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Después de la reunión de santidad

¿Estuvo usted en la reunión de santidad

¿Pasó usted al banco de penitentes

¿Purificó Jesús su corazón

¿Recibió usted el Espíritu Santo

Si usted se entregó a Dios del mejor modo, según sus conocimien­tos, pero no recibió el Espíritu Santo, no se desaliente por eso. No dé un paso atrás. Deténgase donde está, y mantenga firme su fe. El Señor quiere bendecirle. Siga usted mirando a Jesús, y crea firmemente que él satisfará los deseos de su corazón. Dígale que usted espera que él así lo hará, y reclámeselo de acuerdo con las promesas que él mismo ha hecho, cuando dice: ‘Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis. Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis y hallaréis porque me buscaréis de todo vuestro corazón; y seré hallado por vosotros, dice Jehová” (Jeremías 29:11-14). Esta es una maravillosa promesa, y es para usted.

¿Le ha tentado a usted el Diablo, más que nunca, desde aquella fecha Pues bien, aquí tiene usted otra promesa para su alma: “Pobrecita, fatigada con tempestad, sin consuelo; he aquí yo cimentaré tus piedras sobre carbunclo, y sobre zafiros te fundaré. Tus ventanas pondré de piedras preciosas, tus puertas de piedra de carbunclo, y toda tu muralla de piedras preciosas... Con justicia serás adornada” (Isaías 54:11, 12, 14). Dios va a hacer cosas maravillosas para usted, si mantiene usted firme su fe y su entereza.

Indudablemente algunos de ustedes no sólo se han entregado a Dios, sino que Dios también se ha entregado a ustedes. Han recibido el Espíritu Santo. Cuando él entró, salió todo egoísmo. Sintieron horror, desprecio de ustedes mismos, y se consideraron como nada; al mismo tiempo Jesús llegó a ser para ustedes todo en todo. Eso es lo primero que hace el Espíritu Santo cuando entra al corazón en toda plenitud: glorifica al Señor Jesucristo; le vemos de manera que jamás le hemos visto antes; le amamos; le adoramos, y le damos todo honor, gloria y poder; y comprendemos, como nunca lo hicimos antes, que por medio de su preciosa sangre, somos salvados y santificados. El Espíritu Santo no atraerá la atención sobre sí, sino que señalará a Jesús. El “no hablará por su propia cuenta... El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber” —dijo Jesús. Y también dijo: “El dará testimonio acerca de mí” (Juan 16:13,14; 15:26).

El Espíritu Santo no viene tampoco a revelarnos ninguna nueva verdad, sino más bien para hacernos comprender las antiguas verdades dichas por Jesús, y también las que dijeron los profetas por él inspirados: “El os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que os he dicho” (Juan 14:26). El hará que la Biblia sea un nuevo libro para ustedes; él les hará recordar lo que lean; él les enseñará cómo aprovechar sus enseñanzas y cómo aplicarlas a la vida diaria, de modo que sean guiados por sus enseñanzas.

La razón por qué hay quienes se confunden con lo que dice la Biblia, es porque no tienen el Espíritu Santo, y por lo tanto no tienen quién les enseñe su significado. Un cadete o un humilde soldado, lleno del Espíritu Santo, puede decir más acerca del real y profundo significado de la Biblia, que todos los doctores y profesores de teología que no están bautizados por el Espíritu Santo. El Espíritu Santo les hará amar la Biblia, y dirán como Job: “Guardé las palabras de su boca más que mi comida” (Job 23:12), y como el Salmista, exclamarán diciendo que sus palabras son “dulces más que miel, y que la que destila del panal” (Salino 19:10). Ningún libro ni periódico puede reempla­zarla, y como el hombre bienaventurado meditarán en ella “de día y de noche” (Salmo 1:2; Josué 1:8). El les hará temblar con las amonesta­ciones de la palabra de Dios (Isaías 66:2), se regocijarán en sus promesas y se deleitarán en sus mandamientos. No quedarán satisfechos con nada que no sea la Biblia íntegra, y dirán con Jesús: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda la palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4); y comprenderán lo que quiso decir Jesús cuando dijo: “Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Juan 6:63).

Mientras ustedes obedecen humildemente y andan con espíritu humilde como el de una criaturita, confiando en que la sangre de Jesús les limpia de todo pecado, el Consolador morará con ustedes, y la experiencia mínima de su espíritu será “perfecta paz”. Como Pablo, tal vez serán trasladados “al paraíso” y escucharán palabras inefables que no le es dado al hombre expresar (2 Corintios 12:4). ¡Oh, hay indescriptibles “anchuras y larguras, y profundidades y alturas” del amor de Dios, en el cual ustedes se pueden regocijar, y que pueden descubrir con el telescopio y microscopio de la fe! ¡Gloria a Dios! No deben temer que dicha experiencia se desgaste o pierda su vigor. Dios es infinito y la limitada mente y corazón de ustedes no pueden agotar las maravillas de su sabiduría, de su bondad, de su gracia y de su gloria, en el breve lapso de tiempo de una vida. ¡Loado sea Dios, aleluya!

No piensen por eso que “cuando baja la marea” es señal de que el Consolador les ha dejado. Bien recuerdo cómo yo, después de haber recibido el Espíritu Santo, anduve durante semanas bajo el peso del gozo y gloria divinos, a tal punto que me parecía que mi cuerpo no podría soportarlo. Después de eso el gozo comenzó a mermar, y se alternaban los días de gozo y paz; y aquellos días en que no disfrutaba de ninguna experiencia especial, el Diablo me tentaba haciéndome pensar que de algún modo yo había ofendido al Espíritu Santo, y que, por consiguiente, éste me iba a dejar. Pero Dios me hizo ver que esa es una mentira del Diablo, y que yo debía mantener “la profesión de mi esperanza (fe) firme, sin fluctuar” (Hebreos 10:23). Así pues, yo les puedo decir: No crean que él les ha dejado, sólo porque no se sienten henchidos de emoción. Mantengan firme su fe. El está con ustedes y no les dejará, después de todas las dificultades que debió vencer para poder entrar a sus corazones, sin antes decirles el por qué. El Espíritu Santo no es caprichoso ni veleidoso. El tiene que luchar mucho antes de poder penetrar a un corazón, y luchará mucho antes de dejarlo, a menos que uno, voluntariamente, endurezca el corazón y lo despida.

Pero yo no escribo esto para aquellos que son descuidados, y a quienes no les da nada ofender al Espíritu Santo, sino que me dirijo a aquellos que son de corazón tierno, que le aman y que preferirían morir antes que verle fuera de sus corazones. A ustedes les digo: Confíen en él. Cuando yo estuve casi a punto de aceptar la mentira del Diablo que me decía que el Señor me había dejado, Dios me dio este texto:”Los hijos de Israel... tentaron a Jehová, diciendo: ¿Está, pues, Jehová entre nosotros o no “(Éxodo 17:7).

Comprendí que dudar de que Dios estaba conmigo, aun cuando yo no percibiese de manera especial su presencia en mí, era tentarle; le prometí, por consiguiente, al Señor no dudar más, sino que creería en él con verdadera fe. ¡Loores a Dios para siempre! El no me ha dejado aún, y estoy seguro de que nunca me dejará. Yo puedo confiar en mi esposa aun cuando no la vea, y de igual modo he aprendido a confiar en mi Señor, aun cuando no siempre sienta dentro de mí las vivas sensaciones de su poder. Yo le digo que confío en él, y creo que está conmigo, y no quiero complacer al Diablo dudando.

Cabalmente en este punto, después de haber recibido el Espíritu Santo, muchas personas sufren confusiones. En los momentos de tentación creen que él les ha dejado; y en vez de confiar en él, reconocer su presencia y agradecerle por haber condescendido a entrar en tan humilde morada, como es la de sus corazones, comienzan a buscarle como si él no hubiese entrado aún, o como si se hubiese retirado. Debieran, inmediatamente, cesar de buscarle y comenzar a combatir al Diablo, por la fe, diciéndole que se aparte de ellos, alabando, al mismo tiempo al Señor por acompañarles con su presencia. Si buscan luz cuando la tienen, ustedes hallarán oscuridad y confusión; de igual modo, si comienzan a buscar el Espíritu Santo, cuando ya lo tienen, lo ofenderán. Lo que él quiere es que ustedes tengan fe. Por lo tanto, habiéndole recibido en sus corazones, reconozcan continuamente su presencia, obedézcanle, gloríense en él, y él estará con ustedes para siempre (Juan 14:16). Su presencia les dará fortaleza.

No sigan buscando y pidiendo más poder, sino busquen más bien, por medio de la oración, la vigilancia, el estudio de la Biblia y el aprovechamiento sincero de cada oportunidad que se les presente, ser utilizados como conductores del poder del Espíritu Santo que está en ustedes. Crean en Dios y no obstruyan el camino al Espíritu Santo a fin de que él pueda obrar por intermedio de ustedes. Pídanle que les enseñe y dirija, para que no le sean estorbo en su obra. Traten de pensar sus pensamientos, hablar sus palabras, sentir su amor, y ejercer su fe. Procuren que él les guíe, de tal modo que oren cuando él quiere que así lo hagan; que canten, cuando él quiera que canten, y —por último—, aunque no es esto lo menos importante, que guarden silencio cuando él quiera que estén en silencio. Vivan en el Espíritu. Anden en el Espíritu (Gálatas 5:25). Sean llenos del Espíritu (Efesios 5:18).

Finalmente, les diré que no debe causarles sorpresa si sufren tentaciones muy inusuales. Recordarán que fue después que Jesús hubo sido bautizado con el Espíritu Santo, cuando fue llevado al desierto para ser tentado del Diablo durante cuarenta días y cuarenta noches. (Vean Mateo 3:16,17 y 4:1-3). “El discípulo no es más que su maestro” (Mateo 10:24). Así, pues, “tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas” (Santiago 1:2). Las mismas tribulaciones y tentacio­nes los pondrán a ustedes en más íntima relación con Jesús; por cuanto ustedes deben ser como él fue. Recuerden que él dijo: “Bástate mi gracia”, y está escrito de él: “Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:18); y dice en otro lugar: “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15). Mas “¿qué, pues, diremos a esto Si Dios es por nosotros. ¿quién contra nosotros “(Romanos 8:3 1).

Sean fieles, llenos de fe y podrán decir como dijo Pablo: “En todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:37.39).