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Perfecta Paz

“Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado” (Isaías 26:3).

Esa es una promesa maravillosa; todos deberíamos anhelar adquirir esa experiencia. La manera de hacer eso es sencilla: consiste en tener nuestros pensamientos fijos en nuestro Señor. Pero si bien es sencilla, confieso que, para la mayoría, no es cosa fácil hacerlo. Prefieren más bien pensar en los negocios, en los placeres, en las noticias del día, en la política, la cultura, la música o en la obra del Señor, que no acerca del propio Señor y Salvador.

Es verdad que los negocios y las demás cosas deben ocupar algo de nuestros pensamientos, y debemos prestar atención a la obra del Señor, si es que le amamos a él y a las almas por las cuales él murió; pero así como la niña enamorada, en medio de su trabajo y placeres piensa constantemente en su novio; y así como la joven esposa, llena de nuevos cuidados, mantiene en su corazón constante comunión con su esposo aun cuando éste se encuentre muy lejos, nosotros debiéramos pensar todo el tiempo en Jesús y mantener ininterrumpida comunión con él. Debemos confiar en su sabiduría, en su amor y poder, para vivir en “perfecta paz”.

¡Piense en esto! “Todos los tesoros de la sabiduría y conoci­miento se hallan escondidos en él”, y nosotros, en nuestra ignorancia e insensatez somos hechos “completos en él”. Tal vez nosotros no entendamos, pero él entiende. Tal vez nosotros no sepamos, pero él sabe. Tal vez estemos perplejos, pero él no lo está. Además, si somos suyos, debemos confiar en él y así viviremos en “perfecta paz”.

Diez mil veces me he encontrado al borde de la desesperación, no sabiendo qué hacer, ¡pero cuánto consuelo me proporcionó saber que Jesús lo veía todo de principio a fin, y que estaba haciendo que todas las cosas obrasen en beneficio mío, por cuanto le amaba y confiaba en él! Jesús nunca se encuentra desesperado por no saber qué hacer, y cuando nosotros estamos más confusos y desesperados, debido a nuestra insensatez y falta de visión, Jesús en la plenitud de su amor, y con toda su infinita sabiduría y poder, está realizando los deseos de nuestros corazones, siempre que sean éstos deseos santos. ¿No ha dicho él: “Cumplirá el deseo de los que le temen “(Salmo 145:19).

Jesús no sólo tiene sabiduría y amor, sino que nos asegura que tiene “todo poder en el cielo y en la tierra”; por consiguiente el consejo de su sabiduría y los tiernos deseos de su amor no pueden fracasar por falta de poder para realizarlos. El puede cambiar los corazones de los reyes y hacer cumplir su voluntad, y su amor, invariable y fiel, le inducirá a hacerlo, si sólo confiamos en él. Nada es más sorprendente a los hijos de Dios, que confían en él y observan sus caminos, que la manera maravillosa e inesperada en que él obra a favor de ellos, y la clase de gente que emplea para hacer su voluntad.

Nuestros corazones ansían ver la gloria del Señor y la prosperidad de Sión, y oramos a Dios sin poder concebir una idea de cómo se podrán cumplir los deseos de nuestros corazones; pero confiamos y volvemos nuestras miradas hacia Dios. El comienza a obrar, empleando para ello a personas de quien menos lo habríamos esperado y de la manera menos pensada, para contestar nuestras oraciones y recom­pensar nuestra fe. De ese modo en todas las pequeñas ansiedades, pruebas y demoras de nuestra vida, si seguimos confiando y nos regocijamos a pesar de las cosas que nos incomodan, encontraremos que Dios está obrando en favor nuestro, pues él dice que es “nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” (Salmo 46:1) —en todas ellas— y Jesús es pues auxilio de todos aquellos que mantienen firme su confianza en él. Muy poco tiempo ha transcurrido desde que el Señor permitió que yo pasase por una serie de pruebas que me angustiaron muchísimo. Pero mientras esperaba en oración, confiado en él, me hizo ver que si yo tuviese más confianza en él mientras me hallaba en dificultades, y si seguía regocijándome, yo obtendría bendiciones como resultado de las mismas pruebas a que me veía sometido, y así como Sansón sacó miel del cadáver del león, yo también saqué dulzura de mis tribulaciones. ¡Alabado sea su santo nombre! Me regocijé, y las tribulaciones fueron desvaneciéndose de una en una, quedándome únicamente la dulzura de la presencia de mi Señor y sus bendiciones, y desde entonces ha reinado paz perfecta en mi corazón.

¿No hace Dios todo esto para impedir que nos enorgullezcamos, para humillarnos, y para hacernos ver que nuestro carácter es, para él, de más valor que todo servicio que le rendimos ¿No lo hace con objeto de enseñarnos a andar por la fe y no por vista y para estimularnos a que confiemos en él y vivamos en paz

No quiero por esto que ninguna alma sincera, cuya fe es pequeña, ni ninguna de aquellas afanosas que creen que nada marcha bien si no están afanosas, intranquilas y corriendo de un lado para otro, supongan que haya semejanza alguna entre la “paz perfecta” y la perfecta indiferencia. La indiferencia es hija de la pereza. La paz es hija de una fe cuya actividad es incesante, perfecta y la más elevada de las actividades del hombre, porque por medio de ella hombres humildes y desarmados “conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros. Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección” (Hebreos 11:33-35).

Para ejercer esta poderosa fe que trae “perfecta paz”, debemos recibir en nuestros corazones el Espíritu Santo, y reconocerle no como una influencia o atributo de Dios, sino como al propio Dios. El es una persona, y él nos hará conocer a Jesús, y nos hará comprender también lo que él piensa y cuál es su voluntad. Nos hará sentir, además, que está siempre presente con nosotros, si confiamos en él. Jesús siempre está con nosotros, y si ansiamos tenerle con nosotros, eso le complacerá tanto que nos ayudará a tener nuestros pensamientos fijos en él.

Esto requerirá, sin embargo, algún esfuerzo de nuestra parte, porque el mundo, los negocios, las flaquezas de la carne, los defectos de nuestra mente, el mal ejemplo de las personas que nos rodean, y el Diablo con todas sus asechanzas, tratarán de apartar nuestros pensa­mientos de Jesús y hacer que le olvidemos; tal vez en veinticuatro horas sólo volvamos nuestros pensamientos y afectos hacia él una o dos veces y, aun en los momentos en que estamos orando, no nos encontraremos realmente con Dios.

Cultivemos, por consiguiente, el hábito de tener comunión con Jesús. Cuando nuestros pensamientos vagan y se alejan de él, volvámo­nos otra vez; mas hagamos esto tranquila y pacientemente, porque cualquier impaciencia (aunque ello fuese en contra de nosotros mismos) es peligrosa, pues podría turbar nuestra paz interna, y ahogar la voz del Espíritu e impedir que la gracia de Dios nos domine y subyugue nuestros corazones.

Pero si con toda humildad y contrición dejamos que el Espíritu Santo more en nosotros, y si obedecemos su voz, él mantendrá nuestros corazones en santa calma aun en medio de mil cuidados, debilidades y tribulaciones.

“Por nada estéis afanosos; sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros cora­zones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:6, 7).