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Ahora Que Usted Es Santificado, Neal Dirkse

por
Neal Dirkse

CASA NAZARENA DE PUBLICACIONES

Box 527, Kansas City, Missouri, 64141, E.U.A.


Este folleto fue publicado en inglés con el título de Now That You’re Sanctified y fue traducido bajo los auspicios de la Junta Internacional de Publicaciones.

 

Contenido

I. Algunas Cosas que no Cambiaron............................................5

II. Algunas Cosas que no Cambiarán..........................................14

III. Algunas Cosas que Sucedieron..............................................24

IV. Cómo Mantener la Experiencia................................................32

 

 

Prefacio

En las páginas siguientes usted en­contrará algunas sugerencias que le ayudarán a vivir una vida cristiana triunfante. Ahora que usted es santifi­cado, aprenderá en una forma nueva el impacto de la prueba y de la tentación. Satanás dirige sus ataques más fuertes en contra de aquellos que han decidido ir con Dios “hasta el fin del camino”. A usted se le permitirá entrar en bata­llas que no son del todo desconocidas a los que han entrado en este camino hacia las alturas espirituales; la posesión total que Dios ha tomado de su corazón y de su vida mediante la unción del Espíritu Santo es una garantía de la vic­toria en cada batalla y de la gracia para cada prueba.

Ojalá que Dios le dé la perseverancia y la determinación para mantener un contacto diario victorioso hasta que to­dos nos reunamos en su santa presencia en la ciudad preparada para los santos.

 

I

Algunas Cosas que no Cambiaron

Ahora Que Usted es Santificado…

¡Algo extraordinario le ha sucedido a usted! La vida será diferente. Y precisa­mente porque la vida será diferente, las siguientes páginas tienen el propósito de ayudarle a entender lo que ha suce­dido, y cómo conseguir que siga suce­diendo. Es el propósito de Dios, que us­ted crezca en la gracia más rápidamente que antes, porque antes, cuando usted tenía que luchar con un traidor interno—el pecado innato—su crecimiento era estorbado.

Un poco más adelante encontrará una discusión acerca de lo que sucedió cuan­do usted fue lleno con el Espíritu Santo. Pero por ahora, hablemos de algunas cosas que NO sucedieron.

¿Le parece extraño principiar con es­te punto No debería serlo. El primer ataque del diablo en contra de la perso­na que acaba de ser santificada, es lla­marle la atención a algunas cosas que NO son claramente diferentes de lo que eran antes. Su propósito es conseguir que usted dude de Dios y de lo que El ha hecho por usted, y de esa manera destruir esa comunión. Manteniéndose sumiso a Dios, usted aprenderá a resis­tir al diablo y al hacerlo, descubrirá que éste huirá de usted (Santiago 4:7).

Dudar de Dios siempre es malo— cualquiera que sea la razón. Cuando surjan las dudas lea la Biblia y ore. Si los interrogantes persisten, hable con su pastor... ¡pero nunca dude de lo que usted sabe que Dios ha hecho por usted! Recuerde, que aunque usted no pueda contestar todas las preguntas, nunca debe dudar de que Dios haya aceptado su completo rendimiento. Manténgase fir­me sobre la confianza de lo que usted sabe que experimentó. “Sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso” (Romanos 3: 4). A pesar de sus emociones hoy, o ma­ñana, en contraste con sus emociones el día que Dios habló a su corazón, no pierda su confianza en la gracia de Dios para guardarle, porque el diablo es un mentiroso desde el principio (Juan 8: 44).

Por tanto, consideremos algunas co­sas que NO sucedieron cuando Dios le santificó.

1. A USTED NO SE LE QUITO LO HUMANO

Eso equivale a decir que usted es to­davía un ser humano, aunque santifi­cado. “Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu” (I Pedro 1:22). Un alma purificada ciertamente ejerce­rá una influencia decisiva sobre el cuer­po, pero no lo hará ni más ni menos que humano. Es probable que cuando el Es­píritu Santo vino en toda su plenitud, usted sintiera que estaba en otro mun­do; se sentía tan bendecido y diferente que no quería regresar a la tierra. Sin embargo, usted pronto descubrirá que todavía es un ser muy humano. Usted todavía posee un cuerpo con todos los apetitos e impulsos humanos normales.

Sí, los apetitos humanos normales permanecen: el deseo por los alimentos en cantidades normales, el deseo por el compañerismo de los demás seres hu­manos, el deseo por el sexo en su lugar apropiado—todas las demás capacida­des humanas normales permanecerán tal como eran antes. La diferencia que usted notará será un poder mayor para ejercitar disciplina en estas áreas. Recuerde que el control de uno mismo es fruto del Espíritu (Gálatas 5:23).

Negar, por ejemplo, el hecho y la pre­sencia de los deseos sexuales normales, es intentar mejorar la obra creadora de Dios. Obviamente, su satisfacción se limitará dentro de las relaciones mari­tales lícitas, pero negar el hecho de que estos deseos existen, significa crear pro­blemas que le causarán grandes dificul­tades. El mero intento de negarse a usted mismo estos deseos humanos nor­males, inherentes en cada ser humano, sólo servirá para grabarlos más profun­damente en su mente y en su conciencia. El enemigo le acusará de no ser ver­daderamente santificado si alguna vez tiene un deseo apasionado, o un deseo momentáneo pero fuerte, de satisfacer sus impulsos sexuales. Discipline su pensamiento, piense inmediatamente en la pureza de la santidad y de una vida santa; ocupe su mente con pensa­mientos que honren a Dios; lea inme­diatamente Filipenses 4:8, y murmure una oración pidiendo ayuda. “Llevando cautivo todo pensamiento a la obedien­cia a Cristo” (II Corintios 10:5). La vo­luntad no es rival para la imaginación, de modo que aprenda a resistir los pen­samientos malos reemplazándolos con pensamientos santos.

Además, dar por sentado que usted ya no necesita ejercitar el contacto nor­mal con el mundo que le rodea, y que puede esconderse dentro de un círculo imaginario, significa negar el propósito principal para el cual fue usted santifi­cado. Recuerde las instrucciones de Cristo a sus discípulos de que esperaran hasta ser llenos del Espíritu Santo (Lu­cas 24:49) y luego que debían usar ese poder del Espíritu Santo para testificar en su favor (Hechos 1:8). Y usted no podrá dar un testimonio eficaz desde un claustro.

Ya no se le permitirá a su cuerpo de­mandar tanta atención, porque ahora se ha convertido en el “templo del Espí­ritu Santo” (I Corintios 6:19). Su cuer­po será ahora el instrumento del Espí­ritu Santo, el cual lo usará de la manera que El crea más conveniente, con el fin de traer en forma más eficaz gloria y honra al Señor Jesucristo.

2. A USTED NO SE LE DESPOJO DE SU PERSONALIDAD

La santificación no cambiará su tem­peramento básico más que lo que cam­biará el color de su cabello. Si bien es cierto que el tiempo y el crecimiento contribuirán a una expresión más fina y más rica de su personalidad para la gloria de Dios, no se debe usted desanimar si esto no sucede tan rápidamente como usted quisiera. Dios usa pruebas y su­frimientos para refinar su personalidad, para que se convierta en una demostra­ción efectiva creciente de la experiencia de la santidad. No olvide que crecemos “en la gracia y el conocimiento de nues­tro Señor y Salvador Jesucristo” (II Pedro 3:18).

Si usted es normalmente una persona de tipo nervioso, no puede en seguida ser perfectamente paciente frente a to­das las experiencias desagradables.

Si usted es una persona impetuosa, que le gusta hablar y actuar antes de pensar, la santificación no cambiará esa característica de la noche a la mañana. El hecho es que aparentemente Pedro tuvo dificultades para vencer totalmen­te sus prejuicios en contra de los genti­les, aun después del Pentecostés. Parece que él consideró necesario explicarle a Cornelio que no era su costumbre visitar a un gentil. Pedro necesitó bastante tiempo para deshacerse de todos los as­pectos ásperos de su personalidad. Us­ted necesitará tiempo y crecimiento para desarrollar “la medida de la esta­tura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:13).

Si usted es una persona callada y tí­mida, no se convertirá inmediatamente en una persona impetuosa y resuelta a expresar en seguida lo que piensa. La santificación proveerá la gracia y la motivación para ayudar a vencer los aspectos de nuestra personalidad que necesitan mejorar, pero se necesitarán tiempo y sufrimientos para refinarla completamente. “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos” (II Corintios 7:1).

No se impaciente ni pierda su con­fianza en estos momentos de prueba. Vaya al Señor en oración humilde, si acaso ha fallado, admítalo y confiéselo, y permita que El le vuelva a susurrar que “la sangre...nos limpia de todo pecado” (I Juan 1:7).

3. USTED NO FUE HECHO UN SANTO CON EXPERIENCIA CABAL

Aquellos que compartimos esta glo­riosa “vida abundante” con usted, nos damos cuenta de cómo se sintió usted después de que el Espíritu Santo le san­tificó. Pero nunca olvide que eso fue sólo un punto de partida. No deje que el diablo le haga tropezar confundiéndole sobre la diferencia entre la pureza de corazón y la madurez de expresión. Us­ted todavía no orará ni testificará como aquel santo que usted conoce; quizá usted todavía tenga dificultades en tes­tificar a otros o en testificar en un ser­vicio público; quizá sea una lucha toda­vía para usted el orar en público. Pero por supuesto, usted no dejará de esfor­zarse.

La madurez vendrá cuando usted se esfuerce por hacer lo que puede. La pa­rábola de los talentos nos enseña que el uso resulta en aumento. La madurez vendrá conforme usted continúe ha­ciendo las decisiones difíciles pero co­rrectas, y a medida que usted llene los lugares de responsabilidad que se le pre­senten. “Moisés, hecho ya grande, re­husó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios...teniendo por ma­yores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios” (Hebreos 11:24-26).

Usted posee un corazón puro median­te la sangre de Cristo; la vida madura vendrá a medida que usted ande fiel y continuamente delante de El el resto de su vida. Pedro dice claramente cuáles áreas de nuestra responsabilidad se de­sarrollarán a medida que caminamos con Dios. “Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conoci­miento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; al afecto fraternal, amor” (II Pedro 1:5-7). El proceso de la madu­rez ayuda a “añadir” y a aumentar es­tas capacidades.

Cuando se sienta satisfecho con su estado presente, no ceda a esa tenta­ción; en vez de ello, estimule el apetito de su corazón de ser cada día más seme­jante a Cristo, porque “los que tienen hambre y sed de justicia...serán sa­ciados”.

Estas son algunas de las cosas que no sucedieron cuando usted fue santifica­do. El capítulo siguiente tratará con algunas de las cosas que no cambiarán.

II

Algunas Cosas que no Cambiarán

Puede haber tanto peligro en esperar que la experiencia de la santificación haga más de lo que la Biblia dice que hará, como lo hay en no permitir que haga todo lo que se provee en ella en el Calvario. Insistir en que ciertas cosas que no se prometen deben suceder cuan­do se profesa la entera santificación, puede ser tan desalentador para usted y para otros, como lo será el no apro­piarse de todo lo que las promesas espe­cíficas de la Biblia ofrecen proveer. Se han creado dificultades para entender esta doctrina cuando las fuentes mal informadas nos exhortan a un nivel de vida que no podremos obtener hasta que lleguemos al cielo. Esto no significa debilitar la obra de la santificación, sino más bien establecerla sobre una base clara y escritural.

Refutar esta experiencia o dudar de su validez debido a algunas debilidades humanas en nosotros o en otros, no es un argumento suficiente como para que usted pierda su confianza. Aférrese a lo que usted sabe que Dios ha hecho en su corazón y luego proceda de ese punto a aprender, estudiar y crecer en entendi­miento espiritual. No olvide—las emo­ciones humanas no son la prueba final de los mandamientos y las provisiones de Dios. La prueba final es la Palabra de Dios clara y definida. De acuerdo a ella permanecemos o caemos, no por una opinión o experiencia humana que diga lo contrario. Examinemos algunas de estas áreas en las cuales el diablo le ocasionará dificultades tarde o tempra­no.

1. USTED NO ESTARA LIBRE DE LAS TENTACIONES

La tentación es la incitación a hacer o dejar de hacer algo, que usted sabe que la voluntad de Dios prohíbe o de­manda. Aunque estas tentaciones no parezcan estar en el mismo nivel que cuando usted fue salvado, vendrán en el nivel de su experiencia presente. Esto quiere decir que usted se sentirá más tentado en el área de las actitudes que en las acciones, en sentimientos más que en hechos. Una actitud mala sentará la base para acciones malas, y el resentimiento estimulará expresiones no cristianas. Pero con una conciencia despierta, usted se dará cuenta del mal de estas actitudes internas y resenti­mientos antes de que alcancen el estado de la acción. Y aquí debemos estar en guardia. Porque el diablo puede venir como “un ángel de luz” (II Corintios 11: 14) o como “león rugiente” (I Pedro 5:8).

Cristo fue tentado (Mateo 4:1) y us­ted puede tener la seguridad de que el diablo lo tentará a usted también. Qui­zás usted se sienta tentado a dudar lo que Dios ha hecho por usted, retirar parte de la consagración que usted hizo tan completa y tan libremente, o demo­rar el cumplimiento de una parte de las promesas que usted le hizo a Dios.

Mientras que usted no ceda a la ten­tación, ni permita que las malas actitu­des encuentren habitación en su cora­zón, usted no ha pecado. Las tentacio­nes no son pecado, y no se convertirán en pecado mientras usted resista y rechace lo que usted sabe que es malo. Santiago 1:14-15 declara esto en una forma muy peculiar: “Cada uno es ten­tado, cuando de su propia concupiscen­cia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha conce­bido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte”. Usted puede resistir la tentación y debe hacerlo con el poder de su nueva expe­riencia. Dése cuenta ahora de que nun­ca llegará al punto donde las tentacio­nes no formen parte de su experiencia, pero tampoco se enfrentará a una tenta­ción que la gracia de Dios no le pueda ayudar a vencer —“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4: 13).

Una sutil tentación con la que debe enfrentarse es la mentira de que usted puede medir su gracia por sus emocio­nes. Usted escuchará tantos testimonios del gozo que produce esta comunión; usted mismo expresará este sentimiento a menudo. Pero el tiempo llegará, tan cierto como que la noche sigue al día, cuando usted no sienta esas emociones de gozo. La “emoción” habrá desapa­recido. NO DEJE QUE ESTO LE MO­LESTE—especialmente si usted está caminando en toda la luz que tiene.

Pablo pasó por algunos momentos en que su ola emotiva estaba en un nivel muy bajo. Note lo que él dice, y trate de imaginarse cómo se habrá sentido cuando se dio cuenta lo que le sucedió en Asia: “Fuimos abrumados sobrema­nera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida. Pero tuvimos en no­sotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos; el cual nos libró, y nos libra, y en quien esperamos que aun nos librará, de tan grande muerte” (II Corintios 1: 8-10).

Sí, la tentación le acompañará mien­tras usted viva, pero eso mismo fortale­cerá y refinará lo que fue comenzado; porque puede tener la seguridad de que Dios perfeccionará lo que El comenzó en su corazón (Filipenses 1:6). Sin embar­go, “No os ha sobrevenido ninguna ten­tación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (I Corintios 10:13).

2. USTED NO SERA ABSOLUTAMENTE PERFECTO

Esta es una artimaña sutil que al dia­blo le gusta usar.

Aunque es cierto que usted podrá vi­vir una vida sin pecar voluntariamente, ninguno de nosotros jamás alcanzará el punto donde le sea imposible pecar, porque ninguno de nosotros pierde su libre albedrío cuando es santificado. La voluntad se rinde, de manera que ahora desea hacer la voluntad de Dios en lugar de la suya propia. Es esta capacidad de escoger hacer su voluntad lo que nos hace más semejantes a Dios. Precisa­mente, el carácter santo se desarrolla conforme nosotros hacemos esas deci­siones correctas. Juan nos dice que es en la medida en que nosotros HACEMOS la voluntad de Dios que crecemos en nuestro entendimiento de su voluntad (Juan 7:17).

Nunca menosprecie las provisiones de la propiciación. El propósito de Dios es que vivamos “sin mancha delante de él, en amor” (Efesios 1:4-5). Nadie ne­cesita hacer el mal; pero si alguien cae en un acto o actitud pecaminoso, inme­diatamente puede aferrarse a la sangre de Cristo, e invocar la promesa de que “si alguno hubiere pecado, abogado te­nemos para con el Padre, a Jesucristo el Justo” (I Juan 2:1). Un pecado mo­mentáneo es todavía un pecado y debe tratarse como tal.

La infalibilidad no será una de sus nuevas virtudes. Usted todavía hará errores en sus juicios. Nuestra esperan­za yace en esta promesa, de que “cuan­do venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará” (I Corintios 13:10). Cuando corneta un error, corríjalo, pero no permita que el enemigo lo acuse fal­samente de pecado voluntario. El es el “acusador de nuestros hermanos” (Apo­calipsis 12:10) y ciertamente lo tratará de persuadir a que se condene a sí mis­mo cuando sea culpable de algún error sincero. Confiéselo, conságrelo... ¡y olvídelo!

3. USTED NO DEJARA DE CRECER

¡O por lo menos no debiera!

El momento de su experiencia de cri­sis fue un punto de partida. La vida que debe vivir es de un crecimiento continuo y desarrollo en la gracia de Dios. La santificación es primeramente una ex­periencia de crisis, y luego un proceso de crecimiento y desarrollo. Más adelante sugerimos formas para estimular su cre­cimiento espiritual, pero por ahora nos basta decir que una vez que usted em­pieza con Dios, El no le permitirá sen­tirse satisfecho con el maná de ayer…debe ser fresco cada día.

Usted nunca puede agotar a Dios o lo que El tiene reservado para el alma sin­cera. Pablo, al fin de sus días, sentía deseos de seguir hacia adelante con el Señor...“No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que pro­sigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús” (Filipenses 3:12).

El proceso de crecimiento obra el de­sarrollo hacia la perfección. Este vendrá a medida que usted preste fielmente atención a las instrucciones recibidas en la palabra del pastor, evangelista, o maestro, “A fin de perfeccionar a los santos...hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratage­mas de hombres que para engañar em­plean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo” (Efesios 4:12-15).

4. USTED NO SERA GLORIFICADO

Para esto debemos esperar la venida del Señor. Mientras tanto usted tendrá que permanecer con ese cuerpo y mente con que le encontró cuando le santificó. Usted todavía hará errores; todavía su­frirá dolores y se enfermará; todavía malentenderá a algunas personas. Por el otro lado, usted nunca llegará a ser tan perfecto que pueda satisfacer a to­dos. Aun Cristo, el único hombre per­fecto que jamás haya vivido, no agradó a todos. La gente le criticará aun cuan­do usted crea que ha hecho todo lo posi­ble. Pablo sufrió terriblemente sólo por andar en el camino de la santidad: “En trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces. De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres ve­ces he padecido naufragio; una noche y un día he pasado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peli­gros...de los de mi nación...peligros entre falsos hermanos” (II Corintios 11: 23-26). Por ser seguidor del Maestro pasó mucho tiempo en la cárcel.

Usted es todavía suficientemente hu­mano como para sentirse herido y agra­viado por las actitudes de otros hacia usted cuando es malentendido. Pablo dijo a la iglesia de Corinto: “Yo con el mayor placer gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo por amor de vuestras almas, aunque amándoos más, sea amado menos” (II Corintios 12:15). Si Pablo se sentía herido y agraviado por el trato injusto de otros, sin duda que hay una gran posibilidad de que usted también se sienta así. Pero en todas estas cosas usted tiene acceso a una gracia que le permitirá “más que vencer” y seguir amando a todos.

Esto cubre algunas de las áreas donde el diablo tratará de meterlo en dificul­tades. Ahora veamos lo que SUCEDIO cuando usted fue santificado, y cómo la gracia de Dios le puede hacer a usted la persona eficaz que El quiere que sea.

III

Algunas Cosas que Sucedieron

La experiencia y la vida de santidad serán una relación sin fin y siempre cre­ciente. Tal vez parezca imposible enten­der en una forma breve lo que SUCE­DIO cuando usted fue santificado, pero hagamos la prueba de todas maneras:

1. USTED FUE LIMPIADO

El pecado tiene una naturaleza doble: acción y condición, actos malos y dispo­siciones malas, pecados y (el) pecado, hacer el mal y ser malo. Las cosas men­cionadas en primer término fueron per­donadas cuando usted se convirtió. Eran hechos voluntarios, y por lo tanto usted era personalmente responsable por ellos. La disposición o principio del pecado es algo con que usted nació. Su naturaleza es rebelión en contra de Dios (Romanos 8:7), y por lo tanto es mala. Aunque usted no fue responsable de ha­ber nacido con esta naturaleza, usted es responsable de permitir que la provi­sión del Calvario la elimine. La pregun­ta de Pablo a los romanos es pertinente: “¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde” (Romanos 6:1). Y la respuesta obvia es: ¡No! “Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él” (Romanos 6:2).

Antes de que usted fuera santificado, esta disposición hacia el pecado a me­nudo le sorprendía desprevenido, y le hacía decir o hacer cosas que luego sin­ceramente le pesaban. Cuando usted buscaba el perdón de Dios en estos ca­sos, El le perdonaba, sin embargo usted se sentía molesto por este traidor in­terno. Cuando Dios le santificó, El lim­pió esta disposición interna. “Y Dios, que conoce los corazones, les dio testi­monio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros; y ninguna dife­rencia hizo entre nosotros y ellos, puri­ficando por la fe sus corazones” (He­chos 15:8-9).

Esta limpieza dio como resultado la erradicación o la eliminación de esa ten­dencia innata a desafiar la perfecta voluntad de Dios para usted. Corrigió esa inclinación de una vida egocéntrica a una vida cristo-céntrica. “Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuis­teis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia” (Romanos 6:17-18).

Quizá le ayude a entender más clara­mente si hacemos una distinción entre estas dos obras divinas—regeneración y santificación.

En la primera usted es “nacido del Espíritu” (Juan 3:8); en la segunda us­ted fue “lleno del Espíritu” (Hechos 2:4).

En la primera usted confesó y se le perdonaron sus pecados voluntarios (I Juan 1:9); en la segunda usted consagró todo su ser a su voluntad y fue trans­formado hasta que llegó a estar en per­fecta armonía con su voluntad (Romanos 12:1-2).

En la primera usted encontró “paz para con Dios” (Romanos 5:1); ahora ha encontrado “la paz de Dios” (Filipen­ses 4:7).

En la regeneración usted fue vivifi­cado (Efesios 2:1); en la santificación fue crucificado “con Cristo” (Gálatas 2:20).

Esta limpieza tiene que ver con peca­dos tales como la ira, el odio, el resen­timiento, la amargura, los celos, la envidia, pensamientos impuros y otros semejantes. No quiere decir que las tentaciones en estos asuntos no ocurri­rán, sino que ahora no encontrarán un apoyo interior a la insinuación del ma­ligno.

2. USTED FUE LLENO DE PODER

Dios primero limpia lo que usa, y lue­go lo usa para su gloria. El sabe que somos débiles por naturaleza; por tanto, cuando El nos santifica, nos reviste de poder—nos da la virtud del Espíritu Santo.

No es algo que ganamos—es su don. Se nos da con un propósito especial: “Me seréis testigos” (Hechos 1:8). Le­yendo la historia del Pentecostés y el Libro de los Hechos, usted descubrirá que estos creyentes primitivos tenían un poder sobrehumano. No se puede expli­car de otra manera, por ejemplo, el va­lor de Pedro. Donde antes él temblaba delante de los hombres y las criadas, ahora encontramos sacerdotes y perso­nas temblando delante de él, y pregun­tando qué debían hacer para ser salvos.

Hay sólo una explicación: “Recibiréis poder, cuando haya venido sobre voso­tros el Espíritu Santo” (Lucas 24:29; Hechos 1:8).

Los eruditos jueces saduceos y sacer­dotes estaban teniendo dificultades con esta multitud de pescadores apasiona­dos y cobradores de impuestos trans­formados. En el capítulo cuatro de He­chos, se hace referencia tres veces al “valor” o poder de estas personas llenas del Espíritu. Para ellos era un poder para soportar la persecución y la oposi­ción, para crear convicción y convencer, para desafiar la orden de la corte que les negaba el privilegio de testificar a otros acerca de ese Nombre.

Este poder no es para uso personal. Ahora usted se ha convertido en un ins­trumento limpio, un canal, por el cual el poder de Dios puede correr sin obs­táculos. Mientras que se mantenga lim­pio y libre de la vanagloria, seguirá siendo usted un canal útil. Si acaso el canal se obstruye, busque el lugar de oración, y permita que el Espíritu le se­ñale el obstáculo. No hay nada sufi­cientemente importante como para que impida que usted sea parte del propósi­to de Dios para su vida. Por lo tanto, mantenga los canales abiertos y lim­pios.

Recuerde que este poder del Espíritu Santo debe usarse para poder mante­nerse. Quedarse satisfecho, ser descui­dado, dejar de testificar a otros, es per­der ese sentido sagrado de su posesión total de su vida.

3. USTED FUE LLENO

Ya sea que haya venido como una ola arrolladora o como un dulce aroma, us­ted descubrió un amor hacia Dios y ha­cia otros que nunca antes había conoci­do. Literalmente “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Romanos 5:5). Esa es la razón por la cual usted encon­trará fácil amar a aquellos que no le tratan bien a usted: es el amor de Dios fluyendo a través suyo. Esta es la moti­vación necesaria que usted necesita a fin de desear ganar a otros. Es difícil para una persona que está profunda­mente enamorada quedarse callada acerca del gozo interno y de la persona que lo causa.

Ahora usted ha llegado al lugar, me­diante la gracia de Dios, donde real­mente puede obedecer el mandamiento de Cristo de amar “al Señor tu Dios con todo tu corazón...y...a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37-39). No es meramente el amor suyo elevado a un nuevo nivel; es su amor que fluye en usted. No trate de restringirlo; el amor de Dios incluye a todos, ya sea que fluya directamente de su corazón a nosotros o que fluya a través del corazón de usted a otros.

Volvamos sobre este asunto otra vez. Cuando Dios le santificó, su propósito era que usted fuera uno con El, así como Cristo es uno con el Padre (Juan 17:21). Esta relación tan íntima no puede venir sin un cambio radical interior; porque mientras que la vida del yo permanezca ocupará el centro del corazón. Simple­mente no se puede someter a la volun­tad de Dios. Por lo tanto se necesita esta experiencia de la gracia divina.

Destruye el yo, de modo que Cristo pueda llenar el horizonte total de su vida. Para llevar a cabo esto, la limpie­za es esencial, porque ningún pecado puede entrar a su presencia; la unción con el poder venido de otro mundo es esencial, porque no podemos cumplir las demandas de un Dios santo sin él; ser lleno con el amor divino es esencial a fin de proveer la clase de motivación que le haga a uno desear vivir la vida cristiana, y le capacita para servir a Dios por sí mismo. Sólo con este equipo divino podemos comenzar a encontrar las riquezas de esta unidad con El en todas sus implicaciones y posibilidades. Continuará ensanchándose y creciendo a medida que usted camina con El co­mo el horizonte que va en aumento y saluda a la persona que con perseveran­cia escala la montaña.

Pablo enumera algunas de las cosas que le esperan cuando nos dice que es­ta experiencia “os dé espíritu de sabidu­ría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la super­eminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la ope­ración del poder de su fuerza” (Efesios 1:17-19).

En el capítulo final trataremos con lo que USTED debe hacer a fin de mante­ner esta gloriosa experiencia y vida obrando para la gloria de Dios.

 

IV

Cómo Mantener la Experiencia

No hay necesidad de que haya un mo­mento desde ahora hasta que usted llegue al cielo que no sea de victoria; usted no tiene que retroceder. El le san­tificó para que usted pudiera vivir una vida victoriosa. “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús” (II Corintios 2:14), cre­ciendo más y más a su semejanza hasta que su imagen se refleje perfectamente en usted.

A fin de que esto sea verdad en su vida, le ayudarán las siguientes suge­rencias. No las debilite señalando a otros que no están haciendo algunas de las cosas aquí mencionadas. Si omite cualquiera de estas cosas que mencio­namos a continuación, debilitará su re­lación con Dios así como su gozo y vic­toria. Recuerde siempre que la desobe­diencia y el descuido de otros nunca es una justificación suficiente para que usted no obedezca al Señor completa­mente. El obedecer no siempre será fácil, pero siempre será lo correcto.

1. USTED DEBE TESTIFICAR A OTROS

Esto se pone al principio de la lista porque este fue el propósito principal por el cual usted fue santificado. Todo lo anterior es sólo preparatorio para esta actividad. Si no fuera así, el Señor po­dría llevarle al cielo ahora mismo. Pero hay otros que necesitan conocer esta ex­periencia, y solamente usted puede decirles lo que le ha sucedido. Esto es dar testimonio.

Usted no es diferente de los demás; todos sienten las mismas necesidades internas que usted sentía antes de que Dios le santificara enteramente. Cuén­teles a otros de ello.

Cuando usted les cuente a otros su experiencia y la maravilla de la pleni­tud de Dios, otros sentirán el deseo de poseerla. “Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se con­fiesa para salvación” (Romanos 10:10).

Ponga su testimonio en palabras: aclá­relo, para que otros entiendan cómo Cristo les puede satisfacer en la forma que le satisfizo a usted.

Es digno de notar que Dios no envió a un ángel a predicar a Cornelio (He­chos 10), sino que envió a otra alma redimida para traer el mensaje que sólo una persona podría traer. Los ángeles nunca pecaron, por lo tanto, no pueden contar la historia de la redención. Sólo usted y yo podemos hacerlo. Esa es la razón por la cual el Señor cuenta tanto con su fidelidad y su obediencia aquí en la tierra. El no tiene otra manera de hacer que la gente escuche la bendita historia.

No se desanime si algunos de los que oyen su testimonio no aceptan al Señor sólo sea fiel a su tarea, y Dios se encargará de la suya. Nuestra tarea es testificar...la suya es convencer y con­vertir.

2. USTED DEBE MANTENER CIERTO TIEMPO APARTADO

A menos que usted fije y guarde cier­tos momentos para sus devociones pri­vadas, no las podrá tener. Privar al alma del alimento que debe recibir me­diante la oración y la lectura, significa matarla de hambre. No hay nada de mayor importancia. En este punto es donde el diablo procurará lanzar uno de los primeros ataques, diciéndole que us­ted está demasiado cansado como para hacerlo o demasiado ocupado como pa­ra apartar esos momentos. El cuerpo desnutrido está expuesto a todos los microbios que le rodean...el alma desnutrida está expuesta a todos los es­píritus malos. Mantenga un alma salu­dable.

En los Evangelios encontramos narra­dos sólo unos cuarenta días de la vida de Cristo, sin embargo, usted encontra­rá frecuentes referencias a los momen­tos de oración del Maestro. Oró toda la noche, o por lo menos parte de ella, en cinco diferentes ocasiones. Oró en oca­sión de su bautismo, antes de la selec­ción de sus discípulos, cuando se enfren­tó a la tentación, en su hora de traición y muerte. Si fue esencial para el Hijo de Dios equiparse de esa manera, ¡cuánto más necesitará usted pasar tiempo en la oración!

En el Libro de los Hechos los discípu­los oraron “y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denue­do la palabra de Dios” (Hechos 4:31). Debe haber momentos frecuentes cuan­do escuchamos la voz del cielo, momen­tos cuando nuestras almas se refrescan con un nuevo derramamiento del Es­píritu de Dios. La admonición de Pablo a ser “llenos del Espíritu” implica un proceso continuo y constante. Aprenda en seguida el secreto de esperar en su presencia hasta que su alma haya sido fortalecida de nuevo y alimentada por la “fuente viva”. No deje pasar muchos días sin tener unos momentos de ora­ción victoriosa. “Conservaos en el amor de Dios” (Judas 21). Que toda su vida gire alrededor de estos momentos de refrigerio. Si tiene dificultades en “orar hasta alcanzar la victoria,” busque la compañía de otra persona de oración y oren juntas.

Confeccione una lista de oración, incluyendo los nombres de las personas que usted quiere ver convertidas al Se­ñor o enteramente santificadas. Desa­rrolle un sistema de lectura de la Biblia que le dirija a un estudio y a un creci­miento sistemático en su conocimiento del Señor. Un método deficiente segui­do fielmente, hará más provecho que un método excelente pero que usted aban­done pronto.

Estos momentos para sus devociones privadas son absolutamente esenciales si usted quiere crecer en gracia.

3. USTED DEBE OBEDECER

Dios tiene un propósito para su vida—búsquelo y obedézcalo. Es probable que cada día tenga una tarea especial—obedezca. Nunca permita que su vo­luntad, o sus deseos o sus actitudes le roben lo mejor que Dios tiene para usted por causa de la desobediencia. Man­téngase siempre sumiso a su voluntad. Aun Jesús expresó esta actitud en el Huerto cuando oró: “No se haga mi vo­luntad, sino la tuya” (Lucas 22:42). Recuerde que la voluntad de Cristo para usted, está dictada por su amor hacia usted, y su gran sabiduría le permite saber cuál es la mejor manera de usar su vida.

Mantenga intacta su consagración. Si usted ve a otros seguir a Cristo des­de lejos, no deje que esto le haga retro­ceder en sus promesas a Dios. “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos” (Mateo 7:21).

La obediencia es el precio de la vic­toria. Su voluntad fue depositada en las manos divinas el día que Dios le santi­ficó. Ahora usted quiere hacer la volun­tad de Dios. Esa entrega no significa que la voluntad de usted se ha vuelto pasiva o dormida—se vivifica más que nunca, pues usted desea sólo hacer su voluntad.

Fue la obediencia lo que le trajo a usted a esta comunión. La consagración significa literalmente traer el pasado a una obediencia presente, y rendimiento significa colocar todo el presente y el futuro en ese nivel (Hechos 5:32). “Ha­biendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu” (I Pedro 1:22), usted se man­tendrá en este camino santo mediante una obediencia continua. Mientras que usted ande “en luz” (obediencia), la sangre le limpia “de todo pecado” (I Juan 1:7).

Si El le llama al ministerio cristiano, usted tiene que obedecer. Su voluntad es la norma y el único principio sobre el cual gira toda su vida (Gálatas 2:20). Solamente así habrá perfecta paz y per­fecto gozo.

4. USTED DEBE LEER BUENOS LIBROS

Lógicamente, su Biblia viene prime­ro. Pero debido a la competencia con que usted se enfrenta en las revistas, los diarios, la televisión, la radio, su trabajo y en el hogar, usted descubrirá que el ejercicio de la disciplina es esen­cial en el uso de su tiempo. Si a usted no le agrada leer—desarrolle ese gusto, porque sólo así podrá usted informarse mejor y afirmarse mejor en este camino de santidad. Esto es tan importante como cualquiera otra cosa que usted hace para crecer en la gracia y en el conocimiento de Dios.

Los libros sobre la santidad, sobre la vida devocional y las publicaciones de su denominación, deben tener prioridad en su lectura. Si debe hacer un escogi­miento entre los diarios y los periódicos de su iglesia, usted se beneficiará más dando su tiempo a éstos. Sólo así usted podrá crecer en entendimiento y en sa­biduría para traer más gloria a Dios.

Usted tendrá que seleccionar su ma­terial, porque no todo lo que tiene un título religioso es necesariamente edi­ficante. Hay tanta literatura mala sobre cultos falsos, que usted debe tener mu­cho cuidado. Si tiene la menor duda, consulte con su pastor. Una persona sincera recibió hace poco un libro de un amigo. Había encontrado el libro en el proceso de cambiarse de casa, y puesto que tenía un título bueno y religioso, creyó que era bueno. Nuestro amigo co­menzó a leerlo—hacía poco que había sido santificado—y pronto encontró al­gunas cosas raras. Cuando consultó al pastor, se descubrió que era un libro publicado por uno de los cultos falsos que se especializa en distribuir tal clase de literatura. Cuando se le informó eso, el lector destruyó el libro. Eso es lo me­jor que se puede hacer con tales libros.

He aquí algunos libros que sugerimos para que se lean tan pronto como sea posible:

Santidad y Poder, por A. M. Hilis

El Secreto de la Vida Cristiana Feliz, por Hannah W. Smith

El Amor Perfecto, por J. A. Wood

La Perfección Cristiana, por Juan Wesley

De Puntillas, por Amor, por John T. Seamands

Bueno, esto no es todo.

En este breve tratado sobre un asun­to que no se puede agotar ni en muchos volúmenes, usted encontrará el princi­pio de lo que esperamos sea una hermo­sa y bendita vida de victoria. No se detenga con la lectura de este panfleto, sino más bien consulte el catálogo de su Casa de Publicaciones, o pregúntele a su pastor, y aprenda todo lo que pueda sobre cómo vivir esta vida en toda su plenitud. Si así lo hace, la vida no se le hará agria, sino que cada día será un bendito día y su vida dejará en su sen­dero una creciente corriente de bendi­ción. Que Dios le bendiga abundante­mente.