Satanás emplea todas sus artimañas para impedir la santificación de los creyentes. Usa todos sus argumentos sofísticos y toda la fuerza de su poderosa voluntad; pero el alma resuelta y determinada a ser enteramente del Señor hallará que Satán es un enemigo a quien se puede vencer, y que no tiene poder para engañarle. La manera más segura para derrotarle, es hacerse la resolución de creer firmemente y conformarse con la voluntad de Dios, a pesar de las dudas que Satán instiga siempre.
En el capítulo quince del Génesis hallamos un relato del sacrificio hecho por Abraham; este relato es muy instructivo para todos aquellos que quisieren obtener la completa salvación.
Abraham tomó ciertos animales y aves, y los ofrendó a Dios; después de haber efectuado la ofrenda, mientras esperaba la señal de la aceptación de Dios, aves de rapiña descendieron para arrebatar el holocausto. Abraham las espantó. Así siguió hasta la entrada de la noche; entonces descendió el fuego de Dios y consumió la ofrenda.
De igual modo, el que quiere ser santificado debe hacer una ofrenda a Dios de todo su ser; sin reserva de ninguna clase. Este acto debe ser real y no imaginario: debe constituir la verdadera entrega a Dios de uno mismo, con todas sus esperanzas, planes, perspectivas, propiedades, facultades físicas y mentales, tiempo, cuidados, tribulaciones, goces, tristezas, reputación, amistades; significa hacer un pacto perpetuo e irrevocable con él. Cuando nos hemos entregado a Dios de ese modo, para ser cualquier cosa o nada por amor de él; para ir a cualquier parte o quedarnos donde a Jesús le plazca, debemos, como Abraham, esperar con toda calma y paciencia que Dios nos dé el testimonio de habernos aceptado.
“Aunque tardare (la visión), espérala, porque sin duda vendrá, no se tardará... mas el justo por su fe vivirá”. (Habacuc 2:3,4).
Durante este período de espera, ya sea largo o corto, seguramente el Diablo enviará a sus aves de rapiña para que arrebaten la ofrenda.
“El dirá: “Si te has entregado del todo a Dios, debieras sentirte diferente”. Tengan presente que esa es el ave de rapiña del Diablo; espántenla, háganla huir. Lo que uno siente se produce siempre por algún objeto apropiado. Para tener la sensación del amor, debo pensar en alguien a quien amo; pero en el mismo instante en que ceso de pensar en el ser amado, y comienzo a pensar en la condición de mis sentimientos, en ese momento mis sentimientos se imponen.
Miren a Jesús y no presten atención a sus emociones; ellas son involuntarias, mas no tardarán en ajustarse al hábito fijo de su fe y voluntad.
“Tal vez la consagración que has hecho no sea completa”, sugiere otro.
Esa es otra ave de rapiña; espántenla.
En este punto Satanás se hace extremadamente piadoso y quiere obligarles a que se mantengan constantemente haciendo el examen de su consagración, pues sabe que mientras él logre hacerles examinar su consagración, ustedes no pondrán sus ojos en las promesas de Dios y, consecuentemente, no creerán; si ustedes no tienen fe en que su ofrenda es aceptada ahora, todo lo que hagan serán obras muertas.
“Pero no tiene usted el gozo ni las hondas y poderosas emociones que sienten otras personas”. Esa es otra ave de rapiña: espántenla y háganla huir.
Hace poco me dijo una señora: “Yo he abandonado todo, pero no he conseguido la felicidad que esperaba tener”.
—Ah, hermana —le respondí—, la promesa no es para aquellos que buscan la felicidad, sino para los que tienen hambre y sed de justicia; ellos serán hartos. Busque la justicia y no la felicidad.
Así lo hizo, y al cabo de pocos minutos quedó satisfecha, porque con la justicia obtuvo gozo en plenitud.
“Pero la fe es algo incomprensible, no puede usted ejercerla; ore usted a Dios para que él le ayude a disipar la incredulidad”.
Esa es otra de las aves de rapiña del Diablo; échenla fuera.
La fe es casi demasiado sencilla para ser descrita. Es confianza en las palabras de Jesús; confiar simplemente en lo que él ha dicho y aferrarse a sus promesas, creyendo que todas las promesas hechas por él son para nosotros. “Tengan cuidado de no dejar que sus “sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo” (2 Corintios 11:3).
Yo les digo, mis amados camaradas, que todo aquello que es contrario a que tengamos fe en las promesas que nos ha hecho Dios de que podemos obtener la santidad, son aves de rapiña del Diablo y deben echarlas fuera, de manera absoluta, si es que desean ser salvados.
No entren en controversia con el Diablo. Derriben “argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios” (2 Corintios 10:5), y confíen. Razonen con Dios. “Venid luego... y estemos a cuenta...” (Isaías 1:18).
En uno de los cultos que se celebraba para despedir el año viejo y recibir al nuevo, un hombre se arrodilló delante de la mesa de consagración, en compañía de varios otros; dicho hombre buscaba la limpieza de corazón. Se le dijo que se entregara por completo a Dios y que pusiera en él implícita confianza. Finalmente comenzó a orar, y luego dijo: “Me entrego a Dios y a partir de este momento voy a vivir y a trabajar para él con las fuerzas que tengo, dejando que él me dé la bendición y poder cuando a él le plazca. El ha prometido dármelos y estoy seguro de que así lo hará, ¿no le parece
—Sí, hermano mío; él lo ha prometido e indudablemente cumplirá con su promesa, —le repliqué.
—Sí, sí; él lo ha prometido —volvió a decir el hombre.
En ese instante, la luz irradió en su alma y luego dijo: “¡Alabado sea Dios! ¡Gloria a Dios! “Razonó con Dios y, al contemplar sus promesas, fue salvado. Otros de los que le rodeaban, razonaban con el Diablo, contemplaban sus sentimientos y no fueron santificados.
Mas después de haber dado el paso de fe, Dios ha dispuesto que ustedes hablen de su fe. Los hombres de carácter, de fuerza e influencia, son aquellos que dicen lo que son y lo que creen. El hombre que tiene convicciones y que no tiene miedo de proclamarlas ante el mundo entero y defenderlas, es el que es verdadero y estable en lo que cree. Así sucede en la política, en los negocios, en todas las reformas morales y en la salvación. Hay una ley universal que subraya la declaración: “Con la boca se hace confesión para salud” (salvación). Si ustedes han obtenido la santificación, y quieren conservarla, en la primera oportunidad que tengan deben hacerlo saber delante de todos los diablos del infierno, ante todas las personas a quienes conozcan en la tierra y delante de todos los ángeles del cielo. Deben presentarse ante todos como personas que profesan tener corazón puro y que de hecho lo tienen, que poseen la santidad. Sólo de ese modo quemarán los puentes que han dejado atrás; mientras estos no queden destruidos, ustedes no estarán seguros.
El otro día me dijo una señora: “Jamás me ha gustado decir que el Señor me ha santificado enteramente, pero sólo hace poco supe el por qué. Veo ahora que secretamente yo deseaba tener un puente tras mí, de modo que hubiese podido volver atrás sin causarme daño alguno. Si profeso ser santificada, debo tener cuidado de no hacer nada que esté en discrepancia con lo que profeso, pero si no lo digo a nadie, puedo hacer cualquier cosa y luego escudarme diciendo: “Yo no pretendo ser perfecta”.
¡Ese es el secreto! Tengan cuidado, amados lectores, pues caerán en esa trampa y el Diablo los tomará cautivos. Todos los que se hallan fuera del cerco están del lado del Diablo. “El que no es conmigo, contra mí es”. Pónganse del lado de Dios, haciendo una declaración abierta y definida de su fe. Pero dirá el Diablo: “Mejor es que no diga usted nada respecto a esto hasta que usted esté seguro de poder cumplir con ello. Tenga cuidado, pues podría usted hacer más mal que bien”.
Espanten a esa ave de rapiña inmediatamente, pues si no lo hacen así, todo lo que han hecho hasta ahora será menos que inútil. Esa ave de rapiña ha devorado a miles de holocaustos hechos con tanta sinceridad como el de ustedes. No deben guardar oculta la bendición que han recibido, sino que deben declarar osadamente la fe que tienen en aquel que les bendice, y él les guardará.
Sólo ayer me decía un hermano: “Cuando yo busqué esta experiencia, me entregué a Dios de manera definitiva y completa, y le dije que iba a confiar en él; pero me sentía tan seco como un poste. Poco después de eso, un amigo me preguntó si yo era santificado y, antes de tener tiempo para hacer el examen de mis sentimientos, respondí: “Sí, y en ese mismo instante Dios me bendijo y me llenó de su Espíritu. Desde entonces él me ha guardado poseído de su santidad”.
Habló acerca de su fe y razonó con Dios.
“Pero usted quiere ser sincero y no decir que tiene más de lo que realmente posee” —arguye Satanás.
¡Esa es un ave de rapiña!
Deben estar convencidos de que Dios no les engaña y seguros de que él ha prometido que “todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá” (Marcos 11:24). Crean que Dios es fiel.
Tuve una soldada que se entregó a Dios, pero no experimentó ninguna sensación nueva; debido a ese hecho vaciló y no testificó diciendo que Dios la había santificado.
“Pero, dijo, comencé a razonar la cosa del siguiente modo: “Yo sé que me he entregado por completo a Dios. Estoy dispuesta a ser cualquier cosa, a hacer cualquier cosa, a sufrir cualquier cosa por amor de Jesús. Estoy dispuesta a abandonar todo placer, honor y hasta mis más acariciadas esperanzas y planes, con tal de agradarle a él, mas no tengo la sensación de que Dios me haya santificado; y, sin embargo, él ha prometido hacerlo así, bajo la sola condición de que yo me entregue a él y crea en su Palabra. Sabiendo, como sabía, que me había entregado a él, tuve la convicción de que a mí me correspondía creer, pues de no hacerlo así, le haría a él mentiroso; por consiguiente me dije: Yo voy a creer que él me santifica. No obstante eso, no tuve ningún testimonio de que la obra se hubiese realizado en mí en ese instante. Pero descansé confiada en Dios. Algunos días más tarde concurrí a una convención de santidad y allí, mientras muchos otros testificaban, pensé que yo también debía ponerme de pie y testificar que Dios me había santificado. Así lo hice, y entre el tiempo que empleé en ponerme de pie y sentarme, Dios descendió y me dio el testimonio de que la obra había sido realizada en mí. Ahora sé que estoy santificada”.
Su rostro radiante evidenciaba que realmente la obra había sido hecha en ella.
Amado lector, resista usted al Diablo, y huirá. Entréguese por completo a Dios, confíe en él, y haga la confesión de su fe. “Y luego vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Malaquías 3:1).