En cierta ocasión me preguntó una señora: “¿No puede uno llegar a cuidar con demasía su propia alma Veo a mi alrededor, en todas partes, tanta aflicción, sufrimiento e injusticia, que estoy perpleja al ver la manera cómo Dios rige el mundo, y me parece a mí que todos los cristianos debieran ayudar a otros en vez de estar cuidando sus propias almas”.
He aquí una perplejidad común. Todo cristiano ve a su alrededor aflicciones y sufrimientos, que no puede evitar, y su perplejidad al ver ese estado de cosas es una instancia del Señor a que cuide su propia alma, pues si no lo hace así, corre peligro de tropezar y caer a causa de la duda y el desaliento.
Por el cuidado del alma no quiero decir que ha de engreirse, mimarse y compadecerse de sí misma, ni que llegue a embelesarse con alguna sensación placentera. Lo que quiero decir es que debiera orar y orar, y buscar la presencia y enseñanza del Espíritu Santo, hasta que el alma se llene de luz y fortaleza, para que pueda tener fe implícita en la sabiduría y amor de Dios, y paciencia inagotable para aprender su voluntad (Hebreos 6:12), y que su amor corresponda a la gran necesidad que ve a su alrededor.
Lector, podrá ser que usted también se sienta atribulado al ver la aflicción y dolor que le rodean. No hay alma humana que pueda contestar satisfactoriamente las preguntas que se suscitarán dentro de su pecho, y que Satanás sugerirá mientras mira usted la miseria del mundo.
Pero el bendito Consolador satisfará su corazón y su cerebro, siempre que tenga usted la fe y paciencia necesarias para esperar mientras que él le enseña “todas las cosas”, y le guía “a toda verdad” (Juan 16:13).
“Los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas” (Isaías 4:31). No podrá usted ayudar a nadie, si se acerca a las personas privado de sus propias fuerzas a causa de las dudas, temores y perplejidades. Espere, pues, que Dios fortalezca su corazón.
No se impaciente. No se esfuerce por descubrir anticipadamente lo que Dios le dirá, ni la manera cómo se lo dirá. No hay duda de que él le enseñará a usted, mas quiere hacerlo a su modo; después que él le haya enseñado, usted podrá, a su vez, auxiliar a la gente con toda la fortaleza y sabiduría de Jehová.
Debe usted confiar en su amor, y esperar su tiempo; pero debe usted esperar en él, y aguardar que él le instruya. Si el rey de Inglaterra se dirigiera al castillo de Windsor, los palaciegos y funcionarios no estarían indiferentes ni buscarían multitud de cosas que hacer; cada uno estaría en su puesto, esperando, con gran expectativa. Esto es lo que quiero decir al hablar acerca de que debemos esperar en Dios. No puede nunca excederse en el cuidado de su alma, si éste es el cuidado que usted le da, y no permita que nadie le haga descuidarla por medio del ridículo o por cualquier otra treta.
El leñador que pensase que tiene tanta leña que cortar que no dispone de tiempo para afilar su hacha, sería un verdadero insensato. El criado que se dirigiese a la ciudad para hacer compras para su señor, pero que está tan apurado que no se detiene a pedir órdenes de su patrón ni a recibir el dinero necesario para adquirir lo que se precisa, sería más que inútil. ¡Cuánto peor es aquél que intenta hacer la obra de Dios, sin la dirección y fuerza de Dios!
Una mañana, después de haber tenido media noche de oración en una reunión, que dirigí, en la que trabajé mucho, me levanté temprano Para estar seguro de que podría pasar una hora en comunión con Dios y mi Biblia, y Dios me bendijo a tal punto que lloré. Un oficial que se encontraba conmigo se sintió muy emocionado, y luego confesó: “Yo no me encuentro con Dios muy frecuentemente en la oración; no tengo tiempo para eso”. Aquellas personas que no se encuentran con Dios en la oración deben ser más bien una traba para Dios, no una ayuda.
Tome el tiempo necesario. Si fuere menester, quédese sin desayunarse, pero tome el tiempo necesario para esperar en Dios, y una vez que él haya descendido y le haya bendecido, diríjase a aquellas personas tristes que le rodean y derrame sobre ellos el caudal de gozo, amor y paz que Dios le ha dado. Pero no se dirija usted a ellos mientras no esté seguro de que cuenta con el poder de Dios.
Una vez le oí decir a William Booth, en una reunión de oficiales: “Tomad el tiempo necesario para hacer descender las bendiciones de Dios sobre vuestras propias almas todos los días. Si no lo hacéis así perderéis a Dios. Dios deja a los hombres diariamente. Estos tuvieron una vez poder, anduvieron en gloria y fortaleza de Dios, pero cesaron de esperar en él y de buscar fervorosamente su rostro; debido a eso Dios les dejó. Yo soy un hombre muy ocupado, pero hallo tiempo diariamente, para tener comunión a solas con Dios. Si así no lo hiciese, muy pronto él me dejaría”.
Pablo dice: “Mirad 1) por vosotros y 2) por todo el rebaño, en el que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos” (Hechos 20:28). Y también en 1 Timoteo 4:16 dice 1) “Ten cuidado de ti mismo y 2) de la doctrina… pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren”.
Pablo no quiso fomentar el egoísmo al decirnos que debíamos, en primer lugar, cuidar de nosotros mismos; lo que quiso enseñarnos fue que si no tenemos cuidado de nosotros mismos, si no tenemos fe, esperanza y amor en nuestras propias almas, no podremos ayudar a otros.