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Pérdida del poder espiritual

Aquel hombre de Dios y gran amante de las almas, llamado James Caughey, cuenta, en uno de sus libros, cómo una tarde le invitaron a tomar té, y aunque no se dijo nada malo en el curso de la conversación, que duró cosa de una hora, no obstante al ir a la reunión, aquella noche, se sintió como un arco flojo. No pudo lanzar la flecha del Rey a los corazones de los enemigos del Rey, pues no tenía poder para ello. Lo había perdido a la mesa, mientras se servía el té.

Conocí a un oficial que dejó escurrir todo su poder, hasta que se quedó seco como un hueso cuando entró a la reunión. Sucedió lo siguiente: Tuvimos que hacer un viaje de cinco kilómetros en tranvía, en camino al salón de reuniones y en todo el viaje conversó de cosas que no tenían nada que ver con la reunión. No dijo nada malo ni trivial, pero el caso era que no trataba del asunto importante que debió haber embargado su espíritu; apartó su mente de Dios y de las almas ante las cuales debía presentarse poco después, con objeto de amonestarlas a que se reconciliasen con Dios. Esto dio por resultado que en vez de presentarse ante el público revestido de poder, lo hizo completamente desprovisto de él. Bien recuerdo la reunión. Su oración fue buena, pero sin poder. No eran más que palabras, palabras, palabras. La lectura de la Biblia y la peroración fueron buenas. Dijo muchas cosas excelentes y verdaderas, pero no había poder en ellas. Los soldados parecían indiferentes, los pecadores parecían descuidados y somnolientos, y. en conjunto, la reunión fue muy triste.

El oficial no era retrógrado; tenía una buena experiencia. Tampoco era un oficial a quien le faltara capacidad: por el contrario, era uno de los oficiales más hábiles e inteligentes que conozco. La dificultad yacía en que en vez de quedarse quieto y en comunión con Dios durante el viaje en el tranvía, hasta que su alma se hubiese inflamado con la fe, esperanza, amor y sagrada expectativa, había desperdiciado su poder en inútil charla.

Dios dice: “Si entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca” (Jerem. 15:19). Piensen en eso. Ese oficial pudo haber ido a esa reunión lleno de poder, y su boca pudo haber sido para esa gente como la boca de Dios, y sus palabras habrían sido vivas y más penetrantes que “toda espada de dos filos..., que penetra hasta partir el alma y el espíritu, y las coyunturas y los tuétanos” (Heb. 4:12), y habría probado que discernían los pensamientos y las intenciones del corazón. Pero en vez de eso, fue como Sansón después que Dalila le hubo cortado el cabello: perdió todas sus fuerzas y fue igual a los demás hombres.

Hay muchas maneras de dejar escapar el poder. Conocí a un soldado que solía ir muy temprano al local de reuniones, pero en vez de templar su alma hasta que alcanzase una elevada nota de fe y amor, se pasaba el tiempo tocando, suavemente, música soñadora en su violín, y aunque se le amonestó varias veces del peligro que corría, no hizo caso. Eventualmente llegó a ser retrógrado.

He conocido a personas que han perdido el poder a causa de una broma. Les gustaba ver que las cosas marchasen alegremente, y para conseguir dar vivacidad a la reunión decían chistes y hacían payasadas. Las cosas realmente se avivaban, pero no con vida divina. Era la viveza del espíritu animal y no del Espíritu Santo. No quiero decir con esto que un hombre henchido del Espíritu no hará jamás que los hombres se rían. Lo hará. Podrá decir cosas muy chistosas, pero no lo hará con el solo objeto de divertir. Será algo natural en él, algo dicho y hecho con el temor de Dios, y no con liviandad o mofa.

El que quiera tener una reunión llena de vida y poder, debe tener presente que no hay nada que pueda sustituir al Espíritu Santo. El es vida; él es poder, y si se le busca con vehemencia y sinceridad, por medio de la oración, él vendrá, y cuando él desciende, la reunión resulta poderosa y da grandes resultados.

Se le debe buscar con fervor y sincera oración, en secreto. Jesús dijo: “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mateo 6:6). El lo hará. ¡Alabado sea su santo nombre!

Sé de un hombre, que siempre que puede, pasa una hora en comunión con Dios, antes de la reunión, y cuando habla lo hace con poder y demostración del Espíritu Santo.

El hombre que quiere tener poder en el momento en que más lo necesita, debe andar con Dios. Debe ser amigo de Dios. Debe mantener siempre abierto de par en par el camino que va de su corazón a Dios. Dios será amigo de tal hombre, y le bendecirá y honrará. Dios le dirá sus secretos, le enseñará cómo podrá llegar hasta el corazón de los hombres. Dios arrojará luz sobre las cosas oscuras, enderezará los entuertos y allanará los lugares escabrosos. Dios estará a su lado y le ayudará.

Tal hombre debe vigilar constantemente su boca y su corazón. David oró diciendo: “Pon guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la puerta de mis labios” (Salmo 141:3) y Salomón dijo: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón: porque manan de él las resultas de la vida” (Prov. 4:23). Debe andar en comunión ininterrumpida con Dios. No debe olvidar, sino cultivar un espíritu que recuerde siempre, alegremente, que se halla en presencia de Dios.

“Deléitate asimismo en Jehová” (Salmo 37:4), dice el Salmista. ¡Oh, cuán dichoso es el hombre que encuentra su delicia en Dios; que jamás está solo, porque conoce a Dios; conversa con él, se deleita en él; cuán feliz es el hombre que siente el inmenso amor de Dios, y que se consagra a amar y servir a Dios, confiando en él con todo el corazón y toda el alma!

Camarada, no apague el Espíritu (1 Tesalonicenses 5:19); él le enseñará así a conocer y amar a Dios y hará de usted poderoso instrumento.