“En santidad y en justicia delante de él, todos nuestros días” (Lucas 1:75).
El Reverendo Juan Fletcher, a quien Wesley consideraba como el hombre más santo que había vivido sobre la tierra desde los días del apóstol Juan, perdió la bendición cinco veces antes de llegar a sentirse real y definitivamente establecido en la gracia de la santidad, y Wesley decía que estaba persuadido, debido a observaciones hechas por él, de que generalmente la gente pierde la bendición de la santidad varias veces antes de aprender el secreto de conservarla. De manera que si alguno de los que leen estas líneas ha perdido la bendición y se siente atormentado por el antiguo enemigo de las almas, —el Diablo— quien le dice que jamás podrá volver a disfrutar la bendición de la santidad ni conservarla, permítame instarle a que haga la prueba una vez más y si no tiene éxito la primera vez, siga buscándola vez tras vez hasta obtenerla. Ustedes probarán la sinceridad de sus deseos y propósitos de obtener la santidad no cediendo ante las dificultades y aun derrotas, sino levantándose aunque se hayan caído diez mil veces, y empezando de nuevo con nueva fe, y mayor consagración. Si hacen esto podrán ustedes estar seguros de que ganarán el premio y a la larga podrán retener la bendición de la santidad.
La promesa es: “buscad y hallaréis”.
—Pero ¿cuánto tiempo debo buscar
—Busquen hasta hallar.
—Pero, ¿y si llegara a perder la bendición
—Búsquela otra vez hasta obtenerla de nuevo. Llegará el día en que Dios les sorprenderá derramando sobre ustedes tal bautismo de su Espíritu Santo que hará desaparecer para siempre todas sus tinieblas, dudas e incertidumbres y nunca volverán a caer; la sonrisa de Dios les acompañará siempre, y el sol de ustedes no se pondrá jamás.
Oh, amado hermano desalentado, mi desanimada hermana, permítanme que les urja a mirar a Jesús y a confiar en él. Sigan buscando la santidad que anhelan y recuerden que el hecho que Dios demore en contestar no es una negación.
Jesús es el Josué de ustedes, quien les conducirá a la tierra prometida; él puede derrotar a todos los enemigos que se opongan a su paso. Las personas que abandonan la lucha en los momentos de derrota tienen mucho que aprender aún acerca del engaño y dureza de sus corazones, así como también acerca de la longanimidad y ternura de Dios y la potencia de su poder salvador. Pero Dios no quiere que nadie que haya recibido la bendición la pierda, y es posible que una vez obtenida ésta, no la pierda nunca.
— ¿Pero cómo se puede hacer eso —pregunta alguno.
Un día un amigo mío, antiguo condiscípulo del colegio de teología, quien había terminado sus estudios, se dirigía a su campo de trabajo. Le acompañé hasta la estación del ferrocarril para despedirle, tal vez para nunca volver a vernos más. El me miró y dijo:
—Samuel, dame un texto que me sirva de lema para toda la vida.
Instantáneamente elevé mi corazón a Dios, pidiéndole que me iluminara. Ahora bien, si desean ustedes retener la bendición de la santidad, esa es una de las cosas que deben hacer constantemente: elevar su corazón a Dios en busca de luz, y esto no únicamente en momentos en que se presentan las crisis de la vida, sino en todos sus detalles, aun en aquellos que parecen pequeños y de poco valor. Con la práctica podrán llegar a adquirir la costumbre de hacer eso, que llegará a ser tan natural para ustedes como el respirar. Manténganse siempre tan cerca de Dios que puedan hablarle en voz baja, si es que quieren retener la bendición de la santidad. Yo comprobé aquella mañana que me encontraba a muy corta distancia de Jesús, allí mismo en la estación del tren, e inmediatamente me vinieron a la mente los once primeros versículos del primer capítulo de la segunda epístola de San Pedro; no sólo como un lema, sino como una regla de conducta trazada por el Espíritu Santo, siguiendo la cual no sólo podemos retener la santidad y nunca caer, sino también ser fructíferos en el conocimiento de Dios, y tener entrada en toda la plenitud del Reino de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Todos ustedes, los que quieren retener la bendición de la santidad, tomen nota de ese pasaje. Observen que en el versículo 4, el apóstol dice que somos “participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia”. Eso es santidad, escapar de la corrupción de nuestros depravados corazones y recibir la naturaleza divina. El apóstol nos urge no sólo a que seamos diligentes, sino a que lo seamos en todo. Un hombre perezoso y dormilón no puede retener la bendición: realmente un hombre de esa clase no puede obtener la santidad. Para obtenerla es necesario buscarla con todo el corazón; es preciso cavar como cuando uno busca un tesoro escondido, y para retenerla debemos ser diligentes. Hay personas que dicen: “Una vez salvado, queda uno salvo para siempre”, pero Dios no dice nada de eso. El nos dice que velemos y que seamos prudentes y diligentes, porque nos encontramos en terreno del enemigo. Este mundo no es amigo de la gracia. Si usted tuviese diamantes por valor de cien mil pesos y se encontrara en un país lleno de ladrones, velaría y cuidaría su tesoro con toda diligencia. Pues bien, ustedes están en terreno del enemigo, y tienen corazón santo, “las arras del Espíritu”, su pasaporte al cielo, su pacto de vida eterna. Sean diligentes y cuídenlo.
Dice el apóstol: “Por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud”. Ustedes deben tener fe en las grandes y preciosas promesas que él nos ha hecho para poder obtener la santidad, pero para retenerla deben añadir algo más. Esta palabra “virtud” viene de la antigua palabra latina que significa valor. Es probable que con ese significado se le emplee aquí. Para retener esta bendición es necesario ser valiente.
El Diablo rugirá algunas veces como un león, el mundo les mirará mal, y tal vez hasta les maltrate y les quite la vida. Sus amigos tendrán lástima de ustedes o les maldecirán y predecirán que calamidades de toda suerte les sobrevendrán; habrá ocasiones cuando su propia carne se resistirá. A mí me dijeron que me volvería loco, y pareció realmente que así sucedería, tal era la vehemencia y fervor con que yo ansiaba saber cuál era la voluntad de Dios con respecto de mí. Me dijeron que iría a parar en un pantano de fanatismo; que acabaría en un asilo de desamparados; que arruinaría mi salud y llegaría a ser un inválido para toda la vida, viviendo una vida atormentada y que sería una carga para mis amistades. Hasta el propio obispo cuyo libro sobre la santidad había despertado mi alma, después que hube obtenido la santidad, me aconsejó que no dijera mucho al respecto, pues ello causaría muchas divisiones y trastornos (Después supe que él había perdido la bendición de la santidad). El Diablo me persiguió de día y de noche, con mil tentaciones espirituales de las cuales yo jamás había soñado, y finalmente hizo que un matón me atacara de tal modo que casi me mata, y durante muchos meses quedé muy quebrantado de salud, tanto que el haber escrito una tarjeta postal me sumergió en la desesperación y me privó del descanso durante una noche entera[1]. Hallé, pues, que se requiere valor para retener esta “Perla de gran precio”, pero — ¡Aleluya para siempre! — “el León de la tribu de Judá”, que es mi Señor y Salvador, es tan valiente como poderoso, tan lleno de amor como de compasión, y él ha dicho en el libro que nos ha dejado para nuestra instrucción y estímulo: “Esfuérzate y sé valiente”. Se trata de una verdadera ordenanza, que tenemos la obligación de obedecer. Vez tras vez él ha dicho esto y setenta y dos veces dice: “No temas”, y añade, como razón suficiente para que no temamos: “porque yo seré contigo”. ¡Alabado sea Dios! Si él está conmigo, ¿por qué he de temer ¿Y por qué has de temer tú, camarada
Mi hijito tiene mucho miedo a los perros. Creo que el miedo nació con él. Pero cuando me tiene de la mano camina valientemente y no temería pasar cerca del perro más grande que hubiese en el país. Dios dice: “No temas, que yo soy contigo, no desmayes, que yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia. No te dejaré ni te desampararé”. ¡Nunca! Jesús, el mismísimo Jesús que murió por nosotros, dice: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra, he aquí, yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo”. ¿Por qué temer
El Diablo es maestro en el arte de engañar y derrotar a las almas, pero recuerden que Jesús es el Dios Eterno, y él ha puesto a la disposición de nuestra fe, para nuestra salvación, toda la sabiduría, poder y valor de la divinidad. Eso debiera llenarnos de ánimo. ¿Están desalentados ¿Tienen miedo ¡Cobren ánimo! , y digamos valientemente como dijo el rey David, quien tuvo muchas más tribulaciones y causas para abatirse de las que tenemos nosotros.
“Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto no temeremos, aunque la tierra sea removida; y se traspasen los montes al corazón del mar” (Salmo 46:1).
Me ha servido de mucha ayuda una de las experiencias que tuvo David. En una ocasión tuvo que huir de Saúl, quien le perseguía para matarle, como los cazadores buscan las perdices por los bosques y montañas. Debido a eso David huyó a tierra de los filisteos y habitó en el pueblo donde el rey le dijo que podía establecerse. Después de eso los filisteos fueron a hacer guerra contra Saúl y David fue también. Pero los filisteos temían que David se tornase contra ellos en la hora de la lucha e inspirados por ese temor le obligaron a regresar al pueblo. A su llegada encontraron que los enemigos habían invadido el pueblo y lo habían saqueado todo, llevándose a las mujeres, los niños, ganados y demás bienes. Los hombres se enloquecieron de disgusto y se propusieron apedrear a David. Había fundadas razones para tener miedo, pero la Biblia nos dice que “David se esforzó en Jehová su Dios”. Lean el relato y vean la manera tan admirable como Dios le ayudó a recuperarlo todo otra vez (1 Samuel 30).
Lo que es por mi parte, yo me he hecho la determinación de tener buen ánimo. Dios ha sido mejor para mí que todos mis temores, y que los temores de mis amigos; él ha confundido a todos mis enemigos, y ha probado que es más poderoso que mis adversarios, haciéndome capaz de andar en santidad delante de él por casi diez años, por medio de su bondad, poder y amor infinitos.