Wesley Center Online

Si han perdido la bendición, ¿qué sucederá?

“Convertíos, hijos rebeldes, dice Jehová, porque yo soy vuestro esposo. Reconoce, pues, tu maldad, porque contra Jehová tu Dios has prevaricado… y no oíste mi voz. Vuélvete... no haré caer mi ira sobre ti, porque misericordioso soy yo; no guardaré para siempre el enojo” (Jeremías 3:14, 13, 12).

La dificultad para la restauración del retrógrado yace en él mismo y no en el Señor. Nos es difícil confiar en alguien a quien hemos hecho algún mal, y la dificultad se duplica cuando la persona a quien se ha hecho el mal ha sido un amigo bueno y cariñoso. Vean el caso de los hermanos de José. Le hicieron un gran mal vendiéndole como esclavo para que le llevasen a Egipto, y al fin, cuando se enteraron de que vivía aún, y de que ellos estaban en sus manos, tuvieron mucho miedo.

Mas él les aseguró que no sentía ninguna enemistad en contra de ellos y, finalmente, ganó la confianza de todos ellos debido al amor y generosidad con que les trató. Esta confianza fue aparente hasta el día en que murió Jacob su padre, y entonces volvieron a despertarse todos sus antiguos temores.

“Y viendo los hermanos de José que su padre era muerto, dijeron: Quizá nos aborrecerá José, y nos dará el pago de todo el mal que le hicimos. Y enviaron a decir a José: Tu padre mandó antes de su muerte, diciendo: Así diréis a José: Te ruego que perdones ahora la maldad de tus hermanos y su pecado, porque mal te trataron: por tanto ahora te rogamos que perdones la maldad de los siervos del Dios de tu padre. Y José lloró mientras hablaban... Y les respondió José: No temáis... yo os sustentaré a vosotros y a vuestros hijos. Así los consoló, y les habló al corazón” (Génesis 50:15-17; 19,21).

Amados camaradas retrógrados, vean en esta sencilla narración la dificultad que ustedes tienen. A causa de su pecado, han hecho violen­cia a su propio sentido de justicia, y ahora les parece casi imposible confiar en su hermano Jesús a quien han hecho tan grave ofensa; y, sin embargo, su corazón grande y tierno se desgarra por amor a ustedes. “Y José lloró mientras hablaban”. Hermano, si usted no ha cometido el pecado imperdonable (y no lo ha hecho usted, si es que no tiene ningún deseo deliberado de no ser del Señor), el primer paso que debe dar usted es renovar su consagración; y, luego, su segundo y único paso es exclamar como lo hizo Job: “Aunque él me matare, en él esperaré” (Job 13:1 5). Debe usted quedarse firme en ese terreno, hasta que reciba el testimonio de haber sido aceptado.

Muchas personas fracasan aquí, porque esperan todo el tiempo sentir las mismas emociones y gozo que tuvieron la primera vez cuando fueron salvados, y no quieren creer, porque no sienten lo mismo que sintieron entonces. ¿Recuerdan ustedes que los hijos de Israel estuvie­ron cautivos varias veces después de haber entrado en Canaán Pero Dios nunca volvió a dividir el río Jordán para que ellos cruzasen. Dios jamás volvió a hacerles entrar de la misma manera como lo hizo la primera vez. Dios dice: “Guiaré a los ciegos por caminos que no sabían, les haré andar por sendas que no habían conocido” (Isaías 42:16). Pero si ustedes buscan la antigua experiencia, están rehusando reconocer que son ciegos, e insisten en seguir por las sendas que conocen. En otras palabras, quieren andar por la vista y no por la fe. Deben rendirse al Espíritu Santo, y él les guiará, con seguridad, a la Tierra Prometida. Traten sencillamente de ponerse bien con Dios. Hagan todo aquello que él les diga que hagan. Confíen en él, ámenle, y él mismo descenderá a ustedes, pues “él (Jesús) nos ha sido hecho... santificación” (1 Corintios 1:30). No es una bendición lo que necesitan ustedes, sino al Bende­cidor, a quien han dejado afuera a causa de la incredulidad de ustedes.

Un hombre recientemente santificado dijo en la Escuela de Teolo­gía de Boston: “Hermanos, yo he estado aquí estudiando teología du­rante tres años, pero ahora tengo a Theos (Dios) en mí”. Ustedes deben satisfacerse con él, no importa la manera cómo venga; ya sea como Rey de reyes y Señor de señores, o como sencillo y humilde Carpintero. Manténganse satisfechos con él, y él se irá revelando más y más a la fe humilde y sencilla de ustedes.

No se espanten al ver los leones: están encadenados. Rehuyan las preocupaciones acerca del porvenir, y confíen tranquilamente en él para el momento presente. “Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán” (Mateo 6:34).

Satanás quiere causarles preocupaciones acerca de la capacidad que ustedes tienen para mantenerse firmes, especialmente si han perdido su experiencia de paz y tranquilidad espiritual a causa de la desobedien­cia; Satanás les echará eso en cara. Tengan presente lo que dice el Señor: “Bástate mi gracia” (2 Corintios 12:9). No se preocupen del mañana.

Un amado camarada dijo en oración: “Padre, tú sabes qué agonía intolerable he padecido mirando hacia adelante, y preguntándome si podría hacer esto o aquello en tal o cual fecha y en tal o cual lugar”.

Naturalmente eso tenía que hacerle sufrir. El sencillo remedio era no mirar al futuro, sino tomar “el escudo de la fe” con el cual podemos “apagar todos los dardos de fuego del maligno” (Efesios 6:16). El estaba sufriendo los golpes de los dardos de fuego. Pueden estar ciertos de esto: no es Jesús quien les atormenta con pensamientos acerca del porvenir, pues él les ha ordenado que no se preocupen acerca del mañana. “Resistid al Diablo, y huirá de vosotros” (Santiago 4:7). Al llegar al punto de la obediencia, sean fieles, aunque les cueste la vida. “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Apoc. 2:10). “Y menospreciaron sus vidas hasta la muerte” (Apoc. 12: 11).

Una mujer que había perdido la experiencia de la santidad, dijo: “Me entregué a Jesús de nuevo y, durante algún tiempo, confié, sin sentir nada. Una señorita vino a mi casa y sentí que tenía el deber de hablarle acerca de su alma. Me pareció muy difícil, pero le dije al Señor que sería fiel. Le hablé acerca del Salvador y de su alma. Las lágrimas inundaron sus ojos, y el gozo henchió mi corazón. El Bendecidor había descendido, y ahora ella confía, tranquila y feliz, en el Señor Jesús”. Entréguense ustedes otra vez a Dios y hagan que su vida misma entre en la consagración.

Una hermana fue retrógrada durante diez años, pero hace poco fue rescatada y llenada del Espíritu Santo. Poco después dijo: “Pongan todo sobre el altar, y déjenlo ahí; no lo tomen otra vez, y podrán tener la seguridad que el fuego de Dios descenderá y consumirá la ofrenda”

¡Háganlo, háganlo así! Dios descenderá sin duda alguna si espe­ran, y ustedes pueden esperar si quieren hacer algo para la eternidad.

“Por eso pues, ahora, dice Jehová, convertíos a mí con todo vuestro corazón, con ayuno y lloro y lamento. Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo” (Joel 2:12, 13).