para naufragar en las costas del tiempo.

Los marineros tuvieron miedo de que diesen contra las arenas movedizas (v. 17) de la costa del África. Sien­do "combatidos por una furiosa tempestad" (v. 18), al siguiente día "aligeraron" el barco arrojando algo del cargamento al mar. Evidentemente la nave estaba peli­grosamente baja en el agua. Al tercer día arrojaron los aparejos de la nave (v. 19). Como la tempestad seguía sin tregua, toda esperanza de ser salvos se había esfu­mado (v.20).

d.            Yo confío en Dios (27:21-38). Fue entonces que Pablo probó ser el héroe en la nave. Les recordó la amo­nestación que les había dado (v. 21). Pero les impartió la seguridad de que Dios le había dicho que ninguna vida se perdería, aunque naufragaran en una isla (vrs. 22-26). Dijo: "Yo confío en Dios" (v. 25). Esta era fe verdadera.

Después de catorce días de ser atormentados por la tempestad, cuando eran llevados sin remedio por el mar Adriático, los marineros sospecharon que estaban cerca de alguna tierra. Posiblemente oyeron el ruido de la ma­rejada lejana. Echaron la sonda y hallaron veinte brazas (120 pies). Cuando volvieron a echar la sonda hallaron quince brazas (90 pies). Con temor, echaron cuatro an­clas de la popa y esperaron el amanecer. Pablo impidió a los marineros cuando éstos trataron de escaparse en el único esquife (vrs. 30-32). Exhortó a todos que comieran, y él mismo dio el ejemplo (vrs. 33-36). Los 276 pasajeros en la nave ayudaron a echar el grano al mar, para hacer llegar la nave tan cerca de la tierra como fuera posible (vrs. 37-38).

e.            Todos se salvaron (27:39-44). Cuando se hizo de día los marineros descubrieron un golfo pequeño con una playa, donde esperaban echar la nave ligera. Dejaron las anclas en la mar, alzaron la vela mayor, y se iban a la orilla. Pero dieron en un lugar de dos aguas. La proa quedó hincada y sin moverse y la popa principió a abrirse con la fuerza de la mar.

Los soldados querían matar a los presos (v. 42). Pero el centurión tenía suficiente respeto para Pablo como para prohibir esto. Mandó a todos que salieran a tierra como pudieran. Unos nadaron, y otros se salvaron en pe­dazos de la nave. Todos llegaron a tierra sanos y salvos (v. 44).

Este capítulo es singular en el Nuevo Testamento por su uso de términos náuticos. Demuestra que Lucas estaba acostumbrado a viajar por el mar, que conocía el lenguaje de la nave, y que era muy observador de todo lo que pasaba.

f.             Melita (28:1-10). La isla de Melita-famosa du­rante la Segunda Guerra Mundial por ser el lugar más frecuentemente bombardeado-está a unas seiscientas mi­llas de Creta. Cincuenta millas al sur de Cicilia, la isla tiene como diez y siete millas de largo y ocho de ancho. El hecho de que en medio de un viento del noreste hu­bieran ido directamente al oeste muestra que habían empleado bien el timón. La consecuencia natural hu­biera sido perderse en la orilla del Sirte junto a la costa del África, cerca de Cirene (véase 27: 17).

"Los bárbaros"-Lucas era griego-demostraron que eran humanos. A causa de la lluvia fría encendieron un fuego para calentar a los pasajeros y secar sus ropas. Cuando Pablo ayudó a recoger ramas para el fuego una víbora le acometió. La gente pensó que era un homicida, a quien la justicia no dejaría vivir. Pero muy sorpren­didos, vieron que Pablo sacudió la víbora y ningún daño sufrió. Entonces creyeron que era un dios (v. 6).

El apóstol logró recompensar el hospedaje de los de Melita sanando a muchos de sus enfermos (vrs. 7-9). El resultado fue que cuando él y sus compañeros salieron de la isla, recibieron muchos honores (v. 10).

g.            Vinimos a Roma (28:11-15). Felizmente otra na­ve Alejandrina de grano había pasado el invierno en el hermoso puerto de Melita. Los pasajeros naufragados abordaron esta nave. Cerca del primero de marzo nave­garon al norte a Siracusa, en la isla de Sicilia, donde es­tuvieron tres días. Entonces navegaron otras setenta y cinco millas a Regio, en la costa de Italia. Allí tuvieron que esperar un día para un austro que les llevó en dos días a Puteolos, en la hermosa bahía de Nápoles. Este fue el fin del viaje.

Los hermanos cristianos de allá, esperaban a Pablo teniendo a Lucas y Aristarco con ellos por una semana. ¡Qué compañerismo agradable habrá sido! El hecho que el centurión permitiera esto revela el alto respeto que tenía por Pablo.

Entonces anduvieron las 125 millas a Roma. Algunos de los cristianos de allá anduvieron 40 millas-un viaje de dos días a la plaza de Apio para encontrarse con el apóstol. Diez millas más allá, en Las Tres Tabernas, otro grupo le dio la bienvenida a Pablo. ¡Cómo le habrá dado estímulo a su corazón! ¡No es de extrañar que "dio gra­cias a Dios y cobró aliento" (v. 15)!

"Y luego fuimos a Roma" (v. 14), o "así fuimos ha­cia Roma." ¡Qué horas agonizantes, qué experiencias ines­peradas! Pero al fin Lucas pudo escribir: "Llegamos a Roma" (v. 16). Así es, y será en el viaje de la vida.

2.            Pablo Quedó Dos Años Enteros (28:16-31)

a.            Pablo convocó a los principales de los judíos (28:16-22). El centurión entregó a todos los presos con salud. Parece que habló en favor del apóstol, por­que a Pablo le fue permitido estar por sí, con un soldado que le guardara.

Después de tres días "Pablo convocó a los princi­pales de los judíos" (v. 17). Les dijo la razón de estar allí. Es sorprendente que no hubieran oído nada de él desde Jerusalén (v. 21).

b.            Algunos asentían, algunos no creían (28:23-29). En un cierto día muchos judíos vinieron a la posada de Pablo. Cuando exponía el Antiguo Testamento reve­lado a Jesús, el resultado natural siguió, igual como hoy: "Algunos asentían a lo que se decía, pero otros no cre­ían" (v. 24). Pablo les dio una amonestación cuidado­sa, y salieron, con gran contienda entre sí.

c.            En su casa de alquiler (28:30-31). En vez de te­ner que quedarse en un calabozo, como probablemente le pasó antes de su ejecución (II Timoteo 4:6), a Pa­blo le fue permitido vivir dos años en un lugar provisto por la benevolencia de sus fieles amigos. Aquí, a pesar de ciertas limitaciones, continuó su ministerio de la pre­dicación.

Así termina la historia del Libro de los Hechos. Pa­blo había alcanzado su meta de predicar en Roma, la ciu­dad capital del imperio. No podemos estar seguros de lo que pasó en seguida. Pero sí sabemos que por medio de sus Epístolas todavía predica hoy. De Pablo, tal vez más que de cualquier otro individuo, se puede decir: "Difun­to, aun habla."

PREGUNTAS

1.            ¿Qué pasó con Pablo en Jerusalén

2.            Describa el Juicio de Pablo ante Félix.

3.            ¿Cómo terminó su juicio ante Festo

4.            Dé un resumen del discurso de Pablo ante Agripa.

5.            Relate la historia del viaje de Pablo a Roma.

6.            ¿Cuál es la escena final del Libro de los Hechos